COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT HUMANIDADES
Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada
Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Mª Teresa Echenique Elizondo
Catedrática de Lengua Española
Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación
Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración
Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana
Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones
Universidad Carlos III de Madrid
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Rafael Fraguas
Madrid,
los sentidos
Fotografías:
Pablo Fraguas Martínez
Valencia, 2015
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IMAGEN DE LA PORTADA: “Madrid marítimo. Puerta del sol” de Enrique Cavestany
Para Jaime: sonrisa, voluntad e inteligencia
Gran Vía con Alcalá
El placer es la expresión del discurrir de los sentidos. Es su recreo. En él, lo solemne desaparece y surge el sentir con esa lisura llana que desde la piel se adentra y nos hace cosquillas en el alma. Lo placentero tiene, pues, un anclaje sensorial. Lo percibimos. El excelso deleite que pone en marcha el gran dispositivo de la Naturaleza, se dice, resulta del disfrute acompasado de nuestros sentidos junto a otro ser. Así, aseguran los sabios, es el placer que más se asemeja al gozo. El gozo se despliega por un ámbito más ancho, porque se refiere a la gratitud que al ánimo la existencia toda le brinda.
Existir es grato. Por eso, pisar el suelo es la forma más directa de negar la nada y afirmarnos. A esa gratitud del existir tiene acceso todo humano. También los madrileños y cuantos viven o visitan Madrid. Natural. Y ello, pese a las adversidades que el existir hoy, aquí, muestra. Frente a ellas, gozar es el arcaico sentir que se vive e implica formar parte de Madrid y de la sociedad presentes, en cuya desenvoltura vibra el gozo del pasado existido ya en esta ciudad y el futuro se percibe como un preludio horizontal de gozo henchido, por venir.
Pero nuestra aparente civilización madrileña nos ha forzado a olvidar sabores, sensaciones y deseos y a inhibirnos de muchos disfrutes o, lo que es peor, a ponerles precio. Nada más erróneo. El valor del placer carece de precio. No puede haberlo. Ideas aún muy arraigadas en una rígida simetría pretenden nivelar siempre un placer con el precio de una pena, tan magra en disfrutes ha sido en ocasiones la vida para muchos. Eso es no entender nada del regalo que la vida implica.
Dejemos a un lado la simetría y troquémosla por armonía. Quien precio pone al placer, devalúa su delectación al rebajarlo con ese falso equivalente en culpas o en monedas que, por la vía de rasarlo todo, todo lo arrasa con su mecánico proceder.
La vida es un don, un regalo, como lo es el placer de vivirla. No tiene ninguna referencia simétrica ni puede tenerla. Se impone por sí misma. Es un desafío que se afirma abruptamente contra la nada. A quienes la adversidad no les permite deleitarla con una existencia grata, luchar por reivindicarla les procurará, con certeza, la sensación de una placentera víspera. Y la víspera anuncia el hoy. Y el hoy clama por la diversidad de los sentires. Por su gratuidad. Vivir es gratis. Como gratis ha de ser la libertad de gozar su vivencia.