El pequeño
pataxú
Tristan Derème
Traducción de Carmen Álvarez Hernández
El pequeño Pataxú
Primera Edición en castellano: 2017
del original Patachou, Petit Garçon, Paris, Émile-Paul Frères, 1929
© Tristan Derème
De la traducción:
© Carmen Álvarez Hernández
Diseño de colección:
© Juan Pedro de Gaspar
Diseño de portada:
© Sandra Delgado
Ilustración:
© Sandra Delgado
© Ediciones Evohé, 2017
www.edicionesevohe.com
ISBN: 978-84-946240-8-7
prólogo
Un libro tan delicioso como este no se merece entorpecer y retrasar el goce de su lectura con un prólogo, pero haberlo descubierto nos ha supuesto uno de los más bellos momentos de nuestra editorial y queremos colocarlo en resonancia perfecta con otro de los grandes libros de la literatura universal, engrandeciéndose el uno al otro.
Ese otro libro al que nos referimos y que tan gran impacto ha causado a las generaciones que van desde su publicación el 6 de abril de 1943 hasta hoy es El Principito de Antoine de Saint-Exupéry (el libro más traducido de la historia tras la Biblia).
Las fuentes biográficas del relato de Exupéry son innumerables, como es sabido: el accidente del aviador en el desierto de Libia; los baobabs de sus escalas en Senegal; su amigo de doce años, Pierre Sudreau que siempre llevaba bufanda y al que llamaba le petit Pierre; o los volcanes de la tierra natal de su esposa Consuelo Suncín (viuda del escritor Enrique Gómez Carrillo de quien, por cierto, Ediciones Evohé publicó en la colección El Periscopio su libro Tierras mártires, 2015).
Pero el hecho relevante para esta primera edición en España de El pequeño Pataxú es que a través de varios estudiosos de su obra, como Alban Cerisier, descubrimos además que las fuentes literarias de El Principito también son numerosas. Destacan los cuentos de su infancia, entre los que el propio autor señalaría los «de hadas de Hans Christian Andersen»; obras como El farolero de Marie Cummins (1854); País de 36.000 voluntades de André Maurois (1929); o El hombre de la Pampa de Jules Superville (1923) (libro escrito originalmente en francés pese a ser uruguayo su autor y que se abre con esta frase: «Ensueño y realidad, farsa, angustia, he escrito esta pequeña novela para el niño que fui y que me pide historias…». Aunque fuera de esta referencia concreta se nos hace más difícil encontrar relaciones influyentes directas con la obra de Exupéry).
También creemos que Mary Poppins inspiró al autor. No en vano, Eugene Reynal, editor de la novela de Pamela Travers, fue impulso fundamental para que Exupéry escribiera su cuento, y después fue el primero en publicarlo.
Pero, a nuestro parecer (y, por supuesto, el del profesor Denis Boissier, que mostró numerosas referencias cruzadas: la rosa, las estrellas, la boa, el zorro, el cordero…), a Exupéry le influyó más que ningún otro texto, Patachou, petit garçon de Tristan Derème. Novela que relata las aventuras de la imaginación de un niño juguetón y curioso, especial y soñador. «Hábil en las fantasías, me recuerdas el niño que fui, en otro tiempo…», dice también el narrador de él.
El relato contiene textos que muy razonablemente habrían iluminado, siempre para bien, a Saint-Exupéry, aunque historiadoras como Annie Renonciat niegan la deuda directa de la obra con Pataxú, vinculando El Principito a la tendencia propia de la época, de busca de la simplicidad y la claridad. Algo que a nosotros nos parece improbable teniendo en cuenta que esa «tendencia» bien pudo ser la previa a la Gran Guerra en los movimientos contrapuestos al simbolismo francés, o la de los alegres años 20’, pero no, definitivamente, la del momento en que Saint-Exupéry comienza a escribir su obra universal, en plena II Guerra Mundial (inicios del verano de 1942).
Así, con esta edición lo que pretendemos es reivindicar un texto admirable, injustamente olvidado, y de paso incitar a todos a leer (o releer) El Principito con una nueva óptica.
En todo caso, nada disminuye para nosotros la valía de la obra del aviador francés el hecho de que pudiera estar influida o inspirada en la deliciosa historia Pataxú de Derème.
Influencias literarias que, además, no restan sino que complementan a las biográficas y viceversa. El zorro es claro que evoca al fénec que domesticó Saint-Exupèry cuando estaba destinado en Cabo Juby (1927); pero tal vez fuera en el recuerdo de Pataxú cuando lo imaginó como personaje. «¿Querrás enseñarme a domesticarlos?», dice Pataxú de los pájaros de los plataneros… «Haces avergonzar a los zorros»… cita más adelante. Y también encuentra un pozo imposible:
¡Un pozo, hay un pozo al final del jardín! Es la sorpresa. Pataxú se precipita…
… ¡Horror! Es un falso pozo. Es un mísero cilindro de cemento, instalado sobre el suelo, y coronado de un doble arabesco de hierro, cuya cima deja caer inocentemente una cadena demasiado corta y la vanidad de un cubo…
… Hemos colocado una tapa de madera sobre el pozo. ¿Qué ocurre bajo esa tapadera? Ya no lo sabemos muy bien. Basta con estar alejado de las cosas o no verlas más para imaginar libre y felizmente sobre ellas y atribuirles todos los misterios…
Así, avanzando por la extraordinaria narración de Derème, sentimos a Pataxú como un hermano primogénito de El Principito al que este, como todo hermano menor, emula. De este modo, como ya hemos apuntado más arriba, varios símbolos de uno aparecen en el otro.
Como el bozal que la tía Matilde pone a la cabrita con la que viajan en tren; o elefantes, boas y baobabs:
… centenas de elefantes que barritaban mientras afilaban sus impresionantes defensas contra los baobabs de tus ensueños…
… ¿Ignoras que su trompa es tan terrible como una boa, y que una boa puede asfixiar un buey? Los elefantes son enormes animales que tienen una boa en la punta de la nariz1.
Las montañas en las que el eco responde al Principito: «Estoy solo… estoy solo… estoy solo...» evocan a Pataxú:
Lo esencial, ¿no es que él sea feliz, y que usted sea feliz como él? Y se puede ser muy feliz sin vivir en la gloria y sin ir a sentarse, al revuelo de ovaciones, a la cima del Himalaya. Piense que hace mucho frío en la cima de las montañas; se resfría uno fácilmente. Es un lugar peligroso y se está un poco solo…
La caja en la que podemos reconocer al único cordero que será por siempre el nuestro, o donde retendremos a nuestra estrella:
La otra noche, me pidió una estrella. Le dije que, quizá, con una red de mariposas que tuviera un largo mango... Vamos, que le prometí que atraparía una estrella y que la colocaría sobre la esquina de su almohada. Diez minutos después, dormía dulcemente. Pero al despertar:
—¡La estrella! —gritaba— ¿Dónde está la estrella?
—¿No ves que es de día? Se volvió a marchar. Tenías que levantarte más temprano. Ella estaba ahí, cerca de tu mejilla. Hubieras podido cogerla con tu mano.
Él me respondió:
—La próxima vez, la pondrás en una cajita. Ya no podrá irse.
De nuevo he hecho lo que él quería. Tenemos una pequeña cajita.
—No la abras —le digo—. La estrella se escapará.
Él gira la caja y la vuelva a girar:
—¡No pesa mucho, tu estrella!
Pero está muy orgulloso de su tesoro. En secreto, le ha dicho a la vieja cocinera:
—¡Chis! Tengo una estrella
—¡Guárdala bien!...
Ovejas, sombreros y la reivindicación de que el entendimiento de las gentes menudas es más profundo que el de los mayores:
Qué sería de mí si no tuviera a Pataxú, si no pudiera a todas horas oír sus silogismos, y si no me demostrara, cuando él gustase, la inutilidad de los sombreros. Es un peligroso sofista que le demostraría muy fácilmente, si se le antojara, que los niños pequeños conocen los secretos del universo mucho mejor de lo que pueden hacerlo los mayores. Pero el próximo verano, si hace mucho sol, me preguntará por qué las ovejas no tienen sombrillas…
También la máquina voladora a modo de cometa tirada por pájaros silvestres con que el Principito vaga entre los asteroides (cuya inspiración gráfica pudiera estar en The Man in The Moone, Londres, 1638, de Francis Godwin. Véase la imagen en http://www.lindahall.org/francis-godwin):
… yo no te aconsejo cabalgar una nube; pasarías a través de ella.
—Pero si pusieras un mango más grande a mi red de mariposas, y si atrapara una nube, quizá ella me llevaría… Cuando sea mayor, tendré una bella caballeriza, llena de nubes; tendrán cada una un nombre y una caseta; y cuando quiera pasearme en el aire, ¡engancharé dos o tres a mi carro volante!
¡Qué crío! Vaya a hablarle pues de prudencia. Repítale que simplemente solo hay que tratar de estar contentos, sin soñar que en otro lugar haya más felicidad: le responde enganchando nubes; y luego ríe, balanceando sus pies desnudos…
Ahora bien, el viejo tío de Pataxú, quien nos narra sus peripecias, parece dirigirse al propio niño, mientras que Saint-Exupéry se diría que le habla a todos cuantos le leen. Pero de igual manera vemos a menudo reminiscencias del tono del tío de Pataxú en las palabras de nuestro aviador a la espera de la amabilidad de alguien que le informe de que el Principito ha vuelto:
¡Cuántos hombres se parecen a Pataxú! En el fondo, quizá los hombres no sean más que niños cuyo candor está un poco marchitado.
Todo está en Pataxú: el sol, las estrellas y la misma luna. Todo le corteja. Habíamos viajado todo un día para venir a Passy. Habíamos atravesado Francia. Al anochecer, Pataxú, la nariz en el cristal del vagón, suelta un gran grito:
—¡La luna!
—Sí, es la luna.
—Me ha seguido…
Finalmente, al margen de símbolos concretos, también las reflexiones del narrador o del propio niño nos evocan al Principito. Por ejemplo aquellas sobre rosas y estrellas: «Una rosa marchita, una estrella apagada, ¿no es lo mismo?...»; o esta sobre los pájaros:
… es así cómo podía darnos el sabio consejo de «recolectar los días»; es decir, de coger, de la rama, las rosas y las naranjas en el momento en que están a nuestro alcance. Pero es algo, me temo, que nosotros jamás sabremos hacer. Nosotros siempre estamos esperando, y mientras tenemos ante nosotros una pequeña alegría permitida, miramos al aire, pensando en los bellos pájaros de ayer, que ya han levantado el vuelo. Cuando bajamos la mirada para volver a las cosas reales, la dicha sencilla, que nos esperaba sin embargo con paciencia, también ha echado a volar. Ese será nuestro arrepentimiento de mañana. Y le pregunto, ¿acaso nuestro arrepentimiento de hoy nos ha hecho alcanzar los pájaros de ayer?...
También el inquietante concepto del regreso de viajes tanto reales como ficticios:
… querría tener alas.
—¿Para hacer el qué?
—Para ir a otro lugar.
—Y, ¿cuándo estés en otro lugar?
—Regresaré.
—Entonces no merece la pena moverse. Tú estás aquí, sentado a mi lado; solo tienes que suponer que has hecho un gran viaje…
Y qué decir del hecho de ver lo esencial con más clarividencia con los ojos cerrados:
—¿Por qué los hombres no caminan hacia atrás?
—No lo sé, Pataxú. Es, tal vez, porque no tienen ojos detrás de la cabeza. Siempre quieren ver dónde van. ¿Siempre…? Se podría reflexionar sobre eso. Sé de muchos que, en la vida, cierran los ojos. Se abandonan a las bellas esperanzas, y para estar más seguros de que el destino no contradice sus sueños, solo se miran a sí mismos, donde están todas sus quimeras…
En definitiva, queremos compartir con todos vosotros este libro de Derème, una de las más reconfortantes narraciones que hemos leído, cargado de inocencia, de significados (una gallina que se llama Clitemnestra, acaso hermana de Cástor, convertido aquí en perro de la familia; el gato Clodomiro, rebosante de filosofía, que no conoce el resentimiento; la tortuga Ulises, como el intrépido guerrero y navegante, que también se replegaba sobre sí mismo para volverse más fuerte…), de alegría, y de profundas reflexiones vitales. Todo ello hoy tan necesario en un mundo que tal vez se va deshaciendo de sus referentes éticos en un viaje «directo a bandazos» hacia el caos. Como diría con fina ironía Pataxú: «voy derecho como una zeta a la inmortalidad».
El impacto que causa este libro no es, sin embargo, cosa de nuestros tiempos. Ya en la hora de su publicación tuvo enorme repercusión. Fue terminado de escribir el 17 de marzo de 1929 y se publicó inmediatamente, en Edition Émile-Paul Fréres. Como jamás ha sido editado en España hasta ésta nuestra publicación, el original sobre el que Carmen Álvarez Hernández ha realizado una inigualable traducción lo conseguimos gracias al mercado global de libros de segunda mano. El ejemplar recibido era del mismo año de su presentación, 1929, pero ya señala la cubierta que se trata de ¡la vigésimo octava edición! (Como sorpresa adicional para nosotros, el ejemplar que adquirimos llevaba una dedicatoria autógrafa del autor a «Mademoiselle Yvonne V*** et qu’elle fasse bon accueil a Patachou, en respectueux hommage, Tristan Derème»).
Por último dejadnos compartir otra alegría con vosotros. Con este inolvidable libro lanzamos la nueva colección Ultravagantes de Ediciones Evohé, dedicada a autores que ya hace años se marcharon a escribir a los Campos Elíseos, el Nirvana, los Campos de Aaru, el Jardín del Edén, el Valhala, la Yanna…
Recuperar aquí textos tal vez desconocidos junto a otros famosos (como nuestra próxima publicación, que será La lámpara maravillosa de Ramón María del Valle-Inclán acompañada de un pormenorizado estudio de Juan José Martín Ramos, titulado Poética de una matemática celeste) se convertirá para nosotros en una empresa de infatigable entusiasmo que haga más ciertas aún las palabras del tío de Pataxú «los hombres viven así, por lo general, con una vana pero agradable esperanza».
Terminemos para dejar ya paso al extraordinario goce de leer las historias del pequeño Pataxú. Dicen nuestros personajes que en una cuba, o bajo el hocico de una cabrita, uno puede llegar a descubrir la imagen de los recuerdos que se querrían olvidar. Pero que a veces, aunque uno pueda tratar de bebérselos, permanecerán en el fondo de la cuba, precisamente los más amargos.
Muy al contrario, tras leer este indispensable libro, en el fondo de la cuba de vuestros corazones quedarán unos recuerdos que desearéis no olvidar jamás. Precisamente los más dulces.
Jaime Alejandre, editor
1 «Mon dessin ne représentait pas un chapeau. Il représentait un serpent boa qui digérait un éléphant», El Principito. «Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante».
el pequeño
pataxú
a mi madre
que este pequeño pataxú
que le traigo de la mano
le reitere con gratitud
toda la felicidad de mi infancia
t.d.
PATAXÚ
Conozco a un pequeño niño. Se llama Pataxú. Usted oye bien; ese no es su nombre de bautismo, sino que una mañana en que la vieja cocinera, en el campo, preparaba profiteroles, este jovencito se desliza en la cocina, devora la mitad de la masa y luego huye de puntillas, después de haber tirado del rabo al gato.
— ¡Mis pasteles! —exclama la cocinera.
Alcanzan al goloso. «Si lo vuelves a hacer —le dicen en el tono más serio del mundo—, la masa se inflará en tu estómago; te convertirás tú mismo en pâte à choux 1, y te comeremos».
Se quedó muy preocupado. De vez en cuando se miraba en los espejos, para estar seguro de que no se hinchaba. Al final le dijo a su madre: «¿No soy pâteàchoux?». Estaba a punto de llorar. Aun regañándole, le consolaron. Y le llaman Pataxú.
Tuteaba a todo el mundo. «Hay que tratar “de usted” a los mayores». Se lo han repetido cien veces.
El tío Felipe vino a pasar ocho días al campo. Él caza. Tiene un gran fusil y una especie de sombrero tirolés.
—Tiene usted un sombrero pungudo —le dice Pataxú.
—Es un sombrero tirolés —le confía el tío Felipe.
—Sí, pero es un sombrero pungudo.
—¿Pungudo? ¿Qué quieres decir?
—Mamá me ha dicho que no le hable a usted de ti… Si te dijera ti, te diría que tienes un sombrero puntiagudo. Pero mamá me lo ha prohibido. Así que usted tiene un sombrero pungudo.
—Yo querría un fusil como mi tío —dice Pataxú—. Mataría leones.
—Pero aquí no hay leones —responde su madre.
—Quizá vengan…
Le compramos un pequeño arco y flechas. Hubo que prohibirle practicar con las gallinas. Las hubiera atravesado a todas.
El tío Felipe vuelve de rastrear la llanura y la colina. Ha matado una liebre que ponen en un espeto. La cocinera ha ido a la fuente con su cántaro. La liebre gira; Pataxú la observa. «Es una liebre», piensa, «¡es una presa…!». Veloz, coge su arco y lanza todas sus flechas sobre el animal que se está asando. Una ha atravesado la liebre y su punta da en el tronco. La liebre ya no gira. Todas las flechas se ponen a arder como sarmientos. Pataxú huye.
—Pataxú, me vas a hacer desnacer, dice su madre. —Desnacer es una palabra que se usa en Bearne2 para no decir morir—. ¿No tienes ni un poquito de vergüenza? Tus flechas se han quemado, y la liebre también.
—Pequeña calamidad —dice el tío Felipe—. Ve a mirarte en el espejo para que veas qué cara tiene un bribón. Y piensa en la buena acción de los espejos que, al mostrarte los rasgos del pecado, te permiten corregirlo. Solo la raza humana tiene espejos: solo ella tiene una consciencia. ¿Has pensado alguna vez que un cordero o un conejo jamás se han visto, que no se verán jamás, que no sabrán nunca si tienen los ojos azules o negros, ni si su nariz es aguileña o chata? Aprecia este favor que el destino te brinda…
El tío Felipe reía para sus adentros. Pataxú había pasado la tarde, un pequeño espejo en mano, persiguiendo al gallo en el corral. «¡Quieres dejar al animal tranquilo!», le decíamos. Pero Pataxú gritaba al gallo: «Mírate, venga. ¡Tendrás una consciencia!».
1 El nombre del pequeño protagonista proviene de un tipo de masa con la cual se hacen los buñuelos de nata, profiteroles y pasteles similares, habitualmente con relleno: la pâte à choux (pronunciada [pɑt][a] [ʃu]). En España se conoce como «pasta choux» o, en ocasiones, «masa bomba».
Dada la especificidad del concepto y las intenciones del autor, nos decantamos por la castellanización del nombre francés en favor de su pronunciación, una vez hecha esta aclaración etimológica. (N. de la t.).
2 Bearne (Béarn) es una región francesa situada a los pies de los Pirineos, colindante con el País Vasco francés y la región de Las Landas; allí, en casa de su madre, oriunda de la zona, el autor pasaba frecuentes estancias, siendo cuadro recurrente de sus escritos. (N. de la t.).