LOS LABERINTOS
DEL ÉXITO
Ilusiones, pasiones y fantasmas femeninos
ANDROGINIAS 21
Título original:
Los laberintos del éxito
© Clara Coria, 1992
© De esta edición: Pensódromo 21, 2016
Editor: Henry Odell - henry@pensodromo.com
Digitalización: Rosario Etchandy Esteban
Diseño de cubierta: Pensódromo
ISBN rústica: 978-84-946232-2-6
ISBN ebook: 978-84-946232-3-3
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Porque creo que es tan insalubre someterse compulsivamente al éxito como resignarse a renunciar a el, y porque estoy convencida de que es posible construir un concepto de éxito entendido dentro de la solidaridad, es por lo que me empeciné en dar a luz estas reflexiones.
Ofrezco este libro
a las mujeres que quieren y no se animan,
a las que intentan y tropiezan,
a las que a punto de llegar renuncian,
a las que pretenden sostenerlo,
a las que no aceptan que el costo sea desangrarse,
a las que aspiran a armonizar el éxito con el placer y el amor,
y a las mujeres y varones capaces de renunciar al éxito como instrumento de poder al servicio de su exclusivo egocentrismo.
Nuestra reacción ante la lectura está más en función de lo que sucede en nuestro interior que del contenido del libro…
Los libros reposan en espera de que estemos preparados.
Bruno Bettelheim, El peso de una vida.
La página escrita nunca recuerda todo lo que se ha intentado,
sino lo peor que se ha conseguido.
Antonio Machado, Poesías.
La mujer libre apenas si está por nacer…
La vida en común de dos seres libres es para ambos un enriquecimiento, y en las ocupaciones del otro cada uno encuentra el estímulo de su propia independencia.
La mujer que se basta a sí misma logra salvar a su marido de la esclavitud conyugal, y eso significa su propio rescate.
Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo.
El éxito no es el paraíso que tantos anhelan
ni el infierno que muchos temen.¡Ni tanto ni tan poco!
Cuando completamos la publicación de la trilogía sobre la sexuación del dinero, formada por: El sexo oculto del dinero, El dinero en la pareja y Las negociaciones nuestras de cada día, decíamos:
Hemos querido volver a publicar este texto de Clara Coria porque consideramos que los ejes principales de su análisis conservan una extraordinaria vigencia. La reflexión sobre el tema desarrollado sigue siendo indispensable para todos aquellos dispuestos a repensar y analizar críticamente el rol que juegan en el marco de la familia y de la sociedad en general.
Lo mismo podemos decir de esta nueva edición de Los laberintos del éxito, una obra que complementa a la trilogía mencionada y cuya primera edición vio la luz en el año 1992.
El éxito tiene una cara brillante y tentadora, pero también un lado oscuro que encierra contrastes y costos no siempre leves. Clara Coria profundiza en las problemáticas que generan las pretensiones de «éxito» en no pocas mujeres, y desvela los fantasmas que entorpecen el acceso al mismo y las trabas que impiden disfrutarlo de un modo saludable. Su análisis descubre los condicionamientos de la sociedad patriarcal respecto de los roles femeninos y masculino que el éxito comparte con la sexuación del dinero. Corre el velo de los obstáculos objetivos que afectan las ambiciones femeninas: el miedo a exponerse. la autocrítica exacerbada, la soledad como castigo, los terrorismos psicológicos, el temor a la competencia y, como no, las actitudes masculinas ante el éxito femenino.
En palabras de Clara Coria:
Construir el éxito desde lo femenino, es desenmascarar los condicionamientos patriarcales. Es tomar conciencia de que muchos de los conflictos son generados por dichos condicionamientos. Es desmitificar el ideal maternal basado en el altruismo, la incondicionalidad y la abnegación. Es acceder a la autonomía desexualizando el dinero y desfeminizando el altruismo. Es acceder a los anhelos de solidaridad sorteando las trampas de múltiples terrorismos que no son exclusividad de los varones y animarse a reformular viejas creencias.
En esta edición hemos incorporado —como anexos— dos breves trabajos de Clara Coria que contribuyen a completar el análisis: «El precio del triunfo» y «Cómo se construye —y destruye— el éxito desde lo femenino»; este último presentado en la Alianza Cooperativa Internacional, en Costa Rica.
Por último, y al igual que sus obras antriores, este libro es un contenido para ser leído con la mente abierta, una actitud sincera y autocrítica, dispuestos a la difícil tarea de aceptar cuestionamientos que pueden remover convicciones enraizadas en las profundidades de nuestro concepto de vida. Un nuevo paso en nuestro esfuerzo de trasladar voces de mujeres y hombres que apuesten no solo por un mayor equilibrio de lo femenino y lo masculino en la sociedad contemporánea, sino que también «… se vean tentados a cambiar el modelo y se sientan menos temerosos de compartir la vida de una manera menos violenta y más equitativa».
Barcelona, diciembre de 2016
Después de la publicación de El dinero en la pareja,1 orienté mis investigaciones hacia otro tema: el dinero de las herencias. Había concluido entrevistas y talleres de reflexión que formaban parte de un proyecto de investigación a realizar con personas de ambos sexos de distintas colectividades y diversos niveles de poder económico cuando recibí una llamada telefónica que cambió el curso de mis investigaciones. Se trataba de una propuesta para que coordinara un grupo de mujeres interesadas en indagar sobre la problemática del éxito.
Estas mujeres habían comprobado que las pretensiones de éxito —e incluso su logro— les generaba, con excesiva frecuencia, una serie de conflictos que entorpecían sus anhelos y que a menudo frustraban la consecución de resultados en los cuales habían invertido muchos años de su vida y no pocas energías. Notaban, por ejemplo, que les costaba disfrutar con «naturalidad» de éxitos logrados; que se enredaban en contradicciones afectivas e intelectuales; que podían disfrutar del prestigio que les otorga el éxito, pero no del beneficio económico; que para ellas el éxito era incompatible con estar en pareja e incluso creían percibir que algunos varones no toleraban a las mujeres que tienen éxito. Les llamaba también la atención comprobar que muchas mujeres dedicadas a la política (gremial, sindical o en partidos políticos) dejaban truncadas sus carreras por presiones que no siempre provenían de las discriminaciones sociales o de sus compañeros de trabajo.
La propuesta me pareció apasionante y tuve la certeza visceral de que el tema del éxito era tan complejo y tabú como el del dinero y que, justamente por ello, podía brindar algunas claves para avanzar en la comprensión del entramado que forma la relación entre los géneros y, particularmente, el del poder: punto de fricción, presión y liberación al mismo tiempo. Agradezco profundamente la audacia y lucidez de esas mujeres que me lo propusieron porque me proporcionaron un estímulo inestimable para lanzarme a investigar —junto con ellas y «machete en mano»— esas selvas intrincadas y bastante vírgenes. Un estímulo así genera entusiasmo, y el entusiasmo es una de las virtudes de la juventud.
Comencé por coordinar dicho grupo de mujeres que se reunió semanalmente durante tres meses. A partir de ahí elaboré un proyecto de investigación que incluía talleres de reflexión, entrevistas y charlas-debate con mujeres y varones de distintos sectores sociales y niveles económicos. Los fui realizando en los años siguientes en diversas ciudades de Argentina (Buenos Aires, Mendoza, Bahía Blanca, Río Cuarto, San Martín de los Andes) y en tres ciudades españolas (Madrid, Barcelona y Valencia). Las personas participantes eran en su mayoría profesionales, comerciantes, empresarios, sindicalistas y políticos, de ambos sexos y que pertenecían a la clase media y alta. No todos los talleres tuvieron la misma duración. Estos oscilaron desde una sola reunión prolongada hasta talleres de cuatro meses. De los doce talleres realizados hubo cinco que convocaron a mujeres y varones agrupados según su especificidad. De los realizados en Buenos Aires, dos reunieron a mujeres que pertenecían a la Comisión de la Mujer del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y procedían de distintas localidades de la provincia. Otro convocó a mujeres militantes en la política y un cuarto a destacadísimos empresarios de la vida económica nacional. El quinto taller lo llevé a cabo en Barcelona con mujeres involucradas en la política. Reuní el material de los doce talleres de reflexión a los que se agregaron algunas entrevistas y comentarios surgidos de charlas, conferencias y debates donde expuse el tema.
Mi intención era, fundamentalmente, rescatar las actitudes, pensamientos y vivencias de mujeres y varones insertos en una realidad social compleja y dar a ese material una forma conceptual. Es por ello que este libro está sembrado de comentarios que han sido transcritos literalmente. Las reflexiones que expongo a modo de conclusión en los siguientes capítulos no pretenden ser opiniones rotundas ni mucho menos «verdades definitivas». Mis reflexiones deben tomarse como lo que son: síntesis obtenidas a lo largo de un trabajo laborioso que pretende mostrar aspectos frecuentemente omitidos y muy a menudo considerados «obvios». Por lo tanto, son parciales e incompletos como todos los logros humanos y no escapan a los prejuicios que todo investigador tiene, aun aquellos que hacen gala de imparcialidad. Mi respeto por los lectores me lleva a explicitar las condiciones en que fueron producidas y así contribuir a reducir al máximo el riesgo de que se sientan pillados por sorpresa. Mi forma de neutralizar las imparcialidades inevitables es poner en práctica la honradez intelectual, respetando la metodología de investigación y explicitando la postura ideológica que subyace a mis indagaciones. En cuanto a esta última, se transparenta a lo largo del libro mi adhesión a valores solidarios, mi rechazo a todo tipo de discriminación (en particular la de la mujer) y mi desacuerdo con un concepto de éxito individualista (una de cuyas expresiones es el «exitismo»).
He podido comprobar que cuando el éxito no es un fin en sí mismo, el proceso previo es ya una capitalización que se inscribe como rédito. Por ejemplo, ciertamente deseo que este libro logre el reconocimiento de los anteriores. Pero, si así no fuera, el enriquecimiento que me produjo la laboriosa tarea de investigar, conceptualizar y finalmente escribirlo es una adquisición irreversible. En el plano personal me permitió esclarecer vivencias y conceptos que me ayudan a orientar mis actitudes en concordancia con mis deseos y proyectos. En la esfera profesional me brindó mayores recursos para llevar a mi práctica como psicóloga clínica instrumentos conceptuales que me permiten mirar de otra manera y oír con otra escucha los planteamientos de mis pacientes frente al éxito.
Finalmente, deseo advertir que el tema del éxito es tanto o más irritador que el del dinero e igualmente encubridor (¡y revelador!). Así como el dinero, en su instancia última, pone en tela de juicio la identidad sexual a causa de la sexuación imperante en nuestra sociedad, el éxito, —por su conexión con el poder— pone de manifiesto los valores de cada uno porque, como señalo más adelante, el éxito no es una entelequia abstracta sino el resultado visible del actuar de una persona también real y concreta.2
Abarca problemáticas personales, paradigmas sociales, concepciones éticas, posturas político-económicas; compromete, en fin, toda la actividad humana. La intención de abordar este tema obliga a afrontar un espectro amplio y atractivo cuyo riesgo estriba en quedar atrapada en la pretensión ambiciosa de abarcarlo en su totalidad. Una posible consecuencia de esa tentación es terminar escribiendo mucho de todo sin decir nada. Confieso que debí librar arduas batallas conmigo misma para limitar mis pretensiones y mantenerme fiel al recorte que había elegido originariamente: la problemática del éxito en las mujeres y los fantasmas circundantes. No fue fácil mantenerme firme porque recibía permanentemente estímulos que me tentaban a ampliar mi foco, sobre todo por parte de los varones que siempre se mostraron muy interesados en el tema. Creo que dicho interés está motivado en gran parte por la necesidad imperiosa que estos tienen (aunque no siempre se den cuenta) de revisar lo que les sucede respecto del éxito. Deseo reiterar, como he hecho en otras oportunidades, que el haber focalizado la problemática desde la perspectiva de la mujer no significa que discrimine al varón. Se debe a que el varón requiere también de un abordaje exhaustivo, que en la actualidad excede de mis posibilidades.3
Una de las violencias más significativas proviene de la forma de concebir el éxito y de los valores humanos que sustentan dicha concepción. Cuando el éxito se concibe de manera tal que se fomenta el individualismo a expensas de la solidaridad, cuando se justifica cualquier medio con tal de lograr el fin o se convierte al éxito en un fin en sí mismo, estamos frente a una concepción del éxito que enarbola valores que ejercen violencia y que, a su vez, la generan. Dicha violencia se expresa tanto en el plano social como en el personal. Por ejemplo, a nivel social se genera violencia cuando las comunidades adoptan sistemas políticos y económicos carentes de solidaridad, favorecedores de discriminación y perpetuadores de jerarquías. A nivel personal, conviene recordar que el trayecto hacia el éxito es un camino de obstáculos, y el abordaje de cada uno de ellos obliga a elegir permanentemente alternativas de acción. A menudo, las estrategias más eficientes para satisfacer las ambiciones personales no coinciden con los valores más solidarios, y es allí donde estos últimos son puestos a prueba, dejando al desnudo —y en carne viva— las elecciones personales. El éxito no es una entelequia abstracta sino el resultado visible de la actuación de una persona también real y concreta. Por eso, cuando se analizan las alternativas que una persona destacada ha elegido en su trayectoria hacia el éxito, quedan al descubierto los valores que privilegió cuando su ambición la obligó a optar. Los valores humanos no son patrimonio exclusivo de ningún género; por ello, tanto mujeres como varones son capaces de legitimar valores solidarios o profundamente egocéntricos. Cuando las concepciones de éxito están regidas por el individualismo producen deterioro tanto en unas como en otros. Por eso, si el «yuppismo» no es saludable para varones tampoco puede serlo para las mujeres. El hecho de que algunas mujeres lo adopten no es un mérito de los llamados «avances femeninos» sino una evidencia de que existen mujeres que se equivocan tanto como los varones.
En todo caso, es incompatible con determinadas concepciones del amor; por ejemplo, con la del amor romántico, que exalta la entrega incondicional de uno de los dos como prueba cabal del amor «verdadero». O del amor autoritario, que impone concentrar las energías de ambos en pos de concretar el desarrollo de uno solo. Una mujer con una profesión independiente comentaba que su marido, irritado por las pretensiones de desarrollo personal de ella, le dijo abiertamente: «En la pareja no hay lugar para dos exitosos». Cuando el amor (además de las afinidades afectivas, espirituales y sexuales) es concebido como una relación solidaria basada en la reciprocidad, no se favorecen las sumisiones ni se toleran los aprovechamientos mutuos. Se los combate cuando aparecen y, en general, aparecen casi siempre porque una de las «debilidades» del ser humano es su ansia de posesión y dominio. En una relación recíproca, la dignidad de uno crece con el desarrollo personal del otro, que se siente cada vez más digno consigo mismo a medida que intenta desplegar sus posibilidades. El amor entendido como reciprocidad es un intercambio donde el estímulo es mutuo y la exigencia es la de recibir en una medida equivalente a lo que se da. En la pareja que concibe el amor en términos de reciprocidad, ciertamente hay lugar para dos exitosos.
Desde esta perspectiva sostengo que el éxito no es incompatible con el amor sino que lo es con determinadas clases de amor: con el amor romántico, que encubre su autoritarismo bajo el disfraz de la abnegación, y con el amor despótico, que exige abiertamente y sin eufemismos un lugar de exclusividad no compartido. El amor —insisto— no es sólo afinidad espiritual y sexual; es también —y fundamentalmente— contribuir al desarrollo pleno de uno mismo y de la persona a quien se ama.
Aun cuando el éxito es una expectativa social asignada al género masculino, ello no deja a los varones al margen de temores y angustias. Sin ninguna duda cuentan con mejores condiciones psicosociales para acceder al éxito, pero eso no los exime de cargar con el terror al fracaso.4 He podido observar que las fantasías terroríficas de los varones frente al éxito incluyen el fracaso como temor predominante. Por eso suelo decir que mientras las mujeres temen al éxito, los hombres temen la falta de éxito. En esta sociedad patriarcal, el llamado «hombre de bien» está presionado a hacer gala permanente de potencia para no cargar con el estigma de impotente. Dentro de esta lógica patriarcal, lo que no es éxito se convierte en fracaso, y todo fracaso en impotencia. Se trata de una lógica tendenciosa, incoherente y abusiva que engaña a muchos de los varones, que se dejan seducir por la promesa de ser «poderosos» y protagonistas exclusivos de lo público. Esta seducción les cobra altísimos intereses y les obnubila el pensamiento, impidiendo a muchos de ellos darse cuenta de que no es cierto que la falta de éxito sea sinónimo de fracaso, que tampoco es cierto que signifique impotencia y que, por encima de todo, el éxito no hace a la masculinidad.
Con llamativa frecuencia muchas mujeres cuestionan los aspectos deshumanizados y destructivos del éxito. Denuncian la insalubridad de la competitividad a ultranza. Rechazan la implementación del éxito para someter sexualmente. Critican la falta de solidaridad que configura posturas individualistas. Insisten en recordar que la erradicación total del afecto configura vínculos áridos e insatisfactorios. Y se muestran particularmente preocupadas por encontrar un equilibrio que permita armonizar el placer del éxito con el placer del amor.
Estimuladas por sus ansias de éxito y favorecidas por los movimientos sociales que resquebrajaron las rígidas estructuras discriminatorias, muchas mujeres se lanzaron a la conquista del éxito repitiendo modelos triunfalistas a falta de mejores alternativas. Igual que los varones, muchas de ellas dejaron su vida hecha jirones cuando por «acceder a las cumbres», claudicaron en sus valores solidarios, afilaron la competitividad y se enrolaron en el desafecto. Pero a diferencia de los varones —que tienden a negar la insalubridad del triunfalismo— registraron con afinada sensibilidad los deterioros de esa opción. Dicho registro generó condiciones propicias para que cuestionaran la experiencia, aunque no siempre las críticas resultantes estuvieran orientadas a proponer alternativas que mejoraran y favorecieran el cambio. En ocasiones, algunas de estas mujeres, dolidas y afectadas por experiencias que les resultaron insatisfactorias, tendieron a reivindicar los valores de la feminidad tradicional con la misma vehemencia con que antes se habían pronunciado por la «liberación». Son las que suelen decir «el feminismo perjudica a la mujer», coincidiendo con los varones de rancia tradición patriarcal que afirman que las mujeres vuelven —como dice el tango— «vencidas a la casita de los viejos».
las mujeres están en condiciones privilegiadas para cuestionar dicho modeloversus5
El éxito no debería tener género porque no nació sexuado. La sexuación es un producto exclusivamente social cuyo objetivo es perpetuar una división sexual que margine a las mujeres de los aspectos de poder. Habituadas durante siglos a «palpar» los afectos, a indagar estrategias de supervivencia y a explorar las claves de la felicidad, las mujeres cuentan con gran disposición para olfatear los tiempos, asumirse como protagonistas para construir, junto con los varones, los modelos que rigen para todos. Los cuestionamientos femeninos contribuyen a poner en crisis el concepto tradicional del éxito y evidencian la necesidad de redefinirlo. Esto ofrece una oportunidad histórica que convendría no desaprovechar: la de buscar otros paradigmas y otras claves que permitan concebir el éxito dentro de un contexto de solidaridad y contribuir así a liberar tanto a las mujeres como a los varones.