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Akal / Biografías / 3

William Poundstone

Carl Sagan

Una vida en el cosmos

Traducción: Alfredo Brotons Muñoz

Revisión científico-técnica: David Galadí-Enríquez

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En esta cautivadora biografía de Carl Sagan, William Poundstone detalla cómo un joven astrónomo, apasionado por la ciencia y obsesionado con la búsqueda de vida en otros mundos, se transforma en una auténtica superestrella mediática. El Sagan inmediatamente reconocible, invitado imprescindible en la televisión y escritor de extraordinario éxito, abrió a los legos la puerta de entrada a los misterios tanto del cosmos como de la ciencia en general. Buena parte de la comunidad científica vio en él, sin embargo, a un paria, a un descarado buscador de publicidad que se preocupaba más de su imagen y de su fortuna que del avance de la ciencia. Poundstone revela y documenta con rigor los aspectos rara vez tratados de la vida de Sagan: el legítimo e importante trabajo al comienzo de su carrera científica, su capacidad casi obsesiva para embarcarse en proyectos infinitos –como la búsqueda de vida extraterrestre–, pasando por sus aventuras y desventuras matrimoniales, los avatares de su ambición académica y sus conexiones con otros personajes famosos como Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Steven Spielberg.

William Poundstone, ensayista americano, es conocido por su activismo dentro del movimiento escéptico y por sus libros de divulgación científica, temas de actualidad tecnológica y biografías de científicos. Ha publicado doce libros, entre ellos los exitosos How Would You Move Mount Fuji? (2003) y Fortune’s Formula (2006). También colabora con medios como el New York Times, Harper’s, Harvard Business Review y el Village Voice, entre otros. Ha sido candidato dos veces para el premio Pulitzer. En castellano han sido publicados El dilema del prisionero (Alianza, 2006) y ¿Es lo bastante inteligente como para trabajar en Google? (Conecta, 2012).

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RAG

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Título original

Carl Sagan. A life in the cosmos

© Ediciones Akal, S. A., 2015

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4251-8

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Sagan en 1976.

 

Para Arthur Flannigan Saint-Aubin

Pues ¿qué son las estrellas sino asteriscos

que apuntan a la vida humana?

EMILY DICKINSON

PRÓLOGO

Cuando Carl Sagan todavía no había cumplido los cinco años, sus padres se lo llevaron bien abrigado hasta la estación de ferrocarril elevado de la calle 86. Carl aún era lo bastante pequeño para que su padre Samuel lo llevara subido a hombros y para que la vigilante presencia de su madre, Rachel, lo tranquilizara más que inhibiera[1]. Cuando llegó el tren, la familia emprendió un complicado viaje por Brooklyn y Queens. Acabaron en un lugar de Nueva York llamado Corona. Brillando ante ellos en el fresco aire de la mañana se extendía la ciudad del futuro.

El promotor Grover Whalen drenó grandes extensiones de las marismas de Long Island a fin de construir la Feria Mundial de Nueva York de 1939. Su tema era el tiempo… el tiempo futuro. Su mensaje, el gran credo del siglo XIX: el futuro sería diferente del pasado, y la ciencia el agente primordial del cambio.

«Aquel día ejerció una poderosa influencia sobre mi pensamiento», rememoraba Carl Sagan hacia el final de su vida[2]. Los asistentes a la feria contemplaron un «futuro perfecto posibilitado por la ciencia»[3] y aquí concretado en acero y vidrio. Las grandes torres de Manhattan que dormitaban en el nefasto 1939, palidecían por comparación.

La feria de 1939 superó en novedades a los Tomorrowlands[4] y EPCOT[5] que inspiró. Whalen tenía el suficiente sentido del espectáculo para combinar la edificación con el entretenimiento. En un parque de atracciones de más de 100 000 m2 podían encontrarse montañas rusas, pistas de bobsleigh y un salto en paracaídas desde 75 metros de altura. Clientes tan osados como Tallulah Bankhead[6] y el almirante Byrd[7] pagaron cuarenta centavos por experimentar esos imponentes diez segundos de caída. El paseo central de la feria impresionaba a los visitantes por su limpieza, modernidad y buen gusto. «Los espectáculos de fenómenos no alardean de monstruos excepcionales»[8], informó un semanario (que solo se encontró con los habituales pigmeos y vacas bicéfalas). Para los padres había incentivos de otra índole. En una vertiginosa sucesión de cuadros vivos podían verse hermosas mujeres a medio vestir: «Chicas del Ártico» congelándose en el interior de tartas de hielo; «Amazonas» blandiendo arcos y flechas; «Zagalas de Cristal» contoneándose en una sala de espejos que reflejaban carne y mallas hasta el infinito[9].

* * *

Los desnudos y los fenómenos, en calidad de pasado, constituían el prólogo. Luego el visitante entraba en el «Mundo del Mañana» de Whalen tras cruzar un ancho puente. La plaza central la dominaban el Perisferio y el Trylon, una esfera de color blanco perla y un obelisco de diseño aerodinámico. En torno a ellos se extendía una ciudad moderna con avenidas de tres carriles, fuentes y calculados efectos de color, luz y tamaño. La sombra visiblemente trepadora del mayor reloj solar del mundo (con un gnomon de 25 metros de altura) recordaba a los visitantes su propio viaje sin retorno al futuro.

Desafiando la depresión mundial y los estruendos de la guerra, sesenta naciones rivalizaban con las empresas estadounidenses por financiar las más deslumbrantes muestras de tecnología, arte e imaginación. De las mayores y más ricas naciones del mundo, solamente China y la Alemania de Hitler estuvieron ausentes. La arruinada Unión Soviética de Stalin (de donde procedían los antepasados de Sagan) reunió a duras penas 4 millones de dólares para montar un pabellón en el que se exhibía un gran mapa de la patria con todas las ciudades y pueblos resaltados con joyas y piedras semipreciosas, y sobre un pilono de pórfido rojo se erigía una monumental estatua de un obrero ruso alzando al cielo una estrella roja de cinco puntas. El pabellón italiano trataba de no llamar la atención sobre Mussolini, a favor de las artes y las industrias italianas. Era fácil pasar por alto las palabras escritas sobre el muro: Credere! Obbedire! Combattere! (¡Creer! ¡Obedecer! ¡Combatir!)[10].

Donde más sensible resultaba la presencia de EEUU era en las exposiciones de sus empresas. En ellas, la forma de las cosas por venir la decidían quienes pagaban las facturas. En el popular Futurama de General Motors, visitantes con los pies destrozados se desplomaban sobre mullidos sillones mientras una plataforma móvil los introducía sin tregua en el mundo del año 1960. Lo que se revelaba eran unos Estados Unidos con el territorio ocupado por barrios residenciales conectados por autopistas. Por 200 dólares se podían adquirir miniaturas de coches de 1960 con forma de lágrimas y funcionamiento automático. A la salida los visitantes recibían una insignia donde se leía: «Yo he visto el futuro»[11].

Varias de las tecnologías expuestas serían de capital importancia en el propio futuro de Carl. La Zona de Transporte ofrecía la simulación de un viaje en cohete… a Londres. Los visitantes se congregaban en un «puerto de cohetes» donde eran metidos en un cañón gigante que lanzaba al espacio un cohete imaginario. Los detalles del «aterrizaje» eran vagos. «En la actualidad, el vuelo en cohetes es imposible», admitía el director del ámbito científico en la feria, «pero el problema se limita casi por entero a la invención de un combustible adecuado» [12].

El debut de la televisión en EEUU se produjo en la feria. El día de la inauguración, el presidente Franklin Delano Roosevelt, manteniéndose de pie con unos asideros ocultos en el podio, dedicó oficialmente la feria a toda la humanidad. Su imagen titiló en los receptores de televisión instalados en los terrenos de la feria. El modelo de la RCA tenía un tubo de rayos catódicos que producía imágenes de siete pulgadas en negro y verde pálido (la empresa prefería llamarlo «blanco y negro»). El tubo apuntaba al cielo, y un espejo encastrado las reflejaba horizontalmente para facilitar la visión. La televisión ya se apreciaba como una tecnología que había que tener en cuenta. Los ejecutivos de la RCA confiaban en que los receptores de televisión funcionaran y produjeran imágenes aceptables, decía una revista; «más allá de eso, no sabemos nada»[13].

Una cosa que impresionó especialmente a Carl fue la cápsula del tiempo de la feria. La Westinghouse Corporation enterró una cápsula con la intención de que se desenterrara en el año 6939 (!). Esta cápsula se hallaba en el fondo de un pozo de 150 metros de profundidad. La familia Sagan solo vio una réplica. Medía unos dos metros y cuarto, y por ambos extremos presentaba un perfil aerodinámico similar al de los cohetes. En el interior, una atmósfera de nitrógeno inerte protegía unos objetos que se consideraban representativos de la cultura que los produjo, incluidos un diccionario, un ejemplar de Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell, una colección de publicaciones microfilmadas, un noticiario en que se veía a Jesse Owens ganando los cien metros lisos en los Juegos Olímpicos de Berlín, instrucciones sobre cómo hacer un proyector de noticiarios, «un sombrero de mujer, una navaja de afeitar, un abrelatas, una pluma estilográfica, un lápiz, una petaca con cremallera que contenía una pipa, tabaco y cigarrillos, una cámara, unas gafas, un cepillo de dientes; cosméticos, objetos de tela, metales y aleaciones, carbón, materiales de construcción, plásticos sintéticos, semillas…»[14].

Los de la Westinghouse mostraron más imaginación en sus intentos de asegurarse de que las personas de 6939 pudieran encontrar la cápsula. Imprimieron un Libro de registro de la cápsula del tiempo que localizaba la posición de la cápsula con un margen de error de unos 2.5 cm. Cada libro contaba cómo abrir la cápsula utilizando los calendarios gregoriano, judío, musulmán, chino y sintoísta y (por si ninguno de ellos seguía en vigor 5 000 años después) por medio de efemérides astronómicas. La Westinghouse envió ejemplares del libro a las bibliotecas, museos y monasterios más importantes del mundo. Los libros siguen allí a la espera de lectores nonatos, testamento del efervescente optimismo de Estados Unidos de 1939.

* * *

Carl Sagan llegó a convertirse en un icono de la ciencia tan popular como la Feria Mundial de 1939 lo había sido para su público. Nacido en un bloque de pisos de Brooklyn, alcanzó una fama y una influencia no superadas por ningún científico vivo. Como sucedió en muchas historias de éxito en Estados Unidos, Sagan prosperó vendiéndole al público algo que este no sabía que necesitaba o deseara. El eje de su éxito fue un «concepto elevado» que ningún otro científico, por brillante que fuera, podía igualar. De todas las cuestiones científicas del afanosamente inquisitivo siglo XX, nada inflamó tanto la imaginación pública como la vida en otros planetas.

Según un amigo de la infancia, el atributo definitorio de Carl Sagan era la claridad de propósito: desde temprana edad, Carl se entregó a la fabulosa misión de buscar vida en otros mundos. En el curso de una discusión, Carl calculó muy serio que él no viajaría a la Luna o a Marte. Para cuando eso sucediera él sería demasiado mayor. Carl tenía entonces diez años[15].

Más de treinta años después, un colega de la misión Viking le dijo al periodista Henry S. F. Cooper Jr. que «Sagan busca desesperadamente vida en algún lugar, donde sea: en Marte, en Titán, en el Sistema Solar o fuera de este. En todas las diversas cosas que hace, ese es el hilo conductor. No sé por qué, pero si uno lee sus escritos u oye sus conferencias, aunque tratan de una enorme variedad de temas aparentemente sin relación, nunca falta la pregunta: “¿Es este un fenómeno relacionado con la vida?”. A la gente le admira lo polifacético de su carrera, pero todo lo que ha hecho ha tenido este único propósito subyacente»[16].

El acicate en la vida y la carrera de Sagan fue la vida extraterrestre. Se reservó como terreno propio la exobiología, el estudio hipotético de la vida extraterrestre. El tema se encuentra en el primer plano o en el trasfondo de la mayoría de los 300 artículos científicos de Sagan. No es ninguna exageración decir que la capacidad de Sagan para capitalizar el enorme atractivo del tema lo hizo rico y famoso.

Para los colegas antipáticos o carentes de imaginación, este éxito mundano constituía un enigma. En Sagan había algo del estafador transformista de Melville o del inventor de los letreros de neón de Raymond Chandler («He aquí un individuo que de verdad hizo algo a partir de la nada»). La nada era la vida extraterrestre… pues, por supuesto, Sagan nunca encontró aquello a cuya búsqueda dedicó buena parte de su carrera.

* * *

Que la misión Viking no encontrara vida en Marte apenas hizo mella en el entusiasmo de Sagan por la exobiología, pero sí obligó a una reconsideración de lo que se podía esperar alcanzar en ese campo. Animado por su tercera esposa, Ann Druyan, Sagan se reinventó como divulgador científico políticamente comprometido. Sus libros constituían modelos de exposición lúcida; su serie televisiva Cosmos, vista por 500 millones de personas, lo convirtió en el primer gran «científico mediático».

La popularidad le dio a Sagan peso político. Sagan influyó más que nadie en la planificación y la financiación del programa espacial. Sus opiniones sobre la pseudociencia, el medio ambiente, la educación científica, los derechos de las mujeres y el racismo se difundieron ampliamente. Sobre todo, a Sagan le preocupaba la guerra nuclear. Como científico la reconocía como la gran amenaza para la existencia humana (e incluso llegó a ver en ella una conexión inesperada con el tema de la vida extraterrestre). Sagan creía que la civilización humana únicamente podría salvarse a través de una reducción radical de los arsenales nucleares por parte de todas las naciones. Esta opinión constituía el núcleo de la ciencia más politizada de Sagan, como lo reflejan los artículos sobre el «invierno nuclear» que escribió en colaboración con cuatro colegas. En este campo, Sagan desempeñó un papel complejo –y sumamente polémico– en la formación de las actitudes públicas y gubernamentales que llevaron al final de la Guerra Fría.

Como sabe cualquiera que vea la televisión o el cine, la vida extraterrestre es el mito primordial de nuestra sociedad. Esto no significa trivializar su condición de conjetura científica, sino reconocer que ciertas ideas científicas gozan de una amplia e impredecible influencia en la cultura. Homero localizó brujas y monstruos en las islas occidentales porque podía hacerlo de manera verosímil. En nuestros tiempos, la frontera creíble de los seres fantásticos ha retrocedido de la Tierra a los planetas y de estos a las estrellas distantes. El hacedor de mitos creíbles de hoy en día bien puede ser un científico que aparece en televisión.

Los mitos son más que historias contadas por diversión. Homero se dirigía a las preocupaciones espirituales de un mundo griego en el que los antiguos dioses estaban siendo desechados y el futuro era incierto. En el siglo XX, la ciencia desplazó a muchos dioses antiguos y puso en cuestión nuestra supervivencia como especie. Cualquiera que trate de comprender nuestro tiempo haría bien en reflexionar sobre por qué la vida extraterrestre ha ejercido un hechizo tan poderoso sobre la imaginación intelectual y popular. Por eso hay que volver al poeta de la exobiología, Carl Sagan de Ithaca.

[1] Carl era todavía lo bastante pequeño para que su padre lo llevara a hombros, tranquilizado por su madre: Billions and Billions, 1997, p. 180 [ed. cast.: p. 233].

[2] Ibid., p. 180 [ed. cast.: p. 233].

[3] The Demon-Haunted World, 1996, p. xiii [ed. cast.: p. 9].

[4] Tomorrowland: uno de los espacios temáticos clásicos de los parques de atracciones de Disney, y que a su vez ha inspirado otras visiones y eventos de carácter futurista como el festival de música electrónica que, durante dos o tres días de verano, se celebra en el pueblo belga de Boom desde 2005. [N. del T.]

[5] EPCOT: acrónimo de Experimental Prototype Community of Tomorrow [en inglés, Prototipo Experimental de la Comunidad del Mañana], parque temático inaugurado el año 1982 dentro de Disney World, cerca de Orlando (la Florida), con la finalidad de constituir una ciudad utópica del futuro que incorporara equilibradamente todos los últimos avances de la ciencia. [N. del T.]

[6] Tallulah Bankhead (1902-1968): actriz estadounidense tan famosa o más por su poco convencional vida privada como por su trabajo en el teatro, el cine y la televisión. [N. del T.]

[7] Richard E. Byrd (1888-1957): explorador y aviador estadounidense especialmente conocido por sus vuelos sobre la Antártida, que mejoraron mucho el conocimiento geográfico de ese continente. [N. del T.]

[8] Time, 26 de junio de 1939, p. 10.

[9] Atracciones, desnudos: ibid., pp. 10, 12.

[10] Ibid., p. 12.

[11] 200 dólares; insignia «Yo he visto el futuro»: Gelernter, 1995, p. 34.

[12] En la actualidad, el vuelo en cohetes es imposible: Gelernter, 1995, p. 155.

[13] Revista Life, citada en ibid., p. 166.

[14] Time, 30 de septiembre de 1939, p. 166.

[15] Sería demasiado mayor para ir a la Luna o Marte: Lu Nahemow, entrevista.

[16] Cooper, 1976a, p. 83.

1

BROOKLYN

1934-1948

Por una cuestión de honor personal y utilizando solo sus manos desnudas, Leib Gruber mató a un hombre en la aldea de Sasov[1]. Gruber era el abuelo de Carl Sagan. Según la tradición familiar, aquel homicidio obligó a la precipitada emigración de Gruber al Nuevo Mundo. De no haber sido por el acusado sentido del honor de Gruber, probablemente Carl Sagan no habría nacido nunca ni su línea familiar se habría elevado, en el lapso de dos generaciones, desde la desesperada pobreza en un shtetl[2] en Europa oriental a las privilegiadas circunstancias del astrónomo más prominente de Estados Unidos.

El río Bug

En tiempos de Leib Gruber, la aldea de Sasov formaba parte de los territorios de la corona austrohúngara de Galitzia. Hoy en día se encuentra en Ucrania. Demasiado pequeña para aparecer en los atlas, la localidad está un poco al nordeste de Lvov, a orillas del río Bug.

Aquel río era el pan de cada día para Gruber. El Bug es lo bastante poco profundo para vadearlo. En ausencia de puentes y balsas, se contrataba a jóvenes como Leib para cruzar sobre sus hombros hasta la otra orilla[3].

Con la justicia pisándole los talones, Leib tuvo que abandonar el país. No tenía bastante dinero para su pasaje y el de su mujer. El coste de un camarote de tercera a Estados Unidos era de unos 30 dólares, una suma fabulosa en el shtetl. En 1904 Gruber emprendió solo la travesía a Nueva York (disfrazado, por cierto, ¡con ropa de mujer![4]). Prometió a su mujer, Chaya, que la llamaría en cuanto ganara el dinero para el pasaje. Esto lo hizo con apenas margen de ahorro. A finales de 1905, Chaya zarpó de Hamburgo en el Batavia. Cuando se le requirió que declarara de cuánto dinero disponía, contestó que de un dólar.

Chaya fue retenida en la isla de Ellis debido a un «problema cardiovascular» que no se consideró lo bastante grave como para declararla indeseable y mandarla de vuelta a casa. Se reunió con su marido en el Nuevo Mundo. Debió de ser un encuentro apasionado, pues Chaya quedó encinta a las pocas semanas de su llegada.

Los Gruber vivían en el n.º 230 de la calle 7 Este, en el bullicioso Lower East Side de Manhattan[5]. La presión para integrarse en la vida estadounidense era fuerte. Chaya anglicanizó su nombre y lo convirtió en Clara. A su hija recién nacida le dio un buen nombre americano, Rachel Molly Gruber. Esta Rachel sería la madre de Carl Sagan.

Unos años más tarde, Clara dio a luz una segunda hija, Tobi. La tensión del parto fue demasiado para el débil corazón de Clara. Menos de un mes después del nacimiento de Tobi murió de lo que los registros oficiales llamaron un fallo cardíaco debido a una endocarditis crónica[6]. Clara tenía treinta y nueve años.

Leib Gruber se encontró, pues, de nuevo solo en una tierra extraña. Difícilmente podría criar a las dos niñas sin dejar de trabajar. A Tobi la metió en un orfanato y a Rachel en un barco con dirección este[7]. En el barco de Rachel debían de viajar muy pocas personas en comparación con las bodegas repletas de viajeros en los barcos en dirección oeste con que se cruzaron. A su llegada a Europa, Rachel fue puesta al cuidado de las hermanas de Leib en Austria[8].

Si Rachel hubiera pasado su vida en Europa central, bien podría no haber sobrevivido al Holocausto. Por suerte, Gruber tomó una segunda esposa, una mujer más joven llamada Rosie Klinghofer. La pareja reclamó de vuelta a Rachel, aún de solo cuatro años de edad, para criarla en Estados Unidos.

De vuelta en Nueva York, el pelo de Rachel fue víctima de los piojos como consecuencia de las mugrientas condiciones en que había realizado la travesía. Leib le puso un sobrenombre en yidis que significaba «cabeza de piojos»: una broma que no pudo por menos de resultar irritante para una niña que crecía[9]. Rachel se reintegró a una familia que había cambiado y que le resultaba hasta cierto punto ajena. Ahora la atención de Leib se dirigía a su nueva esposa y a los hijos de esta. Leib informó a Rachel de que ahora su madre era Rosie. Rachel consideró a Rosie una impostora, una extraña que había venido a reemplazar a su auténtica madre. Se negó a actuar como los demás, como si nada hubiera cambiado[10].

Samuel y Rachel

Samuel Sagan nació en Kamenets-Podolsk –solo a menos de 200 kilómetros al sudeste de Sasov–, hijo de Louis Sagan y Etta Lisenbaum. Como Carl contó, Sagan era un título judío de nobleza derivado del nombre del rey acadio Sargón, del siglo XXIV a.C. «En hebreo moderno», explicó Carl en una ocasión, «“Sagan” significa“teniente”: un ejemplo del deterioro de los títulos de nobleza con el tiempo» [11].

La nobleza de la familia Sagan estaba realmente de capa caída. Cuando tenía unos cinco años, Samuel Sagan dejó atrás a sus empobrecidos padres para mudarse a Estados Unidos con sus hermanos, todos con el apoyo económico de su tío George, de solo unos diecisiete años[12].

Esta joven familia tuvo que arrostrar no solo los prejuicios de los angloestadounidenses, sino también los de los judíos establecidos de Nueva York, temerosos de que la llegada de personas pobres y sin educación como los Sagan no hiciera más que inspirar el antisemitismo de los estadounidenses. Samuel decidió labrarse un porvenir. Puso sus miras en un título universitario de farmacéutico[13]. En la Universidad de Columbia era conocido por su habilidad en la mesa de billar. Según explicó, no podía permitirse perder dinero apostando, así que tenía que ser lo bastante bueno para ganar a la clase de estudiantes que podían permitirse perder dinero[14]. Esta carrera de pícaro duró dos años[15]. Finalmente, la Depresión lo obligó a abandonarla y buscarse un empleo de verdad.

Samuel era un tipo delgado de rasgos corrientes, salvo por la llamativa cabellera roja que le cubría la cabeza: se le conocía por «El Rojo» y «El Suertudo»[16]. En una fiesta conoció a la encantadora Rachel Gruber. Fue amor a primera vista. Se casaron en Brooklyn el 4 de marzo de 1933. Hasta donde sus hijos pudieron saber, Samuel y Rachel nunca se cansaron el uno del otro en todo su largo matrimonio[17]. Representaban un caso de atracción de temperamentos opuestos.

Un «recuerdo definitorio» de uno de sus miembros tuvo lugar con la familia a la mesa. Rachel trajo un nuevo plato y le preguntó ansiosa a Samuel si le gustaba. Samuel tomó un pequeño bocado. Sin apenas permitirse el lujo de tragar, anunció: «Riquísimo».

«¡PERO SI NI SIQUIERA LO HAS PROBADO!», chilló Rachel[18].

Rachel era «gritona»[19]. Mujer inteligente y ambiciosa, parecía limitada por las cuatro paredes de su piso de Brooklyn. Su afilado ingenio era famoso en todo su círculo de familiares y amigos. La gente guardaba sus cartas[20]. Destilaban un intenso deleite, casi como el de Jane Austen, con las personas que fracasaban en el intento de vivir a la altura de las expectativas puestas en ellas por la sociedad.

Rachel era de naturaleza competitiva. Desde la infancia siempre estuvo intentando superar los logros de los hijos de Rosie. Se tomó como una afrenta cuando una medio hermana dio a luz una hija de cabello rojo intenso (como si esto fuera una razón para poner en duda la fidelidad de Sagan «El Rojo» o «El Suertudo»)[21]. En los años posteriores, sus medio hermanas se mantendrían bien informadas de los éxitos del hijo de Rachel.

Samuel era menos apasionado que Rachel, aunque tal vez más compasivo[22]. Él era un mensch[23]: un gran bromista más que un gran ingenio; un hombre capaz de sacrificarse en silencio[24]. Tuvo que hacer algunas concesiones. Trabajó como acomodador en un cine[25], luego en la empresa de George Sagan, la Fábrica de Abrigos Femeninos de Nueva York[26]. Samuel comenzó como cortador. Manejaba una sierra eléctrica, una maravilla de la era de las máquinas tan eficaz y peligrosa como las de Tiempos modernos. La máquina cortaba docenas de capas de tela a la vez conforme a cualquier patrón que se deseara. De los rollos de tela cortada se encargaban luego filas de eficientes mujeres sentadas ante máquinas de coser. Hoy en día nos escandalizaría la forma en que en aquella fábrica se explotaba a los trabajadores. La ventaja era que a las mujeres de la familia Sagan nunca les faltaron abrigos[27].

Samuel y Rachel vivieron en Bensonhurst, Brooklyn, donde sucesivamente ocuparon pisos en la calle Bay 37[28] y en Bay Parkway[29]. Era un barrio bien cuidado, de familias judías e italianas de clase obrera. Había todavía bastante espacio abierto para que algunos de los italianos se dedicaran a la horticultura en solares vacíos[30].

Aunque no había mucha «casa» de la que ocuparse, Rachel la mantenía limpia y bien ordenada. Estaba decidida a que la familia disfrutara de comidas saludables, atractivas y kosher[31]. Uno de los menús favoritos de la familia Sagan consistía en pescado a la parrilla o al horno, huevos con espinacas y verduras con manteca. Para rematar la comida, habría generosas raciones de pudín de chocolate[32].

La Depresión enseñó a Rachel a mirar el dinero. Nunca perdió el hábito del ahorro. En un viaje a Europa hacia el final de su vida, confesó que por fin podía gastar sin sentimiento de culpa debido a que el dinero extranjero parecía de juguete[33].

El 9 de noviembre de 1934 Rachel dio a luz un niño, Carl Edward Sagan. Existen dos explicaciones del nombre Carl. Una es que era el nombre del abuelo de Rachel, Calónimos… del que Carl sería un razonable equivalente en inglés. Otra es que se le dio un nombre similar al de la madre de Rachel, Chaya. El Edward procedía del británico Edward, Eduardo, duque de Windsor.

El niño fue brillante, guapo y amable casi desde la primera infancia. Rachel lo adoraba. Le preocupó que no caminara sin ayuda hasta los trece meses[34]. Nunca dejó de inquietarla que estuviera demasiado flaco.

Rachel «seguía las recetas para la nutrición infantil recomendadas por el Departamento de Agricultura de EEUU como si las hubieran bajado del Monte Sinaí», escribió Carl más tarde. «Nuestro ejemplar del libro del gobierno sobre la salud infantil se había reencuadernado repetidamente conforme sus páginas se desprendían. Las esquinas estaban destrozadas. Los consejos clave estaban subrayados»[35]. Estos manuales del gobierno convencieron a Samuel y Rachel de abandonar el tabaco… no por su salud (los cigarrillos aún se promocionaban como alternativa saludable a los dulces), sino a fin de destinar los centavos ahorrados a suplementos vitamínicos para Carl.

Samuel y Rachel crearon asimismo oportunidades para nutrir la mente de Carl. La familia realizó excursiones al Museo Estadounidense de Historia Natural y al Planetario Hayden en Manhattan. A Carl le gustaban las balanzas trucadas para mostrar cuánto pesaría uno en otros mundos. Para el niño de menos de veinte kilos de peso había algo reconfortante en subirse a la balanza de Júpiter y ver cómo la aguja registraba sus buenos 45 kilos largos.

La prueba de la realidad

Carl seguía delgado, pese a todas las vitaminas y el pudín que tomaba. Era tan tímido que Samuel probablemente se alegró más que enfadó cuando se peleó con un chico del vecindario. Carl golpeó con su puño el escaparate de la tienda de Schechter y necesitó dos puntos de sutura[36]. Él era consciente de que tenía una naturaleza dual[37]. Por un lado, a Carl le gustaba apartarse y dedicar tiempo a los temas que le interesaban. A esto se oponía una veta competitiva como la de su madre. Se esforzaba por sobresalir en los juegos callejeros del stickball[38], el balonmano y el baloncesto. (Como espectador, él y Samuel eran seguidores de los Yankees, a pesar de residir en Brooklyn[39].)

Cuando ingresó en la Escuela de Enseñanza Primaria del 101 de Brooklyn, sus intereses tendían en general hacia la fantasía: los tebeos, los mitos griegos, las estrellas, los dinosaurios, los grandes números, la magia. Cuando tenía cinco años, su padre le dijo que la lista de los números era infinita: «Siempre se puede añadir uno más», le explicó. Al oírlo, Carl decidió escribir todos los números del 1 al 1 000. El ahorrativo Samuel le ofreció una de las caras de una vieja caja de camisas. Eran de un gris sin blanquear un poco menos oscuro que la marca que un débil lápiz dejaba en ellas. Carl comenzó a escribir con entusiasmo. Al final, Rachel insistió en que era hora de que se bañara. Aún no había llegado al 200. Samuel se ofreció a seguir escribiendo números si Carl tomaba su baño. Cuando Carl salió del baño, su padre había llegado casi al 900. Carl tomó el relevo y llegó a 1 000 aquella noche, solo un poco después de la hora de irse a la cama[40].

Esta fascinación por los números desembocó en la afición de Carl por la filatelia. Uno de sus tesoros más preciados era un sello emitido durante la hiperinflación alemana de 1923 por valor de 50 billones de marcos alemanes[41].

* * *

Las estrellas desconcertaban a Carl. «Podía verlas a cualquier hora que hubiera que irse a la cama en invierno, y en Brooklyn parecían como fuera de lugar»[42]. Cuando preguntaba qué eran las estrellas, le decían que simplemente eran luces en el cielo. «¿Como lamparitas colgadas?», se preguntaba. «¿Y para qué?». La inutilidad de estas lámparas, allá arriba en el aire de la noche, le provocaba una sensación melancólica[43].

Carl fue a la biblioteca de la calle 85 y pidió un libro sobre las estrellas. El bibliotecario le dio uno sobre Clark Gable, Jean Harlow y gente así. Él protestó y consiguió la clase adecuada de libro. Ante él se abrió un mundo lleno de encantos.

Lo que lo enganchó fue la afirmación de que las estrellas eran soles: tan grandes y brillantes como nuestro propio Sol, reducidas a la condición de puntitos titilantes por abismos de años luz y el fenómeno atmosférico del centelleo. La inmensidad del universo, y la consecuente insignificancia de todo en el ámbito humano, lo asombró.

Carl se encontró con el concepto de vida en otros planetas con no más de ocho años de edad, cuando precozmente dedujo que las otras estrellas debían de tener planetas, como nuestro Sol. (Casi con toda seguridad, de alguna forma estuvo expuesto a la idea antes de eso. Leía con avidez y coleccionaba tebeos, incluido Superman… después de todo un extraterrestre[44].)

A los nueve más o menos, Carl descubrió las novelas de ciencia ficción de Edgar Rice Burroughs, ambientadas en Marte y hoy en día anticuadas. Devoró títulos como Thuvia, La muchacha de Marte, Los ajedrecistas de Marte y Los caudillos de Marte[45]. Se habían escrito más o menos hacia el cambio de siglo, cuando el excéntrico astrónomo estadounidense Percival Lowell estaba cartografiando afanosamente los canales de Marte. En la imaginación de Burroughs, la vida extraterrestre conllevaba rebaños de bestias de ocho patas y amazonas. Sus ilustradores presentaban a estas con escotes generosos. Los habitantes de Marte llamaban al planeta Barsoom. A Carl le gustaba la frase «las vertiginosas lunas de Barsoom»[46].

Aproximadamente en la misma época en que se despertó su interés por la astronomía, Carl vio el estreno original (1940) de Fantasía, de Disney. La película constituyó su primera exposición prolongada a la música clásica, los animales prehistóricos y la mitología[47]. Todos ellos se convirtieron en temas de absorbente interés. En sus libros de astronomía se enteró de que en el cielo nocturno había centauros y héroes mitológicos. Aprendió por su cuenta a identificar las constelaciones[48], y se las señalaba a su familia. Así fue como absorbió buena parte de la mitología grecorromana.

Fue gracias al mito como las dotes académicas de Carl fueron reconocidas por primera vez. Un día se pidió a los estudiantes que dieran charlas improvisadas sobre un tema de su elección. Carl escogió la mitología griega y romana. Uno tras otro fue hilvanando mitos, estableciendo perspicaces conexiones y dibujando diagramas en las pizarras. Los conocimientos del niño parecían infinitos. Llenó todas las pizarras del aula.

Después de aquello, la escuela informó a Samuel y Rachel de que su hijo era superdotado y podría resultarle beneficioso asistir a una escuela privada. Los Sagan se negaron a esto, no se sabe si debido al coste o por una cuestión de principios[49]. Carl permaneció en escuelas públicas. Debido a su excepcional capacidad, se le permitió saltarse varios cursos[50].

A Carl le intrigaba la línea a veces muy fina que separaba la realidad de la fantasía. El héroe de Burroughs era un caballero de Virginia llamado John Carter, que era capaz de viajar a Marte solo mirando al planeta en el cielo y deseando trasladarse allí. Carl lo intentó una noche en un solar vacío de Brooklyn[51]. En las viñetas de los tebeos había un mago, Zatara, que podía hacer magia dando órdenes enunciadas del revés. Carl intentó hacer levitar piedras diciendo «etavéle, ardeip»[52].

Una prueba de la realidad de índole diferente sucedió en el curso de una reunión familiar celebrada unos años más tarde. El abuelo Leib preguntó a Carl qué quería ser de mayor. «Astrónomo», respondió Carl con aplomo. La reacción de Leib fue: «Sí, pero ¿cómo te ganarás la vida?».[53] 

Las frías aguas del río Bug habían desengañado a Leib de cualquier ilusión sobre lo que era ganarse la vida. Carl no podía desestimar las severas palabras del patriarca. A partir de entonces, sus sueños de una carrera en astronomía tuvieron que reservar todos los días un margen para un fastidioso trabajo en el comercio textil o como vendedor puerta a puerta. Con las propinas que ahorró se compró un telescopio. Entonces pudo pasar las noches en diligentes observaciones, hecho todo un astrónomo.

Carl y Carol

El año en que Carl cumplió siete años, Rachel dio a luz una niña. Carl estudió el asunto y decidió que el nombre de su nueva hermana sería tan parecido al suyo como fuera posible. Como el nombre de chica más próximo a Carl escogió Carol. Rachel llamó a su hija Carol Mae Sagan.

El primer recuerdo que Carol conserva de Carl comienza con una amiga que la retó a bajar con su triciclo por una calle demasiado empinada de Brooklyn. Carol aceptó el desafío, se cayó del triciclo y resultó gravemente herida. Su hermano apareció de no se sabe dónde, la levantó del suelo con cuidado, tan poco preocupado por mancharse de sangre como por las letras compartidas de sus nombres. Carl le pareció a Carol fuerte y valiente, casi un adulto. No podía tener mucho más de doce años[54].

* * *

Rachel fue una madre difícil para Carol. Hacía poco por ocultar su preferencia por Carl y por el sexo masculino en general. Carol fue una niña guapa que se convirtió en una adolescente más bien torpe. Rachel trató esto como si fuese un pecado capital. Tenía en muy poca consideración a las mujeres que no fueran atractivas[55].

Según Rachel, para una mujer constituía un deber ser guapa, popular, ingeniosa y atractiva… para los hombres. Rachel llevaba el pelo teñido de un rubio elegante[56]. Cada día, antes de que Samuel regresara a casa del trabajo, se arreglaba y se maquillaba[57]. Todas las noches, antes de meterse en la cama, se ponía crema fría en el rostro. (En una ocasión, a Carl le extrañó encontrarse con una cerveza en el baño. Era el «ingrediente secreto» en un tratamiento de belleza al que Rachel sometía su cabello[58].)

Por suerte, Samuel quería a sus dos hijos por igual. («Estoy cuerda gracias a mi padre», dice Carol hoy[59]). Samuel estaba siempre en la posición de ser el «portavoz» de Rachel que ofrecía excusas por el comportamiento de una mujer a la que, de hecho, amaba profundamente.

Muchas de las historias que los miembros de la familia cuentan sobre Rachel muestran que tenía facilidad para la ingeniería creativa de la verdad. Cuando al pequeño Carl se le metió en la cabeza no comer champiñones –pues no podía soportar ese nombre tan sensiblero[60]–, Rachel comenzó a decirle que eran cebollas. Durante un tiempo, en casa de los Sagan a los champiñones se los llamó cebollas. Carl no descubrió el engaño hasta que inocentemente pidió «cebollas» en un restaurante[61].

Un día, mientras los niños estaban en la escuela, el canario de Carol murió. Rachel salió a toda prisa, compró un pájaro idéntico y sustituyó con él al muerto en la jaula. Convencida de que la familia nunca se daría cuenta, no dijo nada. Esa noche, Carol se acercó a la jaula para dar de comer al querido Petey. El pájaro se puso a revolotear presa del pánico[62].

Aunque no era feminista, en muchos respectos Rachel era de mentalidad abierta. Cuando estaba en uno de los primeros cursos de secundaria, Carl obtuvo permiso para invitar a un amigo a cenar en casa. Rachel se sorprendió cuando el amigo llegó. Era negro, como muchos de los compañeros de clase de Carl en Brooklyn. Luego le preguntó a Carl por qué no había mencionado la raza del muchacho. Carl dijo que no se le había ocurrido; no parecía importante. Rachel se maravilló de esto como una demostración de la naturaleza espiritual del chico, a la vez que lo encontró laudable[63].

* * *

Una tarde en el piso, Rachel miró por la ventana la vista de Gravesend Bay y anunció: «Ahí fuera hay gente que lucha, y se matan unos a otros».

«Ya lo sé», mintió Carl. «Puedo verlos.»

«No, no puedes», corrigió Rachel. «Están demasiado lejos»[64]. Antes de que la pelea acabara, los nazis habían exterminado a la población judía de Sasov fusilándola y quemando sus casas. Hoy en día no queda casi nada del pasado judío del pueblo[65].

[1] Gruber mató con sus manos a un hombre: Ann Druyan, entrevista.

[2] Shtetl: en yidis, «aldea» de población mayoritariamente judía. [N. del T.]

[3] Gruber pasaba el río a los viajeros: Dorion Sagan, comunicación personal.

[4] Gruber se disfrazó con ropa de mujer: Dorion Sagan, comunicación personal.

[5] Los Gruber vivían en el n.º 230 de la calle 7 Este: «Lista o manifiesto de pasajeros extranjeros para el funcionario de Inmigración de EEUU en el puerto de llegada» del Batavia.

[6] Certificado y registro de la defunción de Annie Gruber, aportado por Brian Neil Burg. No está claro si «Annie» fue un error burocrático u otro nombre adoptado por Chaya/Clara. La dirección y el nombre del padre y de la madre confirman que se trata del certificado de defunción de Chaya.

[7] Tobi al orfanato, Rachel en un barco al este: entrevista con Druyan.

[8] Rachel al cuidado de las hermanas de Leib en Austria: Dorion Sagan, comunicación personal.

[9] El sobrenombre «cabeza de piojos» de Rachel: ibid.

[10] Rachel se negó a aceptar a Rosie como madre: entrevista con Cari Greene.

[11] Thomas, 1963, p. 185.

[12] Samuel tenía unos cinco años, George unos diecisiete: Greene, entrevista.

[13] Samuel quería ser farmacéutico: Greene, entrevista.

[14] Samuel ganaba a estudiantes que se podían permitir perder al billar: Samuel Sagan le contó esto al amigo de Carl, Timothy Ferris, entrevista.

[15] Samuel pasó dos años en Columbia: Swift, 1990, p. 216.

[16] A Samuel se le conocía por «El Rojo» y «El Suertudo»: Dorion Sagan, comunicación personal.

[17] Samuel y Rachel nunca se cansaron el uno del otro: Greene, entrevista.

[18] Nick Sagan, entrevista.

[19] Lu Nahemow, entrevista.

[20] La gente guardaba las cartas de Rachel: Greene, entrevista.

[21] La competitividad de Rachel; reacción a la medio sobrina pelirroja: Dorion Sagan, comunicación personal.

[22] Samuel era menos apasionado, aunque más compasivo: Greene, entrevista.

[23] Mensch: en alemán «hombre», «ser humano», pero en inglés «persona de bien». [N. del T.]

[24] David Grinspoon, entrevista.

[25] Samuel trabajó como acomodador: Sheff, 1991, p. 88.

[26] Luego en la Fábrica de Abrigos Femeninos de Nueva York: Greene, entrevista.

[27] A la familia Sagan nunca les faltaron abrigos: ibid.

[28] Samuel y Rachel vivieron en la calle Bay 37: ibid.

[29] Luego en Bay Parkway: Druyan, entrevista. Nadie de la familia tiene ahora certeza acerca de las direcciones exactas. La impresión de Druyan era la de que los dos pisos de Brooklyn estaban en Bay Parkway, uno de ellos en el 8614 de Bay Parkway. Ya siendo adulto, en una ocasión Sagan visitó con Annie el piso de Bay Parkway, a cuyos inquilinos se presentó personalmente.

[30] Descripción de Bensonhurst: New York City Guide, Nueva York, Random House, 1939, p. 470.

[31] Kosher: en hebreo «apto», «apropiado», «como es debido». Se aplica a los alimentos preparados conforme a la religión judía. [N. del T.]

[32] Pescado a la parrilla, espinacas, pudín: Greene, entrevista.

[33] El hábito del ahorro en Rachel; el dinero europeo: Nahemow, entrevista.

[34] Carl no caminó hasta los trece meses: carta de Rachel Sagan a Cari y Bill Greene del 10 de febrero de 1971, en posesión de Cari Greene.

[35] The Demon-Haunted World, 1996, p. 359 [ed. cast.: p. 409].

[36] La pelea de Carl, la tienda de Schechter: ibid., p. xi [ed. cast.: p. 7]

[37] La naturaleza dual de Carl: véase Thomas, 1963, pp. 185-186.

[38] Stickball: una especie de béisbol simplificado. [N. del T.]

[39] Carl y Samuel eran seguidores de los Yankees, no de los Dodgers: Greene, entrevista.

[40] Carl escribió todos los números del 1 al 1 000: The Demon-Haunted World, 1996, pp. xii-xiii [ed. cast.: pp. 8-9].

[41] La colección de sellos de Carl: Druyan, entrevista.

[42] Cooper, 1976a, p. 70.

[43] Cosmos, 1980, p. 168 [ed. cast.: p. 168].

[44] Tebeos de Superman: Greene, entrevista.

[45] Carl devoraba títulos de Burroughs: The Cosmic Connection, 1973, p. 101 [ed. cast.: p. 108].

[46] Ibid., p. 102 [ed. cast.: p. 109]

[47] Fantasía, la mitología, la música clásica: Greene, entrevista; Sweeney, 1982. Los animales prehistóricos: Thomas, 1963, p. 185.

[48] Carl aprendió a identificar constelaciones: Greene, entrevista.

[49] Charla de Carl sobre mitología; sugerencia de una escuela especial: ibid.

[50] Carl se saltó cursos: Steele, 1987, p. 22.

[51] Carl intentó transportarse a Marte: Golden y Stoler, 1980, p. 66.

[52] Anécdota de Zatara: The Demon-Haunted World, 1996, pp. 14-15 [ed. cast.: pp. 28-29].

[53] Goodell, 1977, p. 167; The Cosmic Connection, 1973, p. vii [ed. cast.: p. 7]; Greene, entrevista; Baur, 1975, p. 30.

[54] Accidente de Carol con el triciclo: ibid.

[55] A Rachel no le gustaban las mujeres que no eran atractivas: ibid.

[56] El pelo teñido de rubio de Rachel: Greene, entrevista.

[57] Rachel se arreglaba y se maquillaba: The Demon-Haunted World, 1996, p. xii [ed. cast.: p. 8].

[58] La cerveza en el baño: Dorion Sagan, comunicación personal.

[59] Greene, entrevista.

[60] «Champiñón», en inglés, se dice mushroom, literalmente una composición de «espacio» (room) y «papilla» (mush, pero que coloquialmente también significa «sensiblero»). [N. del T.]

[61] Los champiñones y las cebollas: Dorion Sagan, comunicación personal. Dorion dice que Carl tal vez era ya un adolescente cuando desentrañó el embuste.

[62] Sustitución del canario: Greene, entrevista. Esto sucedió tras el traslado de la familia a Rahway, Nueva Jersey.

[63] Carl invitó a un amigo negro a cenar: Nahemow, entrevista.

[64] The Demon-Haunted World, 1996, p. xii [ed. cast.: p. 8].

[65] Exterminio de los judíos de Sasov por los nazis: Brian Neil Burg, entrevista.