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El cazador de gringos

Daniel Serrano

El cazador de gringos | Los corolarios de la oruga | Anela

Diseño de portada: Álvaro Jasso

La adquisición de esta obra no incluye los derechos para llevarla a escena. Para adquirir los derechos escribir a daniel@dramared.com

Daniel Serrano

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Actor, director y guionista, pertenece a la última generación importante de dramaturgos mexicanos, en la que la producción dramática de mayor interés se desarrolla fuera del centro del país. Inició su carrera dirigido por Ángel Norzagaray, fue alumno de Vicente Leñero y Hugo Argüelles. Es egresado del CEA de Televisa y licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Entre su producción se encuentran El último recurso, publicada en la Revista Espacio Escénico que editaba el Centro de Artes Escénicas del Noroeste. La trilogía Ciudades imposibles (Editorial Artificios, 2008), compuesta por París detrás de la puerta, Roma al final de la vía y Berlín en el desierto. El cazador de gringos, obra ganadora del Concurso del libro Sonorense 2005 en el área de dramaturgia, se estrenó en el 2007 bajo la dirección de Ángel Norzagaray. Actualmente es maestro de tiempo completo en la Escuela de Artes de la UABC en la que fue fundador de la licenciatura en Teatro. Es director general de la compañía de Teatro Dramared.

Web: Dramared

twitter: @dsm68

Introducción

Hay cierta presión por parte de la comunidad teatral, la crítica y por supuesto del mercado extranjero, que promueve la producción de obras donde se aborden los temas de su tiempo y su sociedad, casi de manera periodística. Uno de los temas con más actualidad y que une a países del primer y del tercer mundo es la migración/inmigración. Evidentemente, un autor como Daniel Serrano que radica en una de las fronteras más recurrentes en los noticiarios tiene la “obligación” de escribir sobre el bordo. Acaso es la obligación de los dramaturgos latinoamericanos ser periodistas de la miseria, como lo reclama Rafael Spregelburd.

En los últimos años, las carteleras de las ciudades en la frontera norte del país, contienen cada vez menos obras con temáticas del narcotráfico y la migración. Será que tiene razón Javier Daulte cuando afirma que el espectador no necesita ver en escena los problemas con los que convive todos los días. Sin embargo, hace más de una década, los autores del norte del país se destacaban por la violencia de sus textos y un fuerte compromiso de conciencia social. Proliferaron estudios y publicaciones sobre “la dramaturgia del norte” y “el teatro del norte”. En algunos de ellos, los más recientes, se encontrará a Daniel Serrano a pesar de que él no encaja en esta descripción.

La dramaturgia de Serrano no se limita a su región, se nutre de ella, pero su escritura vale por sí misma y no por su ubicación geográfica. Sus obsesiones, sus temas recurrentes no están en la frontera y probablemente esto haya contribuido a que no se conociera fuera del noroeste del país, hasta hace unos tres o cuatro años. Irónicamente, las obras de Serrano están muy permeadas por ideas fronterizas, a través de encierros voluntarios, de exilios, de marginalidad. Es común en sus personajes el deseo de partir, el pensar que la vida puede ser mejor en otro lado y a la vez tener la certeza de que, sin importar a dónde se vaya, la cosa siempre será igual.

Las obras que componen este volumen, El cazador de gringos (2005), Los corolarios de la oruga (2007) y Anela (2004), poseen personajes al margen de la sociedad, llenos de anhelos que esperan en otros parajes, pero a la vez se saben incapaces de aprehenderlos, por lo que optan por mantenerse inmóviles, omitir el paso del tiempo voluntariamente, evitar el cambio. En este sentido, estos personajes se asemejan a héroes trágicos en una cruzada contra el destino, aunque en este caso se trata de una cruzada en contra de la realidad, lo que los sitúa en el terreno de lo patético, de lo absurdo. Los personajes que más claramente ilustran esta idea, es la pareja de ancianos en El cazador de gringos. Ellos ya no esperan, porque no queda esperanza, pero prefieren olvidar qué esperaban, de ese modo, pueden seguir esperando, sin esperar nada, una manera de engañar al destino.

Las obras reunidas en El cazador de gringos forman parte de la primera etapa de su producción dramatúrgica. En El cazador de gringos, obra que da título al libro, se observan mecanismos dramáticos que están presentes desde Anela, pero que se descubren ahora más depurados, con mayor confianza y con menos explicaciones por parte del autor. Anela presenta múltiples posibilidades en su primera escena, conforme avanza la obra, él mismo acomoda cada pieza del rompecabezas, hasta llegar al final. En El cazador de gringos, confía más en la estructura del juego y le importa menos si el lector/espectador comprende en su totalidad su planteamiento original, fomentando la multiplicidad de lecturas, lo cual se agradece doblemente en un tema tan manipulado como la migración y la frontera. Finalmente, Los corolarios de la oruga es más cercana a El carbón en la boca de Porcia, perteneciente a su última etapa, sin embargo, a diferencia de ésta última, en Los corolarios de la oruga, utiliza medios menos elaborados para proporcionar la información.

Anela es la única de las tres obras donde hay cambios de escenario y una especie de epílogo en voz de los personajes que narran las consecuencias finales de la historia, también es la única obra donde recurre a la narración. Anela se ubica en “la sierra” —así de ambiguo y marginal— donde se gesta una guerrilla. Por lo que se sabe de tal guerrilla sus únicos militantes bien pueden ser un puñado de prófugos y una mujer, la hermana de Anela, que no entiende qué hace ahí. La figura del Estado en esta obra es muy peculiar, casi contradictoria o, mejor dicho, sincrética. Por un lado se encuentra el Estado que ubicamos en el imaginario mexicano, ausente excepto para el abuso y por otro lado, está Anela, quien es damnificada del Estado y sujeto de estudio del mismo, lo cual es una idea más cercana a las formas como procede nuestro vecino del norte. Anela versa sobre la soledad, la responsabilidad, la culpa, la indiferencia.

Los corolarios de la oruga se desarrolla en un puente impasable por una línea invisible convenida por los mismos personajes que desean cruzarla. En esta obra, como en muchas obras posteriores de Serrano, los personajes debaten entre sus deseos de irse y su imposibilidad de hacerlo. Quizá sea esta la marca más profunda de Serrano, en cuanto a lo que significa vivir en la frontera con Estados Unidos. Hilda Saray escribió al respecto:

Los corolarios de la oruga muestra un espacio en juego permanente, porque en su indefinición abre la mirada hacia múltiples posibilidades significativas. Por principio de cuentas estamos en un espacio físico que se entiende de frontera. El puente que refiere la primera acotación es lo mismo un paso de un sitio a otro, que la marca que separa el “aquí” del “allá”. Y es que para los dramaturgos del Norte de México, como Daniel Serrano, la frontera es cosa cotidiana, asunto que aparece como definición no sólo geográfica, sino anímica y cultural. La frontera como el lugar de la construcción de lo que se es, pero también como espacio donde los límites son difusos; sabemos que ninguna frontera es definitiva en señalar lo que termina y lo que empieza pues en su territorio se entremezclan, se confunden, se contaminan, se forman nuevas texturas fascinantes que llaman a ser cruzadas, que impelen al movimiento, a la transgresión, que invitan a asomarse al “otro lado”.

Con El cazador de gringos, Serrano aborda directamente el tema de la frontera, sin ánimos escandalosos ni de nota roja. Esta obra, bajo la dirección de Ángel Norzagaray se estrenó en el 2007, y ha girado por muchos estados de la república, presentándose en la Muestra Nacional de Teatro en el 2009 y por primera vez en el Distrito Federal, en el Festival Otras Latitudes 2010. Sobre la recepción de la obra, Daniel Serrano comentó: “En Tijuana la gente se ríe de manera catártica. En Los Ángeles funcionaba de otra manera, había otras cosas que le llegaban al público de allá, incluso había público sajón, se presentó con subtítulos en inglés. En Mexicali y en Monterrey era diferente. El público recibe la obra de acuerdo a donde vive y a la experiencia que tiene con este fenómeno de cruzar la frontera, hay quienes tienen como única referencia las noticias o películas. En la frontera ha funcionado muy bien porque tenemos la referencia del cruce” (Octubre 2009). Es con El cazador de gringos que Daniel Serrano se proyecta a nivel nacional como dramaturgo, sus obras comienzan a llevarse a escena en diferentes regiones del país.

El cazador de gringos es un juego de espejos, apartando el obvio espejo distorsionado que se propone desde el título, cada personaje y situación representada tiene un reflejo dentro de la misma ficción. Guadalupe Bejarle Pano escribió al respecto:

Es pues El cazador de gringos la trayectoria en trasgresión de las fronteras de la confrontación con nuestros propios miedos. El temor de reconocerse en el otro, transformado, trasgredido, trastocado. Vernos despojados de aquello que creemos como único y que determina y valida nuestra existencia, ya sea en el pasado, el presente o proyectada en el futuro. Es la propia conquista de nuestro lenguaje, perdido entre las batallas de lo cotidiano. Es la añoranza de lo dicho al mismo tiempo que la sanación de las palabras mediante el único recurso que queda en la desesperanza: el silencio abrumador.

Como se mencionó anteriormente, las tres obras que aquí se presentan son parte de una primera etapa, les sigue la trilogía Ciudades imposibles (Editorial Artificios, 2008), compuesta por París detrás de la puerta, Roma al final de la vía y Berlín en el desierto. Ésta es una etapa intermedia en la producción de Serrano, en la que las obras tienen una fuerte cohesión entre sí, en la forma de sus personajes, en sus relaciones con otros y por supuesto en sus ejes temáticos, de entre los cuales se acentúa la obsesión de Serrano sobre la incapacidad de salir. Esta trilogía es un paso profundo sobre la construcción con personajes complejos, conmovedores y con relaciones complicadas. Finalmente son historias de amistad y de utopías.

Con El carbón en la boca de Porcia comienza una nueva etapa en la producción de Daniel Serrano, pero sin abandonar los hallazgos y características que se encuentran desde Anela: la sonoridad del lenguaje, el arraigo a una tierra, un teatro regional que no es costumbrista, un realismo absurdo y una construcción de personajes cada vez más clara y potente, que se compone con diálogos más precisos y contundentes.

Daniel pertenece a la última generación de autores mexicanos, una generación difusa, cuyos integrantes nacieron entre 1968 y 1984, con temáticas, estilos y tendencias muy diferentes. Sin embargo es un grupo muy comunicado —a pesar de su dispersión geográfica—, que se promueve entre sí y que ha roto con los estigmas de “teatro regional” y costumbrismo. Serrano es quizá el autor más conservador formalmente de este grupo, él escribe con los códigos teatrales acostumbrados, con acotaciones de distribución escénica y reacciones de los personajes. La mayoría de sus colegas han reducido al mínimo este aparato formal. También es el autor que más juega con los elementos culturales de su región, un terreno resbaloso donde fácilmente se puede caer en estereotipos acartonados, sin embargo transita por él sin el menor desliz.

Otra característica de esta generación es que por primera vez en la historia del teatro mexicano la producción dramática de mayor interés se desarrolla fuera del centro del país. Daniel Serrano (1968), originario de Magdalena de Kino, Sonora, radica en Tijuana, Baja California, y desde ahí ha construido su carrera sin ocuparse de lo que sucede en la ciudad de México. Desde hace varios años es una figura reconocida en el noroeste, mientras en el centro se consideraba “un dramaturgo emergente”. Por fortuna, a pesar de las etiquetas de “teatro del norte” o “teatro regional”, su dramaturgia ha llegado a los escenarios y a las ediciones por sus propios méritos. En ella pueden leerse costumbres y tesituras de una tierra, sin ser costumbrista. Es una escritura pensada para la escena, que busca “contar una historia, conmover y divertir”, como tantas veces él lo ha afirmado. Sin duda El cazador de gringos, es una invitación para conocer la dramaturgia aún por venir de este autor, ya que Serrano es hoy por hoy, uno de los dramaturgos más interesantes del país.

Alejandra Serrano

La acción sucede en la azotea de la casa de Heberto y Clara, que está ubicada en la avenida Internacional de Tijuana, en la que sólo es necesario cruzar la calle para toparnos con la línea divisora entre México y los Estados Unidos.

Heberto ha colocado en la azotea una trinchera que copió de alguna película de Hollywood. La trinchera está equipada con múltiples objetos que le hacen la estancia más fácil.

En la parte de abajo de la casa hay una porche. Es ahí donde estarán todo el tiempo José y Remedios.

Escena I

Es de noche. La acción arranca con Heberto que asoma apenas la cabeza por la trinchera, saca un rifle calibre .22, apunta y simula que dispara, haciendo el ruido con la boca. Toma unos binoculares y ve por ellos el resultado de sus disparos. Sonríe. Entra Clara.

CLARA: ¿No vas a cenar?

HEBERTO: (Sin verla) Parecía conejito.

CLARA: A lo mejor era.

HEBERTO: Con ese tamaño tendría que haber sido liebre.

CLARA: O conejo de pascua.

HEBERTO: O canguro.

CLARA: ¿Vas a cenar, pues?

HEBERTO: A menos que hablen.

CLARA: ¿Te vas a esperar a que esos dos hablen? De seguro hablan todo el tiempo, pero tú no los oyes.

HEBERTO: Los canguros o los conejos de Pascua.

CLARA: No te entiendo, Heberto.

HEBERTO: Tú tienes un buen rato que no me entiendes.

CLARA: Como un año. Porque ya va a ser un año. Y no ha servido de mucho.

HEBERTO: No exageres; además, no se ha vuelto a colar ninguno.

CLARA: Eso es lo que tú crees.

HEBERTO: Por lo menos por aquí no.

CLARA: (Incrédula y de mal humor) Dime tú, ¿quién chingados se va a querer cruzar para acá, eh? Y menos un gringo de esos.

HEBERTO: Seguramente ya saben que por lo menos por aquí no se puede.

CLARA: (Burlona) Seguramente ya saliste en las noticias.

HEBERTO: Aunque te burles, dijo el Nico que salí.

CLARA: Y tú que le crees, pues. Entiende que el Nico no tiene televisión.

HEBERTO: La ve en los aparadores de Elektra. Allí dice que salí, y si dice, pues salí.

CLARA: Ahora sí le crees, ¿verdad? Porque te conviene. Ese mentado Nico, siempre viene a ver qué saca. Además, ¿cuándo se ha visto que esos gringos necesiten brincarse pa' ca? Pasan como Pedro por su casa, así nada más. Nomás falta que nos bajemos los calzones…

HEBERTO: Eso es lo que tú crees. Por la garita pasan los gringos normales, no los otros.

CLARA: ¿Cuáles otros, Heberto? ¡Estás loco! Además yo no conozco normales…

HEBERTO: Es un decir. Hablo de los que quieren desestabilizar al país.

CLARA: Pues allá tú, porque si quisieran desestabilizar al país, como dices, no se iban a meter justamente por enfrente de la casa de Heberto Matías Palma.

HEBERTO: Me han llegado informes…

CLARA: ¡Ándale! ¿Y quién te los trajo?, ¿el Nico?

HEBERTO: Mira Clara, tú te burlas, pero cuando esos cabrones se vengan contra nosotros, me lo vas a agradecer, me vas a tratar como héroe, vas a estar tan orgullosa de mí, que apenas vas a creer que eres mi mujer.

CLARA: (Escéptica) Ah. (Pausa) ¿Vas a cenar, sí o no?

HEBERTO: Todavía no.

CLARA: Pues allá tú. Ahí te calientas. Yo ya me voy a dormir, a ver si sueño con un héroe.

Clara se va metiendo a la casa.

HEBERTO: Búrlate, no le hace.

Heberto saca sus binoculares y da otro vistazo. Después saca su bitácora. Es un cuaderno viejo con un lápiz partido por la mitad y sin borrador. Empieza a escribir. Se detiene.