Cubierta

Ramón y Cajal
Un Nobel de antología

Presentación y selección
de Francisco García Lorenzana

Plataforma Editorial

Índice

  1. Presentación
  2. Un Nobel de antología
    1. Admiradores
    2. Adolescencia
    3. Adulterio
    4. Ajedrez
    5. Alcohol y drogas
    6. Amistad
    7. Amor
    8. Autobiografía
    9. Autoconocimiento
    10. Autocrítica
    11. Baile
    12. Bellas Artes
    13. Belleza
    14. Beso
    15. Bibliotecas
    16. Carácter
    17. Cargos públicos
    18. Ciencia
    19. Civilización
    20. Conversación, diálogo, discusión
    21. Decencia
    22. Desastre del 98
    23. Digestión e insomnio
    24. Dolor físico y dolor moral
    25. Economía
    26. Educación
    27. Educación primaria
    28. Ejercicio físico y deportes
    29. Error
    30. Escalafón
    31. España
    32. Europa
    33. Fanatismo
    34. Fe
    35. Felicidad
    36. Feminismo y feminidad
    37. Gloria
    38. Guerra
    39. Histología
    40. Honor
    41. Honradez
    42. Humanidad
    43. Infalibilidad
    44. Infancia
    45. Ingratitud
    46. Injuria
    47. Inmortalidad
    48. Juventud
    49. Lengua
    50. Libertad
    51. Literatura
    52. Longevidad
    53. Madurez
    54. Matrimonio
    55. Medicina y médicos
    56. Medios de transporte
    57. Memoria
    58. Moral
    59. Muerte
    60. Necedad
    61. Nobleza
    62. Odio
    63. Opiniones
    64. Oratoria
    65. Patriotismo
    66. Personalidad
    67. Pesimismo
    68. Pobreza
    69. Polémicas
    70. Política
    71. Premio Nobel
    72. Prensa
    73. Primera Guerra Mundial
    74. Profesionalidad
    75. Progreso
    76. Psicología
    77. Razonar
    78. Regionalismo
    79. Religión
    80. Sabiduría
    81. Sordera
    82. Sueños
    83. Talento
    84. Tertulias
    85. Trabajo
    86. Universidad
    87. Vejez
    88. Verdad
    89. Voluntad
  3. Vida. Un balance

Presentación

«El caso Cajal no significa un orgullo para nuestro país, sino más bien una vergüenza, porque es una casualidad.»

JOSÉ ORTEGA Y GASSET

Con esta frase lapidaria comentaba el insigne filósofo y ensayista madrileño la concesión del Premio Nobel de Medicina a Santiago Ramón y Cajal en 1906. Desgraciadamente, el tiempo no le ha quitado la razón porque de los siete ganadores españoles de un Premio Nobel (ocho si contamos al hispano-peruano Mario Vargas Llosa), solo dos lo han recibido por sus méritos científicos: Ramón y Cajal y Severo Ochoa (en 1959). Los demás, escritores de mérito indudable, que vienen a certificar una de las lacras que señala nuestro gran científico en las citas que encontrará el lector en las páginas que siguen: España ha vivido históricamente de espaldas a la ciencia y a la investigación científica.

Las peculiaridades de Santiago Ramón y Cajal empiezan con su nacimiento el 1 de mayo de 1852 en Petilla de Aragón, «humilde lugar de Navarra, enclavado por singular capricho geográfico en medio de la provincia de Zaragoza». Este aragonés de Navarra era hijo de Antonia Cajal y Justo Ramón Casasús, que era médico cirujano y de quien heredó la pasión por la medicina, tras una infancia marcada por los continuos traslados de la familia siguiendo los destinos médicos del cabeza de familia y el paso por diversas escuelas que dejaron en el pequeño Santiago un regusto amargo por los métodos de enseñanza que se aplicaban. También demostró durante estos años que era un maestro consumado en todo tipo de travesuras y peleas infantiles, que, de haberse producido en la actualidad, lo habrían convertido en un candidato perfecto para el fracaso escolar. En la escuela no destacaba por su interés por la ciencia, sino por el dibujo, como quedará patente en su labor científica posterior al dibujar a ojo las delicadas visiones neuronales que observaba a través del visor del microscopio, pero su padre consideraba que el arte no era una forma seria de ganarse la vida.

Sin profundizar en las circunstancias de su biografía, que sería demasiado prolija para esta presentación, cabe decir que Ramón y Cajal inició sus estudios de Medicina en la Universidad de Zaragoza, donde se licenció en 1873. Poco después tuvo que incorporarse al servicio militar en la llamada «quinta de Castelar», ordenada por este célebre político, que en aquel momento era presidente de la Primera República. Santiago acabó en Cuba como médico militar y allí pudo vivir en primera persona la desorganización y la falta de medios del ejército español, junto con la desidia y el desgobierno de la colonia, que conduciría irremediablemente al Desastre de 1898, que acabaría por marcar su visión del mundo, de España y de la política. Cuba estuvo a punto de costarle la vida a causa de las enfermedades, de manera que regresó a la península en 1875 aquejado de paludismo.

Una vez recuperado, inició los estudios de doctorado, que despertaron en él el espíritu investigador que ya no iba a abandonarlo durante toda su vida. Se doctoró en 1877 y empezó a colaborar con su padre en el Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, hasta ganar la cátedra de Anatomía Descriptiva de la Universidad de Valencia en 1882, que sería el primer paso de una notable carrera académica que lo llevaría de Valencia a Barcelona y finalmente a Madrid.

En 1878 superó una tuberculosis y al año siguiente se casó con Silveria Fañanás, de la que tuvo siete hijos a lo largo de un matrimonio que duró 51 años.

Los microbios fueron su primer campo de investigación, pero al darse cuenta de que para ello se necesitaba un equipo y unos preparados muy costosos, se decantó por la histología, que requería unos equipos y preparados más modestos que podía costear con su sueldo de catedrático universitario, que se negó a complementar, como muchos de sus colegas, con la práctica privada de la medicina.

Ramón y Cajal fue una personalidad excepcional en el marco del mundo académico de su época, tanto por sus orígenes humildes, que lo convertían en un desclasado dentro de una profesión dominada por la clase media y alta de origen urbano, como por su vocación investigadora en un ambiente marcado por el conservadurismo científico y la desconexión con las grandes corrientes de la ciencia europea. Ramón y Cajal supo ver desde el principio la necesidad de abrirse al exterior mediante la adquisición de las revistas médicas más importantes y también a través del esfuerzo por traducir sus artículos al francés, que era una de las lenguas que permitía que sus colegas europeos pudieran conocer sus logros en el campo de la histología. De hecho, como ocurre tantas veces con las mejores cabezas de nuestro país, recibió el reconocimiento internacional mucho antes de que se superase el desprecio de sus compatriotas.

Las aportaciones fundamentales en el estudio de las neuronas y de su funcionamiento le valieron numerosos reconocimientos internacionales, que culminaron en 1906 con la obtención del Premio Nobel de Medicina, como hemos comentado con anterioridad.

Pero sus actividades superaron el marco de la investigación y la docencia, pues se preocupó por la creación de institutos de investigación, como el Laboratorio de Investigaciones Biológicas en 1900, para continuar con su labor y formar a investigadores, así como desde la presidencia de la Junta de Ampliación de Estudios e Investigación Científica, creada en 1934, que permitió becar a un gran número de estudiantes españoles para que pudieran ampliar sus estudios en universidades europeas.

Ramón y Cajal se jubiló como catedrático en 1926, pero siguió activo prácticamente hasta su muerte, acaecida el 17 de octubre de 1934 en Madrid.


Si el lector está interesado en conocer más de la biografía de Santiago Ramón y Cajal, lo más recomendable es la lectura de sus Recuerdos de mi vida y El mundo visto a los ochenta años. La primera obra también presenta una relación completa de la producción literaria del investigador, que agrupa 252 libros, monografías y artículos científicos en diversos idiomas. También resulta muy recomendable ver la serie de RTVE Ramón y Cajal: historia de una voluntad, magníficamente protagonizada por Adolfo Marsillach en 1982, que ofrece una visión general de toda su biografía.

La selección de textos que forma el presente volumen no se centra exclusivamente en la labor científica de Ramón y Cajal, sino que pretende ofrecer una visión general de su pensamiento científico, político y social. Encuadrado dentro de la generación del 98, su visión del mundo y de España estaba profundamente marcada por el desastre colonial y el sufrimiento al que se vio sometida la población de la península y de Cuba a causa de la imprevisión y el patrioterismo de los gobernantes, que no supieron prever ni mitigar la derrota más que previsible ante una potencia emergente como los Estados Unidos.

Su crítica certera a la situación de España desde todos los puntos de vista (político, social, económico y moral) transpira un profundo patriotismo y una gran preocupación por la regeneración y la europeización del país. Pero, por otro lado, no podemos olvidar que Cajal era hijo de su época y, junto con intuiciones perspicaces sobre el futuro, encontramos opiniones que desde la perspectiva actual pueden resultar muy conservadoras, como su visión del feminismo o las vanguardias artísticas. Contradicciones propias de una época que se debatía entre la tradición y la modernidad y que poco después de su muerte degeneraría en tragedia.

Santiago Ramón y Cajal se alza como un investigador de talla excepcional sobre un yermo científico y agranda su figura por su preocupación por mejorar el nivel de vida e intelectual de los españoles. Un personaje excepcional que habría podido dar muchos más frutos si la guerra fratricida entre españoles no hubiera cortado de raíz la regeneración impulsada por muchos miembros de su generación.


Para la selección de los textos que componen el presente volumen nos hemos centrado principalmente en las siguientes obras de Santiago Ramón y Cajal: