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TAMARA GUTIÉRREZ PARDO

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TAMARA GUTIÉRREZ PARDO

CUARTO LIBRO DE LA SAGA

Castillo Oeste

LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

— OESTE —

ISBN, DEPÓSITO LEGAL Y REGISTRO


Página web de la saga: www.tgp7904.wix.com/los4pc
Página Facebook: www.facebook.com/LosCuatroPuntosCardinales


Los Cuatro Puntos Cardinales. Oeste.
Todos los derechos reservados.
© 2016, Tamara Gutiérrez Pardo.

Del diseño de la portada: Equipo de Bubok.

Los personajes y los hechos narrados en esta novela son ficticios. Todo parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia y no es intencionado por parte de la autora.


ISBN formato libro impreso: 978-84-617-6409-9
Depósito legal libro impreso: AS 03602-2016
ISBN formato e-book: 978-84-686-4285-7


Queda terminantemente prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de la autora, titular de la Propiedad Intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Propiedad Intelectual (arts. 270 y sgts. Del Código Penal).

Este libro está registrado en la Propiedad Intelectual para evitar posibles plagios. Todos los derechos están reservados a Tamara Gutiérrez Pardo, la mala utilización de los mismos por parte de otras personas podría ser objeto de delito.
EN CASO DE COPIA O PLAGIO LA AUTORA TOMARÁ LAS MEDIDAS LEGALES QUE SEAN NECESARIAS.


Para mi niña preciosa, el amor de mi vida: Julia. Y para ese faro que siempre me ilumina y me guía cuando la oscuridad quiere rondarme: mi padre.

Quiero dedicarle esta cuarta entrega a las que son mis mayores fans: mi hermana Lucía, mi correctora, mi apoyo y mi aliento en los momentos bajos, no sé qué haría sin ti.; mi madre, gracias por apoyarme y por valorarme tanto, por apreciar mi trabajo a pesar de lo crítica que sueles ser siempre con todo; y mi abuela, por ser mi fan número uno y mi defensora incondicional. ¡Os quiero a las tres!

Y aunque ya suene a tópico, quiero añadir mis agradecimientos a todos mis lectores de verdad. Esta saga nunca hubiera tenido continuidad si no es por vosotros; si sigo escribiendo es por vosotros, los lectores más maravillosos del mundo. Muchas gracias por vuestra infinita paciencia y vuestra fe en mí, ¡os adoro a todos!

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PARTE 1

— OLVIDO —

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PREFACIO

Suspiré, algo desesperado por las cosas tan extrañas que me pasaban últimamente. Me cubrí la frente con el antebrazo, sin embargo, eso no impidió que mi vista se tropezara con las fotografías de la pared.
Las examiné de nuevo, y seguía sin ver a nadie más excepto a mí. Se me escapó un pequeño gruñido por que algo que tendría que ser tan absurdo se me pasara por la cabeza, pero ¿en serio salía la sacerdotisa en ellas? ¿Por qué Liam podía verla y yo no? Irremediablemente, me paré a pensar en todo lo que me habían dicho mis amigos, e Igor. «Tu mente alberga lagunas que ni tú mismo puedes explicar, ¿no es así?»
Me froté la cara, ahora muy inquieto. Sí, era verdad, cuando me paraba a recapacitar un segundo, descubría muchas lagunas entre mis recuerdos. Y, si todos los demás no estaban locos, ni yo tampoco, esas fotografías eran la prueba. Pero no recordaba a la sacerdotisa, ni siquiera si ahondaba entre mis recuerdos con Dick.
Mis ojos se entornaron mientras trataba de encontrar alguna sombra en la fotografía que revelara que su imagen se hallaba junto a la mía. Me mordí el labio, y de repente caí en algo en lo que no había reparado antes.
¿Por qué llamaba tío Chad y tía Audrey a los susodichos? Enseguida encontré una respuesta entre el descomunal barullo de mi mente que me satisfizo: Dick siempre les había llamado así delante de mí para que yo también lo hiciera. Después de todo, yo era como un hijo para él.
Sin embargo, y aunque tratara de negármelo a mí mismo con todas mis fuerzas, seguía sin recordar bien todos mis momentos con Dick, incluidos esos, lo que me mosqueaba mucho.
¿Sería verdad? ¿Sería verdad que siempre había conocido a la sacerdotisa y que me había olvidado de ella? ¿Sería verdad que ella y yo éramos… novios?

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SIN RECUERDOS

— JULIAH —

Mi cuerpo seguía congelado y paralizado.
―Nathan… ―jadeé, atónita y perdida.
Él terminó de volverse hacia mí con rapidez, mostrándome su desconfianza con la mirada.
―¿Cómo sabes mi nombre? ―me repasó de arriba abajo, hasta que sus pupilas se fijaron en mi diadema y parecieron llegar a una conclusión―. Claro, una sacerdotisa ―chistó. Pero entonces, sus ojos volvieron a estudiar mi frente y la suya se arrugó con extrañeza―. ¿La… sacerdotisa del Norte?
Por un momento me obligué a pensar en la posibilidad de que se tratase de una broma.
―Venga, déjalo ya ―sonreí con ciertos reparos―. Esta broma ya me está asustando.
―¿Broma? ¿Es que tengo cara de estar de broma?
La pincelada que subrayaba su mirada se presentaba de una manera tan inusitada para mí, y hablaba tan claro, que ni siquiera me dio la oportunidad de sentir el alivio que me hubiera ofrecido un mínimo conato de duda. Nathan hablaba en serio. Muy en serio.
Mi sonrisa se vino abajo en picado y el latigazo helado que me había fustigado cuando le había escuchado preguntar quién era yo volvió a azotarme.
―Nathan, soy… soy Juliah. July ―murmuré, tratando de que sus ojos reconocieran a los míos.
Sus cejas bajaron más.
―¿Quién?
Exhalé con un nerviosismo y un terror que rozaba el pavor. Mi corazón se puso a latir a mil por hora, de una forma caótica y desordenada. No podía creerlo… ¿Qué estaba pasando? ¿De verdad no se acordaba de mí?
―Ah, ya estáis aquí.
La voz de Mark hizo que Nathan desviase su atención hacia él. Tras nuestro amigo, caminaban Tom y Danny. Me quedé a la espera, escudriñando la reacción de Nathan.
―¿Qué pasa, tíos? ―saludó, y los cuatro chocaron las manos al igual que hacían siempre.
¿De ellos no se había olvidado?
―¿Preparados para lo que os espera? ―nos preguntó Mark, contemplándonos a los dos.
Nathan se percató de esa observación. Me miró a mí con extrañeza y después se dirigió a Mark.
―¿Lo que nos espera? ―repitió, enrarecido y mosqueado―. ¿De qué hablas? ¿Es que ha pasado algo?
Mark, Tom y Danny se quedaron algo perplejos. Me adelanté dos pasos, ya neurótica, y me puse frente a ellos.
―No se acuerda de mí, no sé qué le pasa ―les revelé con un nudo gigante en la garganta que estaba a punto de romperse.
―¿Cómo? ―la frente de Mark se llenó de arrugas.
―Dice que no me recuerda ―sollocé ya, muy nerviosa.
Los ojos de Mark se posaron en Nathan y luego volvieron conmigo.
―Estáis de coña, ¿no? ―sonrió.
―Ojalá, pero es la verdad ―le respondí entre lágrimas desesperadas. Mis manos se enredaban con temblores―. Antes… antes estábamos paseando por el jardín de casa con total normalidad, pero cuando entramos al otro lado dejó de reconocerme.
Tanto Danny como Tom y Mark se quedaron atónitos.
―¿No… te acuerdas de ella? ―inquirió Mark, dirigiéndose a Nathan con unos ojos abiertos como platos.
Mi guerrero, que seguía con el ceño fruncido de extrañeza, le miró como si estuviera loco.
―No, claro que no.
―¿De verdad? ¿De verdad no te acuerdas de ella? ¿Ni un poco?
―Ya te he dicho que no. ¿Qué te pasa? No la conozco de nada ―farfulló Nathan, chistando.
Mis bronquios comenzaron a moverse con ansiedad. Mark frunció los labios y le contempló un rato con ojos analizadores y pensativos.
―Ven, vamos fuera un momento ―le propuso de repente, agarrándole del brazo.
―¿Fuera? ¿Para qué? ―desaprobó Nathan, aunque Mark le arrastraba―. ¿Qué te pasa, tío?
La salida hacia el otro lado se presentó a unos pocos metros de nosotros.
―Juliah, tú ven también.
Pegué un bote cuando reparé en lo que quería hacer.
―Sí.
Corrí hacia allí y los tres cruzamos al mundo de fuera.
―¿Qué cojones quieres? ―resopló Nathan, soltándose de su mano.
―Mírala ―le indicó Mark, y me cogió de los hombros para ponerme frente a mi guerrero.
Nathan me observó, si bien sus perplejas pupilas se alejaron hasta la cara de su amigo.
―Qué.
―¿No te acuerdas de ella? ―parpadeó Mark.
―¿Otra vez? ―se quejó―. No.
Mi desesperación volvió a desalojar mi caja torácica. ¿Tampoco me recordaba aquí?
―Espera, vamos a cruzar de nuevo ―decidió Mark, y le sujetó del brazo para hacerle ir al círculo semi invisible.
Una vez más, los tres cruzamos a las Cuatro Tierras. Danny y Tom, que aquí habían esperado alrededor de veinticuatro minutos, observaban con expectación y desconcierto. Entre tanto, Mark me ponía frente a Nathan de nuevo.
―Mírala.
―No me jodas, tío, ¿otra vez? ―bufó Nathan, esquivándonos para alejarse un poco de ese acoso―. Anda y déjame en paz, llegaremos tarde por culpa de tus chorradas.
―Pues no, no se acuerda de ti ―concluyó Mark, pestañeando.
―¡Dios mío, Mark! ―lloré, llevándome las manos a la cara con desconsuelo. Me caí de rodillas―. ¡Dime que esto no está pasando! ¡Que es una pesadilla!
En ese momento pasé a ser yo la loca para Nathan.
―Vamos, tranquila, habrá una explicación, seguro, y también una solución ―intentó calmarme Mark, tirando de mí para ponerme de pie.
Lo logré a duras penas.
―Tiene que ser un hechizo ―manifestó Tom.
―Sí, tiene que ser eso ―coincidió Danny mientras ambos analizaban con la mirada a Nathan.
―Joder, ¿de qué cojones estáis hablando? ―resopló él.
Me volví hacia mi guerrero con precipitación y me tiré en su pecho.
―¡Nathan, soy July, dime que me reconoces! ―le dije, desesperada, buscando una complicidad en sus ojos―. ¡Nos conocemos desde que éramos unos bebés, y ahora… ahora somos novios!
Pero esa complicidad no apareció por ningún lado. Al revés.
―Oye, mira… ―sus manos sujetaron mis muñecas y las despegaron de su camisa ninja―. No te conozco de nada. Además, yo no tengo ni tendré novia. Y menos una novia de una clase superior ―añadió con ese tono rencoroso y chulesco con el que solía hablarle a las altas esferas.
Mi corazón estalló y se desperdigó en un millón de gélidos trozos, mientras él se alejaba de mí ante los estupefactos ojos de nuestros amigos.
―No… ―musité con un frágil murmullo de voz, negando con la cabeza. Mis lágrimas saltaron otra vez.
―Tranquila, esto tiene que tener una explicación ―me dijo Tom con un cuchicheo para tratar de calmarme, acercándose a mí junto a Mark y Danny.
―Puede que sea un hechizo o algo así ―intervino Mark―. Puede que Yezzabel le hiciera alguno antes de huir de la arena.
¿Un hechizo? El episodio en que esa bruja había intentado hacerse con el corazón de Nathan a través de mí emergió en mi mente de inmediato. Sin embargo, ella no había obtenido lo que quería. Y una vez terminada la batalla Yezzabel había huido cuando Nathan se levantaba resucitado. ¿Le habría dado tiempo a crear un hechizo? Necesitaba de nuestro amor para sus propósitos. ¿Se habría servido de nuestro beso? Pero yo no había notado nada, y estaba segura de que hubiera sentido un hechizo maligno insertándose en Nathan, de haber sido así.
―Quizá los Siete Sabios sepan de qué se trata ―añadió Danny.
―Igor nos dirá qué le pasa ―asintió Mark―. Nos dirá qué le pasa y daremos con la solución, tranquila ―agregó para mí.
―Bueno, ¿nos vamos ya? ―protestó Nathan a unos metros de nosotros.
Eché el aire con desazón, confusa y aturdida por todo esto.
―Será mejor que le sigamos la corriente hasta que hablemos con Igor ―sugirió Mark.
―¿Seguirle la corriente? ―cuestioné, inquieta.
―Ya sé que es difícil, pero no sabemos qué le pasa, y si insistimos demasiado puede que sea peor. Creo que es mejor que tengamos paciencia y esperemos a lo que nos diga Igor. A lo mejor él sabe el remedio, te dice cómo solucionarlo con tu magia y esto solamente le dure unas horas.
Exhalé, aunque nada tranquila. No me gustaba nada la idea de pasarme todo el camino a su lado actuando como si fuera una extraña para él, pero Mark tenía razón. Y tampoco iba a conseguir nada poniéndome histérica.
―Está bien.
Mark asintió y comenzó a andar para seguir a Nathan. Los demás acompañaron sus pasos, así que yo también empecé a caminar. Me quedé mirando la espalda de Nathan con un sentimiento de desconcierto total, sintiéndome de lo más rara por esta situación tan extraña y chocante, y por no hacer nada, en tanto Mark se ponía a su lado.
―¿Quién es? ―le preguntó Nathan a su amigo con un cuchicheo, echándome un fugaz vistazo que dirigió por encima del hombro.
Mi pulso se resquebrajó una vez más.
―Es… la sacerdotisa del Norte.
Mi guerrero sesgó su rostro hacia atrás y me regaló otra mirada de reojo.
―¿Y desde cuándo tenemos sacerdotisa? Nadie me ha dicho nada ―reprochó, observando lo que tenía delante de nuevo.
―Desde… hace poco.
―Pues vaya sacerdotisa. Está un poco desequilibrada, ¿no?
Mi alma se llenó de una zozobra negra. Tenía unas ganas de llorar horribles.
―Bueno, yo no diría eso…
Nathan me echó otro vistazo, y no se quedó nada conforme.
―¿Es que va a venir con nosotros? ―gruñó.
―Tenemos… tenemos órdenes de acompañarla hasta Palacio ―se inventó Mark.
―Órdenes ―chistó―. Nosotros ya no obedecemos órdenes de nadie, ¿recuerdas? Que llamen a los protectores, ¿no están ellos para eso?
―Sí, pero ahora no podemos dejarla sola por el bosque. Sería peligroso para ella.
―¿Peligroso para ella? Es una sacerdotisa. Digo yo que sabrá defenderse de sobra ella sola, ¿no?
―Vamos, Nathan, enróllate un poco ―le pidió Mark―. Tampoco nos cuesta nada que nos acompañe en el camino. Además, no es como obedecer una orden ni nada de eso. Al contrario. Si dejamos que nos acompañe es porque nos da la gana. Aquí mandamos nosotros.
Nathan le dedicó una mirada que mezclaba enfado con incredulidad.
―¿Te crees que soy tonto?
―Vamos, Nathan ―le suplicó Mark―. Ahora ya no podemos dejarla sola por el bosque.
Los ojos de plata de Nathan oscilaron en mi dirección de nuevo. Por primera vez, se insertaron en los míos, provocando en mi estómago el hormigueo de siempre. Después de un rato en el que mi corazón se aceleró, giró el semblante hacia delante y gruñó.
―Está bien, pero esto solo será una excepción ―claudicó a regañadientes.
―Claro ―aceptó Mark con una sonrisa. Y me brindó un guiño.
De pronto, las hojas de la maleza sisearon y el caballo azabache salió de entre sus ramas. Se aproximó a Nathan con sus pisadas huecas.
―Hombre, has aparecido por fin ―le dijo mi guerrero, acariciándole.
El equino resopló, como si le contestara. Pero alguien más apareció en escena. Mi precioso caballo plateado saltó un grupo de arbustos y llegó hasta nosotros con un trote suave y grácil.
―¿Qué hace aquí este caballo? ―inquirió Nathan, observando al susodicho con las cejas sobre los ojos.
―Pues…
La boca de Mark enmudeció cuando mi compañero se acercó para saludarme, y sus pupilas oscilaron hacia Nathan impulsivamente. Éste se quedó boquiabierto durante unos segundos con mil preguntas reflejándose en su rostro.
―¿Qué diablos…? ―murmuró.
Acaricié al caballo y saqué su peculiar montura del rincón de siempre delante de la pasmada mirada de mi guerrero. Vestí al equino y sujeté las crines para impulsarme. Entonces el cuerpo de Nathan sufrió un respingo de reacción.
―Hey, no, ten cuidado. Ese caballo es peligroso, no está domado, podrías hacerte daño si se… ―cuando mi trasero se posó sobre el lomo de mi compañero plateado y el animal se quedó tan tranquilo, la voz de Nathan se cortó abruptamente―. ¿Pero qué coño…? ―murmuró otra vez, estudiando con sorpresa lo que estaba viendo.
―Venga, monta en el tuyo y no preguntes ―le dijo Mark, dándole una palmada en la espalda.
Mientras Mark y los chicos se subían a sus caballos, mis ojos se clavaron en los de Nathan. Quisieron enviarle un mensaje, quisieron ayudarle a recordar quién era yo. Los suyos parecieron quedarse atrapados, regalándome un soplo de esperanza, sin embargo, tras unos segundos Nathan apartó la mirada súbitamente, me dio la espalda y se montó en su caballo.
¿Habría tenido aunque solo fuera un recuerdo?
No lo sabía, y tampoco sabía si Igor podía ofrecerme una esperanza, pero no pensaba rendirme.

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LISTA

Los Siete Sabios se repartían en hilera delante de los tronos, y sus semblantes no dejaban lugar a dudas. Sus facciones entretejían y combinaban expresiones que abarcaban sentimientos tan dispares como el enfado, el desconcierto y la incredulidad.
―Si esto es una argucia para tratar de eludir vuestro castigo…
―Ojalá lo fuera, pero no es ningún engaño, Otis ―repliqué, muy nerviosa.
―¿Entonces es cierto? ¿No recuerdas a Juliah? ―preguntó Lamaria, observando a Nathan atentamente con unos ojos abiertos de par en par.
Mi guerrero suspiró y cruzó los brazos en el pecho.
―No, ya os he dicho que no sé quién es ella ―refunfuñó, oscilando el peso de su cuerpo en la otra pierna, cansado―. ¿Qué demonios os pasa a todos?
―Sin embargo ―continuó Dominic con su típico tono de gruñón―, sí recuerdas tu rebelión.
―Pues sí ―confirmó Nathan, alzando la barbilla con altanería.
―¿Y cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puede ser posible que recuerdes unas cosas y otras las olvides?
Igor, quien llevaba un rato reflexionando, levantó la mano e hizo callar a Dominic.
―Creo que puede haber una respuesta para eso ―dijo, analizándonos a Nathan y a mí con la mirada. Sentí un halo de esperanza en el corazón al oír eso. Guardó un instante de silencio y reanudó su intervención, fijando sus pupilas orientales en mi guerrero―. Dime, Nathan, ¿de veras estás convencido de no conocer a nuestra sacerdotisa?
―No, ya os he dicho que no ―Nathan suspiró por enésima vez.
―Pero seguro que recuerdas la misión que os fue encomendada tanto a ti como a tus compañeros para salvar la vida de Eudor.
―Sí, claro que sí.
―¿Puedes decirme en qué consistía dicha misión?
―¿A qué viene esto? ―protestó Nathan.
―Por favor, ¿puedes decirme en qué consistía?
El resoplido de Nathan se fugó con virulencia.
―En reunir los ingredientes para el antídoto ―contestó con aire inapetente―. Una porción de cada elemento de las Cuatro Tierras.
―Así es ―Igor asintió―. Y, si lo recuerdas, ya tenemos en nuestro poder tres de los elementos: el Agua de la Vida, la Tierra Sagrada y, por supuesto, el Fuego del Poder.
―Sí, ¿y qué? ―cuestionó Nathan, encogiéndose de hombros.
El Sabio se acercó un paso a él para mirarle con más ahínco.
―No recuerdas del todo cómo los conseguisteis, ¿verdad? Me refiero a cada secuencia de esos precisos momentos.
―Claro que lo recuerdo. Nosotros… Bueno, el Agua de la Vida… La… la Tierra Sagrada… ―por primera vez, la vista de Nathan descendió, algo trastornada.
―Tu mente alberga lagunas que ni tú mismo puedes explicar, ¿no es así? ―adivinó Igor.
Nathan le miró con rapidez.
―No, yo…
―Nathan, ¿cómo crees que habéis podido haceros con cada porción de Agua de la Vida y Tierra Sagrada? Eso jamás hubiera sido posible sin la participación de nuestra sacerdotisa, solo ella puede tocar esos ingredientes ―le explicó Igor. Los brazos de Nathan se aflojaron y cayeron a ambos lados mientras volvía a ocultar la mirada en el suelo, desconcertado y pensativo―. ¿No te parece extraño que todos sepamos de la existencia de la sacerdotisa Juliah y tú no? ¿No te parece extraño que seas únicamente tú el que no la conozca?
Los extraviados ojos de Nathan continuaron buscando respuestas en las baldosas. Unas respuestas que no parecían hallar.
―Ahora mismo no lo recuerdas, pero Juliah es la hija de Elizabeth y Dick, tu Maestro ―le reveló Igor.
En ese instante, las pupilas de Nathan se izaron súbitamente hacia él y luego viraron automáticamente hacia mí, casi con un espasmo. Mi pulso se aceleró. Mientras se enfrascaba en mi rostro, se entrecerraron con extrañeza, pero también con turbación y confusión.
Mark se acercó a él y le puso la mano en el hombro.
―Nathan, ¿no te das cuenta? Juliah y tú os conocéis desde que erais tan solo unos críos. Siempre has estado enamorado de ella, y ahora por fin estáis juntos.
Después de que sus ojos se sorprendieran en los míos, mi guerrero le observó inopinadamente y se zafó con brusquedad.
―Déjame en paz ―gruñó. Miró alrededor al igual que haría un animal acorralado; a Mark y los chicos, a los Siete Sabios―. Dejadme en paz. ¡Dejadme en paz, todos!
Me dedicó un último vistazo a mí, idéntico al anterior, y flagelando a mi pobre corazón inició su marcha del salón a toda prisa.
―¡Nathan! ―le llamé con desesperación, empezando a seguirle.
Una mano en mi brazo me detuvo.
―Espera, Juliah ―me pidió Igor―. Es mejor que le dejemos tranquilo por el momento, ya ha recibido demasiada información.
El portazo que sonó acto seguido taponó mi angustiada exhalación.
―¿Y qué se supone que tengo que hacer? ¿Quedarme de brazos cruzados? ―rebatí, volviéndome hacia él con enfado.
―¿Qué podemos hacer? ―le preguntó Mark, preocupado―. Si está bajo la influencia de algún hechizo…
―Ha sido Yezzabel, seguro ―masculló Danny, apretando los dientes y los puños.
―No es un hechizo. Y lo que le ocurre no ha sido obra de Yezzabel ―aseguró Igor.
Todos los presentes sesgamos la mirada hacia él con atención.
―¿No? ―Mark frunció el entrecejo.
―Entonces, ¿qué le pasa? ―quise saber, ansiosa.
Durante unos segundos, Igor me observó con una prudencia que me asustó.
―Ha sido la resurrección ―reveló con gesto grave y preocupante.
Los demás Sabios jadearon, mirándose los unos a los otros, y gracias a sus semblantes quedó patente que acababan de darse cuenta de a qué se refería.
―¿Có-cómo? ―musité.
―Dime, Juliah, ¿formulaste algún… conjuro cuando resucitaste a Nathan? ―Igor enunció esa pregunta, pero me daba la impresión de que lo único que quería era corroborar algo que ya sabía.
―¿Que si formulé algún… conjuro?
A pesar de la conmoción que sentía por todo esto, me paré a pensar un minuto. Al principio estaba segura de que no. ¿Un conjuro? ¿Cómo iba yo a hacer un conjuro? Sin embargo, de repente, en el rebobinado que mi cerebro hizo de aquellos espantosos momentos en que Nathan estaba muerto, aparecieron unas palabras que mi alma y mi corazón habían pronunciado con todas sus fuerzas:
«Toma mi cuerpo y mi alma, son tuyos. Toma mi espíritu, mi don, mi magia, todos mis privilegios. Toma mi vida eterna, te entrego el privilegio de vida eterna que me fue concedido, pero vuelve. ¡VUELVE, REGRESA!»
En ese momento ni siquiera había sido consciente de lo que hacía…
―No puede ser… ―espiré, boquiabierta y con la mirada perdida.
Una vez más, el experto y erudito Igor pareció tener una habilidad especial para adivinar con total certeza lo que había ocurrido.
―Con tu conjuro, le concediste un don ―me reveló.
Alcé la cabeza, atónita.
―¿Un don?
―Todo don concedido mediante magia externa, todo don antinatural, requiere un intercambio, un sacrificio ―empezó a esclarecer―. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en Orfeo. Gälion le concedió su don de rey, pero a cambio ella sacrificó su juventud y él, aunque lo desconozco, tuvo que sufrir algún pago.
―Se… quedó estéril ―logré articular a duras penas.
Los chicos se miraron entre sí, estupefactos. Igor hizo una pausa grave para observarme a mí en la que mi corazón ya se paralizó.
―Una resurrección es algo antinatural. Sin darte cuenta, tú le concediste el don de la vida a Nathan, Juliah, le has concedido vida eterna.
―¿Vida… eterna? ―aunque la situación seguía siendo pésima, no pude evitar que mi voz se alegrara una octava.
Eso significaba que si yo…
Igor se encargó de pararle los pies a mi ingenuo pensamiento.
―Sí, pero esa vida eterna era la que tu don tenía guardada para ti, era la tuya, y ahora jamás podrás acceder a ella. Me temo que ese ha sido tu sacrificio.
Mi aliento se esfumó con fuerza. Mi cuerpo se petrificó con cada palabra del Sabio. Ahora sabía a qué se refería Yezzabel cuando, sin quererlo, me había revelado que para resucitar a alguien era necesario un pago a cambio. Sin embargo, perder mi privilegio de vida eterna no me importaba en absoluto. Al contrario. Gracias a eso había resucitado a Nathan, y eso era lo más importante para mí, así que no me arrepentía nada, se la entregaría un millón de veces si fuera necesario. Lo que sí me mataba era el resto del pago, por supuesto.
―Y el sacrificio que el don se tomó con Nathan ha sido borrar todo recuerdo de Juliah ―siguió Tom con un jadeo conmocionado, al hilo de mis pensamientos.
―Así es ―asintió Igor.
Me llevé la mano al pecho, muy angustiada.
―Pero no lo entiendo… ―murmuré, escudriñando las sombras del suelo―. Nathan ya había resucitado y seguía acordándose de mí.
En mis retinas aún podía visionar cada momento que había pasado junto a él durante estos días… Y él estaba como siempre.
―Hasta que traspasasteis la puerta hacia este lado ―acertó Igor de nuevo. Le observé, sorprendida, y él respondió a mi pregunta muda―. El intercambio por el don se activó una vez volvisteis a entrar en las Cuatro Tierras. Al igual que a Orfeo, el don permite a Nathan entrar y salir de las Cuatro Tierras. Para que el don se hiciera efectivo del todo y se completara, era necesario que Nathan cruzara al lado de ahí fuera y regresara.
Solté otra exhalación compungida.
―Bueno, míralo por el lado bueno. Al menos no se ha quedado estéril ―dijo Danny con una risa forzada, en un intento de bromear para animarme.
Sabía que lo hacía con la mejor intención, sin embargo, mis ojos no le miraron con mucho ánimo, precisamente. Él carraspeó y recompuso la postura.
―La mente de Nathan únicamente ha borrado los recuerdos referentes a ti, todos los demás siguen intactos ―me aclaró Igor―. Por eso tiene lagunas en todos los acontecimientos en los que has participado. Sigue recordándolos, sí, pero le faltan esas partes en las que deberías aparecer tú. Eso seguramente le provocará mucha confusión si insistimos demasiado en que evoque ciertos recuerdos que son muy importantes en su vida, como los relacionados con Dick, por ejemplo, incluso podría entrar en un estado de shock.
―¿Y qué hacemos? ―pregunté, desesperada.
―En mi opinión, nada ―intervino Dominic con el mentón en alza.
Mi ofendido rostro se giró hacia él.
―¿Nada?
―Esto ha sido lo mejor que podía pasar. Lo mejor para ambos. Es un bienhechor castigo del destino que sirve para encauzar las aguas al que debe ser su verdadero cauce.
―¿Su verdadero cauce? ―me indigné―. El único cauce, el único destino que hay en mi vida, es Nathan, que os quede claro de una vez. Guerrero o sacerdotisa, él y yo hemos nacido para estar juntos, y estaremos juntos para siempre, os guste o no. Y si no hubiéramos nacido para estarlo, me daría igual. Yo estaré con él a toda costa, destinados o no, ofenda quien ofenda, caiga quien caiga. Ya estoy harta de esto. No pienso rendirme ni quedarme de brazos cruzados. Nathan volverá a recordarme, haré todo lo necesario para que así sea ―juré sin titubeos.
Esta no era la primera vez que el destino me daba una bofetada, pero tampoco era la última que la iba a esquivar y vencer.
―Nathan no te recordará jamás ―me previno Igor, utilizando la misma cautela de antes―. El sacrificio para que la magia concediera el don ha sido sellado, no tiene vuelta atrás, no se puede enmendar, ni siquiera tú puedes.
―Eso ya lo veremos.
―Piensa lo que dices, Juliah ―me rogó Leonard―. Esta situación, aunque considerada mala por ti, podría favoreceros.
Seguía enfadada, pero le miré sin comprender.
―Lo que Leonard está intentando decir es que con esta situación el juicio por vuestro delito podría anularse ―terció Elina, mirándome con esa dulzura que destilaban sus ojos y que me imploraban que me lo pensara mejor―. Es muy fácil demostrar que Nathan, debido al don que le concediste de la vida, ha perdido todo recuerdo hacia ti. Muchos han sido testigos de su resurrección en el Este, no es difícil de demostrar. Eso ya sería considerado un pago por el delito y el juicio sería anulado para ambos. Pero si tú insistes en hacer que recuerde, si insistes en querer seguir con vuestra relación, no tendríamos más remedio que imputarte el delito a ti y tendrías que ir a juicio.
―Si insistes en ese empeño, no nos dejarás más opciones. Después de finiquitada la misión, tendremos que entregarte a los Cuatro Reyes para que te juzguen ―farfulló Dominic, malhumorado como de costumbre.
Estaba dispuesta a rebatir todo lo que me dijeran, pero de repente mi garganta se quedó bloqueada cuando medité un segundo en sus palabras. Quería recuperar a Nathan y lo iba a hacer, fuera como fuera, pero ¿realmente me interesaba hacerlo de una forma tan manifiesta y descarada? La respuesta era obvia: no. No, los Siete Sabios no tenían por qué enterarse de mis intenciones, no tenía por qué enterarse nadie. Eso solamente me pondría más trabas y obstáculos, y tampoco solucionaría nada si yo era llamada a juicio, aunque no tuviera pensado asistir. Tenía que respetar el plan inicial de Nathan, ese que me había desvelado justo antes de partir del Este y que todavía tenía tan fresco en mi cabeza:
«Ya te lo dije, no pienso huir. Y el Norte sigue siendo mi reino, aunque ahora lo sea de una forma diferente. Además, aunque yo jamás hubiera permitido que Orfeo te llevara con él, esto nos venía de perlas para que no se saliera con la suya. Tenemos que ser listos con respecto a tu compromiso, siempre es mejor tener un apoyo legal al que aferrarnos. De momento, con la protección legal del Norte serás intocable para Orfeo. Eso nos viene muy bien».
Me mordí el labio. Ahora no podía permitirme meter la pata. ¿Qué pasaba si, de algún modo, lograban bloquearme los poderes y me llevaban ante el Jurado Real? Orfeo podría aprovecharse de eso, y a Nathan no le iba a gustar nada. Tenía que ser lista y jugar bien mis cartas. Tenía que ser tan lista como lo sería Nathan en mi situación.
Comencé mi actuación. Hice como si toda mi determinación de antes se desmoronara ante esa verdad indiscutible que me habían mostrado los Sabios y de la que tan convencidos estaban.
―Pero yo quiero… ―fingí que me ahogaba con un sollozo y me llevé la mano al pecho―. Quiero que vuelva a recordarme…
―Por desgracia, me temo que eso no va a ocurrir ―lamentó Igor.
―¿Por qué…? ¿Por qué tiene que pasarme esto? Ahora que había resucitado… Ahora que íbamos a estar juntos…
―Siento haber sido tan directo, pero debes saber la verdad para no colmarte de esperanzas vanas que solamente te llevarán a una depresión o una obsesión enfermiza. Aunque en estos momentos lo veas como algo imposible, debes dejar que el destino siga su curso.
Otra vez con ese rollo del destino…
―No, no puede ser… ―negué con la cabeza, dejando que unas lágrimas falsas pero eficaces rodaran por mis mejillas.
Vaya, esto se me daba mejor de lo que creía.
―Lo lamento mucho, Juliah ―murmuró Igor con tristeza.
Reconozco que me vine un poco arriba con mi interpretación, aunque coló. Simulé un desvanecimiento y todos a mi alrededor se acercaron para sujetarme.
―Nathan… ―lloré―. Es como si no hubiera resucitado…
―Será mejor que descanse en sus aposentos ―dijo Elina muy preocupada.
―Mark, ve a llamar a dos protectores para que la acompañen a su alcoba ―ordenó Igor, inquieto por mí.
―Sí ―se apresuró a obedecer el mencionado.
Mark soltó mi brazo y salió corriendo. Entre tanto, yo continué con mi brillante actuación. Esperaba que funcionase.

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