Agradezco a Sandra Levinson, directora ejecutiva del Centro para Estudios Cubanos, por proponerme la idea de escribir este libro. Ha sido inapreciable la ayuda que recibí de Jerry Nickel, el bibliotecario del Centro. Irving Kessler me proporcionó torrentes de información, de agudas observaciones y una amistad alentadora. Estoy en deuda con Frank Scofi por enviarme incansablemente materiales provenientes de diversas fuentes y por ser un amigo especial. Bob Guild y Michael Krinski tuvieron la amabilidad de proveerme con información sobre las regulaciones de viajes y casos legales.
Miembros del Congreso, del Departamento de Estado de Estados Unidos y el embajador de Cuba en Naciones Unidas me suministraron diversos materiales e informaciones específicas.
Karen y Robert Franklin leyeron la mayor parte del manuscrito y me hicieron numerosas y acertadas sugerencias. Gretchen Franklin aportó información sobre casos legales. A lo largo de mi trabajo sobre este libro, todos ellos crearon sus propias familias y sus parejas me ayudan en todo lo que hago.
Mi mayor agradecimiento es para el compañero de mi vida, Bruce Franklin, quien leyó el boceto original y, por supuesto, aportó sus propias ideas, inimitablemente creativas. Pero, sobre todo, me aportó a diario su constante cariño y comprensión.
El Sello Editorial de Ciencias Sociales y el Instituto Cubano del Libro han tenido la feliz iniciativa de propiciar la publicación del libro de Jane Franklin titulado Cuba-Estados Unidos: cronología de una historia, cuya llegada a las manos de los lectores interesados en el tema no ha podido ser más oportuna. Ello tiene lugar en los primeros meses de 2015, cuando aún el nuevo momento que se inicia en la relación bilateral entre ambos países a partir del 17 de diciembre del 2014, sigue acaparando en las más diversas latitudes la atención de círculos políticos, periodísticos, académicos, con gran resonancia, como es lógico, en las dos naciones involucradas y en el entorno latinoamericano, donde la Revolución Cubana se ubica desde el punto de vista histórico, geográfico y cultural, y en el cual la significación del restablecimiento de los vínculos diplomáticos no podría ser mayor, teniendo en cuenta las implicaciones de la Cumbre de las Américas, en Panamá, y considerada sus pertenencias protagónicas a proyectos de integración económica y concertación política, como los del ALBA y la CELAC.
Como conoce el lector, los estudios sobre la política de los Estados Unidos se han venido desarrollando en nuestro país desde la década de 1980, en consonancia con las necesidades de incrementar el conocimiento especializado sobre las estructuras y procesos que conforman el entramado de la política norteamericana, en sus dimensiones internas y externas. Entre los que se refieren a estas últimas, se distinguen aquellos esfuerzos que procuran caracterizar el derrotero de la política hacia Cuba, con énfasis en su manifestación subversiva contra la Revolución Cubana, bajo una óptica que conjuga la perspectiva de la indagación de diversas Ciencias Sociales, como la Historia y la Ciencia Política, muchos de cuyos resultados han visto la luz también a través de las instituciones mencionadas.
Si bien han ido apareciendo, de manera creciente, numerosos libros que se detienen en el análisis de una u otra etapa, en ciertos acontecimientos, en uno u otro de los complejos mecanismos que intervienen en el desempeño de esa política, no abundan los que presentan un sólido basamento documental historiográfico. Tampoco los que ofrecen una herramienta indispensable para la comprensión rigurosa del sinuoso y largo camino por el cual ha atravesado la relación entre Cuba y Estados Unidos, marcando con detalles la secuencia cronológica de acciones que en los dos países describen la evolución del prolongado conflicto, con una mirada tan amplia desde el punto de vista temporal como la que aporta el libro de Jane Franklin. Su obra como historiadora es conocida, tanto en Cuba como en el mundo a partir de trabajos anteriores, sobre todo por Cuba: Relaciones Exteriores 1959-1982, auspiciado por el Centro de Estudios Cubanos, Nueva York, 1984 y La Revolución Cubana y los Estados Unidos: una historia cronológica, que anticiparía partes del presente libro, publicado por la Editorial Ocean Press en 1992.
Si bien una buena parte de los análisis publicados en nuestro país en años recientes responden a un tratamiento más politológico que histórico —sin desconocer importantes obras con serias contribuciones historiográficas—, en ninguna de ellas se halla una exposición tan detallada, prolija en detalles y organizada con el grado de precisión con que lo hace la autora del libro que ahora tiene el lector en sus manos. De ahí que se trate de una decisiva herramienta de extraordinaria utilidad para el análisis político, la indagación histórica y el abordaje desde las ciencias políticas o los medios de comunicación.
Han sido numerosas las propuestas que las editoriales cubanas han colocado en nuestras librerías y bibliotecas, así como en las de otros países, respondiendo a la importancia que el Comandante en Jefe le ha atribuido a los estudios históricos —desde su antológico discurso del 10 de Octubre de 1968, al conmemorar el centenario del levantamiento en La Demajagua y significar la continuidad de nuestras luchas nacionales—, y reiterado en el contexto cultural de hoy, a mediados de la segunda década del siglo xxi. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, libros como los escritos (a riesgo de alguna omisión involuntaria) por Ramón Sánchez Parodi, Néstor García Iturbe, Jesús Arboleya, Carlos Alzugaray, José Buajasán, Ramón Torreira, Jacinto Valdés-Dapena, Fabián Escalante, Andrés Zaldívar, Tomás Diez, José Luis Méndez, Rafael Hernández, Juan Carlos Rodríguez, Elier Ramírez, Esteban Morales, publicados por casas editoras como las de Ciencias Sociales, la Política o la Capitán San Luis. Se trata de obras que se suman a los aportes de otros especialistas, cuyos resultados han sido publicados en fechas anteriores, como parte de un encomiable esfuerzo en el que se mezclan la voluntad política y publicística con la iniciativa científica, la dedicación personal y el interés institucional. Son libros basados en el trabajo analítico, en la documentación de archivos, la realización de entrevistas, el cotejo de información testimonial, la interpelación de la realidad histórica, que nos colocan en una mejor comprensión de la compleja y hostil política estadounidense contra la Revolución, y de la eficaz reacción defensiva del pueblo cubano.
Como denominador común, varios de ellos se ocupan de las primeras décadas que siguen al triunfo revolucionario, y examinan, como regla, el conjunto de acciones encubiertas promovidas contra Cuba por el gobierno de Estados Unidos, como parte de una estrategia subversiva, fundamentalmente en el período de la inconclusa administración Kennedy y a través de los servicios especiales norteamericanos, así como el papel de las organizaciones de oposición interna y en el exilio surgidas bajo ese marco. En sentido general, dichos trabajos toman en cuenta o establecen los antecedentes del histérico conflicto entre los dos países y parte de una tesis que se ha ido convirtiendo en un lugar común en ese proceso cognoscitivo: a partir del triunfo revolucionario de 1959, Cuba es encuadrada en la lógica de la Guerra Fría, evaluada como un problema para la seguridad nacional norteamericana, y en esa medida, se le aplica un expediente de fuerza, que contempla la subversión como eje de las más diversas acciones, desde el bloqueo económico y el aislamiento diplomático hasta la guerra psicológica, los sabotajes, el terrorismo y una eventual agresión militar.
Algunos textos se han concebido a partir de iniciativas académicas que incorporan coauspicios editoriales extranjeros, con miradas colectivas donde se unen autores cubanos, latinoamericanos y estadounidenses, con el foco en diferentes etapas del conflicto bilateral, extendiéndose hasta los períodos gubernamentales de George W. Bush y Barack Obama.
El presente libro trata, como queda claro desde su propio título, sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos con una visión general, lo constatará con mayores elementos el lector desde la revisión del índice. El recorrido que presenta la autora abarca el período anterior a la Revolución, se refiere a las relaciones en los tiempos en que ambos países eran colonias de potencias europeas, presentando la sucesión de acontecimientos hasta el triunfo el 1ro. de enero de 1959, y prolongando las puntualizaciones cronológicas hasta 1995. Jane Franklin inicia el texto con una introducción en la que argumenta tanto la metodología seguida en sus incursiones historiográficas como las fuentes utilizadas, añadiendo un epílogo que le incorpora un valor agregado a la cronología.
Quizás a no pocos de los ávidos lectores que en nuestro país se interesan en el tema del libro no les resulte familiar la utilización por la autora, en muchas de sus precisiones cronológicas, del primer apellido del Comandante en Jefe, identificado de manera generalizada, cariñosa y respetuosa, más bien por su nombre: Fidel, o incluyendo su primer apellido o incluso, los dos; cuando no es así, se suele hablar simplemente del Jefe de la Revolución en lugar de llamarle Castro, lo que se corresponde con una cierta práctica habitual mundial, cuando se alude a líderes históricos, personalidades, estadistas. Por ejemplo, se habla de Bolívar, Martí, Marx, Lenin, Chávez, Roossevelt, Kennedy, Obama, omitiéndose el nombre de pila. En este caso, la autora, intelectual comprometida con la Revolución Cubana y admiradora del Comandante en Jefe, solo emplea una expresión cultural, al estilo anglosajón.
Resulta de gran interés (y tómese solamente como un ejemplo de la potencialidad que la cronología conlleva para el quehacer investigativo y de modo más amplio, para la cultura general integral de nuestro pueblo y de los interesados en otras partes del mundo), la precisión de que, en fecha tan temprana como la del 28 de abril de 1823, ya estaban claramente expuestas las apetencias estadounidenses con respecto a Cuba. En este sentido, señala Jane Franklin que “al comprarle a España varios años antes la Florida Oriental y Occidental, Estados Unidos se situó a 90 millas de Cuba. En una carta al representante en España Hugh Nelson, el secretario de Estado John Quincy Adams describe la eventual anexión de Cuba por Estados Unidos como probable dentro de menos de medio siglo, a pesar de los obstáculos, indicando que existen leyes políticas similares a la ley de la gravedad física; y al igual que una manzana arrancada por la tormenta de su árbol no puede dejar de caer al suelo, así también Cuba forzosamente ha de desprenderse de su enlace antinatural con España e, incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar inevitablemente hacia la Unión Norteamericana que, debido a la misma ley, no puede menos que recibirla en su seno. Los cubanos llaman esta política la fruta madura; Washington esperaría hasta que llegara el momento de recoger la fruta”.
Concebido para usos diversos, como lo reconoce la autora, este libro puede ser revisado o estudiado en su totalidad, disfrutándolo como una historia narrativa (aunque quizás la extensión y la profusa información pudieran dificultarlo, exceptuando a quienes ejerzan el oficio profesional del historiador). También podría utilizarse como una guía de referencias puntuales acerca de disímiles cuestiones específicas. La presentación cronológica permite tomar en cuenta, en efecto, cada contexto histórico, resulta una ayuda al estudioso, al investigador, al lector, a organizar la comprensión de una gran cantidad de información y de datos. La interpelación del texto permite tanto desarrollar una unidad de lectura progresiva como la interrelación de hechos en ocasiones menos conocidos o poco recordados con los contextos en que tienen lugar, estableciendo secuencias de acontecimientos de mayor envergadura. Según lo considera la autora, episodios de gran significación, como la invasión de Playa Girón o la Crisis de Octubre, se suelen ver, a menudo, de forma aislada, con la vista puesta en los Estados Unidos, y no como una articulación de sucesos, en su mayoría menos dramáticos y de menor resonancia, dirigiendo la mirada hacia la realidad cubana. Desde estos puntos de vista, el libro constituye un novedoso, útil y oportuno instrumento, que destaca hechos y entornos en ambos países.
El escrutinio cronológico que realiza Jane Franklin aporta una contribución decisiva al retener de forma detallada, acuciosa, los antecedentes lejanos e inmediatos de la relación bilateral, con lo cual se corrobora la pauta de continuidad que ha caracterizado la política de Estados Unidos hacia Cuba a través del tiempo, cuya agresividad e intrusismo no comienza, como algunos todavía creen, con el triunfo revolucionario de 1959 o con la ulterior definición pública de su vocación socialista, definida con su prefiguración martiana desde los años del asalto al cuartel Moncada, y complementada con la ulterior identificación marxista. Esta obra no solo es necesaria, sino también imprescindible. Constituye un texto de obligada consulta para los especialistas y una opción de lectura para cualquier interesado en la temática.
Si bien en la medida que se avance en la lectura los especialistas que se ocupan del tema hallarán, en unos casos, precisiones de gran valor para sus estudios, y en otros, recordatorios de sucesos quizás olvidados, en tanto que para los lectores menos informados las puntualizaciones cronológicas pueden ser enriquecimientos cognoscitivos y hasta fuentes de sorpresas, no estaría de más anticipar algunas referencias, seleccionadas por su significación histórico-política, que, de seguro, servirán de invitación o de motivación para una ojeada profunda a las páginas que siguen.
Véanse, como ilustración de lo dicho, algunos momentos extraídos de la cronología que van dibujando la espiral de la conflictiva relación bilateral:
1959:
1961:
1962:
1964:
1966:
La lectura de Cuba y Estados Unidos: cronología de una historia es motivante y útil por partida doble: su texto caracteriza con profundidad una amplia visión de la política de los Estados Unidos contra la Revolución, que es reflejo de un arduo esfuerzo investigativo, y avanza de modo riguroso a través de antecedentes mediatos e inmediatos, entrelazados de modo inseparable con los condicionamientos históricos de cada momento. En ese sentido, el lector puede encontrar abundantes detalles, fechas, referencias a coyunturas, acciones, decisiones, personas, que enriquecen ideológica y culturalmente la visión sobre acontecimientos distantes y cercanos en el tiempo, algunos de los cuales transcurrieron hace siglos, décadas y años atrás. En la relación de puntos que se han reproducido, sobre la base de una mirada ágil, selectiva, basada en criterios representativos, en medio de muchísimos saltos, como lo apreciará el lector, se ha procurado marcar determinados hitos o puntos de inflexión en la evolución del conflicto, pudiendo agregarse muchos otros, como por ejemplo, el concerniente a la aprobación de la Ley Torricelli, en 1992.
Los hechos (ya que dada la connotación del libro como historia cronológica no se profundiza en la interpretación de los mismos), se presentan de manera ordenada, con sistematización y coherencia, como corresponde al muy profesional oficio de historiadora que caracteriza a Jane Franklin. Ello cubre una necesidad intelectual, la de conocer el pasado con sentido de causa, para poder hablar, como dice el refrán, con cabeza propia. A la par, esa lectura proporciona claves y herramientas de valor metodológico, para entender el presente, en la medida en que el conflicto entre los dos países mantiene elementos constantes, tanto si se mira a los enfoques doctrinarios y estratégicos de la política exterior norteamericana, como a las variantes instrumentales y medios aplicados en su puesta en práctica a lo largo de más de medio siglo.
Está de más la prevención acerca de que la repetición en la historia no debe asumirse con mecanicismo, sino con la creatividad que corresponde, tomando nota de las diferencias, por ejemplo, en las circunstancias de cada momento o en los rasgos que definen el liderazgo personal de cada figura, habida cuenta del papel de la personalidad y de la subjetividad en la historia. No obstante, existen claves históricas que permiten encontrar, tras la aparente diferencia o contradicción, elementos comunes o pautas de continuidad.
Al mismo tiempo, otra manera de encarar la relación entre una investigación histórica y la actualidad es aquella que supone, a partir de las situaciones presentes, mirar la realidad pasada que nos presenta un texto, buscando semejanzas y diferencias, tanto en los procesos que acontecen como en sus contextos. En este sentido, un ejercicio sugerente, gráfico y sencillo que puede realizar el lector para constatar la utilidad argumentada, trascendiendo el período objeto de la cronología que hace suyo el texto, que concluye en 1995, sería examinar los veinte años que siguen, es decir, a partir de la segunda mitad del último decenio del siglo xx y siguiendo las tensiones que desde el comienzo del siglo xxi, luego del 11 de septiembre de 2001, matizan el clima internacional, los conceptos y prácticas que inspiran la estrategia de seguridad nacional y la política exterior global de los Estados Unidos, junto a la agudeza renovada del conflicto bilateral con Cuba, considerada desde esa fecha como país terrorista. Bastaría con una contrastación somera entre ayer y hoy. En otras palabras, la indagación que ofrece Jane Franklin, más allá de la historia cronológica que expone, es un aliciente o acicate para continuar en el necesario esfuerzo por completarla y extenderla a través de la etapa final de la Administración Clinton, del doble período de George W. Bush y hasta la presente segunda etapa de gobierno de Barack Obama.
La autora complementa su excelente labor con el Epílogo, aportando elementos analíticos que propician una mirada actualizada y cuidadosamente ponderada desde el punto de vista político-ideológico al referirse a la naturaleza agresiva, expansionista, de los gobiernos norteamericanos posteriores al 11 de septiembre. “Ahora, en el siglo xxi —afirma—, somos testigos de la propagación global de esta plaga mientras Washington, en su obsesión de ser una potencia unipolar en un mundo multipolar, exige que todas y cada una de las naciones se sometan a su dictado de democracia y libertad. Estas vigorosas palabras se han convertido en dogmas al servicio del imperialismo. En una historia alternativa, las cosas hubieran podido ser diferentes después de los ataques terroristas del 11/9 de 2001. Pero esta es una historia del imperialismo, con sus ineludibles imperativos. Cuando aún no habían bajado las llamas, el humo y las cenizas de los desastres de las Torres Gemelas y del Pentágono, Cuba fue el primer país que expresó su simpatía y disposición para ayudar. El presidente Fidel Castro manifestó que su gobierno se sentía profundamente entristecido y apesadumbrado a causa de los sorpresivos ataques que se produjeron por la mañana y ofreció ayuda médica cubana”.
Además de estas palabras, que el lector hallará en el Epílogo, con las que se ilustra su definida posición política y compromiso con la Revolución Cubana, Jane Franklin expresó con fuerza su meritoria solidaridad con causas simbólicas para el pueblo cubano que estremecieron la conciencia nacional: se ocupó de forma destacada, consecuente, en examinar y denunciar el incidente relacionado con los intentos de secuestro del niño Elián González, así como de reclamar directamente al presidente Obama la liberación de Los Cinco héroes.
Ha querido la suerte o la casualidad que la edición cubana del libro de Jane Franklin vea la luz en Cuba a través de la Editorial de Ciencias Sociales en medio del nuevo contexto que comienza a definir la relación bilateral a partir del 17 de diciembre de 2014. Por esa razón, no es posible desconocer ese hecho trascendental ni lógico prescindir de algunos comentarios que provean reflexiones preliminares al respecto.
En este sentido, podría afirmarse que es la dialéctica entre posibilidad y realidad lo que le imprime la mayor significación al proceso en curso. No se trata de una formulación filosófica, sino de una expresión del sentido pragmático que acompaña a las relaciones interestatales, en muchas ocasiones concebido de forma unilateral y mecánica como antinomia de posiciones basadas en principios o compromisos ideológicos. La medida en que puede asumirse como viable la convivencia entre muchas y variadas diferencias, ante nuevos contextos, conlleva un enorme simbolismo. Es decisivo el soporte sobre el cual descansan las decisiones de ambas partes. La noción del imprescindible respeto a la soberanía nacional, la independencia, la integridad territorial y la capacidad de autodeterminación de Cuba, en condiciones de igualdad por encima de la asimetría histórica consustancial al viejo y prolongado conflicto bilateral, es de la mayor significación.
El alcance humano del regreso a Cuba de los tres héroes es extraordinario, al unirse a los otros dos, excarcelados previamente, haciendo realidad la expresión del Comandante en Jefe: “¡Volverán!”. La liberación del contratista mercenario, Alan Gros es de gran repercusión. La manera en que Obama argumenta lo que lleva a reconsiderar la política hacia Cuba, dejando claros los intereses permanentes de los Estados Unidos, y las precisiones que hace Raúl con respecto a las reservas con que se debe comprender el momento y al imperialismo, son aspectos fundamentales a la hora de mirar a ambas partes.
En un mundo cambiante y cambiado, es lógico el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Sin embargo, hablar de normalización tal vez sea demasiado fuerte e incluso, inexacto. No solo por razones históricas, desde el punto de vista de que con anterioridad no hayan sido relaciones normales ni simétricas, sino porque se trata de dos países cuyas cosmovisiones, intereses nacionales, concepciones económicas, sistemas políticos, modelos culturales, en el presente y en el futuro previsible, son bien diferentes, contrapuestos, y hasta incompatibles. El proceso demuestra que es posible dejar atrás un anacronismo o aberración de la Guerra Fría. Las medidas que apuntan hacia una colaboración inicial y paulatina en planos como los de las comunicaciones, cuestiones técnicas, financieras, comerciales, migratorias, consulares, correo postal, internet, interdicción del narcotráfico, viajes turísticos, intercambios de diverso tipo, articulan un entramado importante, un entorno necesario, pero no suficiente. Otros pasos implican decisiones más complicadas, tanto por los cambios de enfoque que supone con respecto a la política exterior estadounidense, como por las dificultades en la implementación. Cuestiones como el bloqueo, entendido como sistema de leyes y regulaciones, el territorio ocupado en Guantánamo, el desempeño de actividades subversivas, la permanencia de la Ley de Ajuste Cubano y la presencia de Cuba en la lista de países promotores del terrorismo.
La etapa que comienza abre numerosas interrogantes. Se trata de un proceso que, por múltiples razones, será necesariamente gradual, probablemente signado por cierta lentitud, que avanzará entre acciones-reacciones calibradas, entre prejuicios, visiones estereotipadas, asumiendo que no se produzcan desencuentros profundos, que lleven consigo estancamiento o retroceso. Dejar atrás el síndrome de la fortaleza sitiada requerirá tiempo. Y entretanto, las nuevas relaciones estarán sometidas a constantes evaluaciones, bajo lentes gubernamentales que escrutarán en ambos países, a diario, el clima de confianza mutua que pueda irse configurando. Este proceso estará expuesto a vulnerabilidades de diverso signo, incluyendo las de naturaleza subjetiva, con fuertes componentes psicológicos, ideológicos, culturales. De ahí que el cuadro que se irá definiendo estará bajo la sombra de la incertidumbre. En cierto modo, puede concebirse como una secuencia de cambios. Los caminos a seguir serían, de momento, los de la profundización de los pasos que se han venido dando, la consolidación de los vínculos de limitada cooperación o colaboración que, de hecho, han estado desarrollándose sin mucho aspaviento ni divulgación, en planos que involucran cuestiones militares, migratorias, de seguridad. En la medida que se demuestre que es posible el avance en esos ámbitos, será viable creer que el mejoramiento de las relaciones no sólo es deseable, sino posible y efectiva. Cuesta trabajo pensar que el ritmo pueda concebirse, en esta etapa, más allá de un acompasado, progresivo, paso a paso.
El conflicto entre Cuba y Estados Unidos ha matizado todo el entorno hemisférico, desde los años de 1960 hasta la segunda década del siglo xxi. La posición que se tomara con respecto a la Revolución por parte de un país determinaba la amistad/enemistad con que la política estadounidense les tratara. La postura hostil de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos hacia Cuba, la posición firme e inclaudicable de la Isla, han introducido siempre conflictividad en las relaciones interamericanas. En el actual escenario, de mantenerse un nexo bilateral constructivo entre los dos países, sería lógico pensar que ello propiciaría un clima de mejor entendimiento con ciertos países latinoamericanos, favoreciendo ello los intereses declarados por Estados Unidos de recuperar su influencia, fortalecer su liderazgo y desarrollar un clima de confianza en el hemisferio, según lo declaró el presidente Obama desde la Cumbre en Trinidad Tobago, en abril de 2009. A la vez, Cuba proseguiría su inserción latinoamericana, incrementando el respeto y apoyo que ha venido suscitando, de forma creciente, en los últimos años, dejando claro que quien está aislado en Nuestra América no es Cuba, sino Estados Unidos.
Sin embargo, el radicalismo de determinados procesos, como el de Venezuela, con el que la Revolución Cubana tiene lazos profundos, podría seguir estimulando la agresividad estadounidense, y situaciones como esa enturbiarían la escena interamericana en no poco grado, pudiendo ello, al mismo tiempo, introducir fricciones, complicaciones, en la estabilidad del clima bilateral entre Cuba y Estados Unidos. La Cumbre de las Américas de 2015, en Panamá, es un buen termómetro para medir ese aspecto.
Cuba ha estado preparada para convivir durante medio siglo en la confrontación con las políticas gubernamentales de Estados Unidos, lo ha demostrado con creces. El proceso actual es fruto, en buena medida, de la firmeza y efectividad de las posiciones de principios de la Revolución, de su capacidad de defensa, de la consistencia de su política exterior y funcionalidad de sus concepciones de seguridad nacional, de la unidad interna. Vivir en ese “encuentro”, en el restablecimiento de relaciones, es un reto. Para muchos, el hecho es bastante sorpresivo, inesperado. Desde luego que la cultura política cubana, la sociedad en su conjunto, tiene ante sí una oportunidad, una vez más, de crecer. El desafío es enorme. El consenso político cubano se ha forjado en pleno conflicto durante más de medio siglo. Quizás podría hablarse de los aspectos que propician y obstaculizan la reconstrucción de ese consenso, pero no de su quiebra o colapso. La historia dirá la última palabra.
En Cuba el tema de Estados Unidos es de dominio público. Pero no sucede lo mismo al revés. El conocimiento del tema cubano en Estados Unidos se limita a determinados círculos o medios. No obstante, allá y acá existen expectativas a favor y en contra. Las nuevas tecnologías de la información han anticipado, de cierta manera, ese “encuentro”, en numerosos ámbitos y en relación con los más diversos temas que conciernen a las realidades de ambos países. En términos de las dos sociedades y culturas, no se ha tratado, como en ocasiones se concibe con gran simplismo, de un conflicto amor/odio, aunque existen visiones sobre cada parte —estereotipadas o no, visiones del “otro”— en los imaginarios de ambos países. Ventajas y déficits del restablecimiento de las relaciones son cosas muy relativas, con fuerte carga subjetiva, más allá de los beneficios en materia comercial, cultural, turística, por mencionar algunos.
En el imprescindible camino por comprender mejor los procesos en curso, el libro de Jane Franklin es de un valor incalculable. Cuba y los lectores de América Latina y el mundo que pueden disfrutar de la lectura en castellano tienen una gran deuda de agradecimiento hacia ella, el Instituto Cubano del Libro y la Editorial de Ciencias Sociales.
Jorge Hernández Martínez
Este libro trata sobre las relaciones entre la Revolución Cubana y Estados Unidos. La primera parte, que abarca el período anterior a la Revolución, se refiere a las relaciones en los tiempos en que ambos países eran colonias de potencias europeas. Le sigue una prolija exposición cronológica, año tras año, a partir del 1ro. de enero de 1959. Las conexiones entre las dos naciones se sitúan en el contexto de acontecimientos y políticas globales.
Concebido para usos diversos, este libro puede ser leído en su totalidad o por partes como una historia narrativa, o bien como una guía de referencia acerca de una amplia gama de tópicos. He utilizado un método cronológico para establecer un contexto histórico, y organizar una cantidad máxima de información y de datos, así como permitir la interconectividad de hechos menos conocidos con secuencias de acontecimientos de mayor envergadura. Episodios de amplia notoriedad, como la invasión de la Bahía de Cochinos, en 1961, o la Crisis de los Misiles en 1962, se ven con demasiada frecuencia aisladamente y no como una secuencia de sucesos, en su mayoría menos dramáticos y de menor resonancia.
El Índice, como parte integral de este libro, puede ser utilizado también para establecer el contexto histórico. Por ejemplo, si un lector desea información sobre el éxodo de Mariel en 1980, el Índice, desde luego, le aportará referencias directas, pero no mucho más, ya que el episodio de Mariel no es más que uno de los muchos en la larga y compleja historia que aparece en la entrada de “migración”.
Puede utilizarse el Índice también para seguir la historia de diversos personajes o temas, por ejemplo, embargo comercial estadounidense, prohibición de viajar, nacionalización y compensación, Félix Rodríguez, Jorge Mas Canosa y la Fundación Nacional Cubanoamericana, elecciones, secuestros, derechos humanos, o Radio y Televisión Martí. En muchos casos se hacen entre paréntesis referencias a temas adicionales relacionados con el que se trata.
Las fuentes principales son: publicaciones oficiales cubanas y norteamericanas, entre ellas, documentos recientemente desclasificados; artículos de la prensa contemporánea, en especial The New York Times y el Granma (el periódico oficial del Partido Comunista cubano), así como también The Wall Street Journal, The Washington Post, The Angeles Times, The San Francisco Chronicle, Miami Herald, The Star Ledger (Newark, Nueva Jersey); audiencias del Congreso, las investigaciones más notables sobre el asesinato del presidente Kennedy y las actividades encubiertas de la CIA. Además, fue consultado un amplio espectro de fuentes secundarias; en tales casos, por lo general, así lo dejo indicado, e identifico la fuente. Cada vez que un tema involucra imputaciones o hechos de carácter discutible, hago lo posible por especificarlo. Exceptuando las entradas que se limitan a la mera mención de los hechos, para lograr la mayor exactitud posible he verificado la información de diversas fuentes. En especial, me fueron de gran utilidad dos publicaciones estadounidenses sobre Cuba, CUBA Update (Cuba al Día) y, en los años recientes, CubaINFO, así como también los datos informativos aportados por el Cuba Information Project.
Las relaciones entre Cuba y otros países, aparte de Estados Unidos tuvieron, desde luego, una gran influencia sobre las relaciones cubanoamericanas. A fin de mantener la concentración y permanecer dentro de una longitud razonable, he tratado de incluir solamente los acontecimientos más significativos. El establecimiento o la ruptura de las relaciones diplomáticas con determinados países, sobre todo en el hemisferio occidental, se señala con el objetivo de mostrar el tipo de relaciones que Cuba mantuvo o estableció, incluso, cuando estas estaban en oposición a los deseos de Estados Unidos. Por la misma razón se incluye la mención de las numerosas visitas de jefes de Estado. Algunos sucesos se describen solo para mostrar el contexto histórico. Otros acontecimientos de carácter estrictamente nacional que se produjeron en Cuba se describen para mostrar el sentido en que se encamina el Gobierno Revolucionario o las concatenaciones de hechos que especialmente pudieron afectar las relaciones cubanoamericanas.
Desde el derrumbe de la Unión Soviética, el Congreso ha intensificado los esfuerzos por codificar no solo la política estadounidense hacia Cuba, sino también su política nacional. Debido a que una cronología de las acciones del Congreso hacia Cuba podría llenar un libro tan largo como este, he limitado el número de esas entradas. Por ejemplo, he tratado de no incluir las resoluciones inapelables ya que no poseen la fuerza de una ley, aunque sí tienen importancia política, ya que muestran las intenciones del Congreso.
Jane Franklin
de la Revolución