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James T. Siegel

SUHARTO, BRUJOS, LA ALQUIBLA Y EL JUDÍO MEDIÁTICO

UMBRALES

UMBRALES

Colección dirigida por
FERNANDO ESCALANTE GONZALBO y CLAUDIO LOMNITZ

Sucede con frecuencia que lo mejor, lo más original e interesante de lo que se escribe en otros idiomas tarda mucho en traducirse al español. O no se traduce nunca. Y desde luego sucede con lo mejor y lo más original que se ha escrito en las ciencias sociales de los últimos veinte o treinta años. Y eso hace que la discusión pública en los países de habla española termine dándose en los términos que eran habituales en el resto del mundo hace dos o tres décadas. La colección Umbrales tiene el propósito de comenzar a llenar esa laguna, y presentar en español una muestra significativa del trabajo de los académicos más notables de los últimos tiempos en antropología, sociología, ciencia política, historia, estudios culturales, estudios de género.

JAMES T. SIEGEL

SUHARTO, BRUJOS, LA ALQUIBLA Y EL JUDÍO MEDIÁTICO

Prólogo
NATALIA MENDOZA ROCKWELL

Traducción
LAURA LECUONA

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2016

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contraportada

ÍNDICE

ÍNDICE

PUNTOS DE REFERENCIA

LISTADO DE PÁGINAS

PRÓLOGO

La obra de James Siegel es quizá el estudio de la violencia política y criminal conceptualmente más fértil que haya dado la antropología en las últimas décadas. Sus preguntas y argumentos están anclados en la especificidad histórica y etnográfica de Indonesia y de la isla de Java en particular. Sin embargo, sus herramientas analíticas —su manera de observar, de asociar eventos y de explicar— de inmediato sugieren analogías y nuevas interpretaciones al lector interesado en entender fenómenos semejantes en cualquier lugar del mundo.

La escritura de Siegel combina el rigor académico con la agilidad del ensayo. Llama la atención la escasez de referencias teóricas y discusiones escolásticas explícitas. El “mundo” —por llamar así a los fenómenos que el autor busca explicar— está siempre en primer plano; y el andamiaje teórico aparece subordinado a la urgencia de sus preguntas. El lector, sin embargo, reconocerá en los textos de Siegel un uso profundo y agudo de la teoría psicoanalítica y del post-estructuralismo. Un uso que, a diferencia de la mayoría de los textos contemporáneos que abrevan en estas tradiciones, no sacrifica la nitidez lógica de sus argumentos; no busca abigarrar u oscurecer trivialidades. Por el contrario, la obra de Siegel logra un equilibrio poco frecuente entre la búsqueda de explicaciones plausibles y la conciencia de que hay algo en la comprensión de la violencia, el odio y la muerte que por definición excede su racionalización.

Las explicaciones de Siegel sobre las cacerías de brujas, los linchamientos, la violencia étnica, la represión estatal contra “comunistas” o contra los “kriminalitas” o la xenofobia parten de una serie relativamente constante de argumentos. Quizá el más importante sea que para entender la violencia y las acusaciones que la acompañan no bastan las explicaciones de corte funcionalista. Es decir, cuando para explicar la violencia la convertimos en la expresión o el instrumento de preocupaciones y conflictos de otra índole —económicos, religiosos, morales o políticos—, lo que se oculta es precisamente la singularidad del fenómeno, su parte irreductible. Siegel, por el contrario, argumenta de manera convincente que las acusaciones de brujería en Java —a diferencia de lo que la antropología social clásica argumentó— no son la expresión de otras disputas comunitarias; no siguen un patrón predecible a partir de conflictos familiares, económicos o religiosos. Una vez que el autor pone en entredicho este tipo de explicaciones, se presentan preguntas de otra índole. ¿Cuál es la relación entre los procesos políticos nacionales y la forma que toma lo siniestro en el orden social local? ¿Qué pasa cuando la muerte se sale de su definición tradicional; cuando las formas establecidas de entenderla y “domesticarla” pierden su eficacia? ¿Qué nombra el apelativo “bruja”?

Para contestar a estas preguntas, Siegel combina el análisis de procesos históricos y políticos, el uso de conceptos psicoanalíticos y la interpretación discursiva —su corpus incluye artículos de crónica roja, entrevistas a familiares de víctimas, programas de televisión, descripciones etnográficas y algunos documentos históricos—. Esbozo aquí algunos de los argumentos centrales de la manera en que Siegel entiende la violencia.

En el ensayo sobre el fin del régimen de Suharto y la proliferación de acusaciones de brujería en Java, el lector reconocerá la influencia de la teoría psicoanalítica en el uso de conceptos como el inconsciente, la repetición, la identificación, las fantasías, el retorno de lo reprimido, el trauma y la pérdida del habla, la neurosis social. Pero sin duda el texto que más ha influido en la manera en que Siegel usa la teoría psicoanalítica para explicar la violencia es uno relativamente marginal, “Lo siniestro” (Freud, 1919).

En los dos artículos que conforman el presente volumen, así como en otras partes de su obra, Siegel se interesa particularmente en las relaciones sociales y formas de violencia en que se diluye la diferencia entre el acusado y el acusador; entre el brujo y sus asesinos; entre los agentes estatales y los criminales. El primer renglón de su libro New Criminal Type in Jakarta resume bien este interés: “La mayor parte de la gente en el mundo mata a personas que considera diferentes de sí misma […] Sin embargo, hay otro tipo de masacre en la que uno mata a aquellos a la imagen de uno mismo” (Siegel, 1998, p. 1). Freud argumenta que la particularidad de lo siniestro, a diferencia de lo simplemente aterrador, es precisamente ésa: aquello que en principio nos resulta cercano y familiar —empezando por uno mismo— de pronto se torna amenazador y ajeno. La bruja —que, siguiendo a Derrida, Siegel entiende como la muerte o el punto ciego del orden simbólico— puede en cualquier momento ser uno mismo. En el argumento de Siegel, las acusaciones de brujería son precisamente el mecanismo que busca sacar de uno mismo la posibilidad de lo siniestro: yo no soy brujo porque él sí lo es.

Ese tipo de “espejos” sociales abundan en la obra de Siegel. Uno de los ejemplos más interesantes de esta lógica que puede encontrarse en el presente volumen es el del hombre de Banyuwangi que, una vez que su casa ha sido apedreada por aquellos que lo acusan de ser brujo, decide emprender un viaje para preguntar a diversas autoridades, religiosas y estatales, si aquellos que lo acusan tienen razón, es decir, si de verdad él mismo es brujo. En A New Criminal Type in Jakarta, Siegel describe cómo los signos que deja la violencia estatal contra presuntos criminales se parecen cada vez más a los signos de la violencia criminal. El Estado se mimetiza con los “criminales” —que en el discurso oficial sustituyen a “los comunistas” como principal amenaza nacional—. La razón de esta mimesis, afirma Siegel, es una tendencia estatal a acapararse el poder casi sobrenatural que la muerte y la violencia producen cuando se salen de sus formas y lugares acostumbrados.

Esa capacidad mimética de la violencia recuerda los argumentos de René Girard al respecto. La gran diferencia es que “la naturaleza humana” ocupa sólo una porción mínima de la explicación de Siegel; pues sus argumentos están estrictamente atentos a la especificidad de los procesos políticos, históricos y culturales de Indonesia. Importa aclarar que la “cultura” no aparece como explicación de la violencia en sí, sino de la forma concreta que toman los mecanismos para tratar de contenerla y darle forma. De hecho, en el artículo sobre Suharto y los brujos, Siegel introduce otro concepto: “la falla cultural”. Una especie de ruptura en el aparato simbólico local cuyo síntoma más claro es en este caso la ausencia de fantasmas. Vamos por partes.

Las acusaciones de brujería, en el análisis de Siegel, no son el residuo de un orden tradicional comunitario que se mantiene intacto. Al contrario, son la manera en que las comunidades lidian con fenómenos recientes como la ruptura del régimen político y la aparición de nuevas formas de violencia. Para Siegel, el dato más importante es que la proliferación de acusaciones de brujería se desata justo con la salida de Suharto. Es decir, en el momento en que se debilita la capacidad de la nación de producir coherencia simbólica; la capacidad de definir a sus sujetos y regresarle a los habitantes una imagen que los identifique, que los defina socialmente; el momento en que el apelativo de “masa” sustituye al de “pueblo”.

El análisis de Siegel es indisociable de una teoría del lenguaje. De entre todos los fenómenos discursivos, hay uno que le interesa particularmente: los apelativos. Uno de sus libros, Naming the Witch, es quizá el esfuerzo reciente más serio de entender cómo se produce la muerte física de sujetos que han sido “maldecidos” o “hechizados”. En el presente volumen, sin embargo, Siegel se interesa por otro aspecto de la eficacia lingüística o simbólica: la manera en que se produce políticamente la identificación entre Indonesia como nación y los habitantes de las más de mil islas que forman el archipiélago, en particular en la isla de Java. Para ello, Siegel analiza minuciosamente los cambios históricos en las categorías que definen a sujetos individuales o colectivos y las imágenes que se asocian con cada una: pueblo, massa, kriminalitas, bruja, judío, chino, por dar los ejemplos que aparecen en este volumen.

Siegel explica que los habitantes de Java tienen una relación más bien armoniosa con los fantasmas; se espera que los antepasados muertos regresen, sin intenciones malignas, bien vestidos y reconstituidos en una imagen que no tiene trazos de la manera en que murieron. La novedad, explica Siegel, es que esa transición de cadáver a fantasma no suceda con un nuevo tipo de muertos. Éste es uno de los argumentos centrales de lo que Siegel llama “la nacionalización de la muerte”. Es decir, una especie de desprendimiento de los muertos del entorno local. Los fantasmas pertenecen a un lugar y tienen una historia; son, por así decirlo, miembros de una comunidad. Por el contrario, los nuevos muertos son anónimos y pertenecen a un espacio simbólico estrictamente nacional.

Los ejemplos que da el autor de esta “nacionalización de la muerte” resultarán familiares al lector latinoamericano. En A New Criminal Type in Jakarta, por ejemplo, Siegel analiza una nota de prensa roja aparentemente igual a cualquier otra. Los habitantes de un pequeño poblado descubren un cuerpo en llamas; al apagarlo, logran identificarlo como un miembro de la policía. No es una persona conocida localmente, y fue abandonada cerca de este poblado como podría haber aparecido en cualquier otro paraje. La nota de periódico que cubre el suceso da como única información el nombre y número de matrícula del policía. La nota incluye una breve entrevista con los aldeanos que apagaron el cuerpo, que afirman que no pueden dejar de vomitar, que están “traumatizados”, que no temen a los fantasmas, pero temen que regresen los criminales que torturaron y quemaron al policía. Los habitantes de los pueblos saben cómo defenderse de ladrones y otros pequeños criminales locales, y saben cómo mantener a los fantasmas a raya, pero ahora el espacio físico de la comunidad se vuelve el escenario de una violencia sobre la que no tienen ningún control. Siegel afirma que la ausencia de fantasmas coincide con la incorporación de un nuevo término extranjero en el vocabulario local: “trauma”.

Si bien los argumentos de Siegel echan mano de la teoría psicoanalítica, no se limitan en ningún momento a explicaciones psicológicas individuales o colectivas. Lo excepcional de su análisis es precisamente la capacidad de entender el entretejido simbólico entre el espacio comunitario local y los procesos políticos nacionales. El sentido de peligro o de amenaza que da pie a las cacerías de brujas, explica Siegel, no se origina en el espacio comunitario, viene de otra parte. Aparece asociado, por ejemplo, a la visibilidad de nuevas formas de riqueza; el ejemplo de los atacantes que al entrar a casa del acusado de brujería destruyen a palos un televisor ilustra este punto. Pero para Siegel, ese sentido de amenaza viene en última instancia de la memoria reprimida de la violencia estatal, en particular de las masacres de 1965, en las que perdieron la vida cerca de medio millón de “comunistas” y que son el antecedente directo de la llegada de Suharto al poder. Muchos de los protagonistas de sus historias tienen la edad suficiente para recordar las masacres: aluden, en particular, a los cadáveres flotando río abajo. Unas tres décadas más tarde, al salir Suharto del poder, regresan los muertos de las masacres, pero no como fantasmas, sino como una sensación de cercanía con la muerte que se articula localmente como brujería.

La obra de Siegel es particularmente significativa cuando se lee desde México. Ayuda a entender el entramado de categorías locales, nacionales y mediáticas que están en juego en la violencia. Ayuda a pensar la proliferación de figuras intermedias o cambiantes: militares que se vuelven sicarios, luego “arrepentidos”, luego policías comunitarios; así como la lógica de las acusaciones y de la sospecha cuando no hay referente para saber quién es quién en realidad. En resumen, ayuda a ir nombrando y entendiendo aquello que por pereza llamamos “el deterioro del tejido social”.

Ser testigo de formas masivas de violencia que no alcanzan una articulación política o discursiva, que se presentan como absolutamente “irracionales”, tiene el efecto de dejarnos sin habla. La obra de Siegel es absolutamente singular porque su escritura pareciera justamente ir alumbrando el camino de regreso de ese “sin habla”.

NATALIA MENDOZA ROCKWELL