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Siglo XXI

José Carlos Bermejo Barrera

La tentación del rey Midas

Para una economía política del conocimiento

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¿Qué papel desempeña la economía en la ideología? ¿Qué función cumplen los intelectuales? ¿Qué pintan las universidades en el mercado económico? ¿Cuál es la función de la producción de conocimiento? El imparable avance del formalismo en el pensamiento económico, político, filosófico nos distancia de la historicidad y complejidad de lo real, cuya base fue y continuará siendo la realidad concreta vivida en sus contradicciones, y para cuya ayuda contamos con el legado de los grandes pensadores del pasado.

La tentación del rey Midas es un libro en contra de la abstracción, pero a favor del pensamiento; intenta contribuir al análisis de la realidad económica, social y política, partiendo del principio de que cualquier tipo de conocimiento solo puede captar una fracción de la realidad y de que la realidad, previa a los conceptos e inabarcable por ellos, acaba siempre por salir a la luz en el choque de contradicciones y relaciones sociales y de producción.

José Carlos Bermejo Barrera, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Santiago, es autor de más de treinta libros en los campos de historia de las religiones, la filosofía de la historia y el ensayo. Entre ellos cabe destacar: Moscas en una botella (2007), La fábrica de la ignorancia (2009), La maquinación y el privilegio (2011), La verdadera historia de la humanidad nunca jamás contada ni dibujada (2011), Los límites del lenguaje (2011) y, en Siglo XXI de España, La consagración de la mentira (2012).

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Santi Jiménez

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© José Carlos Bermejo Barrera, 2015

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2015

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28760 Tres Cantos

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Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

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ISBN: 978-84-323-1779-8

PRÓLOGO

Este es un libro en contra de la abstracción, pero a favor del pensamiento; es un libro que intenta contribuir al análisis de la realidad económica, social y política, partiendo del principio de que cualquier tipo de conocimiento solo puede captar una fracción de la realidad y de que esta, anterior a los conceptos e inabarcable por ellos, acaba siempre por salir a la luz en el choque de las contradicciones y relaciones sociales y de producción.

Partiendo de la reivindicación de la economía política como único modo de análisis simultáneo de las relaciones económicas, sociales, jurídicas y políticas, se analizan en una serie de capítulos los conceptos básicos del análisis económico o del pensamiento político, estableciendo un claro contraste entre el formalismo matemático de la teoría económica y el análisis de la economía como sistema físico de producción, circulación y consumo de mercancías reales. Es ese formalismo el que ha permitido el triunfo del pensamiento neoliberal y ha creado las nociones ilusorias de economía y sociedad del conocimiento, que no solo están consiguiendo arruinar la economía real, sino también destruir los sistemas educativos en todos y cada uno de sus niveles.

El papel de los intelectuales y el de las instituciones educativas, claves para lograr el triunfo de una ideología, es analizado en el caso de las universidades y su formulación neoliberal como instrumentos al supuesto servicio del mercado, sacando a la luz las contradicciones económicas y la vaciedad del discurso en las que se mueven sus gobernantes. Este es también el caso de los intelectuales –sobre todo los filósofos– que además de haber renunciado a cambiar el mundo también han renunciado a pensarlo, al definir a la filosofía como sierva de la empresa y el mercado en la sociedad del conocimiento, de lo que se muestran notorios ejemplos.

El imparable avance del formalismo en el pensamiento económico, político, filosófico –que está encarnado en la imposición de la filosofía analítica unida al dominio exclusivo del idioma inglés– se plasma igualmente en la idea de que la teoría física tiene que ser la clave de la comprensión de todo tipo de fenómenos, entrando así en contradicción consigo misma y asumiendo el papel que tradicionalmente correspondía a la metafísica o a la teología. Es por esta razón por la que el análisis de la pseudohistoricidad del universo se analiza en este libro dentro del mismo marco de crítica del pensamiento formalista y reivindicación de la historicidad y complejidad de lo real, cuya base fue, y continuará siendo, la realidad concreta vivida en sus contradicciones, y para cuya ayuda contamos con el legado de los grandes pensadores del pasado[1].

[1] Deseo agradecer a mi editor Alejandro Rodríguez el trabajo realizado en la preparación y lectura de este texto. Su dedicación y su competencia hacen de él el editor ideal que desearía todo autor.

INTRODUCCIÓN

El camino hacia la abstracción

Vamos a comenzar contando una pequeña historia.

La historia de Juan Nadie

Hace no muchos años en un país de cuyo nombre podría acordarme, tras acudir a su asesor financiero, Juan Nadie decidió invertir sus únicos 1.000 euros en la compra de un instrumento financiero denominado «Star 9 mm. Parabellum». Con él acudió a un banco con el fin de enseñárselo primero al cajero y luego al director de la sucursal, que, a cambio de su contemplación, debían ofrecerle un crédito de alto riesgo y alta rentabilidad reembolsable en plazo infinitamente diferido –o sea, nunca– por valor de 1.000.000 de euros. Como todo buen cliente, Juan Nadie fue despedido por el director con un apretón de manos mientras se llevaba su dinero en una bolsa de deportes.

El director bancario, henchido de satisfacción y habituado a llevar una doble contabilidad según el uso consagrado por la costumbre, comunicó a su compañía de seguros que le habían robado 2.000.000 de euros, con lo que consiguió una rentabilidad del 100 por 100 en la concesión del crédito de Juan Nadie, que a su vez había obtenido otra del 10.000 por 100 con su nuevo instrumento financiero. Asombrado por la rentabilidad obtenida en esta nueva acción de emprendimiento, decidió crear una franquicia en la que los emprendedores recibirían los instrumentos de crédito Star 9 mm. Parabellum y a cambio pagarían una comisión anual a la casa madre. Así el negocio creció, los emprendedores conseguían altísimas rentabilidades con sus créditos de devolución infinitamente diferida, los bancos engañaban a las compañías de seguros, que a su vez titulizaban, o sea, emitían acciones de deuda colateralizada, que se vendía en minúsculos paquetes a pequeños ahorradores y pensionistas del todo el mundo empaquetadas con otros instrumentos financieros en hedge funds. Gracias a ello la bolsa conoció años de esplendor y su burbuja se hinchaba a la par que la inmobiliaria.

Juan Nadie se dio cuenta de que su nuevo instrumento financiero de alta rentabilidad de devolución infinitamente diferida tenía un punto de saturación, o lo que es lo mismo, que llegaría un momento en el que dejaría de funcionar. No porque hubiese cada vez más emprendedores, pues ello favorecía la creatividad del mercado bursátil, sino porque ese instrumento financiero era en realidad un instrumento asimétrico unilateralmente convertible. Para que lo comprenda el inversor medio, y luego no se lleve a engaño cegado por su ingenuidad y su avaricia, pondremos un sencillo ejemplo. Si en los mercados dos agentes económicos libres interactúan con dos instrumentos financieros Star 9 mm. Parabellum, la convertibilidad del producto es de liquidez nula, pues la mutua contemplación de los dos productos entre dos clientes no se transforma en crédito de devolución infinitamente diferida, sino en la posibilidad de que lo que se anule sean los dos agentes financieros, siendo así su suma un cero.

Antes de alcanzar el punto de saturación del nuevo instrumento financiero, Juan Nadie decidió titularizarlo también, vendiéndose las acciones de su franquicia emprendedora en paquetes ocultos en los hedge funds que vendían los propios bancos a los que acudían a su vez los inversores de la empresa de Juan Nadie acompañados siempre de sus instrumentos financieros Star 9 mm. Parabellum. Las acciones crecieron con la burbuja, y como cada vez subían más, Juan Nadie y sus socios fueron transformando en títulos todo el capital líquido de alta rentabilidad que tan amablemente le concedían cada día los directores de las sucursales bancarias, cuyos bancos emitían a su vez acciones basadas en sus balances falseados y prestaban cincuenta euros por cada euro propio, si es que les quedaba alguno y no lo habían invertido todo en acciones propias o de Juan Nadie S. A.

Como los bancos cada vez tenían más acciones y menos dinero decidieron convencer a jubilados, amas de casa y pequeños ahorradores de que cambiasen su dinero líquido por acciones preferentes de convertibilidad indefinidamente diferida, lo que fueron haciendo porque la mayor parte de ellos no disponían de los instrumentos financieros de Juan Nadie, que daban instantáneamente esas rentabilidades tan elevadas. Economistas, matemáticos financieros, premios Nobel de economía, gobiernos y autoridades monetarias mundiales aseguraron que este modelo financiero nunca se saturaría, hasta que un día un banco quebró y, tras él, otro y otro, y se descubrió que ya nadie tenía dinero líquido, ni siquiera Juan Nadie y asociados, que ya ganaban más en bolsa que con su instrumento financiero propio.

No pasó casi nada, porque los bancos eran tan importantes que fueron rescatados con el dinero público de las nóminas de los pensionistas y ahorradores, que ahora tenían muchas acciones que no valían ya nada, porque nunca habían valido nada, porque los bancos tenían falsificados todos sus balances, como ocurrió el primer día en el que Juan Nadie utilizó su nuevo instrumento financiero. Juan Nadie su salvó, porque como tenía muchas acciones, en su momento había entrado en un consejo de administración y había sido indemnizado con una cifra millonaria. Disolvió su franquicia financiera alegando saturación de convertibilidad líquida en el futuro inmediato y, como había convertido su dinero en francos suizos, ahora vive en Ginebra. En el salón de su mansión hay una vitrina que atesora un objeto con la siguiente inscripción: Star 9 mm. Parabellum.

¿De qué trata este breve relato? ¿Es un cuento de gánsteres? ¿Es una crónica disparatada de algo irreal? En realidad es todo ello a la vez: es una crónica disparatada que narra algo muy similar a lo que ocurrió en todo el mundo con la crisis financiera de 2008 y lo hace utilizando la terminología y los conceptos que se han convertido en habituales. Unos términos y conceptos que son meras abstracciones que permiten convertir todo en dinero, como quiso hacer el rey Midas, y que presuponen que la economía financiera o especulativa, disfrazándose bajo un ropaje científico, ha conseguido doblegar a la economía real, o economía productiva, y convertir en tragedia la vida de millones personas.

Para intentar comprenderlo, tema al que estará dedicado este libro, haremos a continuación un breve esbozo en el que se pueda ver la interacción entre los conocimientos económicos y los modelos científicos de diferentes épocas, y veremos cómo en el momento presente se está dando la paradoja de que la teoría económica, que es básicamente un símil matemático construido a partir de la física, ha pasado a convertirse en una ciencia modelo y el marco de referencia único del discurso político, de todas las ciencias sociales y de la propia constitución del saber científico en el marco de la industria editorial y de la vida universitaria, concebida bajo un molde pseudoempresarial.

Economía y contabilidad

Suelen decir los grandes economistas que la teoría económica es cierta si no se refiere a la realidad y deja de serlo cuando se refiere a ella. Ello se debe a que dicha teoría que, como veremos, puede alcanzar unos desarrollos matemáticos tremendamente complejos trabaja con abstracciones como oferta, demanda, rentabilidad, salario, e intenta establecer sus correlaciones dejando al margen los contextos geográfico o ecológico, social, histórico, estratégico… con el fin de que sus ecuaciones puedan alcanzar una validez universal.

Sin embargo, a lo largo de toda la historia de la humanidad, la economía ha sido y continúa siendo una realidad material, física. Se trata del proceso de interrelación entre las sociedades humanas y sus medios ecológicos por el que obtienen todos los recursos, sean del tipo que sean, que necesitan para vivir. La economía y el desarrollo de las técnicas o, lo que es lo mismo, de las fuerzas productivas en la caza, ganadería, agricultura y artesanía se ha desarrollado a la largo de la historia sin necesidad de formalizaciones de la misma. El saber del agricultor, del herrero, el arquitecto o el constructor de barcos son sin duda muy complejos y frutos de experiencias seculares y miles de experiencias de ensayo y error. Hasta llegar a saber cómo cultivar, fundir metales o construir catedrales, dichos saberes se transmitieron oralmente de padres a hijos o en el seno de corporaciones profesionales, pero casi nunca se pusieron por escrito ni se formalizaron, como tampoco fue necesario hacerlo para administrar los bienes de una casa o un dominio señorial.

Podríamos decir que hay dos clases de economía. La economía espontánea, a la cual se refirieron los griegos cuando hicieron derivar la palabra oikonomía de oikos, casa (pues creían que una casa en la que se hacía el pan y todos los alimentos, se cocía la cerámica de uso común, se hilaba, tejía, y se podían realizar en su seno todas las actividades del agricultor o el artesano), era una realidad lo suficientemente compleja como para requerir una gran cantidad de conocimientos y el arte de coordinarlos para un fin. Esa era pues la economía, el arte de coordinar el trabajo y los bienes para conseguir el bienestar. Y eso siguió siendo a lo largo de la historia casi siempre sin necesidad de números, cálculos o expertos administradores diferentes a los propios trabajadores.

La economía fue, y es, básicamente producción y, en segundo lugar, intercambio de bienes. Pero el intercambio de bienes, como veremos en el capítulo II, depende de sus marcos sociales (Godelier, 1996). El pago de una cantidad de bienes (ganado, dinero, ropas o casas) que el padre de la novia realiza al futuro marido de su hija, otorgándole una dote, es una parte de una relación de parentesco: el matrimonio, y no tiene nada que ver con la consecución de ganado, mujeres o dinero como fruto del botín de guerra. En el mundo antiguo esas dos formas de apropiación podían proporcionar los mismos bienes, pero su lógica no tiene nada que ver, ya que no se trata de imaginarios mercados de mujeres, vacas y dinero, sino de realidades tan diferentes como el matrimonio y el botín de guerra. Y lo mismo podríamos decir, como señala el propio Godelier, de los intercambios rituales de regalos, de la transmisión de bienes a través de relaciones de hospitalidad o de las ofrendas en los santuarios.

Decía el poeta Antonio Machado que: «es de necio confundir valor y precio». La humanidad casi nunca lo hizo, los economistas actuales sí, pero no por ser necios, sino para poder satisfacer más libremente su avaricia y poder transformar cualquier bien o relación entre personas en dinero. ¿Cuándo comenzó este proceso?

Este proceso comenzó cuando nacieron la escritura, los sistemas de pesas y medidas y el cálculo aritmético y geométrico simultáneamente. Si observamos esos procesos en la China antigua, o el Próximo Oriente asiático, como se verá en el capítulo II, podríamos ver que las más antiguas formas de escritura en tablillas son meros ideogramas o pictogramas acompañados de numerales. Y esas tablillas y la escritura que contienen formaron parte de la administración de los templos y los dominios reales o imperiales.

Pondré dos ejemplos, tomados de la colección de tablillas neosumerias de la Universidad de Santiago (Molina Martos, 1992: 87-88).

La primera de ellas dice:

38 bueyes / 2 vacas / 730 carneros / y 110 ovejas / de parte de A / el zabar-dab, del gobernador / de Uru-sagrig lo tomó a su cargo / Mes IX /Año en el que Amar-Suen (fue) rey / 880 animales.

Y la segunda dice:

2 carneros cebados (para Enlil) / 2 carneros cebados (para Ninlil) / … / en el templo de Enlil / Con la autorización de A, el «copero» / Día 28 / De parte de N / ha sido expedido / En Nippur / Mes III / Año siguiente a aquel en que se cala- / fateó el barco «Dara-abzu» (de Enki).

Como se puede ver son recibos de cobros de bastante importancia a templos o autoridades civiles. Toda la escritura sumeria, acadia, jeroglífica o micénica está pensada para poder llevar a cabo la contabilidad del pago de impuestos, tributos y ofrendas.

Los escribas del Próximo Oriente, o de la china imperial, eran mucho más que amanuenses. Eran funcionarios administradores de bienes y contables. En su formación, además del dominio de la escritura, estaba el cálculo aritmético y geométrico. Como los faraones, emperadores o reyes podían movilizar una gran fuerza de trabajo para las obras públicas, un escriba debería saber resolver problemas como los siguientes en el Egipto faraónico:

– Calcular, midiendo con cuerdas la superficie de los contornos de una parcela, la extensión y la cantidad de cereal que se puede cobrar como renta de ella.

– Calcular las raciones de cereal, cerveza, sandalias o tejidos que necesita un contingente de un determinado número de trabajadores para realizar un trabajo concreto en una obra pública.

– Calcular, en el caso de los escribas de Mesopotamia, cuantos ladrillos de barro cocido o crudo son necesarios para construir una plataforma de unas determinadas medidas.

Los escribas eran los encargados de elaborar catastros en todas estas culturas (en la cultura micénica también). También a ellos les correspondía elaborar los censos de población, que otras culturas antiguas como la hebrea tardaron en comprender. Recordemos que Yahvé castiga al Rey David con la peste para el pueblo judío por haber ordenado la realización de un censo de población. Los profetas judíos entendían que ello suponía un pecado de orgullo, pues el rey de este modo podía exhibir ante Dios el poder de sus ejércitos y su potencial económico al conocer el número de sus súbditos.

Los catastros, censos, cálculos de cantidades de rentas a cobrar por todas las cosechas –como se podrá ver en el capítulo II– son la base del poder económico y militar de sacerdotes, reyes y emperadores. Pero todos ellos son imposibles sin la medida del tiempo.

Como se puede ver en nuestras tablillas, en los dos casos hay referencias cronológicas muy precisas. Y es que junto con la escritura nacieron los sistemas numéricos de cómputo del tiempo: los calendarios. El calendario es necesario para coordinar los días de las movilizaciones de trabajadores para las obras públicas, del pago de las rentas y del cálculo de la fuerza de trabajo. Por eso lo desarrollaron los egipcios, mesopotámicos y chinos, y por eso estas culturas, junto con la aritmética y la geometría, tuvieron que desarrollar la astronomía.

Sin embargo existen dos aspectos muy diferentes en la historia de los calendarios y sistemas de cómputos del tiempo: el económico y el ritual.

Todas las culturas regulan la medición del tiempo a partir de la sucesión de ritmos naturales, de los que el más evidente es la sucesión del día y la noche o la sucesión de las estaciones. Estos ritmos están unidos a ciclos biológicos humanos: fertilidad, embarazos, nacimiento y muerte; y ciclos vegetales o animales: ritmos de las cosechas, de las migraciones de los animales. Fue a partir del conocimiento de esos ciclos naturales en la agricultura y la ganadería, la pesca o la navegación como se reguló espontáneamente la actividad económica en la mayor parte de las culturas.

Pero además de la actividad económica, el calendario se estructuraba por ritmos sociales y religiosos. Nuestro sistema de la semana de siete días es un buen ejemplo de ello, y su historia ha sido estudiada por Eviatar Zerubavel (1985). Su origen no es económico, sino ritual y nace la semana en el judaísmo, pasando de él al cristianismo y luego al islam. El ritmo ritual de la semana no existió en el mundo antiguo, en cuyos calendarios, conservados en inscripciones o textos literarios, podemos ver cómo los meses son denominados por sus principales festividades religiosas o por los nombres de los propios dioses. Veremos a lo largo del libro cómo la reforma de esos calendarios en Atenas y la creación de un calendario cívico por parte de Clístenes asumió un importante carácter político, que luego imitarían los revolucionarios franceses cambiando los nombres de los meses del año.

Una cosa es pues el tiempo de la economía, o sea el de la producción o el tiempo fiscal del cobro de rentas y organización de las corveas, y otra el tiempo ritual, que regula la vida social y religiosa. Solo el tiempo de la economía fiscal fue objeto de formalización y cálculo, junto con la medida de las cantidades y superficies. ¿Supuso ello el nacimiento de la primera vinculación entre ciencias y economía? Solo parcialmente, aunque en la actualidad se tiende a insistir machaconamente en ello.

Las historias de las ciencias exactas en la Antigüedad no dejan de insistir en que en el Próximo Oriente se sabían hacer cálculos aritméticos y medir superficies y volúmenes, así como elaborar minuciosas tablas de observaciones astronómicas. Sin embargo, egipcios, mesopotámicos o chinos no fueron capaces de crear la geometría científica porque no desarrollaron el arte de la demostración y la formulación de teoremas. Lo hicieron, por el contrario, los griegos, pero no para propósitos prácticos, sino solo dentro del ámbito de la filosofía, y no deja de llamar la atención que uno de los mayores logros de la mente humana en su camino hacia la abstracción: la invención del cero, que los matemáticos griegos fueron incapaces de concebir, sea un logro de la antigua India y se relacione más con su metafísica que con las necesidades del cálculo fiscal.

Podríamos concluir afirmando que el nacimiento de la contabilidad forma parte de la historia del desarrollo del control político y la explotación económica, pero no de la historia de las ciencias, más que a un nivel meramente secundario. Los grandes sistemas contables, unidos a las escrituras cuneiforme, jeroglífica o micénica, desaparecieron a la par que esas escrituras y cuando desaparecieron esas economías tributarias que analizaremos en el capítulo II. Así pues, la contabilidad es una parte del arte del dominio y su contribución a la creación del conocimiento fue meramente empírica e instrumental.

Podremos seguir comprobándolo si nos trasladamos a la Europa de la Baja Edad Media y analizamos la importancia del nacimiento de la contabilidad por partida doble, estudiado por Mary Poovey (1998). Destaca esta autora la importancia del descubrimiento de este instrumento analítico, llevado a cabo por comerciantes prácticos, y no por filósofos o científicos, porque permite abstraer en mayor grado la actividad económica, al unificar en dos conceptos: haber y debe, todos los movimientos de mercancías de una empresa, sea cual sea su naturaleza. Con la contabilidad por partida doble todo puede ser reducido y convertido a dinero y el dinero se cambia por dinero para ser convertido luego en otras mercancías. Y gracias a esa contabilidad podemos ver cómo nace un elemento esencial de la vida económica: la empresa, que pasará a ser el auténtico sujeto o protagonista de la vida del mercado, aunque los economistas posteriores prefieran apelar a la abstracción del homo oeconomicus o sujeto racional que calcula sus beneficios y pérdidas en este medio.

Los seres humanos, incluso en las sociedades de mercado, no reducen toda su actividad al cálculo de pérdidas y beneficios. Muchas de sus actividades (su vida familiar, su ocio, sus filiaciones religiosas o políticas) quedan al margen de esos cálculos fruto del nacimiento de la contabilidad moderna. Sin embargo todo se intenta reducir a esa lógica, no para analizar la conducta real de las personas, sino para santificar y reificar la lógica que hace posible el poder de las empresas.

La contabilidad espontánea de los comerciantes se desarrolló a la vez que un conjunto de saberes necesarios para la administración del Estado, la estadística, así denominada originariamente por esta razón (Hacking, 1975).Volviendo a resucitar los saberes prácticos de los escribas de los antiguos imperios, los cultivadores de la aritmética política comenzaron a darse cuenta a partir del siglo xvii de que se podrían llevar a cabo nuevos procesos de abstracción.

En efecto se pueden descubrir patrones de nacimiento y muertes, patrones de mortalidad por sexos, patrones de talla corporal en los reclutas por zonas o clases sociales. E incluso se puede determinar cómo serán las uniones matrimoniales o la distribución de niños por sexo. Y todo ello puede ser esencial para el arte del administrar el Estado. Por ejemplo, para reclutar tropas o calcular impuestos, por lo que será necesario volver a hacer catastros y censos, como en los antiguos imperios. Lo que ocurre es que, en la Europa del siglo xvii, se comienza a pensar que todo ello podría ser reductible a leyes matemáticas de validez universal, como las de la nueva mecánica racional, que describía y calculaba la trayectoria de cualquier objeto, fuese de la materia que fuese. Comenzaba a ser pues necesaria una nueva ciencia: la economía política.

Racionalidad económica y racionalidad mecánica

Partiendo de los numerosos datos que ofrecían las estadísticas económicas y gracias al manejo del instrumental analítico que proporcionaba la idea de contabilidad global, Adam Smith creó el primer modelo de la ciencia económica, que, junto con otros, será analizado en el capítulo I. Y lo hizo partiendo de un símil y un modelo: la mecánica newtoniana.

Isaac Newton creó en el siglo xvii lo que en Europa pasó a ser considerado como un modelo universal y eterno de la ciencia: la mecánica racional. Partiendo de la mecánica de Galileo Galilei, de las observaciones astronómicas mejoradas a partir de las antiguamente sintetizadas por Ptolomeo, y de los modelos geométricos previos de Copérnico y Kepler, Newton descubrió una única ley: la ley de la gravitación universal, que podría explicar el movimiento de todos los cuerpos en la Tierra y en el cosmos con una precisión casi absoluta. Ley abstracta, estadística y cálculo quedaron así unidos para siempre.

La ley de Newton se formula de la manera siguiente:

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O lo que es lo mismo, dos cuerpos se atraen con una fuerza que es directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa.

En el universo newtoniano existen dos fuerzas únicamente: la atracción y la repulsión y esas dos fuerzas contrarias mantienen al universo en equilibro. Gracias a ellas el universo es como un reloj: armonioso, regular y preciso. En los infinitos y uniformes espacio y tiempo newtonianos todo parece calculable. Aunque pronto surgen las anomalías. Los cálculos no consiguen explicar el perihelio del planeta Mercurio, y la ley de la gravedad funciona solo con dos cuerpos, pero no con tres, pues tres planetas interaccionando superan la capacidad del cálculo.

Halley pudo predecir con exactitud cuándo nos visitaría el cometa que lleva su nombre, gracias a Newton, pero también gracias a él otros astrónomos acabarán por descubrir planetas desconocidos por Newton, como Urano, Neptuno y Plutón. Ello quiere decir que el cálculo newtoniano tenía unos claros límites, ya que todos ellos estaban interaccionando con los planetas conocidos alterando sus órbitas, a pesar de que en la Europa de los siglos xvii y xviii se llegase a creer en su precisión absoluta.

En el caso de Adam Smith podremos observar cómo este autor construyó una gran abstracción: el mercado, al que sin embargo no dotó de un poder absoluto, ya que, como veremos, el poder del mercado se equilibra con el poder de los sentimientos, a los que dedicó lo que él consideraba su obra más importante.

El mercado de Smith es un símil del universo newtoniano. Es universal, uniforme y en él se logra el equilibrio partiendo de dos fuerzas contrarias, como la atracción y la repulsión. Del mismo modo que dos planetas se equilibran gracias a ellas en su órbita precisa, la conjunción de los intereses del comprador y vendedor equilibran automáticamente el mercado, haciéndolo racional. Cada agente económico es un contable, con sus tablas de debe y haber. Cada hombre es una miniempresa calculando en el mercado. Y del mismo modo que la ley de la gravedad hace al universo racional, predecible y calculable, lo mismo haría la ley de la oferta y la demanda en el mercado.

Smith nunca fue un dogmático del mercado, pues admite que, junto al mercado, existe la sociedad civil, el Estado y los sentimientos morales, que serían el equivalente a las aberraciones y anomalías en los cálculos de la astronomía newtoniana. Su análisis además es muy complejo pues considera que hay tres fuentes simultáneas de riqueza: el capital, el trabajo y la renta de la tierra. Y no solo el capital, como sostienen muchos economistas neoliberales. Y además es consciente del peso que la tributación tiene en la actividad económica: una tributación esencial para que exista el Estado, y para que se pueda garantizar la propiedad, sin la que la vida económica sería imposible, como veremos en el capítulo II. Propiedad que es un derecho similar en importancia al derecho a la vida. También en ello nada tiene que ver con sus supuestos herederos y epígonos, que pretenden justificar la propiedad, como en el caso de un filósofo actual (Munzer, 1990) por su utilidad marginal, cuando en realidad lo que ocurre es que la propiedad de un bien que pueda funcionar como capital en un proceso económico es la condición previa y necesaria para que ese bien exista y actúe en tanto que capital.

Tras Smith, Ricardo, como veremos en el capítulo I, insistió fundamentalmente en la idea de que la fuente esencial y variable del valor es el trabajo. Solo el trabajo crea riqueza y hace que un bien posea valor de cambio. Todos los bienes poseen dos valores: el de uso, que no se cuantifica ni contabiliza –así, por ejemplo, el aire es el bien más indispensable, pero no se compra ni se vende–, y el de cambio. Lo que se intercambia básicamente según Ricardo y, su seguidor en ello, Karl Marx es trabajo humano, trabajo congelado, por así decirlo.

En el análisis que Marx lleva a cabo en El capital, como se podrá ver en el capítulo I, el valor de cambio o precio, de una mercancía se calcularía con la fórmula siguiente:

P = Cf + Cv + Ft + plusvalía

Partiendo de la existencia de una empresa –sujeto básico de la vida económica– el empresario calcula el precio de un bien producido en el proceso social y económico de la misma imputándole una parte alícuota de amortización del capital fijo, ya sea material o financiero, correspondiente a una parte infinitesimal de la vida de la empresa y equivalente al tiempo necesario para la fabricación del producto (horas necesarias para hacer un coche, por ejemplo). A él sumaría el capital variable compuesto por los bienes o materias primas necesarias para fabricar ese producto, las horas de trabajo abstractas en las que cualquier trabajador es igual a otro, ya que el trabajo es una abstracción cuantificable en dinero. Y por último otra cantidad: la plusvalía o beneficio, que se repartía entre todos los niveles de las cadenas de fabricación distribución y comercialización de cada producto.

Si aceptamos, siguiendo a Marx y Ricardo, que el trabajo es el único mecanismo creador de valor de cambio, tendremos que admitir que a los trabajadores de esta empresa ideal se les arrebata parte del valor producido por ellos y consecuentemente se les está explotando. Trabajadores y empresarios son dos grupos antagónicos, ambos quieren una parte cada vez mayor de los beneficios, unos beneficios que el empresario puede detraer simplemente porque es el propietario de la empresa.

Marx siguió dos modelos científicos, el newtoniano, como Smith y Ricardo, y el evolucionista darwiniano. De acuerdo con este último la vida no es más que un proceso histórico y está a su vez regida por una ley según la cual unos seres sobreviven y otros no, siendo los supervivientes los más aptos. Newton habría descubierto la ley que rige a la materia inorgánica, Darwin, la de la vida. ¿Y Marx? Marx la de la historia, según dijo Engels en su discurso fúnebre ante la tumba de su gran amigo, que había enviado a Darwin un ejemplar del tomo primero de su obra maestra, que Darwin ni siquiera abrió.

Marx, que en sus conversaciones llamaba a El capital «ese libro de mierda de economía», porque consideraba que la economía era solo una parte de la realidad social (no porque considerase despectivamente su propia obra), pasó sus últimos años estudiando análisis matemático porque se dio cuenta de dos cosas.

La primera de ellas es que el precio de un bien, además de estar regulado por sus costes de producción fluctúa en el mercado regulado por la oferta y la demanda. Y por otra parte pensó que si la plusvalía no se podía calcular, no podría ser considerada como una magnitud económica. Sabemos que murió enfermo prematuramente y nunca llegó a un resultado aceptable. Tras su muerte, con el abandono de la teoría del valor como trabajo, la calculabilidad alcanzaría su apoteosis en la teoría económica, desembocando en el siglo xx en un auténtico delirio financiero y contable.

Pareto, Walrass, Keynes y otros economistas analizados en el capítulo I pasaron a pensar que un bien puede tener dos clases de valor, el de su uso o consumo y su valor marginal. Un kilo de maíz en bizcochos vale lo que cuestan los bizcochos, si es que se van a vender, lo que no siempre ocurre. Un kilo de semillas de maíz da lugar a mucho maíz, esa diferencia sería la productividad marginal. Lo mismo podríamos decir de un rebaño de ovejas que pastan al aire libre; según pasan los años cada vez son más.

De acuerdo con esta idea, analizada en el capítulo I, el trabajo crea valor, de hecho, tókos, la palabra griega que significa interés, derivaría del vocabulario de la cría de ganado. Pero ¿de qué vive el ganado o el maíz? Desde un punto de vista biológico y termodinámico el maíz, como organismo, realiza un trabajo: incorpora energía y la consume para nacer, crecer y reproducirse, y lo mismo ocurre con las ovejas. Si además los ayuda un agricultor o ganadero que los cuida o riega, el trabajo humano se agrega al del animal o la planta.

Es evidente, pero esto se negó a partir ya de los comienzos del siglo pasado, porque en el modelo de la productividad marginal todo es calculable por su rendimiento, como en el cuento de Juan Nadie, todo es un capital que da una rentabilidad y ya no son necesarias ni las personas, ni sus esfuerzos y no importan sus sufrimientos, ya que el dolor no es medible ni computable. Queda ya muy lejos Smith, quien decía todo lo contrario y era consciente de que el mercado era solo una parte de la vida social y humana, y por supuesto queda oscurecido todo lo que puede ser un humano de carne y hueso, por el que se preocupaba Marx.

Marx decía que había dos tipos de economía. En la primera tendríamos la estructura siguiente:

M - D - M

O lo que es lo mismo el dinero es básicamente un instrumento que permite intercambiar mercancías. Las mercancías que se consumen y producen en un mercado que se equilibra en función de las necesidades humanas.

Con el capitalismo, por el contrario, se pasaría al esquema:

D - M - D

El dinero se invierte en producir mercancías que dan más dinero para producir otras, y además Schumpeter posteriormente descubrirá que la oferta no solo cubre la demanda, sino que crea una nueva demanda y genera necesidades desconocidas en el momento anterior. Así el ciclo D - M - D se hace más amplio y circula a mayor velocidad. Si a ello añadimos el uso de la obsolescencia programada que obliga a renovar prematuramente las mercancías de corta vida, el proceso se acentuaría más.

La economía es ahora plenamente matemática, ya es solo contabilidad y cálculo. Pero a partir de los últimos años del siglo xx la situación se complicó cuando la economía financiera, mero instrumento al servicio de la economía productiva, se convirtió en un fin en sí misma. Antiguos países industriales como Inglaterra se han convertido casi en meros mercados financieros y lo mismo ha ocurrido en Estados Unidos (Dunbar, 2011).

En la economía financiera tendríamos que hablar de un nuevo esquema:

D1 - D2 - D3 - D4 - Dn

El dinero se transforma en dinero. Da lo mismo que se trate de bienes muebles o inmuebles, de acciones, de deuda pública, de compra y venta de moneda, que de la compra y venta de mercancías imaginarias, como lo son los futuros, o compras anticipadas de petróleo, cereales, o del derecho a emitir CO2.

Todo ello pasó a ser parte una nueva realidad a la que Nicholas Dunbar ha denominado los derivados del diablo. Y esa realidad tomó un nuevo modelo científico que permite entremezclar lo real y lo imaginario, el pasado, el presente y el futuro y sustituir el cálculo preciso por el cálculo de probabilidades. La teoría económica se construye en el siglo xxi a partir de la mecánica de partículas.

Había descubierto Gauss que la bolsa de valores sigue la fórmula estadística de su célebre campana. Un inversor ideal compra unas acciones a un precio mínimo, las revende cuando alcancen su tope máximo y las vuelven a comprar de nuevo al mínimo. Sus beneficios podrán ser extraordinarios, aunque no le importe hundir una empresa para luego rescatarla a costa de los trabajadores.

En el modelo mecánico cuántico de los derivados del diablo cada acción se considera como una partícula y, como cada partícula, posee una serie de parámetros medibles (masa, carga, spin… como en física). Como esos parámetros son computables, si manejo bien la teoría matemática de los precios y poseo mucha información, puedo desarrollar una compleja matemática financiera. Además si creo paquetes complejos de inversión con docenas de elementos, que son los llamados hedge funds, puedo crear un modelo matemático de inversiones globales, posibles gracias a internet y a la circulación de la información en tiempo real, que me permite comprar y vender las veinticuatro horas del día en todas las bolsas mundiales a la vez.

Si además coordino las ecuaciones del rendimiento de cada partícula de inversión que funciona matemáticamente como una onda, ya que una onda no es más que sucesivas campanas de Gauss encadenadas en el tiempo tendré la cópula gaussiana, un instrumento matemático complejísimo que dio lugar a monstruosos programas de ordenador que permitieron comprar y vender acciones automáticamente con todas las ondas de inversión sincronizadas y equilibrándose unas a otras.

El problema, señala Dunbar (2011), es que, como la economía es mucho más que cálculo y funciona simultáneamente con la vida política y militar, e incluso con las presiones y expectativas económicas, que manipulan las agencias de evaluación financiera, se produjo lo que él llama el síndrome del corazón roto, en honor a una célebre canción de Johnny Cash. Y es que le hundimiento de unas pocas inversiones provocó en 2008 el hundimiento de todo el sistema financiero mundial.

En ese sistema la productividad era solo del capital, todo podía convertirse en oro, y lo mismo daba el dinero virtual, el crédito que el real. Lehmann Brothers, el primer gran banco en quebrar –un banco que gestionaba fondos de pensiones de jubilados– tenía prestados 68 dólares por cada dólar de su capital, siguiendo los cálculos de los matemáticos y físicos que habían construido sus modelos financieros.

Todo quebró y la realidad volvió a aparecer en la economía. Pero solo a medias, pues los grandes bancos fueron rescatados con el dinero público, un parámetro económico esencial, pero solo marginal en la teoría matemática de carácter económico. Como la quiebra fue solo parcial no se cambió la forma de concebir la economía; solo se la matizó. Sigue viva en la economía, pero no solo en ella. La ciencia, como veremos en otro de nuestros capítulos, se ha convertido en otra abstracción uniforme que se pretende cuantificar y procesar en el modelo de la papernomics, que solo es una justificación de los intereses económicos de las grandes empresas editoriales, unidas a las farmacéuticas en el caso de los psicofármacos que será analizado en ese mismo capítulo.

Ese mismo modelo ha minado la vida de las universidades públicas en todo el mundo, y en España, como también se podrá ver a continuación, ha infectado la propia definición del pensamiento y la filosofía contribuyendo a la trivialización del pensamiento en general y en concreto a la del pensamiento político y sus ideas claves, que serán también analizadas también con el fin de poner de manifiesto que solo pueden ser comprensibles como partes de un sistema que en cada momento se enmarca en un contexto histórico específico.