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Akal / Pensamiento crítico / 35

Federico Campagna

La última noche

Anti-trabajo, ateísmo, aventura

Traducción: Pilar Cáceres

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Nuestras sociedades seculares parecen haber dado con un nuevo dios: el trabajo. Mientras que el trabajo humano se torna superfluo a causa del desarrollo tecnológico, y la sobreproducción destruye tanto la economía como el planeta, el trabajo perdura, más vigoroso que nunca, como el mantra de la sumisión universal.

Este libro desarrolla una teoría acabada de ateísmo radical, abogando por dilapidar, irrespetuosamente y de forma oportunista, toda obediencia. Mediante la sustitución de la esperanza y la fe por la aventura, la «última noche» de nuestras vidas podría convertirse finalmente en la primera mañana de un futuro autónomo.

«Una cultura precaria está emergiendo en el horizonte de nuestra época, y este libro es un presagio de la marea por venir.» Franco Bifo Berardi

«A ratos lírico, a ratos mordaz y fabulador, Federico Campagna actualiza el existencialismo del siglo XXI.» Mark Fisher

«Transitando sin esfuerzo entre la política, la filosofía y la autobiografía, Campagna nos regala una brújula ética para una generación perdida de aventureros.» Simon Critchley

«Campagna ha escrito algo novedoso, singular y peligroso. No es un libro de oraciones para ideólogos, sino algo a caballo entre una meditación ética y un cóctel molotov que puede ser lanzado contra las abstracciones que nos aprisionan.» Saul Newman

«El provocativo y poético manifiesto de Federico Campagna sugiere que jamás seremos ateos mientras no dejemos de creer en el capitalismo.» Benjamin Noys

Federico Campagna es filósofo y escritor independiente italiano. Activista anarquista y autonomista, es uno de los fundadores del colectivo milanés de poesía urbana Eveline. En 2009 inició una colaboración intelectual con el filósofo operaista italiano Franco Bifo Berardi que aún hoy continúa y que se traduce en la edición de la filosofía crítica de este último en italiano e inglés. Es cofundador de la plataforma multilingüe de pensamiento radical Through Europe [http://th-rough.eu], de la que forman parte destacados intelectuales de toda Europa.

Además de diversos artículos para revistas y medios como The Guardian, Anarchist Studies Journal, Corriere della Sera y Alfabeta2, es editor de la obra colectiva What We Are Fighting For (Pluto Press, 2012).

Diseño de portada

RAG

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Nota editorial:

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Nota a la edición digital:

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Título original

The Last Night. Anti-work, atheism, adventure

L’ultima Notte. Anti-lavoro, ateismo, avventura

© Federico Campagna, 2013

© Ediciones Akal, S. A., 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4225-9

 

 

Este libro ha sido escrito para los adolescentes y a ellos está dedicado.

Arquitectura y guerra no son incompatibles.

La arquitectura es guerra. La guerra, arquitectura.

Estoy en guerra con mi época, con la historia, con toda autoridad

que reside en formas fijas y aterradas.

Soy uno de tantos millones sin patria ni familia, ni casa ni doctrina,

sin un lugar estable al que llamar mío, sin principio ni fin conocidos

ni «sitio sagrado y primordial».

Declaro la guerra a todos los iconos y finalidades, a todas las historias

que quieren encadenarme a mis mentiras, a mis patéticos temores.

Conozco solo momentos y vidas enteras que son solo momentos,

y formas que surgen con fuerza infinita para luego disolverse en el aire.

Soy un arquitecto, un constructor de mundos,

un sensualista que venera la carne, la melodía,

una silueta sobre el cielo de la noche.

No puedo saber tu nombre, ni tú el mío.

Mañana

comenzaremos juntos la fundación una ciudad.

Lebbeus Woods, War and Architecture

AGRADECIMIENTOS

Quisiera mostrar mi agradecimiento a Mark Fisher, por haberme pedido que escribiera este libro, a Saul Newman por haber escrito el prefacio y a Franco Berardi Bifo por su posfacio. Es todo un privilegio estar rodeado de pensadores y amigos tan maravillosos.

Dedico un agradecimiento especial a Lucy Mercer, quien no solo ha editado el libro, sino que además ha sido la contraparte intelectual durante la redacción de estas páginas.

Gracias a mi familia, Luciano, Nellina y Elisabetta, y a todas las personas que me han ayudado a desarrollar las ideas y el estilo de este texto, en concreto, a Anna Galkina, Henry Hartley, Alessio Koulioulis, Paolo Mossetti y Robert Prouse. Finalmente, gracias infinitas a Manlio Poltronieri, con quien comparto la experiencia de la plataforma Through Europe, donde he publicado todos los primeros estadios de este trabajo.

PREFACIO

Saul Newman

En 1844, en El único y su propiedad, Max Stirner escribía: «Tienes vena de loco, ¡te falta un tornillo! Te imaginas grandes cosas y te figuras todo un mundo de dioses que está aquí para ti, un reino de los espíritus para el cual has sido llamado, un ideal que te hace señas. ¡Tienes una idea fija!»[1]. En su devastadora crítica de Feuerbach, Stirner desenmascaraba la religiosidad que se incubaba escondida tras el edificio del humanismo secular y de su forma política, el liberalismo. La figura del hombre era simplemente la reinvención de la de Dios, nada más que otra abstracción cristiana, otro fantasma alienante, el enésimo altar sobre el que el individuo tenía que ser sacrificado, esta vez en nombre del dios más cruel y despiadado de todos: la Esencia misma. Pero ni siquiera Stirner habría podido imaginar los sacrificios de sangre que se producirían en el futuro en nombre de ideales como la humanidad, la raza, el socialismo o la democracia. Stirner nos había advertido de los peligros de las grandes causas y de su tendencia a recibir en sacrificio todo lo que es real, único y está sensualmente vivo en el individuo.

Alguno dirá que nuestra época contemporánea ha superado las grandes causas de la modernidad; que en nuestra época nihilista y postideológica ya no se cree en nada, sin duda no hasta el punto de sacrificar nuestra vida y nuestra dicha por un ideal. Aun así, como nos enseña Federico Campagna en este libro, hoy creemos más que nunca. Somos completa y profundamente religiosos. Nuestros hábitos talares son la indumentaria que nos ponemos cada mañana para ir a trabajar; nuestros ritos y liturgias, que desarrollamos de forma obsesiva y devota, las penalidades de nuestro trabajo y consumo. Nuestra fe es nuestra creencia en el retorno de nuestras inversiones, en la recompensa por toda una vida de desdicha. Nuestro martirio es el sufrimiento, la humillación y la desesperación que acompañan a una vida malgastada. Campagna nos explica con trágica ironía cómo una vida dedicada al trabajo, hecha de actividad frenética y de febril renuncia a sí misma con la esperanza de una recompensa eterna, no sea otra cosa que una mala inversión. Las aguas gélidas del cálculo egoísta que Marx atribuía al capitalismo y que pensaba habían ya apagado nuestro fervor religioso, están inmersas, a su vez, en las fangosas y oscuras profundidades de una credulidad todavía supersticiosa. Nuestros análisis de costes y beneficios son los platos de la desgraciada balanza sobre la que mercantilizamos nuestra vida y nuestra felicidad, a cambio del ídolo más abstracto e irreal: nuestra salvación futura en el reino místico de las pérdidas y las ganancias. Como habría dicho Stirner, nuestra época está literalmente poblada con los espectros y las abstracciones del idealismo religioso. Apariciones fantasmagóricas y «espíritus interiores» nos pisan los talones, igual que nosotros viajamos como fantasmas entre la casa, el trabajo y el bar.

Campagna ha escrito ni más ni menos que un nuevo El único y su propiedad, actualizado para nuestra contemporaneidad neoliberal: una época en la que en teoría el ego individual reina libre y supremo, pero donde el individuo, en realidad, está oprimido por los estados celestiales de la fe y por la renuncia a sí mismo. En el libro de Campagna encontramos, además, ecos de Étienne de la Boétie, un pensador del siglo XVI que ya en su tiempo expresó su incredulidad al constatar la «servidumbre voluntaria» de sus contemporáneos respecto al poder tiránico, aunque ilusorio, de los monarcas. Si La Boétie levantara la cabeza sentiría aún mayor estupefacción al ver cómo diariamente nos cortamos nosotros mismos el cuello, al someternos a una tiranía financiera y económica que ni siquiera se preocupa de camuflarse bajo los ropajes simbólicos del poder y la autoridad. Tal vez la verdadera y profunda tristeza de nuestro tiempo consista precisamente en la ausencia de una figura de poder que pueda funcionar como justificación y pretexto de nuestro voluntario servilismo: el mecanismo de nuestra sumisión nos es ya completamente visible, al mismo tiempo que –quizá por ese mismo motivo– estamos más sometidos que nunca.

¡Basta de súplicas! ¡Fuera andrajos de nuestra existencia contemporánea! ¡Basta de sayo monacal y jirones de mendigo, y de los cilicios y las cenizas de nuestra penitencia cotidiana! Como nos enseña La Boétie, es hora de retomar nuestro poder y poner fin a esta continua renuncia a nosotros mismos. Para citar a Stirner, es tiempo de volverse egoístas. Como dice Campagna en estas páginas, ha llegado el momento de convertirse en despilfarradores y radicalmente ateos. Es hora de dilapidar nuestras esperanzas y de quemar nuestros ahorros para el más allá. Esto no es una llamada a que sigamos a un espectro abstracto como pueda serlo la libertad, un plato recalentado que nos han servido frío las vanguardias. Más bien se trata de la afirmación de una libertad ontológica, del reconocimiento de que ya somos siempre libres. Mirar el mundo con los ojos del egoísmo significa desvincularse del imperativo de la renuncia a nosotros mismos, a la dicha de que somos capaces. No se trata de enrocarse en un individualismo atomizado y perverso, ni en una guerra perenne de todos contra todos. La idea misma de asociar el individualismo con el modelo neoliberal significa ignorar la devoción, veneración y pérdida del individuo que se encuentran en la base de este último. Al contrario, egoísmo significa la posibilidad de amarnos los unos a los otros de una manera diferente. El egoísmo reside en otras maneras inéditas y más intensas de ser compañeros que no comportan el sacrificio del individuo sobre el altar de la colectividad. Stirner habla de las «uniones de egoístas», una formulación aparentemente paradójica que, sin embargo, puede abrirle nuevos caminos al pensamiento ético y político. Y eso mismo hace Campagna, al referirse a la relación entre compañeros que se instaura entre aventureros.

Embarcarse en una aventura, individualmente o en cooperación con otros, significa construir o recorrer vías de salida que nos permitan transformar nuestra vida. Significa, al mismo tiempo, afirmar la contingencia de la propia existencia y crear una cartografía de nuevos caminos. Como decían los revolucionarios de mayo del 68, significa encontrar la playa bajo los adoquines. Pero, sobre todo, la aventura ha de entenderse como una estrategia ética que rechaza la posibilidad de una vida oprimida bajo el peso de las abstracciones morales, y que está a favor, en cambio, de una autonomía dichosa entre compañeros. En ese sentido, el libro de Campagna nos sirve también de advertencia para recordarnos que debemos estar en guardia frente a las promesas de las grandes causas, incluidas –y especialmente– las revolucionarias, con sus exigencias de sacrificios sanguinarios travestidos de altisonantes proclamaciones de libertad.

Stirner hablaba del fenómeno de la «posesión»: es posible ser poseído y reducido a esclavo por muchas cosas, por muchos tipos de espectros y abstracciones como Dios, el hombre, la moralidad, el Estado, la propiedad, aunque también, en ocasiones, por nuestros propios deseos y pasiones. Cuando toman el mando de nuestra vida, los deseos y las pasiones se vuelven indistinguibles respecto de cualquier otro ídolo, y nos llevan a la misma condición de devoción y de martirio. Stirner rechazaba esta clase de egoísmo y lo tildaba de unilateral, cerrado, estrecho. Campagna intenta sortear esa misma trampa, desligando la noción de aventura de cualquier tendencia a la constricción y a la clausura, y proponiéndola, en cambio, como un método para abrirse uno mismo en relación al mundo. Despilfarrar no es ni la realización de una esencia soterrada, cualquiera que esta sea, ni la búsqueda espasmódica de una identidad: se trata, más bien, de la deterritorialización de toda identidad fija y de la creación de algo completamente nuevo.

Como Stirner hizo en su tiempo, el libro de Campagna es algo nuevo, singular y peligroso. No es un breviario de oraciones para ideólogos, sino más bien un híbrido entre meditación ética y bomba incendiaria que arrojar contra las cadenas de las abstracciones que nos tienen prisioneros.

[1] Max Stirner, El único y su propiedad, Madrid, Valdemar, 2004, p. 76.

I

EMIGRAR

Imaginad crecer ateos en un país de un catolicismo asfixiante.

Imaginad emigrar a Londres, la Babilonia del ateísmo real.

Imaginad las expectativas.

Cuando pisé por primera vez el frío suelo de la metrópolis secular, me sentí como si no hubiera podido pedir más. Pocas iglesias, desperdigadas aquí y allá. Sin Vaticano, ningún Papa. El retrato de Charles Darwin en los billetes. Por fin iba a poder respirar a todo pulmón.

No tardé en darme cuenta de que había algo que no cuadraba. Era como si un perfume religioso impregnase todavía el aire, envenenándolo. Lo percibía al regresar a casa de la oficina, en los trenes atiborrados de trabajadores exhaustos. Me lo volvía a encontrar en los bancos de los lunes por la tarde, llenos de las latas vacías de cerveza de los desempleados. Me rodeaba cada mañana al entrar en la oficina, cuando encontraba a mis compañeros en sus puestos, tictaqueando en sus teclados con el frenesí de los galgos de carrera. Había llegado perfectamente puntual: ¿Por qué estaban ya todos en el trabajo? Trabajaban duro, más de lo que el mánager se esperaba de ellos. Por la tarde, cuando la oscuridad norte-europea ya cubría los edificios y los apartamentos de los young professionals, estos seguían sentados en sus mesas de trabajo, impertérritos, agitando los dedos sobre los teclados como si fueran rosarios digitales. Me miraban apagar el ordenador y ponerme la chaqueta igual que se miraría a un competidor derrotado abandonar la carrera. ¿Por qué trabajaban hasta tan tarde, si de ello no iban a obtener ni dinero ni reconocimiento? ¿Qué encontraban en aquel sacrificio silencioso?

Otra vez me envolvía el mismo perfume. El olor que inundaba las iglesias de mi infancia se había esparcido ahora por todos lados. No solo por las iglesias, sino también en torno a los complejos de oficinas. No una vez a la semana, sino todos los días: ocho, nueve horas al día. Pero ya no estaba acompañado por el cántico de curas y fieles, sino por el paso acompasado de millones de hormigas sobre las teclas de un único, inmenso, órgano metropolitano.

La religión nunca se había ido. No había conseguido jamás esquivarla. Su nombre había cambiado, pero sus fieles seguían siendo los mismos. Solo que se habían vuelto un poco más honestos, un poco más devotos que los católicos de casa. Un poco más fanáticos.