COMITÉ CIENTÍFICO de la editorial tirant humanidades
Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada
Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Mª Teresa Echenique Elizondo
Catedrática de Lengua Española
Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación
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Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración
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Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana
Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones
Universidad Carlos III de Madrid
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MAESTROS Y TESTIGOS
Valencia, 2014
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Texto de las conferencias pronunciadas en la Cátedra de Teología “José Antonio Romeo” del CMU Chaminade durante el curso 2013-2014 en el tema “Maestros y Testigos”.
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MAESTROS Y TESTIGOS
Diego Tolsada Peris
La cátedra de teología contemporánea José Antonio Romeo ha organizado su XXXIII ciclo, en el curso académico 2013-2014, en torno a los maestros y testigos. Tras muchos años abordando temas de contenido doctrinal, ha parecido oportuno dar, al menos por este año, un giro a la perspectiva, para aproximarnos desde un ángulo más narrativo a creyentes que tienen un denominador común: haber vivido simultáneamente la doble condición de maestros y de testigos, creyentes que al mismo tiempo han dejado un poso doctrinal consolidado y que aún sigue siendo digno de atención para la vida de la comunidad y del seguidor a pesar del paso de los años, además, yendo más allá de su condición magisterial, han respaldado con la calidad y profundidad de su vida, de su biografía, lo que nos han dejado dicho y escrito. O por decirlo al revés, han respaldado la calidad de su vida de fe como testigos con una sólida reflexión sobre la misma. Creyentes que respaldan la densidad de su palabra con la calidad de su vida, en que la expresión está respaldada por la autenticidad.
No bastaba la condición de maestros, no era suficiente una aportación doctrinal significativa; tampoco bastaba la condición de testigos de la fe, por abnegada y evangélica que hubiera sido la entrega al seguimiento de Jesús. Si se hubieran seguido estos criterios, la selección realizada hubiera sido mucho más larga y posiblemente muy diferente. Es la confluencia y armonización de estas dos condiciones, pensamiento y vida o vida y pensamiento, la que ha servido de criterio para confeccionar el programa del curso. Incluso así hubo que proceder a una dolorosa y exigente selección: en primer lugar en el tiempo, que quedó acotado al pasado siglo xx, pero también en el número impuesto por la cantidad habitual de conferencias de cada ciclo y cada curso. Junto o en vez de los que figuran en el programa, ¿por qué no, por ejemplo, Congar, Tillich, Barth, Häring, Mounier, o Ellacuría, Casaldáliga, Gustavo Gutiérrez, o Simone Weil, o la importante línea de pensadores/testigos judíos como Buber o Lévinas…?
De todos modos, y a pesar de los inevitables desequilibrios, el elenco es suficientemente representativo: 6 religiosos, 7 clérigos y 5 seglares; 8 varones y 4 mujeres; aunque, eso sí, una abrumadora mayoría de católicos (10 con Unamuno) frente a un protestante y una judía.
1. ¿TIENE SENTIDO HABLAR HOY DE IMITACIÓN?
De un modo o de otro el tema remite a la imitación. ¿Tiene sentido a estas alturas de la historia y de la evolución de la sociedad occidental presentar modelos que imitar? Parece que es un tema más bien de individuos, sociedades y espiritualidades del pasado, que ha quedado atrás a causa del desarrollo de la autonomía del sujeto nacido con la Modernidad y la Ilustración.
Desde 2003 Javier Gomá Lanzón está estudiando, por primera vez de forma sistemática entre nosotros, el complejo fenómeno de la imitación y sus posibles y beneficiosas aplicaciones en nuestro momento actual y en los más diversos campos, especialmente en el de la vida pública y en el de la vida moral y religiosa1. En esta primera parte, vamos a acercarnos a las tesis más directamente relacionadas con nuestro tema.
1.1. ¿Qué entender por imitación?
El tema de la imitación tiene un larguísimo recorrido en la civilización occidental, más o menos explícitamente tratado. A grandes líneas, se pueden distinguir tres grandes etapas2. La primera abarca todo lo que podemos incluir bajo el epígrafe de premodernidad, es decir aproximadamente hasta el siglo xvii. El esquema predominante es el modelo-copia: la realidad es un modelo objetivo, ideal y eterno, que se plasma más en concreto en tres grandes líneas: la Naturaleza, las Formas platónicas y los Antiguos, que se coimplican mutuamente. El arte imita a la naturaleza (estética) y el ser humano debe vivir de acuerdo con la ley natural; las ideas platónicas son el modelo o arquetipo que el Demiurgo (Dios) copió al plasmar (crear) el mundo (ontología); los antepasados son el canon y el punto de referencia de la vida buena (humanismo). Este modelo es estático, preexistente, pleno y completo, e inanimado. Por eso, el hombre debe imitarlo; la perfección consiste en la reiteración del modelo dado, del que emana la normatividad, pues es perfecto.
El presupuesto [es] que existe una realidad ya acabada, autónoma, eterna, y que de esa realidad emana toda normatividad porque en ella está encerrada la perfección inmutable… La cultura es un reiterar una perfección ya dada, tratar de actualizar por la imitación un modelo general-típico que es previo y superior al sujeto humano…
La imitación se constituye en la única decisión eficaz y la más alta posibilidad humana3.
La segunda etapa abarca la Modernidad (siglo xviii) y es una reacción, a veces virulenta, contra esta larga tradición de siglos. Es la aparición del sujeto moderno el que en poco tiempo acaba con el modelo secular: un sujeto autónomo, dueño de sí mismo, que se atreve a pensar por sí mismo, no puede tener como ideal algo anterior temporal y ontológicamente a él, al que debería someterse. Las nuevas categorías de la Modernidad, como la emancipación, la libertad, la autoconciencia, el progreso, la conciencia de que la realidad es histórica y evolutiva y tiene como sujeto activo al ser humano… no pueden tolerar como modelo el de imitación-copia. El ideal humano, en gran parte intramundano, de existir, estará en el futuro y será el esfuerzo humano el que lo conseguirá. Las ideas platónicas quedan sustituidas por el trabajo activo y constituyente del entendimiento humano (Kant), la Naturaleza por el trabajo creador del genio artístico (Romanticismo) y los Antiguos dejan su puesto a la utopía del futuro (Marx, entre otros) y al progreso (Comte y el positivismo).
La actual toma de conciencia de las limitaciones de la Modernidad no supuso en modo alguno la vuelta al modelo anterior (nunca se vuelve atrás, por más que a veces se intente, en la historia). Las corrientes culturales posmodernas, especialmente el estructuralismo, el desconstructivismo y el giro lingüístico, a lo que llevaron es a agudizar aún más la crisis del esquema modelo-copia, pues comportaron la “muerte del sujeto”, y sin sujeto no hay nadie que imite.
Pero este ataque frontal de la Modernidad no ha significado la derrota definitiva de la imitación en nuestra cultura. Con el siglo xx surge también un cuarto modo de entenderla y vivirla: la teoría de la imitación moral de prototipos4. La Modernidad ha aportado como dato del que ya no se puede prescindir la autonomía del sujeto. En consonancia con él, la imitación es ahora imitación de un modelo que es persona libre y creadora, a la vez que la copia también lo es. La imitación se establece entre dos realidades personales y libres, lo que permite que ambas conserven su autonomía y su individualidad. Esta modalidad había tenido, evidentemente, sus precedentes en el pasado, pues siempre se han imitado personas. En el mundo griego antiguo apareció como imitación de los héroes, verdaderos prototipos para los demás mortales de un ideal de ser humano. En el mundo judío y especialmente en el cristiano aparece como imitación del justo o del mártir (especialmente el caso de Jesús de Nazaret).
Fundadores, reformadores, místicos, santos, héroes, en suma “individualidades privilegiadas”, emergiendo sobre la naturaleza repetitiva, se ofrecen como un ejemplo de creación y libertad5.
Este nuevo modelo tiene como características propias o principios constituyentes la excelencia, entendida como originalidad personal y normativa para los demás; la coincidencia en la persona del modelo de su ser y de su deber-ser; la condición de ser al mismo tiempo, en tensión dialéctica, semejante a todos los demás pero superior, pues participa de una realidad común a todos pero vivida y realizada de modo eminente; y una dimensión práctica, la “facticidad”, por la que el modelo se impone no tanto teóricamente a través del concepto o del discurso, cuanto por la fuerza del ejemplo, de la acción, de la vida. Es así como el modelo puede llegar a ser fuente última de moralidad o inmoralidad. El problema se plantea entonces en elegir consciente y libremente (como sujeto autónomo) un modelo que sirva de referencia para la vida, lo más generalizable, universalizable posible. Esta elección es un acto profundamente racional y voluntario y llama al que imita a ser capaz de dar razón de su elección, es decir, a dar testimonio del valor del modelo elegido:
Quien elige de modelo de su vida un auténtico prototipo, lo imita y es capaz de comunicar de modo convincente a los otros con sus obras y sus argumentos la ley que aquél [el modelo] enuncia, ese es el verdadero maestro cuya sabiduría el discípulo venera como su más preciado tesoro6.
El modelo así entendido tiene no poder, sino autoridad (de augeo, lo que hace crecer al ser, a la persona), esa autoridad moral que se le reconoce a quien respalda con su vida y su comportamiento la solidez y la verdad de lo que dice o valora. En una frase lapidaria, Gomá resume todo esto con tres palabras: el ejemplo predica:
Predicar con el ejemplo significa que el ejemplo predica, es decir, que es el único capaz de hablar a la conciencia y al corazón con toda la elocuencia, aunque sea un ejemplo silencioso7.
1.2. La super-ejemplaridad de Jesús de Nazaret
Esta filosofía de la imitación Gomá la ha aplicado posteriormente al campo del mito (Aquiles en el gineceo), al campo de la vida pública (Ejemplaridad pública) y al campo de la esperanza ante lo ineludible de la muerte (Necesario pero imposible). No se puede seguir aquí sus interesantísimos desarrollos, pero sí cabe hacer alguna alusión, por breve que sea, a esta última obra, a causa de la luz que puede arrojar sobre nuestro tema.
El punto de partida puede ser la ineludible realidad de la muerte como punto final de todo proyecto humano, la victoria del mundo sobre el individuo autónomo y lleno de dignidad que es el hombre. Ser sujeto individual es ser mortal, lo que obliga a reinterpretar el viejo tema de la inmortalidad: ¿cómo llegar a ser individual, autónomo, sujeto en este mundo, y a la vez albergar la esperanza en contra de lo que la experiencia dice tozudamente, de seguir siéndolo más allá de la muerte, fuera de este mundo, por así decirlo?
Otro dato de experiencia es la no intervención de Dios en los hechos individuales de la experiencia, de nuestro mundo; se abstiene de mejorar el mundo, es un Dios maniatado. Por eso, solo le queda un medio para ejercer su compasión: crear una salida más allá del mundo, producir un inesperado aumento de ser, de realidad, que le ofrezca al ser humano una superación de la muerte. Pero, y aquí lo importante para nuestro tema,
en lugar de decretar sin más una extensión de la finitud humana posmundo, prefiere suscitar en la experiencia un ejemplo personal que vive en el mundo, padece su injusticia, siente el abandono al que esta arroja a todos los hombres, muere como una más de sus víctimas y, desde lo profundo del sepulcro, revive a su individualidad mortal por la acción de una virtus aliena. El profeta de Galilea… se tornará él mismo, tras este acontecimiento escatológico, en anuncio y reino. Y para quienes imiten su ejemplaridad, en una salida para su individualidad doliente8.
Jesús, el hombre Jesús tal como lo hemos recibido, es un ser humano de una ejemplaridad excepcional, “el mejor de todos”9, “ejemplaridad nimbada de una limpieza, actualidad y universalidad no predecibles”10:
Su elevado ideal ético y la realización de este en su vida le hacen merecedor, desde una perspectiva comparada, al título del mejor de los hombres, el más noble representante de la humanidad sobre la tierra, el más perfecto ejemplar de nuestra especie. Es el hombre bueno por antonomasia, sin precedentes ni antecedentes en esa desusada proporción, modelo máximo de toda bondad posible en el mundo11.
Esta ejemplaridad oscila entre lo extraordinario (la excelencia que le permite ser modelo para el ser humano aún hoy) y lo excepcional, lo que está por encima de toda experiencia y, en ese sentido, hace imposible la imitación en sentido estricto, al ser irrepetible. No solo el mejor sino el único, por lo que va más allá de lo exigible razonablemente a los demás. Esta super-ejemplaridad es la que es digna de fe y hace a Jesús digno de fe, permite confiar en él y suscita, a pesar de la enorme distancia, el deseo de ser como él, viviendo la paradoja que da título a la obra: necesario pero imposible. Y es esta super-ejemplaridad la que hace insoportable la injusticia de su muerte, hasta el punto que, por compasión, el Dios que no ha intervenido hasta ahora, “se decide finalmente a abrir la puerta desde fuera”12.
Tras recordar la afirmación de Aristóteles de que todos debemos imitar al mejor, una de las últimas frases de Gomá dedicadas al Galileo dice así:
Ahora bien, el mejor de todos es el galileo… ¿Cómo sería el mundo si todos o muchos imitaran su ejemplo?13.
1 J. Gomá Lanzón, Imitación y experiencia. Valencia, Pre-textos, 2003; Aquiles en el gineceo. Valencia, Pre-textos, 2007; Ejemplaridad pública. Madrid, Taurus, 2009; Necesario pero imposible. Madrid, Taurus, 2013.
2 La historia de la categoría en nuestra cultura, especialmente en la filosofía, se desarrolla de modo especial en la primera de las obras citadas, Imitación y experiencia.
3 Ibid., p. 155. (El cristianismo lo que hará será “bautizar” este modelo, pero sin cuestionarlo, surgiendo así el tema de la imitación cristiana, que, curiosamente, Gomá analiza en esta obra muy de pasada, aunque sí lo hará en Necesario pero imposible).
4 Ibid., pp. 189-327.
5 Ibid., p. 219.
6 Ibid., p. 366.
7 Ibid., p. 383 (subrayado del autor).
8 Id., Necesario pero imposible, o. c., p. 182 (último subrayado, nuestro).
9 Ibid., p. 186.
10 Ibid., p. 187.
11 Ibid., p. 194.
12 Ibid., p. 218.
13 Ibid., p. 276.
2. ¿IMITACIÓN O SEGUIMIENTO?
El poderoso pensamiento de Gomá nos ha acercado a la categoría de la imitación desde una perspectiva filosófica y, más en general, cultural. En un segundo momento, hemos visto algunas de sus ideas en torno a Jesús de Nazaret como modelo de superejemplaridad. La tradición cristiana ha mantenido desde el Nuevo Testamento (especialmente Pablo) un discurso interno también muy intenso en torno a la imitación de Cristo. Pero este discurso ha experimentado en nuestra época la influencia de la renovación traída por los movimientos de los estudios bíblicos y cristológicos14. Se ha hecho clásica la distinción que hizo ya hace tiempo J. Fuchs entre imitación y seguimiento15. Desde una perspectiva cronológica, lo primero fue el seguimiento de Jesús, pues el Jesús prepascual les pidió a unas personas concretas que lo siguieran materialmente por los caminos de Palestina. Se trataría de ir con Jesús y supone la relación personal física con él, en una comunidad de vida y de destino. Comportaba llevar el mismo tipo de vida material de Jesús. Este tipo de relación acabó con la Ascensión.
Tras ella, la relación física con el Jesús terreno se ha vuelto imposible y se abre el campo, no ya del seguimiento de Jesús, cuanto de la imitación de Cristo, tal como Pablo, por ejemplo, la presenta en sus cartas (1 Tes 1,6; Ef 5,1) y como él mismo tuvo que asumir, pues, aunque apóstol, no vivió con el Jesús terreno. Es importante subrayar este aspecto: uno de los más significativos apóstoles, por no decir el mayor en algunos aspectos, no tuvo la experiencia del seguimiento de Jesús, sino que esa relación la tuvo que vivir en clave de imitación o de conformidad con Jesús ya resucitado y confesado como Señor. La imitación es más moral que histórica. Tenía básicamente una dimensión moral, en el sentido no de la reproducción o imitación física de lo que hacía Jesús, cuanto de sus actitudes, motivaciones y valores más profundos. Se quiere imitar lo esencial de la experiencia de Jesús, prescindiendo de aquellos rasgos históricos irreproducibles ya en las nuevas situaciones que la comunidad y el cristiano tenían que vivir.
Esta opción tuvo unas enormes ventajas, especialmente al principio, pues permitió universalizar la relación con Jesús por encima de las limitaciones físicas, geográficas, temporales y, sobre todo, existenciales. Para conformarse con él, no era necesario reproducir al pie de la letra su vida histórica (salvo los casos extremos del martirio y, a su modo, el monacato inicial).
Pero comportó también, con el paso del tiempo, inconvenientes serios. El más importante fue una espiritualización de la conformidad con Cristo de corte platónico y neoplatónico, articulada en torno a la fuga mundi, que alejó la experiencia cristiana cada vez de las condiciones concretas de vida de cada momento y de muchos elementos evangélicos importantes. La imitación se fue centrando cada vez más en la conformidad con un modelo idealizado de Jesús, con fuertes tintes monofisitas y cada vez más alejada de la vida concreta del cristiano en el mundo, que se trasformó en el gran impedimento para la imitación, el gran enemigo a evitar (lo que se puede comprobar por ejemplo en la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, que no debemos olvidar que fue el libro de piedad más leído durante mucho tiempo en la Iglesia católica, con ventaja grande y llamativa sobre la Biblia).
Otro de los grandes peligros, y en el que también se cayó claramente, fue que el tema quedó reservado a los cristianos de élite. La imitación se entendió como imitación de los llamados consejos evangélicos, ahora concretados en los votos religiosos. Este tipo de cristiano era el perfecto, el más cercano a Jesús, mientras que la inmensa mayoría de los cristianos, los laicos, tenían que conformarse con el cumplimiento de los preceptos (el cumplimento de los mandamientos de Dios y de la Iglesia), con la clara conciencia del abismo que los separaba teóricamente del modelo de perfección de los religiosos.
Cabría citar también otro efecto negativo que se produjo en torno al tema, no por el tema mismo sino por la evolución histórica que se fue produciendo tanto en el campo de la teología como de la espiritualidad, que consiste precisamente en esto: la separación entre dogmática y espiritualidad. La primera fue deviniendo cada vez más un sistema cerrado en sí mismo y en su propia coherencia interna, sobre la base de un riguroso sistema deductivo a partir de los primeros principios que eran los dogmas revelados. El edificio dogmático creció y creció, pero cada vez más alejado y cada vez más irrelevante para la vida práctica del cristiano. De ahí su aridez y su pérdida de significación. Por otra parte la espiritualidad, dejada a sí misma y sin un control razonable serio (pues en este tema las facultades importantes eran la afectividad y, sobre todo, la voluntad, mientras que la razón era junto con el mundo el otro gran enemigo), cayó en exageraciones piadosas, cuando no tremebundas, cargadas de sentimentalismo poco controlado.
Por fin, vinculado el tema a la intimidad de lo espiritual interno, no es de extrañar que fuera un asunto puramente individual, del alma con Dios a solas.
Es así como la imitación de Cristo, que comenzó siendo la única alternativa posible para prolongar el seguimiento de Jesús más allá de su Ascensión, bajo el influjo del Espíritu, en condiciones históricas y sociales diferentes a las que el Jesús histórico le correspondió vivir, terminó siendo un tema para almas selectas, que se debían mover en un ámbito lo más alejado posible del mundo, dejadas en ocasiones a la influencia del sentimiento o de la voluntad sin mucho control de la razón y aisladas en un individualismo espiritual muy fuerte. Y este era el tipo de seguidor e imitador de Jesús.
Es cierto que nunca se perdió en la Iglesia la referencia a la humanidad de Jesús como criterio básico de discernimiento y de vida cristiana. Basta recordar los ejercicios de san Ignacio, tan centrados en la contemplación de los misterios de la vida de Jesús, a santa Teresa de Jesús o la escuela francesa de espiritualidad del siglo xviii. Pero, a pesar de la importancia de esta línea, la espiritualidad cristiana de la imitación adoleció de los inconvenientes señalados, que terminaron produciendo un tipo de cristiano oficial, pero imitador puramente externo de Jesús.
Por eso, Kierkegaard16 pudo establecer con una lucidez y un radicalismo todavía hoy muy pertinentes la diferencia entre el admirador y el verdadero imitador. Según él, poco a poco se pasó de ser imitador de Jesús a ser un simple admirador de él. La diferencia es tan sencilla como profunda: el admirador no se implica personalmente en la humillación de Jesús, no asume esta sino que se limita a mantener una vinculación más o menos externa, en la mayoría de los casos de palabra solamente, con Jesús. Pero
Jamás ha dicho Él que desea admiradores… No son prosélitos de una doctrina, sino imitadores de una vida17.
Un imitador es o se esfuerza por ser aquello que admira; un admirador se queda personalmente fuera… y no descubre que lo admirado encierra una exigencia para él, la de ser o esforzarse por ser lo admirado18.
Alternar con Él era algo así como estar de exámenes, porque su vida, aunque sin decir una sola palabra, examinaba calladamente la de ellos19.
Solo el imitador es el verdadero cristiano20.
Algo parecido, utilizando la categoría de testigo, dice Reyes Mate, cuando afirma que el testigo no es solo el espectador de algo, que cuenta luego lo que ha visto imparcialmente, sin implicación personal, sino
el autor o protagonista que hace un relato en primera persona de algo previo, que es confirmado por su testimonio,… es una voz en primera persona que nos habla sobre un acontecimiento extraño que le ha sobrevenido, aunque haya tenido que vivirlo hasta el final21.
Por eso, hoy se vuelve a hablar más de seguimiento de Jesús que de imitación de Cristo, sabiendo en todo caso, que no estamos hablando del primer seguimiento de los discípulos tras el Jesús histórico. A este cambio han contribuido muchos factores, algunos internos a la vida eclesial y otros más de corte cultural. Entre los internos a la vida de la Iglesia, hay que destacar en primer lugar la renovación bíblica, que comenzó en el siglo xix con la aplicación a la Escritura de los métodos crítico-históricos y lingüísticos. Uno de los efectos fue una primera ola de “biografías” de Jesús, que, a pesar de todas sus limitaciones y errores, recuperaron muchos aspectos de la vida de Jesús de Nazaret, que habían dejado de ser significativos durante siglos. Esta aportación tuvo su efecto directo no solo en un mejor y mayor conocimiento de la figura de Jesús, sino también en la cristología, lo que permitió la eclosión de esta a mediados del siglo xx, con las grandes aportaciones de la segunda ola. La distinción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe fue un elemento clave de esta época, ya insustituible. Otra de las grandes aportaciones fue la puesta en relieve de la centralidad del Reino en el proyecto de Jesús y su opción por los pobres. Todavía una tercera ola, en la que aún nos movemos, ha aportado importantes datos para un mejor conocimiento de la figura histórica de Jesús y el ambiente y la cultura en que se movió.
Junto a estos factores internos cabe señalar también que nuestra cultura ha presionado seriamente, aunque tal vez sin darnos del todo cuenta de modo habitual, sobre nuestra mentalidad. La importancia recuperada de la práctica humana, la superación del idealismo, la influencia del empirismo, el positivismo y del marxismo, cada uno a su manera, en la manera de pensar y de vivir, nos han dado un talante mucho más histórico, materialista y social… Las condiciones de vida, las circunstancias son elemento constituyente de la realización del ser humano, que no es solo alma ni espíritu, sino también carne y huesos. De ahí que la salvación no pueda ser puramente ideal, sino salvación en la historia. Y si no lo es, peor para la salvación, que deja de interesar. Otro factor externo que ha influido poderosamente es la importancia que ha cobrado el giro lingüístico, especialmente, para lo que nos interesa aquí, la hermenéutica o interpretación de los textos. Hoy sabemos que no hay lecturas neutras, sabemos que los textos fundacionales fueron ya ellos interpretaciones de los hechos primeros (para nosotros casi inasequibles) en función de las circunstancias de las distintas comunidades. Sabemos que la literalidad está en función del significado y que este siempre es situado, personal, histórico y comunitario.
A la luz de todo esto, tenemos la suerte de haber recuperado elementos suficientes y sólidos, aunque no sean muy numerosos, de quién fue Jesús de Nazaret, cuál fue su proyecto vital (el Reino), en función de qué y quiénes vivió (el Padre y los pobres), de quién se rodeó (la primera comunidad), cómo se relacionó con el poder y las instituciones y cómo vivió la relación con la religión de su tiempo, cómo murió… Y conocemos con cierta seguridad cómo sus seguidores, tras su muerte, articularon un discurso y una praxis de vida en torno a la convicción de que el que había muerto había sido resucitado por Dios y constituido Señor.
Son elementos suficientes para que, mediando necesariamente la fe, se puedan constituir en una base razonable (no puramente ciega) y libre para reproducir en nuestro tiempo y circunstancias las líneas generales de su oferta de vida, purificadas de los errores que hemos visto. Hoy es posible el seguimiento de Jesús como opción de vida y de sentido; es posible vivir bajo el influjo de su Espíritu las intuiciones más profundas que animaron su existencia.
Y no solo es posible, sino que tenemos la suerte y la gracia de que hay personas que lo han intentado y lo siguen intentando hoy y, al contemplar su vida, descubrimos que ese modo de vivir los ha realizado admirablemente como seres humanos, llevando en ellos a cotas muy altas no solo su vida de fe sino su condición humana. Son los seguidores o, por llamarlos con otros nombres, los místicos, los testigos. Esto es lo que también está diciendo Pagola, cuando habla insistentemente de la necesidad urgente de la Iglesia y de cada uno de sus miembros de “volver a Jesús”. No se trata solo de una reforma más o menos radical de las estructuras externas y la organización de la Iglesia, de un crecimiento más o menos a fondo en la vida de la fe habitual, sino una invitación en estos momentos finales de toda una época de vivir el cristianismo a volver a la raíz de la fe y esa raíz está en reproducir lo más intensamente posible en nuestro mundo la experiencia que Jesús de Nazaret hizo del Dios/Abba, y no otra, por religiosa y piadosa que pueda parecernos. O dicho de otra manera, de la mano y la invitación de esos tres grandes creyentes que son Juan Martín Velasco, Dolores Aleixandre y el mismo José Antonio Pagola, solamente “fijos los ojos en Jesús”22.
O, por usar, a propósito de los seguidores, palabras de Vitoria Cormenzana:
Quienes se han encontrado con Él cuentan y no acaban. Les ha sucedido algo extraordinariamente bueno. En su cercanía, se han experimentado agraciados con algo excepcionalmente saludable, que les reintegra interiormente y les sana corporal y espiritualmente. Se han sentido convidados por el Padre a compartir la mesa familiar en la Iglesia. Su Aliento les ha movido, como al samaritano, a hacerse prójimos de los abandonados en los márgenes de los caminos. Su Palabra les ha hecho rebosar de una esperanza en el futuro incluso contra toda esperanza. La experiencia del exceso del amor divino les invita a ofrecer gratis aquello que gratis han recibido23.
Será fundamental la mediación de la comunidad de los seguidores de Jesús, en donde leer la palabra, celebrar la fe, crecer y educarse en ella… Pero lo fundamental es la experiencia personal del seguidor, que será la mejor pastoral, la mejor “nueva” evangelización, la de la vida trasfigurada de los testigos. Estas palabras que siguen podrían describir qué y quiénes son testigos:
Caminaron junto a sus contemporáneos, empeñados en inventar un mundo nuevo, henchidos de esperanza en el futuro y de ironía hacia las pretensiones de los alquimistas de la inevitabilidad. Sus itinerarios vitales desprendían el seductor perfume del Evangelio y contagiaban el talante humano de Jesús. Sus vidas aleccionaron sobre la auténtica espiritualidad: vivir historia adentro, seducidos, movidos y consolados por el Espíritu de Jesús24.
14 AA.VV. El seguimiento de Cristo. Madrid, PPC-Universidad Pontificia de Comillas, 1997.
15 A.F. Díaz Nava, “Imitación-seguimiento”, en AA.VV., Diccionario enciclopédico de teología moral. Madrid, Paulinas, 1973, pp. 496-499.
16 S. Kierkegaard, Ejercitación del cristianismo. Madrid, Trotta, 2009.
17 Ibid., pp. 233-234.
18 Ibid., 237.
19 Ibid., 239.
20 Ibid., p. 248.
21 R. Mate, “Testimonio, verdad, justicia”, en AA.VV. Pensando la religión. Homenaje a Manuel Fraijó. Madrid, Trotta, 2013, pp. 360-361.
22 Dolores Aleixandre/Juan Martín Velasco/José Antonio Pagola, Fijos los ojos en Jesús. En los umbrales de la fe. Madrid, PPC, 2012.
23 F.J. Vitoria Cormenzana, No hay “territorio comanche” para Dios. Accesos a la experiencia cristiana de Dios. Madrid, HOAC, 2009, p. 192.
24 Ibid., p. 190.