El Dr. Daniel S. Schipani es argentino, y actualmente ejerce como Profesor de Cuidado y Consejo Pastoral en el Anabaptist Mennonite Biblical Seminary, en Elkhart, Estados Unidos. Previamente fue Decano Académico y Profesor de Consejo Pastoral en el Seminario Evangélico de Puerto Rico en San Juan, Puerto Rico. Su labor incluye la supervisión clínica de estudiantes que se preparan en las áreas de cuidado y consejo pastoral, consejería psicoespiritual, y capellanía. Además sirve como psicoterapeuta voluntario en una clínica comunitaria de salud, cuyos pacientes son económicamente vulnerables, incluyendo en especial a inmigrantes de América Latina. Sus áreas principales de investigación y enseñanza incluyen los procesos de formación y transformación, y la consejería y psicoterapia como prácticas interculturales e inter-espirituales.
El Dr. Schipani es conferencista y profesor visitante en numerosas instituciones en las Américas y en Europa, y autor o editor de veintisiete libros en las áreas de psicología y consejo pastoral, educación, y teología práctica. Entre sus textos más recientes se encuentran: Psicología y consejo pastoral: perspectivas hispanas; Psicología pastoral del aborto; O caminho da sabedoria no aconselhamento pastoral; Spiritual caregiving in the hospital: Windows to chaplaincy ministry; Interfaith spiritual care: Understandings and practices; Nuevos caminos en psicología pastoral; y Multifaith views in spiritual care.
El Dr. Daniel S. Schipani es Licenciado y Profesor en Psicología (Universidad de Buenos Aires), Máster en Estudios de Paz (Goshen Biblical Seminary), Doctor en Psicología (Universidad Católica Argentina), y Doctor en Filosofía con especialidad en Teología Práctica (Princeton Theological Seminary). Es ministro ordenado por la Iglesia Menonita, y miembro de varias organizaciones profesionales y académicas incluyendo la Asociación para la Educación Teológica Hispana, Canadian Association for Spiritual Care, Society for Intercultural Pastoral Care & Counseling, Society for Pastoral Theology, e International Academy of Practical Theology.
Manual de Psicología Pastoral
Fundamentos y Principios de Acompañamiento
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Publicado por la Asociación para la Educación Teológica Hispana (AETH)
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Diseño del libro y de la portada: Rachel A. Denlinger.
Fotografía de la cubierta: “After the Storm” (“Después de la Tormenta”),
© Lois Siemens, www.loishelendesigns.ca. Usada con permiso.
ISBN 978-1-944241-79-7
Diseño de EPUB:
Hipertexto
Introducción
Primera Parte: Encuadre y Fundamentos
Capítulo 1
La Iglesia como Comunidad de Salud y Cuidado
Capítulo 2
Jesús y el Camino de Sabiduría y Salud
Capítulo 3
Psicología y Acompañamiento Pastoral
Capítulo 4
El Arte del Consejo Pastoral
Capítulo 5
Salud Mental y Salud Espiritual
Segunda Parte: Principios para la Práctica
Capítulo 6
Acompañamiento de la Pareja
Capítulo 7
Acompañamiento de la Familia
Capítulo 8
Acompañamiento en Tiempos de Crisis
Capítulo 9
Acompañamiento en Tiempos de Duelo
Capítulo 10
Acompañamiento en Casos de Adicciones y Trastornos Mentales
Capítulo 11
El Cuidado Personal
El Autor
Este manual de acompañamiento pastoral se ha diseñado y escrito desde una cierta perspectiva de la psicología pastoral, campo de reflexión y práctica que suele entenderse de varias maneras diferentes. Por lo tanto, al iniciar nuestro estudio es necesario aclarar en qué consiste el enfoque que se presenta en este libro.
Para ciertos autores, la psicología pastoral es el resultado de la contribución de la psicología, en sus múltiples sub-disciplinas, a las diversas tareas del ministerio pastoral en sentido amplio. Otros aportes la presentan como la contribución de la psicología, también en sus múltiples sub-disciplinas, aplicada especialmente al cuidado y el consejo (también llamado asesoramiento, o consejería) pastoral, tanto teórica como prácticamente. En ambos casos, en consecuencia, se tiende a ver a la psicología pastoral como una rama de la psicología, y de la psicoterapia en particular; en otras palabras, se trataría de una sub-disciplina psicológica especializada. La tercera manera de entender, practicar, y pensar a la psicología pastoral es como una sub-disciplina de la teología pastoral1 o subordinada a ésta, la cual a su vez se comprende ya sea como sinónimo o como una expresión de la teología práctica2. Por último, la psicología pastoral puede verse también como una disciplina “híbrida”, es decir con dimensiones teóricas y prácticas que integran de maneras únicas perspectivas y recursos de la psicología y de la teología pastoral. Como tal, resulta ser una rama de la teología práctica en el sentido contemporáneo del término. Es esta última manera de considerar y trabajar en psicología pastoral la que caracteriza el contenido de este manual.
El campo de la psicología pastoral en América Latina y el Caribe se ha ido desarrollando creativamente en los últimos cincuenta años.3 En la educación teológica y la preparación ministerial ha habido un progreso notable, desde la inclusión de ciertos cursos aislados en los primeros tiempos hasta el diseño de concentraciones o especializaciones.4 Hoy encontramos una variedad de programas con foco en cuidado y consejo pastoral, y capellanía; además, tales programas se ofrecen en diversos niveles académicos tales como diplomados, licenciaturas, maestrías, y doctorados en ministerio.
Paralelo a tal desarrollo también se observa un progreso notable en cuanto a la investigación original y la producción de literatura. Hasta no hace muchos años, la gran mayoría de los textos consistía en traducciones de obras escritas en inglés en otros contextos socio-culturales. Hoy día, además de los autores angloparlantes, principalmente, considerados “clásicos” que aún se consultan con provecho,5 hay acceso a literatura producida por un número creciente de autoras y autores de habla castellana y portuguesa.
Este libro se ofrece como manual, en el sentido de material de estudio interactivo para cursos de psicología y cuidado pastoral, y puede adaptarse a diferentes niveles académicos.6 No es mi intención reemplazar a los textos que se utilizan actualmente sino, más bien, complementarlos. Espero, además, que el texto resulte útil también para quienes ya ejercen trabajo pastoral o servicio de consejería cristiana y capellanía. Para todos esos casos, he mantenido en mente tres metas generales que correlacionan con la necesidad de crecimiento integral, es decir: (a) formación académica en sentido amplio (“conocer”); (b) formación personal-espiritual (“ser”); y (c) formación profesional-ministerial (“hacer”). Los objetivos que se identifican en cada capítulo especifican las diversas expresiones de tales metas según el contenido bajo consideración.
Los cinco capítulos de la primera parte—“Encuadre y Fundamentos”—presentan las dimensiones teóricas principales del cuidado y el consejo pastoral con perspectivas interdisciplinarias. Las bases bíblico-teológicas se complementan y se integran con las provenientes de la psicología clínica. Los seis capítulos de la segunda parte—“Principios para la Práctica”—enfocan situaciones específicas que requieren acompañamiento y cuidado. En cada capítulo se encuentran guías y pistas confiables para la acción; éstas sugieren expresiones concretas de lo que se puede llamar amor terapéutico hacia el prójimo que necesita tal acompañamiento y cuidado.
Por último, unas palabras de agradecimiento. Tengo una deuda de inmensa gratitud con mis estudiantes y colegas de cuatro décadas de trabajo en educación teológica en diversas regiones y contextos. También agradezco a las instituciones y programas, en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe (y también entre la población hispana en Canada y Estados Unidos), donde mis experiencias como profesor invitado y conferencista siempre resultan muy retadoras y enriquecedoras. Reconozco además con gratitud que, con el correr de los años, me he beneficiado mucho personal y vocacionalmente con la participación en varias organizaciones académicas y profesionales internacionales. De manera muy especial, agradezco el regalo invaluable de centenares de personas, parejas, y familias, que me han permitido acompañarles en medio de conflicto, crisis, traumas y pérdida, en busca de re-orientación y plenitud de vida. A todas ellas dedico humildemente este manual.
Daniel S. Schipani
Notas al pie
1 Lamentablemente, tanto en la literatura especializada como en los programas de educación teológica, también hay cierta confusión semántica respecto a la “teología pastoral”. Esta disciplina suele entenderse de cuatro maneras diferentes: (a) como la reflexión teológica sobre el ministerio pastoral; (b) como la reflexión teológica de nivel medio entre la teología popular (o “de base”) y la teología académica o profesional; (c) como sinónimo de teología práctica, especialmente en América Latina y también en ambientes católicos en otras regiones; y (d) en Norteamérica, como reflexión teológica sobre el cuidado pastoral.
2 Hoy día, la teología práctica se concibe y se cultiva como una disciplina teológica con integridad epistemológica propia, o sea capaz de crear y validar conocimiento experiencial, teórico, y práctico (y “clínico” en particular, en el caso de la psicología pastoral como la entendemos aquí). Es decir, no se trata de la mera aplicación a la praxis de los conocimientos de las ciencias bíblicas y teológicas, junto con las ciencias sociales y del comportamiento. Más bien, la teología práctica es esa disciplina teológica que incluye cuatro dimensiones inseparables: (1) empírico-descriptiva (observación y descripción de realidades humanas concretas); (2) interpretativa (análisis interdisciplinario); (3) normativa (evaluación interdisciplinaria); y (4) y pragmático-estratégica (aplicaciones específicas de cara a la realidad). Esto es la razón por la cual la teología práctica resulta ser la clave de la integración de los currículos de educación teológica.
3 Sin lugar a dudas, el pastor y psicoterapeuta Jorge A. León es quien mejor ha impulsado el desarrollo de la psicología pastoral como disciplina en América Latina y el Caribe. León comenzó sus estudios teológicos y su práctica pastoral en su Cuba natal, habiendo sido alumno del Dr. René Castellanos, uno de los primeros en visualizar la naturaleza y las contribuciones potenciales de una psicología pastoral contextualizada, ya en las décadas de 1940 y 1950. Véase Daniel S. Schipani, ed., Nuevos caminos en psicología pastoral: Ensayos en honor a Jorge A. León (Buenos Aires: Kairós, 2011); y, en el mismo libro, Jorge A. León, “En mis palabras: testimonio y reflexión”, páginas 211-245. Según León, fue después de trasladarse a la Argentina (1967) cuando descubrió que la disciplina que más le interesaba también se llamaba “psicología pastoral” en Europa y en ciertos medios estadounidenses; desde entonces ha utilizado tal nombre en forma consistente (p. 237).
4 Uno de los primeros programas especiales—el “Programa Unido en Psicología Pastoral”—del que, siendo muy joven fui el primer director, se diseñó en Buenos Aires en 1970; fue auspiciado por seis instituciones de educación teológica, las cuales así colaboraron en conjunto por primera vez en su historia. El inicio de este programa coincidió con el lanzamiento de la publicación de la revista Psicología Pastoral, bajo la dirección de Jorge A. León.
5 Por ejemplo , Gary Collins con Sergio Mijangos, Consejería cristiana efectiva (Grand Rapids: Editorial Portavoz, 1992); y Howard Clinebell, Asesoramiento y cuidado pastoral, trad. Dafne Sabanes de Plou (Grand Rapids: Libros Desafío, 1999 [1995]). Otra obra muy importante, procedente de Europa en este caso, es el voluminoso libro de Isidor Baumgartner, traducido del alemán como Psicología pastoral: Introducción a la praxis de la pastoral curativa (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1997).
6 Una manera sugerida de utilizar este manual en diferentes niveles académicos consiste en lo siguiente: (a) adaptar los cuatro ejercicios que se presentan en cada capítulo en cuanto a la profundidad o complejidad del análisis que se espere en cada caso, y lo mismo respecto al número de palabras que se indique para cada ejercicio; y (b) calibrar el requisito de las lecturas suplementarias recomendadas según se trate, por ejemplo, de un programa de diplomado o licenciatura, o de maestría.
CAPÍTULO 1
…siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros unos de los otros.
(Romanos 12:5).
De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.
(I Corintios 12:26-27)
La visión cristiana que nos inspira, afirma que Jesucristo es el centro de nuestra fe, la comunidad es el centro de nuestra vida, y la reconciliación es el centro de nuestro ministerio. Por lo tanto, este curso de acompañamiento pastoral comienza con la iglesia entendida como ecología o sistema de cuidado, salud y plenitud humana a la luz de Jesucristo y el reino de Dios; y la reconciliación con Dios, con otras personas, y consigo mismo resulta ser la meta principal del acompañamiento pastoral.
Las epístolas de Pablo proveen material necesario para articular lo que podemos llamar el fundamento eclesiológico del ministerio de acompañamiento pastoral. Además de la imagen literal de pueblo de Dios proveniente del Antiguo Testamento, el apóstol introduce los símbolos cuerpo de Cristo y templo (o morada) del Espíritu al referirse a la iglesia. Pablo sugiere así que hay una correlación entre la experiencia cristiana (“trinitaria”) de Dios—un solo Dios, un solo Señor, un Espíritu (II Corintios 13:13, Efesios 4:1-6)—y la naturaleza y vocación de la iglesia. La iglesia está llamada a ser sacramento del amor divino en el mundo y por el mundo, es decir: a) señal verdadera, b) símbolo fiel, c) instrumento fructífero.1 La iglesia es entonces el contexto principal para el acompañamiento pastoral porque ella tiene un carácter esencialmente trinitario a la luz de la revelación del Dios Trino y una triple razón de ser en términos de adoración, comunidad y misión, como destacaremos más adelante.
El tema de la iglesia como comunidad de salud2 es el lugar mejor para comenzar nuestra reflexión en torno al acompañamiento y la psicología pastoral, a partir de nuestros contextos latinoamericanos, caribeños e hispanos en particular. La razón es fundamental y puede expresarse sencillamente. La iglesia está llamada a ser una comunidad intermedia clave, ubicada entre la familia y la sociedad con sus instituciones diversas; en otras palabras, la iglesia ha de llegar a ser el ambiente más central y básico desde el cual se proyecta nuestra vida y nuestro compromiso social como personas que comparten la fe cristiana.
En forma análoga a la de quien preguntó, retóricamente, “¿Señor, a quién iríamos?...tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68), se debería poder decir de la iglesia: “¿a dónde iríamos en busca de la mejor visión de salud y plenitud humana, de genuina humanización, de salvación y shalom ” (en el sentido bíblico de libertad, justicia, paz, y bienestar multidimensional)? Es que la iglesia tiene la divina encomienda de convertirse en fiel modelo del amor de Dios en el mundo y a favor del mundo. En esto consiste el significado y la pertinencia de la afirmación de que la iglesia, como comunidad intermedia clave, está llamada a ser la comunidad sanadora por excelencia.
Como iglesia de Jesucristo nos encontramos en las primeras décadas del tercer milenio de nuestra era, y en medio de culturas y economías que están lejos de promover la salud y la plenitud humana; al contrario, tienden a ser patogénicas, es decir enfermantes. Diversas situaciones y formas de violencia, aislamiento y soledad, carencias, injusticias, y opresión, por nombrar sólo algunas en general, condicionan el presente y el porvenir de nuestros pueblos a todo nivel, especialmente en la vida familiar y del trabajo. Es por lo tanto a la luz de tal situación histórica como debemos abordar nuestro tema, desde la perspectiva de la teología pastoral.3 Corresponde establecer, por lo tanto, que entendemos a la teología pastoral como la reflexión crítica y constructiva en torno a la vida y el ministerio de la iglesia en medio de la historia y a la luz del evangelio del reino de Dios.
La premisa y supuesto clave que informa nuestra reflexión teológico-pastoral tal como se presenta en este capítulo puede postularse así: la iglesia ha de ser el contexto de salud y de sanidad por excelencia, y esto en dos sentidos específicos; por un lado, la iglesia será contexto esencial en el sentido de la experiencia concreta en el marco de la vida y el ministerio de comunidades de fe reales e identificables como tales; segundo, la iglesia es también contexto esencial en el sentido de ámbito de reflexión, o sea que reflexionamos en principio desde y para la iglesia, aunque no de manera exclusiva y excluyente. La tesis con la que trabajamos implica, además una convicción teológica: La iglesia es comunidad de salud y comunidad sanadora en la medida que revela fielmente la vida misma del Dios Trino en el mundo.
Es a partir de tales convicciones que nos proponemos alcanzar los objetivos siguientes:
1)Profundizar la comprensión de la iglesia como ecología de cuidado y plenitud humana.
2)Apreciar el valor especial de la iglesia como comunidad de salud.
3)Identificar recursos y programas contextualizados para el ministerio de cuidado y acompañamiento pastoral.
Ejercicio 1
Piense en un episodio reciente cuando su iglesia actuó como “comunidad de cuidado”. Describa brevemente la situación (ej. accidente, hospitalización, problema moral, etc.), e indique quiénes participaron, y comente sobre la naturaleza y el valor del acompañamiento brindado. Considere también alguna situación en que la iglesia falló o defraudó como comunidad de salud. Analice las causas y consecuencias de tal fallo.
La iglesia está llamada a ser la comunidad alternativa de Dios en el contexto de la situación histórica, o sea, “la ciudad asentada sobre un monte” (Mateo 5:14). Con atrevimiento y, de hecho, a tono con la declaración de la Carta a los Efesios sobre la “plenitud” de Dios y de Cristo (Efesios 3:19; 4:13), podríamos decir que en la expectativa divina la iglesia ha de ser en principio el sueño y el proyecto de Dios en proceso de realización. En su vida y obra la iglesia continúa desarrollando el ministerio liberador, recreador, sanador y reconciliador de Jesús (Juan 20:21). La proclama que Jesús hizo del reino que viene (Marcos 1:15) es también la agenda de la iglesia como señal especial del amor divino y de la nueva realidad de libertad, justicia, paz y esperanza a la que Dios nos invita.
Creemos que existe una correlación fundamental entre nuestra concepción de Dios y nuestra forma de entender a la iglesia. Y siendo que la fe cristiana percibe a Dios como Trinidad, la eterna comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu, se infiere que la iglesia deriva su naturaleza del Dios Trino. Por un lado, confesamos el carácter trinitario de Dios con una variedad de afirmaciones, imágenes y metáforas referidas a la divinidad: Dios es Creador, Rey, Señor, Padre...; Dios es Redentor, Libertador, Siervo, Hijo...; Dios es Santificador, Paracleto, Espíritu Santo... Por otro lado, las imágenes y metáforas bíblicas referidas a la iglesia son también numerosas y variadas. Entre las muchas expresiones se destacan tres como cuadros vívidos del diseño y el anhelo de Dios para la iglesia: el concepto de pueblo del pacto—referencia sólidamente enraizada en la fe de Israel—la metáfora del cuerpo de Cristo y la idea de la hermandad y la morada del Espíritu. Son los tres símbolos que seleccionamos para referirnos al carácter trinitario de la iglesia como expresión viva y testimonio fiel del reino de Dios. Creemos también que la expectativa divina es el desarrollo y la maduración integral de la iglesia en consonancia con su carácter trinitario.
Debemos evitar planteamientos meramente abstractos e idealistas. Proseguiremos, por lo tanto, indicando algunas maneras específicas como la comunidad de fe se comporta como ambiente o ecología donde se realizan y se hacen posible diversas prácticas y experiencias que contribuyen, directa o indirectamente, al cuidado, sostén y apoyo, orientación, reconciliación, y sanidad de personas, familias y grupos, quienes de alguna forma se relacionan con la vida y el ministerio de aquélla. Cuando con tal ángulo de mira consideramos a las comunidades donde participamos, vale reconocer y apreciar determinados rasgos o “marcas”, a la manera de indicadores4 que hemos agrupado bajo los tres nombres de pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, y hermandad o morada del Espíritu, las cuales deben considerarse interrelacionadas.
Pueblo del pacto, pueblo de Dios. En tanto pueblo del pacto (1 Pedro 2:9-10), la iglesia procura vivir según el llamamiento a la comunión reverente y leal, conforme a la voluntad divina expresada en los imperativos, promesas y metas propios de la política de Dios. Como pueblo del pacto hemos de crecer en madurez y fidelidad. Esta cualidad y criterio del crecimiento expresa la necesidad de que vivamos a tono con el proyecto y la actividad de Dios en la historia. El reto clave aquí es discernir en qué medida la obra y el crecimiento eclesial corresponde auténticamente a la vocación del pueblo del pacto y hasta qué punto converge con los propósitos y los actos de Dios revelados en la Escritura y discernidos históricamente por la comunidad de fe. En tanto pueblo del pacto y pueblo de Dios, la iglesia vive y ministra como comunidad sanadora porque (o, mejor dicho, en la medida que) refleja rasgos y cualidades como las siguientes:
•Un sentido de pertenencia y de referencia como pueblo con una trayectoria y un destino afirmados como tales, especialmente en la adoración y la educación.
•Autenticidad en las expresiones de alabanza y acción de gracias (en palabra, cántico, drama, etc.) junto con el cultivo de la gratitud, el reconocimiento de la gracia divina, y la celebración alegre.
•Práctica de la oración y de la confesión en particular; experiencias de perdón y de absolución, reconciliación.
•Experiencia de aceptación divina incondicional, y también de parte de la hermandad (“tal como soy…” “…la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano”, I Corintios 15:10).
•Práctica y experiencia de la guía y la corrección del Espíritu de Dios por medio de la proclamación, la enseñanza, y otras formas.
•Rituales especiales de sanidad (con oración, ungimiento con aceite, exorcismos, intercesiones, etc.).
•Práctica de dar y recibir testimonios del caminar cotidiano por los senderos de la fe cristiana y el reino de Dios.
•¿Otras marcas…?
Es evidente que en este modesto primer cuadro de la iglesia como comunidad sanadora se destaca la realidad central de la adoración de cara a la identidad de aquélla como pueblo de Dios, es decir, pueblo del pacto llamado a crecer en fidelidad y lealtad. Resultará evidente también que este cuadro necesita integrarse con los dos que esbozaremos a continuación.
Cuerpo de Cristo. En tanto cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27), la iglesia es un organismo viviente constituido por miembros diversos con funciones y talentos complementarios entre sí. Somos en verdad un cuerpo llamado a crecer en santidad y comunión, a desarrollar y madurar en auténtica espiritualidad. Esta cualidad y criterio de crecimiento expresa la necesidad de vivir en presencia de la dinámica del Espíritu de Dios. El reto clave aquí es discernir en qué medida la obra y el crecimiento de la iglesia responden a la inspiración y guía del Espíritu y en qué medida representa el “fruto del Espíritu”. Por ejemplo, ¿se refleja una fe vital expresada por medio del amor, el gozo, la paz, la esperanza… (Gálatas 5:22-25)? En tanto cuerpo de Cristo, la iglesia vive y ministra como comunidad sanadora en la medida que demuestra características como las siguientes:
•Experiencia multiforme de la koinonia, en el sentido de amor fraternal, comunión, compañerismo, solidaridad y mutualidad.
•Prácticas de ayuda mutua, cadenas de oración intercesoras, grupos de sostén y apoyo, etc.
•Práctica de resolución de conflictos, junto con el aprendizaje y cultivo de las destrezas de comunicación y de mediación.
•Práctica de la disciplina de la reconciliación (incluyendo guía, consejo, amonestación, confrontación, confesión, perdón, reconciliación y restauración).
•Práctica frecuente de la comunidad eclesial mediante encuentros de oración y estudio bíblico, reflexión y discernimiento para la toma de decisiones específicas (por ejemplo, relativas a situaciones de familia, finanzas, cuestiones relativas a la política y la moralidad y fe, etc.), orientación y asistencia, etc.
•¿Otras marcas…?
En este segundo cuadro de la iglesia como comunidad sanadora—también modesto y meramente ilustrativo—la realidad central que se destaca corresponde a la vida comunitaria como tal. Es decir, la iglesia está llamada y potenciada para convertirse en familia de Dios de cara a su identidad como cuerpo de Cristo que necesita crecer en espiritualidad y comunión. Tal crecimiento, y por lo tanto crecimiento también en cuanto comunidad de salud, obviamente requiere su desarrollo armonioso como pueblo del pacto y morada del Espíritu, como señalaremos a continuación.
Hermandad y morada del Espíritu. En tanto hermandad y morada o templo del Espíritu (Efesios 2:22) en medio de la sociedad, la iglesia es una compañía de discípula(o)s llamados a expresar en maneras pertinentes y con discernimiento el amor de Dios en el mundo y por el mundo, en hechos, relaciones, presencia y palabra. Metafóricamente hablando, el Espíritu Santo actúa como el sistema nervioso que hace posible el señorío de Jesucristo sobre su cuerpo, la iglesia. Y ésta a su vez actualiza y contextualiza la operación de las manos, los pies, y la boca de Jesucristo en la historia. Somos en verdad esa comunidad llamada a crecer en apostolicidad y unidad, a desarrollarse y madurar en encarnación. Esta cualidad y criterio de crecimiento expresa la necesidad de establecer de continuo la raigambre histórica de la tarea y el testimonio de la iglesia y la validez de sus expresiones particulares de la fe y del evangelio. Por lo tanto, el reto clave en este caso es determinar en qué medida la obra y el crecimiento de la iglesia representa encarnadamente la presencia solidaria de Jesucristo frente al dolor y la perdición de los seres humanos y la creación toda. En tanto morada del Espíritu, la iglesia vive y ministra como comunidad de salud o comunidad sanadora no solamente en relación a sus miembros sino también mediante su presencia y acción en medio de la sociedad y la cultura. La fidelidad y pertinencia de su vocación en este sentido se verifica en la medida que refleja consistentemente rasgos como los siguientes:
•Discernimiento y vivencia de los propósitos y la actividad de Dios en el mundo (creación, cuidado y sostén; liberación, redención, reconciliación y sanidad; renovación y potenciación, conducción a toda verdad).
•Experiencia y práctica de la compasión solidaria, y de la ética y la política de la compasión como forma privilegiada del amor de Dios.
•Participación, concreta y práctica en los propósitos y actividades del Espíritu de Dios, entendida como la misión divina, en presencia, palabra, y acción que comunican el evangelio—buenas noticias (y buena realidad)—del reino y la salvación (salud integral) que Dios ofrece y hace posible.
•Involucramiento a favor de la libertad, la justicia, la paz (incluyendo la palabra profética, el servicio, la acción social, abogar por quienes no tienen voz, etc.) según el horizonte que abre la esperanza.
•¿Otras marcas…?
En este tercer y último cuadro parcial de la iglesia como comunidad sanadora, se destaca por cierto la dimensión de vocación y misión. Es decir que la comunidad de fe, en tanto hermandad y morada del Espíritu, está llamada a crecer en encarnación como representante de Jesucristo, cuya función integralmente terapéutica, diríamos, concretiza el amor al prójimo en contextos y situaciones particulares. Cabe reiterar que tal crecimiento supone e implica el desarrollo armonioso de las otras dos dimensiones también.
Por último, podríamos decir que estas referencias a la naturaleza trinitaria de la iglesia también pueden expresarse con las conocidas palabras de Miqueas 6:8 sobre lo que Yahvé ha declarado como bueno y lo que reclama de los fieles: “solamente hacer justicia [encarnación], amar misericordia [espiritualidad], y humillarte delante de tu Dios [fidelidad]”.
Una forma práctica y eclesiológicamente adecuada de identificar cómo la comunidad de fe puede servir como el contexto mejor para el acompañamiento pastoral dentro y fuera de la iglesia, es reflexionar sobre lo que hemos llamado su triple razón de ser.
La referencia al carácter trinitario de la iglesia podría parecer un tanto arbitraria (después de todo, ¿por qué no utilizar otras imágenes bíblicas y desarrollar modelos alternativos sobre la iglesia?). Sin embargo, encontramos que en su praxis cotidiana la comunidad de fe no puede sino representar concretamente aquellos símbolos bíblicos y ejercer su ministerio en el nombre de Jesucristo en el marco de ciertas áreas o dimensiones esenciales en que la vida de la iglesia se desarrolla. Tales dimensiones esenciales —necesarias e indispensables porque definen su “eclesialidad”, o sea el ser iglesia y no otra cosa—son la adoración, la comunidad y la misión. Se trata de facetas o componentes íntimamente relacionados entre sí, y constituyen juntos lo que podemos llamar la triple razón de ser de la iglesia. A riesgo de simplificar demasiado, diríamos que en la adoración, el foco de atención está en nuestra relación con Dios; en la experiencia de comunidad, el foco reside en las relaciones mutuas como hermanas y hermanos en la fe; y en la misión, lo que se enfoca es el mundo a nuestro derredor y nuestra vida y nuestras prácticas en y a favor del mundo. Podemos añadir que esta manera de conceptualizar la triple razón de ser de la iglesia se correlaciona con nuestra comprensión del “gran mandamiento” y su triple referencia al amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:28-34). En otras palabras, adoración, comunidad y misión son las áreas en que ocurren la vida y el ministerio de la iglesia como manifestaciones concretas del amor en sus tres dimensiones.
Obviamente, esas tres áreas o facetas de la iglesia no pueden separarse nítidamente. Así como afirmábamos más arriba que la iglesia es pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y hermandad y morada del Espíritu, correlativamente afirmamos también que la iglesia vive para adorar, para ser (y hacer) comunidad y para hacer (y ser) misión. De hecho, su vida y su crecimiento saludable—y, por lo tanto, multidimensional—se debe manifestar necesariamente en todas y cada una de las tres facetas que hacen a su triple razón de ser. La iglesia necesita crecer, aprender, renovarse y transformarse en las tres dimensiones interrelacionadas.
Adoración. Primero, la iglesia existe para adorar, es decir para reconocer y celebrar el reinado de Dios. En su vida de adoración (que es mucho más que el culto dominical, por cierto) la iglesia entra deliberadamente en la presencia de Dios y se abre a la fuente de su existencia. La adoración ocurre por medio de prácticas tales como la oración, la meditación, la lectura y el estudio de la Escritura, la proclamación, la música y el canto, la confesión y el ejercicio de otras disciplinas espirituales. Ahora bien, el foco de la relación con Dios y el amor a Dios en realidad también implica que nos vamos formando y transformando como discípulas y discípulos en medio de la adoración. Nos vamos constituyendo en la comunidad fiel del pacto al reapropiar la historia de la acción creativa y salvífica de Dios, al experimentar el poder y la gracia divinos en el presente y al renovar y consolidar su esperanza en el reino que viene. En fin, la adoración en sus diversas formas y contextos afirma y celebra el hecho que somos pueblo del pacto, pueblo comprometido a participar fielmente en la ética y la política del reino. Así concebida, la adoración, además, sostiene e inspira la vida en comunidad y la misión de la iglesia y, al mismo tiempo, se nutre de ellas.
Comunidad. Segundo, la iglesia existe para ser comunidad, es decir para corporizar histórica y socialmente el reinado de Dios en su propio seno. En este sentido, ser comunidad equivale a ser familia de Dios y cuerpo de Cristo. Es en tal sentido como cultivamos relaciones entre personas y grupos, participamos en la ayuda y apoyo mutuos así como en la admonición fraternal, la confesión, el perdón y la restauración y reconciliación, el discernimiento de dones y todo lo que concierne al cuidado y al discipulado mutuo. Los contextos de relaciones pueden ser más o menos espontáneos o formales, incluyendo desde luego a familias, individuos y parejas y otros grupos, cualquiera sea su situación y de la forma más inclusiva. La oportunidad y el reto son nada menos que el desarrollo del carácter de Cristo en versiones únicas —individuales y colectivas, personales y congregacionales—de auténtica espiritualidad. La vida de la comunidad de fe, así entendida y realizada, estimula y sostiene a la adoración y a la misión de la iglesia y, al mismo tiempo, se nutre de ellas.
Misión. Tercero, la iglesia existe para ser y hacer misión, es decir para participar en las manifestaciones del reinado de Dios en medio de la historia, mediante presencia, palabra y acción. En su vida de misión, la iglesia se involucra en la actividad liberadora y recreadora de Dios en el mundo. Lo hace con el testimonio de su propia realidad social y cultural, su comunicación y proclamación verbal y su actividad concreta. Se compromete en solidaridad con el mundo que su Señor ama, y participa en la sociedad como representante de Jesucristo en la palabra evangelística, la denuncia y el anuncio proféticos, y el servicio a favor de la libertad, la paz, la justicia y la esperanza. La iglesia se esfuerza en discernir los espíritus y los tiempos y el movimiento del Espíritu en la historia. Como hermandad y morada (o templo) del Espíritu, la iglesia necesita responder al imperativo de la encarnación. La integridad de la vida de misión —y el carácter integral mismo de su misión—orienta y motiva a la iglesia hacia la adoración y la comunidad. A su vez, la adoración y la comunidad, fielmente vividas, son indispensables para la misión.
En síntesis, podemos reiterar que la triple razón de ser de la iglesia consiste en: a) reconocer y celebrar el reinado de Dios (clave de la adoración); b) corporizar histórica y socialmente tal reinado como familia de Dios (clave de la comunidad); y c) representar, anunciar, y participar en la realidad del reino en medio de la historia (clave de la misión). En toda congregación siempre hay momentos cuando algunas de las áreas reciben atención especial o prioritaria, por ejemplo en el caso de los esfuerzos evangelizadores de denuncia y anuncio profético, o los intentos deliberados de revitalizar la adoración en la iglesia y en el hogar, o los procesos de mediación y de resolución de conflictos en el seno de la comunidad de fe. De todas formas, lo ideal es que la iglesia mantenga un saludable “equilibrio ecológico” entre los tres componentes esenciales de su vida y ministerio. Cuando eso ocurre, ella crece y madura simultáneamente para la gloria de Dios, para su propia edificación y madurez y para su testimonio y servicio solidario en el mundo.
La figura en la página siguiente representa un “modelo ecológico” de la iglesia, según lo que hemos llamado su triple razón de ser. Nótese que destacamos la interacción y la influencia recíproca entre las tres áreas (por eso las flechas van en todas direcciones) y una distinción sin separación completa entre las mismas (por eso utilizamos líneas entrecortadas). En el centro de la figura hemos ubicado a los diversos ministerios más o menos especializados, tales como la enseñanza, el cuidado y el consejo pastoral, la predicación, la administración y otros. De tal forma indicamos que los ministerios no son fines en sí mismos, sino que están precisamente al servicio de la triple razón de ser de la iglesia (por eso utilizamos letras minúsculas en este caso). Además notamos una relación de reciprocidad entre la adoración, la comunidad y la misión de la iglesia por un lado, y los ministerios propiamente dichos por el otro.
Los ministerios no pueden tener metas separadas del propósito esencial de la iglesia, que es ser una muestra y un anticipo del reino de Dios y una invitación continua a vivir según la ética y la política del reino. Los ministerios especiales existen con el fin último de habilitarnos para la adoración, equiparnos para la vida comunitaria y capacitarnos para la misión. Recíprocamente, cada una de las tres dimensiones o áreas principales de la vida de la iglesia ha de contribuir a fundamentar y estimular los ministerios y, por lo tanto, la labor y el proceso de cuidar y discipular. En otras palabras, los ministerios —y de forma muy especial el del cuidado y acompañamiento—consisten en las tareas multifacéticas de promover y facilitar el emerger humano según la norma de Jesucristo. Tal proceso de “emerger humano” o de humanización incluye crecimiento y maduración, formación y transformación.
Ejercicio 2
Responda brevemente a la reflexión eclesiológica presentada en las páginas anteriores. ¿Con qué aspectos de la misma está de acuerdo, o en desacuerdo? ¿Cómo entiende usted a la iglesia como comunidad de salud y sanidad?
Ejercicio 3
Entreviste a un(a) pastor(a) sobre (a) cómo entiende su ministerio de acompañamiento pastoral, y (b) a su congregación como comunidad de cuidado y salud.
Ejercicio 4
Complete el cuadro de la página siguiente—“La iglesia como ecología de cuidado”—en consulta con otros líderes congregacionales. Note(n) que se han incluido algunos ejemplos de actividades y programas posibles en cada una de las cuatro áreas dentro y fuera de la comunidad de fe. Identifique(n) tanto lo que la iglesia ya ofrece como también lo que podría ofrecer dentro de su contexto congregacional y social.
Lecturas recomendadas
Pat Contreras Ulloa, “Por una psicología pastoral que acompañe y desafíe a las iglesias en Latinoamérica y el Caribe”. En Hugo N. Santos, ed., Dimensiones del cuidado y asesoramiento patoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. (Buenos Aires: Kairós, 2006), págs. 23-40.
Marianela de la Paz Cot. “El cuidado pastoral y los ritos en la comunidad sanadora”. En Daniel S. Schipani, ed. Nuevos caminos en psicología pastoral. Buenos Aires: Kairós, 2011, págs.153-174.
Alberto Daniel Gandini. La iglesia como comunidad sanadora. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1989.
Lothar Carlos Hoch. “La función terapéutica de los ritos pastorales”. En Hugo N. Santos, ed. Dimensiones del cuidado y asesoramiento pastoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. Tomo II. Buenos Aires: Kairós, 2012, págs.249-273.
Jorge A. León. Psicología pastoral de la iglesia. Miami: Editorial Vida, 5ta. Ed. 1990.
Rebeca M. Radillo. Cuidado pastoral contextual e integral. Grand Rapids: Libros Desafío, 2007.
Sergio Ulloa Castellanos. “La iglesia como comunidad de salud integral”. En Hugo N. Santos, ed., Dimensiones del cuidado y asesoramiento pastoral: Aportes desde América Latina y el Caribe. Buenos Aires: Kairós, 2006, págs. 143-168.
Sergio Ulloa Castellanos. “Acompañamiento pastoral en el culto”. En Daniel S. Schipani, ed. Nuevos caminos en psicología pastoral. Buenos Aires: Kairós, 2011, págs.127-152.
Notas al pie
1 Nos conviene recuperar el uso del término “sacramento” en la reflexión teológico-pastoral. Utilizamos aquí la noción de la iglesia como sacramento en un triple sentido. Primero, la iglesia está llamada a ser señal visible y clara que indica o apunta en la dirección de la salud y la salvación, y de las manifestaciones del reinado de Dios en el mundo y en la historia. Segundo, también ha de ser símbolo e imagen (imago Dei) que representa veraz y fielmente dicho reinado, es decir la vida misma a partir de Dios, y aun la vida misma de Dios. Y, en tercer lugar, la iglesia debe llegar a ser agente y medio de gracia, es decir instrumento mediatizador eficaz de la gracia divina en medio de la historia.
2 Preferimos hablar de la iglesia como comunidad de salud y no solamente como “comunidad sanadora” debido a dos razones: (a) la relación directa que puede establecerse bíblico-teológicamente entre salud y salvación como liberación y humanización completa; y (b) la necesidad de no restringir las connotaciones correspondientes al plano de lo meramente terapéutico en el sentido limitado del término sino, más bien, incluir además las dimensiones de formación, crecimiento y maduración, y plenitud de vida, entendidas en perspectiva teológica. En este capítulo, por lo tanto, las referencias a la iglesia como comunidad de salud deben entenderse en el sentido más amplio aquí especificado.
3 El tema de la iglesia como comunidad de salud y sanadora se puede abordar, por cierto, desde diversos puntos de vista potencialmente complementarios. Así, por ejemplo, las perspectivas de las ciencias sociales y de la conducta humana, tales como la antropología, la sociología, y la psicología, nos ofrecen contribuciones valiosas y aun indispensables hoy día. En particular para el caso del acompañamiento pastoral y el cuidado y consejo como ministerios de la iglesia, obviamente debemos afirmar las aportaciones múltiples de la psicología y sus subdisciplinas, y en especial el rol de la psicoterapia como ciencia humana práctica.
4 Aclaramos que se trata solo de la presentación de algunos ejemplos ilustrativos para ayudarnos a comprender y apreciar mejor el llamamiento de la iglesia como comunidad sanadora, a partir de su historia y experiencias concretas.
CAPÍTULO 2
Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen… y pongo mi vida por mis ovejas.
(Juan 10:14-15).
Yo soy el camino, la verdad y la vida…
(Juan 14:6)