Cruzando el límite.

Bárbara Padrón Santana.

 

 

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Primera edición en digital: Febrero 2016

Título Original: Cruzando el límite

©Bárbara Padrón Santana, 2015

©Editorial Romantic Ediciones, 2015

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada © Konrad Bak

Diseño de portada y maquetación, Olalla Pons.

ISBN: 978-84-944875-3-8

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

 

 

ÍNDICE

1. El regalo.

2. Prisionera.

3. Salvada.

4. Despertar.

5. Acostumbrándose.

6. Aterrorizada.

7. Recuerdos.

8. Riñas.

9. Dolor.

10. Huida.

11. Encuentros.

12. Rescate.

13. Cura.

14. Recuperación.

15. Helada.

16. Una mentira.

17. Nuevo amor.

18. Pasado.

19. Atacados.

20. Rescate.

21. Buenas noticias.

22. El pasado vuelve.

23. Latidos fuertes.

24. Fuego.

25. Heridos.

26. Celos.

27. Peticiones y pistas.

28. Verdades.

29. Despedidas.

30. Dolor y amor.

31. Conociendo al mal.

32. Llegada.

33. Anhelo.

34. Ansias.

35. Venganza cumplida.

36. Muerte y adiós.

37. Dolor del corazón.

38. Regreso.

39. Volver juntos.

40. Juntos al fin.

Epílogo.

Agradecimientos.


Dedicado a todos los que me han apoyado.

 

1. El regalo.

 

Al fin había llegado el día.

Su padre volvía de su viaje al extranjero. Había ido a una zona recóndita de Austria para hacer negocios con otra empresa y al parecer todo había salido a pedir de boca.

Después de casi un mes, ahora volvía con un nuevo contrato bajo el brazo muy productivo en estos tiempos de crisis. Una crisis que afectaba a gran parte del mundo, pero de la que poco a poco saldrían según los pronósticos que hacían los economistas de todo el mundo.

Anabella se había levantado temprano para limpiar y tenerlo todo listo para cuando llegara su padre, más o menos sobre la hora del almuerzo. Se había recogido su larga melena oscura en una coleta y se puso sus gafas de pasta negra camuflando así sus enormes ojos oscuros.

Puso el reproductor a un volumen bastante alto, que llevaba el sonido a todos los rincones de la casa y se puso a limpiar.

En el enorme salón de suelo enmoquetado miró la foto que tenía con sus padres y que estaba encima de la chimenea. Sonrió. Echaba de menos a su madre, pero sabía que la vería pronto porque su gira acababa dentro de poco. Cada día recibía varios e-mails de ella contándole todo lo que hacía y lo que veía en cada lugar que paraban.

Cierto que con su carrera musical le había dedicado poco tiempo a su hija, pero aún así, la joven sabía que la quería y mucho demostrándoselo cuando volvía de las giras para permanecer bastante tiempo hasta que la llamaban para grabar un videoclip o para comenzar a grabar las canciones para su próximo disco.

Anabella había heredado de su madre aquel don de cantar, pero era bastante más tímida que su madre, ya que cuando aún era pequeña e iba al colegio, el que la llamaran cuatro ojos la volvió retraída. Desde siempre había llevado gafas. Su madre le había dicho que se pusiera lentillas para resaltar su belleza pero ella se había negado alegando que con las gafas estaba más cómoda. Pura mentira.

Realmente tenía miedo de que con las lentillas la vieran como era realmente y no le gustara a nadie. Y aún a pesar de la edad que tenía seguía pensando igual, por lo que solo cantaba cuando estaba sola en su casa y si estaban sus padres lo hacía en habitación donde vivía rodeada de objetos antiguos.

Esta era su gran afición. Coleccionar objetos antiguos se había vuelto su mayor hobby. Le encantaba lo misterioso de estos y descubrir todo sobre cada uno de los objetos que tanto ella compraba como sus padres le regalaban cada vez que volvían de sus viajes.

Con cada objeto podía pasarse casi un mes investigando cómo y por qué se hizo y hasta que no lo descubriese todo sobre él, no estaba tranquila.

Después de casi media mañana de limpiar todos los rincones de la casa, se metió en la cocina a preparar un almuerzo especial por la llegada de su padre. Miró dentro del frigorífico y sacó los ingredientes necesarios para lo que tenía pensado hacer. Cortó verduras y carne. Cocinó en los fogones y preparó en el horno una tarta de chocolate que le había enseñado su madre tiempo atrás y que a su padre le encantaba.

Una vez estuvo todo listo, lo puso en la mesa del amplio comedor que apenas se utilizaba, únicamente para ocasiones especiales, Navidades y poco más, pero siempre se buscaba una excusa para comer en aquella habitación donde siempre habían celebrado sus cumpleaños e incluso su graduación.

Lo decoró con cariño y colocó todas las bandejas de las comidas en la mesa. Cuando estuvo todo colocado, lo observó satisfecha de su trabajo y se quitó el delantal para colgarlo en la cocina.

Justo en ese momento, el timbre sonó y ella corrió a abrir. Sonriendo, se encontró con su padre al que saludó con efusividad.

—¡Te he echado mucho de menos, papá! —le dijo ella contenta, abrazándolo.

—Vaya, cuánta alegría. ¡Qué recibimiento! Veo que me has echado de menos.

—Claro. ¿Cómo no voy a echar de menos al mejor padre que conozco?

Su padre sonrió. Entraron en la casa y fueron al comedor donde ya estaba todo listo y colocado sobre la mesa.

—Impresionante, una comida digna de reyes. ¿Te llevó mucho tiempo hacer todo esto?

—Media mañana, pero ahora siéntate y come.

Ambos se sentaron y se sirvieron de todas las bandejas. Mientras comían, el hombre le contó a su hija todo lo que había pasado en la reunión. Luego le contó todos los lugares que visitó.

—Encontré una tienda de antigüedades realmente impresionante. Estoy seguro de que te hubiera encantado, por eso te traje algo que había allí que te puede describir perfectamente cómo era la tienda.

—¿Dónde está? —preguntó Anabella impaciente.

—Está de camino, así que comamos tranquilamente.

—¿Cómo que está de camino?

—Era demasiado grande y no cabía en mi coche.

Anabella miró a su padre, sorprendida.

—¿Tan grande es?

—Sí. Esperemos a que venga y juzga por ti misma.

La joven asintió y le sirvió un trozo de pastel a su padre, el cual se lo comió con gusto y aprobador.

Para él era uno de los mejores que había probado.

Cuando este acabó, Anabella recogió todo para lavarlo mientras que lo sobrante lo guardaba en la nevera. Al rato, tocaron el timbre y ella cerró el grifo para salir a abrir. Su padre ya había abierto y dos jóvenes entraron con una enorme caja, aunque fina, que subieron a la habitación de la joven bajo las indicaciones del hombre.

Anabella los siguió y vio cómo dejaban el paquete junto a la pared. Curiosa, entró en su habitación mientras su padre pagaba a los jóvenes por el trabajo y estos se fueron.

—Acércate y ábrelo —le dijo su padre al ver que ella lo miraba desde una cierta distancia.

Ella se acercó y retiró el envoltorio para descubrir ante sí un inmenso espejo de cuerpo entero, aunque más grande que ella. El borde, que protegía el cristal, era dorado con motivos florales y en la parte alta había una inmensa máscara sonriente que parecía mirarla desde las alturas.

—Es hermoso, papá.

—Al parecer se usaba mucho en los Carnavales de Viena y ahora te pertenece a ti.

—Me encanta —dijo Anabella sonriendo, luego abrazó a su padre— muchas gracias, papá.

—De nada, pequeña. Espero que lo uses bien.

—Claro que sí. Ahora debo ir al centro comercial a comprarme unas cosas, hace tiempo que no salgo de compras.

—¿Te acompaño?

—No, el viaje ha sido largo así que deberías descansar un poco.

—¿Segura?

Anabella asintió. Le dio un beso en la mejilla y, tras coger la chaqueta y el bolso, salió de la casa. Se subió en su coche y condujo hasta el centro comercial. Un enorme edificio con grandes letreros por todos lados. Pasó por varias tiendas buscando qué comprar hasta que encontró un vestido realmente hermoso, por encima de las rodillas con vuelos y un escote en forma de corazón. Bastante bonito, incluso el color era bastante llamativo a simple vista: celeste con muchos brillantes.

Entró en la tienda, cogió un vestido de su talla y se dirigió al probador donde se lo probó para luego mirarse en el espejo. Le sentaba bastante bien. Salió un momento con el vestido y le pidió a una dependienta unos zapatos a juego con este. Tras probárselos y ver que le quedaban bien, se cambió y compró todo.

Esperaba poder utilizarlo pronto. Seguramente se lo pondría cuando su madre volviera y fueran a celebrarlo a un bonito restaurante.

Siguió recorriendo tiendas donde compró algunos accesorios hasta que se hizo tarde y su tarjeta comenzó a ponerse al rojo. Guardó las bolsas en su coche y volvió a su casa.

Preparó la cena que comió sola ya que su padre no tenía mucha hambre. Se duchó y se puso su pijama favorito. Un conjunto de pantalón corto muy por encima de las rodillas, tipo short y una camiseta de tirantes, ambas de color verde manzana.

Volvió a su habitación donde volvió a mirarse en el espejo. Le parecía el mejor espejo que había visto en su vida. A pesar de los años que le había dicho su padre que tenía, seguía tan brillante como si se conservara en muy buen estado.

Anabella tocó el borde dorado con delicadeza y uno de los salientes dorados le hizo un pequeño corte en un dejo. La joven sacudió la mano sin darse cuenta de que una pequeña gota de sangre caía en el cristal. Se chupó el dedo hasta dejarlo limpio. El corte era mínimo y ya no salía sangre por lo que no le dio importancia.

Tras eso, la joven puso el despertador y se acostó a dormir.

Durante la noche, el espejo pareció cobrar vida. Los ojos de la máscara se iluminaron y en el cristal se reflejó una gran cantidad de círculos de colores como si de un túnel se tratara, estos relucían e iluminaban toda la habitación lo que hizo que Anabella abriera los ojos confusa.

Se incorporó y vio su habitación toda iluminada. Asustada, miró al espejo. Se levantó y se acercó a este.

—¿Qué está pasando aquí? —se preguntó la joven.

De repente, todo movimiento dentro del espejo se detuvo lo que la hizo quedar a oscuras. Encendió la luz de su mesilla de noche para ver qué era lo que le había pasado al espejo. Se miró en el espejo y todo pareció normal, pero entonces se percató de que algo había cambiado, lo que debía ser el fondo de su habitación era una horrible pared de bloques oscuros y de aspecto frío.

Se veía su reflejo pero nada era igual. Miró a sus espaldas. Su habitación estaba como siempre, entonces, ¿por qué en el espejo se veía otra cosa? Movida por un impulso, tocó el cristal, pero este parecía haber desaparecido bajo su tacto porque al intentar posar su mano, ésta entró dentro del espejo arrancando un grito ahogado a la joven que retrocedió rápidamente.

Se miró la mano, cada vez más sorprendida y algo asustada. No sabía qué pasaba para que el espejo no tuviese cristal en ese momento cuando su reflejo se veía igual.

Sin dejar de mirar al espejo se sentó en su cama y no puedo evitar mirar aquella máscara que coronaba el espejo y le parecía verlo sonreír mientras la miraba. Sintió escalofríos sólo de pensar que estuviese vivo.

Miró a su alrededor. La habitación estaba igual que siempre, sus paredes de color celeste claro, sus muebles blancos, su cama de cabecero de hierro blanco. Si todo seguía en su sitio, ¿por qué en el espejo podía ver otra habitación que no era la de ella?

Estaba soñando. ¡Claro! Seguro que era eso, únicamente un sueño del que despertaría y cuando mirara al espejo, este estaría como siempre.

Quizás si se pellizcaba el brazo se daría cuenta de que todo es un sueño. Pero el fuerte dolor que sintió tras el pellizco fue real, tan real que no le quedó más remedio que creer lo que estaba viendo en esos momentos.

Estaba ante un espejo mágico, pero ¿cómo es que durante todo el día no había pasado nada extraño y ahora, en la madrugada sucedía aquello? ¿Sólo funcionaría durante la noche?

Tendría que hablar con su padre, pero ¿y si pensaba que había sido una pesadilla? ¡No! ¡Era real! Lo que estaba sucediendo ante sus ojos era real, demasiado para su gusto.

Volvió a levantarse y se acercó de nuevo al espejo. Acercó su mano nuevamente, pero esta vez su palma intentó no traspasar, quedando flotando sobre unas tranquilas aguas, en la nada del espejo.

Quedaba poco para el amanecer, quizás debería esperar y que su padre viera por sí mismo lo que estaba sucediendo con el espejo.

Su padre acostumbraba a levantarse temprano para ir a hacer footing así que sólo debía esperar un rato más en el que la joven lo pasó sentada en la cama sin apartar la mirada del espejo que la reflejaba perfectamente.

Poco a poco, el sol hizo su aparición en el horizonte, llamando a la nueva mañana y la joven se levantó. Fue a buscar a su padre, pero tropezó con la pata de la cama haciéndola caer frente al espejo.

—No, no, ¡no! —gritó cuando vio que sus brazos y el resto de su cuerpo traspasaban aquel umbral que sabría quién a dónde la llevaría.

Su cuerpo traspasó completamente el espejo, llegando a caer en un frío suelo de piedra. Maldiciendo para sí, levantó la cabeza y se apartó los cabellos que había caído delante de su cara.

Se puso de lado y se miró. Tanto codos como rodillas estaban raspados a causa de la piedra del suelo que no era nada lisa. Todo a su alrededor era piedra oscura, sin decoración alguna. Parecía una habitación abandonada. Miró el espejo, que era exactamente igual al suyo con la misma máscara de sonrisa maléfica. Ahora desde ese lado podía ver su habitación.

De repente sintió frío. Aquella habitación le producía escalofríos. Muy por encima de su cabeza, divisó una ventana por la cual ya se veía el cálido sol de la mañana contrastando así con el frío de ese lugar.

Se abrazó para darse un poco de calor, pero poco podía conseguir cuando llevaba un pijama tan corto.

Debía volver a su habitación y contarle a su padre lo que pasaba con ese espejo.

Se acercó a este para volver a cruzarlo cuando una puerta se abrió. Una enorme puerta de la que no se había percatado y dos tipos de aspecto horrible la agarraron por los brazos y comenzaron a arrastrarla justo en el momento en el que su padre entraba en la habitación y no la veía por ningún lado.

Ella deseó gritar para que él la oyera, pero sabía que sería imposible y, aunque pudiese oírla a través del espejo, ya no podía hacer nada porque aquellos tipos habían cerrado la puerta tras ellos y la llevaban a otra estancia.

 

 

2. Prisionera.

 

La fiesta estaba ya por terminar, había durado toda la noche. Había corrido la bebida sin descanso y casi todos los asistentes a la celebración yacían semidesnudos en el suelo o los bancos que allí había.

Agotados, todo se quedó en silencio, pero el ruido de gritos procedentes del pasillo hizo mella en sus cabezas.

—¡Dejadme! ¡Quiero volver! ¡Ha sido un error! ¡Soltadme!

—Oh, mi cabeza —dijo un joven alto y apuesto, sentado en el trono que presidía la sala. Sus ojos se abrieron mostrando así el color marrón otoñal de estos— ¡¿qué pasa ahí fuera?!

Se llevó las manos a la cabeza justo en el momento en que las puertas se abrían apareciendo dos guardias con alguien entre ellos que forcejeaba para escapar.

Cuando estuvieron frente a él, soltaron a una joven que cayó al suelo.

El joven la observó detenidamente. La chica era realmente hermosa con su cabello largo y oscuro cubriendo sus hombros y parte de su espalda. Su cuerpo era impresionante con aquellas largas y esbeltas piernas desnudas. Cuando ella levantó la cabeza, él se quedó sin aliento ante tanta belleza. Su rostro con forma ligeramente redondeada mostraba unos bellos ojos oscuros. La nariz era pequeña y elegante y sus labios eran deliciosos, perfectos para besar.

Nunca había visto nada igual, parecía una especie exótica nunca vista en aquellos lugares. Miró a los guardias y luego a la joven.

—Por favor, déjeme ir… —dijo ella.

—¿Quién eres? —se limitó a preguntar él.

La joven se abrazó a sí misma mientras miraba a aquel tipo que parecía tener más o menos su edad, aunque por su cuerpo fibroso parecía un poco más mayor de lo que aparentaba su joven rostro.

—Me… me llamo… Anabella… —dijo ella con voz temblorosa. Estaba asustada.

El joven se levantó y se acercó a la chica que se encogió, un poco intimidada.

—Umm, Anabella… —murmuró paladeando el nombre mientras daba vueltas alrededor de ella— un nombre delicado para una joven delicada. ¿Te han dicho alguna vez que eres hermosa?

Él le pasó la mano delicadamente por la mejilla.

—Señor, por favor, déjeme ir.

—Tienes un acento extraño, ¿eres de fuera? Déjame adivinar… eres de Canian ¿verdad?

Anabella miró al tipo y frunció el ceño.

—¿Canian? No, yo vengo del otro lado del espejo.

—¿Vienes del otro lado del espejo? —ella asintió lo que a él le hizo sonreír— ¿por qué no me lo has dicho antes?

Le tendió la mano para ayudarla a levantar y cuando estuvo de pie, la miró detenidamente. Hermosa. Indescriptible. Una belleza fuera de lo normal.

Deseó tocarla y como él siempre procuraba cumplir sus deseos, posó su mano en la mejilla de Anabella de nuevo, la cual se tensó ante ese inesperado contacto, muy distinto al primero.

—Por favor, señor, déjeme volver a mi casa.

—No me digas señor, llámame por mi nombre, Kartik.

—Kartik, déjeme marchar, se lo pido— insistió ella.

—¿Te quieres ir tan rápido? —preguntó agarrándola por el brazo con cierta fuerza— precisamente anoche comenzamos una fiesta y me gustaría continuarla con tu presencia.

La joven miró a su alrededor por primera vez desde que entró y vio a varias personas semidesnudas tirados unos encima de otros. Asustada ante lo que podría suceder, retrocedió, aunque no mucho porque Kartik la atrajo hacia sí.

—Déjeme —dijo ella intentando apartarse.

—Vamos, te trataré bien, ya lo verás —dijo Kartik descendiendo su mano para atrapar la asilla de la blusa del pijama.

El cuerpo de la joven se tensó aún más, respirando agitadamente por el miedo. Ese tipo era un obseso.

—No, no… —dijo ella empujándolo— yo me quiero ir.

—Vas a quedarte, preciosa, serás la nueva pieza de mi colección —dijo él volviendo a agarrar la tira de la camiseta.

—¡Suélteme! —gritó ella y lo empujó una vez más poniendo distancia entre los dos.

Este, que sujetaba la asilla, la rompió quedando la blusa sujeta por sólo una tira y ella se cubrió rápidamente.

Kartik se acercó peligrosamente y ella retrocedió.

—¿Te niegas a someterte a mí?

—¡Yo sólo quiero volver a mi casa!

—Bien, podrás volver a tu casa después de que goce de tu cuerpo.

Kartik la atrajo hacia sí y la besó con fuerza. Anabella intentó apartarse, pero él era demasiado fuerte para ella por lo que optó por golpearlo en los hombros mientras las manos de él descendían peligrosamente.

Anabella tenía dos opciones: o dejarse hacer o resistirse. Eligió la segunda así que con su rodilla lo golpeó en la entrepierna. Kartik la soltó y cayó de rodillas, dolorido.

—En mi país, eso que pretendías hacer se llama violación y puedes ir a la cárcel por ello —replicó Anabella pasándose la mano por los labios limpiándose aquella terrible sensación.

Kartik la miró con odio, pero a la vez con dolor en su entrepierna. Miró a los guardias que se habían acercado y exclamó:

—¡Apresadla! ¡Llevadla a las mazmorras! ¡Encargaos de que no salga de allí jamás!

Anabella intentó huir, pero tropezó con la pierna de alguien que estaba tendido en el suelo y cayó, momento que aprovecharon los guardias para cogerla. Ella se resistió y pataleó.

—¡Dejadme! ¡Esto es un secuestro! ¡Socorro!

Pero de nada le valió gritar porque la arrastraron fuera de la sala en dirección a las mazmorras de aquel frío lugar.

Entonces, una bella joven de cabellos rojos oscuros y los ojos verdes agua, cubierta por unas pocas prendas se acercó a Kartik.

—¿Estáis bien? —preguntó la joven agachándose junto a él y agarrándole del brazo.

—Sí —dijo él soltándose con brusquedad y levantándose—, maldita sea.

—¿Quiere que mire si está bien? —insistió la joven.

—Estoy bien, Niseya, ahora tráeme una copa de vino.

La joven asintió y se levantó para buscar una jarra de vino para Kartik, el gran amor de su vida.

Una chica que con apenas diecinueve años se había ido con Kartik para estar cerca de él y entregarle todo el amor que tenía para darle.

Ella fue una joven de pueblo, sencilla, que cuidaba del ganado que tenía su familia. A la edad de doce años vio aparecer a Kartik sobre una yegua alazán con un porte principesco, muy característico de su linaje.

Desde que lo vio quedó prendada de él y decidió dejar la cría de ganado para trabajar en palacio y así poder ganarse su afecto y su corazón. Siempre había estado allí para ayudarle en todo lo que necesitara, pero cuando él se rebeló contra su padre, el rey, y se marchó, ella lo siguió porque se prometió, no, se juró que nunca lo abandonaría.

Él era todo para ella, era su mundo y deseaba fervientemente que algún día, Kartik correspondiera a sus sentimientos de la misma manera en que ella lo hacía.

Quizás era mucho pedir puesto que él era un príncipe y ella una simple joven de campo pero nada le impedía soñar con un futuro junto a él. Sólo debía mantener las esperanzas. Solo eso…

 

Los dos guardias bajaron las escaleras llevando a la joven a la fuerza.

—¡Dejadme!— gritaba Anabella.

—¿La metemos en la mazmorra del fondo? —preguntó uno de los guardias al otro, sonriendo.

—¿Junto con…?

—Claro. Así no tenemos que buscar las llaves de otra mazmorra.

—Mira que eres vago.

—Búscala tú, entonces.

—Bah, olvídalo. La meteremos allí y ya está.

—Dejadme ir, os lo suplico —pidió la joven aun sabiendo que ya no tenía escapatoria.

Uno de los guardias cogió una llave que colgaba de su cinturón y abrió la puerta de la mazmorra. El otro la empujó y ella cayó al suelo haciéndose más daño en las rodillas y en los codos. Entonces oyó cómo se cerraba la puerta con un gran estruendo gracias al óxido que cubría las bisagras.

Anabella se sentó y se frotó las rodillas suavemente, pero no pudo evitar hacer una mueca de dolor. Ahora sí que no tenía escapatoria. Aquel sería un lugar donde pasaría mucho tiempo.

Los observó y vio que las mazmorras eran aún más frías que las habitaciones en las que había estado ese día.

Miró a su alrededor, comprobando así que en aquella habitación no duraría mucho sin sufrir alguna enfermedad. Aquello era un nido de ratas y olía a excrementos.

La joven gimió lastimeramente y apoyó su cabeza contra las rejas donde se había apoyado.

—Quiero volver a mi casa… —murmuró.

—Mi hermano nos sacará de aquí.

Anabella al oír aquella voz se asustó y gritó mientras se levantaba. Miró a su alrededor, buscando en la oscuridad algo con lo que defenderse, pero no halló nada que le sirviera y lo único que pudo hacer fue arrimarse más a los barrotes de la puerta.

—¿Quién está ahí? —preguntó temerosa— seas quien seas, que sepas que aprendí defensa personal y puedo dejarte KO en un momento.

Esto era mentira, pero quizás con eso amedrentaba a quien quiera que estuviese en la misma celda que ella.

—¿Defensa personal?— preguntaron desde la oscuridad.

A pesar del eco que formaba el lugar, se percató de que la voz era de una joven y eso la relajó un poco aunque aún miraba a todos lados recelosa.

—¿Quién eres? Muéstrate.

Como estaban casi a oscuras, sus otros sentidos se agudizaron más y oyó el sonido del frufrú de varias capas de tela.

Ese sonido le llegó desde la derecha hacia donde miró y vio a una joven con una larga cabellera castaña, enmarcando un delicado rostro de tez pálida. Sus ojos eran verdes como la hierba en primavera.

Llevaba un vestido largo de amplia falda turquesa o eso parecía porque estaba bastante sucio. La parte de arriba se ajustaba a las curvas bien definidas de la joven mostrando buena parte de sus senos gracias al amplio escote del vestido.

Tendría unos diecisiete o dieciocho años de edad, o al menos eso aparentaba.

—¿Quién eres?— preguntó Anabella.

—Siento haberte asustado, soy la princesa Silvana Araine, hija de los reyes de Araine, soberanos de Alaia, ¿y tú eres?

Anabella frunció el ceño. ¿Princesa? ¿Alaia?

—Me llamo Anabella y vengo de España.

—¿España? No conozco ningún país llamado así.

—He venido del otro lado de un espejo.

Silvana la miró sorprendida y corriendo se acercó para cogerle las manos, entusiasmada.

—¿De verdad vienes del otro lado del espejo? —Anabella asintió y Silvana soltó un gritito— ¡quiero saberlo todo de allí! Anda, cuéntamelo, cuéntamelo… Sentémonos aquí —dijo la joven arrastrándola hasta un montículo de paja donde la sentó.

—¿Qué puedo contarte?

—Lo que sea, llevo unos días aquí encerrada y necesito distracción o me volveré loca.

—Yo apenas llevo unos minutos y ya estoy desesperada por salir.

Silvana la miró y soltó un grito, pero esta vez parecía escandalizada.

—¡Por todos los astros, mi hermano Kartik te ha dejado en ropa interior! ¡Te ha deshonrado!

Anabella se miró el pijama y cayó en la cuenta de algo más importante que su vestimenta.

—¿Kartik es tu hermano? Pero si sois totalmente opuestos.

—Ya lo sé, todos lo dicen, Kartik es la oveja negra de la familia, tenía envidia de mi hermano Dreick, que es el mayor.

—Espera —dijo Anabella interrumpiéndole —¿tienes otro hermano?

—¡Oh sí! También tengo uno pequeño, Kerel. Pero no hablemos de mis otros hermanos ahora, Kartik te ha deshonrado, estás en ropa interior.

—No, no, princesa Silvana, esto que llevo es un pijama.

La joven la miró, confusa.

—¿Un qué?

—Un pijama… es ropa para dormir.

—¿Ropa para dormir? ¿Tú no usas camisón?

—Los camisones ya casi no se usan, lo que se lleva es esto.

—¿Y cómo dices que se llama?

—Pijama.

—Entiendo. Cuéntame más cosas, por favor, ah y tutéame.

—Bueno, las mujeres ahora podemos llevar pantalones.

—¿Usáis pantalones como los hombres?

—Sí.

Anabella siguió contándole cosas de su hogar y su país hasta que les llevaron la comida, pero sólo les llevaron una bandeja con un plato de sopa rancia y un mendrugo de pan para compartir entre las dos, aunque no era suficiente para alimentarlas, así que Anabella decidió dejarle toda la comida a Silvana a la cual le había oído rugir el estómago a causa del hambre.

Cuando esta terminó de comer, ambas se recostaron y miraron hacia el oscuro techo.

—No tenías que haberme dado toda la comida.

—No tenía mucha hambre, yo sólo deseo salir de aquí.

—Dreick vendrá a salvarnos, nos sacará de aquí antes de que nos demos cuenta, ya lo verás.

Anabella suspiró y cerró los ojos a ver si se dejaba vencer por el sueño durante un rato para ver si todo aquello no era más que una horrible pesadilla, pero las horas pasaban y con ellos los días en los que la joven apenas comía para dárselo a Silvana y eso la estaba debilitando.

La princesa estaba preocupada por la chica y deseó fervientemente que su hermano viniera pronto a rescatarlas o Anabella no aguantaría mucho más.

 

3. Salvada.

 

La noche era perfecta, había luna nueva y todo estaba completamente oscuro, una verdadera ventaja para lo que tenían planeado hacer.

—¿Cómo vamos a entrar? —preguntó uno de los dos jinetes al otro, ambos envueltos en una enorme capa oscura que les cubría hasta la cara.

—Por la parte de atrás, no hay tiempo que perder.

—¿Entro contigo o me quedo con los caballos?

—Cuanto menos ruido, mejor, ya sabes que Silvana no se lleva muy bien contigo —dijo el otro jinete sonriendo bajo la capucha—. Quédate con los caballos, yo volveré rápido.

Su compañero asintió mientras el otro bajaba del caballo y salía corriendo hacia el castillo.

Cuando estuvo cerca, se acercó sigilosamente a la puerta trasera pegado a la pared. Tras comprobar que no se oía nada, entró a la habitación destinada a la cocina de la cual salió para buscar las escaleras que bajaban a las mazmorras.

Todo estaba tan oscuro que no llegaba siquiera a ver su mano si se la ponía delante de las narices, aunque se sabía la disposición del castillo de memoria, era bastante difícil guiarse si todo estaba a oscuras como esa noche.

A tientas encontró una antorcha que encendió de las brasas que quedaban en una chimenea cercana y esta iluminó la estancia. Estaba bastante lejos de la puerta que va a las mazmorras por lo que se dirigió allí lo más rápido posible sin hacer el más mínimo ruido.

Una vez estuvo frente a la puerta, la abrió lentamente. Como supuso, todo estaba completamente oscuro así que bajó con cuidado las escaleras mientras afinaba el oído. Oyó unos fuertes ronquidos al final lo que le indicaba que había un centinela vigilando las mazmorras. Bueno, realmente vigilando no, lo que estaba haciendo era dormir.

Se acercó a este una vez estuvo abajo y vio que tenía las llaves de las celdas colgadas en el cinturón.

—Maldición… —susurró al ver que sus esperanzas de encontrar las llaves colgadas en la pared se hacía añicos.

Sólo tenía una opción: quitárselas. Si quería salvar a Silvana, tendría que hacerlo así. Se acercó y comenzó a desabrochar el cinturón lentamente para sacar las llaves. El guarda se removió y abrió los ojos. Cuando vio la sombra oscura delante fue a gritar, pero un corte certero en el cuello lo mató. El cuerpo cayó hacia un lado mientras la sangre hacía un charco a su alrededor.

La sombra limpió la daga que se guardó luego en la bota y, tras coger las llaves, corrió por el pasillo de las mazmorras en busca de la chica.

—Silvana… Silvana, ¿estás ahí?

Un movimiento de frufrú atrajo su atención.

—¿Dreick? Dreick, ¿eres tú?

El joven corrió hasta el fondo donde vio a su hermana afirmada a los barrotes. Se quitó la capucha que cubría su cara y dejó a la vista un hermoso rostro de ojos verdes como los de su hermana y el pelo medianamente corto del mismo color que ella. Su sonrisa se ensanchó al ver que su hermana no estaba tan mal después de todo.

—Claro que soy yo, pequeña, prometí que te salvaría y lo estoy cumpliendo.

Silvana sonrió y dejó que su hermano abriera la puerta. Cuando estuvo abierta, ambos hermanos se abrazaron contentos de volver a verse.

—Pensé que no vendrías, los días pasaban y mis esperanzas decaían.

—Pues aquí estoy, venga, vámonos ya —dijo Dreick tomando a su hermana de la mano dispuesto a marcharse, pero ella lo detuvo. Confuso, se viró hacia Silvana— ¿qué pasa?

—No podemos irnos así.

El príncipe frunció el ceño.

—¿Así cómo?

—Sin ella —dijo Silvana señalando al interior de la celda.

Dreick miró hacia allí, pero no vio nada.

—Silvana, yo no veo a nadie.

—Está acostada al fondo, está débil, desde que la trajeron aquí apenas ha probado bocado porque sólo nos traían un plato de sopa y un mendrugo de pan para compartir, pero ella me lo daba todo…

—Basta, estás nerviosa, ¿verdad?

—¿Yo? ¿Por qué lo preguntas?

—No paras de hablar —dijo él sonriendo cálidamente.

—Claro que estoy nerviosa, Dreick, Anabella hace unas horas que no se despierta y temo que haya enfermado, con ese pajoma, pimaji o como se llame.

—Vayamos a ver a esa chica —dijo Dreick frunciendo el ceño y entrando en la celda.

—Espera, Dreick, tenemos que llevárnosla no sólo por eso, viene del otro lado del espejo. Kartik va a querer hacerla suya a toda costa, es muy bella y no podemos permitirlo.

Dreick siguió hasta el fondo donde halló a la joven tendida sobre un montículo de paja. Su hermana tenía razón, era bellísima, era la joven más bella que había visto jamás. Aunque la extrema palidez de la chica no era nada normal en aquel sereno semblante.

—¿Cuánto tiempo hace que no come? —preguntó a su hermana, olvidando por un momento que venía del otro lado del espejo, ya habría tiempo de hacer preguntas sobre ello si esa joven se recuperaba.

—Casi desde que la trajeron aquí, hace un par de días, no sé, parecía tan bien, pero hoy estaba muy mal y se echó ahí donde ha permanecido casi todo el día…

—Silvana, sigues nerviosa, tranquilízate.

La joven asintió y respiró profundamente, pero por mucho que respirara de esa forma no conseguiría quitarle la preocupación que tenía encima por la joven.

—¿Cómo dices que se llama?

—Anabella —respondió su hermana.

Dreick asintió y agarró a la joven entre sus brazos.

—Anabella, ¿me oyes?

La hermosa joven gimió levemente. Un gemido apenas audible. Dreick esperó un poco y la vio removerse hasta que abrió los ojos. Unos preciosos ojos oscuros como esa noche.

Anabella se sentía demasiado débil para moverse, aunque sabía que alguien la tenía cogida, notaba unas manos grandes y cálidas e intentó mirar al dueño de aquellas manos. Ante sí vio a un dios griego. No parecía real. Era imposible que alguien tuviera esa belleza. Nadie puede tener semejante cabello castaño que parecía las dunas de un desierto a plena luz del día. Sus ojos tan verdes como la hierba recién cortada parecía una tentación. Prácticamente era imposible. Sólo podía tratarse de un dios, un…

—Adonis… —susurró ella con la voz ahogada a causa de la sequedad que invadía su garganta.

Luego cerró los ojos y volvió a perder el conocimiento.

Dreick frunció el ceño y miró a su hermana.

—¿Adonis? ¿Qué es eso?

Silvana se encogió de hombros.

—No lo sé, es la primera vez que lo oigo, pero ¿ves? No sabe lo que dice, está muy mal.

El joven miró a Anabella percatándose del pijama corto y el tirante roto de la blusa.

—No puedo creer que Kartik la haya metido aquí así de desnuda —dijo mientras llevaba sus manos al cordel de la capa para quitársela.

—Para, Dreick, eso es una ropa de cama que utilizan al otro lado del espejo, se llama pijoma, pimaji o algo así.

—Aún así hay que resguardarla del frío, ahí afuera hace bastante.

—Saquémosla de aquí primero.

Dreick le pasó un brazo por debajo de las rodillas a la joven y se levantó con ella en brazos. Silvana cogió la antorcha que Dreick había dejado por allí colgada en uno de los soportes de la pared y encabezó la marcha mientras él llevaba a Anabella.

La primera no pudo evitar soltar un grito al ver el cadáver del guarda y miró a su hermano.

—No me quedó más remedio, iba a gritar y me descubrirían.

—No soporto ver esas cosas.

—Pues sube ya. El camino a la salida es un poco largo y no quiero permanecer más tiempo aquí para tropezarme con alguien.

Silvana asintió y siguió caminando. Al poco rato llegaron a la cocina donde abrieron la puerta y salieron al jardín. Corrieron lo más rápido que pudieron hasta llegar junto al jinete que agarraba a los dos caballos por las riendas.

—Pensé que no saldríais nunca —dijo el jinete.

—Tenemos algunas complicaciones —dijo Dreick mostrando a la joven que sostenía entre sus brazos.

El joven miró a la chica frunciendo el ceño.

—¿Quién es?

—Una joven que viene del otro lado del espejo —dijo el príncipe— así que bájate y ayúdame para que pueda subir yo.

El jinete se bajó del caballo haciendo que se le cayera la capucha que cubría su rostro. El pelo medianamente largo, casi tan oscuro como la noche, caía graciosamente sobre sus ojos azul cobalto, pero rápidamente se lo apartó para poder ver bien. Un movimiento de cabeza muy común en él.

Pasó al lado de Silvana y le dio un puntapié apenas perceptible para el hermano de esta. Ella hizo una mueca entre el desprecio y el dolor que casi hace reír al chico.

—Espero no tener que volver a venir a salvarte, niña malcriada —le susurró a la princesa.

Ella frunció el ceño mientras se cruzaba de brazos para mirar a otro lado haciendo como si él no existiese.

—Nadie te pidió que vinieras, Nitziel.

—Te recuerdo que soy el segundo de tu hermano. No podía dejarlo venir solo.

—Mi hermano se las hubiera apañado bien sólo.

—¿De verdad? ¿Y si hubiera pasado lo de hoy? ¿Ayudarías a tu hermano a cargar con la chica mientras se sube al caballo?—preguntó mientras cogía a Anabella entre sus brazos— yo creo que no.

—Nitziel, Silvana, dejad de cuchichear —advirtió Dreick una vez se subió al caballo.

Nitziel se acercó con Anabella y Dreick la cogió para colocarla delante de él y cubrirla con la capa. Su segundo se subió en su caballo mientras Silvana miraba a su hermano.

—¿Tengo que ir con él? —preguntó señalando a Nitziel, haciendo una mueca de asco.

—No te queda más remedio, no contábamos con ella —dijo su hermano señalando a Anabella.

Nitziel sonrió maliciosamente y tendió la mano hacia Silvana. Ella lo miró con odio mientras se subía delante de él. El joven la agarró de la cintura, pero ella se la apartó.

—Las manos fuera, puedo agarrarme de las crines.

—Pobre caballo —dijo él con dramatismo mientras azuzaba al caballo para ponerse en marcha.

Dreick negó con la cabeza y los siguió agarrando a la joven para que no se le escurriese del caballo. No podía evitar mirarla. La belleza de esa chica lo embelesaba.

Su hermano pretendía hacerla suya aún siendo del otro lado del espejo. Con el movimiento del caballo, la chica se removió levemente antes de susurrar quedamente.

—Papá…, ayúdame…

Dreick la atrajo más hacia sí para darle calor y para que no se le escapara. Las curvas de esta le provocaban porque para él era perfecta, todo belleza.

El camino se hizo un poco más largo ya que Silvana y Nitziel se pasaron el trayecto discutiendo. Llegaron antes al amanecer al castillo de grandes dimensiones, de piedra oscura con varias torres que se recortaban en el cielo haciéndolo elegante.

Silvana observó el castillo con nostalgia. Había echado de menos su hogar.

—Al fin en casa —dijo la joven sonriendo.

Una vez dentro de los muros, se bajaron del caballo y Dreick tomó a Anabella en brazos para entrar en el castillo. Allí los recibió un arsenal de sirvientes que acudieron a saludar a la princesa, contentos de tenerla de nuevo en el castillo.

Dreick aprovechó para subir las escaleras a su habitación. Uno de los sirvientes, un hombre bajo, de pelo canoso ralo y ojos grises, se acercó hasta donde estaba él.

—Príncipe, ¿está todo bien? ¡Lleva a alguien en brazos! —subió hasta llegar al escalón donde estaba Dreick para ayudarlo— déjeme ayudarlo, señor.

—Estoy bien, la llevaré a mi habitación, avisad a la curandera para que la vea.

—Sí, señor —dijo el viejo sirviente antes de bajar las escaleras en busca de la curandera.

Dreick siguió subiendo y se dirigió a su habitación.

Una instancia inmensa de paredes rojas oscuras con muebles de madera, también oscura. Un gran ventanal ocupaba gran parte de una de las paredes pero unas pesadas costinas de color oscuro impedían la entrada de la luz del sol.

Una gran cama con dosel presidía la habitación. Se acercó a esta y dejó a la joven sobre ella cubriéndola con el cobertor.

Se sentó en el borde a la espera de la curandera y observó de nuevo a la joven.

 

4. Despertar.

 

Mientras la observaba, sintió cómo se abría la puerta de la habitación apareciendo por esta una hermosa y despampanante mujer bastante parecida a Silvana que se acercó rápidamente.

—Hijo, nos tenías preocupados, pensábamos que llegarías antes con tu hermana —dijo la mujer antes de mirar hacia la cama donde Anabella yacía aún inconsciente— ¿quién es esta joven?

—Hubiéramos venido antes, pero nos retrasamos un poco por ella. Estaba encerrada con Silvana. La poca comida que les llevaban, ella se la daba toda a mi hermana por lo que está débil.

—Pobre chica —dijo acercándose— ¿ya mandaste avisar a la curandera?

—Sí, pero lo peor no es solo eso, madre.

La mujer miró a su hijo.

—¿Qué pasa?

—Esta joven viene del otro lado del espejo.

La madre abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Del otro lado del espejo?

—Sí.

—No debería estar aquí, ¿por qué no habrá vuelto a su dimensión?

—Kartik no la dejó, quería hacerla suya y al parecer ella se negó encerrándola así en las mazmorras donde tenía a su propia hermana.

—No me puedo creer que mi hijo sea tan cruel —dijo la mujer mirando a Anabella— es muy bella.

En ese momento la puerta volvió a abrirse y apareció la curandera, una mujer ya entrada en años, de largo cabello canoso recogido en una trenza y ojos azules oscuros.

—¿Me habéis llamado, príncipe? —preguntó la mujer haciendo una leve reverencia a la reina y a él.

—Sí, necesito que atiendas a esta joven. Al parecer hace días que no come nada y está muy pálida.

—Déjeme verla —dijo la mujer acercándose.

Dreick se levantó para que la anciana mujer se sentara. Esta apartó las sábanas y al ver el pijama de Anabella miró al joven.

—¡Está casi desnuda! —exclamó la mujer.

La reina miró a su hijo.

—No está desnuda, esa es su ropa de cama al otro lado del espejo, me lo contó Silvana.

—Es indecente llevar algo así —dijo la anciana palpándole el vientre a la chica— está helada y tiembla un poco, habrá que darle un caldo bien caliente para que entre en calor y así recupere fuerzas, no tiene ni para masticar y tragar así que lo mejor es el caldo.

—Iré a avisar a las cocinas para que preparen un caldo —dijo Dreick saliendo de la habitación.

Tanto la reina como la anciana miraron a Anabella para luego mirarse entre ellas.

—¿Crees que sea la joven de la profecía? —preguntó la reina a la anciana.

—Es posible, señora, no podemos asegurarlo.

—Aún así, cuida bien de ella, aunque no sea ella, hay que cuidarla.

—Haré todo lo que esté en mi mano, su majestad.

La reina asintió y luego salió.

—Papá… —susurró la joven.

La anciana cubrió a Anabella con el cobertor y encendió la chimenea que había en la habitación.

Al rato apareció Dreick seguido de una criada que llevaba una bandeja en las manos. La joven de cabellos cobrizos y ojos aguamarina dejó la bandeja en la mesita al lado de la cama.

—¿Necesita algo más, príncipe? —preguntó la joven.

—Por ahora no, pero te harás cargo de ella cuando la curandera se vaya —dijo Dreick.

—Como desee, estaré en la cocina por si necesita algo —dijo antes de hacer una reverencia y salir de la habitación.

—Usted también debería salir, príncipe, no creo que sea decente que permanezca aquí cuando esta jovencita está casi desnuda.

—Estaré fuera entonces —era mejor no contradecir a la anciana curandera.

Esta asintió y mientras salía Dreick, cogía a la joven en brazos para darle el caldo que esta tomaba con hambre.

—Tranquila, preciosa, o te ahogarás.

Anabella abrió los ojos levemente. Miró a la curandera la cual le sonrió.

—¿Qui… quién…?

—No hables, es mejor que comas y luego descanses.

Ella asintió levemente y se terminó la sopa. Finalmente volvió a recostarse y casi al instante se quedó profundamente dormida. La anciana la cubrió antes de salir.

Dreick la interceptó en su salida.

—¿Comió?

—Sí, todo, incluso abrió los ojos, pero al acabar de comer volvió a quedarse dormida, necesita reposo.

El joven asintió y la anciana se fue no sin antes advertirle que no debía entrar en la habitación, pero él no le hizo caso y cuando desapareció, entró en la estancia.

Se acercó a la cama y se sentó al lado de la joven. Iba a permanecer junto a ella por si se despertaba.

Por suerte fue una mañana tranquila donde Anabella durmió placenteramente sin ningún tipo de problema.

La dejó al cuidado de la criada para tratar unos asuntos con su padre, el rey, aunque volvería pronto para verla despertar.

Cerca del mediodía, dos niños entraron en la habitación y se acercaron a la cama para ver a Anabella con curiosidad, como si fuese un espécimen extraño ya que esos niños nunca habían visto a alguien que no fuera de su propio mundo.

—¿Es verdad que viene del otro lado del espejo?— preguntó uno de ellos.

—Eso dijo mi hermana.

—¿Crees que nos contará cosas de su mundo?

—Espero que sí, la curiosidad me mata.

Anabella se removió levemente y abrió los ojos encontrándose con la cara de dos niños y asustada se incorporó lanzando un grito.

Los niños también gritaron alejándose.

La joven al darse cuenta de que tan solo eran dos niños, intentó apaciguarlos.

—Lo siento, lo siento —dijo Anabella mirándolos— no pretendía asustaros, lo siento. Por favor, no salgáis corriendo.

Ambos se acercaron lentamente. El niño tenía el pelo corto de color oscuro y unos grandes y bonitos ojos verdes. La niña era de pelo largo rubio recogido en dos trenzas y de ojos azules.

—¿Te despertamos cuando hablábamos?

Anabella sonrió levemente y así consiguió que los niños se relajaran un poco más.

—Ya estaba despertándome, ¿llevo mucho tiempo durmiendo?

—Según mi hermana desde ayer por la tarde.

—¿Tú eres Kerel?

El niño la miró con los ojos iluminados.

—¿Conoces mi nombre?

—Tu hermana me habló de ti, también me habló de Inay —dijo ella mirando a la niña que se ruborizó al instante cuando Anabella le sonrió.

—¿Y por casualidad te habló de mí? —preguntó alguien desde la puerta.

La joven se sobresaltó y miró hacia el lugar donde vio a un joven alto y bastante musculoso con el pelo medianamente corto castaño y los ojos verdes. Tenía la sensación de haberlo visto antes pero no podía asegurarlo.

—¡Dreick! —exclamó Kerel acercándose— ¡sabe quién soy!

—Eso parece —dijo el tal Dreick sonriendo.

Una sonrisa perfecta de perfectos dientes blancos.

Él volvió la vista hacia ella y se acercó, lo que hizo que a ella se le desbocara el corazón de repente, de cerca era aún más guapo que de lejos, sobre todo porque ella lo veía mejor teniéndolo cerca.

Se sentó en la cama a su lado y la observó. Ella se sintió avergonzada de que la mirara así y al acordarse de la tira de su pijama roto, se cubrió hasta la barbilla y miró a otro lado ruborizada.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó Dreick— no parecías estar muy bien cuando te saqué de aquellas mazmorras.

—Me siento bien— dijo ella sin mirarle siquiera— y gracias por sacarme de ese lugar.

—No podía dejar a alguien tan bello en las sádicas manos de mi hermano. Por cierto, ¿se puede saber qué es un Adonis?

Anabella parpadeó y lo miró sin comprender.

—¿A… Adonis?

—Sí, me llamaste así cuando recuperaste la conciencia por unos instantes en la mazmorra.

La joven se sonrojó y sin mirarlo agarró el borde del cobertor para juguetear con él. Dreick hizo una seña y los niños salieron de la habitación con rapidez para seguir jugando.

—Esto… —Anabella no sabía qué decir— es que… bueno, se trataba de alguien muy bello en la época de los griegos y ahora se utiliza atribuyéndole belleza.

—Entonces, con eso quisiste decir que soy bello… —especuló Dreick.

Ella se sonrojó aún más.

—No sabía lo que decía, ni siquiera recuerdo que lo dijera —se excusaba ella.

—Tranquila, lo supuse al ver tu estado —dijo él sonriendo.

La joven se abrazó las rodillas.

—Quiero volver a mi casa, mi padre debe de estar muy preocupado.

—Pues para poder volver tendrías que entrar en el castillo de mi hermano porque él es el que tiene el espejo y por más que intentemos recuperarlo, no podemos.

—No me gustaría tener que volver allí, es un lugar muy frío. Por eso tengo que agradecerte que me sacaras de allí.

—No me lo agradezcas a mí sino a mi hermana. De no ser por ella yo ni me habría dado cuenta de que estabas allí, pero cuando te vi supe que no podía dejarte en las sádicas manos de Kartik.

—No puede ser que esté en un lugar como este —miró a su alrededor donde todo estaba decorado a un estilo clásico de otra época.

—Pues lo estás, quizás no estás acostumbrada a esto, pero lo harás hasta que recuperemos el espejo.

—Posiblemente sea bastante tiempo ¿no?

—No puedo asegurarlo, ahora mismo lo que necesitas es algo de ropa, no puedes pasarte el día con esa cosa puesta.

—Es lo único que tengo.

—Quizás te sirva algún vestido de mi hermana, veré si tiene alguno para dejarte.

Anabella se encogió de hombros mientras el chico salía de la habitación. Sentía un profundo dolor al saber que tardaría en volver a su casa y las lágrimas desbordaron sus ojos.

Se recostó de nuevo en la cama y se abrazó a sí misma aguantando las ganas de llorar. Echaría de menos a sus padres y toda su vida en su mundo.

Al rato apareció la joven criada que había cuidado de ella en ausencia del príncipe.

—Parece que os encontráis mejor —dijo la joven sirvienta con una sonrisa sincera.

—Sí, eso parece.

La chica se le acercó y la miró.

—Parecéis triste. ¿No os gusta estar aquí? Puedo acomodaros en una habitación más luminosa si queréis.