Refugio Barragán de Toscano



La hija del bandido
o Los subterráneos del Nevado


Edición de Felipe Ponce








D.R. © Refugio Barragán de Toscano

Refugio Barragán de Toscano: precursora, talentosa, fecunda



Luz María González Ramírez





En el universo de la vasta literatura producida durante el siglo XIX en México destacan las escritoras y poetas jaliscienses. Es justo y pertinente divulgar su trabajo literario, reconocer su legado y su valía como pioneras en un contexto patriarcal. En el olvido yace Isabel Ángela Prieto de Landázuri, la primera poeta local en ver publicada su obra, en 1851, en la revista Aurora Poética de Jalisco. La lista continúa. Además de producir una notable y robusta obra lírica y de pertenecer a varias sociedades literarias, Esther Tapia de Castellanos dio a luz Flores silvestres, el primer libro de poemas escrito por una mujer en Jalisco, en 1871, publicado y prologado por José María Vigil.

En 1886, Tapia emprendió la proeza de editar la que se convertiría en la revista más importante de la época, en Jalisco: La República Literaria. Generosa, heroica y amorosamente, albergó hasta 1890 el trabajo de notables poetas, críticos y ensayistas; en un ejercicio extraordinario de gestión cultural y divulgación de la obra de noveles plumas y de consagrados autores de México, América y Europa. Victoriano Salado Álvarez ponderó la vigencia, pertinencia y oportunidad de dicha publicación: «Paráfrasis o traducciones de Musset, de Leconte de Lisle, de Rollinat, de Rimbaud, de Baudelaire, de todo lo francés, llenaron las páginas de esa revista: La República Literaria, de La Gaceta Jalisciense y de todos los periódicos tapatíos».

Además de cumplir a cabalidad con roles sociales y culturales impuestos a las mujeres de la época —esposas, madres, hijas devotas—, en Jalisco destacaron como escritoras, dramaturgas o poetas Antonia Vallejo y Ruiz Pujadas, Matiana Murguía, así como Emilia Beltrán y Puga. Discreto pero invaluable fue su trabajo como editoras y colaboradoras de publicaciones periódicas; muchas de ellas de vida azarosa, financieramente frágiles y de muerte prematura, desde el surgimiento en 1885 del primer diario en Guadalajara: El Hijo de Juan Panadero, que sobrevivió pocos meses.

Llama la atención la obra de una humilde profesora de primaria, Refugio Barragán de Toscano (Tonila, Jalisco, 1843-Ciudad de México, 1916), novelista que gozó en vida de cierta celebridad en el sur de Jalisco para luego diluirse en las sombras de la historia.

Barragán no ha sido reivindicada como la primera mujer en publicar una novela durante el siglo XIX en México, en 1884: Premio del bien, castigo del mal. Tres años después, en 1887, publica su segunda novela: La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado. Fue una prolífica poeta, dramaturga, editora y educadora de generaciones de niños y normalistas.



PRECURSORA TALENTOSA

Refugio Barragán de Toscano es, en muchos sentidos, una escritora visionaria que remonta con valor adversas circunstancias propias de las mujeres de su época, soberanas de las sombras del hogar. A 130 años de su publicación, la novela La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado sorprende y cautiva al lector contemporáneo no solo por su vigencia y su temática; que reúne pasiones del corazón, secretos, valentía, el poder absoluto de los desalmados sobre sus víctimas, caprichos del destino, etcétera, en un paisaje indómito y extraordinariamente bello; sino también por el ritmo vertiginoso de la historia, el uso de elementos narrativos emparentados con el presente en un lenguaje cercano a lo cinematográfico, furiosas cabalgatas nocturnas, personajes entrañables y primorosamente trabajados, y leyendas de tesoros ocultos en cámaras vegetales secretas.

Barragán nació en Tonila, Jalisco, en 1843; creció en Ciudad Guzmán, otrora Zapotlán el Grande. Debido a la naturaleza del trabajo de sus padres, los profesores Antonio Barragán Sánchez y Francisca Carrillo Aguilar, Refugio Barragán pasó su infancia en Jilotlán de los Dolores, Jalisco; en Los Reyes, Michoacán; y en la ciudad de Colima, donde ingresó a la Escuela Normal para Profesoras. Como estudiante, colaboró en el periódico La Aurora del Progreso (Colima, 1862-1864). Ya titulada, mudó su residencia a Zapotlán el Grande, Jalisco, dedicando su existencia a la enseñanza y a la escritura. Madre de cuatro hijos, dos de los cuales murieron en la infancia, encabezó su familia tras el prematuro fallecimiento de su esposo, el profesor colimense Esteban Toscano Arreola, con quien se casó en 1869, a los 26 años de edad. Su primogénito fue Salvador Toscano Barragán (1872-1947), pionero del cine mexicano, documentalista y propietario de las primeras salas de cine en el país. Ricardo Toscano Barragán, nacido en Guadalajara en 1876 y fallecido en esa ciudad en 1956, destacó como astrónomo, geofísico e investigador de la Universidad Nacional.

Nora Patricia Ríos de la Mora, en su artículo «Imaginarios de género en La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado. El paisaje natural», advierte que



la participación de Barragán de Toscano en la cultura porfirista fue resultado de la fusión de elementos sociales favorables para las mujeres. En esa amalgama proliferó la prensa oficial, la prensa religiosa, entre otras; así como una política gubernamental que buscó instruir a toda la población del país y esa democratización de la educación permitió el acceso a la comunidad femenil al mundo intelectual.



Precursora y vanguardista, hija avezada de su tiempo, Refugio Barragán se convirtió en una celebridad local tras la publicación de La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado, novela que se inscribe en la más pura tradición de la novela de aventuras, incorporando la rotundidad del paisaje sureño —cielos, noches estrelladas huérfanas de luna, siniestras concavidades montañosas por donde serpentean límpidas aguas, picos abruptos coronados por el hielo, viento cortante, aromas y danza de pinos—, y haciendo del Nevado y sus cámaras secretas un personaje protagónico siniestro y fundamental en la trama. Además, asistimos al nacimiento de una nación: México; luego de un parto doloroso, prolongado, desgarrador, donde el imperio de la ley aún no se consolida. La novela es un espejo de los tiempos convulsos que suceden a las luchas por la libertad y la independencia.

En abril de 1888 la revista Violetas del Anáhuac, dirigida por Laureana Wright de Kleinhans, publicó en su portada un retrato de Barragán de Toscano sentada, rodeada de flores, guirnaldas, tintero, pluma, libro y una lira como símbolos de su quehacer literario. En la página dos había una semblanza biográfica realizada por la misma Wright. En las fotografías de la época, Refugio es retratada como una mujer de rostro bello y adusto, ataviada con elegancia y distinción.



LA HIJA DEL BANDIDO

La novela de Refugio Barragán se revela como una obra escrita con maestría y elegancia por una autora jalisciense notable y en plena madurez creadora. La hija del bandido, que retoma leyendas locales sobre forajidos que atacan diligencias en la zona del Nevado de Colima, resulta divertida, ágil, amena, conmovedora y con un final inesperado. Incorpora una voz femenina como narradora mientras nos lleva de la mano por una trama ingeniosa, imaginativa; abundante en reflexiones sobre la pasión, el devenir, los secretos, las mentiras y el libre albedrío. Barragán recoge giros del lenguaje y del habla local. Los personajes degustan chilaquiles, jocoque o tequila; disfrutan de las fiestas patronales, del bordado y de las tardes de contemplación.

El prólogo de La hija del bandido refleja con sinceridad la voz de la autora, convertida en testigo de la trama y protagonista de tan apasionante historia, narrada en primera persona por una voz femenina, aspecto inédito en la época.

En el mismo prólogo se da noticia de la historia de Zapotlán, así como de los motivos por los que se le otorgó el nombre de Ciudad Guzmán y de sus características geográficas. El prólogo se encuentra lleno de imágenes poéticas, como esta: «a la luz de la luna el pálido sudario de un muerto; esa azul montaña, repito, ha tenido siempre para mi alma un encanto desconocido, sublime y grandioso, que atrae y conmueve sus más secretas fibras».

Igualmente, da noticia de los subterráneos de la montaña, en donde asienta su guarida el bandido:

Porque esa montaña, huequeada en la mitad de su base por intrincados subterráneos, desconocidos hasta hoy en su mayor parte, fue guarida de bandidos, abrigo de pasiones bastardas y depósito impenetrable de tesoros incalculables; tesoros buscados hasta en épocas muy recientes, como lo atestiguan algunas fechas grabadas en la corteza de algunos árboles, por la mano de esos expedicionarios…



A partir de ahí, la narradora desenvuelve una trama que al paso de los años cayó en el olvido. Fue a finales del siglo XX cuando la novela más conocida de Barragán recibió la atención de estudiosos de la literatura como María Guadalupe Sánchez Robles, en su ensayo «La hija del bandido y el paradigma romántico mexicano»:



La novelística del romanticismo en las letras jaliscienses se vio iniciada en lo que respecta a la rúbrica femenina por Refugio Barragán de Toscano. Resulta interesante, por tanto, abordar la novela que, publicada en 1887, todavía es objeto de reimpresiones: La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado. El título sugiere abordar a dos figuras esenciales: la mujer y el bandido.

El quehacer didáctico de Refugio Barragán de Toscano trascendió de manera notable las aulas hasta implementar el tono educativo en la obra que nos ocupa. Asimismo, esta maestra encontró en la narrativa una ventana abierta por la cual expresar gran parte de sus emociones y su visión del mundo; frecuentemente abandona la diégesis para ejercer juicios valorativos, lo que impide desligar bien a la autora de la narradora. Estamos frente a una obra que, ante todo, lleva dentro de sí el binomio ficción-realidad. Se trata de una producción de orden costumbrista, heredada indirectamente de España. El gusto por los detalles y las descripciones del ámbito cotidiano de los personajes resulta coherente en el texto visto como una totalidad.



LA CONDICIÓN FEMENINA

Refugio Barragán de Toscano desafió el orden patriarcal, distinguiéndose por enfrentar con resolución los rigores propios de su época, ganándose la vida con el fruto de su trabajo literario y docente. Sin embargo, desconocemos muchos aspectos de la vida de la novelista, como los relacionados con su oficio de escritora: ¿cuáles eran sus lecturas favoritas?; ¿conocía a las escritoras más reconocidas de su época, inglesas o alemanas?

Barragán cincela el alma de María, la protagonista de La hija del bandido, heroína ideal al más puro estilo romántico: dueña de una hermosura rotunda, joven, de espíritu exaltado y vibrante, generosa, inquieta, sacrificada, mujer valiente depositaria del amor desbordado de su padre, Vicente Colombo; el bandolero más sanguinario y escurridizo de que se tenga memoria, azote del señorío que abraza al volcán de Colima. Durante años, el capitán Colombo gobierna, con su caterva de homicidas sin entrañas, caminos, poblados y rancherías. No hay ley humana o divina que lo frene. Secuestra, atraca, asesina, solazándose en la maldad. María es el único ser que lo vuelve humano y por ella es capaz de todo.

¿Quién es María?, ¿por qué su padre la mantiene encerrada en el interior del Nevado?, ¿quién fue su madre?, ¿le guardará fidelidad su criado y hermano del alma, el apuesto Martín? Las preguntas y la intriga abundan. Barragán despliega una gama de complejos personajes que van del villano traicionero y empeñado en poseer a la virginal María, Andrés Patiño; hasta Cecilia, núbil hija del infortunado secuestrado Diego Miranda, hombre que languidece durante dos años en la infausta prisión de los subterráneos del Nevado. Destacan los jóvenes idealistas, valientes y gallardos Rafael Ordóñez y Adolfo Diéguez, enamorados hasta el paroxismo del par de doncellas: María y Cecilia. Sabemos de la difunta y malograda Paula, madre de María; del repulsivo, el añejado mitómano vizconde de Tuneranda; del abuelo Pablo; la fiel Juana, criada de María… Misterios y más misterios.



Su tez poseía ese color perla claro que tanto embellece a la mujer de los trópicos: sus ojos grandes y negros como la noche estaban velados por una abundante y rizada pestaña, sobre la que se dibujaba con admirable maestría una ceja ligeramente arqueada; dos ángulos perfectamente cortados formaban su boca nacarada como las fresas, a través de la cual se distinguían dos hileras de dientes finos y blancos como las perlas.



Así describe la autora físicamente a María, protagonista de la novela, hija única de Vicente Colombo, bandido sanguinario cuya verdadera identidad mantiene en secreto ante ella.

Además de bella, María tiene una personalidad luminosa; es dueña de un carácter bondadoso, generoso, paciente, inocente y alegre que prodiga a quienes la rodean, especialmente a su padre, a quien venera y ama por sobre todas las cosas. María está sana física y mentalmente, a pesar de haber nacido y crecido en cautiverio del vientre de la malograda Paula, alojada en una cámara secreta en el interior del Nevado de Colima. No guarda rencor en su corazón ni dudas en su mente. Huérfana de madre, personaje fugaz cuyo destino se nos va revelando conforme avanza la novela, María recibe la protección y el cariño de Juana, su sirvienta y entrañable amiga. También la cuidan otras dos valerosas mujeres: Mercedes y Francisca. Cecilia, hija de Mercedes, es su amiga en Zapotlán, con quien vive intensas aventuras al tiempo que avanza la trama.

María evoluciona de niña inocente a joven inquieta, pero sin romper con los convencionalismos o las reglas sociales imperantes en su contexto. Muestra una rebeldía sutil, aterciopelada, convenciendo a su padre para que le permita abandonar temporalmente los subterráneos del Nevado con motivo de sus quince años. Aunque la protagonista parece transitar hacia una libertad personal, amorosa y económica, sus decisiones pueden resultar decepcionantes para el lector actual.

Los demás personajes femeninos de La hija del bandido parecen responder a las mismas reglas: aceptan su destino con mansedumbre, sin cuestionar la autoridad patriarcal y hegemónica. Aunque María se percibe valerosa, fuerte, intensa, suspicaz y resuelta conforme avanza la historia, finalmente abraza una vida dedicada al sacrificio para expiar los pecados del padre.

Al respecto, María Guadalupe Sánchez Robles advierte que



valiéndose del discurso didáctico-religioso, La hija del bandido busca transmitir la idea de la mujer como esperanza a través del sacrificio y el silencio, por supuesto mediante su inserción en los espacios domésticos. A su vez, el bandido, producto social, queda prácticamente satanizado, reducido a su ámbito de maldad, fruto de sus pasiones y no de una herencia biológica-cultural, partiendo de la consideración de que sus actos surgen de un modelo racional en tanto que pretende obtener beneficios directos e individuales. Mujer y naturaleza forman un binomio remarcado en la obra. Las descripciones paisajísticas abundan y se equipara con frecuencia la belleza del medio ambiente con la belleza física o interior de las damas jóvenes encarnadas en la novela. María en forma particular es frecuentemente comparada con una flor por su belleza.



Montserrat Galí Boadella en Historias del bello sexo. La introducción del romanticismo en México (2002) externa que los autores románticos, incluidos los mexicanos, tenían a su disposición escritura relativa a la época cristiana medieval; en cambio, los textos prehispánicos no se conocían. Esta escritura sobre el mundo medieval, sin importar que según nuestros criterios distorsionara el pasado, permitía el acceso a una época y a una sensibilidad.

En el artículo «Imaginarios de género en La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado», Nora Patricia Ríos de la Mora menciona que



en el personaje de la hija, María, operan los rasgos tradicionales de la feminidad: pasividad, hermosura y docilidad. María, sin embargo, incluye también el carácter de una mujer decidida, ingeniosa, valiente, inteligente y capaz de comprender las reglas sociales y transitar por ellas hasta trastocarlas, torcerlas hasta que le favorezcan. Y todo ello sin romper ese orden. Al parecer, la situación que el personaje del bandido otorga a la novela, termina por influir de los mismos poderes al personaje de la hija, María, quien se coloca entre el mundo masculino y femenino. Y de esa manera, presenta formas tradicionales de lo femenino y explora otras maneras de serlo.



LA HIJA DEL BANDIDO

EN EL PANORAMA LITERARIO DECIMONÓNICO

Respecto al carácter original y vanguardista de La hija del bandido, en el artículo «(Des)orden en el Porfiriato. La construcción del bandido en dos novelas desconocidas del siglo XIX mexicano», de María Zalduondo (2007), en el que se abordan las novelas de Refugio Barragán y de Juan S. Castro —ambos jaliscienses— se destaca lo siguiente:



El bandido surge como un tema de fascinación e interés. Pero el bandido mexicano no es celebrado como el bandido social (a la Robin Hood) que describiría Hobsbawn (Bandidos, 1969) para el caso europeo. Para los autores mexicanos el bandido es un desafío al orden económico, social y político que el estado lucha por retener. Esta figura no es una entidad pre-política ni mucho menos «social» que deba ser admirada. Es un criminal vinculado por interés a la élite y que tiene aspiraciones a ser parte de ella. Más allá de ser una curiosidad histórica o articulación romántica, la construcción literaria del bandido mexicano a finales del siglo diecinueve apunta a una estrategia por parte de los autores de incriminar, de descubrir lo encubierto. La sociedad que se destapa y representa en estas narrativas es una de fronteras borrosas entre la legalidad y criminalidad, entre lo legítimo e ilegítimo. El bandido entonces, se convierte en un tropo para la tensión entre el orden y el desorden que reinaba durante el Porfiriato, periodo en que se escriben estas novelas.

Entre las novelas incluidas en este estudio se encuentran La hija del bandido o los subterráneos del Nevado (1887) de Refugio Barragán de Toscano (1845-1916) y El bandido republicano (1889) de Juan S. Castro (¿-?). Ambas novelas fueron publicadas en Guadalajara y han pasado inadvertidas porque, entre otras razones, no surgen del centro cultural de la capital de México, desde donde los letrados conscientemente se proponen escribir una literatura nacional. La hija se vende por entregas a once centavos en Ciudad Guzmán desde agosto de 1887. La autora antes vivía en esa ciudad y la mayoría de la acción se desarrolla en Zapotlán el Grande, el nombre que por sesenta y ocho años lleva la ciudad antes de cambiarse a Ciudad Guzmán en 1856. El bandido republicano se publica en una revista tapatía titulada La Palmera del Valle, pero nunca llegó a ser libro. Quizás la caracterización anti heroica que hizo el autor de un supuesto defensor de la República en contra de los franceses despertó la desaprobación y la crítica de la sociedad tapatía, imposibilitando así su publicación. Esta figura histórica, cuya legitimidad es cuestionada por el autor, tenía que ser respetada. Pero al representarlo como bandido, Castro subvierte la historia oficial, cuestionando los elementos que dieron legitimidad al gobierno republicano.

Juan S. Castro, escritor, abogado y crítico social, además es el autor del libro Fray Antonio de la Concepción. Delirios de un loco (1888), prologado por Refugio Barragán de Toscano. A su vez, Castro dedicó un artículo a La hija del bandido… en la revista La Linterna de Diógenes, de Guadalajara, Jalisco. Castro también colaboraba con poesías y artículos en la revista editada por Refugio y por su padre en Guadalajara, llamada La Palmera del Valle. Las novelas de Castro y Barragán de Toscano, entonces, se unen a una trayectoria literaria cuya meta es exponer lo encubierto y complicar las categorías sociales que legitimizan el poder del Estado.

Las novelas de Castro y Barragán de Toscano han sido ignoradas por críticos literarios aunque sean contemporáneas de obras como El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) y Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno (1810-1894) y compartan un leitmotiv: el bandido como figura ambigua que se desborda entre categorías de legitimidad y criminalidad. El tema del bandido como una preocupación nacional que impregnó la imaginación colectiva a causa de su relevancia simbólica y actual.

En las novelas de Castro y Barragán la figura del bandido funciona como tropo que señala una resistencia al lema de «orden y progreso» que se propaga durante el Porfiriato. Los límites que separan el discurso de autoridad y el de marginalidad son borrados y esto se convierte en una situación social que surge como tema recurrente en las novelas de estos autores. Las novelas de Altamirano y Payno servirán como un punto de referencia para concatenar su visión del bandido con las obras de Castro y Barragán.



María Zalduondo cuestiona por qué no se incorporan estas dos novelas al canon literario mexicano: «Si el estado de Jalisco fuese nación, La hija sería considerada una novela fundacional tal y como lo presenta Doris Sommer en Foundational Fictions (1991). En los pueblos de Colima y Ciudad Guzmán se requiere como lectura en la escuela y es orgullo de la historia y literatura regional del pasado».



ESCRITORA FECUNDA

Por fortuna, Refugio Barragán de Toscano gozó en vida de la dicha de ver publicada su obra poética, sus cuentos y su primera novela ya mencionada, Premio del bien, castigo del mal (1884); así como la puesta en escena de piezas teatrales de su autoría, como Diadema de perlas, o Los bastardos de Alfonso XI, en escuelas y pequeños recintos de Ciudad Guzmán y de Guadalajara.

La hija de Nazaret, poema religioso dividido en dieciocho cantos (1880), Celajes de occidente: composiciones líricas y dramáticas (1880), Libertinaje y virtud o El verdugo del hogar (1881) y Cántigos y armonías sobre la Pasión: obra religiosa escrita en prosa y en verso y dedicada a la niñez (1883), fueron publicadas también en Ciudad Guzmán.

En Guadalajara editó y publicó, con su padre como socio, la revista quincenal de corte religioso, científico y literario La Palmera del Valle, de 1888 a 1889 (Imprenta Antigua de N. Parga). También editó en 1889 Páginas de oro para mis hijos. Obra de educación moral y recreativa, en la imprenta de La Palmera del Valle.

A propósito de La Palmera…, Alejandro García Neria (2013) la consigna como una propuesta personal



traducida en toda una trayectoria literaria, de raigambre católica y cadena de esfuerzos para tener su propio periódico, los números correspondientes al primer tomo contaban en la portada con un grabado que enmarcaba el nombre del periódico, dibujos que aludían a las artes y un ferrocarril que surcaba un valle. Incluía artículos sobre actos religiosos, filosofía, educación, ocio, la familia y consejos para las jóvenes (la mayor parte los escribía la misma Refugio), así como una sección llamada Miscelánea, de noticias diversas. Entre los escasos colaboradores estuvieron el ya mencionado Juan S. Castro, ya que los nombres de Fidos, Bruno Romero, Chretien, Marco H. González, Alfonso Rarr, Nezahualpilli, Pedro Alcalá y Guerra, Francisco Saracho, Grubanie Groafar, Flaviana Altamirano y Juan de Dios Peza, son una mezcla de autores reales con probables seudónimos con los cuales Refugio completó su publicación. El cuatro de marzo se anunció que se incluiría un folletín de cuatro páginas de una novela traducida del francés por Guadalupe Hernández, proyecto que ya no se realizó debido a las dificultades para sostener el periódico, ya que desde el final del primer tomo (1 de junio de 1889) a la aparición del segundo (15 de agosto) hay un paréntesis de más de dos meses, determinado probablemente por problemas económicos.



Los últimos años de su vida Refugio los consagra al magisterio, además de administrar en la ciudad de Puebla el cine Pathé, propiedad de su hijo Salvador Toscano. En 1890 se muda a la Ciudad de México. Enseña en la Escuela Normal de Profesoras, continuando con el legado de su mentora, la legendaria educadora colimense Rafaela Suárez. Además, se da tiempo para publicar Luciérnagas. Lecturas amenas para niños (1905).

Fallece en la Ciudad de México el 22 de octubre de 1916. De manera póstuma se publicaron Arpa infantil. Poesías escritas para la niñez mexicana (1933) y Diálogos, monólogos y comedias para niños (1933). Los datos anteriores son consignados por Sara Velasco en el Muestrario de Letras en Jalisco (2006).



CONSIDERACIÓN FINAL

Refugio Barragán de Toscano no ha sido reconocida como la primera escritora en publicar una novela en México durante el siglo XIX. Es urgente difundir su obra para contribuir al conocimiento y valoración de la literatura producida en Jalisco por las mujeres.

Esperemos que el tribunal del tiempo ponga en su justo sitio la herencia literaria de Refugio Barragán, ponderándola como una novelista pionera y de valía, consagrada a las letras; además de ser tomada en cuenta por críticos y estudiosos de las letras en diccionarios, ensayos y congresos. Hacemos votos para que su obra sea leída, apreciada y disfrutada por las generaciones actuales.1



1 Luz María González Ramírez (Guadalajara, 1970) es comunicóloga por la Universidad del Valle de Atemajac, con más de treinta años de experiencia profesional, y maestra en Letras de Jalisco por la Secretaría de Cultura. En los ámbitos periodístico y editorial ha sido redactora y correctora de estilo, y en medios de comunicación ha sido productora y locutora de televisión y radio.

BIBLIOGRAFÍA

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Muriá, José María (2006), Sumario histórico de Jalisco, Guadalajara: Colegio de Jalisco.

Ríos de la Mora, Nora Patricia, «Imaginarios de género en La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado», VI Foro Colima y su Región. Arqueología, antropología e historia, Juan Carlos Reyes G. (ed.), Colima: Gobierno del Estado de Colima / Secretaría de Cultura.

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BIBLIOGRAFÍA DE LA AUTORA

Barragán de Toscano, Refugio (1880), Celajes de occidente: composiciones líricas y dramáticas, Ciudad Guzmán: Imprenta de A. Ochoa.

Barragán de Toscano, Refugio (1880), La hija de Nazaret, poema religioso dividido en dieciocho cantos, Ciudad Guzmán: sin editorial.

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Barragán de Toscano, Refugio (1933), Arpa infantil. Poesías escritas para la niñez mexicana, México: sin editorial.

Barragán de Toscano, Refugio (1933), Diálogos, monólogos y comedias para niños, México: sin editorial.

Nota del editor





El texto de La hija del bandido fue capturado fielmente de la primera edición publicada en Guadalajara por la tipografía de El Católico en 1887 y disponible para su consulta en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. El trabajo de edición consistió en corregir la ortografía de la novela de manera escrupulosa sin menoscabo del estilo de la autora, es decir, se corrigieron las palabras que ahora consideramos erróneas, pero solo aquellas que no sufrían cambio en su morfología; de este modo podremos disfrutar de numerosos arcaísmos y giros lingüísticos agradables sin que la inusual escritura de la época sea un distractor. No de menor importancia fue el trabajo de corrección ortotipográfica, sobre todo la inclusión de las rayas para los diálogos y acotaciones y la eliminación de comas erróneas entre sujeto y verbo. Todo lo anterior en pos de que el lector contemporáneo tenga una mejor experiencia.

Introducción





Al poniente de Ciudad Guzmán, antiguamente Zapotlán, eleva su gallarda cumbre una bellísima montaña conocida con el nombre de Nevado de Colima, por hallarse dentro de los límites del estado de su nombre, y colocada allí por la mano de Dios para acabarle de hermosear, haciendo aparecer su cúspide a la altura de 3 600 varas sobre el nivel del mar, y rodeada en su falda de una vegetación rica y exuberante, como lo demuestran esos grandes bosques de palmeras y tanta multitud de árboles y plantas, que hacen de Colima un pedazo de aquel paraíso encantado que arrulló la inocencia de nuestros primeros padres.

Esa azul montaña, dividida en dos altos picachos: el uno árido, consumido por la erupción de sus fuegos internos, ostentando su pavorosa melena de humo y fuego, bajo la cual se desgajan rocas calcinadas, lavas ardientes, que vienen, por decirlo así, formando una muralla en torno del coloso que, con sus constantes erupciones y retumbidos, amenaza devorarlo todo y reducir a cenizas al atrevido que se le acerque; el otro, esbelto y elevado con su verdor eterno, sus pájaros, sus flores, sus aromas, sus vertientes de agua cristalina, remedando cintas azuladas, espejos claros, cuyo tenue rumor atrae a las palomas que gustan de mirarse en ellas y mojar sus plumas durante el calor; su cráter, coronado de blanca nieve, remedando, a los rayos del sol, la toca de una virgen, o a la luz de la luna el pálido sudario de un muerto; esa azul montaña, repito, ha tenido siempre para mi alma un encanto desconocido, sublime y grandioso, que atrae y conmueve sus más secretas fibras.

Por espacio de largos años, cuando la juventud me sonreía y las ilusiones rebullían en mi cerebro como bandadas de alegres mariposas, la han contemplado mis ojos con alegría, con admiración, con entusiasmo. Y en esas horas de arrobamiento ha vibrado mi lira, bajo la presión del sentimiento, y he cantado su belleza agreste y poética.

Hoy la miro aún con la misma alegría, pero no con la misma idealidad que entonces. Ella, es cierto, no ha cambiado de verdor ni de forma: su belleza es la misma, pero mi corazón… ¡cuánto ha cambiado!

A su vista, mil recuerdos tristes se agolpan a mi memoria, mil fantasmas errantes asaltan mi imaginación, y mis ojos creen mirar las terribles escenas que se agitaron en su seno durante más de cuarenta años y que hacen de ella la montaña temible de las tradiciones, el testigo inquebrantable del vandalismo que, enseñoreado allí, formó una época de recuerdos desagradables y terribles.

Porque esa montaña, huequeada en la mitad de su base por intrincados subterráneos, desconocidos hasta hoy en su mayor parte, fue guarida de bandidos, abrigo de pasiones bastardas y depósito impenetrable de tesoros incalculables; tesoros buscados hasta en épocas muy recientes, como lo atestiguan algunas fechas grabadas en la corteza de algunos árboles, por la mano de esos expedicionarios, a muchos de los cuales conozco y que, a fuerza de lucha y de trabajo constante, aunque infructuoso, pueden proporcionarnos datos verídicos sobre la construcción de esos subterráneos.

En ella se enseñorearon los bandidos por largo tiempo bajo el mando de diversos capitanes, célebres por su rapiña, ferocidad y valor. Uno de ellos, y quizá de los más célebres por sus crímenes, fue sin duda Vicente Colombo, del que me ocuparé en el presente libro; sin hacer más que trasladar al papel, aunque ligeramente ataviada con el lenguaje de la ficción y de la novela, la relación que de sus hechos me hizo una tarde la tía Mariana.

La tía Mariana era una viejecita simpática, divertida y que solía contarme mil cosas que yo escuchaba siempre con gusto. Era una de esas mujeres que todo lo inquieren, lo profundizan, lo cuentan y lo abultan, con frases exageradas y agradables al mismo tiempo.

Cuando refería algún acontecimiento revelaba en su acento, en sus palabras y hasta en sus ademanes tal animación que parecía que sus escenas se desarrollaban realmente a los ojos del que la escuchaba. En una palabra, la tía Mariana interesaba la imaginación sin cansarla; divertía y amenizaba la monotonía de las horas, con tal que se la pudiese escuchar.

Básteme esto para que se me perdone que bajo la impresión de sus palabras haya trazado mi mano los cuadros que forman la presente novela, cuyo argumento se adapta a las tradiciones vulgares o no que se cuentan de esa montaña deliciosa, que la tía Mariana supo presentar a mis ojos como morada de vivientes y envuelta en el misterio del crimen; de esa montaña donde se cree existen inmensos tesoros y donde, no puede negarse, se encuentran grandes y extensas cuevas subterráneas labradas a pico por la mano del hombre.

Termino esta introducción suplicando a mis lectores me juzguen como simple novelista y no como narradora de hechos verídicos. Lo que escribo no es más que una novela desarrollada, como dije antes, al influjo de tradiciones puramente vulgares, que si tienen un origen verdadero solo las habré pasado al papel, embellecidas con el lenguaje de la ficción y de la poesía.



LA AUTORA




Libro 1


LOS BANDIDOS DE CAMINO REAL

1. La víspera de un cumpleaños





El toque de oración resonaba en las vecinas rocas, repercutiéndose pausadamente en cada uno de sus altos vericuetos y comunicando al último miraje del día esa melancolía, mezclada de tristeza y de cansancio, en que tanta parte toman las fatigas y rumores que se alejan, como el reposo que se vislumbra ya cercano.

La ronca voz de la campana que despide al día vibraba aún, ronca y clamorosa, cuando dos hombres, recatándose cuanto podían a las miradas curiosas de los transeúntes, montados en briosos caballos, que hacían saltar chispas de lumbre bajo la presión de sus herraduras chocadas con las piedras, perfectamente embozados con grandes sarapes del Saltillo y los sombreros de anchas alas calados hasta los ojos, salían de Ciudad Guzmán por la calle recta de San Pedro.

A juzgar por las apariencias, aquellos hombres parecían ser dos buenos amigos que se dirigían a la garita, o simplemente se ocupaban de dar un paseo gozando la frescura de una noche tibia, embalsamada y envuelta en los efluvios trasparentes de la luna llena, de esa viajera incansable de los espacios, cuya redonda cara parece sonreír a la naturaleza, de esa lámpara de oro que surge entre las estrellas, con la misma altanería que una reina entre sus damas.

Al llegar frente a la garita se vieron detenidos por un guarda que, marcándoles el alto, les preguntó:

—¿Quiénes sois y a dónde vais?

—Pertenecemos a la policía secreta y vamos a Zapotiltic, donde sabemos que merodean unos pilletes, hijos de Caco —contestó uno de ellos en voz baja.

—La contraseña —insistió el guarda.

—Seguridad por la Corona de Castilla —contestó el interpelado al oído del guarda, como si temiese que sus palabras fuesen escuchadas por algún extraño.

—¡Adelante y buen éxito! —exclamó el guarda, volviéndose a ocupar su puesto, muy satisfecho de sus deberes.

Los jinetes desaparecieron entre una nube de polvo, oprimiendo con las espuelas los ijares de sus corceles y guardando silencio.

Al llegar al Pedregal, y ya en un punto en que los huizaches formaban una sombra oscura y compacta, torcieron hacia la derecha, tomando una estrecha vereda, difícil y pedregosa, por la cual comenzaron a subir hacia la falda del volcán.

Aquel estrecho camino les era sin duda muy conocido, porque caminaban de prisa y sin cuidarse mayor cosa de las grietas, rocas y aberturas, que tienen generalmente todas las montañas.

Habían andado así cosa de dos horas y comenzaban a bordear una bellísima barranca, sombreada por altos y flexibles ocotillos, cuyas ramas movidas por el ambiente de la noche formaban ese poético rumor que puede llamarse la armonía de la sierra, por la melancólica dulzura que infunde al corazón.

Uno de los nocturnos viajeros, y que era el mismo que había contestado al guarda, dirigió entonces una mirada recelosa en torno suyo y, cerciorado sin duda de que nadie podría escucharle, dijo a su compañero.

—Nos hallamos en la barranca del Arroyo Seco: los peligros disminuyen, podemos hablar algo, porque ya la boca se nos apesta a cobre.

—Es verdad, mi capitán —contestó el que marchaba a su lado—, rato hace que la sin hueso no hace su oficio. —Después de un momento añadió como reflexionando—: ¡Qué diablos!, si los guardas no fueran tan caballos como todos los gobierneros, esta noche nos hubieran atrapado: porque la luna no deja de ser una mala compañera para los de nuestra calaña.

—Tú ves, Teodoro, el lado malo, pero no el bueno. También pudimos nosotros volarle al maldito guarda la tapa de los sesos, maniobra de que me hubiera encargado con todo mi gusto y sin gran trabajo, por aquello de…

—Quien roba o mata ladrón tiene… —Teodoro se interrumpió con malicia.

—¡Cien años de perdón! —exclamó el capitán completando la frase y riendo socarronamente—. Has acertado. Pero volviendo al mal percance que pudiera habernos sucedido, ya ves que la suerte nos fue favorable como siempre. Me envanezco de tener diecisiete años reinando en esta montaña sin que en todo este tiempo haya fracasado ninguna de mis empresas. Tú eres un testigo de ello.

—Sí, mi capitán; pero lo que no me cabe en la mollera es que háigamos ido a Zapotlán en pleno día, hoy que la policía nos sigue la pista con tanto ardor deseosa de echarnos garra. Por más que me devano los sesos, no hallo…

—No hallas el motivo, pero yo te lo explicaré —dijo el capitán encendiendo un cigarro—. Mañana cumple mi María quince años: es ya una señorita. Y deseando hacerle un regalo que no se debiera a la rapiña sino a mi dinero, he ido allá tomándote a ti por compañero, que eres de mi cuadrilla el más adicto, intrépido y valiente.

Teodoro se irguió sobre la silla diciendo:

—Esa confianza me honra mucho, mi capitán. ¿Y habéis comprado…

—Un regalo, del que forman parte un libro místico y un Santo Cristo de marfil.

—¡Si pensareis hacerla monja, mi capitán!

—Casi, casi lo es ya —contestó éste melancólicamente—. La pobre niña vive siempre guardada, si no por espesas rejas de hierro, sí por rocas impenetrables, donde solo el águila anida y donde habrán de estrellarse siempre todas las pesquisas de la policía.

—¡Vaya un regalo! —tornó a exclamar Teodoro.

—¡Que ella estimará mucho porque es buena como un ángel! —dijo el capitán suspirando.

Al terminar estas palabras llegaban a una explanada angosta, cubierta de árboles y breñales: tupidas guías de chayotillo, sandía cimarrona y yedras silvestres impedían a cada paso que las cabalgaduras de los jinetes continuasen su camino sin desvío, por lo que a cada momento torcían la vereda que llevaban, pero esto sin fatiga ni inquietud, pues parecían familiarizados de mucho tiempo con aquellos parajes incultos.

Continuando su camino llegaron al fin de la explanada, que semejante a un cono dibujado terminaba en punta; desde allá siguieron culebrillando un sendero angosto, en el cual muy apenas podían dar el paso los caballos. A los lados de este sendero se elevaban inmensas rocas que hacían imposible la sagacidad de una mirada que, desde fuera, quisiese penetrarle.

De cuando en cuando saltaban sobre aquellos atletas de la ruda naturaleza esbeltos venados y ligeras ardillas, que hacían volver la cabeza a nuestros hombres y que huían, perseguidas por algún lobo hambriento.

Al final de aquella barranquilla profunda y lóbrega, los caballos se detuvieron por costumbre y también porque de allí no habrían podido pasar.

El capitán aplicó a sus labios un cuerno de caza, despidiendo un sonido hueco y prolongado, y acto continuo, aquel sonido fue contestado por otro, que más bien parecía graznido de lechuza que sonido humano. Y casi al mismo tiempo apareció por entre las malezas y rocas otro hombre de mala catadura, vestido sucio y harapiento, y con una ancha cicatriz en la mejilla izquierda.

—¿Qué hay de nuevo? —preguntó el capitán al aparecido.

—Nada, mi capitán —respondió serenamente el hombre.

—Pues mete los caballos y échales rastrojo, porque lo que hoy han andado no es muy poco que digamos.

El capitán y su compañero echaron pie a tierra. Y nuestro hombre, tomando los caballos por la brida, se adelantó por una barranquilla montuosa que partía del sitio donde estaban hacia la derecha.

Acercóse a un alto paredón, examinando antes el sitio; y colocando la mano en un borde saliente que la maleza cubría y que él apartó con cuidado, separó un grueso tablón tan perfectamente cubierto por el barro que aun se veían nacidos en él algunos mechones de zacate.

Entonces pudo verse una oquedad bastante amplia en dimensiones y tan profunda que no se habría podido determinar su grandor a la simple mirada. Básteme añadir que su entrada era bastante amplia para dar paso a cualquier caballo o mula cargada.

Aún existen al pie de este volcán, y en distintas direcciones, algunas bocas de estas cuevas subterráneas, que son frecuentemente visitadas, aunque nadie se atreve a penetrar en ellas. Dícese que estaban destinadas a hacer desaparecer las mulas cargadas, secuestradas por los ladrones en aquellos contornos.

El hombre alargó la rienda de un caballo hasta colocarlos uno tras otro y, estirándolos, comenzó a andar por aquel extraño pasillo, cuyo declive casi tendido le condujo bien pronto a un pequeño patio perdido en aquel laberinto de rocas, que apenas daban entrada por ignoradas grietas a una luz débil y opaca. En aquella extraña pesebrera había una pileta de piedra llena de agua y dos o tres montones de paja y rastrojo.

Desensilló los caballos, colocó las sillas en una alta roca saliente hacia adentro y tornó a salir, asegurando bien por medio de un resorte aquel gran tablón adherido a la roca.

Ya fuera otra vez, retrocedió doce pasos, levantó una piedra y desapareció por una hendidura que ésta guardaba, dejando caer la piedra tras sí. Encendió una linterna y, casi arrastrándose, porque no podía ser de otra manera, atravesó un subterráneo a cuyo término la oquedad, ensanchándose, tenía la figura de un cuadrado perfecto.

Aquella cueva, labrada a pico por la mano del hombre, era digna de estudio por lo bien pulido de sus paredes altas e iguales. En el centro de cada una de éstas sobresalía de la misma roca una especie de nariz como de unas nueve pulgadas de espesor y atravesada de lado a lado horizontalmente por un taladro.

Por cada uno de estos taladros pasaba una soga cuyos extremos, unidos unos y otros, formaban hacia el centro de la cueva un grueso calabrote, que iba a perderse en un agujero abierto en el centro de aquélla y que tenía las dimensiones de una boca de noria.

1

¿Cuál era el fin que se proponía Colombo al arrancar del coronel, escrita de su puño y letra, aquella falsa y horrible confesión?

Por una de esas casualidades tan frecuentes en la naturaleza, el coronel Miranda y Colombo tenían la misma estatura, el mismo color y una casi idéntica fisonomía. Tal parecido hizo que concibiese éste la satánica idea de apoderarse de aquél y atormentarle hasta conseguir que firmara el fatal documento que, sellado con su muerte, cosa que entraba en su plan, le abriera a él las puertas de la sociedad como al verdadero coronel Miranda, secuestrado haría diecisiete años y libre por la muerte y arrepentimiento del supuesto Colombo.

Todo estaba perfectamente combinado por Vicente Colombo que, obrando así, no veía más que el bienestar de su hija, cuyo amor grande parecía encendido en su alma por la mano de Satán, para atormentarle con él y castigar sus crímenes.



1 Se cuenta la desaparición de un coronel durante el vandalismo enseñoreado en el volcán y, aunque la opinión general sobre ella fue variada, se consideró siempre al coronel como víctima de un crimen oculto.