Akal / Hipecu / 53
Felipe Martínez Marzoa
Heidegger y su tiempo
Diseño de colección
Félix Duque
Diseño de portada
Sergio Ramírez
Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
Nota a la edición digital:
Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.
© Ediciones Akal, S. A., 1999
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4044-6
Prólogo
Seguramente es demasiado pronto para escribir sobre Heidegger, al menos si «escribir sobre» significa tratar de entender, a pesar de todo, el fondo de la cuestión, tratar de ver que, sin embargo, hay cosa, va de algo, e intentar percibir de qué va. Quizá incluso el hecho de que el hablar de Heidegger sea mercancía más solicitada que algunas otras deba tomarse como señal de que falta posibilidad de concentración en el asunto. Aun así, se acaba por tener razones para pensar que uno no podrá eludir indefinidamente el riesgo. Y, puestos a ello, ciertamente la prioridad única es la de intentar contribuir a que se entienda eso a lo que acabamos de apuntar: de qué va, cuál es la cuestión. A esa intención se supedita todo.
Nadie dudará de que se estaría haciendo un burdo juego de palabras si por «el tiempo de Fulano» se entendiese aquellas tesis que el profesor o escritor Fulano enseñó acerca de cierta cosa llamada «el tiempo». Se estará de acuerdo en que el tiempo de alguien es el tiempo al que ese alguien pertenece. Pues bien, esto mismo impide, en el caso que ahora es el nuestro, seguir entendiendo por «el tiempo de...» algún determinado lapso de tiempo, que llegue desde aproximadamente tal momento hasta aproximadamente tal otro, o bien el conjunto de lo que ocurre en tal lapso o una parte de ello; se carece de toda posibilidad de hacer una delimitación tal, pues lo constitutivo del tiempo al que Heidegger pertenece, que es también aquel al que pertenecemos nosotros (lectores y autor), es que, por fin, eso a lo que se pertenece es ya en efecto el ámbito ilimitado y descualificado, de manera que eso mismo, al –finalmente– ser ya en efecto, ha pasado a ser también lo grave, lo que requiere ser pensado y asumido desde sus supuestos. Nuestra obligación aquí, y aquello a lo que responde el título Heidegger y su tiempo, es contribuir desde la lectura de Heidegger a exponer cómo eso es así.
Tenemos también (lectores y autor) en común con Heidegger el que todos hablamos y escribimos en lengua moderna. Esto quiere decir que pertenecemos a un ámbito lingüístico en el cual las «diversas lenguas» tienden a ser sólo variantes de realización de algo así como una misma y única. Los modos normativos del discurso moderno, como la ciencia y el derecho, son, en efecto, imposibles sin el postulado de la total transparencia entre esas «diversas» lenguas. Diacrónicamente cada una de esas «diferentes» lenguas «procede de» situaciones anteriores a la modernidad, pero cada una de ellas ha tenido que sufrir, para incorporarse al estatuto de lengua moderna, una transformación estructural profunda. Lo que Heidegger y nosotros pretendemos decir y escribir, esto es, la filosofía, está, por su propia naturaleza, siempre en dudosa avenencia con la situación lingüística, pero desde luego dentro de ella, pues fuera de ella nada se dice; por lo tanto, también la filosofía se dice y escribe en lengua moderna, aunque con dificultad y de manera problemática; entre los recursos de los que la expresión filosófica se valga para dar cauce a sus dificultades puede figurar el echar mano de peculiaridades que cierta lengua moderna conserve al margen de su condición de tal, pero esto no significa que se deje de estar escribiendo en lengua moderna, más bien al contrario, pues ese recurso vale precisamente por la relevancia que adquiere sobre el fondo constituido por el estatuto de modernidad. Quiere todo esto decir que entre el habla de Heidegger y la nuestra se parte de una situación de traducibilidad, pero también que la peculiaridad del tipo de discurso puede hacer que esta básica traducibilidad no siempre sea aplicable en concreto. Lo diremos todavía de otra manera: tiene que ser posible (otra cosa es que haya quien en efecto pueda hacerlo) el decir en castellano (moderno) cualquier cosa que se diga en alemán (moderno), pero esto, tratándose del tipo de decir del que se trata, no significa que siempre sea posible traducir, dado que el concepto «traducción» comporta más cosas que simplemente decir lo mismo en la otra lengua (comporta, por ejemplo, correspondencia de tramo de texto de un lado a tramo de texto del otro). Los aspectos teóricos de esta cuestión no son para ser desarrollados aquí, y, si la mencionamos, es sólo para establecer cierta línea de conducta que deriva del antes establecido carácter de prioridad única que concedemos a la pretensión, con la que hemos iniciado este prólogo, de que nuestra exposición de Heidegger consista en comunicar de qué va, cuál es el asunto o cuál es la cosa o la cuestión. No nos hemos empeñado en que nuestra exposición contuviese expresiones que fuesen «la traducción de» este o aquel giro de Heidegger. Tampoco hemos dejado las expresiones alemanas y explicado su significado, pues ya hemos dicho que, al tratarse pese a todo de una lengua moderna, tiene que poder decirse lo mismo en otra. Sencillamente hemos escrito en castellano (actual). A posteriori quizá encontremos en nuestro propio texto expresiones (castellanas) que en este contexto resultan ser algo así como traducciones de algunas palabras de Heidegger; pero no lo hemos pretendido, solamente habrá salido así.