Akal / A Fondo
Xulio Ríos
Bienvenido, Míster Mao
China incrementa a gran velocidad sus inversiones en todo el mundo. Entre acusaciones de «neocolonialismo» y la exigencia de preservar la seguridad nacional, las empresas chinas –públicas en su inmensa mayoría– siguen ganando posiciones en entornos estratégicos, tanto a nivel geopolítico como sectorial. La crisis en los países desarrollados les brinda una oportunidad de oro.
Con unas reservas de divisas estimadas en 4 billones de dólares a mediados de 2014 –la tercera parte del total mundial–, China rastrea el planeta de punta a punta para maximizar beneficios con una visión de largo plazo. Si al principio su inversión se centraba en los recursos energéticos y minerales, ahora busca cada vez más apropiarse también de tecnologías avanzadas y adquirir know how.
A estas alturas de la partida, no es descabellado plantear que serán los chinos quienes llegarán primero a Marte y colonizarán la Luna. ¿Colonizarán también la economía española?
Xulio Ríos es licenciado en Derecho y director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org).
Asesor de Casa Asia y promotor y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, ha dedicado varias obras al análisis de la realidad política y económica de China, sobre la que escribe habitualmente en los diarios El País, La Vanguardia o El Correo, y en revistas especializadas como Política exterior.
Reputado especialista en cuestiones internacionales, entre sus obras recientes cabe destacar La política exterior china (2005), El problema de Taiwán (2005), Mercado y control político en China (2007), China, de la A a la Z (2008), China en 88 preguntas (2010), China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping (2012) y Las relaciones hispano-chinas. Historia y futuro (coordinador, 2013). Recientemente ha visto la luz su traducción al gallego del Sun Zi Bing Fa (A Arte da Guerra de Sun Zi, Teófilo Edicións, 2013).
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RAG
Director de la colección
Pascual Serrano
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Presentación
Desde aquel «indulto» que permitió que no se aplicara al toro de Osborne la directiva europea que eliminaba los carteles publicitarios de las carreteras por razones estéticas, la silueta del astado se convirtió en un símbolo de la España más tradicional y costumbrista. Pero la mayoría de quienes lo llevan como adhesivo en su automóvil, o los turistas que lo compran estampado en camisetas, gorras o cualquier otra indumentaria, no saben que una quinta parte de la empresa Osborne, es decir, del toro hispano, es propiedad de una empresa china desde hace unos meses. Igual sucede con el emblemático Edificio España de Madrid, que bien podría llamarse Edificio China porque ha sido comprado por una inmobiliaria de este país.
Por si les sirve de consuelo, la mítica empresa sueca de automóviles Volvo, tras pasar a ser estadounidense, ha terminado también en manos chinas. Y si todos asociamos los todoterreno Hummer a Estados Unidos, también debemos saber que hace varios años que General Motors vendió la división que fabricaba ese vehículo a una empresa del país asiático.
La convulsión de la economía china es espectacular: es la segunda potencia económica del mundo, el primer exportador de mercancías y el primer consumidor de petróleo. El 30 por 100 del crecimiento económico del planeta corresponde al país que nos ocupa. 600 millones de chinos salieron de la pobreza en los últimos 35 años, mientras muchos se han quedado con la imagen de las hambrunas de finales de los cincuenta.
Las paradojas de tratarse de un Estado comunista son innumerables. Para empezar, es el mayor contribuyente a las misiones de paz entre los miembros del Consejo de Seguridad. Sin embargo, se trata de una potencia mundial que dedica a Defensa un 1,4 por 100 del PIB en un mundo donde la media ronda el 3 por 100. Las empresas chinas, en su mayoría públicas, invirtieron en 2013 73.000 millones de dólares en el exterior, de modo que la comunista China, con 18.000 empresas fuera de su país, es el tercer país en inversión extranjera en el mundo. Como es sabido, el país de Confucio posee la mayor reserva de divisas del mundo, 4 billones de dólares, la mitad de los cuales está invertido, es decir, prestado, a gobiernos capitalistas para que puedan mantener el gasto de su economía. Pero a diferencia de lo que sucede en Occidente, donde las divisas las poseen empresas privadas e individuos, en China las controla el gobierno. Así, el gobierno chino es el principal banquero de América Latina y el Caribe, donde ha concedido más préstamos que todas las instituciones financieras internacionales juntas. En África tienen 2.500 empresas que han contribuido a más del 20 por 100 del desarrollo de ese continente. Las autoridades chinas han comprado miles de millones de euros de bonos de deuda pública de países europeos en crisis y se prevé que en 2020 la inversión total en Europa alcance los 250.000 millones de dólares. De modo que, de nuevo otra paradoja, mientras llevan décadas martilleándonos con las críticas al papel del Estado como banquero y empresario, el Estado comunista chino se ha convertido en el banquero y el empresario de la economía capitalista del mundo.
En China el gobierno controla la economía: la política monetaria, las divisas, las exportaciones, la inversión exterior. Empresas públicas europeas privatizadas por la crisis en aras de las recetas neoliberales están siendo compradas por empresas chinas, que son públicas o bajo control del Estado chino. Y es curioso, pero aunque muchos piensen que el gobierno chino no representa legítimamente a su pueblo, siempre lo representará más que las grandes empresas y bancos que en Occidente controlan la economía.
El imaginario occidental representa a los países comunistas como un lugar donde los ciudadanos no pueden salir y es difícil para los extranjeros entrar. Sin embargo, se prevé que en 2020 China sea el primer emisor y receptor de turistas del mundo. Por cierto, que, para quienes en España asocien «chino» con camarero de restaurante o dependiente de bazar, les recordamos que el ticket medio de gasto del turista chino en el paseo de Gràcia barcelonés es de 1.362 euros, el doble que los rusos.
Bienvenido, Míster Mao concede especial interés a la importancia de China y su economía en España. Por eso tenemos que recordar que somos el cuarto país europeo con más proyectos de inversión en China, y el noveno del mundo con mayor inversión procedente de allí. China es el séptimo socio comercial de España, por delante de la mayoría de países europeos. Empresas que creemos tan españolas como la hostelera NH o la cárnica Campofrío son propiedad parcial de firmas chinas. Y se considera que al menos la quinta parte de la deuda pública española se encuentra en manos de los chinos.
Si Europa pudo levantarse después de la Segunda Guerra Mundial gracias al dinero estadounidense del Plan Marshall, bien podríamos decir que hoy es todo el mundo capitalista el que sobrevive gracias a la liquidez de la economía china, lo que se dice todo un Plan Mao. Por eso, en la colección A Fondo, hemos querido conocer cómo funciona la presencia de la economía de ese país en el mundo y en España en particular. Para ello hemos contado con quien pocos dudarán es la persona que más sabe de China en España, Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, asesor de Casa Asia y promotor y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología. Xulio Ríos dirige asimismo el Informe Anual sobre Política China que se publica desde 2007 y el Simposio Electrónico Internacional sobre Política China, y es autor de una docena de libros sobre China, país en el que ha residido varios años de forma permanente.
Pascual Serrano
Prólogo
El aumento de la presencia inversora china en España, ya sea en los mercados de deuda, financieros o en el sector productivo, ha venido despertando sensaciones ambivalentes y agridulces. Para unos, se trata de una expresión más de la lógica del mercado y, convertida China en una economía relevante y en una gran potencia en este ámbito, es natural que se comporte en el exterior como un actor más, lo cual debería aceptarse como un hecho natural evitando reservas y proteccionismos injustificados y trasnochados. Para otros, sin embargo, atendiendo a factores de naturaleza política e ideológica pero también en ocasiones en virtud de las incertidumbres que acostumbran a rodear su comportamiento en ámbitos más plausibles, es recomendable cierta prudencia con China por cuanto en su conducta exterior pesan complejos factores limitantes que oscilan entre la oblicuidad de sus intenciones y un actuar, a menudo, poco respetuoso con la legalidad local.
Paradójicamente, China presume a nivel internacional, como nota sobresaliente de su modelo, de no imponer condiciones políticas o de otro tipo a su ayuda o a sus inversiones en la forma que sea, a diferencia de otros países e instancias como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial, entidades con quienes España tiene una relación preferente y que sí han impuesto directamente o a través de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) severas reglas, por ejemplo, para facilitar préstamos, incluyendo modificaciones constitucionales (en un país en que dicho tema parece tabú) operadas con total opacidad, nocturnidad y alevosía. Asimismo, reconociendo déficits en su actuación que justifica, en parte, por su inexperiencia, defiende las virtudes de su evolución.
En los momentos más álgidos de la crisis, con los tipos de interés de la deuda y la prima de riesgo por los cielos, China resonaba en algunos ambientes como un bálsamo amortiguador para reducir los elevados costes de financiación del Tesoro público. Las declaraciones de las autoridades chinas refrendando su confianza y apoyo en la economía española eran recibidas como agua de mayo cuando, al mismo tiempo, la Santísima Trinidad de la economía mundial (las consultoras Moody’s, Fitch y Standard & Poor’s) rebajaban las expectativas poco menos que al nivel del suelo. Y, en efecto, China acudió al rescate de la economía española suscribiendo una cantidad incierta de deuda pública, aunque, otra vez, no faltaron voces señalando los «riesgos» de esta situación por cuanto podría llegar a condicionar la libertad política de nuestros gobernantes en algunos temas delicados relacionados con el gigante asiático e incluso más allá.
No hace mucho incluso, en el año 2011 particularmente, en algunos medios se llegó a citar a China como una especie de pulmón artificial de España por la serie de respiros que dio a la economía española en diversos momentos. Pero, ¿hasta qué punto se empoderó China de la economía española y cómo son esas relaciones?
Lo cierto es que, en términos generales, ha habido más ruido que nueces, salvo probablemente en el tema de la deuda, en alianzas empresariales concretas y excepcionales y en algunas operaciones inversoras destacadas. Es verdad que China mostró interés por España, al igual que por Europa en su conjunto, en el problema de la deuda soberana. Pero en España nunca ha habido «temores» oficiales a un desembarco chino masivo. Todo lo contrario. Y, es más, a día de hoy ni por una parte ni por otra se han encontrado aun esos filones de compromiso inversor que nos permitan hablar de un salto cualitativo de cierta significación. Ahora muchas miradas se centran en el sector inmobiliario y turístico, pero las prioridades chinas a nivel internacional pasan por otros caminos y es más que probable que el proceso en ese campo ofrezca manifestaciones de menor enjundia a la anticipada y alejadas de sus grandes corrientes inversoras globales.
Las tensiones políticas recientes a resultas del anuncio de procesamiento de varios ex altos dirigentes chinos, incluyendo, entre otros, al ex presidente Jiang Zemin y al ex primer ministro Li Peng, acusados de violaciones de derechos humanos en Tíbet, han enfriado las relaciones bilaterales justamente cuando se cumplía el cuadragésimo aniversario del establecimiento de vínculos diplomáticos (1973-2013). Esta causa se une a otra anterior contra el ex presidente chino Hu Jintao, acusado de genocidio de la población autóctona tibetana. Obviamente, en China estas acciones judiciales no son bien recibidas. Lo hicieron saber por activa y por pasiva aunque sus consecuencias directas son menores en términos efectivos. No se puede achacar la tibieza inversora china en España a estas diferencias. Por otra parte, el actual gobierno español ha promovido una reforma legislativa para poner punto y final a la justicia universal basándose en este caso, aunque muchos otros, y no menos peliagudos (el de José Couso contra el gobierno estadounidense, por ejemplo) se ven afectados. Más allá de la generalidad, es evidente que ese procesamiento difícilmente podía tener consecuencias prácticas –se trata de funcionarios jubilados y ningún gobierno chino tramitaría las órdenes de busca y captura– si bien supone para las autoridades chinas una «pérdida de cara» (un concepto cultural asociado al respeto de los demás y la buena imagen) que no pueden admitir, y el gobierno español suma problemas en una relación que se creía estable y prometedora, aunque, en gran medida, carente de ambición en la gestión.
Salvando estos litigios, que China contribuyera, al menos fugazmente, a una hipotética salvación de la economía española no dejó de causar sorpresa en una sociedad que aún conserva mayoritariamente una imagen de dicho país en gran medida caduca como resultado del desconocimiento de la inmensa transformación que está viviendo en las últimas décadas. Se trata sin duda de una percepción compartida. Si la imagen de España en China puede no corresponderse del todo con la realidad actual, también es verdad que la de China en España se ve aquejada de numerosos tópicos influidos tanto por la naturaleza de su sistema político y socioeconómico, la ignorancia a propósito de su cultura o el equívoco contacto con una comunidad china residente que también ha evolucionado a gran velocidad pero preservando un alto nivel de opacidad.
En cualquier caso, lo innegable es que actualmente en España confluyen, como en muchos otros países desarrollados, la necesidad de financiación de gobiernos y empresas con la voluntad china de ganar presencia e influencia estratégica en el mundo exterior. Ello lleva a numerosos actores a buscar en China, en su gobierno y en sus empresas, un socio o un aliado para, simplemente, evitar la quiebra o, en el mejor de los casos, propiciar una internacionalización con la mirada puesta en el gigante asiático. En paralelo, China parece haber tomado nota de las críticas que ha suscitado su modus operandi en el exterior y comienza a hilar fino en sus operaciones internacionales, a sabiendas de que los mil ojos de sus rivales siguen de cerca sus pasos con el propósito de minar la credibilidad del competidor recién llegado.
Con unas reservas de divisas, las mayores del mundo, estimadas en unos 4 billones de dólares en junio de 2014, la tercera parte del total mundial, China rastrea el planeta de punta a punta para maximizar beneficios con una visión de largo plazo, la que corresponde a quien, en cierta medida, se sabe principal beneficiaria global de la crisis desatada a partir de 2008 e inminente primera economía del planeta.
Xulio Ríos,
septiembre de 2014
I. Introducción
Hace tiempo que China dejó de ser un país inmensamente poblado y pobre irradiado por sueños utópicos y trasnochados que sacudían su devenir de forma trágica. Hoy, China es un actor global cuya significación en todos los órdenes crece cada día que pasa.
La proclamación de la República Popular China en 1949 marcó un punto y aparte en el proceso de modernización del país, iniciado con los primeros movimientos socio-políticos que ya a finales del siglo xix reclamaban el fin del viejo Imperio. Con la caída de las últimas dinastías y la proclamación de la República de China en 1911 se inició un periodo de grandes convulsiones internas aprovechado también por potencias externas (Japón) para desatar guerras imperiales cuyos ecos duran hasta hoy día.
Tras el fin de la guerra civil y el «exilio» de los vencidos –los nacionalistas del Kuomintang (KMT)– a la isla de Taiwán, la época maoísta explicitó la búsqueda de un modelo de desarrollo genuino (como genuina fue su revolución), progresivamente alejado del prototipo soviético, que permitió, pese a sus conocidos y dramáticos avatares, un desarrollo sostenido del país. Tras la muerte de Mao (1976), la adopción de la política de reforma y apertura (1978) supuso el inicio de un nuevo tiempo que catapultaría el país al selecto grupo de las grandes economías mundiales. Una tarea titánica y sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que en 1949, su PIB equivalía al de 1890, contando con una población de unos 500 millones de habitantes esparramados en una geografía rural, analfabeta y extremadamente pobre.
Las reformas aplicadas en los siete últimos lustros permitieron que unos 600 millones de chinos salieran de la pobreza, una cifra equivalente al 70 por 100 del total de habitantes del planeta en esta situación. Por otra parte, el peso de la economía china respecto a la total global se elevó del 1 al 12 por 100, contribuyendo con cerca del 30 por 100 al crecimiento económico global. En los últimos 35 años, más de 560 millones de personas han pasado del campo a las ciudades, casi el equivalente a toda la población de América Latina. Y el proceso continúa. En 2020, la población urbana de China ascenderá al 60 por 100 del total. Cuarenta años atrás, en 1980, más del 80 por 100 vivía en el campo.
Por otra parte, la inserción de China en la economía planetaria ocurrida en las últimas décadas está influyendo en los cambiantes vuelcos que acontecen en las relaciones económicas internacionales. La propia realidad del incremento a gran velocidad de sus inversiones en el exterior es indicativa de las repercusiones de su crecimiento a nivel global. Inevitablemente, está llegando el tiempo de traducir esa creciente significación económica en relevancia en otros planos de la gobernanza mundial. China ha alentado este proceso de forma paulatina pero constante, a veces disimulando sus capacidades a la espera del momento propicio y evitando a toda costa las confrontaciones, si bien instando un lento proceso de cambio de las reglas de juego donde sus normas y valores vayan influyendo cada vez más en el curso de los acontecimientos en detrimento de los esquemas impuestos por los países más avanzados de Occidente. Por eso, si al principio los países desarrollados instaban a China a asumir sus responsabilidades globales, entendiendo esto como un apelo a secundar sus planteamientos, y China se fue sumando a la tarea desde sus propios posicionamientos, no siempre coincidentes, hoy día, las polémicas, cautelas y reservas pasan al primer plano.
Pese a ello, ya hablemos del sistema comercial o del sistema financiero o monetario, cabe esperar que China desempeñe un papel cada vez más central en el diseño de las políticas globales. De igual forma, en cuestiones ambientales, de seguridad o de gobernanza, el papel de China es cada vez más notorio desempeñando un papel activo en la promoción de la multipolaridad y el multilateralismo, sin dejar por ello de conceder máxima importancia a la preservación de la soberanía ni renunciar al principio de no injerencia en los asuntos internos que sigue constituyendo un pilar básico de su política exterior.
Beijing, por otra parte, apuesta decididamente por dar pasos institucionales que ofrezcan cobertura a sus proyectos y ambiciones. La decisión de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) de crear un banco para el desarrollo y establecer un acuerdo de reservas de contingencia muestra cierta insatisfacción colectiva con el proceder de los países más desarrollados, incapaces hasta la fecha de abrir huecos aceptables para gestionar la nueva realidad internacional que viene aflorando desde hace años. Los llamamientos para aumentar su representatividad en la gobernanza económica global (FMI, BM, etc.) siguen bloqueados, y los tímidos acuerdos adoptados en este sentido, también. Aquellos que más reformas reclaman a todos resultan ser los menos inclinados a la propia reforma. Poco se puede objetar, pues, a los intentos de crear alternativas a las instituciones occidentales cuando estas pierden legitimidad. China anima ese esfuerzo y las nuevas plataformas le permitirán aumentar su influencia global sobre la base de otras prioridades e intereses.
Pero el tesón chino va mucho más allá de lo estrictamente económico-financiero aunque esta sigue siendo la punta de lanza de su estrategia de expansión. Recientemente, hemos visto como en la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Confianza en Asia (CICA) celebrada en mayo de 2014 en Shanghai –la misma ciudad que acogerá el nuevo banco apadrinado por los BRICS– desveló, sin la participación de Japón y EEUU, la intención de convertir este foro en una pieza clave de su política de seguridad en la región bajo el principio de que deben ser los asiáticos quienes resuelvan sus problemas. La CICA será un complemento importante de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y puede brindar a China un marco más gestionable de sus diferencias con algunos países de la región con el propósito de sortear la política de fortalecimiento de las alianzas militares que promueven Washington y Tokio para domesticar y contener su emergencia.