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Akal / Hipecu / 41

Reinhard Mocek

Socialismo revolucionario y darwinismo

Traducción: Rafael Orden

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Este ensayo describe y evalúa la actitud del marxismo y el socialismo ante las propuestas de una mejora del género humano siguiendo la teoría de la lucha por la existencia de Darwin. El darwinismo social que cabe calificar de académico pretende lograr esa mejora facilitando la reproducción de los hombres más vigorosos e impidiendo la de los débiles, acudiendo a técnicas y medidas políticas centradas en lo biológico. Dentro de esta trayectoria, Galton y Weismann pasan por ser los fundadores de la eugenesia genéticamente argumentada. En cambio, el darwinismo social de cuño socialista formula una mejora de la humanidad centrada no tanto en lo biológico cuanto en lo social, a saber, solicitando un cambio de las deficientes condiciones de vida y de trabajo, a las cuales se achaca la degeneración biológica del hombre, y luchando contra determinadas costumbres sociales, como las sexuales o las del vestir. Para sustentar esta postura y de acuerdo con una tradición específica del movimiento obrero que procede del siglo xviii, el marxismo acoge la concepción de la evolución de Lamarck, pues ella permite defender que las cualidades adquiridas socialmente son biológicamente transmitidas a las siguientes generaciones. Tomando como punto de partida las teorías de Marx y Engels, a lo largo del ensayo se revisan las propuestas eugenésicas de autores como Kautsky, Goldscheid, Kammerer y Grotjahn, entre otros. La eugenesia socialista estará presente en los proyectos de la primitiva Rusia soviética y en los debates de la Alemania previa al triunfo del nazismo. Por lo demás, algunos de los argumentos aducidos entonces siguen siendo vigentes cuando se desea tomar postura ante las posibilidades que en la actualidad nos ofrece la tecnología médica.

Reinhard Mocek estudió Filosofía y Biología (entre otros, con Ernst Bloch) y se doctoró en Historia de la mecánica evolutiva. Ha dirigido el Centro Interdisciplinar para la Teoría e Historia de la Ciencia en la Universidad Martin-Luther (Halle-Wittenberg), y en la actualidad es Colaborador Científico de la Universidad de Bielefeld. Entre sus publicaciones destacan: Wilhelm Roux. Hans Driesch. Para la historia de la Fisiología evolutiva de los animales (1974); Reflexiones sobre la ciencia (1980), y Curiosidad y utilidad. Una ojeada a la Historia de la ciencia (1988).

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Director de la colección

Félix Duque

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ISBN: 978-84-460-4065-1

 

 

Introducción

Una sentencia de Friedrich Nietzsche me vino a la memoria cuando me puse a ordenar los materiales para este tema: «¡Qué bien suenan mala música y malas razones cuando uno marcha contra el enemigo!» ¡Qué gran verdad! Y, entre tanto, ambos han sido declarados enemigos; el darwinismo social ya desde hace tiempo, el socialismo revolucionario muy recientemente. Así pues, el tema sugiere que ambos habían establecido algún vínculo. ¿No está aquí precisamente preprogramado abundar en malas razones, es decir, establecer condenas morales contra consideraciones analíticas? Efectivamente, el ambiente parece estar envenenado. Pero también los socialistas, al igual que los darwinistas sociales, se lo ponen a uno difícil. Raramente tiene lugar una argumentación tranquila, equilibrada, sino que, antes bien, impera la polémica, la falta de objetividad, unida a una súbita exaltación emergente de los sentimientos. Se anuncian augurios; ¿tiene esto algo que ver aún con el espíritu científico? Otros te cogen con solicitud de la mano y avanzan sistemáticamente. Todo parece estar construido lógicamente, pero pronto se percibe que las premisas no han sido examinadas y son extremadamente inseguras. Es como si uno se atreviese confiado con un velero, pero sólo supiese que el viento y la vela, entretejidos, pueden hacer posible un buen viaje. Y uno se asombra por el viaje y la velocidad, toma el sol con sentimiento de felicidad ante lo nuevo, pero no tarda mucho en darse cuenta de repente de que el velero tiene también que ser pilotado y que se han de dominar las leyes del viento. Uno se creía en el cielo, y ahora constata que sólo estaba en una nube.

He resistido, pues, la tentación de escribir un ensayo y he preferido adoptar el estilo sobrio de un análisis histórico. Tuve que citar más de lo que a mí mismo me gustaba. Pero sólo así se puede entender por qué se hallan tan cerca entre sí los abismos y los puentes.

Hace ahora cuarenta años, una prestigiosa filósofa pronunció una sentencia comprensible. En su libro Utopías de la crianza de hombres, en el cual saldaba cuentas con la praxis criminal de la eutanasia y la locura racial, Hedwig Conrad-Martius resumía el fascismo como sigue: el fruto espiritual del materialismo y el darwinismo. El materialismo, en tanto que rompió el dique que había levantado el modo idealista de filosofar después de un trabajo intelectual de siglos, un dique que separaba las leyes de la naturaleza y los principios de la realización y la actuación históricas del hombre. Y el darwinismo, porque preparó el instrumental argumentativo, según el cual es de justicia que los más fuertes –o, como los llamaba Herbert Spencer, los «mejores»– se hayan impuesto también en la lucha social por la existencia, mientras que los supuestos productos fallidos de la historia natural que influyen en la sociedad han de hacerse ineficaces y ser eliminados. Tal y como era de esperar, según Conrad-Martius, las corrientes ideológicas no tardaron mucho en servirse de esta oferta. Desde la teoría, esto se ensayó relativamente pronto: Houston St. Chamberlain, Paul de Lagarde, así como Ernst Haeckel son declarados culpables de haber preparado el negocio biológico a diversos aventureros de la teoría social. Fue luego el fascismo alemán el que aprovechó esa oferta y la convirtió en una espantosa realidad. Es cierto que el pensamiento social-darwinista y eugenésico encontró seguidores fanáticos en muchos países de este mundo. Sin embargo, únicamente al fascismo alemán le corresponde la terrible primacía de haberlo tomado en serio práctica y políticamente. Esto es indiscutible, y hace, a la vez, que se saque el tema fuera del estricto diálogo científico. Juzgar el darwinismo social ya no es sólo asunto de un discurso histórico. Ahí se encuentran en discusión los derechos humanos; ahí, detrás de cada juicio dirigido sólo a las conexiones teóricas, aguarda el reproche de ser una ingenuidad histórico-política. Pero de ningún modo es únicamente un tema histórico. El trato con el cuerpo humano, con el feto, el parloteo aparentemente científico sobre superioridades genéticamente condicionadas no sólo de los individuos entre sí, sino incluso entre grupos étnicos, el neorracismo en sus diversas y terribles manifestaciones, todo esto muestra que el darwinismo social práctico en modo alguno se ha extinguido, sino que ha levantado algunos frentes nuevos de argumentación y que, como antes, sigue haciendo su dudoso juego.

Ahora bien, como es sabido, el marxismo ha acentuado siempre su cercanía intelectual al materialismo y al darwinismo. ¿Abarca con ello también la cadena del destino –a saber, la preparación teórica de la eugenesia y la eutanasia– momentos del pensamiento marxista? ¿Es correcto ese reproche? ¿Es sostenible la afirmación de Hedwig Conrad-Martius? En lo que sigue quiero indagar esta complicada cuestión.

A primera vista nos las habemos con dos gigantes incompatibles; ¡entre ambos sistemas de ideas, el marxismo y el darwinismo social, parece haber tremendas diferencias! Marx esperaba la felicidad de este mundo mediante acciones sociales de los oprimidos; el darwinista social, en cambio, mediante la regulación de los nacimientos y la esterilización, mediante la elección óptima del cónyuge y la eliminación de la así llamada «vida indigna de vivir», este último uno de los vocablos más terribles de la nueva política social. ¿Cómo cabe encontrar aquí una cercanía o incluso una correspondencia teórica? La bibliografía científico-histórica está ampliamente dominada, en efecto, por la tesis de una «incompatibilidad» entre las ideas socialistas y las teorías y praxis eugenésicas. Esto no vale para el trabajo sinóptico dedicado al darwinismo social, ciertamente el más importante entre los escritos de lengua alemana: «Raza, sangre y genes», de Peter Weingart y colaboradores, del año 1988; pero también en este caso continúa irresuelta la cuestión de saber en qué medida se trata de puntos de vista personales de autores socialistas o de una afinidad teórica fundamental entre el marxismo y el darwinismo.

Que el concepto de eugenesia pueda haber jugado un papel en las cabezas de la elite dirigente del partido en la Unión Soviética, se desprende de la posición frecuentemente citada del ministro soviético para la Sanidad, N. A. Semaschko, en el año 1925: «Nosotros perseguimos realmente metas eugenésicas, nosotros registramos realmente logros eugenésicos. No en el sentido, naturalmente, en el que comprenden la eugenesia los eugenistas burgueses […], quienes […] castran a la gente no deseada por la burguesía […]. No es esta eugenesia la que perseguimos, sino que aspiramos al verdadero saneamiento de los obreros y campesinos, de los trabajadores, esto es, de la inmensa mayoría de la población, el verdadero saneamiento de la raza. Nosotros no jugamos con el término de eugenesia. A pesar de todas las carencias, injurias y obstáculos llevamos adelante paso a paso, tenaz y resueltamente, nuestras medidas para el saneamiento de los trabajadores» (Schwartz, 1989, p. 467). Una constatación sorprendente. Junto al considerable desplazamiento del significado del concepto de eugenesia, salta a la vista especialmente la versión primitiva de la eugenesia burguesa. ¿Castración de lo indeseado por la burguesía? Con semejantes parrafadas se queda muy por debajo del nivel crítico de objetividad exigido por una discusión provechosa. Para no pocos eruditos de finales del siglo xix y principios del xx, la miseria de las masas, el alcoholismo, la prostitución y el número alarmantemente alto de hombres no aptos para el servicio militar eran motivo suficiente para contrarrestar mediante una política demográfica razonablemente desarrollada la degeneración de la sustancia biológica humana, una degeneración considerada como amenazante. Josef Popper-Lynkeus, Friedrich Hertz, Rudolf Goldstein –por nombrar sólo a algunos teóricos sociales de aquel tiempo con intenciones biologistas en ese sentido– no eran de ningún modo pensadores burgueses; eran filántropos, tenían una posición crítica frente al orden dominante en la sociedad y simpatizaban con la ideología socialista.

Médicos socialdemócratas como Alfred Grotjahn, Julius Moses e Ignaz Zadek propusieron amplias medidas higiénico-sociales para el saneamiento del pueblo, medidas que contenían también recomendaciones eugenésicas e higiénico-raciales. Así pues, no es tan fácil trazar una raya conclusiva y condenatoria bajo ese capítulo de la historia del darwinismo social.

«Al principio, la eugenesia no estaba asociada a ningún prejuicio político, y el aval de este pensamiento procedía de todo tipo de grupos de opinión, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. Pero esta situación no duró mucho. En poco tiempo se convirtió la eugenesia en un instrumento de racistas y reaccionarios […] y pronto fueron tildadas razas enteras de hombres, sin el más mínimo asomo de una prueba, como superiores o inferiores. El resultado final condujo a los horrores del holocausto de Hitler.»

(Ernst Mayr, La evolución de la ideología biológica, Berlín 1984, p. 501)

Naturalmente, de esto se desprenden una serie de preguntas. ¿Son acaso eugenesia e higiene racial creaciones en sí y para sí libres de toda consideración moral, las cuales reciben su fuerza explosiva sólo cuando se ponen en relación con determinadas ideologías? ¿Se tendría que dirigir entonces la crítica no tanto al darwinismo social y a la eugenesia en cuanto juegos teóricos de ideas de científicos apolíticos, sino sobre todo, o incluso exclusivamente, a los políticos que se aprovechan de tales juegos de ideas? ¿Existe, pues, el biologismo «positivo», humanista, junto al «negativo», antihumanista? Y si uno decide afirmar esto, ¿no se debería hablar entonces también de las dos directrices en el uso del darwinismo social y la eugenesia? ¿Un uso burgués o imperialista, que se esfuerza por tener el apoyo biológico-genético de un determinado programa de cuño nórdico-germánico o quién sabe de qué tipo; y un uso proletario, que se apoya en una estrategia política sobre la sanidad con la aplicación también de las posibilidades que ofrecen el asesoramiento genético, los informes sobre herencia biológica y, con ello, las medidas de higiene genética? De ningún modo se propone esta cuestión sólo de manera retórica; con la mirada puesta en la historia del pensamiento social-darwinista, ella encuentra fuertes apoyos. Pues hubo –y volveré aún sobre esto de una manera más detallada– una higiene racial proletaria que, plenamente consciente, se separó de la argumentación burguesa en lo que se refiere a la eugenesia. ¿Qué se halla más próximo sino la cuestión fundamental sobre qué relación mutua guardan el darwinismo social y el marxismo e interesarse también por el examen de este ejemplo histórico?

Sólo hacia finales de los años ochenta, la literatura científico-histórica, que hasta entonces se había dirigido casi exclusivamente a la comunidad de ideas entre el darwinismo social y el fascismo, se ocupó también de la temática sobre el socialismo y el darwinismo social (Byer, 1987), unido a la esperanza de que sólo una «visión libre de prejuicios» sobre la eugenesia puede afinar la mirada para una «eugenesia genuinamente socialista» (Schwartz, 1989, p. 489). No obstante, con ello se agravaba de nuevo al máximo la retrospectiva histórica y libre de prejuicios. De ningún modo ha de servir la aclaración de la relación entre el marxismo y el darwinismo social para una nueva eugenesia socialista, y se tendrá que mostrar que los marxistas «de corte social-darwinista» sólo tenían en mente los programas de la crianza de hombres.

Ya aquí me encuentro con la confusión provocada por miles de definiciones conceptuales. Uno de los polos subraya que la eugenesia no tiene por qué ser automáticamente algo malo; en cambio, el otro de los polos, que la eugenesia es en sí algo criminal. Esto atañe cum grano salis también a la higiene racial, un concepto éste que, por lo que puedo ver, sólo es usado hoy en día en la retrospectiva bibliográfica. Que eugenesia e higiene racial están estrechamente asociadas al darwinismo social (Mann, 1976) no precisa aquí de prueba alguna y tampoco resulta relativizado por el hecho de que las teorías sobre la raza se hayan formado en el pensamiento europeo mucho antes que Darwin (Blome, 1943). También el pensamiento eugenésico es constatable mucho antes de que comenzaran las publicaciones social-darwinistas en sentido estricto, las cuales no aparecieron hasta los años noventa (Alexander Tille, John B. Haycraft). Pero el punto común de referencia, la teoría de la selección de Darwin, es enorme. Ya en 1865 el primo de Darwin, Francis Galton, puso en relación importantes factores sociales, como los talentos y los caracteres humanos, con la base biótica, para luego, en 1883, introducir en la literatura el concepto de «eugenesia». Galton, junto con August Weismann, pasan por ser los fundadores de la eugenesia argumentada genéticamente, mientras que la otra línea, más bien socialista, se retrotrae a Lamarck y a la autoridad de Ernst Haeckel. El punto que marca la diferencia consistía en la aceptación o el rechazo de una herencia de las cualidades adquiridas. En este punto, ambas tradiciones históricas, la del darwinismo social académico-burgués y la del darwinismo social socialista, se diferencian fundamentalmente en su anclaje biológico.

«Entre los salvajes son eliminados bien pronto los débiles en cuerpo y espíritu, mientras los supervivientes son, generalmente, los de salud más robusta. En cambio, nosotros, los hombres civilizados, hacemos todo lo posible por evitar esta segregación. Por tal motivo pueden también reproducirse a su manera los individuos débiles de los pueblos civilizados. Nadie que conozca algo de la crianza de animales domésticos dudará de que esto es extremadamente perjudicial para la raza.»

(Charles Darwin, El origen del hombre, 1871)

[Eugenik][Rassenhygiene][Humangenetik]

«La eugenesia tiene un alto ideal que también consigue dar sentido a la vida y mover a los hombres a sacrificarse y a pasar privaciones: con el trabajo consciente de numerosas generaciones se puede crear un modelo supremo de hombre, un poderoso señor sobre la naturaleza, un creador de la vida […]. La eugenesia es la religión del futuro en espera de sus profetas.»

(N. K. Kolzov, «Ulucsenie celoveceskoj porody [La perfección del género hombre]», en Russkij Evgeniceskij Zurnal 1, 1992, p. 273)

Pero tengamos esto bien presente: el darwinismo social y la eugenesia tienen una raíz común, crecieron sobre la misma rama y se reclaman mutuamente. Cuando el darwinismo social habla del papel criador del medio ambiente, de la selección natural y de la social, maneja ya con la palabra «crianza» [Züchtung] un vocablo eugenésico. Pero eso no significa que no hubiese también continuamente intentos por liberar la eugenesia de esta raíz y considerarla como una ciencia biológica autónoma. Este difícil problema he de dejarlo aquí sin abordar; como se habrá de mostrar, el darwinismo social y la eugenesia están estrechamente ligados en la tradición académica, mientras que la literatura socialista o bien desarrolla ideas propias de carácter social-darwinista y corrige y suaviza el darwinismo social tradicional, o bien resalta la idea eugenésica y se protege contra el darwinismo social de cualquier cuño.

Voy a resistir la tentación de enumerar todo lo quizás importante de una bibliografía sobre el darwinismo social que resulta entretanto inabarcable. Para ello, en lo que sigue intento bosquejar una forma de desarrollo, conforme con la intención de Marx, del pensamiento social-darwinista en el ámbito de la lengua alemana, así como revelar sus precursores históricos, y también las razones del fracaso final de semejante programa de un darwinismo social de carácter marxista. Me refiero a la «biología de la liberación» [Biologie der Befreiung] apoyada en Marx, Lamarck y la biología posdarwinista, una biología de la liberación que surgió a principios del siglo xx en el círculo del pensamiento sociológico de Rudolf Goldscheid y del biólogo Paul Kammerer –ambos austríacos– y que presentaba un programa de una higiene racial proletaria, el cual era caracterizado como «economía humana» [Menschenökonomie] (Goldscheid, 1911; Kammerer, 1919).

Con lo señalado queda dada la estructura. En la primera sección examino dónde se encuentran las diferencias fundamentales y dónde, asimismo, los puntos teóricos de contacto entre la teoría de Marx y el darwinismo social. A partir de ahí extiendo el arco histórico, que se remonta notablemente a la historia previa a Darwin y Marx y arranca con la cultura proletaria de los pobres de finales del siglo xviii y principios del xix, reflexiono sobre las manifestaciones de Karl Marx y de Friedrich Engels acerca de los intentos coetáneos por declarar como decisiva la relación hombre-naturaleza y, por último, me dirijo al programa Goldscheid-Kammerer de una higiene racial proletaria, así como a sus consecuencias en la educación de los obreros hasta los años treinta. Para finalizar, se debate la situación de hoy en día, aunque el marxismo actual, según parece, no tiene ningún contacto fructífero con este problema, lo que puede deberse también a que ha dejado de ser justamente un problema fructífero.