Hace 14 años escuché en Londres, por primera vez, la palabra candidiasis y jamás me imaginé que esa palabra, vacía de significado entonces, tendría tanta importancia en mi futuro.
Por aquella época mi tía empezó a manifestar unos síntomas muy extraños que ningún médico supo diagnosticar. Al no encontrar ayuda para resolver sus problemas, empezó a leer y a investigar por su cuenta. Un día llegó a casa con un libro sobre la candidiasis crónica, titulado The Yeast Connection, del doctor William Crook, y al leerlo supo que había encontrado una solución a su problema.
A partir de ese día su alimentación empezó a ser distinta. La cocina de su casa se llenó de suplementos nutricionales y de extrañas sustancias antifúngicos. Pasaron los meses y mi tía fue mejorando. Por supuesto, hubo altibajos, días buenos y otros no tanto, y así, experimentando con la alimentación y con los nutrientes y antifúngicos, poco a poco fue recobrando su salud. Ahí terminó la aventura de la candidiasis para mí.
Unos años más tarde, volví a encontrarme, una vez más, con esta curiosa palabra. Fue a través de unos seminarios y clases sobre la candidiasis en el Institute for Optimum Nutrition,[1] donde cursé mi carrera de nutrición ortomolecular. En esos seminarios, impartidos por Erica White, entendí todos aquellos síntomas que había estado sufriendo mi tía y todos aquellos suplementos nutricionales y antifúngicos que había tomado durante meses. Los seminarios fueron increíblemente reveladores: aprendí, entre muchas otras cosas, que la candidiasis intestinal crónica apenas era reconocida entre la profesión médica y, por ello, muchísimas personas, al no ser diagnosticadas, se convertían en pacientes crónicos. Me dí cuenta de que probablemente conocería a muchos de esos pacientes en mi futura consulta.
Erica White hablaba desde la experiencia porque ella misma durante años había sufrido candidiasis crónica sin saberlo. Llegó a estar postrada en una cama durante mucho tiempo, incapaz de hacer vida normal. Ante el sentimiento de impotencia y la poca ayuda que los médicos le pudieron proporcionar (ninguno encontraba explicación a su malestar) empezó a investigar sobre sus síntomas. Lentamente fue diseñando un programa de alimentación y suplementos nutricionales, el cual, sin embargo, tardó mucho tiempo en empezar a darle resultados positivos (hoy, afortunadamente, sabemos más cosas sobre la candidiasis, y los tratamientos actuales consiguen efectos positivos en muy pocas semanas). Aún así, ella intuía que iba por buen camino.
A pesar de la lentitud con la que su salud se iba recuperando, no solamente logró mejorar al 100 %, sino que a los cincuenta y pico años empezó a estudiar nutrición ortomolecular, y hoy es una de las terapeutas más conocidas en el Reino Unido por su experiencia en el tema de la candidiasis.
Cuando terminé la carrera, empecé a trabajar como nutricionista ortomolecular y efectivamente, tal y como había imaginado unos años atrás, conocí a muchos pacientes que, sin ninguna duda, sufrían de candidiasis crónica, en la mayoría de los casos sin saberlo. Mi interés sobre esta enfermedad «fantasma» tan incomprendida e ignorada, empezó a crecer. Leí y releí todos los libros que encontré sobre la candidiasis y atendí todos los seminarios y conferencias que pude durante mi larga etapa en Londres.
Al cabo de 11 años de mi aventura inglesa regresé a Barcelona. Lo primero que hice para ubicarme fue investigar cómo estaba el tema de la medicina natural y, más concretamente, la nutrición ortomolecular. Para mi sorpresa, esta terapia apenas se conocía aquí en España, así que decidí escribir un par de artículos que ofrecí a diversas revistas de salud, con el objetivo de dar a conocer esta maravillosa terapia, tan gentil y tan sencilla. La reacción del público ante los artículos publicados fue excelente. En vistas del interés empecé a publicar mensualmente. Un día, le ofrecí a la redacción de la revista con la que colaboraba, un artículo sobre la candidiasis crónica. Me respondieron que no les interesaba porque consideraban que era un tema demasiado especializado y con poco interés para el lector general. Me dí cuenta de que el concepto que tenían sobre la candidiasis estaba limitado únicamente a la candidiasis vaginal (el mismo concepto erróneo que todavía hoy se tiene de ella). Les insistí en que leyeran el artículo antes de decidir, ya que el tema era mucho más complejo y común de lo que imaginaban. Les envié el artículo y al cabo de poco rato me llamaron diciéndome que habían decidido publicarlo.
El artículo salió publicado en noviembre del año 1999, y hasta la fecha estoy recibiendo llamadas de personas explicándome que al leerlo se han sentido totalmente identificadas con este desequilibrio que desconocían, y que por fin, encuentran explicación a sus síntomas.
Desde entonces muchas personas han viajado desde Canarias, Lugo, Madrid, Oviedo, Mallorca, y otros puntos de España, haciendo enormes sacrificios para venir a Barcelona, a la consulta, y poder hacer un tratamiento para la candidiasis.
Cada vez que he recibido a estas personas, y he escuchado sus historias personales, sus interminables visitas a hospitales y médicos, su imposibilidad de trabajar, de disfrutar de la vida... se me ha encogido el corazón y me he helado pensando en cómo es posible que un desequilibrio tan común y tan «solucionable», pueda causar tanto sufrimiento; cómo es posible que entre los médicos no se contemple más la candidiasis crónica como origen de muchos de los síntomas de sus pacientes; cómo es posible que se desconozca que el origen de la candidiasis es, casi siempre, intestinal. ¿Cómo es posible que los laboratorios no tengan pruebas o análisis más eficaces y fiables para detectar su crecimiento intestinal...? Con lo fácil que sería, si existiese más conciencia de la candidiasis crónica, que las personas pudieran tratarse a tiempo en su población, en su barrio, con su médico. Así evitarían convertirse en pacientes crónicos.
Muchos médicos hoy en día niegan la candidiasis intestinal crónica, y con ello están negando el sufrimiento de muchas personas que la padecen. Yo les insisto a los pacientes que he tratado, que les expliquen o lleven información a sus médicos sobre este desequilibrio (a pesar de las reacciones que se puedan encontrar). Así, poco a poco y entre todos iremos abriendo camino y completando el rompecabezas de la candidiasis crónica.
Por supuesto, y afortunadamente, también existen cada vez más, médicos abiertos a nuevos conceptos e interesados no sólo en la enfermedad sino, también, en la salud de sus pacientes. No olvidemos a médicos tan fantásticos como el doctor William Crook, el doctor Orion Truss y el doctor Jeffrey Bland, entre otros, pioneros en el mundo de la medicina natural y, más concretamente, en el conocimiento y tratamiento de la candidiasis crónica. Pienso que una medicina verdaderamente eficaz, y por la que debemos luchar, debe mezclar el estudio de la enfermedad (misión de la medicina alópata) y el de la salud (misión de la medicina natural), y, sobre todo, trabajar en equipo.
Desde la primera vez que oí la palabra «candidiasis» hasta hoy han pasado muchas cosas en mi vida. Entre ellas, este libro: mi humilde contribución a un mejor conocimiento de la candidiasis crónica, fruto de la generosidad y sinceridad de todos mis queridos pacientes, que tanto me han enseñado durante estos años.
Barcelona, primavera de 2003
1 Instituto de investigación de temas de salud y nutrición fundado en Londres, en 1984, por Patrick Holford, autor de La biblia de la nutrición óptima, Ed. Robinbook, Barcelona, 1999.
Si llevas tiempo sufriendo de síntomas inexplicables que aparecen y desaparecen, que empeoran en otoño e invierno, que se agravan cuando usas productos de limpieza, con los perfumes o el humo de los cigarrillos, si te han hecho todo tipo de pruebas y análisis y no aparece nada, si te han etiquetado de hipocondríaco/a... probablemente sufras de candidiasis crónica.
Antes que nada, no te dejes etiquetar como hipocondríaco o hipocondríaca. Muchas veces este término lo emplean algunos médicos y terapeutas cuando no encuentran la solución a tus síntomas y malestar. Es muy peligroso aceptar este etiquetado ya que se le fuerza al paciente a que aprenda a ignorar sus síntomas, convirtiéndolo en un conformista víctima de un estado «mediocre» de salud. Éste es el típico paciente que puede hacer una vida normal, pero sólo a un cincuenta por ciento (con suerte) de sus posibilidades. Y no sólo esto, sino que con esta actitud se puede estar ignorando un problema que con el tiempo puede causar serios problemas de salud.
El enfoque de este libro parte del punto de vista de la nutrición ortomolecular. Aunque esta terapia en muchos lugares todavía se confunde con la dietética y es considerada por muchos como una terapia para perder peso, su poder terapéutico va mucho más allá. La nutrición ortomolecular se dedica al estudio y favorecimiento de la salud (su objetivo principal), en contraposición con la medicina alopática, que sólo estudia la enfermedad. Ambos polos son igualmente importantes y necesarios para el bienestar del ser humano.
Sin embargo, caemos en un error al pensar que la ausencia de enfermedad es sinónimo de salud. Cuando tomamos un antibiótico para tratar una infección y nos «curamos», automáticamente creemos que ya estamos sanos. Sin embargo, entre la ausencia de la enfermedad y la verdadera salud óptima hay un abismo, y el objetivo de la nutrición ortomolecular es, precisamente, acercanos lo más posible a este estado de energía, vitalidad y armonía con nosotros mismos y con la vida, que es sinónimo de salud.
Cuando una persona alcanza su estado óptimo de salud, instintivamente sabe cómo comportarse para preservarlo. Esto hace que la persona opte voluntariamente por una alimentación y unos hábitos de vida sanos. Ésta es la verdadera prevención.
La nutrición ortomolecular consiste en proporcionarle a las células los nutrientes adecuados y en las dosis adecuadas para que funcionen lo mejor posible. Es una terapia que, ante todo, respeta la individualidad bioquímica de la persona. Esto significa que no trata la enfermedad sino al individuo enfermo, y no se basa en combatir la enfermedad sino en potenciar la salud. Así pues, dos personas con candidiasis crónica siempre serán tratadas respetando esta individualidad. Por ejemplo, un paciente es posible que necesite una dieta rica en proteína, alimentos cocinados y vitamina C y zinc y, en cambio, otro, con los mismos síntomas, puede necesitar más carbohidratos, alimentos crudos, y nutrientes como la vitamina A y biotina. Debido a esta individualidad bioquímica, resulta difícil escribir libros, porque en éstos tenemos que hablar irremediablemente en términos generales. De todas formas, teniendo esto en cuenta, este libro expone las pautas generales para el tratamiento de la candidiasis crónica, que, aunque generales, son indiscutiblemente eficaces.
A pesar de que la candidiasis crónica fue reconocida en EE. UU. al principio de los años ochenta a través del trabajo de Orion Truss y, seguidamente, de William Crook, ni el público ni la profesión médica tenían una idea de la magnitud del problema. Hoy día, después de años de investigación y estudio, el tema de la candidiasis sigue siendo ignorado por muchos profesionales de la salud. De hecho, la candidiasis ha sido severa e injustamente criticada por muchos médicos alópatas, e incluso hasta por algunos terapeutas de medicina natural. Se critica y dice de ella que es una enfermedad de moda por el hecho de que es diagnosticada y evaluada demasiado a menudo, a pesar de que las pruebas de laboratorio para su diagnóstico suelen resultar negativas.
Es indudable que la candidiasis está adquierendo un gran interés por parte del público en general, sin embargo, los médicos parecen haber ignorado este desequilibrio. Cuando he dado charlas sobre este tema me he encontrado con un público mayoritariamente formado por personas que sufren de candidiasis, y, en contraste, con muy pocos médicos. Evidentemente, las personas que sufren de candidiasis y son ignoradas por la profesión médica, no tienen más remedio que buscar por su cuenta una solución a sus problemas de salud. De hecho, en países como EE. UU. e Inglaterra los propios afectados han creado interesantísimas asociaciones sobre la candidiasis, con el fin de divulgar e investigar sobre esta enfermedad «fantasma».
Negar la candidiasis equivale a negar el sufrimiento de una gran cantidad de personas que la padecen. El hecho de que algunos profesionales de la medicina no crean en esta enfermedad, confirma que en el campo de la medicina y salud hay personas tan estrechas de miras como en cualquier otra profesión, y que la carrera de medicina o de terapias naturales aporta conocimientos pero no educa ni la sensibilidad, ni la curiosidad, ni la humanidad del que la estudia.
La historia del ser humano está llena de etapas donde han predominado distintas enfermedades. Esto no es ningún misterio: la higiene, alimentación, e incluso los acontecimientos socio políticos como, por ejemplo, las crisis económicas o guerras, han influido en el desarrollo de enfermedades y en el desequilibrio de la salud de la población. De igual manera, no podemos negar que la candidiasis es un mal de nuestro tiempo. Es un desequilibrio fruto de nuestro estilo de vida moderno: jamás hemos tenido tanta abundancia de comida y, a la vez, hemos estado tan desnutridos como hoy en día, y nunca hemos tomado antibióticos y hormonas sexuales sintéticas en cantidad (a través de fármacos y de la carne que comemos) y cortisona como en la actualidad. Precisamente, estos factores que veremos más adelante son algunos de los más importantes en el desarrollo de este desequilibrio.
Cuando hablamos de la candidiasis es de vital importancia diferenciar entre dos grandes grupos de personas que la sufren.
Por un lado, está el grupo de aquellos individuos que han sido diagnosticados. Éstos incluyen, principalmente, personas con cándidas vaginales y/u orales; las que sufren de enfermedades autoinmunes; las que están recibiendo quimioterapia; y las que sufren de diabetes. En estos casos, la manifestación candidiásica es muy clara. Sin embargo, los tratamientos médicos únicamente se encargan de «calmar» los síntomas, pero no de resolver el problema definitivamente. Esto hace que los síntomas vuelvan a aparecer intermitentemente, tal vez de por vida.
Por otro lado, está el grupo de personas no diagnosticadas, que suele ser la mayoría de las que sufren de candidiasis crónica. Este grupo se caracteriza por presentar una sintomatología muy extensa, confusa, cíclica y recurrente, pero, sin embargo, las analíticas y pruebas de laboratorio suelen ser normales. Estas personas pueden llevar una vida relativamente normal, a pesar de que siempre se sienten por debajo de sus posibilidades. Debido a esta falta de diagnóstico, y, por consiguiente, a la ausencia de tratamiento, la candidiasis suele hacerse crónica.
Este libro puede ser útil tanto para las personas que han sido diagnosticadas, pero a las cuales los tratamientos médicos alopáticos no les acaban de resolver el problema definitivamente; como para aquellas personas que sospechan que sufren de esta enfermedad y, sin embargo, no han sido diagnosticadas.
La candidiasis produce muchísimos síntomas que pueden arruinarle la vida a una persona, y que por falta de información e investigación todavía no se le está dando la atención e importancia que merece. Es fundamental que los médicos y terapeutas aprendamos a reconocerla, diagnosticarla y tratarla. Por otro lado, también es fundamental que los pacientes se interesen y aprendan más sobre su propia salud y su organismo, así evitarán caer en manos de médicos y terapeutas insensibles, mal informados y prepotentes.
El contenido de este libro es puramente informativo. No debe interpretarse como sustitución del tratamiento de un terapeuta o médico. La autora queda exenta de responsabilidades ante cualquier problema de salud que pueda derivarse de la aplicación incorrecta, sin asesoramineto médico, de los consejos recomendados en este libro.
© 2003, Cala H. Cervera
© 2003, Ediciones Robinbook, s. l., Barcelona
Diseño de cubierta: Regina Richling
Fotografía de cubierta: Veturián.
Maquetación: MC producció editorial
ISBN: 978-84-9917-419-8
Digitalización: Vorpal. Servicios de Edición Digital
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La candidiasis es una infección causada por una levadura de la familia de las Cándidas. Existen unas 150 especies de cándidas distintas, por ejemplo: Cándida albicans, Cándida kruse, Cándida glabrata, Cándida tropicalis, Cándida parapsilosis, etc. Sin embargo, parece ser que la cándida más estudiada hasta ahora, la que más abunda en nuestro organismo y de la que más se sabe, es la Cándida albicans.
Las levaduras están presentes en nuestro organismo desde poco después de nacer y viven en armonía con nosotros. Se encuentran en la piel, y en el aparato digestivo y genitourinario. Su función es mantener un pH sano, sirven de alimento y equilibrio para nuestra flora, absorben metales pesados para evitar que éstos entren en cantidades peligrosas a la sangre, y nos ayudan a degradar restos de carbohidratos mal digeridos.
La flora intestinal y vaginal junto con el sistema inmunitario nos ayudan a mantener estas levaduras bajo control. Sin embargo, existen una serie de factores que pueden afectar negativamente este sistema de control de nuestro organismo, causando un crecimiento excesivo de estas levaduras y, por consiguiente, la enfermedad. Las causas más comunes del desarrollo de la candidiasis son:
Los azúcares incluyen el azúcar blanco e integral, miel, siropes, melazas, dextrosa, sacarina, fructosa, etc.; y los carbohidratos refinados incluyen el pan, pasta, harina no integral, arroz, pizza, bollería y pastelería. Cuando hablo del pan, también me refiero al integral (o también conocido por «de régimen») que se encuentra en panaderías. Este pan suele estar hecho de harina refinada mezclada con salvado de trigo, el cual es uno de los irritantes más agresivos del intestino.
El consumo de estos productos es un factor principal para el desarrollo de la candidiasis, ya que tanto el azúcar como los carbohidratos refinados aumentan desproporcionadamente los niveles de glucosa en la sangre.
La glucosa es uno de los alimentos favoritos de las cándidas. De hecho, y como veremos más adelante (ver «Ansiedad y ataques de pánico causados por hipoglucemias reactivas»), uno de los problemas más comunes que sufren las personas con candidiasis son las hipoglucemias o «bajones de azúcar». Esto es debido a que las cándidas obtienen su alimento, tanto a través de los azúcares y glucosa que directamente consumimos, como a través de nuestra propia glucosa de la sangre.
Una persona que durante años ha consumido productos dulces y refinados está más predispuesta a desarrollar candidiasis, sobre todo si además entran en juego otros factores, como los que se exponen más adelante.
El agua del grifo contiene gran cantidad de sustancias nocivas para la salud. Entre ellas están el aluminio, nitratos, residuos de fertilizantes, herbicidas y pesticidas, metales pesados, cloro y flúor.
El cloro destruye la flora intestinal y el flúor, a la larga, parece ser que debilita el sistema inmunitario. Por estas razones, es aconsejable beber agua mineral embotellada, y preferiblemente, se recomienda ir cambiando de marca, con el fin de variar las cantidades de minerales que contienen las diversas aguas embotelladas.
Estos tres tipos de fármacos, sobre todo los antibióticos y los corticoides (p. ej. la cortisona), han salvado muchas vidas en numerosísimas ocasiones. Sin embargo, están siendo utilizados exageradamente por la profesión médica. Los antibióticos, por ejemplo, se prescriben para tratar gripes, cuando se sabe que este tipo de fármaco no actúa sobre los virus. La razón detrás de esto es evitar las infecciones bacterianas que pueden aparecer durante un proceso gripal. Incongruentemente, nunca se aconseja eliminar el azúcar o un exceso de alimentos dulces, los cuales alimentan a las bacterias responsables de dichas infecciones. Por supuesto que tratar, evitar o aliviar ciertas enfermedades con la alimentación no es tan rentable para la industria farmacéutica como vender medicamentos. Las compañías farmacéuticas son la principal fuente de información de los médicos, y, a su vez, éstas dependen de ellos para hacer crecer su negocio. No es de extrañar que la mayoría de los médicos no sepan que el dulce alimenta las bacterias.