Los Siete Sabios se repartían en hilera delante de los tronos, y sus semblantes no dejaban lugar a dudas. Sus facciones entretejían y combinaban expresiones que abarcaban sentimientos tan dispares como el enfado, el desconcierto y la incredulidad.
―Si esto es una argucia para tratar de eludir vuestro castigo…
―Ojalá lo fuera, pero no es ningún engaño, Otis ―repliqué, muy nerviosa.
―¿Entonces es cierto? ¿No recuerdas a Juliah? ―preguntó Lamaria, observando a Nathan atentamente con unos ojos abiertos de par en par.
Mi guerrero suspiró y cruzó los brazos en el pecho.
―No, ya os he dicho que no sé quién es ella ―refunfuñó, oscilando el peso de su cuerpo en la otra pierna, cansado―. ¿Qué demonios os pasa a todos?
―Sin embargo ―continuó Dominic con su típico tono de gruñón―, sí recuerdas tu rebelión.
―Pues sí ―confirmó Nathan, alzando la barbilla con altanería.
―¿Y cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede ser posible que recuerdes unas cosas y otras las olvides?
Igor, quien llevaba un rato reflexionando, levantó la mano e hizo callar a Dominic.
―Creo que puede haber una respuesta para eso ―dijo, analizándonos a Nathan y a mí con la mirada. Sentí un halo de esperanza en el corazón al oír eso. Guardó un instante de silencio y reanudó su intervención, fijando sus pupilas orientales en mi guerrero―. Dime, Nathan, ¿de veras estás convencido de no conocer a nuestra sacerdotisa?
―No, ya os he dicho que no ―Nathan suspiró por enésima vez.
―Pero seguro que recuerdas la misión que os fue encomendada tanto a ti como a tus compañeros para salvar la vida de Eudor.
―Sí, claro que sí.
―¿Puedes decirme en qué consistía dicha misión?
―¿A qué viene esto? ―protestó Nathan.
―Por favor, ¿puedes decirme en qué consistía?
El resoplido de Nathan se fugó con virulencia.
―En reunir los ingredientes para el antídoto ―contestó con aire inapetente―. Una porción de cada elemento de las Cuatro Tierras.
―Así es ―Igor asintió―. Y, si lo recuerdas, ya tenemos en nuestro poder tres de los elementos: el Agua de la Vida, la Tierra Sagrada y, por supuesto, el Fuego del Poder.
―Sí, ¿y qué? ―cuestionó Nathan, encogiéndose de hombros.
El Sabio se acercó un paso a él para mirarle con más ahínco.
―No recuerdas del todo cómo los conseguisteis, ¿verdad? Me refiero a cada secuencia de esos precisos momentos.
―Claro que lo recuerdo. Nosotros… Bueno, el Agua de la Vida… La… la Tierra Sagrada… ―por primera vez, la vista de Nathan descendió, algo trastornada.
―Tu mente alberga lagunas que ni tú mismo puedes explicar, ¿no es así? ―adivinó Igor.
Nathan le miró con rapidez.
―No, yo…
―Nathan, ¿cómo crees que habéis podido haceros con cada porción de Agua de la Vida y Tierra Sagrada? Eso jamás hubiera sido posible sin la participación de nuestra sacerdotisa, solo ella puede tocar esos ingredientes ―le explicó Igor. Los brazos de Nathan se aflojaron y cayeron a ambos lados mientras volvía a ocultar la mirada en el suelo, desconcertado y pensativo―. ¿No te parece extraño que todos sepamos de la existencia de la sacerdotisa Juliah y tú no? ¿No te parece extraño que seas únicamente tú el que no la conozca?
Los extraviados ojos de Nathan continuaron buscando respuestas en las baldosas. Unas respuestas que no parecían hallar.
―Ahora mismo no lo recuerdas, pero Juliah es la hija de Elizabeth y Dick, tu Maestro ―le reveló Igor.
En ese instante, las pupilas de Nathan se izaron súbitamente hacia él y luego viraron automáticamente hacia mí, casi con un espasmo. Mi pulso se aceleró. Mientras se enfrascaba en mi rostro, se entrecerraron con extrañeza, pero también con turbación y confusión.
Mark se acercó a él y le puso la mano en el hombro.
―Nathan, ¿no te das cuenta? Juliah y tú os conocéis desde que erais tan solo unos críos. Siempre has estado enamorado de ella, y ahora por fin estáis juntos.
Después de que sus ojos se sorprendieran en los míos, mi guerrero le observó inopinadamente y se zafó con brusquedad.
―Déjame en paz ―gruñó. Miró alrededor al igual que haría un animal acorralado; a Mark y los chicos, a los Siete Sabios―. Dejadme en paz. ¡Dejadme en paz, todos!
Me dedicó un último vistazo a mí, idéntico al anterior, y flagelando a mi pobre corazón inició su marcha del salón a toda prisa.
―¡Nathan! ―le llamé con desesperación, empezando a seguirle.
Una mano en mi brazo me detuvo.
―Espera, Juliah ―me pidió Igor―. Es mejor que le dejemos tranquilo por el momento, ya ha recibido demasiada información.
El portazo que sonó acto seguido taponó mi angustiada exhalación.
―¿Y qué se supone que tengo que hacer? ¿Quedarme de brazos cruzados? ―rebatí, volviéndome hacia él con enfado.
―¿Qué podemos hacer? ―le preguntó Mark, preocupado―. Si está bajo la influencia de algún hechizo…
―Ha sido Yezzabel, seguro ―masculló Danny, apretando los dientes y los puños.
―No es un hechizo. Y lo que le ocurre no ha sido obra de Yezzabel ―aseguró Igor.
Todos los presentes sesgamos la mirada hacia él con atención.
―¿No? ―Mark frunció el entrecejo.
―Entonces, ¿qué le pasa? ―quise saber, ansiosa.
Durante unos segundos, Igor me observó con una prudencia que me asustó.
―Ha sido la resurrección ―reveló con gesto grave y preocupante.
Los demás Sabios jadearon, mirándose los unos a los otros, y gracias a sus semblantes quedó patente que acababan de darse cuenta de a qué se refería.
―¿Có-cómo? ―musité.
―Dime, Juliah, ¿formulaste algún… conjuro cuando resucitaste a Nathan? ―Igor enunció esa pregunta, pero me daba la impresión de que lo único que quería era corroborar algo que ya sabía.
―¿Que si formulé algún… conjuro?
A pesar de la conmoción que sentía por todo esto, me paré a pensar un minuto. Al principio estaba segura de que no. ¿Un conjuro? ¿Cómo iba yo a hacer un conjuro? Sin embargo, de repente, en el rebobinado que mi cerebro hizo de aquellos espantosos momentos en que Nathan estaba muerto, aparecieron unas palabras que mi alma y mi corazón habían pronunciado con todas sus fuerzas:
«Toma mi cuerpo y mi alma, son tuyos. Toma mi espíritu, mi don, mi magia, todos mis privilegios. Toma mi vida eterna, te entrego el privilegio de vida eterna que me fue concedido, pero vuelve. ¡VUELVE, REGRESA!»
En ese momento ni siquiera había sido consciente de lo que hacía…
―No puede ser… ―espiré, boquiabierta y con la mirada perdida.
Una vez más, el experto y erudito Igor pareció tener una habilidad especial para adivinar con total certeza lo que había ocurrido.
―Con tu conjuro, le concediste un don ―me reveló.
Alcé la cabeza, atónita.
―¿Un don?
―Todo don concedido mediante magia externa, todo don antinatural, requiere un intercambio, un sacrificio ―empezó a esclarecer―. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en Orfeo. Gälion le concedió su don de rey, pero a cambio ella sacrificó su juventud y él, aunque lo desconozco, tuvo que sufrir algún pago.
―Se… quedó estéril ―logré articular a duras penas.
Los chicos se miraron entre sí, estupefactos. Igor hizo una pausa grave para observarme a mí en la que mi corazón ya se paralizó.
―Una resurrección es algo antinatural. Sin darte cuenta, tú le concediste el don de la vida a Nathan, Juliah, le has concedido vida eterna.
―¿Vida… eterna? ―aunque la situación seguía siendo pésima, no pude evitar que mi voz se alegrara una octava.
Eso significaba que si yo…
Igor se encargó de pararle los pies a mi ingenuo pensamiento.
―Sí, pero esa vida eterna era la que tu don tenía guardada para ti, era la tuya, y ahora jamás podrás acceder a ella. Me temo que ese ha sido tu sacrificio.
Mi aliento se esfumó con fuerza. Mi cuerpo se petrificó con cada palabra del Sabio. Ahora sabía a qué se refería Yezzabel cuando, sin quererlo, me había revelado que para resucitar a alguien era necesario un pago a cambio. Sin embargo, perder mi privilegio de vida eterna no me importaba en absoluto. Al contrario. Gracias a eso había resucitado a Nathan, y eso era lo más importante para mí, así que no me arrepentía nada, se la entregaría un millón de veces si fuera necesario. Lo que sí me mataba era el resto del pago, por supuesto.
―Y el sacrificio que el don se tomó con Nathan ha sido borrar todo recuerdo de Juliah ―siguió Tom con un jadeo conmocionado, al hilo de mis pensamientos.
―Así es ―asintió Igor.
Me llevé la mano al pecho, muy angustiada.
―Pero no lo entiendo… ―murmuré, escudriñando las sombras del suelo―. Nathan ya había resucitado y seguía acordándose de mí.
En mis retinas aún podía visionar cada momento que había pasado junto a él durante estos días… Y él estaba como siempre.
―Hasta que traspasasteis la puerta hacia este lado ―acertó Igor de nuevo. Le observé, sorprendida, y él respondió a mi pregunta muda―. El intercambio por el don se activó una vez volvisteis a entrar en las Cuatro Tierras. Al igual que a Orfeo, el don permite a Nathan entrar y salir de las Cuatro Tierras. Para que el don se hiciera efectivo del todo y se completara, era necesario que Nathan cruzara al lado de ahí fuera y regresara.
Solté otra exhalación compungida.
―Bueno, míralo por el lado bueno. Al menos no se ha quedado estéril ―dijo Danny con una risa forzada, en un intento de bromear para animarme.
Sabía que lo hacía con la mejor intención, sin embargo, mis ojos no le miraron con mucho ánimo, precisamente. Él carraspeó y recompuso la postura.
―La mente de Nathan únicamente ha borrado los recuerdos referentes a ti, todos los demás siguen intactos ―me aclaró Igor―. Por eso tiene lagunas en todos los acontecimientos en los que has participado. Sigue recordándolos, sí, pero le faltan esas partes en las que deberías aparecer tú. Eso seguramente le provocará mucha confusión si insistimos demasiado en que evoque ciertos recuerdos que son muy importantes en su vida, como los relacionados con Dick, por ejemplo, incluso podría entrar en un estado de shock.
―¿Y qué hacemos? ―pregunté, desesperada.
―En mi opinión, nada ―intervino Dominic con el mentón en alza.
Mi ofendido rostro se giró hacia él.
―¿Nada?
―Esto ha sido lo mejor que podía pasar. Lo mejor para ambos. Es un bienhechor castigo del destino que sirve para encauzar las aguas al que debe ser su verdadero cauce.
―¿Su verdadero cauce? ―me indigné―. El único cauce, el único destino que hay en mi vida, es Nathan, que os quede claro de una vez. Guerrero o sacerdotisa, él y yo hemos nacido para estar juntos, y estaremos juntos para siempre, os guste o no. Y si no hubiéramos nacido para estarlo, me daría igual. Yo estaré con él a toda costa, destinados o no, ofenda quien ofenda, caiga quien caiga. Ya estoy harta de esto. No pienso rendirme ni quedarme de brazos cruzados. Nathan volverá a recordarme, haré todo lo necesario para que así sea ―juré sin titubeos.
Esta no era la primera vez que el destino me daba una bofetada, pero tampoco era la última que la iba a esquivar y vencer.
―Nathan no te recordará jamás ―me previno Igor, utilizando la misma cautela de antes―. El sacrificio para que la magia concediera el don ha sido sellado, no tiene vuelta atrás, no se puede enmendar, ni siquiera tú puedes.
―Eso ya lo veremos.
―Piensa lo que dices, Juliah ―me rogó Leonard―. Esta situación, aunque considerada mala por ti, podría favoreceros.
Seguía enfadada, pero le miré sin comprender.
―Lo que Leonard está intentando decir es que con esta situación el juicio por vuestro delito podría anularse ―terció Elina, mirándome con esa dulzura que destilaban sus ojos y que me imploraban que me lo pensara mejor―. Es muy fácil demostrar que Nathan, debido al don que le concediste de la vida, ha perdido todo recuerdo hacia ti. Muchos han sido testigos de su resurrección en el Este, no es difícil de demostrar. Eso ya sería considerado un pago por el delito y el juicio sería anulado para ambos. Pero si tú insistes en hacer que recuerde, si insistes en querer seguir con vuestra relación, no tendríamos más remedio que imputarte el delito a ti y tendrías que ir a juicio.
―Si insistes en ese empeño, no nos dejarás más opciones. Después de finiquitada la misión, tendremos que entregarte a los Cuatro Reyes para que te juzguen ―farfulló Dominic, malhumorado como de costumbre.
Estaba dispuesta a rebatir todo lo que me dijeran, pero de repente mi garganta se quedó bloqueada cuando medité un segundo en sus palabras. Quería recuperar a Nathan y lo iba a hacer, fuera como fuera, pero ¿realmente me interesaba hacerlo de una forma tan manifiesta y descarada? La respuesta era obvia: no. No, los Siete Sabios no tenían por qué enterarse de mis intenciones, no tenía por qué enterarse nadie. Eso solamente me pondría más trabas y obstáculos, y tampoco solucionaría nada si yo era llamada a juicio, aunque no tuviera pensado asistir. Tenía que respetar el plan inicial de Nathan, ese que me había desvelado justo antes de partir del Este y que todavía tenía tan fresco en mi cabeza:
«Ya te lo dije, no pienso huir. Y el Norte sigue siendo mi reino, aunque ahora lo sea de una forma diferente. Además, aunque yo jamás hubiera permitido que Orfeo te llevara con él, esto nos venía de perlas para que no se saliera con la suya. Tenemos que ser listos con respecto a tu compromiso, siempre es mejor tener un apoyo legal al que aferrarnos. De momento, con la protección legal del Norte serás intocable para Orfeo. Eso nos viene muy bien».
Me mordí el labio. Ahora no podía permitirme meter la pata. ¿Qué pasaba si, de algún modo, lograban bloquearme los poderes y me llevaban ante el Jurado Real? Orfeo podría aprovecharse de eso, y a Nathan no le iba a gustar nada. Tenía que ser lista y jugar bien mis cartas. Tenía que ser tan lista como lo sería Nathan en mi situación.
Comencé mi actuación. Hice como si toda mi determinación de antes se desmoronara ante esa verdad indiscutible que me habían mostrado los Sabios y de la que tan convencidos estaban.
―Pero yo quiero… ―fingí que me ahogaba con un sollozo y me llevé la mano al pecho―. Quiero que vuelva a recordarme…
―Por desgracia, me temo que eso no va a ocurrir ―lamentó Igor.
―¿Por qué…? ¿Por qué tiene que pasarme esto? Ahora que había resucitado… Ahora que íbamos a estar juntos…
―Siento haber sido tan directo, pero debes saber la verdad para no colmarte de esperanzas vanas que solamente te llevarán a una depresión o una obsesión enfermiza. Aunque en estos momentos lo veas como algo imposible, debes dejar que el destino siga su curso.
Otra vez con ese rollo del destino…
―No, no puede ser… ―negué con la cabeza, dejando que unas lágrimas falsas pero eficaces rodaran por mis mejillas.
Vaya, esto se me daba mejor de lo que creía.
―Lo lamento mucho, Juliah ―murmuró Igor con tristeza.
Reconozco que me vine un poco arriba con mi interpretación, aunque coló. Simulé un desvanecimiento y todos a mi alrededor se acercaron para sujetarme.
―Nathan… ―lloré―. Es como si no hubiera resucitado…
―Será mejor que descanse en sus aposentos ―dijo Elina muy preocupada.
―Mark, ve a llamar a dos protectores para que la acompañen a su alcoba ―ordenó Igor, inquieto por mí.
―Sí ―se apresuró a obedecer el mencionado.
Mark soltó mi brazo y salió corriendo. Entre tanto, yo continué con mi brillante actuación. Esperaba que funcionase.