Ya había terminado de mordisquearse la última uña que le quedaba por roer, hasta casi dejarla en carne viva, muerta de ansiedad, mientras esperaba la llegada de sus amigas a la fiesta de cumpleaños que había decido celebrar en casa y a la que acudirían sólo chicas, porque Jairo, el que salía entonces con la voluble Liliana, que se enamoraba al cabo del año un par de veces al menos, calculando a la baja, era un chulillo que le caía fatal, peor que una patada en los dientes, y no había tenido, en consecuencia, ninguna gana de invitarlo, y además, a ello se añadía la aversión que Rut, la más íntima de todas, sentía últimamente hacia Galo, su chico.
No entendía el porqué de semejante tirria.
Había sido algo inesperado y repentino, de un día para otro, lo que le resultaba raro, porque Rut era muy equilibrada, nada proclive a ventoleras en cuanto a sentimientos y pareceres, y por otro lado, al conocerlo, había congeniado bien con él, quien, a su vez, siempre la ponía en el cielo respecto a lo buena persona que era, además de muy inteligente, y a lo guapa que podría ser si se vistiera de otra manera, y no continuamente con aquellos vestidos largos y tan anchos, que la hacían parecer aún más flaca, dándole el aspecto de ir bailando dentro de ellos. Por eso, como Rut ya no se molestaba en disimular su antipatía, procuraba que se encontraran lo menos posible, a pesar de que él no le tomaba en cuenta sus desplantes y fingía no reparar en su tono agrio y cortante, en su gesto casi agresivo y en su mirada de profunda repugnancia y desprecio.
A veces, había llegado a sospechar que Rut sentía celos y en su interior lo acusaba de haber roto la amistad de ambas, porque era cierto que ya no salían juntas todos los días, pues él iba a buscarla al instituto, a la salida de clase, debido a que terminaba una hora antes en el gimnasio, donde se preparaba para hacer unas oposiciones al cuerpo de bomberos, de modo que se había acabado la alegre vuelta a casa de las dos, comentando lo más sobresaliente de la jornada.
Aquel cambio de Rut la había desconcertado de tal modo, que incluso hubo momentos en que había pensado también que la descontrolada agresividad que manifestaba en ocasiones escondía un secreto, el secreto de que le gustaba él, y su violencia no era sino una forma de luchar contra aquel amor que sin duda juzgaba maldito e ilegítimo.
Suspiró.
Qué complicado se iba haciendo todo a medida que se crecía y el mundo se ensanchaba, y se empezaba a callar y a silenciar lo que antes se decía y se gritaba sin pudores, y también a esconderse para llorar, porque el tiempo y el aumento de estatura habían convertido las lágrimas y el llanto en algo vergonzoso que, como el pis, no pertenecían al territorio de lo público, sino al ámbito de lo más privado.
Suspiró de nuevo.
En fin, Rut no le decía lo que le pasaba y ella no se lo preguntaba. Y eso era grave, gravísimo, porque la fosa que se había ido abriendo entre ambas, y que había empezado como una grieta, a la que no había querido dar importancia, se había convertido en una barrera, cada día más honda y ancha que las separaba y que pronto ninguna de las dos podría cruzar y entonces…
Entonces sería el final. El final de su amistad. Se terminaría aquella relación iniciada en el jardín de infancia y que había crecido y se había hecho firme y buena para ambas, a medida que ellas también se hacían mayores.
Se le encogió el corazón y se mordió los labios desesperada.
Era algo terrible lo que les estaba pasando, porque aquella desconfianza mutua, aquella falta de franqueza que se levantaba como un muro cada día más robusto y alto, que se convertía en esa fosa profunda y anchurosa separándolas, sólo significaba una cosa: que su amistad se estaba muriendo, que ya no eran las amigas de antes, de siempre, y que habían dejado de ser aquellas niñas que, a los siete años, se habían pinchado con una aguja la yema del dedo corazón de sus manos, para que sus sangres se mezclaran y de ese modo se convirtieran en hermanas hasta la muerte.
Ninguna de las dos podía sospechar, en momentos como aquél de tanta unión, complicidad, camaradería y alianza, que llegaría un día en que mutuamente se convertirían en dos extrañas, como había ocurrido la víspera, cuando había tenido que escucharle algo tan duro y terrible como que estaba ciega y que el día que abriera los ojos descubriría que estaba enamorada de un… Se había tragado la palabra, pero por el movimiento de sus labios supo que lo que silenciaba era algo como “canalla”, “sin alma” o algo que rimase con esas palabras.
Evitó las lágrimas con esfuerzo, porque la manera de llamar al timbre le anunciaba que era ella, Rut, la que estaba a punto de entrar por la puerta, y no quería que advirtiera que había estado llorando.
Habría preferido que llegase la última, para no sufrir la violencia de verse con ella a solas, frente a frente.
Se llamó cobarde y se encaminó hacia el recibidor, como si fuera al cadalso, a que el verdugo le cortara la cabeza.
Rut estaba más huidiza y seria que nunca.
Su semblante era el de alguien aplastado por un gran pesar.
No respondió a su hola apenas susurrado y le alargó una bolsa.
-Toma-le dijo-. Es mi regalo. No puedo quedarme a tu fiesta. Adiós.
De momento se quedó alelada, pero reaccionó antes de que entrara en el ascensor y desapareciera de su vista, a tiempo para gritarle llena de rabia:
-Nunca pensé que pudiéramos llegar a esto. Jamás pude suponer que me odiaras tanto. Eres una retorcida, una reconcomida, una…
Rut se había detenido a escucharla, pero no volvió la cabeza.
-Cuando leas lo que acabo de darte-la interrumpió sin mirarla-cambiarás de opinión, o quizá no, depende de lo ciega que estés.
Entró en casa dando tal portazo al cerrar la puerta, que su madre, que estaba en la cocina ultimando los detalles de la merienda, le llamó la atención por su violencia.
En ese momento le sonó el móvil.
Qué alivio escuchar la voz de Galo.
-…No, no me pasa nada. Son figuraciones tuyas. Mi voz es normal… Bueno, bah, estoy, sí, un poco alterada… ¿Mi madre? No, no tiene la culpa. Es un sol. Precisamente está dedicada a preparar una merendola, de chuparse los dedos no, de comerlos de gusto… Bueno, ya que insistes: es por culpa de Rut. Llegó, me dio el regalo, como si me lo tirara a la cara. Aún no he tenido tiempo de abrirlo. Y, como te digo, me lo lanzó, faltando poco para que me lo arrojara a la cabeza, y se largó. ¿Paciencia dices? ¿Qué tenga paciencia y que piense que es mi amiga de toda la vida? Claro que sí, claro que lo pienso y precisamente por eso me parece una gilipollas. Bueno, eso es pálido y demasiado suave… Seguro que ella está tan pancha, después de hacerme esto, un desplante de los de no te menees, de quedarme helada, como si me hubiera dado una parálisis, así estoy. Qué dices… Estás para allá… ¿Que tendría otro festejo mejor? Ja, ja. Déjame que me ría. Las fiestas le parecen una ridiculez. Seguro que va camino de su casa, a encerrarse a tejer esos jerseys negros y esas bufandas de mil colores que dan ganas de chillar, y luego sacará al perro a las diez en punto, y vuelta a casita, como la rara que es… Bueno, también yo a ti te quiero… Sí, mañana nos vemos, a la hora de siempre. Ah, no, que no tengo la última clase. Bueno, entonces nos llamamos. ¿Qué? No, después de esto, no lo voy a pasar ni medio bien. Menudo día de fiesta, víspera de Difuntos tenía que ser…. Un beso. Bueno, dos, tres y todos los que quieras…
Se sentía mal, sucia, indecente.
Era un mal bicho.
Haber cometido una deslealtad semejante con Rut, diciéndole a Galo todas aquellas cosas de ella, era infame.
Rut no le haría algo así jamás.
¿Podía doler el corazón? En aquel momento sentía en el interior del pecho una angustia que le impedía respirar.
El timbre otra vez…
Si fuera tan buena actriz como para fingir un soponcio y hacer que todas se fueran y ella pudiera encerrarse a pensar en lo que debía decirle a Rut para que todo entre ellas volviera a ser como antes…
Ya estaban todas, las amigas de siempre, aunque ninguna tan íntima y especial como ella, la ausente, Rut.
Liliana, Sonia, Sandra, Celia, Elena y Mariana, toda la peña al completo, entraron alborotando y tratando de abrazarla y besarla a la vez.
No le habían comprado nada, porque era una rara y una complicada.
Le traían un vale para que canjeara en su librería preferida los libros que eligiera por el importe que figuraba en él, y un cheque regalo de una tienda de ropa, para que hiciera lo mismo, y escogiera lo que le gustara.
Les dio las gracias y les dijo que Rut no vendría por causa de su abuela, a la que le pasaba no sé qué y tenía que quedarse con ella, a atenderla…
No quería confesarles que se había ido sin darle explicaciones que le aclarasen los motivos de su marcha, que le impedían quedarse a merendar.
-Muy propio de esa fantasma el papel ese de Caperucita...-dijo Liliana-. Bueno, la verdad es que yo también me voy a ir en seguida, porque…
-Que las otras hagan lo mismo, que las otras hagan lo mismo-pensó ella cruzando los dedos-.
-- porque, mira- prosiguió Liliana, tras una breve pausa-, no me voy a andar con cuentos: quiero estar con Jairo, ¿lo entiendes, no? Hoy es un lunes festivo, y falta mucho para el “finde”… Ten en cuenta que nosotros sólo nos vemos sábados y domingos… Y hay que aprovechar el poco tiempo que tenemos el resto de la semana para estar juntos.
-Claro, claro, no te preocupes. Y vosotras -se dirigió al resto- podéis hacer lo mismo, si os apetece.
Pero las cuatro protestaron, asegurándole que les parecía estupenda una fiesta sólo para ellas, y que sus chicos no eran unos absorbentes ni unos machos alfa como los de otras.
Liliana no recogió la indirecta más que poniendo los ojos en blanco.
Merendaron, se rieron, cotillearon, rajaron contra algunos compañeros y profesores y, al final, Liliana prefirió seguir comiendo pastas de chocolate y tarta a llegar puntual a la cita con su amor, como le indicó Celia, que era la más mordaz del grupo.
Esperaba que en cualquier momento Galo hubiera vuelto a telefonarla. Pero nada, ni una llamada rápida para preguntarle por la fiesta ni un mensaje mandándole un beso.
Andaría por ahí, con sus amigos del gimnasio, de los que sólo conocía a uno bastante seco en palabras, un pelado por causa de que, según le explicó él, la cabeza afeitada era lo mejor para un campeón de la natación como su colega que, sin duda, si sus marcas de velocidad en su especialidad de espalda seguían al ritmo de ascenso imparable que llevaban, cada día asombrosamente mejores, sería seleccionado para participar en la próxima Olimpiada.
Había hablado de aquel amigo con tanto entusiasmo, que ella había sentido algo parecido a los celos.
Después se había llamado boba, injusta y mezquina por aquel sentimiento, que en aquel instante juzgó parecido al que a Rut le producía su relación con él.
Al final, cuando todas se hubieron ido, se dijo que su cumpleaños había sido más triste que un funeral.
Bueno- pensó a continuación- quizá mañana, para compensar, viva un Día de Difuntos verdaderamente alegre.
Pero se equivocaba, porque no podía suponer que sería el más amargo de su vida.
No podía leer ni escuchar música ni ver la televisión. Sólo permanecer tirada encima de la cama, en calcetines y sin desvestirse, con los ojos en el techo.
Quince años. La niña bonita. Qué risa.
Tengo ganas de cumplir veinte, para ver si veo las cosas más claras y dejo de vivir siempre como si los demás me partieran en dos.
Hace dos años la movida sonada que tuvieron Lili y Mariana por causa de unas botas que la primera le devolvió hechas una mierda, como acordeones y llenas de barro, hizo que entre las dos me desgarraran, exigiéndome tomar partido por una o la otra. Las dos querían obligarme a que yo les diera la razón. Cada una por su lado me coaccionaba, a mí, sólo a mí y no a ninguna de las otras, para que me pusiera de su parte.
Y no me dio la gana.
Argumentaban que había sido testigo de cuando Liliana le preguntó a Mariana si le dejaba sus botas plateadas super fashion, de una marca supercara, las mismas que sacaba Madonna en un video y que le había traído su hermana de Nueva York, y la otra le había dicho que sí, que claro, que encantada, y Lili le dio las gracias, aunque advirtiendo también su miedo a que le tiraran encima de ellas bebida o les pasara algún percance, y Mariana entonces le comentó que no se preocupara por eso, que apenas se las ponía, porque, la verdad verdadera, le parecían un poco cantosas y estridentes, aunque perfectas para el vestido negro con figuras geométricas color platino que Lili iba a llevar a la fiesta…
Qué chorradas… Chorradas y más chorradas, boberías a toneladas-se dijo disgustada-.
Y parecido me pasó hace tres años, cuando lo de la abuela y el abuelo… Se divorciaron, después de un porrón de años de matrimonio.
Nunca había visto a mi madre desmoronada ni a mi padre tan serio.
No podían creer lo que estaba pasando.
Pero lo peor fue que mi madre no quiso aceptar que sus padres se separaran después de cuarenta años de vivir juntos, llevándose bien, al menos en apariencia. Se puso furibunda. Les dijo cosas horrendas a los dos, pero al final terminó colocándose junto a su madre, mi abuela.
Mi padre no intervino para nada, sólo trató de calmarla, sin conseguirlo. No volví a ver a mi abuelo.
Por lo visto, también se divorció de mí.
Si me hubiera querido de verdad, si me quisiera aún, si fuera verdad que yo era su rosa del día y de la noche, su mermeladita de ciruelas verdes, su mirlo cantarín y alegre, su estrella de la mañana, su aurora rosada, su niña de sol y luna me buscaría, porque sabe de sobra dónde encontrarme…
Es el tercer año que apago las velas en su ausencia…
Es una historia que me amarga. Una historia, en la que todos los que intervienen en ella son culpables, por su ira, su rencor, su cobardía…
Y ahora esto, la ruptura con Rut, que veo como inevitable.
Y lo que más me joroba, me duele y escuece es que sea por semejante idiotez, por sus figuraciones infundadas acerca de que le doy de lado por causa de mi relación con Galo que no para de decirme que tengo una amiga estupenda en todos sentidos, que vaya suerte la mía, y que no le dé importancia a que no haya digerido aún lo nuestro, y no cesa de alabarla, tratándola con la mayor amabilidad, a pesar de los bufonazos y los desplantes con que le corresponde como respuesta a cualquier comentario amable o pregunta que le haga.
En fin… Paciencia y resistencia- se dijo resignada-.
El sonido del móvil suspendió aquellos sombríos pensamientos.
-Tadi, soy la madre de Rut. ¿Está todavía ahí contigo? Si es así, dile que se venga ya. Estoy preocupada, porque ya es un poco tarde. Mañana hay clase…
Su rostro se contrajo por la perplejidad.
-No. Es que… Bueno, es que no está aquí. No se quedó a mi cumpleaños. Estuvo un momento y me dijo que tenía que irse.
Al otro lado oyó un quejido de desolación, de miedo, de susto.
-¿No tienes ni idea de adónde pudo ir?
Aquella pregunta en tono desgarrado y ansioso le secó la boca.
Carraspeó con nerviosismo antes de balbucir:
-No… No me dijo nada. No me explicó por qué no podía quedarse a la fiesta. Pensé que volvía a casa por… La verdad, no lo sé… Yo…
La voz de la madre de Rut se hizo fría y severa.
-Creo que me estás ocultando algo. Pienso que sabes adónde fue y no quieres decírmelo. Pero debes hacerlo. En este momento, la lealtad que sientas hacia ella es menos importante que mi angustia. Espero que lo comprendas.
A continuación, el acento de sus palabras se suavizó amansado, pero siguió desesperado y suplicante:
-Te pido, por favor, por favor, que me lo digas. Estoy muy angustiada. Jamás hizo algo así… Es impensable que no me haya avisado para que nos encargáramos de sacar, a las diez, como siempre hace ella, a Céler. Ese desinterés u olvido es sumamente raro, del todo absurdo en ella, alarmante de verdad. El pobre perro bajó conmigo a la calle feliz, pensando sin duda que la encontraría en la acera. Después de que subimos a casa, se convirtió en una estatua, y ahí sigue, delante de la puerta, en guardia, esperándola. La llamé mil veces al móvil que, al principio, sonaba y sonaba, pero ella no contestaba…. Y ahora está apagado…