EL MUNDO POR SOMBRERO
(crónica caleidoscópica de un periplo circumplanetario)
FRANCISCO JAVIER RODRÍGUEZ BARRANCO
RELATOS PASAJEROS
Colección Kandis número 5
© del texto: Francisco Javier Rodríguez Barranco
© de la edición: Ediciones Azimut
Fotografía de portada: Francisco Javier Rodríguez Barranco
Maquetación eBook: ePubOnline
1ª edición octubre de 2016
ISBN: 978-84-945980-4-3
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización expresa de sus titulares, aparte de las excepciones previstas en la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra (www.conlicencia.com; +34 91 702 19 70; +34 93 272 04 47)
Al globo terráqueo, obviamente
PRÓLOGO DEL AUTOR
Tal y como descubrirá con facilidad el aguerrido lector cuando llegue al primer punto y aparte de esta esforzada historia, esto no es el Lonely Planet. Y si, dotado de un espíritu aventurero sin par, desbroza la maraña de palabras que se ofrecen a su benevolencia, no necesitará muchos párrafos para comprender que esto tampoco es un diario de viaje. A ver, que yo no digo que esto sea una pachanga. Para nada. No, no, ni mucho menos: esto es un libro muy digno. Es sólo que se ha escrito dentro de unas coordenadas estéticas que quizá necesiten un comentario somero previo.
Cuatro son los puntos cardinales desde los que cabe abordar la lectura de este viaje alrededor del mundo, todo ello dentro de una premisa básica: he huido con especial cuidado de la descripción de lugares sobradamente conocidos, o que pueden ser conocidos consultando cualquiera de las guías que la industria editorial pone a disposición de los ciudadanos. No sé, me pareció que no tenía sentido decir lo ya dicho. Mas enumeremos sin demora más esos ejes de azimut dentro de los que se ha inscrito la redacción de estas páginas:
—En primer lugar, todos los comentarios Facebook mediante los que mantuve entretenidos —espero— a mis incondicionales seguidores y que no he tenido el menor pudor en recopilar minuciosamente para integrar el cuerpo de este libro. Estos pasajes, más o menos sucintos y a los que, si se definieran con una sola palabra, cabría categorizar como “desvaríos”, vienen introducidos por su propio título y no es raro que acaben con la muletilla “Mis mejores deseos”, o algo por el estilo. Quiero con todo, señalar que cuando a mediados de mayo de 2014 me puse a copiar y pegar esos comentarios, una parte significativa de ellos había desaparecido de la red social, ignoro por qué motivo, así que si algún día coincido con Mr. Zuckerberg en un congreso, o aunque no sea nada más que una convención de chanclas de playa o flip flops, ya le interrogaré acerca de tan singular evento.
—Un segundo bloque de textos lo componen aquéllos que aparecen bajo el epígrafe LIBRO DE NOTAS y que sí se aproximaría bastante a lo que convencionalmente se entiende como un diario de viaje, si bien sería, en todo caso, un diario bastante irregular, muy poco disciplinado en cuanto a las fecha de su gestación, aunque procuré que todos los grandes bloques de lugares por los que pasé quedara reflejado en esas páginas. Si hubiera que buscar una categoría genérica para estas precisiones cronológicas, yo utilizaría el término “reflexiones”.
—Una tercera posibilidad es la de las narraciones que con mayor o menor fortuna se me iban ocurriendo mientras transcurría el viaje, también de manera bastante irregular. Relatos breves e incluso microrrelatos, que fácilmente pueden etiquetarse mediante el lexema “ficciones”.
—Aunque pueda parecer extraño, desvaríos, reflexiones y ficciones comparten un hecho esencial, y es el de su nacimiento al calor del paso por los lugares que iba conociendo, pero me queda aún un cuarto ángulo desde el que han sido observadas estas vicisitudes viajeras. Se llama Mags, a quien conocí en el centro de mi aventura en la India y con quien compartí itinerario en el paso por USA, así como en el recorrido por los Andes centrales, es decir, La Paz, lago Titicaca, Cuzco y Machu Picchu. Es por ello que las páginas dedicadas a estos lugares fueron escritas varios meses después de estar en ellos. Ay, ay, ay, qué momentos, qué momentos en Norteamérica y en Sudamérica. Pero no adelantemos acontecimientos, aunque estemos en un prólogo.
Configura todo ello una especie de tubo caleidoscópico desde el que hilvanar una serie de impresiones personales, que es, en definitiva, de lo que se trata.
¿Que por qué me gusta viajar? Pues vaya pregunta: facilísimo ¡Ojalá todas las preguntas fueran así de fáciles! Me gusta viajar porque en esos momentos me sucede como en los carnavales, sólo que al revés, puesto que en estas fechas la gente se enmascara en lo físico para desenmascararse en lo psicológico, siendo así que cuando uno está fuera, rodeado de gente extraña en un contexto que no es el nuestro habitual, es como si desapareciera súbitamente ese pesado lastre del papel que se supone que tenemos que cumplir constantemente en nuestras coordenadas de referencia. Con otras palabras, cuando estamos de viaje, nos quitamos la máscara psicológica para ser físicamente lo que de verdad nos apetece ser, sin rendir cuentas a nadie y casi que me siento tentado de afirmar que cuando nos vemos a solas con nosotros mismos en otros lugares favorecemos la presencia de ese niño que todos llevamos dentro, pero quizá sea mejor que contenga aquí el espasmo entusiasmado de mis dedos sobre el teclado. Ligero, ligero, muy ligero me siento cuando viajo. Los viajes, además, permiten una perspectiva muy balsámica sobre las inquietudes de la cotidianeidad.
Pero hay más, porque excepto cuando llevamos nosotros las riendas del vehículo (conduciendo un coche, pilotando un barco, etc.), los viajes me parecen la pasividad más activa que podamos imaginar: en las butacas de los pasajeros, que es donde verdaderamente me apetece estar, los paisajes o las nubes pasan mientras nosotros no estamos quietos: sentados, pero en marcha. Un inmóvil en movimiento, que subvierte el postulado aristotélico del Primer Motor Inmóvil. El mundo, y por lo tanto la vida, pasan ante nuestros ojos, mientras la butaca delantera sigue ahí, tal cual, en la misma posición relativa con respecto a nosotros en que estaba cuando ocupamos nuestro asiento, de todo punto ajena a ese inabarcable cúmulo de intuiciones que pasa por nuestra mente y por nuestro espíritu en tales momentos: salvo el cuerpo, toda nuestra persona disfruta en un viaje. Al otro lado de nuestro medio de locomoción, otro mundo, y por lo tanto otra vida, nos espera. Cada día me gusta más el transporte colectivo.
Lo bueno del caso es que ahí, en ese nuevo mundo, o en esa nueva vida, la creatividad se intensifica. Pongamos el ejemplo de la fotografía, que ya sé que se trata de algo muy obvio, pero es que algo así como el ochenta por ciento de las fotos que hago se toman cuando estoy de viaje. La vida diaria está llena de infinitas posibilidades, sobre todo para el tipo de fotografía que mejor se adapta a mis preferencias, es decir, las escenas callejeras, pero salvo circunstancias muy especiales sólo hago fotos cuando estoy fuera. Puede que no sea más que una manía personal, pero estoy contando las cosas según me suceden. Aunque no sólo la fotografía: la creación literaria también se acrecienta en esas circunstancias. Es muy raro que regrese de un viaje sin algún texto nuevo en el disco duro del ordenador portátil. Si bien igual que digo una cosa, admito otra, y es que la gran perdedora de todo esto es la lectura, porque la ansiedad de conocer sitios nuevos, de ver personas diferentes es tan grande, que me cuesta muchísimo trabajo concentrarme cuando estoy fuera, porque no soy un viajero de grandes monumentos: más bien de pequeños rincones y gente, gente, gente, mucha gente diferente. Otras personas vivirán todo esto de otra manera, me refiero a lo de la no lectura en los viajes. Es lógico. Ya me gustaría que me sucediera a mí lo mismo
Cuando estamos fuera, al menos esto sí me ocurre, y nos cruzamos con toda naturalidad con personas completamente diferentes, sobre todo cuando se viaja a lugares lejanos, nos sentimos también como piezas naturales de esa diferencia y esta sensación suele venir acompañada de una gran serenidad. Es lo más parecido a esa búsqueda de la paz interior y la reconciliación universal que ahora están tan de moda dentro de todas estas corrientes de espiritualidad alternativa. Un viaje permite comprender la relatividad de nuestros postulados más arraigados y la mera intuición de la viabilidad de lo extraño puede ser una de las más beatíficas experiencias.
Viajar es también una manera de irse. Hay un cierto componente de desaparición, de abandono, de ruptura que cada día percibo con mayor claridad, sobre todo cuando los viajes se piensan sin fecha de vuelta, o al menos sin el deseo de volver. Un viaje es el no estar, el diluirse. Un viaje es lo evanescente y lo efímero. La decisión voluntaria de ser otro en otro lugar, porque en el mismo lugar resulta mucho más difícil. Un viaje implica buscar aires menos viciados para respirar, sumergirse en las frías, aunque deliciosas, aguas de la ignorancia y el ser ignorado. Un viaje puede ser un recomenzar, o un lifting psicológico. Un viaje puede venir con el aroma de los amaneceres a las siete de la tarde o con el estigma de los tiempos perdidos. Un viaje, pues, puede ser esencia sin existencia, o al menos sin la existencia conocida.
DECÁLOGO DEL VIAJERO SOLITARIO
1.- No coincidas nunca con otro viajero solitario, no vaya a ser que surja una desagradable pugna acerca de quién es más solitario de los dos.
2.- Recuerda que viajar, como escribir, leer o vivir, son actividades cuya pureza esencial no se puede empañar con la presencia de seres extraños. Al fin y al cabo, los viajeros solitarios somos artesanos de la vida.
3.- Hay que subordinar la contemplación al movimiento, que ya habrá tiempo para abstraerse meditando en otros momentos. O, si se prefiere, hay que conseguir una suerte de contemplación dinámica, valga la paradoja.
4.- Intercala situaciones propicias al aburrimiento, porque es la mejor manera de dosificar las fuerzas. Tan sólo los turistas tienen su tiempo perfectamente amazacotado.
5.- Considera que, en los viajes largos y con muchas escalas, es decir, en los viajes, se produce una suerte de desprendimiento, desasimiento, desapego o renovación personal, como prefieras llamarlo, que puede alcanzar a cualquiera de los tres pilares fundamentales del ser humano: lo físico, lo afectivo y lo intelectual. No lo rechaces. Todo lo contrario: acéptalo como tal, e incluso plantéatelo todo de esa manera.
6.- En los viajes largos y con muchas escalas, es decir, en los viajes, hay que llevar sólo ropa para cuatro días: se guarrea un poco y se lava cuando se puede y como se puede, incluso en los hoteles, donde no te permiten lavar en las habitaciones, porque de otro modo, tiene uno la sensación de estar como Sísifo y su piedra, además es bastante improbable que nadie te diga: “¿Cuánto hace que no te cambias de camisa?”; para eso viaja uno solo, qué caramba.
7.- Asume que, por mucha información que traigas sobre los sitios que visitas, tarde o temprano te sentirás perdido, sobre todo en países cuyas infraestructuras son mejorables, y que tendrás que pedir ayuda a los naturales del lugar. Así que, no te angusties, sé simpático, elige bien a quién preguntas y que tengas suerte, hermano. La opción B es viajar acompañado, pero eso ya sabes lo que significa.
8.- Busca el cariño de los lugares: en esta vida pueden faltarte muchas cosas, pero que nunca te falten lugares.
9.- Tienes que repetir lugares, bien en el mismo viaje, bien en viajes diferentes, porque de ese modo el verbo “estar” brilla con especial vigor sin ninún tipo de aditivo (“estar de viaje”, “estar de paso”, “estar de vacaciones”, etc.). Estar per se. Estar por el mero hecho de estar. Estar.
10.- Allí donde llegues, procura participar en la vida cotidiana y, por supuesto, viajar en transporte público. Qué sé yo: aunque sólo sea ir a la oficina de correos, o comprar artículos de cada día: cortauñas, pasta dentífrica, crema para el calzado. Tú no eres un “Hello, my friend”, ni un “Hello, Sir”. Mucho menos un “Excuse me, Sir”. Qué horror. De hecho, la medida de tu viaje se calcula en proporción inversa al número de veces en que escuchas esas expresiones a tu alrededor. Recuerda, pues, que el objetivo de todo esto no es confundirte (eso sería imposible), pero sí manejarte con soltura en la anonimia de lugares que no son el tuyo.
TURQUÍA
PRIMEROS PASOS
Lo primero que llama la atención de uno que ha conseguido librarse del laberinto de las low cost es que esas otras compañías aéreas, digamos, normales no utilizan los moldes para medir el equipaje de mano, y uno se pregunta de dónde le viene a las low cost semejante devoción por el sistema métrico decimal, y no se puede evitar sentir una profunda emoción ante semejantes pruebas de perfección milimétrica, conciencia centrípeta. Porque en estas otras compañías aéreas, digamos, normales el ojo del buen cubero, escarnio de las filigranas newtonianas y del imperio de la medida justa, se contonea impúdicamente, como si de ese modo pudiera logarse algo serio. Por favor.
Necesito cambiar de tema y recordar que ya por fin he recuperado para los viajes el sombreo neozelandés que tan buenos ratos me dio en el anterior a las antípodas hace ya casi tres años. Madre mía, cómo pasa el tiempo. Un sombrero de ala ancha, que tan sólo los no iniciados pueden confundir con un sombrero de cowboy, superpráctico para la solanera y comprado en Neva Zelanda, en una tienda de regalos neozelandeses, con una etiqueta de modelo kiwi, pero made in Australia, que eso no se hace, caramba, eso no se hace, que Australia es Australia, Nueva Zelanda es Nueva Zelanda y para eso está el Mar de Tasmania en medio. No sé cuántas décadas de pésimas relaciones y desprecios mutuos y ahora resulta que los sombreros kiwis los hacen los ausis. Así no vamos a ninguna parte, ni esto es seriedad, ni nada de nada de nada. Por favor, insisto.
He llegado ya en las últimas horas de la tarde a Estambul, sobre todo por el cambio de hora, y apenas he podido dar un paseíto por el barrio donde está el hotel, bastante cerca del Gran Bazar, por cierto, aunque sí ha sido suficiente para comprobar que los coches y las personas viven en simbiosis ejemplar: los automóviles ocupan las aceras y los peatones, las calzadas. Como debe ser, caramba, optimizando los espacios. Además, de tal manera que se consiga un conjunto armonioso y compacto. Una chulada. El sistema funciona.
El caso es que, ya sea con el sistema métrico decimal o con las pulgadas, pies, yardas, galones y onzas anglosajones, este viaje ha comenzado y milimetrito a milimetrito, pasito a pasito, tan sólo puedo hacer un comentario: Tiembla, mundo, porque este biznaguero ya está en ruta: tengo un sombrero y sé cómo usarlo.
LIBRO DE NOTAS
Estambul, 1 de octubre de 2013
(en el Gran Bazar)
Hoy es el primer día de todo lo demás, y ahora que ha empezado el viaje me siento como aplastado por lo descomunal de la empresa. Esto no se lo confesaré a nadie, por supuesto, pero me quedan por delante casi 200 días y 70.000 km. Hay que dosificarse, hay que tomárselo com mucha tranquilidad, organizar bien los reposos.
Quizá porque es octubre, quizá porque es martes, quizá porque todavía es muy temprano, el Gran Bazar está casi vacío, lo que es muy de agradecer. Imagino que en el corazón del verano y en hora punta todo es muy distinto, pero ahora mismo están muy tranquilas las diferentes arterias de este gigantesco mercado cubierto, y me gusta.
200 días por delante y casi 70.000 km: hay que disfrutarlo.
(en el mismo lugar por la tarde)
Que digo yo que si en Turquía con toda la importancia histórica que tuvieron los sultanes, han consolidado han consolidado una República, ¿por qué no en España, donde no soy capaz de recordar ningún hecho histórico relevante relacionado con los borbones?
Una de las cosas que buscaba en este viaje era romper con todo, o simplemente desconectar, y en ese sentido Estambul tiene toda la pinta de cumplir con ambos requisitos, por el contraste cultural tan fuerte que encierra. Hoy, por ejemplo, he oído dos veces los cantos del muhecín llamando a la oración, lo cual te transporta.
Por otro lado, sabido es lo difícil que resulta fotografiar a un musulmán, sobre todo a una mujer, pero hoy he asistido a una escena completamente surrealista: un chico se estaba inflando a fotografiar a su novia, y hasta ahí todo correcto, es sólo que la chica iba con una túnica negra rigurosa y un velo que sólo dejaba ver los ojos. Una especie de book de negro con ojos.
COMIDAS
Lo que verdaderamente me gusta de viajar es que que me pongan el desayuno por delante. Digámoslo con toda claridad, aunque no resulte muy airoso ni muy aventurero, pero tengo que aceptarme como soy. Todos y cada uno de mis psiquiatras me lo han dicho, justo antes de que decidiera que la búsqueda de mi verdadera identidad me animaba a cambiar de terapeuta.
También me gustan los viajes largos, ¿por qué no? Cualquier viaje en avión que dure menos de cuatro horas me parece una birria total. Pongamos el caso de un vuelo Málaga-Madrid: 45 minutos ¿Es eso un vuelo? Vamos, hombre, por favor: eso es lo que se tarda en metro de Congosto a Plaza Castilla. Un vuelo, para ser vuelo, necesita su planteamiento, su nudo y su aterrizaje. Me conmueve sentarme y ver una micropantalla en el respaldo del reposacabezas de delante, y luego esas bandejas que te permiten comer el plástico en todas sus variantes creativas ¿Habrá algo mejor que tomarse un whiskito a 10.000 metros de altura y 1.000Km/h, cuando la temperatura exterior es de varias decenas por debajo de cero? ¿Qué decir, pues, de la deliciosa sensación de quedarse dormido en esas circunstacias y que cuando despiertas, te encuetras a la misma micropantalla, como tu compañera más fiel, exactamente en la película en que la dejaste? No en el mismo punto, pero sí en la misma película. Claro, si es que los viajes tienen que durar lo que tienen que durar. Pero ya veréis cómo viene alguien, probablemente de tez amarilla, e inventa un avión económicamente rentable, que vuele a dos o tres veces la velocidad del sonido y nos jode el invento. Si no, al tiempo.
Y no es que estuviera agotado por el viaje, por supuesto ¿Qué más quisiera yo que hubiera durado tres o cuatro horas más? pero un poco fatigadillo sí que me encontraba ayer, y por lo tanto, lost in translation. Así pues, ¿cuántas veces nos han dicho que en determinados países mucho ojito con las ensaladas y si se pueden evitar, mejor? Pero, ¿alguien ha tomado una cheese burguer sin burguer, es decir, sin chichita? Pues eso fue lo que me pasó a mí ayer, que pedí una cheese burguer en la cafetería del hotel, y me trajeron una cosa, deliciosa, eso sí, de queso blando, algo como salmón ahumando y ensalada ¿Lo veíais llegar, verdad? Pero yo no fui consciente de ello hasta que me había pimplado una cantidad próxima a su mitad más aritmética ¿Qué hacer entonces? ¿Vomitar encima de la barra la mitad ya fagocitada? No me pareció glamuroso ¿Renunciar a seguir disfrutando tan delicios manjar? Para nada, y además es que tenía hambre. Así que opté por finalizar lo ya iniciado y me lo zampé enterito. Hoy no he notado nada de naturaleza intestinal y han pasado ya unas veinticuatro horas, lo que me anima a pensar que tomé la decisión correcta.
Y bueno, no todo va a ser comer. He salido a pasear, lo que es completamente esperable, lo he hecho en incontables ocasiones (no como otras cosas, que las he hecho en contables ocasiones) (no si cuando los ingleses distinguen entre nombres contables e incontables, ya saben a qué se refieren) (porque va por ahí la cosa, ¿verdad?), me he perdido, lo que es doblemente esperable, pero lo que me ha dejado boquiabierto es que en un momento dado de esa desorientación total, estaba al inicio del puentecillo que comunica Asia con Europa. Me pregunto qué visión del mundo tienen estos turcos cuando cambiar de continente es cuestión de una parada de tranvía o un paseo de un centenar de metros, más o menos.
Finalmente, como mi antena de detectar situaciones nuevas no cesa, he descubierto que, si volvemos al tema de la circulación, en Estambul se conduce de manera sensorial, siendo así que el sentido fundamental es el del oído, que se desarrolla entre dos coordenadas básicas: las bocinas y el “Me cago en tu puta madre”, sólo que en turco (traduzco libremente).
Hasta aquí por hoy.
PD.- El Gran Bazar, la rehostia. Mañana me espera todo el mezquiterío.
PD2.- Hoy no he podido usar el sombrero: hacía viento; ni siquiera las gafas de sol: estaba nublado. Cagüen.
LIBRO DE NOTAS
Estambul, 2 de octubre de 2013
(por la tarde)
Como realmente no pretendo ver, sino estar, no me importa demasiado este tiempo tan perro que estamos teniendo. Cada día es peor que el anterior, pero me da igual, porque para mí lo importante es la sensación de otro lugar en otra cultura.
Constantinopla, la segunda Roma, una ciudad que no es de nadie, pero que es de todos, incluidos los españoles. Hoy he conocido casualmente a dos españolas en el Gran Bazar. Para una (la que lleva anillo de casada) es la decimocuarta o decimoquinta vez que ha estado aquí. Han venido de compras. Tienen pinta de pijas y un acento madrileño, de los madrileños de toda la vida. Hemos quedado para tomar algo luego.
(por la noche)
Ya sé a qué se dedica, al menos la que lleva anillo: comprar cosas, especias y similares para venderlas en las tiendas y en las calles (¿?) de Madrid. Al parecer es un negocio próspero. La otra está de vacaciones, pero ambas están casadas. Con anillo o sin anillo, ambas están casadas.
En todo caso, casadas o no casadas, me han venido muy bien sus consejos sobre Estambul, sobre todo en cuanto a visitas y restaurantes. Ojalá que durante el resto del viaje tenga tanta suerte.
CONFUSIONES CONFESABLES
Cuando en una máquina de café pone Milk y debajo Coffee, no significa que Coffee sea la traducción al turco de Milk, aunque ambas palabras estén escritas en diferentes tipos de letra. No, no, no, no, para nada, sino que se trata de café con leche. Please, believe me, brothers, es así, tal y como os lo cuento. Total, que hoy me he tomado los cereales con café con leche bien calentito. Debe ser la emoción de que me pongan el desayuno por delante, porque cuando me ponen el desayuno por delante no soy yo quien da la vuelta al mundo, sino que es el mundo el que gira alrededor de mí. No sé, yo lo veo así, y lo dejo aquí como tender topic, o motivo de debate, cada cual, como más le guste. Pero bien ricos que me han sabido: a partir de ahora, ya sea en Málaga (os echo de menos, cabrones), Singapur o Nueva Zelanda pienso tomar los cereales con café con leche bien calentito. Ea. He dicho: hay que sacar enseñanzas de los errores.
Otro, ejem, digamos, ligero despiste es que he traído demasiada ropa, y el caso es que al pesar el equipaje en el aeropuerto, todavía me quedaban tres kilos y medio hasta los veintitrés permitidos, pero sigue siendo mucha ropa, calculada para una semana de sudores, pero mucha ropa. Claro que necesito la manga corta para las regiones antipódicas, adonde llegaré en pleno esplendor del verano austral, y la larga, para Japón, e incluso yo diría que para USA y Chile. Pero, incluso para un viaje de estas características, o precisamente por ser un viaje de estas características con tantos cambios de lugar, hay que traer ropa para tres días, lavar de vez en cuando, guarrear un poquillo, también de vez en cuando, y listo. Cuando fui a Nueva Zelanda hace casi tres años iba muy excedido de equipaje y en esta ocasión estoy dentro de límites. Algo he aprendido, pero hay que seguir aprendiendo: 10 kg máximo, como en el Camino de Santiago. Hay que viajar con un chaquetón (si se va a sitio frío), un jersei (idem de idem), dos pantalones, tres o cuatro camisas, tres o cuatro camisetas, un pijama y ropa interior la imprescindible. Y he decido ir dejando una cosita en cada sitio hasta llegar a Málaga con esta ropa y esos kilos. Salvo mi sombrero de viaje, por supuesto, que ese viene conmigo a todos lados, y eso que todavía no he podido usarlo, porque aquí sigue nublado y húmedo. Cagüen.
Otra cosa que también me causa confusión es que el turco es el turco y no el árabe, de la misma manera que el persa es el persa y no el árabe, pero esta ciudad está llena de letreros en árabe con aspecto de ser antiquísimos, placas funerarias, etc.
Lo que ha sido todo un acierto, sin embargo, es no coger ninguna de las excursiones a los lugares más emblemáticos de la ciudad. La experiencia demuestra que soy capaz de encontrar por mis propios medios toda la información que necesito en cada lugar y todo lo demás que pueda proporcionarme un guía es información muy valiosa, sin duda, pero que no necesito. Tampoco quiero repetir para reseñar la Mezquita Azul la misma blasfemia que utilicé ayer para categorizar el Gran Bazar, pero con gusto lo haría. Además, aquí tienen el buen gusto de no cobrar ni un mango por entrar en un lugar de culto. Aunque lamentablemente han descatalogado la mezquita de Santa Sofía como lugar de culto y la han reconvertido en paseo, pero eso me ha permitido pasearme entre el legado de Justiniano y Constantino, y es que, nos pongamos, como nos pongamos, todos los caminos llevan a Roma.
Hasta aquí, pues, por hoy.
PD.- ¿Por qué todos los guías turísticos tienen ese aspecto tan poco tranquilizador? Una mezcla entre el Lazarillo de Tormes y el doctor Octopus.
LIBRO DE NOTAS
Estambul, 3 de octubre de 2013
Nos pasamos la primera mitad de la vida sufriendo por lo interminable de los malos momentos, y la otra mitad lamentando la fugacidad de los buenos. Si lo pensáramos al contrario, en la primera mitad disfrutaríamos de la fugacidad de los malos momentos y en la segunda, de la longevidad de los buenos.
Mientras tanto, he observado que en las arterias donde hay vías para el tranvía no significa que sean de uso exclusivo para el tranvía, sino para todo tipo de vehículos con ruedas, incluidas las carretillas de tracción humana. Por otro lado, ningún peatón se toma a mal el ser casi arrollado por un coche cuando está el muñequito en verde, ni los conductores le destrozan a uno el tímpano cuando cruza con el muñequito en rojo. Son cosas que se asumen con naturalidad, sin que nadie se sienta comprometido por las convenciones cromáticas del código de circulación.
LIBRO DE NOTAS
Estambul, 4 de octubre de 2013
No sé si es porque el tiempo está siendo muy perro o porque no encuentro un rincón de acomodo en Estambul, el caso es que todavía no estoy disfrutando mucho de este viaje. Anoche me acosté abrumado por lo descomunal del proyecto y hoy me he levantado con la misma senación. Quizá cuando mañana inicie la ruta por Turquía. Quizá cuando dentro de una semana llegue a las zonas tropicales de África Oriental. No lo sé. Lo cierto es que esta noche arrancaré la primera página de la hoja de ruta y esa idea no me causa tristeza, lo que es muy raro en mí. Ya veremos cómo sigue todo.
Es fascinante cómo en eta ciudad se mezcla con total naturalidad la antigüedad greco-latina, los vestigios bizantinos y un sinfín de mezquitas en pleno esplendor. La medusa cabeza abajo, los cantos del muehcín, etc.
En Constantinopla, que fue la capital del Imperio Romano, la gente pesca con caña en las aguas del Bósforo, junto al puente que lleva a la Torre Gálata. En Madrid, que tiene cuatro veces menos habitantes que Estambul, la gente no hace esas cosas, quizá porque no tienen Torre Gálata. El caso es que llevo aquí un rato largo, sentado y viendo pescar con caña. De hecho, los anzuelos me pasan muy cerca cuando los lanzan al agua, pero son muy hábiles y no me dan: manejan muy bien las cañas.
Reconozco que estoy desarrollando una apasionante adicción a las delicias turcas. Aunque ayer me cobraron dos liras por dos pastelitos que además me los dieron en una bandejita de plástico con un tenedor del mismo material, es decir, plástico, mientras que hoy, en el mismo sitio, por un sólo pastelillo, servido sobre una servilleta de papel guarrinlonga, me han cobrado las supradictae dos liras. De la misma manera que unas veces me cobran cuatro liras y media por un té turco, y otras una y media por el mismo concepto. Estoy sufriendo pequeños timos y no lo merezco, porque soy español: tursita, sí, pero español, joé.
ÚLTIMO DÍA EN ESTAMBUL
Cuando ya estoy en el minibús, camino del recorrido por la Capadocia y toda la marimorena es un buen momento para reflexionar sobre lo que han sido estos días en Estambul, y bueno, ¿qué queréis que os diga que no sepáis vosotros ya? Poco más o menos todo el mundo ha estado en Estambul, o ha oído cosas de Estambul, o ha visto cosas sobre Estambul. Lo único que puedo aportar a ese conocimeinto generalizado sobre esta ciudad es que yo no vine a ella por sí misma, sino como la primera etapa de un viaje en avión alrededor del mundo. Que bueno, vamos a ver, que yo no quiero infravalorarla, ni mucho menos: he venido a Estambul porque me apetecía conocer esto y porque era una carencia injustificable en mi CV como viajero (con o sin kiwihat), pero también como primera etapa de un viaje de mayor envergadura y por ese motivo no me he volcado con toda las posibilidades de esta ciudad: hay que dosificarse, que quedan casi doscientos días por delante. He rendido pleitesía, eso sí, a las principales atracciones turísticas de la ciudad, pero lo que yo buscaba con esta estancia es añadir una pieza al puzzle de geografía humana que pretendo construir en este largo periplo, del que no podía quedar fuera, evidentemente, el mundo islámico. Me han gustado las principales mezquitas, el Gran Bazar, el Puente Gálata, el Bósforo, etc, pero también me ha gustado subir más allá por esa empinada calle más allá de la Torre Gálata y conocer el tipo de tiendas, casi todas de instrumentos musicales, llegar a la plaza Taksim, subir hasta el vigésimo piso del hotel Mármara, con unas vistas espléndidas del Cuerno de Oro, la parte europea de la ciudad, la parte asiática, etc (¿cuántos de vosotros habéis subido a la planta veinte del hotel Mármara? Vamos, vamos, viajerillos, ¿eh?, ¿eh?, ¿eh?). Y también me ha gustado mucho la zona en la que estaba mi hotel, suficientemente fuera del circuito oficial: en el barrio de pescadores. Esto me ha permitido conocer la ciudad entre bastidores.
Esta mañana todavía he tenido tiempo de dar un paseíto, en el que ha habido varias cosas que me han sorprendido, además de profundizar en la adicción a las delicias turcas: la primera el sol, que por fin ha salido: ya estaba yo harto de tanta nube y de tanta lluvia como hemos tenido durante toda la semana. Sigue el vientecillo fresco, pero al menos tenemos luminosidad. La segunda ha sido un fumadero de narguile que lleva funcionando así desde principios del siglo XVIII, que está asombrosamente cerca de la Mezquita Azul, cuya parroquia se compone de los propios turcos y algún turista despistado, como este humilde aproximador de palabras.
Y la tercera, una mezquita preciosa, con la que he tropezado por casualidad al salir por una de las cien mil puertas del Gran Bazar. En concreto la mezquita de Muru Osmayine. Ayer ya había estado en la Pequeña Santa Sofía, otra perla en medio de la nada, pero en la Muro Osmayine, algo más grande, pero aun así de dimensiones moderadas, prácticamente vacía, he notado con toda claridad algo que, de alguna manera ya venía barruntando durante estos días: que las mezquitas se hicieron para la meditación, de la misma manera que las iglesias cristianas lo fueron para la acción. Al no representar la figura humana, por ejemplo, en las mezquitas se ahorran escenas como la de Santiago matamoros, que yo estoy seguro que los musulmanes también tienen sus santos matacristianos, pero eso no se ve en las mezquitas: la gente se sienta en el suelo y piensa, o reza. Tan sencillo como eso. En la iglesia de San Agustín de Málaga también se consigue en ocasiones ese efecto contemplativo, sobre todo cuando está vacía y suena el gregoriano, quizá porque Agustín de Hipona fue filósofo y no guerrero, e incluso un gran pecador en su juventud, algo con lo que me siento plenamente identificado. Pero, reconozcámoslo, en las iglesias católicas hay demasiadas imágenes sangrientas.
Que yo no soy musulmán, ni cristiano, ni budista (sobre todo en su vertiente abrazaárboles), pero una cosa no quita la otra y en una mezquita cuando está vacía, a uno le entran ganas de pensar en las verdades absolutas, y si además asistimos a la configuración mística de la caligrafía, uno, como lingüista, se siente particularmente estremecido.
Que yo no soy musulmán, ni cristiano, etc., pero el canto del muehcín me conmueve, de la misma manera que me conmueve la Semana Santa de Málaga...., sobre todo en las imágenes menos sangrientas. Pongamos que hablo del Cautivo.
Luego volveré a Estambul, dentro de una semana, pero nada más que para dormir una noche y coger el avión al día siguiente. Así, pues, mi estancia en Estambul termina hoy. Hmmmmmm, aunque quizá en esas veinticuatro horas finales todavía tenga tiempo de subir a la Torre Gálata e incluso repetir la ascención al piso veinte del hotel Mármara.
HISTORIA Y SAL
Si queréis que os sea del todo sincero, e imagino que lo querréis, hoy ha sido un día de mucho bus y poca chicha...., aunque chicha de la buena, eso sí, porque hemos visitado el Museo de las Culturas Anatólicas, donde se guardan joyas y bajorrelieves de hace la torta de años. Desde cuando la escritura estaba que si sí, que si no, que si te invento, que si no te invento. Es un museo pequeñito, pero resultón: ni siquiera dentro del rapiñaje del British Museum recuerdo haber visto bajorrelieves hititas, pongamos por caso. Y es que es eso lo que da de sí Ankara, una ciudad tan prosaica como necesaria, una nadería antes de situar en ella la capital de Turquía, una urbe que diríase engrandecida para ser mausoleo de Ataturk.
El resto del día, lo único interesante que ha deparado ha sido una escala en el Lago Salado, más salado que lago en esta época del año.
Mis mejores deseos.
¡SOMBREROOOOOOOOOO!!!!!!
Hoy por fin he podido usar el sombrero, incluso sentado en el trono del Imperator. Disculpad si el detalle os resulta un pelín narcisista, pero es la emoción de haberme puesto el kiwihat(1). Sucedió ello en Afrodisia: la ciudad de Venus.
Mis mejores deseos (deseos fraternales, ¿eh?: no me malinterpretéis).
(1) Observo esta foto ahora mismo, según paso a limpio las notas del viaje, y me doy cuenta de que lo único que me queda de todo lo que llevo puesto en ella, incluidas las gafas del sol, en el momento de redactar este libro es el propio sombrero. Es probable que los viajes consistan precisamente en eso. Nota del autor.
REBELIÓN
(ficción)
Nadie bajó del autobús cuando la guía, con marcado acento local, dijo:
—Ahora tienen diez minutos para hacer fotos panorámicas de las Chimeneas de las Hadas, muy bonitas, muy preciosas.
Y ahí empezó todo. Sin mediar palabra, Soriano empujó a la guía fuera del vehículo, entre el general regocijo del grupo de turistas recién amotinados, y Artigas hizo lo mismo con el conductor, mediante un audaz movimiento que impidiera al chófer defenderse con alguna herramienta. Remedios, sin embargo, se apiadó de la pareja y les tiró un sandwichito y dos botellas de agua. Colomer permaneció ausente de la ira generalizada con aspecto de trascendencia, o simplemente bobaliconería. Milagros Reyes corrió las cortinas de su ventanilla. Antuña se tendió cual largo era en el pasillo, al final del vehículo, para impedir cualquier acceso a esa zona, y se acomodó para empezar a roncar. Sin embargo, Orozco, comoquiera que intuyera que la situación podía ponerse seria, se despidió de su mujer, que estaba sentada a su lado, mediante unos emocionados whassap, para mejor constancia. Milagros Domínguez, hasta donde yo pude saber, arrampló con todos los DVDs del bus. Y Soriano no cesaba de lanzar cortes de manga a los atónitos guía y conductor.
De ahí a empezar a organizarse había sólo un paso y no tardaron en iniciarlo. Artigas, que había cursado un ciclo formativo en automoción, tomó el control de los rebeldes y entregó las llaves del bus a Cifuentes, que había hecho la mili en Regulares. Para solemnizar el momento, Artigas arrancó el mapa de carreteras de la Península de Anatolia del frontal del bus y se lo entregó ceremoniosamente al nuevo chófer, siendo testigos anhelantes todos los demás pasajeros, salvo Colomer, por razones obvias. Incluso Antuña alzó ligerametne la cabeza para no perderse ni un detalle de tan histórico acto.
Desde entonces, vagan sin destino conocido por los confines de la Capadocia y acampan donde pueden: si les pilla de camino alguna de las antiguas posadas de la Ruta de la Seda, duermen en ella, y si no, directamente en el autobús. Colomer parece que ya ha interirorizado lo errático de sus circuntancias y suele amenizar las veladas con recitaciones aleatorias de los versículos más metafísicos de Paulo Coelho. Milagros Domínguez ha conseguido sintonizar la televisión de su país vía satélite y Milagros Reyes teje y desteje una bufanda de pura lana turca. Me contaron también que los Orozco, de quienes los Servicios de Inteligencia intercepataron algunas conversaciones whassap, le encargaron media docena de patucos, por si ella quedaba en cinta. Por cierto, que he tenido la oportunidad de leer algunos de esos mensajes y me han conmovido profundamente unas manifestaciones de amor tan sincero. Mientras tanto Remedios, siempre tan abnegada, se ocupa de las provisiones y nunca se acuesta antes de comprobar que todos quedan bien arropados.
Si alguien quiere más información, tengo que reconocer que me han llegado varias noticias del periplo de los rebeldes. Me contaron, por ejemplo, que en cierta ocasión una patrulla de la policía de carreteras estuvo a punto de multarles porque no tenían al día el certificado de la Inspección Técnica de Vehículos y que entonces tuvo que emplearse a fondo Cifuentes y relatarles con lujo de detalles lo canutas que se las hizo pasar un comandante muy cabrón, el comandante Termópilas, a quien probablemente ellos (los policías) no conocieran y que fue su jefe de batallón cuando estuvo sirviendo en el Tercio de Regulares de Melilla,.durante más de dos años, casi tres. Me informaron también de un malhadado episodio con Mercedes Reyes como protagonista y que casi le acarrea fatales consecuencias porque pidió que pararan en algún sitio para comprar más lana, con tan mala fortuna de que la primera aldea por la que pasaron era una de las incluidas en los mapas turísiticos del país. Poco faltó para que la dejaran ahí abandonada, si no es porque los Orozco se pusieron de su parte y nadie tuvo corazón para dejar en la cuneta, literalmente, a una futura embarazada. Y de igual modo me dijeron que Antuña planteó un motín dentro del motín cuando reclamó de muy malas maneras un acomodo en la sección central del autobús, puesto que, y en esto no le faltaba razón, había desaparecido ya el peligro en la retaguardia y que Soriano, quien había tomado posesión unilateral de las filas de popa como recompensa por los servicios prestados, padecía una apnea del sueño (vulgo, ronquidos) varias octavas superior a la suya. Aquello se resolvió pacíficamente gracias a que Remedios le hizo ver que si se tumbaba en el pasillo en medio del autobús dificultaría en gran medida su labor filantrópica; y gracias también a que Soriano, para que nadie dudara de su compromiso con el grupo, aceptó compartir los asientos del fondo con él. Pero para ser del todo sincero yo no sé dónde termina la realidad y dónde empieza la ficción de todos estos acontecimientos y algunos otros que también he sabido, aunque no merece la pena que los traiga.
El caso es que así ha sucedido desde que expulsaron a la guía y al conductor un día a media tarde en que por la mañana les habían hecho levantar a las cuatro en punto para ver amanecer desde unos globos aerostáticos: vagar y vagar. Y ahora, cuando algún otro autobús de turistas se cruza casualmente con ellos, les hacen fotografías y les piden que se detengan un poco para mejor inmortalizar el instante. De hecho, unos avispados editores habían sacado ya un coleccionable en fascículos de sus peripecias cuando Artigas empezó a recibir ofertas de los touroperadores más importantes de la zona para que establecieran una gira oficial el verano próximo, que podría alcanzar incluso a otros países. Todo era cuestión de hablarlo.
VARIAS REFLEXIONES Y UN REGATEO
Viajar es como dejarse llevar por la corriente. Es un fluir voluntario dentro de un medio de transporte, generalmente público, o al menos es así como me gusta a mí: en avión, en ferry, en tren, en autobús, porque si tengo que conducir, no puedo pensar en las musarañas. Es un voluntario dejarse mecer por la corriente, como digo, pero también delicioso, pues así me resulta la incorporación natural de los viajes a mi vida. Por eso hoy he pasado doce horas en un autobús, pero afortunadamente ya he encontrado el huquecito y la postura en mi asiento, de tal modo, que yo creo que no he estado despierto más de tres. Creo que, si al volver al bus después de alguna de nuestras paradas místicas, encontrara a otra persona sentada en mi lugar, sería capaz de cometer cualquier barbaridad.
Tantas horas de carretera me están ocasionando un problema de identidad personal: al final de cada día me cuesta trabajo recordar cómo era mi vida antes de montarme en el autobús.
La Península de Anatolia es como una lengua que hace burla a Europa desde Asia. Ahí queda eso.
Sin embargo, al igual que sucede con la Península Ibérica, alberga en su seno llanuras de proporciones mesetarias.
Hay pueblos que no han escrito aún su Historia. Digamos que casi todos los que habitan en países cuyo nombre finaliza en “istán”, incluido el Kurdistán. Pero hay otros que iniciaron su Historia demasiado pronto, e incluso que fueron cuna de la Historia, pero ésta hace milenios que se olvidó de ellos. Creo que eso es lo que sucede en la Península de Anatolia.
Y ahora un regateo, pues sucedió que ayer, sin ir más lejos, en un puesto de souvenirs vi un objeto que cautivó mi atención y quise adquirirlo. Concretamente un amuleto contra la mala suerte.
—¿Cuánto cuesta? —pregunté en inglés con acento castizo.
—Quince liras turcas —me respondieron en inglés con acento capodaciano.
Lo que no me pareció un mal precio. De hecho, estaba dispuesto a pagar hasta treinta, pero siendo así que en todas las guías turísticas aconsejan regatear, aunque no sea nada más que como un ejercicio de gimnasia mental, repliqué:
—Es demasiado caro.
—Veinte —argumentaron con la velocidad de un alfange.
Lo que me dejó completamente perplejo. Estos turcos son buenos, deduje. Estos turcos tienen poderes, concluí. Estos turcos manejan como nadie los recursos de la telepatía. Ellos sí que saben cómo llevar una negociación en condiciones.
Al final quedó en diez liras la cosa, e intuyo que aun así pagué el doble de su precio recomendado de venta.
LO QUE AQUILES NO PUDO
Con todos los súperpoderes del mundo, si bien atenuados por su afamado talón, que le descartaba como cliente preferente de los seguros médicos, Aquiles no puso su mano en Troya, lo que humildemente he hecho yo. Menos mal que me corté las uñas por la mañana.
LIBRO DE NOTAS
Estambul, 12 de octubre de 2013
(recién regresado del tour por Anatolia)
(en el fumadero de narguile que ya conocía, sólo que hoy lleno de turistas)
(algunos de ellos españoles)
(Grrrrrrrrr)
(aunque hoy estemos en el Día Nacional)
(o precisamente por eso)
Hemos calculado que el paseíto por la península de Anatolia ha sido de unos 2.500 ó 3.000 km. Si tenemos en cuenta que de La Coruña a Almería la distancia es sólo de unos 1.500 km, como máximo, con toda seguridad menos de eso, a mí nunca se me habría ocurrido plantear una visita de una semana por España de semejantes proporciones.
En cuanto al recorrido en sí, la verdad es que he regresado con sensaciones contradictorias, como seguidamente enumeraré.
En primer lugar, se ha tratado de un recorrido circular, lo que se compadece muy malamente con un viaje planteado como recorrido longitudinal: 70.000 km de recorrido, para ser más exacto. Lo contradictorio, sin embargo, es que me ha gustado hacerlo así.
No me preparé ese tour, no me espeaba nada, así que lo que me he encontrado ha sido bastante sorprendente. Las ruinas de las ciudades grecorromanas, la casa de la Virgen Mária en Éfeso (o supuesta casa de la Virgen María en Éfeso), los bajorrelieves hititas y asirios, y sobre todo las ruinas de la ciudad de Troya. Todo un retroceso a los orígenes de nuestra cultura.
He conocido colombianos majísimos y me he sorprendido a mí mismo diciendo “cheverísimo” y he conocido muchos argentinos que me han parecido personas normales (afortunadamente, sin embargo, no me he sorprendido diciendo “Vos sos”).
Ha sido muy agradable, pues, pero no debo mezclar el concepto de “vacaciones”, que es el que impera en los tours, con el de “viaje”, que es el que busco en en mi ídem.
De momento, he cancelado la ruta por el norte histórico de Etiopía y he reservado varios días en Zanzíbar, con posible extensión al Kilimanjaro, lo cual se parece más, mucho más, a lo que pretendo con esta experiencia.
Mañana salgo para Mombasa, por lo que hoy es mi última noche en Europa, suponiendo que Estambul sea culturalmente y no sólo geográficamente, Europa. La Tracia, ya te digo, patria chica de Espartaco ¿Cuándo volveré a dormir en Europa, aunque sólo sea geográficamente?
PD.- Hoy me voy para el hotel con pestazo de narguile, con pestazo de narguile de turista. Vaya tela.
PD2.- He recibido muchas invitaciones de los compañeros iberoamericanos de viaje, que han ignorado delicadamente la fecha de la llegada de Colón a América, aunque él no supiera que era América, pero otros sí lo supieron, vaya que si lo supieron. Dos invitaciones muy fuertes: una a Buenos Aires y otra a Sao Paulo, así que es casi seguro que altere la programación para las últimas semanas de este viaje.
PD3.- ¿Me estarán echando de menos en Málaga?
Y ALLÁ A SU ESPALDA, ESTAMBUL
En el Gran Bazar de Estambul se pueden dar escenas tan electrizantes como imagino que se dan en la Bolsa de Nueva York en sus momentos más álgidos. Pero hoy es domingo y el Gran Bazar está cerrado.
Hoy es también mi última mañana en esta ciudad y así, con la tranquilidad que permite el Gran Bazar cerrado y la ligereza del equipaje terminado, perfectamente equipajeado, cámara de fotos incluida, cusotidado en el lobby del hotel, uno puede pasear por la ciudad y descubrir patinillos y rincones que en los días anteriores se le habían escapado: un patio precioso de libreros, otro de alfombras y pashminas, etc. En definitiva, uno puede sentirse más ciudadano y menos injerto: si es que la cámara de fotos, al menos la cámara tan reflex que tengo, es para los turistas como la bola y los grilletes que arrastan los presos (y los fantasmas) en las mazmorras de los castillos (los fantasmas en los salones y corredores más principales).
Y, bueno, ya he regresado a mi hotel, dulce hotel, y aquí estoy esperando tranquilamente a que me recojan para llevarme al aeropuerto: no todos los días se viaja de Estambul a Mombasa.
PD.- En el local, que tiene pinta de ser del siglo XVIII, como la tetería El harén de Málaga, donde me gusta tomar té, y mira que es difícil que me guste tomar té, se puede fumar narguile, pero no cigarrillos: a cada cosa, lo suyo, claro que sí. No veo ningún problema.
ÁFRICA ORIENTAL
(Kenia y Tanzania)