BIBLIOTECA AMERICANA
Proyectada por Pedro Henríquez Ureña
y publicada en memoria suya
Serie
VIAJES AL SIGLO XIX
Asesoría
JOSÉ EMILIO PACHECO
VICENTE QUIRARTE
Coordinación académica
EDITH NEGRÍN
IMPRESIONES DE UNA MUJER A SOLAS
Selección y estudio preliminar
Pablo Mora
Ensayos críticos
Ana Rosa Domenella
Luzelena Gutiérrez de Velasco
Roberto Sánchez Sánchez
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Primera edición FCE/FLM/UNAM, 2006
Primera edición electrónica, 2016
Enlace editorial: Eduardo Langagne
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ISBN 978-607-16-4418-3 (ePub-FCE)
ISBN 978-607-02-8406-9 (ePub-UNAM)
ISBN 978-968-16-8160-9 (impreso)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
PABLO MORA
Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM
Qué recio es el combate de la vida,
qué escasos nuestra fuerza y nuestro brío:
y al fin caemos con la fe perdida
de la cripta en el páramo vacío.
“Sombras”, 1888
INTRODUCCIÓN
Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) es una de las mejores exponentes de la mujer mexicana en el siglo XIX y una de las más destacadas escritoras que ha tenido México a lo largo de toda su historia literaria. Sin duda, después de sor Juana Inés de la Cruz, la que seguiría, en orden cronológico de importancia, es la escritora también nacida en el Estado de México, en Amecameca.1 En Laura podemos encontrar a la protagonista ejemplar que, desde una postura con frecuencia difícil o adversa, encabezó los cambios, realizaciones e impedimentos que enfrentó una mujer en un siglo que dio las pautas de su liberación.2 Me refiero, sobre todo, al descubrimiento temprano de su vocación literaria y a la pronta conciencia de la condición humana frente a la voluntad y la muerte en una sociedad mexicana conservadora de fines del siglo XIX. Laura Méndez de Cuenca es, además, con lo que sería, éste, su primer rescate de producción de cuentos, crónicas, cartas, reportes educativos y poemas, dispersos en revistas y periódicos,3 una escritora que resulta una revelación por la forma como fue integrando en su escritura los cambios que exigía una modernidad, al mismo tiempo que la sustentó con el rigor más lúcido de su tradición inicial. Del romanticismo y el neoclasicismo al modernismo y la vanguardia, del positivismo y el progreso al humanismo y el nacionalismo crítico, o bien de las ideas juaristas a las ideas revolucionarias, Laura retroalimenta su vida siendo la misma, sin concesiones, pero siempre manteniendo curiosidad, superación y aprendizaje con autocrítica.
Laura vive, desde el último gobierno de Santa Anna, la guerra de Reforma y la intervención, el Imperio de Maximiliano, la República Restaurada y el Porfiriato hasta la Revolución mexicana y el gobierno de Álvaro Obregón y Calles, una época de grandes cambios y en donde la sociedad mexicana tardaría en conformarse como nación moderna. En ese lapso de tiempo la escritora del libro de cuentos Simplezas (1910) vive como la amante, estudiante, esposa, viuda, maestra, editora, cronista, viajera y partidaria de la revolución, dando muestras de una actividad literaria sólida y excepcional en cada uno de los géneros en que incursionó: poesía, novela, cuento, traducción, crónica de viajes, periodismo, educación y biografía. Sin embargo, la época de producción literaria más intensa y rica la marca la última década del siglo XIX y la primera del XX, años en los que se convierte en una viajera excepcional haciendo de dicha experiencia uno de los motivos más fecundos en su escritura en donde registra los cambios generados por el progreso entre dos mundos y dos siglos, pero también en donde la mirada interior alcanza una intensidad sorprendente. En esas dos décadas Laura escribe sus mejores páginas mostrando una variedad de recursos y dejando una obra que, sin ser muy voluminosa, representa una labor excepcional de una mexicana que mira a EUA y a Europa, al mismo tiempo que voltea a su origen.
Por otro lado, no sólo la vocación de escritora resulta fundamental sino también aquélla a la que dedicó gran parte de su vida y que fue el sustento económico y uno de los filtros decisivos en sus planteamientos literarios: la del magisterio crítico. Ambas actividades destacan a lo largo de su biografía por estar inscritas con un cincel de gran oficio al mismo tiempo que también supo percibir, registrar y modernizar los cambios pedagógicos con una visión siempre lúcida, autocrítica y cristalina. Pero sobre todo, la obra literaria de Laura me parece sumamente atractiva y moderna porque muestra la forma como una mujer, formada en el romanticismo y el positivismo, revierte su pronto desengaño y pasión en un trabajo ejemplar, que va destilando, retroalimentando, fortaleciendo, con una mirada crítica y mesurada cada vez más profunda, consistente y perdurable, sin perder de vista jamás la tierra natal y con un nacionalismo crítico. Se trata de una mujer que antepuso siempre la voluntad de una pasión, la avidez por el conocimiento, la inteligencia ante la certidumbre temprana de la muerte y la desdicha; pero también de la mujer que, como un vaso comunicante, supo conectar y trascender un mundo íntimo, originario —a veces rural—, de fuertes trabas sociales, con un mundo de cambios y universal. Esta última característica particularmente es notable en el trabajo de crónicas, cuentos y poesía en donde el proceso de una mirada profunda y líquida, siempre clara y contenida, se cristaliza.
No el llanto acerbo que mis ojos riega
mires rodar con calma indiferente,
pues que si helado a mis pupilas llega
brota del corazón rojo y candente.4
En efecto, Laura demuestra siempre una fidelidad crítica como mexicana que enfrenta y asume vitalmente los cambios y los desafíos de la sociedad en proceso de transformación, pero en donde el interés y el deseo por esa modernidad no se da por lo nuevo en sí mismo ni con moralismos sino por la forma como se sustenta en una tradición específica o en un alma humana. En ese sentido, es sorprendente la forma como en Laura Méndez vida y obra son lo mismo.
LAURA Y LA CRÍTICA
Ahora bien, las preguntas que inmediatamente surgen ante los alcances y aportaciones de dicha escritora son: ¿por qué no aparece en las historias literarias o por qué casi no se habla de ella? Sin duda, varias han sido las razones: por un lado, la manera como se sobrepone la estudiante a juveniles adversidades frente a una generación romántica y la forma como silenciosamente va publicando en antologías, periódicos y revistas mexicanas, viviendo fuera de México, en años de auge modernista, primero; de decadentismo y cambios sociales, después. Pero también se debió a la forma como siguió laborando dentro del magisterio en los años posteriores a 1910, sumándose a las nuevas pautas de la etapa de la Revolución mexicana y en cierta medida a las marcadas culturalmente por la generación del Ateneo de la Juventud, de manera marginal. Laura continuó escribiendo, aunque más esporádicamente, y siguió aprendiendo lenguas, como el sánscrito en la Escuela de Altos Estudios en 1923. tal situación atípica y singular ha provocado el desconocimiento de una trayectoria literaria ejemplar de una escritora de más amplias dimensiones y, por tanto, ha derivado en la ausencia de una edición más o menos completa de su obra y de su biografía. Por el otro lado, el hecho de haber pasado a la historia como parte —protagonista “secundaria”— de uno de los mitos poéticos más populares en México, me refiero al "Nocturno a Rosario”,5 y por haber estado identificada con poetas importantes del romanticismo y de transición en la literatura mexicana que, si no mueren todos muy jóvenes, sí se mantuvieron produciendo una literatura distinta a la modernista o que poco se sostuvo retroalimentada por los cambios. Como se verá en las páginas siguientes, es un hecho que la historia de amor que envuelve al "Nocturno a Rosario” en 1873 y los sucesos fatales que siguieron con el suicidio de Manuel Acuña marcaron la recepción de la obra de Laura. El motivo más evidente es que dicho nocturno, aún hoy, sigue siendo en la historia literaria un mito poético ejemplar del romanticismo mexicano. Este fenómeno lírico ha provocado que el nombre de Rosario desplace el nombre de la otra mujer, también musa y amante, que está detrás de dicho drama: Laura Méndez. Asimismo la otra razón, no menos importante, que ha hecho que pase marginada en la vida literaria y pública mexicana, y en la que hay que insistir, es su decisión de salir de México y la condición de viajera en el extranjero durante más de 11 años, entre las décadas que van de 1890 a 1910. En efecto, Laura decidió en cierto momento de su vida, cuando algunos de los liberales de la vieja guardia salían de México o morían, o bien se consolidaba la política de los científicos del Porfiriato, el autodestierro;6 posteriormente, y a pesar de cierta presencia literaria con poemas y crónicas en la prensa mexicana, Laura pasó los últimos 18 años de su vida en México entre el oficio de maestra y la discreta actividad literaria y política, en un país revolucionario, identificada con Venustiano Carranza y después con Álvaro Obregón. Este destino, aunado a la escasa producción en libro de nuestra escritora en vida —nunca publicó un volumen de poesía—, ha provocado que se le siga ubicando exclusivamente con la generación de poetas que, como Manuel Acuña, Manuel M. Flores, Agustín F. Cuenca, muere joven.7
A la luz de la tradición poética mexicana, la obra de Laura, en efecto, normalmente se ha colocado dentro de la generación romántica de escritores mexicanos identificada también con los maestros Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, Ignacio Ramírez. Esta clasificación, pensamos, está equivocada porque, evidentemente y como veremos, su escritura trasciende dicha época e inclusive se separa de poetas de su generación que también viajaron y vivieron hasta 1910, como Juan de Dios Peza. Y aún más, la obra de Laura la podemos identificar, en todo caso, con la de escritores como Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Luis G. Urbina, Juan José Tablada, en la medida en que, más allá de si son o no modernistas, románticos o vanguardistas, supieron incorporar elementos modernos y críticos de la poesía.
En efecto, la escasa producción poética conocida de Laura se ha clasificado como de corte tradicional, romántica y clásica a la vez, muy afín a la obra de Justo Sierra y a la de su maestro Ignacio Ramírez, sin embargo, no se ha advertido la forma como en el resto de su obra, la crónicas por ejemplo, fue incorporando, con un estilo a veces irónico y siempre crítico, temas y problemas como las paradojas de la modernidad y la utopía social frente a las tradiciones y costumbres, o bien, con una mirada comparatista y crítica revisa asuntos como el de la higiene y la enfermedad, el urbanismo, el feminismo, la pedagogía, los nuevos y viejos valores, el matrimonio, los niños y la orfandad, etc., entre países europeos, EUA y México. Asimismo, en otro género como el cuento, Laura también supo plantear en prosa realista y naturalista las ambigüedades del determinismo social y natural de la condición humana frente a la educación y la razón, particularmente en la mujer, o bien, el relativismo e ironía del progreso frente a las costumbres y la moral social, entre otros temas. Este proceso de continua retroalimentación es, sin duda, más permanente en la poesía, aunque más sutil, por ser el género que practicó a lo largo de toda su vida. Laura sabe incorporar aspectos y tintes más de carácter modernista a partir de 1894, o bien, acaso, modernos, a través de la poesía norteamericana con incursiones en la poesía de corte social y con una apertura formal de registros más realistas y de ritmos abiertos, aunque siempre abrevando en los clásicos. No en vano, por otra parte, durante toda su vida la maestra mantiene un continuo aprendizaje de distintas lenguas, desde el inglés, francés, italiano y, años después, con grandes esfuerzos, el alemán, el griego y todavía al final de su vida el sánscrito.8 Lo interesante es que esa vitalidad y los elementos nuevos no cancelan ni oscurecen la mirada original, romántica y clásica, de su autora, sino al contrario, antes de hacerse líquida y diluirla, la van cristalizando.
En este sentido, si partimos del contexto de las poetisas mexicanas del siglo XIX, tales como Isabel Prieto de Landázuri (1833-1876), Josefa Murillo (1850-1898), Esther Tapia de Castellanos (1842-1897) y María Enriqueta Camarillo (1872-1968), entre otras, habría que reiterar el carácter realmente excepcional de la obra de Laura, frente a las demás, por la forma como, bajo ejes temáticos centrales y recurrentes que arrancan en la plenitud del romanticismo mexicano, fue puliendo y renovando una obra poética sin sujetarse a un sentimentalismo amanerado, a un léxico afectado, a un artificio convencional o desmedido, o bien sin caer en un moralismo ineficaz.
Ahora bien, cabe mencionar, sin embargo, algunos estudios que, si bien escasos, se han realizado sobre Laura en temas relativos a la prosa y a la labor educativa. De la misma manera habría que mencionar el parcial rescate editorial que se ha hecho como cuentista y poeta. Tanto Margo Glantz, que tuvo a bien reeditar el libro Simplezas en 1983,9 como la reedición del libro La pasión a solas, antología de Raúl Cáceres Carenzo en el 2003, son dos esfuerzos importantes en la recuperación editorial. Por otra parte, y de manera muy específica, los trabajos de Ana Rosa Domenella y Luzelena Gutiérrez10 sobre la cuentista y la prosista, así como el rescate de la novela El espejo de Amarilis, representan estudios pioneros fundamentales. Particularmente estas dos estudiosas han destacado, a raíz, entre otros asuntos, del interés que se ha derivado de los estudios de género y de la mujer, lo que ellas llaman “las voces olvidadas”, aspectos estructurales y temáticos de los cuentos que denotan una preocupación moderna por la sociedad en sus costumbres y personajes, pero también han estudiado y rescatado la importancia de la novela El espejo de Amarilis de 1902, como novela realista y de formación que recoge temas como la ciencia y la superstición, el nacionalismo, la educación, la historia nacional, etcétera.
Concretamente en los estudios sobre la educación en México en el siglo XIX, hay que mencionar también los trabajos realizados por Mílada Bazant, quien ha destacado el aspecto esencial de la actualización de los nuevos y viejos sistemas educativos, cuando Laura Méndez de Cuenca viaja al extranjero y manda informes al Ministerio de Educación Pública.11
Ahora bien, es un hecho que el fenómeno de Laura, dentro de los estudios de la mujer mexicana y el desarrollo de la sociedad y la educación en términos históricos, resulta sin duda doblemente importante, y todavía poco explorado, porque nos sirve, entre otras cosas, para marcar pautas del desarrollo de la educación femenina, la educación primaria y, en general, la historia de la educación pública en México, la profesionalización de la escritora y la maestra, la mirada de la viajera, la amante, etc., durante años decisivos; así como nos ejemplifica, de manera notable, el empeño de una mujer por ir construyendo su destino frente a las adversidades de una sociedad limitada y conservadora. Pero sobre todo, más allá de este interés exclusivo de los estudios de género, me parece que tenemos ante nosotros a un ser humano excepcional y a una escritora con todas las letras. Por tal motivo, pienso que, para verdaderamente comenzar a valorar los alcances de Laura Méndez, es imprescindible presentar primero una gama más amplia de los registros literarios y los temas modernos que toca dicha autora, además de dar un panorama más integral de su vida y obra. En este sentido, en las siguientes páginas haré un repaso de los diferentes destinos de Laura, tomando como hilo conductor, sobre todo, la actividad poética, pues fue ésta la actividad más permanente a lo largo de toda su vida.
NIÑA, ADOLESCENTE, AMANTE Y POETA: 1853-1884
Laura Méndez de Cuenca, hija de Ramón Méndez y Clara Lefort, nació el 18 de agosto de 1853 en la Hacienda de Tamariz, y hasta 1860 se crió en un ambiente de haciendas en el Estado de México, pasando algún tiempo en Tlalmananco. Precisamente a partir de dicho año, en plena guerra de Reforma, se trasladó a México con su familia, en donde vivió en el ex Convento de Santa Clara, ubicado en la calle de Tacuba, y asistió a la escuela La Amiga, donde cursó la primaria. Las imágenes de estos primeros años, cuando comienzan los disturbios a raíz de la formulación de las leyes de Juárez y Lerdo, el Plan de Ayutla, el gobierno de Comonfort y más tarde con la guerra de Reforma y la de intervención de los franceses en 1862, dejaron una profunda huella en la obra de nuestra escritora; es el caso de la novela El espejo de Amarilis y en la serie de crónicas que más tarde llamará Impresiones de viaje (1907-1910). Con mirada nostálgica y autobiográfica Laura describe ese mundo de la infancia, entre un aprendizaje sensible e inocente en medio de una época de sucesos históricos terribles y de tensión, cuando ocurrían los asesinatos en las haciendas, no distantes, de San Vicente y Chiconcoac:
Para mí Tlalmananco era bien poca cosa entonces, y como desde aquella época no lo he vuelto a ver, lo describo tal cual vive en mis recuerdos; un pedazo de río corriendo, al sesgo, por una plazuela cerrada por casas de aspecto bien menguado; unos cuantos árboles de follaje oscuro y triste, y, como única alegría, la luna retratándose en la corriente límpida. El río se colaba por debajo de un paredón sombrío, al ancho patio de mi casa, una gran fábrica de aguardiente y molino de trigo; ahí ponía en movimiento a una gran rueda de cangilones colorados, que debe haber hecho en sus giros alguna cosa de provecho, aunque yo no supe jamás qué es lo que haría. Tenía yo cuatro años cumplidos; y como mi muñeca de hule tenía también colorado el vestido, la similitud de color con el de la rueda, fue lo único que me hizo fijar en ella la atención. También cuando volteaba, contando sus chorros, aprendí las primeras nociones de número.12
Precisamente en esta crónica titulada “¿Quién era don Gumersindo Morlote?”, Laura narraba la forma como desenmascaraba —y aprendía al mismo tiempo a leer a los cuatro años— el verdadero nombre de un bandido que había mostrado una gran dulzura con ella, huésped de la familia en dicha hacienda, pero también, se enteraba después, había sido uno de los asesinos más crueles y reaccionarios en la guerra de Reforma: Marcelino Cobos.
Ya adolescente, Laura se sumaba al movimiento republicano y de restauración a través del grupo de escritores que encabezaría Ignacio M. Altamirano. Para 1870, la joven de 17 años comenzaba a colaborar al lado de escritores como Manuel Acuña, Ignacio Ramírez o Agustín F. Cuenca en las sesiones de la Sociedad Netzahualcóyotl (1869). Entonces Manuel Acuña se convertía en uno de los poetas más prolíficos y promesa de la generación que incorporaba ya no sólo un romanticismo sino que, como su amigo Manuel M. Flores, introducía un sensualismo y léxico novedosos en versos que eran censurados por la Sociedad Católica. Por su parte, la inquieta joven, atractiva e inteligente, se iniciaba como alumna pero también se convertía en musa y amante del poeta Acuña. A partir de entonces, la escritora compartiría momentos de la vida literaria mexicana decisivos con personajes como Agustín F. Cuenca, Manuel M. Flores, Justo Sierra, Enrique de Olavarría y Ferrari, por citar sólo algunos, pero también se convertiría en una de las piezas clave del poema célebre de la poesía mexicana romántica titulado “Nocturno a Rosario” de Manuel Acuña. Efectivamente, Laura Méndez experimentaba el amor romántico envuelta en tertulias y en una intensa atmósfera cultural de jóvenes que la convertían en personaje importante de uno de los dramas amorosos más comentados a lo largo de la historia literaria. Antes de que Manuel dedicara dicho nocturno a Rosario de la Peña en su álbum, el poeta y Laura se enamorarían entre los años de 1872 y 1873 y como producto de ese amor tendrían un hijo. Sin duda, meses previos a conocer a la misma Rosario, desde principios de 1872, Acuña quedaría impactado por Laura, entonces alumna de la Escuela de Artes y Oficios y del Conservatorio Nacional de Música. El poeta le dedicaba versos que constataban la intensidad intelectual y emocional de una relación amorosa singular, pero sobre todo, advertían ya la fortaleza y el carácter de la amante:
Y que la tierra en tus pupilas lea
la leyenda de un alma consagrada
al sacerdocio Augusto de la idea.
[…]
Sí, Laura… que tu espíritu despierte
para cumplir con su misión sublime,
y que hallemos en ti a la mujer fuerte
que del oscurantismo se redime.13
Laura, entonces enamorada, también se hacía discípula de otra de sus grandes amistades: el español Enrique de Olavarría y Ferrari (1844-1918).14
Para el 6 de diciembre de 1873, un mes y medio después del nacimiento del hijo de ambos, el escritor del drama El Pasado se quitaba la vida y, poco más adelante, con tres meses de nacido, Laura perdía a Manuel Acuña Méndez debido a una bronquitis aguda. Entonces aparecían los primeros textos de la poeta en el periódico Siglo XIX revelando claros tintes fúnebres en poemas como “Cineraria”: “Perdida entre las zarzas que a mi paso / El destino arrojó, / Vago al azar con la esperanza muerta / Y muerto el corazón”; pero también respondía, en manifiesta confesión de amor dramático, con la identificación del fatalismo del poeta, a una imposibilidad.
Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas,
¡está ya hecha pedazos la copa del placer…!
En pos de la ventura buscaron tus miradas
del libro de mi vida las hojas ignoradas,
y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer.
La noche de la duda se extiende en lontananza,
la losa de un sepulcro se ha abierto entre los dos
ya es hora de que entierres bajo ella tu esperanza,
que adores en la muerte la dicha que se alcanza
en nombre de este poema de la desgracia: ¡Adiós!15
En efecto, en dicho poema se hacía clara alusión a los versos de Acuña, pero también se refería al hijo que había concebido con el mismo escritor y marcaba su distancia. Por otra parte, la poeta también escribía un texto casi en respuesta al "Nocturno a Rosario” en el que, también en alejandrinos, “la hablante rechaza[ba] ser sustituida por las quimeras del poeta y dec[idía] abandonarle”.16 Poco tiempo después, en 1875, Laura, aún no repuesta de los acontecimientos trágicos, con la pérdida del hijo, daba claras muestras de desolación y dolor. A partir de entonces la joven supo vislumbrar y cifrar uno de los motivos más permanentes en su obra poética: los límites de la razón humana y el destino incierto del hombre, una encrucijada que en 1887 formulaba:
Siempre el misterio a la razón se opuso;
el audaz pensamiento el freno tasca
y exánime sucumbe el hombre iluso.
Por fin, del mundo en la áspera borrasca
sólo quedan del árbol de la vida
agrio tronco y escuálida hojarasca.17
Laura seguiría, en efecto, desafiando dicha encrucijada con una escritura y una vida intensa de continuas adversidades y desengaños. Sin embargo, hay que advertir, el amor descubierto en Manuel Acuña nunca más lo olvidaría; todavía en 1888 escribe el poema “Ayer”, de claras evocaciones a dicho amor, y en 1923 asistiría al homenaje nacional dedicado al poeta del "Nocturno a Rosario”. En todo caso, en esa temporada, la mujer desolada y el amigo íntimo del poeta muerto se acercaban. Tres años mayor que Laura, Agustín F. Cuenca, poeta excepcional, comenzaba una relación amorosa y después matrimonial (1877) que duraría diez años, hasta 1884, el año de la muerte del poeta.
Entre 1874 y 1877 Laura sigue sus estudios sin desligarse del todo del ambiente cultural mexicano. En esos años se celebran reuniones en la Sociedad Gorostiza, donde Agustín Cuenca deslumbra con los versos del drama La cadena de hierro.18 Laura, acaso contagiada, comienza a hacer incursiones en el teatro. Por su parte, Agustín Cuenca, seguidor de la escuela positivista y romántica, se casaría con Laura en 1877 y así ambos encarnaban a una pareja moderna de liberales que en esos años amalgama vida y obra. Particularmente el flamante esposo, amigo también de Manuel Gutiérrez Nájera, mostraba ser un poeta de transición importante en poemas tales como “A orillas del Atoyac”, con tintes gongoristas y modernistas. En “Luces del prisma”, soneto que dedicaba a Laura, planteaba la relatividad de los juicios o la subjetividad humana frente a la Naturaleza para terminar rescatando la impasibilidad y la belleza de esta última:19
Sepulta en horizonte de escarlata
su carro de oro fulgurante día,
y en el tocado de la noche umbría
prendes ¡oh, Venus, tu florón de plata!20
En 1877, Laura viajaba a Orizaba, Veracruz, lugar de la familia de su esposo, y a partir de entonces la escritora estaría dedicada al hogar, absorbida por los embarazos, posiblemente, de los siete hijos que declaró, de los cuales morirían cinco y sólo sobrevivirían dos: Alicia, de 1878, y Horacio, de 1880.21 Sin embargo, aunque durante esta época Laura se dedicó mayormente a la crianza y al parecer dio clases en la escuela de párvulos que ofrecía el ayuntamiento, mantuvo también una discreta labor en la escritura. Juan de Dios Peza, poeta y amigo de ambos, había dicho de la escritora, en Poetas y escritores de México,22 en 1878:
Laura Méndez de Cuenca, instruida, elocuente y con una inteligencia nada vulgar, ha escudado con el anónimo sus más bellas producciones […] Sus poesías son filosóficas y de escuela netamente moderna. La Sra. Méndez de Cuenca escribe ahora un drama que será probablemente puesto en escena y alcanzará completo triunfo. Es si no la mejor, una de las mejores poetisas de México.23
Aunque aún era esporádica la presencia de Laura, a partir de entonces se comenzaba a hacer mención de la poeta en importantes antologías y revisiones de poesía mexicana.24 Por su parte, el esposo, Agustín Cuenca, en ese mismo año de 1878, en pleno gobierno de Porfirio Díaz, volvía a representar con gran éxito el drama La cadena de hierro, esta vez con motivo de la inauguración del teatro de la Sociedad Netzahualcóyotl.25
Agustín F. Cuenca demostraba una actividad política y literaria intensa. Aunque poco sabemos de la relación entre Laura y Agustín es un hecho que, por otra parte, la madre y escritora mantuvo una estrecha relación con un hombre que además de figurar en los escenarios culturales y literarios, también padecía una enfermedad crónica que lo llevó a la muerte temprana. Sin duda, la situación de Laura en esas circunstancias, poco espacio le dejaron para dedicarse a la escritura. En ese sentido, las palabras de Victoriano Salado Álvarez en 1924, cuando más tarde leyó su discurso de respuesta al ingreso de Juan B. Delgado en la Academia de la Lengua, eran elocuentes:
Y por fortuna todavía nos vive la ilustre poetisa Laura Méndez, que con una habilidad y mucho mayor inspiración que su consorte Agustín F. Cuenca, sufrió la acción de éste hasta que se emancipó de ella mediante el doloroso trance de la muerte del marido.26
El hecho es que, por otros testimonios que tenemos,27 Laura pasó momentos difíciles con la enfermedad del poeta-dramaturgo primero y, después, como joven viuda a los 31 años, sola y con dos hijos. En efecto, el poeta y esposo moría de hepatitis a los 34 años.
Ahora bien, aunque Agustín había dejado los derechos de dicha obra a Laura, la verdad es que la viuda y madre, con Alicia de seis y Horacio de cuatro años, tuvo que buscar formas de subsistencia que encontró en dos de los escasos espacios que se abrían entonces a las mujeres: la enseñanza y, más tarde, la redacción de periódicos. En todo caso resulta importante destacar que esta forma de buscarse el sustento en el magisterio representaría también, en el camino de Laura, otra de las vetas definitivas en las que contribuiría. En efecto, a partir de entonces y hasta dos años antes de su muerte, en 1926, Laura dedicaría la mayor parte de su tiempo a actividades relacionadas con la enseñanza y, de manera significativa, al estudio de los distintos sistemas educativos en otros países, una actividad que sin duda definió buena parte de su obra literaria.
EDUCADORA, MADRE Y REDACTORA: 1884-1891
Pues bien, con 31 años, en 1884, Laura era nombrada directora de la Escuela de Niñas núm. 26 de la ciudad de México28 y al año siguiente obtenía el título, por parte del Ayuntamiento Constitucional de la ciudad de México, como profesora de instrucción primaria.29 A partir de entonces y hasta 1891 Laura sería además la fundadora y directora de la Escuela Infantil (sistema Froebel) en la ciudad de México.30 El interés y protagonismo de Laura en la educación no era una casualidad ni mucho menos; su vocación era también un anhelo originario, que se desprendía de una generación preocupada por la consolidación de una república letrada y de una nación que había apostado por la educación como uno de los ejes centrales para garantizar dicho triunfo. En este sentido, es importante señalar el marco educativo en el cual se dio toda esta vocación pedagógica de Laura porque va a integrarse a la escritura de manera singular.
Como sabemos, desde el triunfo de Juárez en 1867, la instrucción pública se había convertido en uno de los pilares estratégicos y emergentes del gobierno para consolidar la república y, con Gabino Barreda y la entrada del positivismo, primero, y más tarde con Joaquín Baranda y Justo Sierra, se iría dando un proceso en la educación decisivo en la construcción del México moderno, un proceso que culminaría garantizando la uniformidad, el laicismo y la obligatoriedad de la educación elemental, entre otros logros.31 Con la muerte de Juárez y el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada en turno (1872-1876), se continuó con el fomento en la educación media superior y primaria, pero también se abrieron las escuelas de artes y oficios para las señoritas, al mismo tiempo que se fortalecía, en forma paralela, el desarrollo de la labor cultural y literaria. En el ámbito político y educativo se comenzaron a debatir las ideas positivistas no sólo de Auguste Comte sino también de Herbert Spencer y el darwinismo social, fundamentalmente. Entonces liberales con algunos de los que más tarde se llamarían científicos, se planteaban el desarrollo —la evolución— del individuo y la colectividad dentro de una sociedad —entendida ésta como un organismo— y en función de la educación científica.32
Para 1884, una vez que retomaba el poder Porfirio Díaz, por segunda ocasión, se planteaba una política educativa que permitiera y fuera a la par con el crecimiento económico y moderno de México, en ese sentido se hicieron reformas en el sistema de instrucción pública en las que se buscaba involucrar a otros sectores de la sociedad como los indígenas y los obreros, pero también se abrían otros canales educativos a través de la participación de la mujer y, muy específicamente, la de las profesoras.
Laura Méndez de Cuenca había sido una joven que, como dijimos, se había educado a la luz de esta empresa, como alumna de la Escuela de Artes y oficios para Mujeres y, en los años de auge de la Sociedad Netzahualcóyotl, en el Conservatorio de la Sociedad Filarmónica. La poeta era parte de un sistema de valores educativos que para 1885 podía optar por el título de maestra, a través de un sistema de exámenes establecido por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública del Ayuntamiento. Para la viuda y madre la educación era no sólo un camino viable y necesario sino una de las herramientas modernas para consolidar el México anhelado. No en vano por eso fungía en 1885 como responsable de una escuela que adoptaba uno de los modernos sistemas educativos para niños del pedagogo alemán Federico Froebel.33 “La escuela —dirá posteriormente en su primer informe— se asienta sobre la base del progreso individual como premisa del progreso colectivo; sobre el cimiento de la responsabilidad individual como antecedente de la responsabilidad común”.34
Ahora bien, a pesar de todo, este proceso educativo no fue garantía para que Laura quedara exenta de ataques en un camino difícil ante los prejuicios de la sociedad reticente a los cambios de los destinos femeninos. Sin duda, entonces, las alternativas de la participación de la mujer como individuo y a nivel social estaban enfocadas a ser el centro del hogar y como responsable de la educación moral de los hijos. Aunque se había avanzado algo al respecto, como era el caso de las escuelas destinadas a las artes u oficios, la escuela Normal de Profesores, faltaban aún muchos otros ámbitos profesionales que desarrollar y costumbres que superar.35