Diseño de portada: Fernanda Enriquez
Primera edición, 1999
Primera edición electrónica, Noviembre 2011
© Omar Argentino Galván
© Publicaciones Malaletra Internacional
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Ignacio Mariscal 148-3 Col. Tabacalera, México, D.F.
Hecho en México
Para vos, amigo Alejandro Acobino,
que gustabas de este irregular bestiario.
En tu memoria.
Vamos a hablar de mamuts: como ustedes saben un mamut es hombre o mujer / macho o hembra / pero sobre todo es un objeto / el clásico objeto de deseo / poco más que carne... Para que los vayamos ubicando los mamuts venden jabones aromáticos / cursan carreras relacionadas con la botánica / fatigan danza contemporánea o practican teatro experimental / nada que interese a nadie medianamente sensato... Un mamut para ser mamut / debe ir a la cama en la primera cita / eso es un mamut. Lo que uno se pregunta en estos casos es: ¿vale la pena escuchar tanta nada para descargar el resentimiento en polvos? / Cada quien lo sabrá. Lo cierto es que estar con un mamut es pura masturbación / masturbación asistida… o poco más que eso... ¿Queda claro lo que es un mamut?
Con este lenguaje salvaje y tierno Omar Argentino Galván traza la silueta de un cazador experto, de un predador nómada que, alejado de las costumbres de la tribu sedentaria en la que se educó, sale por las noches a buscar carne fresca. Se escuchan lejanos los ecos de una civilización que tampoco está contenta con su bienestar social. Hay confusión, ganas de arrancarse la piel y salir volando como un vampiro. Pero sólo algunos sacan el instinto a recorrer la media noche.
¿Qué es esto que se despliega ante nuestros ojos: poema, cuento, diario hiperrealista? La delimitación genérica se pone a discusión; digamos que es historia surgida de la pluma de un poeta repentista, trazo de una voz acostumbrada a propagarse en el espacio. En lo personal, desde la primera lectura lo escuché y lo imaginé. Por esa razón polemizo sosteniendo que se trata de un spoken word, poesía performática que invita a desdoblarse sobre el escenario.
Cada quien lo leerá como quiera. Después de todo, quién es su autor sino un rapsoda que vive a tope su propia tour, un observador del mundo bien atento para procesar esos instantes de realidad de los que –no sabemos qué creer–, pudiera ser eventual protagonista. Por eso, habitantes del orbe, sugerimos repelente de mosquitos y que vengan sin cenar; la temporada de cacería se abre para todos.
Luis Mario Moncada
También por esos días cogía con una estúpida
que se creía vampiro.
Realmente vampiro:
Drácula y esas cosas.
No lo hacía mal,
deliciosas mamada con mordidas.
Me gustaba
asustaba un poco, sí,
se tomaba realmente en serio el asunto de los murciélagos
del ajo, de los espejos delatores, las cruces y el agua bendita.
Una imbécil que me llegó a sacar sangre
de los labios una vez,
de los hombros otra.
Toda una imbécil que se creía vampiro,
pero ponía saliva
clavaba dientes y mirada,
mojaba, lamía mirando a los ojos.
No salíamos de día.
Yo porque no tenía necesidad
aún conservaba parte del dinero,
ella, por aquello de los vampiros y el sol.
Estúpida.
En ocasiones no lograba endurecerme,
entonces
solo,
aseguraba a la puerta del baño
para masturbarme, tibio
interrumpiendo el trabajo manual
para enfriarme unos segundos
apoyándola contra los azulejos helados.
Así volvía al dormitorio
como si nada
la insultaba al oído,
retomábamos el clima
y entonces sí
embestía
Embestía.
Por lo demás, ella no montaba mal,
nada mal
pero comenzaba a detestarla
y era verano
un pegajoso verano de mil novecientos nosecuántos.
Quizá ella lo sabía,
lo del baño digo.
Ocho meses duró aquello.
O diez.
Se fue.
La eché.
Ya se iba cuando la estaba echando.
Discutimos sobre quién dejaba a quién.
Eso tenía su importancia.
Llegamos a un acuerdo esa noche,
bebimos,
hubo golpes y vidrios.
También vecinos llamando a la puerta.
Cogimos con rabia
ya no quedaba nada
luego se duchó,
oí el agua
supuse el vapor
la imaginé lavándose allí.
Los moretones.
Cincuenta minutos de ducha.
Se quedó con algunos discos míos
a la mierda
que se los lleve
pero que se vaya
que se vaya de inmediato por favor.
Yo aún no tenía la pistola,
una suerte.
No tenía la pistola pero sí un resto del dinero aquél
como para sobrevivir otros meses
tirado,
pensando
tocándome
colchón
techo
dedos en la nariz
manos en el cuerpo
olores en las sábanas tiesas
tal vez resúmenes deportivos
o películas apestadas de comerciales
la televisión, que de nada sirve,
ayuda a veces.
Eran tiempos de incompletud
y no es que ahora haya cambiado,
no.
Pero por entonces no había orden,
un mínimo orden.
Un poco patético
o triste.
Lo sé.
Hasta vergonzoso quizá,
pero no podría asegurar que jamás
volveré a caer al techo, al colchón,
a llamar a esa o a otra imbécil.
Sobran.
Por otro lado
mi esposa.
A ella le va bien, era de esperar.
Mi mujer.
Mi ex mujer, quiero decir.
Tomás nunca le va a decir papá a ese tipo.
Ella no lo permitiría tampoco.
No.
Eso espero.
He conseguido un empleo
media jornada
y un jefe muy contento consigo
además de compañeros tan apáticos con sus vidas
como yo con lo que ha quedado de la mía.
La paga es óptima,
cumplo mis deberes con pulcritud,
ya no quiero problemas,
sé que no reparan en mí
alguien callado
eso soy, sí.
Me agradan el olor a tinta y el ruido del ventilador,
un trabajo cómodo
papeles y direcciones,
no mucho más.
Un contacto que le debo a la Vampiro,
intuyo con cuál se acostó.
Él me mira como si a mí me interesara
a mí no me molesta eso, no,
sí la forma esa que tiene de escrutarme,
entiendes lo que digo.
Se lo nota buen tipo
y la murciélago pudo resultar una aventura temeraria
para esta ciudad pequeña.
Si yo hablara con su mujer.
Pero yo no hablo
yo pregunto,
me pregunto cómo alguien puede hacerlo con un tipo con esa piel
tan pálida,
esa tez que se sonroja en partes absurdas,
transparentando venitas violáceas
manchitas moradas que aparecen y desaparecen
Blanco,
lampiño
como un bebé blanco
como un reptil blanco, un geco
un bebé adulto que escupe al hablar,
incolora lengua de reptil albino
buena gente.
Con el geco o con el barbudo
sí, con el de barba.
Ella opinaba que era inteligente,
o con ambos
incluso con el de barba luego de irse de mi casa,
por el placer de lo sucio
por la manía animal de orinar terreno ajeno.
No.
No lo creo.
Malgastamos horas conjeturando irrelevancias.
Pero el amorfo balbuceante me mira distinto...
tanto, por una de las que la chupan en la primera noche
y que puede pasar la vida leyendo revistas de moda,
o teorizando sobre bajorrelieves crípticos escondidos en catedrales
góticas,
¡Sabía nombres y conjuros en latín!
Imbécil,
una gorda imbécil
mansa, fofa, compañera, callada
sobre todo: imbécil
creerse vampiro...
La rutina es mecánica.
Papeles y direcciones por una suma quincenal.
Si ahorro, quizá viaje
una semana
subir montañas
respirar
cuatro días al menos.
Difícil,
las cuentas, la casa
ocho horas de autobús para tres días allí.
Sea donde sea allí.
No, no lo sé.
Recursos para viajar.
Horas de respiro.
Pero también hubo tiempos mejores,
tenía una mujer y un equilibrio
cálculos meticulosos, hoteles modestos y océano anual
cervezas con papas fritas frente al mar,
licuados en anchas copas,
peces en el suelo
peces en la mesa.
Se sentía la piel
la piel cambiando de color, la piel molestando,
la piel curtida en la brisa, en las olas, en la sal,
la piel brillando o cayendo,
la piel ardiendo en la noche,
uno sentía la piel.
Eso ayuda: Sentir la piel.
Después volver
y la asfixia de la carretera
en un coche sin ventilación,
con el sol adentro.
Entrar en el cemento,
llegar a la casa
abrir.
Las paredes esperando
oliendo nuestro,
oliendo a vida propia.
El agua caliente,
el sopor de la ruta despegándose de la cabeza y el cuerpo
las toallas
y ella sacando la ropa de cama de bolsas de nylon.
Pero es pasado
ahora viene un fin de semana largo.
No lo sé.
Cuentas, cuentas.
Igual debería salir de esta casa, por salud.
Fototropismo positivo.
Si me quedo encerrado
ya no volveré al trabajo
me conozco, lo sé