Akal / Qué hacemos / 15
Lourdes Lucía, Ana Martín García, Alberto Garzón Espinosa y Julio Rodríguez López
Qué hacemos con los bancos
Diseño de portada
RAG
Nota a la edición digital:
Algunos de los proyectos artísticos mencionados en el libro ya no son accesibles en la red. No obstante, por motivos historiográficos, se mantiene la referencia a la web original.
© Lourdes Lucía, Ana Martín García, Alberto Garzón Espinosa y Julio Rodríguez López, 2013
© Ediciones Akal, S. A., 2013
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
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ISBN: 978-84-460-3896-2
Qué hacemos
¿Qué hacemos cuando todo parece en peligro: los derechos sociales, el Estado del bienestar, la democracia, el futuro? ¿Qué hacemos cuando se liquidan en meses conquistas de décadas, que podríamos tardar de nuevo décadas en reconquistar? ¿Qué hacemos cuando el miedo, la resignación, la rabia, nos paralizan?
¿Qué hacemos para resistir, para recuperar lo perdido, para defender lo amenazado y seguir aspirando a un futuro mejor? ¿Qué hacemos para construir la sociedad que queremos, que depende de nosotros: no de mí, de nosotros, pues el futuro será colectivo o no será?
Qué hacemos quiere contribuir a la construcción de ese «nosotros», de la resistencia colectiva y del futuro compartido. Queremos hacerlo desde un profundo análisis, con denuncias pero sobre todo con propuestas, con alternativas, con nuevas ideas. Con respuestas a los temas más urgentes, pero también otros que son relegados por esas urgencias y a los que no queremos renunciar.
Qué hacemos quiere abrir la reflexión colectiva, crear nuevas redes, espacios de encuentro. Por eso son libros de autoría colectiva, fruto del pensamiento en común, de la suma de experiencias e ideas, del debate previo: desde los colectivos sociales, desde los frentes de protesta, desde los sectores afectados, desde la universidad, desde el encuentro intergeneracional, desde quienes ya trabajan en el terreno, pero también desde fuera, con visiones y experiencias externas.
Qué hacemos quiere responder a los retos actuales pero también recuperar la iniciativa; intervenir en la polémica al tiempo que proponemos nuevos debates; resistir las agresiones actuales y anticipar las próximas; desmontar el discurso dominante y generar un relato propio; elaborar una agenda social que se oponga al programa de derribo iniciado.
Qué hacemos esta impulsada por un colectivo editorial y de reflexión formado por Olga Abasolo, Ramón Akal, Ignacio Escolar, Ariel Jerez, José Manuel López, Agustín Moreno, Olga Rodríguez, Isaac Rosa y Emilio Silva.
I. Introducción
A finales de septiembre de 2008, pocos días después de la quiebra de la banca estadounidense de inversiones Lehman Brothers, que marcó el comienzo de una de la crisis económicas más importantes de la historia del capitalismo, el entonces presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, afirmaba en Nueva York ante un grupo de directivos de empresas multinacionales y bancos de inversión estadounidenses: «Quizá España tenga el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional. Ha tenido un marco de regulación y supervisión reconocido internacionalmente por su calidad y por su rigor», afirmación que era públicamente compartida por banqueros españoles y por el propio gobernador del Banco de España.
Poco después, en marzo de 2009, es intervenida la Caja de Castilla–La Mancha, y en mayo de 2010 lo es Cajasur. En diciembre de 2010, se constituye el Banco Financiero y de Ahorros, creado a partir de la fusión de Caja Madrid, Bancaja, Caja de Canarias, Caja de Ávila, Caixa Laietana, Caja Segovia y Caja Rioja. En marzo de 2011, este banco comienza a operar como Bankia; en julio de 2011 sale a Bolsa, y unos meses después, en mayo de 2012, se anuncia que debe ser intervenido con dinero público. El proceso de intervenciones continúa: en julio de 2011 es intervenida la Caja de Ahorros del Mediterráneo, y en noviembre del mismo año, el Banco de Valencia. En los años siguientes continuamos asistiendo a rescates de la banca española que han significado el desembolso de una gran cantidad de dinero público, un total de 88.800 millones de euros hasta el año 2010.
Ni el Banco de España ni las empresas auditoras ni los organismos encargados de hacerlo ejercieron la vigilancia y el control necesarios. El panorama que ofrecen ahora los bancos españoles es desolador: querellas y demandas iniciadas, incoación de expedientes e imputación de altos directivos por corrupción, millones de personas afectadas por la ejecución de hipotecas, decenas de miles de pequeños ahorradores que compraron de buena fe preferentes y otros tipos de complejos productos financieros y que ven esfumarse sus ahorros…
Las consecuencias de la crisis son bien conocidas porque afectan de modo muy directo a la vida de millones de personas que en España han visto perdidos su trabajo, sus casas, algunos sus vidas, y muchos de sus derechos económicos y sociales. El objetivo de este libro no es el análisis de las causas, características y consecuencias de esta crisis económica, sino arrojar algo de luz sobre el papel que los bancos y las cajas de ahorros españoles han tenido en ella y sobre algunas de las posibles alternativas, si las hay, al actual sistema financiero español.
Un poco de historia
Tradicionalmente, el papel de los bancos ha sido el de captar dinero y prestarlo mediante el pago de un interés. Esta es, en esencia, su función. Hay indicios de que ya en tiempos de los sumerios se realizaban operaciones bancarias –prestar y recibir préstamos y proporcionar crédito–, y se sabe que, tanto en Persia como en Grecia o en Roma, existían prácticas bancarias. Se puede afirmar, sin embargo, que los primeros bancos que se crearon como tales aparecieron en Italia a principios del siglo xv, en ciudades como Génova, Venecia, Pisa y Florencia, a causa de la expansión del comercio y del desarrollo de la actividad mercantil, que requerían grandes sumas de dinero para emprender viajes y adquirir y trasladar mercancías. Durante los siglos xvi y xvii se multiplicaron las casas de crédito especializadas. En 1609 se crea el Banco de Ámsterdam, que provee a los mercaderes de monedas de diferentes países, asegura los pagos dentro de los límites de sus depósitos metálicos y expande su actividad de crédito. En 1694 se funda el Banco de Inglaterra; en 1800, el Banco de Francia (que había sido precedido, en 1718, por la Banque Royale); en 1870, el Banco de Alemania; en 1874, el Banco de España; y en 1893, el Banco de Italia. Bancos y casas de crédito acumulan capital y, cuando los Estados tienen dificultades financieras, acuden a ellos, que les prestan dinero mediante la emisión de Deuda Pública.
Según explica René Passet (2013): «Como el crédito se pide sobre la base de las producciones futuras, estas deben aumentar sin cesar; el sistema capitalista está condenado al crecimiento y la acumulación. La exportación de los capitales tiene por objeto favorecer la industrialización y la urbanización de los países nuevos, de los cuales se espera la apertura de nuevos mercados. Las firmas crean filiales y toman participaciones en el extranjero. El volumen anual de estas inversiones, entre 1880 y la primera década del siglo xx, se multiplica por ocho en Gran Bretaña, por cuatro en Alemania y por tres en Francia». Las consecuencias son evidentes. Prosigue Passet: «Por otro lado, la riqueza se desplaza de los bienes inmuebles hacia los valores muebles: acciones y obligaciones ofrecidas al público en general permiten movilizar importantes volúmenes de capitales. Al ser fácilmente negociables, también abren el terreno a la especulación. Sin estos instrumentos y sin las formas jurídicas nuevas como la sociedad anónima, la Revolución industrial no habría podido producirse; por eso se dice de ella que es jurídica tanto como técnica».
Al desarrollarse, el capitalismo fomentó e impulsó la actividad bancaria, la actividad crediticia y el endeudamiento. En el siglo xix, Marx escribía en El Capital:
El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del Estado, cuyos orígenes descubríamos ya en Génova y en Venecia en la Edad Media, se adueñó de toda Europa durante el periodo manufacturero. […] La Deuda Pública, o sea, la enajenación del Estado –absoluto, constitucional o republicano–, imprime su sello a la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es… la Deuda Pública.
[...] La Deuda Pública se convierte en una de las más poderosas palancas de la acumulación originaria. Es como una varita mágica que infunde virtud procreadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo a los riesgos ni al esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los acreedores del Estado no entregan nada, pues la suma prestada se convierte en títulos de la Deuda Pública, fácilmente negociables, que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel del dinero. Pero, aun prescindiendo de la clase de rentistas ociosos que así se crea y de la riqueza improvisada que va a parar al regazo de los financieros que actúan de mediadores entre el gobierno y el país –así como de la riqueza regalada a los rematantes de impuestos, comerciantes y fabricantes particulares, a cuyos bolsillos afluye una buena parte de los empréstitos del Estado, como un capital llovido del cielo–, la Deuda Pública ha venido a dar impulso tanto a las sociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género como al agio; en una palabra, a la lotería de la Bolsa y a la moderna bancocracia.