juegos de empeño y rendición

 

 

 

 

 

 

 

 

 

COLECCIÓN

Las Hespérides

 

 

FRANCISCO JAVIER EXPÓSITO LORENZO

juegos de empeño
y rendición

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© De los textos: Francisco Javier Expósito Lorenzo

 

 

Santander, septiembre 2016

 

EDITA: La Huerta Grande Editorial

Serrano, 6 28001 Madrid

www.lahuertagrande.com

 

Reservados todos los derechos de esta edición

 

ISBN: 978-84-946159-4-8

 

Diseño portada: Enrique García Puche para 3BIEN Comunicación

 

 

 

 

Para ti, Alina Octavia, que sabes de mis empeños
y eres fuente de mis rendiciones,
mi amor escrito en el papiro de un templo con todo lo que fue,
todo lo que es y todo lo que venga

 

 

A Dyehuthy,Tot, Hermes, maestro de maestros,
sabio entre los sabios, patrón de los escribas

 

 

 

 

«Donde caen las pisadas del Maestro, los oídos que
están listos para su enseñanza se abren de par en par».

El Kybalión. Atribuido a Hermes Trismegisto

 

 

 

 

¿Por qué te empeñas?

Porque soy yo.

Pues deja de ser tú.

 

 

 

A David R. Hawkins

Y me dirás, ¿qué es dejar de ser tú?

Permitir al agua correr, guiar la pereza hacia la ventana, echar mano del coraje cuando traspasar el umbral de una puerta guía a lo desconocido, no empeñarte en dar pasos de cangrejo o retirarte a tu concha de ermitaño, reírte de ti con la conciencia de fundir la soberbia, montar al águila y visar los cielos por ver desde otra perspectiva: ser el extraño que observa el rodaje de su propia película y decide volver a la escena del ahora, actuar como no se espera y burlar al miedo, que al no ser tomado en serio, acaba desvanecido cual fantasma que intentó asustarnos.

Dejar de ser tú es dejarse ir, salir del campo gravitatorio que nos aprieta al suelo y adentrarse en los espacios liberados de las leyes conocidas, dejarse permear por la energía que une con lazos invisibles los espacios entre partículas, las distancias entre planetas, los huecos entre costillas. Es abrirse a las conexiones que ampara el Universo, a ese vibrar del aire que envuelve todo y todo lo contiene, cohesión y sentido incluso en el caos que irrumpe como un rayo en nosotros para edificar desarmándonos, y ¡oh! lo que nos pareció destrucción no es sino fulgor de éxtasis bien mirado.

Dejar de ser tú es dejarse a la obra de lo indómito, aceptar el aparente desorden que trae la muerte para entender su milagro de transformación. Es pasar del capullo a la mariposa, del estómago de la ballena a la osadía del mar, de la caverna de reflejos a la luminosidad de lo translúcido.

Dejar de ser tú es volverse transparencia, río vertido de la cumbre del glaciar entregado aún más en su pureza. Es morirse para entender que nunca más has de morir y vivir para dar fe de que no hay muerte posible.

Dejar de ser tú es aceptar que nunca hubo búsqueda porque no había nada que buscar. Sentir, por fin, que todo estaba aquí, aquí, aquí, dentro, dentro, dentro…

 

 

 

A Quique Monis

Desespero por las discusiones que mantengo día a día con mi compañera. No consigo comprender que sea la misma mujer a la que, nada más conocer, puse la mano sobre el hombro, y enredado en una maraña de la que no consigo liberarme, pido ayuda a mi Maestro:

—¿En qué nos empeñamos? —le pregunto. Él coge un ovillo y lo desenrolla, en silencio, sin que parezca haberme oído…

—¿No es cierto que a veces parecemos ovillos?… —susurra de repente al cabo, concentrado en el ovillo, sin mirarme siquiera.

—Maestro… —insisto…

—Schsss, schsss…mira… ¿no ves lo fácil que se desenrolla el ovillo cuando se encuentra el hilo y se tira? Estamos orgullosos de sentirnos ovillos cuando en el fondo somos nada más y nada menos que un hilo. Mira que nos cuesta mirar lo sencillo con ojos dignos.

—Pero Maestro… —imploro cada vez más impaciente—. ¿Qué puedo hacer para no discutir con ella?…

—Ay… ¿No te das cuenta hijo?… —suspira el Maestro—. Queréis ser ovillos o hilos… Mientras queráis ser lo uno u lo otro, su empeño es tu empeño… Sólo el hilo que se encuentra y se sabe parte del ovillo está rendido.

 

 

 

Me empeño en decir que mis sueños son sólo sueños

Me empeño en levantarme por el hecho de levantarme

Me empeño en elegir de forma cuidadosa la ropa

Me empeño de mañana en entrar aprisa al metro

Me empeño en hacer un hogar al decorar mi despacho

Me empeño en trazar con cartabón la rutina del día

Me empeño en no soltar mi rabia aunque tenga ganas

Me empeño en desear y desear cosas que aún no tengo

Me empeño en la agitación al pellizcarme los padrastros

Me empeño en no pedir lo que necesito a quien quiero

Me empeño en aconsejar a otros cómo hacer las cosas

Me empeño en engañarme del para qué de mis actos

Me empeño en disfrutar la vida con el freno de mano

Me empeño en dejar que otros den valor a mis acciones

Me empeño en adorar la culpa para seguir en su noria

Me empeño en no aceptar que si nada tuviera nada me faltara

Me empeño en pensar en la muerte como el final de algo

Me empeño en no decir a la gente que amo que los amo

Me empeño en empeñarme en el empeño

Soy todo un empecinado

Soy todo un…

Soy todo…

Soy…

 

 

 

¿Alguna vez viste al sol o a la luna empeñarse?

¿Alguna vez les notaste esforzados en el cielo?

¿Alguna vez tembló su luz o faltó un solo día?

No… el sol y la luna estaban rendidos en el cielo

Y se sostenían sólo con ser lo que eran…

 

 

 

¿Se empeña el Jacinto, se empeña el lirio, se empeña la amapola?

Sí, se empeñan…

Mas su empeño es distinto al del hombre. Asomados a sus verdes inicios, no les importa ser flor que embriaga, carne de pétalo amansada por el rocío, hilos de aroma amamantados por el aire. Se iluminan con hacer lo que han venido a hacer, y su empeño es tan natural que ni siquiera resulta empeño. Son lo que son. Dime una sola planta que no se empeñe en manifestar lo que es, dime un solo fruto que no sea un acto del soy a la propia entrega.

¿Ves que la forma que adopta el fruto y la forma que toman mis órganos es la misma?, ¿que la nuez extraída es mi cerebro, y la vulva del higo, dulce y secreta, no es más que un sexo húmedo y desplegado?

¿Acaso no somos nosotros un atisbo de flores? Sí, un retazo, una visión de una parte futura sin esfuerzo. Aún somos atisbos. Aún estamos lejos de la dulzura que tienden las flores a la tierra y al cielo. Aún nos empeñamos y somos vanidosos. Mira que no es vanidoso el empeño de la planta que pugna por abrir paso a su presencia única al manifestarse flor, porque no es más que corriente en marcha, alma de jacinto, lirio o amapola. Vocación de la flor por ser flor. Nosotros aún vivimos en el susurro del tallo, entre raíces y corolas, escindidos en la soberbia del que lo quiere todo y se empeña en tenerlo todo…

…Partamos primero de la raíz y su amor limpio tras la oscuridad manchada de tierra, afrontemos la rectitud y el vigor de ser tallo, demos vuelo de tacto a los pétalos, voz de luz a los estambres, y soltemos la esencia del perfume para que alcance los cielos, esparcida e ingobernable.

 

 

 

Empeñados en porqués, decididos en decir, enraizados en razón, dispuestos para discutir, envanecidos en vanagloria, olvidados del olvido, menesterosos en la memoria de los panes y los peces, siervos de tanta servidumbre, carceleros y candados, vacíos de valor, quejosos hechos queja, sonámbulas sombras de amaranto, niños desniñados apuñalado el sueño, jodidos juguetes de juegos, jarrones rotos de rosas…

… Acercaos al maestro que calla pues atesora oro en los labios, a ése que ofrece en sus manos la caricia de la pluma y cuyos huesos no beben del hartazgo, creed en sus palabras porque cuando os halle no veréis en sus ojos más que un espejo, y al descubriros en su cristal sabréis de la alegría de alegrarse, de la renuncia a la renuencia, de la sinrazón de las razones, de la locura que cura, del descanso de dejarse, del disfrutar el disfrute, de la inocencia del inocente, del niño que es el Maestro, del Maestro que siempre fue el niño…

 

 

 

Cuando era niño me gustaba entrar en el baño, cerrar la puerta y enseñorearme de la taza, sentado en mi trono solitario, aprieta que te aprieta, deseoso de liberar mi ano y desvelar lo retenido, ajeno al mundo y suelto de cualquier mano. ¿No es verdad que era entonces dueño de mi reino?, ¿único señor de los restos entregados por mi cuerpo?, ¿contenido de día para ser desprendido más tarde?

A veces nos encanta saber que apretamos, que mandamos, que hacemos por nosotros mismos, que nos cuesta esfuerzo, y sin embargo hay algo siempre que orbita dentro, y parece formar parte de un mecanismo de estrellas en equilibrio que alienta estos procesos de limpia y suelta. ¿O no es acaso lo que sientes cuando dejas hacer solo a tu vientre?, te acurrucas en la taza, relajas el esfínter y abres las nalgas…

¡Todo cae entonces por su propio peso!, ¡todo lo que fue fruto se descompone!, y esa caída es noble, un vencerse que nos quita reinado y corona de modo perfecto. Por eso no está hecho el reino de Dios para los que sufren en la gloriosa hora del baño su esfuerzo, está hecho para los diarreicos del delirio, los que se derraman, los que se entregan como teas encendidas hasta su pábilo.

Y si es así, tan fácil, ¿por qué nos empeñamos en estreñirnos?

Quizá nos guste sentirnos monarcas que liberan un reino que nunca nos fue en verdad otorgado. Probemos la humildad de llegar y besar el manto de la Madre, dejarse a la sola presencia de la confianza en el beso, soltar amarras hacia los ríos que van a parar a no sabemos dónde, y notaremos entonces, ¡por qué no!, cómo cae la carga que no es sino estorbo…

Ligeros, ligeros, ligeros en esa desnudez de los colibríes al libar de la flor colgados del aire.

 

 

 

¿Obstinado yo?… Yo, que lucho todos y cada uno de los días… Yo, que nunca pierdo la cara a los problemas… Yo, que busco un horizonte y su esperanza… Yo, que me preocupo siempre… Yo, que no hago más que sacrificarme… Yo, Yo, Yo… nunca me obstino, nunca, nunca, nunca… doy vueltas y vueltas a lo que pienso de lo que digo, a lo que digo de lo que siento, y un día ese Yo aparece ajeno, como un edicto sujeto a una cruz de madera que nos dejara los clavos y el martillo preparados. Honra a tu corona de espinas, honra a tu martirio de hoguera, honra a tu armadura ganada en una y mil batallas, dice tu Yo…