V.1: abril, 2017
© Janeth G. S., 2017
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2017
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ISBN: 978-84-16224-66-1
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Serie ¿Quién mató a Alex? 2
#QMAA
Todo pasó muy rápido. Después de asistir al funeral de Cara, me sentía débil y cansada, tenía los ojos tan secos como el desierto. No me quedaban más lágrimas por derramar. Me sentía asfixiada, como si unas manos me apretaran el cuello y no pudiera respirar.
—Hannah, ¿qué ha pasado? —preguntó una voz al fondo de la habitación. Yo estaba descansando en la cama con los ojos cerrados. Todo lo que veía era oscuridad. Mi cuerpo estaba totalmente inmóvil.
Alex por fin había aparecido. Ya no parecía enfadado.
—Cara ha muerto —susurré a duras penas.
Oí unos pasos que se acercaban a mi habitación.
Me dolía todo el cuerpo. Y el alma.
—¿Qué? —preguntó la voz grave de Alex.
—Cara ha muerto —repetí con voz apagada. El cuerpo me temblaba ligeramente.
—¿Cuándo? ¿Qué ha pasado? —quiso saber Alex. No quería mirarlo a los ojos y que viera la situación lamentable en la que me encontraba. No respondí—. ¿Hannah? —insistió al ver que no contestaba.
No quería hablar de ello. Cada vez que alguien mencionaba el nombre de Cara, mi mente reproducía automáticamente y a cámara lenta lo que había pasado aquella noche: el agente tomando declaración a los posibles testigos, el policía acordonando la escena del crimen, yo corriendo hasta el cuerpo de Cara y, finalmente, su rostro cubierto de sangre.
Fue horrible. Sobre todo porque podría haberlo evitado. No podía deshacerme del sentimiento de culpa.
Se me formó un nudo en la garganta.
—¿Hannah? —volvió a preguntar. Yo no me moví, ni siquiera abrí los ojos; cualquier movimiento me causaba dolor—. ¿Hannah? ¿Puedes mirarme? —gruñó desesperado. Gemí y el nudo de la garganta empezó a deshacerse—. ¿Por favor? —suplicó.
Abrí los ojos ligeramente y me ardieron. Era como si me hubiera sumergido en una piscina de cloro. Los tenía hinchados y seguramente rojos como un tomate.
Su mirada desprendía preocupación. Frunció el ceño.
—¿Estás bien?
No contesté. Era incapaz de hablar. Alex se acercó con paso lento. Lo miré a los ojos y me observó aterrado.
—Oye —dijo mientras se acostaba a mi lado—. Lo siento mucho.
El nudo en la garganta volvió a crecer.
Quería llorar.
—No tienes que disculparte. —Me tembló la voz. Él negó con la cabeza.
—Soy un idiota. Me fui sin avisarte y me enfadé cuando no debería haberlo hecho. Una disculpa es lo mínimo que te debo —susurró.
Luchaba por mantener a raya las lágrimas, pero que Alex me dijera aquellas cosas no ayudaba mucho.
—Cara ha muerto —repetí, como si fuera una especie de mantra.
—Lo siento —dijo de nuevo.
Cerré los ojos un momento.
—Cara vino a hablar conmigo unos diez minutos antes… —susurré y me detuve para tomar aire—. La habían amenazado. Tu asesino le mandó una nota y ella… estaba asustada, Alex… y yo… yo no supe ver el peligro que corría… —Mi voz se quebró.
—Está bien, Hannah, has hecho cuanto podías —dijo para tratar de calmarme.
Negué con la cabeza.
—Ha muerto por mi culpa. No debería haber permitido que se marchara a esas horas, tendría que haberse quedado aquí… Si hubiera insistido más…
No lo pude evitar y comencé a llorar. Alex pasó un brazo por detrás de mis hombros para abrazarme. Entonces, me acomodé en su pecho para llorar todavía más. Alex estaba frío y olía a limón.
—No te preocupes, Hannah, llorar te hará sentir mejor. Llora todo lo que necesites. —Sus palabras hicieron que los ojos me dolieran todavía más y que mis gemidos resonaran por toda la habitación.
Las lágrimas no dejaban de caer. Era incapaz de controlarlas, fluían como una cascada. La camiseta de Alex no tardó en mojarse.
—No te preocupes. —Alex me acariciaba el brazo mientras intentaba consolarme—. Estoy aquí, contigo.
Lloré tanto que al final me quedé dormida en su pecho.
Mi mejor amiga había muerto. Asesinada. Y todo por culpa mía, por seguir investigando la muerte de Alex. Pero ¿por qué? ¿Por qué habían matado a Cara?
Recordé el día en que nos conocimos. Yo acababa de llegar a la ciudad y, en mi primer día de instituto, me defendió de un par de matones. Era una chica popular que no se dejaba intimidar por nadie. Cara se enteraba de todo lo que pasaba en el instituto y me mantenía informada de ello. Yo, a cambio, la ayudaba con los deberes de Mates y Biología. No necesitamos mucho tiempo para convertirnos en mejores amigas. De hecho, Cara era mi única amiga. Y no merecía morir.
Cuando desperté, Alex seguía acostado junto a mí. Tenía la garganta seca y los párpados me pesaban más de lo habitual. Me aclaré la voz.
—No vuelvas a irte —dije. Las palabras salieron como un rayo.
Él negó rápidamente.
—Nunca. Te lo prometo. —En cuanto vi sus ojos, lo noté: destilaban pánico.
—¿Qué ocurre? —pregunté preocupada. Me apoyé en el colchón para incorporarme.
—Nada —respondió.
—Alex. Pasa algo —insistí.
—No es nada, Hannah —repitió con suavidad para restarle importancia.
Me separé de él para mirarlo a los ojos.
—¿Qué pasa, Alex? ¿Va todo bien?
—Sí —confirmó con voz aguda.
Mentía. Lo noté en su mirada.
—No me lo creo, me estás mintiendo —afirmé. Alex tragó saliva con dificultad. Se movió un poco en la cama y un sonido me llamó la atención—. ¿Qué ha sido eso?
—¿Qué ha sido qué? —preguntó con el ceño fruncido. Su cuerpo se tensó de inmediato.
—¿Qué tienes ahí debajo?
—¿Qué tengo aquí debajo? —respondió con una pregunta. Sus ojos almendrados me miraron fijamente. Me levanté de la cama.
—Levántate, Alex —le ordené en un susurro.
—Hannah… —respondió.
—Hazlo —insistí. Cada vez estaba más preocupada.
¿Qué escondía ahí debajo? ¿Y por qué actuaba así?
—No voy a moverme —me retó.
Cerré los ojos, furiosa.
—¿Me ocultas algo, Alex?
—No te oculto nada —replicó. Un mechón de pelo le caía en el ojo, pero no se molestó en apartarlo.
—Muy bien. Tú lo has querido —dije.
Entonces, me abalancé sobre él.
Alex gimió por el dolor.
—¡Hannah! —gritó.
Metí las manos debajo de su cuerpo. Le atrapé la cintura con las piernas y, como yo estaba encima, tenía las de ganar. Intentó forcejear conmigo, pero moví las manos con rapidez por debajo de su cuerpo, y entonces… toqué algo sólido.
—¡Hannah! —gritó, molesto. Y luego, cuando intenté sacar el objeto en cuestión, Alex tomó impulso y me empujó al otro lado de la cama. Entonces, dejó caer su cuerpo sobre el mío.
Un calor sofocante se apoderó de mi cuerpo. Alex me miró victorioso. Sonreía.
—¡Suéltame! —grité entre risas mientras intentaba liberarme de su agarre. No peleaba conmigo, pero trataba de detener mis golpes bruscos.
—Eh, Hannah. Cálmate —dijo, tratando de sonar relajado.
—¡¿Qué tenías ahí debajo?! ¡¿Por qué me lo ocultas?! —pregunté en voz baja.
El calor que me invadía se hizo más evidente cuando dejé de forcejear. Nuestros cuerpos estaban muy juntos.
—No te oculto nada —susurró, acercándose a mis labios. La tentación de besarlo era terrible. Su aliento se coló por mis labios secos.
—¡Aléjate de mí, traidor! —exclamé. Miré a un lado y Alex se apartó un poco.
—¡No soy un traidor! —Abrió los ojos como platos. Me aprisionó las manos con las suyas y tenía las piernas en mis costados, lo que reducía mucho las posibilidades que tenía de defenderme.
—¡Suéltame! —Pataleé para liberarme.
—¡No pienso soltarte hasta que te calmes!
—¡Traidor! —grité más fuerte.
Ojalá apareciera mi madre justo en ese momento.
—¡No soy un traidor! ¡No sabes lo que dices!
—Suéltame, Alex. ¡Suéltame, maldita sea! —exclamé.
—Tranquilízate, Hannah —me susurró al oído.
—¡No me toques!
Definitivamente, había algo debajo del cuerpo de Alex, lo había tocado. Estaba segura, y me dolía que lo negara.
¿Dónde estaba mi madre cuando la necesitaba?
Alex apoyó los labios en mi oreja. Sentía vibraciones por todo el cuerpo.
—Bien… —suspiré, tratando de parecer tranquila. El corazón me latía con fuerza—. Estoy tranquila, ahora suéltame.
Tenía ganas de gritar, pero si lo hacía, no me liberaría.
—Te soltaré con una condición.
—¿Cuál? —pregunté con curiosidad.
Alex suspiró. Respiraba de forma acelerada.
—Confía en mí.
No podía hacerlo. Pero, de todos modos, asentí.
—Bien —respondí.
Aflojó el agarre de mis manos. Y luego, inesperadamente, volvió a apretar con fuerza. Entré en calor cuando Alex comenzó a acercarse a mí lentamente. No podía apartar la vista de los labios carnosos y húmedos.
—Voy a besarte —dijo. Sus labios estaban demasiado cerca de los míos.
Negué con la cabeza. ¿Acaso no recordaba que éramos familia?
—No lo hagas, mentiroso —susurré.
—Hannah, he dicho que voy a besarte. —Alex ignoró mis palabras y se acercó con una lentitud agonizante. Me besó en la mejilla, que todavía estaba húmeda por las lágrimas. Sentí un escalofrío y gemí involuntariamente—. No soy… —Se detuvo para acercarse a mis labios. Me temblaban las piernas. Ansiaba tener sus labios sobre los míos, pero me estaba torturando. Sabía que jugaba conmigo. Me besó las comisuras de los labios suavemente. Sentí una vibración increíble en la entrepierna. Una gota de sudor se deslizó por mi frente—. No soy un mentiroso —terminó de decir con voz grave. Y, luego, unos cálidos y húmedos labios aterrizaron sobre los míos.
Si Alex quería jugar, yo también lo haría.
Nos besamos apasionadamente y entonces me liberó. Para disimular, coloqué una mano en su nuca y enterré los dedos en su cabello. De repente, su cuerpo cayó sobre el mío. Llevé la otra mano hasta su bolsillo trasero y, efectivamente, lo que había tocado antes seguía allí.
Lo saqué despacio para que no se diera cuenta. Alex se movió y yo lo atraje con fuerza hasta mi boca. En un gesto rápido, lo escondí debajo de mi blusa. Trataba de concentrarme en el beso, pero Alex no era tonto y notó que algo no iba bien. Se separó de mis labios y me miró con esos ojos tan profundos.
—¿Pasa algo? —pregunté con ingenuidad.
—No —dijo.
Cerró los ojos y volvió a besarme. Al principio, lo hacía con lentitud, pero luego… cada vez más rápido y más fuerte. Con anhelo. Con desesperación. Me faltaba el aire, pero este podría ser nuestro último beso, y quería aprovecharlo al máximo.
Alex se apartó de mí y se llevó la mano al bolsillo. Abrió los ojos como platos y me miró fijamente. Se había dado cuenta de que lo que había escondido ya no estaba. Sin pensarlo dos veces, lo empujé con fuerza y cayó al suelo con un ruido sordo. Me levanté de la cama apresuradamente y salí corriendo como pude.
—¡Hannah! —gritó Alex desde el suelo. No tardó en levantarse y echar a correr tras de mí—. ¡Detente!
Entré al baño y cerré la puerta con pestillo.
Alex se detuvo al otro lado.
—No lo hagas.
—Mentiroso —lo acusé.
—Puedo explicártelo —dijo. Sonaba desesperado.
Con la espalda pegada a la puerta, me dejé caer hasta el suelo. Alex movía el picaporte frenéticamente.
—¡Vete! —le ordené.
—¡Deja que te lo explique, por favor!
Saqué el fino objeto de debajo de mi blusa y entonces vi lo que era. Se me puso la piel de gallina. Era una hoja de papel doblada. Alex soltó el picaporte y guardó silencio.
Me temblaban las manos. ¿Qué era esto? ¿Y por qué quería ocultármelo?
Alex se dejó caer al otro lado de la puerta. Igual que yo, tenía la espalda apoyada contra ella.
Desdoblé la hoja y vi unas palabras escritas con recortes de periódico. Oh, no. Era una carta como la que había recibido Cara. Un mensaje con amenazas.
Pero el contenido de este era diferente.
Inspiré profundamente y empecé a leer.
«Hannah Reeve, has perdido a tu mejor amiga, mi más sincero pésame. Pero ya te lo advertí. ¿Quién crees que es el siguiente en mi lista? Si tanto te gusta jugar a los detectives, te daré una pista: todavía no ha llegado tu hora. Pero pronto recibirás una llamada».
—Puedo explicártelo —gruñó Alex al otro lado de la puerta.
Me aclaré la garganta y abrí la boca para hablar.
—Por supuesto que sí. —Me levanté sin muchas fuerzas y, cuando estuve de pie, llevé una mano temblorosa a la manilla de la puerta y la abrí.
Alex estaba a un metro y medio de distancia y tenía las manos en los bolsillos delanteros.
Suspiró al verme.
—Hannah, ¿piensas que yo he escrito eso? —me preguntó con los ojos vidriosos.
Oh, mierda.
—No lo sé… —respondí.
—Dime, ¿sí o no? —insistió con voz áspera. Entonces, sacó las manos de los bolsillos y las dejó caer a los costados. Parecía tenso.
—No, no lo creo —contesté con sinceridad. Intentó esbozar una sonrisa amable, pero la tristeza se reflejaba en ella.
—La he encontrado debajo de tu almohada, no quería que te preocuparas más. Ya has tenido bastante con lo de Cara. Creo que estás pasando por momentos muy duros, y esta carta solo iba a empeorar las cosas. Quería protegerte —dijo con los ojos llorosos.
—¿Y por qué no la he visto antes? —Me apoyé en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Alex levantó la vista y me miró.
—No lo sé, supongo que estabas bastante cansada y no te has dado cuenta, pero te juro por lo que más quiero que no tenía intención de ocultarte algo tan importante.
—¿Desde cuándo estaba ahí? —pregunté, confusa.
—No lo sé, pero creo que no es una coincidencia que te encontraras la ventana abierta la otra noche —me dijo.
—Claro…
—Y ¿recuerdas cuando subimos a tu habitación y sentimos una sensación extraña? Estoy seguro de que eso… —Señaló la hoja que tenía en las manos—. Eso era lo extraño.
—Sí —asentí.
Era cierto, la sensación de ese día había sido muy rara y ambos estábamos seguros de que alguien había entrado en mi habitación, y ahora sabíamos el porqué.
—Confía en mí. Es lo único que te pido.
—¿Me estás diciendo la verdad? —pregunté una vez más.
Alex inspiró y, después, soltó el aire con suma lentitud. Le temblaron los labios al hacerlo.
—Sí —contestó sin vacilar. Sus ojos almendrados me miraban fijamente.
Pasé por su lado y me dejé caer en la cama, con la nota todavía en las manos.
—Lo siento —dije—. Es que todo esto es… confuso… misterioso… y… no entiendo nada.
—Tienes razón, no debería habértela ocultado. Tenías derecho a leerla. Lo siento —se disculpó mientras caminaba hacia la cama.
—¿Quién sería capaz de…? —La pregunta se quedó en el aire. Sabía que no obtendría una respuesta clara. El misterio era como el amor: nunca sabías qué ocurriría. Estaba completamente segura de ello.
—Así que… —Alex intentó iniciar una conversación pacífica—. ¿Eres hija de Eric?
—Sí.
—Entonces… —Se detuvo mientras se preguntaba si debía decir lo que tenía en mente. Levantó los hombros y respiró con dificultad.
—Somos familia. Primos, para ser más exactos. Y me acabas de besar —añadí, para ayudarlo.
Sonrió.
—Tú no eres mi prima —respondió con seguridad y cierta indiferencia.
—Sí lo soy. Estuviste ahí; lo escuchaste —le recordé.
De repente, empezó a dar vueltas por la habitación.
—¡Guau! —exclamó—. Hannah, creo que en ese caso estoy perdidamente enamorado de mi prima.
Sonreí. Pero, después, esa sonrisa se esfumó. Bien, teníamos dos cosas en nuestra contra: Alex estaba muerto y, ahora además, éramos familia. ¿Acaso eso no era suficiente para darnos cuenta de que no podíamos estar juntos?
Él hacía que pareciera tan fácil… como si fuese un juego o un sueño, pero no era así; todo era real.
—Alex, yo creo que… que esto no está bien —tartamudeé. No quería ser la mala del cuento, yo no era de las que rompían las reglas.
—Hablas de lo nuestro, ¿verdad? —preguntó mientras se sentaba en el borde de la cama.
—Sí.
Alex rio.
—Eh, ¿qué es lo que te hace gracia? —Fruncí el ceño y lo miré directamente a los ojos.
—Es ridículo, estoy muerto. Solo piensa que soy otra persona y ya está, puedes ser mi novia.
Entonces fui yo la que rio, aunque fue una risa nerviosa. Había dicho «novia»… Eso hizo que me ruborizase.
—Ya imagino a la gente burlándose de mí: «Hannah Reeve, la chica que dice tener un novio fantasma». Eso sí que es ridículo —contesté con sarcasmo.
—¡Que le den a la gente!
—Para ti es fácil decirlo. —Cerré los ojos y apreté la hoja entre las manos.
Un silencio invadió la habitación. Oía un pájaro cantar a lo lejos en el árbol que había frente a mi ventana. Su canto era suave y un tanto tranquilizador. El papel crujió cuando lo apreté de nuevo sin darme cuenta.
Alex sabía que tenía razón.
—¿Qué te dijo Cara cuando estuvo aquí? —preguntó, cambiando de tema.
—Dijo que el asesino quería matarme. Se disculpó conmigo y me pidió que dejara de investigar. Me hizo prometérselo.
—¿Lo cumplirás? —Sonó derrotado. Alex sabía que yo era la única que podía ayudarlo; era su única esperanza.
—No. Ahora más que nunca debo estar atenta. Aunque, no entiendo el motivo… ¿Por qué a Cara? ¿Tú crees que ella sabía algo?
—Seguro que sí —dijo confiado—. Nadie mata a una persona por nada. Cara sabía algo más, pero ¿qué? ¿Qué fue lo que se llevó a la tumba? —se preguntó a sí mismo mientras negaba con la cabeza; estaba totalmente confundido.
—Le pregunté si conocía al asesino y me dijo que no —le expliqué brevemente.
—Entonces, ¿qué era? ¿Qué era lo que sabía y no te contó? —preguntó mientras me miraba con el ceño fruncido. Su pecho subía y bajaba lentamente, al compás de su respiración.
—Dijo algo más… dijo que tal vez debería dejar de confiar tanto en los demás y empezar a creer en mí misma. Dijo que nunca se sabe quién puede apuñalarte por la espalda.
—No tengo la menor idea de quién es —contestó resignado—. Es bastante inteligente, se está ocultando muy bien.
—Sí…
Y, de repente, recordé otra cosa.
—Alex, ¿qué hay de los trastornos de tu madre? —pregunté cautelosamente mientras me sentaba en la cama.
Suspiró.
—Creía que tenía otro hijo, pero, obviamente, murió cuando nació. Se aferró a esa idea y, poco a poco, el trastorno se hizo cada vez más evidente. Alucinaba con un hijo que no existía, y, de un día para otro, mi madre desapareció. Cuando era pequeño, yo no entendía qué pasaba, pero luego me explicaron dónde estaba. Mi padre la había llevado a una clínica. Allí se estuvo medicando y la trataron varios doctores. La verdad es que nunca tuve una conversación con ella de pequeño, estuve mucho tiempo sin verla. Mi padre, por su parte, siempre estaba trabajando y, en su tiempo libre, iba a visitar a mi madre a la clínica. Mientras tanto, mi tío Eric era quien cuidaba de mí. Dos o tres años después, volvió a la normalidad, como si nada hubiera pasado. Uno de los doctores dijo que el caso de mi madre estaba perfectamente controlado. Y así fue: no hubo ningún problema en los siguientes años. Es una madre ejemplar, intentó salir de ese infierno ella sola. Ahora está bien.
—¿Sigue tomando medicación?
—No, qué va. Nunca más ha vuelto a tomar una pastilla —respondió, orgulloso de su madre.
—Es una buena persona. Y es muy tierna.
—Sí, sí lo es —contestó.
Después de aquello, nos quedamos ensimismados en nuestros pensamientos.
—Alex, ¿qué pasará con nosotros? —dije al cabo de un rato.
—Podemos seguir adelante, si quieres, claro —respondió.
Sus ojos acaramelados me miraban con cautela, esperando con ansias mi respuesta.
—¿Y luego? ¿Cuando descubramos a tu asesino, qué? ¿Qué pasará entonces? ¿Desaparecerás? ¿Te irás? —pregunté mientras vagaba en las profundidades de mi mente.
Alex arqueó una ceja.
—¿Por qué no dejamos que el tiempo responda a tus preguntas? —dijo.
—¿El tiempo? El tiempo no va a responder mis preguntas, tú sí.
—Tienes que ser paciente.
—Odio que seas tan bueno conmigo cuando…
Y de pronto, el teléfono sonó.
Me levanté de golpe y corrí escaleras abajo, con Alex pisándome los talones.
«Pronto recibirás una llamada».
El teléfono no dejaba de sonar y su ruido estridente resonaba en toda la casa. Salté por encima de un sillón y cogí el auricular. Me aclaré la garganta y contesté:
—¿Diga?
—¿Margaret? —dijo alguien al otro lado de la línea.
—Se ha equivocado… —Y entonces, recordé: Margaret era mi madre. Lo había olvidado por un instante—. Soy Hannah —repuse rápidamente—. ¿Quién habla?
—Hola, Hannah. —Hizo una pausa—. Soy George. ¿Puedes pasarme a Margaret? Quiero decir, a Emma.
—Mmm, sí, un momento…
Alex me miró.
—Es George, quiere hablar con mi madre —le susurré mientras tapaba el altavoz del teléfono.
Dejé el auricular en la mesita de centro y corrí hasta la habitación de mi madre. Llamé suavemente a su puerta.
—¿Mamá? —pregunté—. George quiere hablar contigo. Está al teléfono.
No hubo respuesta.
«Pronto recibirás una llamada».
Mi corazón empezó a palpitar con fuerza.
—¿Mamá? —repetí.
No. No. No. Esto no podía estar ocurriendo…
Intenté girar la manilla hacia abajo, pero la puerta estaba cerrada con llave. Mi madre solo hacía eso cuando salía. Era muy raro. Cuando se marchaba, me avisaba o me dejaba pequeñas notas pegadas en la nevera. Nunca se iba sin llamar a mi puerta para decirme que me había dejado comida en el horno o para despertarme temprano.
Volví a intentar abrir la puerta, aunque sin éxito.
—¿Estás ahí? —pregunté desesperada. Pero nadie contestó—. ¡¿Mamá?!
Traté de calmarme y pensé que tal vez había ido al supermercado o al instituto, cualquier cosa para desechar la idea de que algo malo le había pasado.
Me alejé de la puerta y regresé a la primera planta con el rostro pálido.
Al verme bajar las escaleras, Alex se acercó a mí.
—¿Estás bien? —Me miraba con pánico.
—Mi madre no abre la puerta ni contesta… Está cerrada con llave. Siempre me avisa cuando sale —contesté rápidamente con voz entrecortada.
—Lo más probable es que haya salido. No te preocupes. —Intentó calmarme. Posó los dedos en mis mejillas y me acarició con suavidad.
—George… —Señalé con la vista al teléfono y Alex me soltó.
Después, tomé el teléfono.
—¿George? —tartamudeé—. Creo que no está.
—Lo suponía —respondió preocupado—. Gracias, Hannah.
—¿Va todo bien? —pregunté.
Él guardó silencio y, entonces, lo oí soltar un suspiro de preocupación.
—¿Le has dicho algo sobre Eric?
—¡No! —exclamé, con el ceño fruncido—. ¿Qué ha pasado?
—Alguien ha entrado en nuestra casa.
—¿Qué? ¿Estáis bien? —pregunté casi chillando. Alex me miraba sin comprender, así que puse el manos libres. Él se acercó con precaución.
—Sí, bueno, yo… —Se interrumpió—. Ha sido durante la noche, solo estábamos Rosie y yo, los trabajadores estaban durmiendo… y alguien ha entrado en nuestra habitación… Han golpeado a Rosie.
Alex dio un brinco. Parecía aterrado. Ambos abrimos los ojos como platos.
—¡¿Qué?! ¿Rosie está bien?
—Estoy en el hospital, pronto se encontrará mejor.
—¿Qué hospital? —pregunté mientras sacaba una libreta para anotar la dirección.
—No hace falta que vengas, Hannah. Rosie está bien, le darán el alta hoy. Le han pegado un golpe en la cabeza y en el estómago, pero está bien; no ha sido nada grave.
—¿Y cómo estás, George?
—Solo he sufrido un golpe en la cabeza, pero nada importante. Ya me han dado de alta esta mañana. No te preocupes, estamos bien.
—¿Y Eric? ¿Cómo está?
—Afortunadamente, no estaba en casa cuando sucedió —dijo con suavidad.
Suspiré con frustración.
Rosie. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?
—¿No visteis quién fue?
Alex y yo nos miramos con desesperación. Involuntariamente, me metí un dedo en la boca y comencé a morderme la uña. Tenía que dejar de hacerlo. Saqué el dedo. A partir de ahora no lo haría más, porque solo conseguía ponerme más nerviosa.
—No, yo estaba dormido, y Rosie estaba a mi lado. Solo sentí un golpe fuerte y, después, me desmayé. Por desgracia, Rosie recibió más golpes, sobre todo rasguños, pero no me explico cómo ni quién podría haber sido capaz de hacerlo. Todavía está en estado de shock. Ha estado llorando desde ayer por la noche.
—¿Se llevaron algo?
—Absolutamente nada —respondió.
—Dios —murmuré.
—Hannah, ¿tu madre compra el periódico? —Me pilló por sorpresa.
¿Por qué me preguntaba eso?
—No… no lee el periódico. ¿Por qué?
—Por nada. Solo era curiosidad.
Silencio.
—¿Hannah? —dijo desde el otro lado de la línea—. ¿Te importaría avisarme cuando llegue Margaret?
—Sí, claro. Me gustaría ir a verlos, si no le importa.
—Para nada —respondió—. De hecho, Rosie quería verte.
—Estaré ahí en cuanto llegue mi madre.
—Perfecto.
—Hasta pronto —dije finalmente.
—Adiós, Hannah.
En cuanto colgué el teléfono, Alex preguntó:
—¿Tu madre no está?
—No, no está.
—¿Estás pensando lo mismo que yo?
Asentí.
George creía que mi madre era la culpable de lo que había ocurrido, y Alex lo sabía.
—Pero mi madre no pudo haberlo hecho… Estuvo aquí ayer… —intenté defenderla.
—¿Has oído lo del periódico?
Asentí, de nuevo.
—Creo que mis padres también han recibido una amenaza. ¿Qué hay de Seth?
—Imposible, estuvo en el funeral de Cara. No pudo ir hasta tu casa y dejar la nota —expliqué.
Seth me ignoró por completo durante el funeral. Kate estuvo también, con todo el equipo de animadoras y su novio Ryan. Karen también estaba… Sarah llegó bien entrada la tarde, pero eso no encajaba con lo sucedido… Al parecer, el ataque había tenido lugar pasada la medianoche, y estuvo en el funeral. Y Tom… también.
No.
Un momento…
Tom no estuvo en el funeral.
—Tom no estuvo en el funeral, Alex —dije rápidamente.
Frunció el ceño.
—¿Tom? ¿Quién es Tom? —preguntó, confuso.
—El chico que me pidió un lápiz. El de cabello oscuro. —Sabía perfectamente de quién hablaba.
—Ah, el tío ese —respondió desinteresadamente mientras apretaba la mandíbula.
Entonces, giró la cara y lo vi hacer una mueca de asco. La luz proveniente del exterior iluminaba sus facciones pálidas. Alex entrecerró un poco los ojos cuando los rayos de sol cayeron directamente en su cara.
Un momento, no estaba celoso… ¿o sí?
Sonreí disimuladamente y él volvió a mirarme. Oculté mi involuntaria sonrisa y me aclaré la garganta.
—Debemos ir a su casa y preguntarle qué hizo ayer —contesté enseguida.
Me levanté del sillón y caminé hacia las escaleras. Alex me siguió.
—Hannah, yo no creo que haya sido él, ni siquiera lo conozco. ¿Qué tendría que ver él en todo esto?
Las pisadas de Alex resonaban al ritmo de las mías.
Me pasé las manos por el cabello y me giré.
—A veces es quien menos te lo esperas. Tengo la sensación de que está relacionado con lo que ha ocurrido. ¿No te parece raro que no fuera al funeral de Cara cuando estuvo en aquella maldita reunión?
Lo busqué con la mirada y él me contempló con sus ojos color caramelo, impasible. Se pasó la mano por la nariz rápidamente y se rascó durante unos segundos, angustiado. Después, dejó caer los brazos a los costados y añadió:
—Sí, pero no creo que haya sido él. Sí que es muy extraño que no asistiera, pero eso no quiere decir que él sea el culpable de todo esto —dijo.
—Tal vez, pero recuerda que Tom no estaba enfermo y que Cara me dijo que llevaba esa bufanda porque le habían pegado —contraataqué.
Alex volvió a fruncir el ceño.
—¿Le pegaron?
—Sí —respondí—. ¿No te lo conté?
—No —contestó con brusquedad mientras negaba con la cabeza. Su pelo castaño se agitó en el aire y después volvió a su lugar.
—Vaya, creía que sí. —Me llevé una mano a la cara, exasperada. Casi me cubría todo el rostro.
Desde la muerte de Alex, me olvidaba de algunos detalles, aunque puede que fueran los más importantes. Sin embargo, el rostro pegajoso de Cara no desaparecía de mi mente. Cuando pronunciaba su nombre o hablaba de algo relacionado con ella, recordaba lo sucedido. Su cuerpo flácido tendido sobre el cemento de la calle, el charco rojo a su alrededor; era una imagen que nunca olvidaría.
Todavía sentía que tenía los ojos rojos e hinchados.
—Está bien —contestó despreocupado—. ¿Sabes dónde vive?
—No, pero podemos preguntárselo a Kate. Ahora está cooperando —dije mientras caminaba de nuevo hacia el teléfono.
Aún estaba castigada y no podía salir de casa ni usar el teléfono, pero mi madre no estaba, así que… era ahora o nunca. Después se daría cuenta al ver el registro de llamadas, pero no me importaba. Si no actuaba en ese momento, no descubriría lo que estaba sucediendo.
—¿Desde cuándo hablas con Kate? —inquirió a mis espaldas.
—No hablo con ella, pero supongo que no se negará a darme su dirección si se la preguntamos.
—¿Y si pregunta para qué?
Cogí la libreta que había en la mesita de centro y me senté en el sofá.
—Fácil, decimos que es mi profesor particular de Literatura —contesté mientras hojeaba la pequeña libreta—. Las mentiras más sencillas y cínicas son las más creíbles.
Alex puso los ojos como platos y dio un brinco.
—¡¿Es tu profesor particular?! —dijo sin dejar de mirarme fijamente.
—¡No! ¡Es solo para despistar! —respondí rápidamente.
Alex suspiró, aliviada.
—Oh.
—¿No estarás celoso, verdad? —pregunté con una media sonrisa—. ¿Verdad? —repetí con una ceja levantada.
—No, en absoluto. —Desvió la mirada. Me reí por lo bajo.
Encontré el número de Kate y lo marqué en el teléfono.
—¿Sabes? Yo creo que sería mejor que no fueras a su casa. Pídele su teléfono y llámalo desde aquí. Le dices que ayer fuiste a buscarlo con Sarah y a ver qué dice —dijo mientras se mordía el labio inferior.
—No es mala idea. —El teléfono empezó a dar tono.
—Así perdemos menos tiempo.
—Cierto —susurré con el auricular en la oreja.
Se oía un televisor de fondo.
—¿Diga? —preguntó alguien al otro lado de la línea. Era una voz dulce y tierna.
Definitivamente, no era Kate.
—Hola, ¿está Kate?
Al parecer, Kate tenía una hermana menor.
—Sí, un momento… —Entonces, cogió aire y gritó—: ¡Kate! ¡Te llaman por teléfono! —Tuve que alejarme unos centímetros del aparato para que no se me rompiera el tímpano con ese grito.
De fondo, escuché a Kate gritar unas palabras que no distinguía.
—¿Quién pregunta por ella? —cuestionó la niña de forma desinteresada.
—Hannah Reeve.
—Claro, un momento —dijo. Seguidamente, oí como se alejaba del teléfono—. ¡Es Anna Reeve! —gritó la niña.
—Mi nombre es Hannah, no Anna —dije, pero, al parecer, la niña había dejado el teléfono por ahí y se había ido. Unos pasos se escucharon al otro lado de la línea. Luego, alguien levantó el auricular.
—¿Hannah? —preguntó una voz aguda que reconocí al instante.
—Sí, soy yo. Siento molestarte, pero quería saber si puedes pasarme el número de Tom —contesté sin vacilar.
Kate guardó silencio unos segundos.
—¿Tom? —Sonaba confundida—. ¿Qué Tom?
Miré a Alex, pero, por supuesto, él no lo conocía y mucho menos sabía su apellido. No iba a decirle que Tom había estado en la reunión de casa de Seth.
¿Cuál era su apellido?
¿James? No, ese no. ¿Jason? No, tampoco. Estaba segura de que empezaba con la letra «J», solo que no recordaba cómo seguía. Lo tenía en la punta de la lengua. Una parte de mí quería recordarlo y otra simplemente se negaba a hacerlo.
—¿Tom Jones? —me ayudó Kate.
Di un brinco.
—¡Sí! ¡Tom Jones! ¿Podrías pasarme su número, por favor? —pedí amablemente.
—¿Para qué? —replicó con frialdad.
—Bueno… es que… —Intenté no ponerme nerviosa—. Tom es mi profesor particular de Literatura —respondí rápidamente antes de que no me creyera.
Alex asintió.
—No sabía que Tom te diese clases —contestó firme.
Me limité a tragar saliva y a responder lo primero que se me ocurrió.
—Es que va a ayudarme con los exámenes finales —dije con seriedad.
Alex esbozó una sonrisa y dejó al descubierto sus preciosos dientes blancos.
—Ah —dijo ella—. Espera un minuto.
Asentí con la cabeza como si me viera.
—Chica lista —murmuró Alex, con una sonrisa orgullosa. Negué con la cabeza y esperé a que Kate volviese a decirme algo.
—Es 2793900 —dijo rápidamente. Pero fui más veloz que ella y lo apunté como un rayo.
—¿2793900? —repetí para confirmarlo.
—Sí.
—Gracias, Kate —agradecí mientras anotaba el nombre de Tom en la parte superior de la libreta.
—De nada. Pero hazme un favor: no le digas a Tom que te lo he pasado yo.
Abrí la boca para preguntarle la razón, pero Kate colgó antes.
Miré el teléfono con el ceño fruncido.
—¿Todo bien? —preguntó Alex al contemplar mi gesto.
—Tu exnovia me acaba de colgar —respondí sin más mientras volvía a dejar el teléfono en su lugar.
Alex rio.
Luego, comencé a marcar el número de Tom.
—Dile que fuiste a buscarlo, no tendrá escapatoria —dijo Alex con confianza en la voz. Asentí con la cabeza.
Alex se dejó caer en uno de los sillones y me observó con curiosidad. Sentí vergüenza porque no me había duchado y, además, tenía los ojos rojos e hinchados como un tomate. Debía de estar horrible, sobre todo porque tenía el pelo pegajoso y sucio. Ni siquiera había tenido tiempo de echarme un vistazo en el espejo. Traté de esconderme entre los cojines del sofá. La mirada de Alex me ponía nerviosa.
El teléfono dio un tono, luego otro, y así hasta cuatro veces.
—No contesta —susurré tapando el altavoz del teléfono. Me removí inquieta en el sofá.
—Inténtalo de nuevo —me dijo mientras se enderezaba.
Enlazó las manos entre sus piernas abiertas. Una posición masculina muy común, pero Alex estaba tan guapo…
Lo intenté otra vez. Esta vez, contestaron de inmediato.
—¿Hola? —dije al ver que nadie respondía—. ¿Hay alguien?
—Soy la señora Jones, ¿con quién quieres hablar? —Parecía frustrada. Tenía la voz ronca, como si acabara de despertarse.
—Disculpe, señora… —contesté, tal vez la había hecho levantarse de la cama—. Quería hablar con Tom, ¿está en casa?
La mujer maldijo en voz baja y oí como pateaba un mueble. Al parecer, se había tropezado.
—No, Tom no está aquí. Está con su padre —respondió en un tono molesto.
Me aclaré la garganta por enésima vez.
—¿Sabe dónde puedo encontrarlo?
—Se fue hace dos días, estará aquí el próximo lunes. —Hablaba con indiferencia. Ni siquiera había respondido a mi pregunta como era debido, pero con esa información bastaba. Al parecer, la madre de Tom tenía un carácter bastante… fuerte.
Entonces, si Tom estaba con su padre desde hacía dos días… no pudo dejar la nota de mi habitación ni la de George. Además, suponiendo que él fuera el asesino, no habría tenido tiempo de matar a Cara, ni mucho menos de pagar a alguien para hacerlo y dejar el coche en medio de la calle.
—Muchas gracias, señora Jones. Siento molestarla —me disculpé nuevamente.
Ella bufó.
—Sí, lo que tú digas.
Y, por segunda vez ese día, me colgaron.
Dejé el teléfono en su sitio y miré a Alex, decepcionada.
—No pudo ser Tom. Se fue con su padre hace dos días.
Ahora sabía por qué no había ido a clase el día anterior.
—Muy bien, ahora que sabemos que no fue Tom, debemos ir a mi casa.
—¿Qué pasa con mi madre? —pregunté.
Parecía no recordar que estaba castigada y no tenía permiso para salir. Aunque ya había salido a escondidas de casa dos veces, me preocupaba que mi madre me descubriera en una tercera ocasión y se decepcionara más de lo que ya estaba. Alex me miró desconcertado.
—Estoy castigada, ¿es que no te acuerdas?
Él pareció comprenderlo y relajó la expresión.
—No se dará cuenta —respondió confiado—. Ya has salido antes y ni se enteró. Esta no va a ser la excepción. Solo tienes que hacer lo mismo de siempre.
Asentí, sabía a qué se refería con eso de «lo mismo de siempre»: enrollar unas sábanas debajo de otras con la forma de mi cuerpo y utilizar la almohada redonda para simular mi pequeña cabeza. Al igual que atrancar la puerta con la silla para que no la abriera por fuera.
Muy bien, ahora debíamos concentrarnos en Rosie. Tal vez ella había visto a los agresores.
Una vez más, Rosie tenía la respuesta.
Hice «lo mismo de siempre»: enrollé una sábana debajo de otra y, por seguridad, cerré la ventana con pestillo y con un candado extra. No quería encontrarme una nueva nota en mi habitación.
Me quité el vestido negro que había utilizado tanto en el funeral de Alex como en el de Cara y me puse un pantalón vaquero. La herida que me había hecho en casa de Seth ya estaba desapareciendo, por suerte; había utilizado unas medias negras debajo del vestido, y mi madre no se había molestado en preguntarme por qué me las había puesto, cuando nunca las había usado. Ya no me dolía tanto como antes, incluso había dejado de sentir los pinchazos, pero en cualquier momento empezaría a dolerme de nuevo. Siempre pasaba igual con todas las heridas: cuanto más pensabas en ellas, más te dolían.
—¿Lista? —me preguntó Alex, detrás de mí.
Asentí mientras cogía la sudadera gris que tenía sobre la cama. Esos días el viento era insoportable. Apenas me había dado tiempo de darme una ducha de cinco minutos, aunque me había bastado para limpiarme las mejillas pegajosas y para lavarme el cabello graso por culpa del sudor. Incluso me maquillé un poco para disimular la hinchazón y el enrojecimiento de ojos. Si Rosie se diera cuenta del lamentable estado en el que me encontraba, solo se preocuparía más. La madre de Alex ya tenía bastante con que la hubieran atacado. No quería darle más disgustos.
—Sí —respondí.
Salimos de la habitación mientras terminaba de colocarme bien la sudadera. De repente, un sonido procedente de la habitación de mi madre nos hizo saltar a ambos.
—¿Lo has oído? —preguntó, confuso.
—Sí.
—¿Qué es eso? —Alex frunció el ceño y caminó hasta la puerta de la habitación de mi madre, sin acordarse de que estaba cerrada con llave. Ambos guardamos silencio y nos concentramos en el sonido. Agudicé el oído y me concentré todavía más en la melodía lejana que se escuchaba al otro lado de la puerta.
No tardé en saber de qué se trataba.
Closer de Kings of Leon sonaba a todo volumen en la habitación de mi madre, aunque las paredes amortiguaban la música.
—Es mi móvil —dije segura. Conocía perfectamente esa canción, era el tono de llamada de mi teléfono. ¿Cómo había aguantado tanto la batería?
—No podemos perder tiempo. Tenemos que irnos, ya veremos quién es luego —dijo, y me cogió de la mano mientras me arrastraba hasta las escaleras.
Alex ya se había encargado de atrancar mi puerta con la silla por dentro. Su mano me pilló por sorpresa y me hizo dar un brinco. Sus dedos fríos se enlazaron con los míos, que estaban más cálidos. No objeté absolutamente nada. Entrar en contacto con su piel era una sensación realmente agradable. Incluso mi estómago estaba de acuerdo: sentía ese conocido revoloteo de alas en su interior, pero no era algo que me causara temor, sino todo lo contrario.
Bajamos las escaleras rápidamente. Si mi madre entraba por la puerta y me veía escapar, me obligaría a volver a entrar. Alex me soltó en cuanto llegamos a la puerta. La abrió y me indicó con una seña que esperara. Asomó la cabeza y, de nuevo, me tomó de la mano, arrastrándome con suavidad.
—Ven —dijo.
Cerré la puerta sin soltarle la mano y caminamos con paso rápido por la calle. Afortunadamente, mis vecinos no eran muy activos, así que no había ni una persona en la calle y, la verdad, no me sorprendía: la mayoría de los que vivían en este barrio eran personas de la tercera edad o matrimonios de edad avanzada. Casi no había chicos y chicas de mi edad, y los pocos que había, nunca estaban por aquí.
Anduvimos durante unos minutos. Gracias a la mano fría de Alex mi cuerpo había contenido cualquier sudor corporal y me mantenía a una temperatura normal. Sin embargo, ahora el viento comenzaba a soplar con fuerza. Diciembre era un mes gélido, pero este año no había caído ni una pizca de nieve, como era habitual. Aun así, hacía muchísimo frío. Temblé cuando una ráfaga de viento me heló toda la espalda y, justo en ese momento, me pregunté cómo había soportado llevar un vestido en un funeral con este frío.
—¿Estás bien? —preguntó Alex cuando notó mis sacudidas.
—Sí. —Temblé involuntariamente.
—¿Tienes frío?
—No —respondí.
—Me quitaría el suéter pero, si alguien nos viera, quizá le parecería muy extraño ver un suéter moviéndose solo por el aire —dijo, riéndose por lo bajo.
Yo también reí.
—Lo sé, no te preocupes —contesté despreocupadamente.
Alex apretó nuestras manos con suavidad. Mi corazón palpitó aceleradamente. Vaya, esto sí que no me lo esperaba.
La verdad era que no tenía tanto frío. Las sacudidas habían sido involuntarias, y sabía que se debía a que mi cuerpo había estado expuesto a cambios bruscos de temperatura, pasando del calor de mi casa al frío de la calle. Solo necesitaba adaptarme.
Cuando llegamos a casa de Alex, me soltó nuevamente. Toqué el timbre y se me congelaron los dedos al instante.
El viento cada vez soplaba con más intensidad.
La puerta se abrió en menos de un segundo.
—Señorita Reeve, encantada de verla de nuevo por aquí —dijo Marina, el ama de llaves.
—Hola —saludé con amabilidad—. ¿Está la señora Rosie? —pregunté con una sonrisa forzada.
Sonreír se había vuelto un auténtico suplicio. Ya empezaban a dolerme las comisuras y las mejillas. No podía alejar a Cara de mi mente. Era inevitable pensar en ella.
Me sentía tan sola…
—Está en su habitación. Por favor, pase. La está esperando —me dijo de camino a las escaleras dobles.
La casa seguía oliendo a limón, como Alex. Juraría que era exactamente el mismo aroma.
Subimos las escaleras y me dirigí al pasillo. Alex me seguía. Me incomodaba que caminara detrás de mí. Siempre sentía cómo me clavaba la mirada, y eso me ponía nerviosa y me hacía andar con torpeza.
—¿Cómo está Rosie? —pregunté, intentando pensar en otra cosa que no fuera en la mirada de Alex.
—Bastante mal. Ayer entraron en la casa y atacaron al señor George y a la señora Rosie. Fue horrible —dijo Marina, aterrada.
—Lo sé. ¿Ninguno de ustedes se enteró?
El ama de llaves negó mientras caminaba delante de mí. Su cabello rojo corto parecía más brillante y sedoso.
—No, todo el mundo estaba durmiendo.
—¿A qué hora ocurrió? —Me froté las manos para entrar en calor.
—Escuchamos al señor George gritar «ayuda» alrededor de las cuatro de la madrugada.
—¿Ha dicho a las… cuatro? —pregunté espantada, con la mirada fija en su cabellera roja. A Cara también la habían atacado sobre esa hora.
Marina se giró de nuevo y asintió con la cabeza.
—Es aquí. —Se detuvo delante de una puerta blanca doble muy alta. Tenía un fino marco dorado, tan diminuto que apenas se veía, y unas manillas preciosas del mismo color. Por supuesto, sabía que no era de oro de verdad, pero parecía muy real. Porque no lo era, ¿verdad?
Marina llamó a la enorme puerta.
—Hannah Reeve está aquí —anunció.
—Que pase, Marina —dijo alguien desde el interior de la habitación.
Marina abrió las puertas de inmediato.
George estaba sentado en un sofá oscuro de piel y Rosie permanecía acostada en una cama con dosel, cuya tela caía por los cuatro costados con suma elegancia. El edredón, a juego con la tela, era blanco y grande. Me horroricé en cuanto la vi. Se la veía tan cansada y tan débil al mismo tiempo… Rosie tenía los ojos cerrados. Parecía dormida. Tenía el rostro completamente vendado y se le veían algunas heridas, que ya estaban empezando a cicatrizar. Unas marcas finas y alargadas le atravesaban el suave rostro. No llevaba ni una pizca de maquillaje, pero eso no la hacía parecer menos joven. Tenía las manos sobre el edredón, también arañadas. Daba la sensación de que se había peleado con un gato.
—Hola, Hannah —me saludó George.
Caminé hasta el sofá en el que estaba sentado y, cuando me acerqué, vi que tenía un enorme chichón rojo en la frente.
—¿Está bien? —pregunté, horrorizada.
Estaba helada. Me acerqué a George y le estreché la mano.
—Creo que sí —respondió sin ánimos.
Alex se preocupó en cuanto vio a su madre de esa forma. Cuando me giré, ya estaba de pie junto a ella.
Dios, Rosie no… ¿Por qué la habían atacado?
—¿Seguro que está bien? —insistí.
—Mejor que Rosie, sí. ¿Te apetece algo de beber? —dijo con brusquedad.
Negué con la cabeza.
George estaba sumamente preocupado y no se molestaba en ocultarlo.
—¿Cómo ocurrió? —En cuanto abrí la boca, se me revolvió el estómago.
George me dijo que tomara asiento, y yo intenté hacerlo tan rápido como pude. No me había dado cuenta de que Marina ya se había retirado y de que había cerrado nuevamente las puertas.
—Fue horrible… Rosie forcejeó con su atacante, que no dejaba de golpearla. Creo que me golpeó a mí primero mientras dormía, para dejarme inconsciente, y luego continuó con Rosie —explicó, sin despegar la mirada de su esposa. George estaba realmente triste—. Esa persona… —añadió con cierto desprecio en la voz— cumplió su objetivo al dejarla indefensa. Te juro que cuando lo encuentre… lo mataré. Sea quien sea, pagará por lo que ha hecho. —George le dio un trago rápido a su copa.
—¿Rosie no vio nada? —pregunté.
—No le hemos preguntado. Ha estado dormida todo el día. El médico le dio unos calmantes para las heridas. No tardará en despertar —dijo—. Murmuró tu nombre mientras estaba en el hospital.
—¿Mi nombre? —Fruncí el ceño. Se me tensaron los hombros. ¿Por qué diría Rosie mi nombre?
George dio otro trago a su copa antes de contestar:
—Sí. Supongo que quería verte, así que, gracias por venir.
—No, gracias a ustedes —contesté.
Entonces, me lanzó una mirada curiosa.
—¿Has visto ya a Eric? —preguntó con cautela.
—No, creía que no estaba —respondí, y me moví en el asiento.
Entonces, miré de reojo a Alex. Estaba de espaldas. Tenía los músculos contraídos. Se lo veía demasiado tenso. Estaba sentado en uno de los bordes de la cama, cogido de la mano de su madre.
—¿Crees que sería un buen padre para ti?
Vacilé. Ahora George era mi tío. Toda esta situación me incomodaba. ¿Cómo se suponía que debía tratarlo?
—No lo sé… es decir, no lo conozco —contesté con sinceridad. Busqué su mirada y, entonces, me di cuenta de algo… Teníamos el mismo color de ojos: eran de un azul profundo y misterioso.
—Eric es una buena persona y está muy arrepentido. Seguramente no lo sepas, pero os ha estado buscando desde el día en que os marchasteis. No ha descansado ni un momento. Y ahora… has llegado a nosotros como por arte de magia —dijo. Tenía los labios humedecidos por la bebida.
—No lo dudo. Parece una buena persona.
George asintió. Parecía comprender el verdadero significado de mis palabras.
—Lo sé, pronto se ganará tu confianza. Es un buen hombre. —Me ofreció una sonrisa.
Rosie se movió en la cama y emitió un quejido agudo. George se levantó con rapidez.
—Voy a por los medicamentos. Los he olvidado en el coche. Marina debe de estar cocinando, ¿puedes quedarte con ella un momento por mí? —preguntó mientras caminaba lentamente hasta la puerta.
—Sí, por supuesto —contesté antes de que saliera.
Rosie volvió a quejarse. Me acerqué a ella con cautela.
Alex me miró mientras me aproximaba.
—Joder, mira lo que le han hecho… —dijo Alex, furioso.
—¿Hannah? —preguntó Rosie con voz ronca.
—Estoy aquí. —Me arrodillé frente a la cama.
Alex me hizo un espacio y me senté a su lado.
—Fue horrible, Hannah —dijo Rosie, aterrada. Tenía los ojos cerrados y parecía que cualquier movimiento le doliera. De vez en cuando, incluso gemía.
—Todo va bien. Estamos aquí —dije para tranquilizarla.