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Publicado originalmente en inglés bajo el título New Testament Theology by I. Howard Marshall © 2004 by InterVarsity Christian Fellowship/USA. «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)». © 2016 Editorial CLIE, para esta edición en español |
TEOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO.
Muchos testigos, un solo Evangelio
ISBN: 978-84-944626-0-3
eISBN: 978-84-826798-3-9
Teología cristiana
General
Referencia: 224960
Estudios bíblicos
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Michael Green & Alister McGrath, ¿Cómo llegar a ellos? Defendamos y comuniquemos la fe cristiana a los no creyentes, 2003.
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J. Matthew Pinson, ed., La Seguridad de la Salvación. Cuatro puntos de vista, 2006.
Robert H. Stein, Jesús, el Mesías. Un estudio de la vida de Cristo, 2006.
John Piper, ¡Alégrense las Naciones! La Supremacía de Dios y las Misiones, 2006.
Xabier Pikaza, Mujeres de la Biblia judía, 2013.
Samuel Pagán, Introducción a la Biblia hebrea, 2013.
Estudios teológicos
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G.E. Ladd, Teología del Nuevo Testamento, 2002.
Leon Morris, Jesús es el Cristo: Estudios sobre la teología joánica, 2003.
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Clark H. Pinnock, Revelación bíblica: el fundamento de la teología cristiana, 2004.
James D.G. Dunn, Jesús y el Espíritu, 2014.
C.K. Barrett, El Espíritu Santo en la tradición sinóptica, 2015.
Arthur W. Wainwright, La Trinidad en el Nuevo Testamento, 2015.
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Comentarios bíblicos
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Peter H. Davids, La Primera epístola de Pedro, 2004.
Gordon Fee, Comentario de la epístola a los Filipenses, 2004.
Leon Morris, El Evangelio de Juan, volúmenes 1 y 2, 2005.
Robert H. Mounce, Comentario al libro del Apocalipsis, 2005.
Xabier Pikaza, Comentario al Evangelio de Marcos, 2013.
Douglas J. Moo, Comentario a la epístola de Romanos, 2014.
F.F. Bruce, El libro de los Hechos, 2016.
Prefacio
Abreviaturas
Bibliografía General
PRIMERA PARTE: INTRODUCCIÓN
1 ¿Cómo hacemos teología del Nuevo Testamento?
SEGUNDA PARTE: JESÚS, LOS EVANGELIOS, SINÓPTICOS Y HECHOS
2 Los Evangelios y la teología del Nuevo Testamento
3 El Evangelio de Marcos
4 El Evangelio de Mateo
5 Lucas-Hechos: el Tratado Antiguo
6 Lucas-Hechos: la secuela
7 La teología de los Evangelios Sinópticos y Hechos
TERCERA PARTE: LAS CARTAS PAULINAS
8 La Carta a los Gálatas
9 Las Cartas a los Tesalonicenses
10 La Primera Carta a los Corintios
11 La Segunda Carta a los Corintios
12 La Carta a los Romanos
13 La Carta a los Filipenses
14 La Carta a Filemón
15 La Carta a los Colosenses
16 La Carta a los Efesios
17 Las Cartas Pastorales
18 La teología de las Cartas Paulinas
19 Pablo, los Evangelios Sinópticos y Hechos
CUARTA PARTE: LA LITERATURA JUANINA
20 El Evangelio de Juan
21 Las Cartas de Juan
22 Apocalipsis: la Revelación de Juan
23 El Evangelio, las Cartas y el Apocalipsis de Juan
24 Juan, los Evangelios Sinópticos y Hechos y Pablo
QUINTA PARTE: HEBREOS, SANTIAGO, 1 Y 2 PEDRO Y JUDAS
25 La Carta a los Hebreos
26 La Carta de Santiago
27 La Primera Carta de Pedro
28 La Carta de Judas
29 La Segunda Carta de Pedro
30 Hebreos, Santiago, 1 y 2 de Pedro y Judas en el Nuevo Testamento
SEXTA PARTE: CONCLUSIÓN
31 Diversidad y unidad en el Nuevo Testamento
Índice temático
El propósito de este libro es ofrecer una guía para la teología del Nuevo Testamento de un nivel y extensión adecuados para ser utilizada por los estudiantes y, a la vez, de utilidad para todos los que estén interesados en el tema. En una época de libros cada vez más extensos sobre cada uno de los aspectos del estudio del Nuevo Testamento, hemos intentado ser razonablemente concisos y escribir algo que resulte manejable.
Las obras sobre teología del Nuevo Testamento pueden organizarse de dos formas: según los temas teológicos, tal y como se tratan en el conjunto del Nuevo Testamento, o más bien de acuerdo con la enseñanza de cada uno de los libros que lo componen. El planteamiento que utilizamos aquí es dejar que cada libro hable por sí mismo y, a continuación, intentar hacer una síntesis de su enseñanza. Cada enfoque tiene sus inconvenientes, y el punto débil de este es que el lector se irá encontrando con un análisis, por ejemplo de la Iglesia, repartido a lo largo de varios capítulos, lo que le obligará a hacer un buen uso del índice. Sin embargo, la gran fuerza de este enfoque radica en que permite que la estructura y el contenido del análisis tomen la forma de aquello que los autores individuales intentaban decir en los documentos reales. Con el fin de evitar la repetición, algunos temas que podían debatirse de igual manera en otros contextos se han recogido en un solo lugar (p. ej. el concepto de la Iglesia como cuerpo de Cristo se trata en el capítulo sobre Efesios, aunque se podía haber hecho en el que se dedica a Colosenses).
De acuerdo con este objetivo de hacer un libro que sea útil para los estudiantes, las bibliografías se han limitado deliberadamente a obras en inglés no demasiado inaccesibles en su mayoría. Sin embargo, los dos o tres comentarios que hemos señalado para cada uno de los libros del Nuevo Testamento tienden a estar entre los más sólidos disponibles, y algunos de ellos requieren al menos un modesto conocimiento del griego para poder aprovecharlos al máximo. No vemos la necesidad de proporcionar listas exhaustivas de literatura (que en cualquier caso no hemos leído) que no orientan al estudiante en cuanto a qué libros tendrían prioridad. Por este motivo no hemos señalado obras en otros idiomas, con una excepción: hemos aludido a las principales teologías alemanas del Nuevo Testamento donde era adecuado (y muy ocasionalmente a otros trabajos cuya lectura nos ha sido beneficiosa).
Las citas bíblicas del Antiguo Testamento están tomadas de la NIV (Inclusive Language Edition) y las del Nuevo Testamento de la TNIV, a menos de que se indique otra cosa.
Mi agradecimiento a InterVarsity Press por su paciencia en espera de la finalización de este libro, largamente demorada, y por su eficiente producción.
I. Howard Marshall
ANRW | Aufstieg und Niedergang der Römischen Welt |
BBR | Bulletin for Biblical Research |
BJRL | Bulletin of the John Rylands University Library of Manchester |
CBQ | Catholic Biblical Quarterly |
CTJ | Canadian Theological Journal |
DJG | Dictionary of Jesus and the Gospels |
DLNTD | Dictionary of the Later New Testaments and Its Developments |
DNTB | Dictionary of New Testament Backgrounds |
DPL | Dictionary of Paul and His Letters |
EDBT | Evangelical Dictionary of Biblical Theology |
EQ | Evangelical Quarterly |
Int | Interpretation |
JBL | Journal of Biblical Literature |
JETS | Journal of the Evangelical Theological Society |
JSNT | Journal for the Study of the New Testament |
NIV | New International Version |
NRSV | New Revised Standard Version |
NTS | New Testament Studies |
REB | Revised English Bible |
SJT | Scottish Journal of Theology |
SNT (SU) | Studien zum Neuen Testament (und seiner Umwelt) |
TNIV | Today’s New International Version |
TynB | Tyndale Bulletin |
Alexander, T. Desmond y Brian S. Rosner, eds. New Dictionary of Biblical Theology. Leicester: InterVarsity Press, 2000.
Balla, Peter. Challenges to New Testament Theology: An Attempt to Justify the Enterprise. Tubinga: Mohr Siebeck, 1997.
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Las teologías del Nuevo Testamento señaladas con un asterisco se hallan a la cabeza de muchas series de bibliografías por el nombre de su autor.
Antes de poder discutir acerca de cómo escribir una teología del Nuevo Testamento, es necesario que digamos algo en cuanto a la legitimidad y la posibilidad de la iniciativa.
Heikki Räisänen es el crítico contemporáneo que más discrepa con esta iniciativa. Demuestra en cuatro puntos por qué no debe, ni puede hacerse1.
Primero: Räisänen alega que lo histórico debe permanecer separado de lo teológico. Argumenta que ocuparse de la teología no es algo que los eruditos del Nuevo Testamento, como tales, deban hacer; según él, su campo es la historia. El erudito neotestamentario puede escribir un relato meramente descriptivo de la Iglesia primitiva, pero nada más. Escribir teología es ser prescriptivo, y el erudito del Nuevo Testamento, como tal, no tiene ninguna autoridad para imponer nada a nadie.
Segundo: Räisänen argumenta también que la naturaleza del material nos limita a escribir una historia de la religión de los primeros cristianos. Aquí se remonta a la pauta que William Wrede marcó hace un siglo.
Tercero: Se dice que un estudio que se limite a los documentos del Nuevo Testamento se apoya en una limitación artificial; está determinado por un proceso de canonización que representa una decisión teológica posterior sin ninguna base en la historia primitiva de la Iglesia.
Cuarto: Hay tantas contradicciones entre los documentos, que no se puede extraer una teología del Nuevo Testamento como punto de vista teológico unificado común a todos ellos.
Peter Balla2 ha sometido los argumentos de Räisänen a una detallada crítica muy convincente. Responde a su primer punto argumentando que no hay ninguna buena razón por la que la teología de los primeros cristianos no pudiera ser objeto de un estudio histórico. Según él, este puede hacerse sin necesidad de partir de un punto de vista eclesial o de concluir con una declaración de lo que la Iglesia debería creer. La primera de estas dos réplicas es sólida, pero más adelante añadiremos algo a la segunda.
Quizás la respuesta más simple y convincente al segundo punto de Räisänen sea observar que en los últimos años3 han aparecido por lo menos diez exposiciones importantes de eruditos del Nuevo Testamento, altamente cualificados y de convicciones teológicas muy distintas. Es difícil creer que estuvieran todos de acuerdo en hacer algo básicamente ilegítimo; la existencia de sus obras demuestra que esto es imposible.
El tercer punto de Räisänen tiene más peso. Comienza cuestionando si el conjunto de veintisiete documentos agrupados como Nuevo Testamento forman una colección unificada, capaz de distinguirse fácilmente de otros documentos del mismo período, y si puede ser un oportuno objeto de estudio. ¿Es adecuado examinar los documentos del Nuevo Testamento por derecho propio? ¿Es correcto excluir de esta consideración a los Padres Apostólicos o el Evangelio de Tomás o el Evangelio de Pedro, por ejemplo? Podemos reunir unos cinco argumentos, de los que los cuatro primeros nos parecen sólidos.
Primero: Los cristianos posteriores reconocieron esos documentos como una colección similar a las Escrituras judías. La forma del conjunto y el fondo de su contenido fueron esencialmente determinados no más allá de finales del siglo II, aunque habrá que esperar hasta el año 367 d.C. para tener la primera lista de libros aceptados posteriormente, de forma casi universal, como canónicos4.
Podemos conceder que este proceso de reunir los libros y levantar una cerca alrededor de ellos ocurriera durante un largo período de tiempo después de que fueran escritos, y que no hubieran sido concebidos deliberadamente como una colección unificada. No obstante, el hecho de que se desarrollara el consenso en torno a ellos apoya firmemente la opinión de que la Iglesia primitiva estaba en lo cierto al reconocer indicios de que formaban una unidad.
Segundo: Los documentos son obra de los primeros seguidores de Jesús, que tuvieron parte en el nacimiento y crecimiento de la Iglesia, o bien tienen una estrecha relación con ellos; pertenecen en su conjunto al primer siglo del cristianismo5. Existe, pues, una base para pensar en la posibilidad de una unión basada en la zona geográfica y el período de tiempo relativamente limitado en que fueron escritos.
Tercero: Los documentos del Nuevo Testamento constituyen prácticamente toda la literatura cristiana del siglo I que se conserva, aunque algunos padres apostólicos (1 Clemente; Didajé) pertenecen probablemente también a este mismo período. Puede haber alguna coincidencia parcial entre las fechas de los últimos libros del Nuevo Testamento y los primeros padres apostólicos (u otra literatura cristiana del momento). Sin embargo, esto no cuestiona que existan núcleos arraigados identificables de ambos conjuntos literarios, de la misma forma que una contienda de fronteras por la soberanía de Cachemira no significa que la India y el Pakistán no puedan considerarse entidades diferentes. La distinción básica entre la literatura cristiana del primer y segundo siglos sigue siendo válida, aunque solo la puedan definir nítidamente los que elaboraron el canon.
Cuarto: Hay una unidad temática manifiesta en los escritos del Nuevo Testamento; todos se refieren de una manera u otra a Jesús y la religión que se desarrolló en torno a él. En realidad, esto no implica necesariamente que todos digan lo mismo sobre este tema común ni que estén de acuerdo unos con otros. No obstante, un corpus escrito con el mismo tema central debe constituir un objeto legítimo de estudio.
Quinto: Alguna vez se ha argumentado que los escritos muestran una calidad de pensamiento cristiano que no tiene parangón en la literatura posterior. Está claro que este es un veredicto subjetivo; cabe la posibilidad de que algunos escritos del siglo II (p. ej. la Epístola de Diogneto) estén muy próximos en espíritu y cualidad al Nuevo Testamento, pero como veredicto general esta afirmación puede ser defendible. Aún así, no querríamos poner mucho énfasis en este argumento.
Alegamos, pues, que es razonable preguntarnos si existe una teología básica común en el conjunto de libros que la Iglesia primitiva canonizó.
Queda claro que por adoptar este procedimiento, no se excluye la consideración de otras obras al margen del Nuevo Testamento. A la hora de esclarecer el contenido de sus veintisiete libros y reconstruir la historia de aquel período, es esencial hacer uso de otras fuentes relevantes, incluida otra literatura cristiana de la época. Este enfoque era especialmente característico de Ethelbert Stauffer, que situó el Nuevo Testamento en el contexto de lo que él llamó “antigua tradición bíblica”, corriendo aparentemente el riesgo de considerar el material extracanónico como si fuese canónico6. Si escribimos una historia de la Iglesia primitiva, está claro que debemos utilizar todas las fuentes de que dispongamos. Sin embargo, al escribir una relación de la teología del Nuevo Testamento, nuestra tarea es exponer su contenido, de la misma manera que una exposición sobre el pensamiento de Shakespeare se basaría en sus escritos, siempre dentro del contexto de las obras de otros dramaturgos isabelinos. En una exposición sobre los padres fundadores del Partido Laborista británico se utilizarían sus declaraciones, pero en el contexto de la política de la época7.
Volviendo al cuarto punto de Räisänen, tenemos que hacer frente a algunas dificultades en nuestro estudio suscitadas por la naturaleza y la historia de los documentos investigados.
En primer lugar, la biblioteca que constituye el Nuevo Testamento no contiene ningún libro de teología propiamente dicha. Ninguno de los libros está específicamente escrito como un manual teológico en el sentido de relato de la comprensión que el autor tiene de Dios, del mundo y de la relación del uno con el otro, sistemáticamente expresada en sus detalles. Algunos de los escritos son ocasionales o situacionales por haberse redactado en momentos específicos para grupos particulares de personas, y nos transmiten lo que el autor estimó relevante para sus destinatarios. Al menos, este es el caso de las cartas de Pablo. Se suele pensar que los Evangelios también fueron escritos para comunidades específicas, aunque esta opinión necesitaría matices8. Evidentemente, Pablo consideraba que lo que había escrito a algunas congregaciones concretas era material útil también para las demás. Pero aunque los libros fueran ocasionales, es cierto que ninguno de ellos constituye una exposición completa y sistemática de la teología de su autor. Por consiguiente, puede resultar imposible analizar algunos de los escritos neotestamentarios con el propósito de determinar el contenido de la teología de sus autores; en ocasiones será incluso complicado saber hasta qué punto tenía el autor una teología formada. Sin embargo, la dificultad de la tarea no constituye en sí un argumento contra el intento de reconstruir la teología de obras que no son específicamente teológicas.
En segundo lugar, existe una considerable variedad y diversidad entre los libros que componen el Nuevo Testamento.
El período de composición al que nos referimos anteriormente como “breve”, comparado con la duración de la historia posterior de la Iglesia, puede resultar relativamente largo (unos cincuenta años) visto desde otra perspectiva; además, los escritos procedían de una amplia zona geográfica que iba desde Jerusalén hasta Roma.
Estos libros se diferencian unos de otros en el género literario. Cada género (historia evangélica, epistolar y apocalíptico) es especialmente difícil de definir en lo que a características se refiere.
El conjunto de escritos neotestamentarios muestra una considerable variedad de perspectivas, hasta tal punto que muchos eruditos alegarían que contienen declaraciones contradictorias.
Todos estos puntos cuestionan si hay suficiente unidad de pensamiento entre los escritos como para justificar que se examinen en conjunto. Pero aunque no podamos partir de la presuposición de unidad de perspectiva, desde el punto de vista histórico sería razonable examinar el corpus de literatura primitiva con el fin de identificar las teologías representadas en él. Este ejercicio seguiría siendo válido, aunque el resultado demostrará que la supuesta cohesión y unidad fueran dudosas. Nos guste o no, esta colección de libros debe ser investigada como tal.
En tercer lugar, los escritos son el fruto de un desarrollo de pensamiento que se divide, al menos, en dos claras etapas principales:
Primera etapa: Comprende exactamente el breve período de actividad de Jesús y que acaba con su muerte, allá por el año 30 d.C. Los cuatro Evangelios se presentan como registros históricos de ese momento y describen (como dice Lucas) lo que Jesús “hizo y enseñó”.
Segunda etapa: Abarca el período posterior a la muerte de Jesús, durante el cual su pequeño grupo de seguidores aumentó en número y en extensión geográfica, formando congregaciones por todo el mundo mediterráneo oriental. Produjeron una literatura que contiene el mensaje cristiano, explicado y aplicado a las necesidades de las primeras audiencias. Sin embargo, su contenido no era simplemente una prolongación de lo que Jesús había enseñado, sino la proclamación acerca del propio Jesús y su importancia. Una mirada superficial a los Evangelios y las epístolas muestra que la enseñanza de Jesús y la de sus seguidores distan mucho de ser idénticas, sin importar las eventuales coincidencias. La división entre las dos etapas se difumina al no haberse escrito los Evangelios hasta la segunda (y según la opinión general, relativamente tarde9), de modo que reflejan inevitablemente, y hasta cierto punto, los intereses y perspectivas de aquel período concreto. Por consiguiente, se plantea un complicado problema histórico al intentar descubrir con exactitud lo que Jesús dijo e hizo, y lo que opinó la gente de su tiempo. Otra dificultad añadida es que varios escritos proceden de momentos y lugares distintos dentro de la segunda etapa; a la hora de intentar reconstruir el desarrollo del pensamiento resulta complicado ubicar estas obras dentro de esta fase. Si nos centramos en los documentos reales que componen el Nuevo Testamento, estamos tratando con elementos colocados de acuerdo con un cierto desarrollo cronológico. No pueden tomarse todos ellos por igual. Si intentamos reconstruir la teología de la Iglesia primitiva del siglo I, nos sentimos aún más comprometidos a describir un rico mosaico de ideas cambiantes y en desarrollo. Pero no hay nada aquí, en principio, que dificulte demasiado el desempeño de nuestra tarea o que la descarte.
Con estos tres puntos in mente respecto a la diversidad del material, podemos intentar definir nuestro estudio con más precisión, y para ayudarnos debemos catalogar algunos de los planteamientos recientes sobre ello. Intentar definir provisionalmente el tema de nuestra preocupación podría ayudarnos: el objetivo de los estudiantes de teología del Nuevo Testamento es explorar la comprensión progresiva de Dios y del mundo, en particular la humanidad10, y la relación entre ambas. Esta es una descripción suficientemente amplia como para abarcar el tema, y a la vez excluir otros asuntos, o al menos reconocer su carácter secundario.
Así pues, se excluye el intento de escribir una historia de la Iglesia primitiva, excepto cuando los aspectos históricos contribuyan a la comprensión teológica que buscamos.
Igualmente se excluye el examen del Nuevo Testamento como si de una pieza literaria se tratara, aunque el estudio literario es a menudo relevante para la investigación teológica.
Es también diferente del estudio de la religión de los primeros cristianos, aunque esta es importante para nuestro propósito por haber dado origen a la teología, la que a su vez se encargó de moldear la praxis religiosa.
No sería demasiado difícil construir una teología de la Iglesia Libre de Escocia en el siglo veinte, por ejemplo; haríamos una descripción de la comprensión madura característica de un grupo específico, razonablemente homogéneo y relativamente pequeño, de cristianos tímidamente convencidos de la necesidad de ser metódicos en su teología y de basarla firmemente en la Reforma. Sería más difícil describir la teología anglicana del mismo período, dado el abanico más amplio de pensamiento y planteamientos que ostenta, con algunos grupos en oposición y a veces en contradicción con otros; aun así, algo se podría describir como evidentemente anglicano frente a la teología presbiteriana o católico-romana.
¿Pero cómo se puede abordar un período de nacimiento y rápida extensión de un conjunto formado por varios grupos heterogéneos, desde judíos de creencias tradicionales profundamente arraigadas, hasta griegos y romanos que muy recientemente adoraban a una gran variedad de ídolos? Se han hecho varios planteamientos, de los cuales algunos son más plausibles que otros.
En base a lo que ya se ha dicho, no podemos limitarnos a amontonar todos los libros del Nuevo Testamento de forma indiscriminada y utilizarlos como una cantera de piedras que vayamos a emplear después para construir nuestro edificio. Sería posible extraer una recopilación de declaraciones teológicas sacadas del Nuevo Testamento, que no serían más que un conjunto armonizado de citas tomadas al azar de cualquiera de sus libros. Un enfoque así arrancaría las declaraciones de sus contextos y carecerían del examen preciso de sus matices para determinar lo que pretenden afirmar e insinuar. Supondría también que las citas tuvieran necesariamente que reflejar el mismo punto de vista. ¿Pero es la teología una colección de textos? Debe haber algún tipo de orden, y si es así, ¿cómo decidimos la forma de agrupar los textos? Para crear un edificio, en lugar de un montón de piedras se necesita algún tipo de plano o de diseño.
Por consiguiente, el primer planteamiento no puede separarse en la práctica de lo siguiente, esto es, asumir que los autores neotestamentarios, a la hora de componer sus libros, se atenían a un plan previo como el que se encuentra en un libro de teología sistemática, pero sin que podamos realmente mostrar evidencias de ello en los propios textos.
Esta combinación de planteamientos contiene dos errores de método: el uso indiscriminado de los libros del Nuevo Testamento como si todos ellos reflejaran necesariamente un pensamiento idéntico, y el empleo de una estructura posterior como si fuera la del Nuevo Testamento. El resultado puede ser distorsionado y anacrónico. Es justo decir que ningún estudiante serio de este tema tomaría este camino11.
Una tercera posibilidad, que evita los peligros que acabamos de mencionar, es examinar los autores o los escritos individuales del Nuevo Testamento para exponer la enseñanza de cada uno de ellos sobre distintos asuntos, y colocarlos uno al lado del otro, comparando su contenido.
Esta es la pauta seguida por G.B. Caird. Presenta su obra bajo la forma de lo que él llama “coloquio” entre los distintos autores del Nuevo Testamento sobre varios temas que surgen naturalmente del propio Texto Sagrado, no de una teología posterior. Luego los compara con la enseñanza de Jesús12. No planteamos objeción alguna a este método, pero llamarlo “coloquio” nos parece inapropiado. No es el nombre más adecuado para este procedimiento, ya que da a entender que se trata de una discusión entre distintos participantes, respondiendo cada uno a lo que otro dice. Caird solo puede ofrecer la postura de los oradores, sin indicar cómo respondería Juan, por ejemplo, a Pablo. Pero si evaluamos lo que está hecho en lugar de la equívoca descripción que se le ha atribuido, el objetivo es totalmente encomiable, ya que Caird, en vez de identificar los temas de un libro de teología sistemática, ha elegido los asuntos principales que aparentemente tratan los propios autores del Nuevo Testamento, y ha expuesto la enseñanza de algunos de ellos.
Una cuarta posibilidad es enfocar el tema históricamente procurando trazar el desarrollo de las ideas que se han ido reflejando en los escritos existentes. Esta investigación es legítima y necesaria, pudiendo contribuir a poner orden en un caos aparente, al mostrar cómo las diversas expresiones de distintas ideas pueden relacionarse genealógicamente unas con otras. Se ha hecho algún progreso al llevar a cabo este proceso por motivos teológicos individuales.
Alguien ha comentado que si se intenta resolver un problema de ajedrez solo con el diagrama de un tablero y unas pocas piezas, y se ha de averiguar el movimiento ganador para las blancas, no es necesario saber qué movimientos han desembocado en la posición actual. Sin embargo, si un médico ha de tratar a un paciente con ciertos síntomas, parte del diagnóstico consistirá en conocer su historial, a fin de entender la causa posible del mal y prescribir la cura adecuada. El estudio de la teología del Nuevo Testamento es más parecido a un diagnóstico médico, con su investigación en el historial del paciente, que a un problema de ajedrez. Necesitamos tener cierta comprensión de la historia para poder situar las declaraciones teológicas en un contexto adecuado.
La historia que debemos explorar incluirá los documentos del Nuevo Testamento, y el objetivo de la operación será situarlos en algún tipo de orden cronológico, de forma que pueda seguirse el desarrollo de las ideas en los propios libros. Pero también considerará lo que hay detrás de ellos, de forma que el proceso histórico pueda reconstruirse adecuadamente. Si adoptamos este planteamiento, nuestra preocupación no puede limitarse a la teología de los escritores del Nuevo Testamento, sino que debe extenderse a la teología subyacente de la Iglesia primitiva, incluidos aquellos cristianos que no han dejado nada escrito13.
A modo de ejemplo, observemos cómo decidió Joachim Gnilka incluir dos secciones sobre la teología de Q, hipotética fuente del Evangelio, y sobre la quizá más hipotética narración premarcana de la Pasión, con el fin de establecer una base para poder considerar cómo desarrollaron los evangelistas sus ideas y qué querían decir con lo que escribieron. No importa si pensamos que esos hipotéticos documentos existieron alguna vez o no. La cuestión es que no se puede simplemente ignorar la historia cuyo depósito literario se encuentra en los documentos del Nuevo Testamento14.
Aquellos que siguen este camino llegan a darse cuenta de que esta tarea implica dos etapas distintas de descripción y explicación. La descripción consiste en extraer las ideas teológicas expresadas en los diferentes escritos. La explicación es el intento de mostrar cómo se desarrollaron estas ideas y cómo se relacionaba la teología de un autor con la de otro. Los que escriben sobre Pablo necesitan preguntarse qué pensaban otros, incluidos creyentes cristianos anteriores a él y de su propio tiempo, para poder ver hasta qué punto adopta el Apóstol ideas comunes y en qué medida es original.
Un planteamiento semejante no está libre de riesgos. Un posible peligro es que lo que se consiga pueda ser más bien una investigación arqueológica de las fuentes hipotéticas del Nuevo Testamento y no una teología. Podemos acabar haciendo teología de algunos cristianos primitivos en lugar de la de los autores del Nuevo Testamento.
Otro peligro es que podemos simplemente bosquejar un gráfico del desarrollo de la teología, pero sin ningún tipo de síntesis del material. Este tipo de enfoque puede estar más preocupado por aclarar cómo se desarrollaron las doctrinas que de examinar el producto acabado. Con todo, es posible estar al tanto de estos riesgos e intentar minimizar sus peligros. Parece que el camino más utilizado por autores recientes es una versión de la cuarta ruta, que utiliza una estructura histórica o de desarrollo como guía principal para el viaje y agrupa históricamente a los autores o escritos individuales del Nuevo Testamento.
Sería posible resumir simplemente la enseñanza de alguno de los distintos autores del Nuevo Testamento sobre el objeto de nuestro interés y hacerlo de forma comprensiva y matizada, que tenga en cuenta las declaraciones dentro de su contexto y a la luz de su historia. Pero un resumen semejante sería la pintura artística del cuerpo humano, o incluso una figura esculpida, que puede retratar la superficie de una forma totalmente exacta, pero no explica por qué el cuerpo tiene su estructura, cómo actúan sus distintas partes, o cómo se refleja la apariencia externa en el funcionamiento interno, y qué forma tiene lo que se halla bajo la superficie. Necesitamos algún principio para organizar el conjunto de la enseñanza que contiene el Nuevo Testamento, de manera que la estructura y la lógica interna lleguen a ser evidentes.
Aunque el uso de términos como enseñanza y proclamación indica que estamos muy preocupados por formulaciones verbales concretas, sería un error asumir que esto es todo lo que hemos de tener en consideración. Los libros del Nuevo Testamento no se limitan simplemente a recoger enseñanzas, sino también a narrar la historia de la experiencia religiosa de los cristianos, con lo que se puede afirmar que la enseñanza surge de la experiencia. Stauffer es uno de los pocos teólogos del Nuevo Testamento que incluye un capítulo sobre la oración en su New Testament Theology15 y, al hacerlo, destaca un punto negro en los planteamientos que se concentran en la proclamación y la enseñanza. Por lo tanto, no estamos buscando simplemente la enseñanza, sino también la historia que subyace y la experiencia que expresa, a su propio modo, una comprensión de nuestro tema. Así pues, la teología de Pablo no es un simple listado superficial de lo que Pablo dice, sino más bien un intento de llegar al contenido de la mente que produjo un depósito literario de tal envergadura.
En esencia, pues, intentamos captar el entendimiento de Dios y su relación con el mundo, todo ello reflejado en varios documentos. Damos por sentado que el escritor tiene ese entendimiento y que lo expresa poco a poco, de forma sistemática en su(s) escrito(s). Resulta entonces posible analizar lo que se dice para poder reconstruir ese nivel de comprensión.
Los peligros de este proceso incluyen el de la sistematización y localización de conexiones lógicas donde estas pueden resultar inadecuadas; ¡no todos los teólogos tenían una mente tan ordenada como Calvino! ¿Cómo podemos evitar la tentación de proyectar nuestros sistemas sobre los escritos o sus autores? Existe también la tentación de rellenar los vacíos inevitables con formas propias de nuestro conocimiento que pueden ser inapropiadas o incorrectas; podemos convertir la teología del Nuevo Testamento en algo más completo y sistemático de lo que realmente es.
Lo que hemos dicho hasta ahora es que la tarea inicial de una teología del Nuevo Testamento es recopilar las teologías que se suponen en sus distintos documentos constitutivos. Pero nos preguntamos: ¿es la teología del Nuevo Testamento, o de la Iglesia primitiva, una simple colección de estudios de las teologías de distintos creyentes, reunida entre las tapas de un libro? ¿No debería tal vez hacerse una comparación entre ellas para definir si forman una unidad que comparte el mismo entendimiento básico, por mucho que difieran en la forma de expresarlo o en los detalles del contenido16? Sin duda, es labor de los teólogos intentar comparar las perspectivas de los escritores para determinar en qué medida existe una entidad como la teología del Nuevo Testamento y cuál puede ser.
Algunos estudiosos dan por sentada la unidad del Nuevo Testamento o comienzan defendiéndola, y luego proceden a emplear sus veintisiete libros como base de sus trabajos. Donald Guthrie ofrece resúmenes de la enseñanza común de los autores neotestamentarios al final de cada uno de los temas que investiga. Pero algunos otros no proporcionan al lector una orientación semejante.
Dos investigaciones relacionadas necesitan poder distinguirse. Lo primero es intentar relacionar las distintas teologías entre sí; para ello hay que estudiar el desarrollo del pensamiento teológico y ver dónde encajan las diferentes declaraciones17. Esta es una tarea tremendamente compleja y especulativa que no intentaremos llevar a cabo de ninguna manera en este libro. La otra labor es la comparación de las distintas teologías para determinar el alcance y la naturaleza de la unidad y la diversidad.
Sin duda alguna, es en esta etapa donde surge el principal problema con el que se encuentra el que elabora una teología del Nuevo Testamento: la variedad entre los escritos. Puede incluir las diferencias entre distintos escritores, pero también el desarrollo y las variaciones dentro de las obras de un mismo autor o una misma escuela de pensamiento. Que haya diferentes modos de expresión, de formas de pensar, de énfasis, etc., en los distintos autores es algo normal. Pueden incluso darse contradicciones entre ellos y en cada uno de ellos, y de hecho se dan, de tal manera que para algunos autores modernos no podemos hablar de “teología del Nuevo Testamento”, sino solo de “teologías del Nuevo Testamento”, entre las que puede producirse una gran tensión.
Hay tres formas posibles de tratar con este tipo de tensión.
La primera es argumentar diciendo que es totalmente irresoluble. Pablo y Santiago, por ejemplo, tienen criterios opuestos y no hay forma de que concuerden.
La segunda es examinar cuidadosamente las declaraciones o posturas que se suponen opuestas y determinar si, una vez bien comprendidas, están en armonía entre sí en lo que afirman.
La tercera es definir si, a pesar de las diferencias superficiales, puede haber una unidad subyacente en un nivel de percepción distinto.
Cualquiera de estas tres soluciones se puede aplicar en casos individuales, aunque no todos los problemas se resolverán del mismo modo.
Abordar esta cuestión es responsabilidad de cada teólogo. Debe haber dos aspectos en el análisis. Por una parte está la labor de exponer las teologías de los distintos escritores del Nuevo Testamento de forma individual y comprensiva en todas sus diferencias y variedad. Por otra, hay que definir qué relación tienen unas con otras, no con respecto a su desarrollo histórico, sino de su teología por encima de cualquier otra cosa; hasta qué punto muestran un pensamiento común y en qué difieren; o si podemos encontrar una perspectiva común entre ellas, y si es así, cómo ha de expresarse.
Queda claro que el punto de partida debe ser extraer el pensamiento expresado en varios documentos, cada uno por sí mismo, antes de intentar cualquier comparación y de detectar cualquier tensión. Es un hecho cierto que el Nuevo Testamento llega hasta nosotros en forma de documentos independientes que no tienen relación unos con otros, excepto aquellos vinculados entre sí por un mismo autor (1 y 2 Corintios, Lucas y Hechos), o procedentes de una misma pluma, aunque dirigidos a diferentes destinatarios (Pablo a las distintas congregaciones cristianas). En cada caso, por lo tanto, el autor aplica su teología a una situación específica distinta. Por consiguiente, hay una razón de peso para que el análisis comience con un examen de cada documento individual, viéndose luego las implicaciones de la teología del autor. Solamente así se hará justicia a la riqueza de cada contribución individual.
Pero luego el análisis debe adentrarse en la comparación y la síntesis a medida que vemos si los escritos encajan o no. De este modo, la variedad y la posible unidad deben ser objeto de investigación por igual.
Nuestra conclusión es, pues, que una teología del Nuevo Testamento conlleva dos tareas: primero, investigar cómo nació el pensamiento teológico de los primeros cristianos en la forma que recogen estos documentos, mediante el análisis de las teologías expresadas en cada uno de ellos por sí mismo o en los grupos posibles que formen18. En segundo lugar, comprobar la posibilidad de una síntesis que resalte las creencias comunes expresadas en los documentos y muestre también cómo se han desarrollado estas individualmente, cada una con su propia forma, y así ver si existe alguna armonía entre ellos o tal vez discrepancias que no se puedan resolver.
Cuando redactamos este capítulo por primera vez, no había ningún trabajo que siguiera este programa. Pero ahora tenemos la obra de Ferdinand Hahn, cuya Theologie des Neuen Testaments se compone de dos volúmenes considerables, de más de ochocientas páginas cada uno, en los que trata primero de la variedad de los testimonios de Cristo en el Nuevo Testamento exponiendo una historia teológica del material, y después la unidad de los escritos neotestamentarios por medio de una presentación temática. Por fin tenemos un ejemplo de cómo debería hacerse la tarea, aunque de una forma mucho más detallada de la que se contempla en este nuestro trabajo.
Se ha dicho en más de una ocasión que el Nuevo Testamento no contiene ningún manual de teología; no hallamos en él ningún credo detallado ni confesión de fe alguna. El material no aparece estructurado y es evidentemente ocasional. Por consiguiente, ¿puede considerarse que exista algo así como una teología escondida detrás de los escritos, o se trata de una deducción artificial a partir de este material? ¿Estamos en peligro de sustituir la enseñanza del Nuevo Testamento por una supuesta teología que, según se dice, se halla en su trasfondo?
Consideremos la analogía del director de una escuela que tiene que ocuparse de varios problemas de conducta entre los alumnos. La normativa escolar contempla algunos casos para zanjar posibles contingencias, y otras que no lo son tanto. Pero las situaciones que se presenten en momentos concretos le obligarán a tomar decisiones ad hoc. Podrían ser simplemente arbitrarias, pero lo más probable es que reflejen reglas generales o principios básicos de los que las normas serían aplicaciones específicas. Según la ocasión, el director tomará las decisiones pertinentes, indicando de qué principios básicos se trata, o tal vez deduciéndolos de las situaciones particulares. De manera que sería posible, al menos en teoría, trabajar desde las decisiones del director y sus declaraciones ocasionales para entender los principios aceptados en la escuela y las formas en que se aplican.
Aun a riesgo de simplificar en exceso, podemos decir que es posible hacer algo similar con el Nuevo Testamento19. Está a nuestro alcance leer la enseñanza y la instrucción particular que se da en sus distintos libros, y a partir de ahí tratar de retroceder hasta el cuerpo de creencias subyacentes y las formas en que se plasman. Podemos ver qué aplicaciones son ocasionales y cuáles son tan frecuentes y coherentes que devienen manifiestamente básicas.
La aplicación es el producto de las creencias subyacentes y de las situaciones específicas en las que se han de incorporar; por consiguiente, las mismas creencias fundamentales pueden tener usos y matices distintos según la ocasión. J. C. Beker, en su análisis de la teología de Pablo20, expresa muy claramente este planteamiento: hace una distinción entre lo que él llama el centro coherente y la expresión contingente de la teología paulina. El Apóstol profesa una serie de creencias que articulan su experiencia cristiana; podrían expresarse de una forma sistemática, pero lo que tenemos de él es su plasmación contingente tal como se aplican a las situaciones particulares que tiene que plantear en sus cartas. Por lo tanto, la tarea de una teología del Nuevo Testamento es examinar los propios escritos y ver qué puntos coherentes expresan, a la vez que se muestra cómo hallan su expresión en las aplicaciones particulares.
Elaborar un modelo de lo que estamos diciendo mediante la distinción de tres elementos puede ser de ayuda. En primer lugar, se puede hacer una distinción general entre el marco de referencias del pensamiento del autor y las reflexiones específicas que se desarrollan dentro de él. Existe, por ejemplo, cierto tipo de pensamiento antiguo que presupone la comprensión dualística de la realidad. La luz y las tinieblas, el bien y el mal, son oponentes conocidos, máxime cuando se mencionan en un contexto de confrontación21