FHE [Fundación para el enriquecimiento humano] es una organización sin ánimo de lucro educativa y para la investigación dedicada a la sanación y la prevención de trauma a nivel mundial. Ofrece una formación profesional en Somatic Experiencing®, un enfoque naturalista a corto plazo a la resolución y la sanación del trauma desarrollada por el doctor Levine. También proporciona asistencia a poblaciones desfavorecidas y a víctimas de violencia, guerra y desastres naturales.
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FOUNDATION FOR HUMAN ENRICHMENT
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Primeros reconocimientos para Tus hijos a prueba de traumas
«Peter Levine y Maggie Kline han hecho un excelente trabajo de ayudar a los padres, y a todos los demás, a comprender los diferentes tipos de trauma a los que los niños pueden enfrentarse. He llevado a cabo mucho trabajo terapéutico sobre mi propio suceso traumático en la infancia y pude poner a prueba muchos de los ejercicios fáciles de seguir que proporcionan. Realmente sentí un alivio y una paz que nunca había sentido. Atesoro este libro y espero que tú lo harás también».
-Violet Oaklander, doctora, autora de Ventanas a nuestros niños: Terapia gestáltica para niños y adolescentes y El tesoro escondido: La vida interior de niños y adolescentes
«Si alguna vez te has preguntado cómo podrías ayudar a los niños a navegar en las bruscas vicisitudes de la vida, este libro es una bendición».
-Sandra Blakeslee, coautora de El mandala del cuerpo: El cuerpo tiene su propia mente
«Este libro es indispensable para todo padre, profesor, entrenador y líder de scouts. Nos ayuda a entender las etapas del desarrollo infantil y da apoyo a los padres para que puedan lidiar con cada etapa de manera más sensible y apropiada. Es un trabajo pionero, un entendimiento pionero y un triunfo pionero. Es un sentido común visionario, puro y simple».
-Del prólogo escrito por Mira Rothenberg
«Niños a prueba de trauma es una herramienta importante para ayudar a los padres y a todos los adultos a lidiar con niños que han experimentado un trauma. Comprender que el trauma es parte de la vida debería incitarnos a prepararnos para lo inevitable».
-Ron Scruggs, entrenador de atletismo, padre y abuelo
Reconocimientos para El trauma visto por los niños
«Un libro realmente extraordinario que captura la esencia de lo que es ser un niño traumatizado mientras que, simultáneamente, nos ayuda a comprender, apreciar y facilitar su capacidad natural para sanar. Escrito con un profundo sentido de compasión y sabiduría, este libro ofrece un claro entendimiento para aquellos que cuidan y se preocupan de los niños».
-John Stewart, doctor, autor de Beyond Time Out; director clínico, Maine Special Education/Mental Health Collaborative; Child Psychiatry Fellowship Faculty, Maine Medical Center; asesor escolar
«Se dice que algunos libros, por su originalidad, “rompen el molde”. El trauma visto por los niños va aún más allá: crea su propio molde de una manera en la que todos aquéllos preocupados por la salud y la felicidad de los niños estarán muy agradecidos».
-Gabor Maté, autor de Regreso al vínculo familiar: Protege a tus hijos
«Este trabajo es el método más valioso que he encontrado para que los niños recuperen su vitalidad, alivien síntomas y desarrollen resiliencia contra futuras amenazas. Hubiera deseado poseer estas habilidades cuando la Cruz Roja Americana me asignó al equipo especial de respuesta rápida del Pentágono de Washington D. C. después del 11-S».
-Lisa R. LaDue, maestría en Trabajo Social, trabajadora social independiente, consejera (cofundadora y antigua directora), National Mass Fatalities Institute, Universidad de Iowa
«El trauma visto por los niños es uno de los regalos más valiosos que uno puede ofrecer a sus amigos, colegas, padres de familia, conocidos y a todas las personas a quienes les importan los niños; lo hemos elegido como libro del año».
-The International Society for the Scientific Prevention of Violence
«¿Qué podría ser más fortalecedor que enseñarles a nuestros niños a cómo desatar su resiliencia innata, liberar traumas y regresar a un estado de tranquilidad? Le doy gracias a los autores por las vidas de los niños a los que benefician con su buen trabajo».
-Pepper Black, director de programas de la Oficina para el Desarrollo Estudiantil en la Universidad de California, Berkeley
Tus hijos a prueba de
Una guía para padres para infundir confianza, alegría y resiliencia
PETER A. LEVINE, PhD
MAGGIE KLINE, MS, MFT
Traducción de Mª José Coutiño Bosch
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Título original: Trauma-Proofing Your Kids: A Parents’ Guide for Instilling
Confidence, Joy and Resilience
Copyright © 2008 by Peter A. Levine and Maggie Kline
Publicado originalmente en inglés en EE.UU. por North Atlantic Books
© de la presente edición: 2017 EDITORIAL ELEFTHERIA, S.L.
Sitges (Barcelona), España
www.editorialeleftheria.com
Primera edición: Mayo de 2017
© De la traducción: Mª José Coutiño Bosch
Ilustración de cubierta: iStock.com/aydinmutlu
Maquetación y diseño: Rebeca Podio
ISBN (Papel): 978-84-946747-5-4
ISBN (Ebook): 978-84-946747-6-1
DL B 12979-2017
Dedicatoria y agradecimientos
Prólogo
Capítulo 1
El trauma es parte de la vida
Ejemplos de la vida real de niños que hemos conocido
El trauma no sólo está en el suceso
Los ingredientes del trauma
Los ingredientes de la resiliencia
Capítulo 2
Crear resiliencia al crear habilidades de consciencia sensorial a través de la práctica, la práctica y más práctica
Dar el apoyo apropiado a un niño abrumado
Pasos simples para crear resiliencia
Desarrollar una presencia tranquilizante
Familiarizarse con las sensaciones de uno mismo
• EJERCICIO: NOTAR LAS SENSACIONES
• EJERCICIO: EXPLORAR LAS SENSACIONES Y EL RITMO DE LA PENDULACIÓN
• EJERCICIO: MONITORIZAR SENSACIONES CON UNA PAREJA
• EJERCICIO: HACER UN COFRE DEL TESORO DE SENSACIONES
Primeros auxilios para la prevención del trauma: una guía paso a paso
Capítulo 3
Los trucos del oficio: Restaurar la resiliencia a través del juego, el arte y las rimas
La historia de Sammy
Cuatro principios para guiar el juego de los niños hacia una resolución
Más ayuda para los niños a través del juego «imaginario»
Actividades de arte: Masa de modelar, plastilina, pintar y dibujar
Rimas inspiradas en la naturaleza y en los animales combinadas con dibujos que crean recursos
Capítulo 4
Remedios para situaciones específicas: Desde las amigdalectomías a los zorros mordedores
Primeros auxilios para accidentes y caídas
El propósito del tacto al ayudar a un niño en choque
El poder del lenguaje para aliviar y sanar
• EJERCICIO: EXPERIMENTAR EL PODER DE LAS PALABRAS
Más rimas de animales para ayudar a tu hijo a recuperar la confianza en sí mismo
Guía para crear una historia sanadora
Prevención del trauma médico
Lo que los padres pueden hacer para preparar a los niños para una cirugía u otros procedimientos médicos
Cirugías electivas
Sensibilidad frente al dolor del niño
Unas palabras oportunas sobre los niños abusones y los tiroteos en escuelas
Capítulo 5
Edades y etapas: Crear confianza al fomentar un desarrollo sano
Responder a tu bebé: Temas de seguridad y confianza
Las necesidades de tu bebé mayor: «Yo hago sólo»
El «tira y afloja» con tu niño de tres a cuatro años
Tu hijo coqueto de cuatro a seis años
El desarrollo del adolescente: ¿Quién soy?
Capítulo 6
La violación sexual: Reducir el riesgo y la detección temprana
Síntomas de trauma sexual
Reducir el riesgo de las heridas sexuales
¿Qué es la violación sexual?
Pasos que los cuidadores pueden dar para disminuir la susceptibilidad de los niños
Juegos para que los niños practiquen cómo poner límites
Por qué la mayoría de los niños no lo cuenta: Crear un ambiente seguro para que lo hagan
La violación durante una cita y otros problemas de la adolescencia
Capítulo 7
Separación, divorcio y muerte: Ayudar a tu hijo a atravesar el proceso de duelo
Síntomas de dolor por duelo frente a síntomas de trauma
Dos puntos de vista sobre el divorcio: ¿Es color de rosa u oscuro?
Sobrevivir al divorcio: Una guía para preservar la integridad de tu hijo
Ayudar al niño a vivir duelos
Lidiar con la muerte de una mascota
Pasos que ayudan a los niños a resolver su duelo
• EJERCICIO: RECUPERARSE DEL DOLOR
Capítulo 8
La guerra de guerrillas en nuestros barrios: La batalla real para proteger a los niños del terror
Modelos de cambio en hospitales y centros médicos
La historia de Peter
Un vistazo a un modelo de hospital centrado en la familia
Intervención en casos de crisis en la comunidad
Un nuevo modelo de recapitulación de crisis en escuelas
Notas
Bibliografía
Recursos adicionales
Sobre los autores
Foundation for Human Enrichment
De Peter A. Levine
Dedico Niños a prueba de trauma a mis ahijados, Jacob, Jada y Ossian. Haber participado en sus vidas, desde el nacimiento hasta la infancia, y luego a través de su adolescencia hasta llegar a la edad adulta, ha sido un regalo inconmensurable. Ustedes y muchos otros recién nacidos, bebés, bebés mayores, niños y adolescentes que he conocido a lo largo del camino me han enseñado más sobre la sanación que todos los textos académicos del mundo. Este libro está dedicado a ustedes, con mi más profunda apreciación y con la esperanza apasionada de que lo que he aprendido de ustedes pueda compartirse con todas las mamás y papás para que puedan guiar mejor a sus niños a través de las tribulaciones, las derrotas y los mayores triunfos de la vida. Y mi perenne gratitud a todos los niños del mundo: ustedes son nuestra esperanza para el futuro.
También estoy profundamente agradecido a mis estudiantes (muchos de los cuales ahora son colegas). A Ana DoValle, terapeuta ocupacional, aprecio sus percepciones sensibles en su trabajo con bebés traumatizados. Le doy las gracias a Juliana DoValle (ahora una joven en camino a una carrera brillante de actuación y escritura) quien, a los once años, dibujó las ilustraciones que aparecen en estas páginas. Agradezco a Lorin Hager el ayudar a refinar los versos. Y, finalmente, una inmensa gratitud para Maggie Kline, mi colega más talentosa y creativa, así como mi compañera de travesuras. Estoy en deuda con su apoyo, su compromiso, su dedicación y su trabajo puro y duro más de lo que las palabras lo puedan expresar.
De Maggie Kline
Le dedico este libro a mi hijo Jake, quien tanto me ha enseñado sobre lo que los niños necesitan para tener confianza, alegría y resiliencia. Agradezco su espíritu generoso, su apoyo y la tenacidad con la que enfrenta los desafíos de la vida.
Deseo expresar una sincera gratitud a todos los niños y adolescentes con los que he trabajado y jugado a lo largo de los años, tanto en escuelas de zonas marginales como en la práctica privada. Agradezco su valentía, receptividad, honestidad y espontaneidad, dado que me han enseñado a escuchar, a seguir su iniciativa y a confiar en su capacidad innata de sanación, incluso de las heridas más atroces. Más que nada, quisiera dar las gracias a Peter Levine, quien originó y desarrolló Somatic Experiencing® para prevenir y sanar el trauma. Su asesoría, sabiduría, pasión, inspiración y amor han cambiado, tanto mi vida personal como profesional, profundamente y para siempre. Su visión para el futuro de los niños del mundo es más que sólo una visión; es un camino claro y simple que los padres pueden seguir paso a paso para aliviar el sufrimiento innecesario. Me siento muy agradecida por su naturaleza de gran corazón y su preocupación por todos los niños.
Un cuento para nuestros tiempos
Érase una vez –hace mucho, mucho, tiempo– un hermoso reino.
El rey que reinaba este reino era una persona muy sabia y amable, pero era infeliz. El rey tenía una hija a quien amaba mucho; una niña inteligente y hermosa de ocho años. Pero esta niña pequeña se rehusaba a abandonar el palacio, nunca salía y lloraba desesperadamente cada vez que veía un perro o incluso al oír un ladrido.
El rey entonces emitió un edicto: «Ningún perro en el reino». Por lo que se desterraron todos los perros. Pero eso no ayudó a la fobia de su hija y, además, los demás niños se entristecieron mucho con esta orden. La princesa seguía sin querer salir del palacio. El rey entonces escribió otra proclamación: «Cualquiera que logre que mi hija salga de casa podrá tener la mitad de mi reino».
En el campo vivían un viejo mago y una mujer sabia: Peter Levine y su querida amiga Maggie Kline. Anunciaron que podían remediar la situación. El rey aceptó. Peter y Maggie fueron a vivir al palacio y explicaron que la niña sufría de trauma (debido a que la había mordido un perro cuando tenía cuatro años). Usando la sabiduría descrita en este libro sanaron a la niña de su aflicción. Para la sorpresa y alegría del rey, la princesa comenzó a aventurarse fuera del palacio y pronto pidió un cachorro.
El reino estaba lleno de júbilo. Todos los perros regresaron y los niños pudieron jugar con sus queridos compañeros una vez más. Nadie quería más a su perro que la princesa.
—Ahora –les dijo el rey a Peter y a Maggie– les pertenece la mitad de mi reino.
—No queremos la mitad de su reino –respondieron–. Tenemos uno dentro de nosotros. Pero sí queremos hablar con todos los padres de su país para que podamos enseñarles cómo prevenir y superar los traumas de sus niños.
El Rey estaba maravillado y encantado.
—¡Por supuesto! Su deseo se cumplirá inmediatamente. –Y así fue.
Después de esto fue una nación feliz. Una nación en donde los niños abusones, las peleas y el miedo eran mínimos, y los niños eran libres para aprender y para amar el aprendizaje. Era una nación en donde incluso la guerra y los abusos sexuales se eliminaron hacia la segunda, tercera y cuarta generaciones.
Peter Levine y Maggie Kline son seres humanos increíblemente excepcionales. Niños a prueba de trauma transmite sus preciados regalos con explicaciones simples, con ejercicios experienciales acertados y con valiosos ejemplos tomados de niños que han conocido y a quienes han ayudado. Su conocimiento conjunto y su empatía por los niños en todas las etapas de desarrollo son impresionantes. No solamente tienen este exquisito entendimiento de los niños, sino también de sus padres. Peter y Maggie nos enseñan cómo entender y respetar el dolor, la alegría y el terror de nuestros niños y, de esta manera, a crear una generación de niños, adolescentes y adultos más feliz, segura y resiliente. Este libro es una lectura obligada para cada padre, profesor, entrenador y guía de niños exploradores. Nos ayuda a comprender las etapas del desarrollo infantil y a apoyar a los padres a lidiar con cada etapa de manera más apropiada y sensible. Es un trabajo pionero, un entendimiento pionero y un triunfo pionero. Es un sentido común visionario, puro y simple.
– Mira Rothenberg
Autora de Children with Emerald Eyes: Stories of Extraordinary Boys and Girls [Miradas de piedra: historias de niñas y niños extraordinarios] y cofundadora y directora emérita de los Blueberry Treatment Centers, Brooklyn, Nueva York
La mala noticia es que el trauma es parte de la vida. La buena noticia es que la resiliencia también lo es. Dicho de manera simple, la resiliencia es la capacidad que todos poseemos para recuperarnos del estrés y de los sentimientos de miedo, impotencia y agobio. La analogía que a veces se da para la resiliencia es la de un muelle de metal, como el juguete «Slinky». Aunque la estires, la espiral recupera naturalmente su tamaño y forma original. Por supuesto, si estiras este muelle demasiadas veces (o ejerces demasiada fuerza), a la larga perderá su elasticidad.
Sin embargo, las personas (especialmente las personas jóvenes), no tienen por qué perder su resiliencia a través del desgaste. Al contrario, tenemos la capacidad para crear e incrementar nuestra resiliencia realmente a medida que nos enfrentamos con el estrés y las presiones de la vida. Los niños resilientes tienden a ser valientes. Esto no significa que se vean atraídos a situaciones peligrosas, sino, más bien, que están abiertos y son curiosos mientras exploran su mundo con entusiasmo y euforia. Y en sus exploraciones se enfrentan invariablemente a una serie de luchas y caídas, colisiones y conflictos.
Cuando los niños resilientes se enfrentan contra estas fuerzas de la naturaleza están abiertos, no bloqueados. Ciertamente, esta actitud de apertura es la característica que más tipifica a los niños resilientes. Están abiertos a otros niños y disfrutan compartiendo con ellos. Al mismo tiempo, tienen la capacidad de establecer límites de su espacio personal y de sus posesiones. Están en contacto con sus sentimientos, y los expresan y los comunican de maneras apropiadas a su edad. Y, sobre todo, cuando suceden cosas malas, tienen una capacidad maravillosa (cuando se los apoya) para superarlas sin dificultades. Son los niños felices y vivaces que desearíamos ser.
Sus desafíos más grandes ocurren a partir de sucesos que podrían ser potencialmente traumáticos. Ahondemos en qué tipos de circunstancias de la vida podrían causar reacciones tan abrumadoras en nuestros niños.
El trauma puede resultar de sucesos «ordinarios» cotidianos. De hecho, las ocurrencias comunes como los accidentes, las caídas, los procedimientos médicos y el divorcio pueden ocasionar que los niños se retraigan, pierdan confianza o desarrollen ansiedad y fobias. Los niños traumatizados también podrían mostrar problemas de comportamiento que incluyen agresión, hiperactividad y, a medida que se hacen mayores, adicciones de varios tipos. La buena noticia es que con la orientación de los padres sintonizados, y de otros cuidadores, que están dispuestos a aprender las habilidades necesarias, los niños en riesgo se pueden identificar y se puede evitar que queden marcados de por vida, sin importar cuán devastadores pueden parecer los sucesos.
En ocasiones, los padres tienen sentimientos encontrados entre proteger a sus hijos y permitirles tomar riesgos que les hagan crear confianza en sí mismos y competencias. Es un complicado acto de malabarismo porque mientras los niños dominan su mundo, también pueden traumatizarse cuando inevitablemente ocurre lo inesperado. Por más que puedas intentar crearles un hogar seguro, en definitiva los niños – impulsados por su curiosidad—explorarán y se harán daño. Así es como aprenden, y sí tendrán su ración de caídas, quemaduras, descargas eléctricas, picaduras o mordeduras de animales y otros encuentros con las fuerzas inclementes de la naturaleza. Sin importar cuánto nos esforcemos, no podemos encerrar a nuestros niños dentro de una burbuja de seguridad impenetrable (e inexorable).
Nuestros niños están frecuentemente expuestos a sucesos potencialmente traumáticos. Pero los padres no tienen por qué desesperanzarse. Es posible minimizar los efectos de las situaciones «ordinarias» mencionadas con anterioridad, así como de los acontecimientos extraordinarios como los desastres naturales u ocasionados por el hombre, incluyendo la violencia, la guerra, el terrorismo y el abuso sexual.
¿Estamos siendo ridículos al proponer que los adultos pueden crear niños «a prueba de trauma»? No lo creemos. Recuerda, pese a que no se puede evitar el dolor… el trauma es parte de la vida…, también lo es la resiliencia, la capacidad para recuperarse.
En este libro aprenderás herramientas prácticas para maximizar la resiliencia de tu hijo para que, de esta manera, recobre el equilibrio cuando se estresa tanto que alcanza su punto de quiebre. Armados con estos «ingredientes para la resiliencia», los padres y otros adultos responsables pueden ayudar a crear niños a prueba de trauma, mientras también aumentan de manera general su tolerancia frente al estrés cotidiano. De esta forma podrán realmente convertirse en seres humanos más fuertes, solidarios, alegres y compasivos.
La palabra «trauma» aparece en los encabezados de revistas y periódicos regularmente. Los programas de televisión populares, como El show de Oprah Winfrey contribuye a que millones de espectadores entiendan el fuerte efecto que tiene el trauma en el cuerpo y en el alma. El impacto devastador del trauma sobre el bienestar emocional y físico de los niños, así como en su desarrollo mental y en su comportamiento, finalmente está recibiendo el reconocimiento que merece. Desde el 11 de septiembre de 2001, ha habido un bombardeo de información sobre cómo lidiar con una catástrofe.
Sin embargo, pese a este enfoque, se ha escrito muy poco sobre las causas comunes o sobre la prevención y el tratamiento del trauma sin medicamentos. En vez de ello, el enfoque se ha puesto en el diagnóstico y en la medicación de sus diversos síntomas. «El trauma quizás sea la causa de sufrimiento humano más evitada, ignorada, menospreciada, negada, incomprendida y no tratada».1 Afortunadamente, ustedes –los padres, tíos y abuelos que cuidan y protegen a los niños– tienen la oportunidad de prevenir, o por lo menos mitigar, los efectos dañinos del trauma.
Para poder hacer el mayor bien posible a los niños bajo tu cuidado, primero necesitas reconocer las raíces del trauma. A continuación, analizaremos con más detalle el trauma: sus mitos y sus realidades. De esta manera, podrás comprender qué podría causar que un niño permanezca abrumado pese a que el peligro real haya pasado.
Este libro te enseñará a cómo ayudar a los niños a notar y a atravesar las sensaciones y sentimientos dolorosos sin una angustia excesiva. Tu nuevo aprendizaje te ayudará a eliminar el miedo de la experiencia de las reacciones involuntarias y de las emociones que permiten que los niños se recuperen del trauma, así como de otros sentimientos difíciles. Se incluyen muchos ejemplos de la vida real para ilustrar cómo puedes ayudar a los niños a recuperarse de las experiencias abrumadoras. Aprenderás a reconocer las señales del trauma mientras adquieres habilidades simples para aliviar o prevenir síntomas de trauma después de un percance aterrador o de un suceso estresante de la vida. Pese a que estos principios básicos tienen el propósito de funcionar como «primeros auxilios emocionales» aplicados por cuidadores concienzudos, hay situaciones, por supuesto, en las que es muy recomendable buscar terapia profesional. Te ayudaremos a saber cuándo podría resultar necesario.
Al echar un vistazo hacia los mundos de cinco niños diferentes, se comprenderá mejor el alcance del trauma que puede ocurrir a cualquier edad. Alguna de las situaciones aquí descritas ¡podría incluso recordarte a tus propios hijos! Después de leer los dilemas de los pequeños más abajo, descubrirás qué causó su comportamiento.
Lisa llora de manera histérica cada vez que la familia se prepara para subirse al coche.
Carlos, un chico de quince años dolorosamente tímido, se ausenta sin permiso de la escuela sistemáticamente. «Ya no quiero estar asustado todo el tiempo –dice–. Lo único que quiero es sentirme normal».
Sarah se reporta obedientemente y puntualmente a su clase de segundo de primaria todas las mañanas; invariablemente, para las 11 a. m. se encuentra en la enfermería quejándose de un dolor de estómago, a pesar de que no se pueda encontrar una razón médica para sus síntomas crónicos.
Curtis, un estudiante popular y simpático que va a la escuela secundaria, le dice a su madre que tiene ganas de darle una patada a alguien, ¡a quien sea! No tiene la menor idea de dónde le viene este deseo. Dos semanas después comienza a actuar de manera agresiva con su hermano pequeño.
Los padres de Kevin, de tres años de edad, están preocupados por su «hiperactividad» y de su manera de jugar «autista» cuando se siente estresado. Se tumba en el suelo de manera repetida y tensa su cuerpo, fingiendo que muere y que resucita, mientras dice «¡Sálvame…, sálvame!».
¿Qué tienen en común estos jóvenes? ¿Cómo se originaron sus síntomas? ¿Desaparecerán éstos con el tiempo o empeorarán? Para responder a estas preguntas, veamos la fuente de sus problemas.
Comenzaremos con Lisa, la que llora de manera histérica. Cuando tenía tres años, viajaba sentada y atada en su silla de coche cuando a la furgoneta de la familia le pegaron por detrás. Ni ella ni su madre, quien conducía, sufrieron daños físicos. De hecho, el coche apenas se rayó, y se consideró el accidente como un «toque». El llanto de la pequeña Lisa no se asoció con el accidente, ya que fue una reacción tardía. Le tomó varias semanas antes de que se le pasara la insensibilidad producida por el impacto de la colisión. Sus síntomas iniciales (poco después del accidente) se trataban de un comportamiento silencioso junto con una falta de apetito. Sus padres pensaron que lo había «superado» cuando su apetito regresó. En vez de esto, sus síntomas se transformaron en lágrimas de miedo cuando se acercaba a la furgoneta de la familia.
Mientras que Lisa experimentó un episodio puntual, los síntomas de Carlos se desarrollaron con el tiempo. Fue físicamente intimidado por más de cinco años por su medio hermano adolescente y emocionalmente perturbado. Nadie intervino. Ningún adulto en la casa lo vio como algo más que un conflicto «normal» fraternal. No tenían idea de que Carlos estaba aterrado por su hermano porque mantenía guardado su secreto profundamente dentro de sí mismo, con miedo de que sus padres se enfurecieran con él por no tener más empatía hacia la discapacidad de su hermano. Había intentado expresarle su temor a su madre, pero sus sentimientos fueron descartados; se le pidió, en vez de ello, que fuera más tolerante. Nadie más que la hermana mayor de Carlos, quien también estaba alterada a causa de la dinámica familiar, vio su dolor o problema. Mientras tanto, Carlos fantaseaba noche y día con convertirse en un luchador profesional, aunque apenas tenía la fuerza o la confianza necesarias para salir de la cama e ir a la escuela todos los días, y mucho menos para formar parte de un equipo deportivo escolar. Sus padres finalmente reconocieron el profundo impacto perjudicial que el repetido tormento físico y emocional estaba ocasionando en su hijo cuando Carlos reveló en la escuela un plan para suicidarse.
La siguiente pequeña mencionada arriba era Sarah, quien se había sentido muy emocionada por empezar segundo de primaria. Después de ir de compras para elegir ropa nueva para la escuela, se le dijo, abrupta e inesperadamente, que sus padres se iban a divorciar y que su padre se mudaría de la casa ¡en dos semanas! Su alegría por ir a la escuela se emparejó con el pánico y la tristeza. La viveza en su barriga se convirtió en apretados nudos. ¡No es de extrañar que fuera la visitante más frecuente de la enfermería!
Mientras esperaba al autobús escolar una mañana, Curtis fue testigo de un tiroteo desde un auto que dejó a la víctima muerta en la acera. Se encontraba con un pequeño grupo de compañeros de clase en la parada de autobús y todos recibieron terapia cuando llegaron a la escuela. Sin embargo, Curtis continuó sintiéndose perturbado y agitado con el paso de los días.
El último pequeño descrito era Kevin. Había nacido por medio de una cesárea de emergencia y fue operado para salvarle la vida en las primeras veinticuatro horas de su nacimiento. Nació con anomalías que requerían una reparación intestinal y rectal inmediata. A menudo, los procedimientos médicos y quirúrgicos son necesarios y en efecto hacen que la vida sea posible. Entre el alivio y la celebración de una vida salvada, resulta fácil pasar por alto la realidad de que estos mismos procedimientos pueden infligir un trauma que puede dejar efectos emocionales y conductuales mucho después de que las heridas quirúrgicas hayan sanado.
Salvo por el tiroteo presenciado por Curtis y la cirugía mayor que Kevin recibió al nacer, las situaciones arriba no son extraordinarias; de hecho, les suceden a muchos niños. A pesar de que cada «suceso» fue muy diferente, lo que estos jóvenes tienen en común es que cada uno experimentó sentimientos abrumadores e impotencia. Cada uno se traumatizó por lo que sucedió y por cómo experimentó lo que sucedió. ¿Cómo lo sabemos? La respuesta es bastante simple. Cada niño siguió con su vida, de alguna forma, como si el suceso siguiera ocurriendo. Se quedaron «atorados» o fijados en el tiempo, como si sus cuerpos respondieran a una alarma puesta en el momento traumático. Pese a que quizás estos niños no recuerden el acontecimiento (o bien sus padres podrían no conectar sus síntomas a él), su juego, su comportamiento y sus quejas físicas revelan su lucha para lidiar con los sentimientos nuevos y aterradores que sienten dentro de ellos mismos.
Los ejemplos de arriba ilustran la amplitud y profundidad de las situaciones comunes que pueden resultar abrumadoras para los niños. A lo largo de este libro se darán ejemplos y sugerencias de primeros auxilios sobre cómo lidiar con diferentes situaciones, tanto ordinarias como extraordinarias, según las distintas edades y etapas de la vida de un niño.
El trauma sucede cuando una experiencia intensa pasma a un niño imprevisiblemente, como si le hubiera caído un rayo; abruma al niño, dejándolo alterado y desconectado de su cuerpo, mente y espíritu. Cualquier mecanismo de afrontamiento que el niño pueda haber tenido queda socavado, y se siente completamente impotente. Es como si alguien lo hubiera derribado. El trauma también puede ser el resultado de un miedo y de una tensión nerviosa continuos. Las respuestas al estrés a largo plazo desgastan a un niño y causan una erosión en su salud, vitalidad y confianza. Claramente, éste era el caso con Carlos y su hermano abusón.
El trauma es la antítesis del empoderamiento. La vulnerabilidad al trauma es diferente en cada niño y depende de diversos de factores, especialmente la edad, la calidad de una vinculación afectiva temprana, del historial de trauma y de la predisposición genética. Entre más pequeño sea el niño, más probable será que se abrume con hechos comunes que podrían no afectar a un niño mayor o a un adulto. Habitualmente se cree que la gravedad de los síntomas traumáticos es equivalente a la gravedad del suceso. A pesar de que la magnitud del factor estresante claramente es un factor importante, no define el trauma. Aquí, la capacidad del niño de resiliencia es de suma importancia. Además, «el trauma no reside en el suceso en sí, sino [su efecto] en el sistema nervioso».2 La base del trauma de «un suceso único» (en contraste con la negligencia y el abuso continuos) es principalmente fisiológico, más que psicológico.
A lo que nos referimos con «fisiológico» es a que no hay tiempo para pensar cuando nos enfrentamos a una amenaza; por lo tanto, nuestras respuestas primarias son instintivas. La función principal de nuestro cerebro ¡es la supervivencia! Estamos programados para ello. En la base de una reacción traumática está nuestra herencia de 280 millones de años; una herencia que reside en las estructuras más antiguas y profundas del cerebro. Cuando estas partes primitivas del cerebro perciben un peligro, automáticamente activan una extraordinaria cantidad de energía, como la descarga de adrenalina que permite que una madre levante un coche para sacar a su niño que ha quedado atrapado debajo y ponerlo a salvo. Conocemos personalmente a una mujer cuyo brazo quedó atrapado bajo la llanta de un camión cuando tenía ocho años. Los socorristas fracasaron en sus intentos de ayudarla hasta que lograron llevar a su padre al lugar del accidente. Con la ola de energía poderosa, protectora, semejante a la fuerza de un oso, pudo sacarla de ahí.
Esta insondable energía de supervivencia que todos compartimos suscita un corazón palpitante junto con más de otras veinte respuestas fisiológicas diseñadas para prepararnos para defender y protegernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Estos cambios rápidos e involuntarios incluyen redirigir el flujo sanguíneo de los órganos digestivos y de la piel hacia los grandes músculos motores de la huida, junto con una respiración rápida y superficial y una disminución en la producción normal de saliva. Las pupilas se dilatan para incrementar la capacidad de los ojos para absorber más información. La capacidad coagulante de la sangre aumenta, mientras que la capacidad verbal disminuye. Los músculos se alteran enormemente, y a menudo causan que un niño tiemble. Por el contrario, cuando se enfrentan con una amenaza mortal o un estrés prolongado, ciertos músculos pueden colapsarse de miedo mientras que el cuerpo se bloquea dentro de un estado abrumado.
Cuando un niño o un adulto se siente incómodo con lo que le está sucediendo dentro (sus sensaciones y sentimientos internos), las mismas respuestas que tienen el propósito de darle una ventaja física se pueden volver realmente aterradoras. Esto es especialmente cierto cuando, debido al tamaño, edad u otras vulnerabilidades, uno no puede moverse o bien resultaría perjudicial hacerlo. Por ejemplo, un bebé o un niño pequeño no tienen la opción de correr y huir de una fuente de peligro o amenaza. Sin embargo, un niño más mayor o un adulto, quienes normalmente podrían correr, quizás también necesiten quedarse muy quietos, como en el caso de una cirugía, una violación o un abuso sexual. No hay elección consciente. Estamos biológicamente programados para paralizarnos (o quedarnos laxos) cuando la lucha o la huida resultan imposibles o se perciben como imposibles. La parálisis y el colapso son respuestas «por defecto» y de último recurso frente a una amenaza ineludible, aun si esa amenaza se trata de un microbio en nuestra sangre. A causa de la capacidad limitada de los bebés y los niños para defenderse a sí mismos, éstos son particularmente susceptibles a paralizarse y, por tanto, son vulnerables al trauma. Por eso la habilidad del adulto para proporcionar primeros auxilios emocionales a un niño asustado resulta tan crucial. El apoyo parental puede poco a poco sacar a un niño de un estrés agudo y llevarlo hacia un empoderamiento, e incluso hacia la alegría.
Lo que se debe comprender sobre la respuesta de parálisis es que, a pesar de que el cuerpo parece inerte, esos mecanismos fisiológicos que preparan al cuerpo para huir pueden estar todavía «completamente operativos». Los músculos que se prepararon para la acción en el momento de la amenaza se quedan en un estado de inmovilidad o «choque». Mientras se está en choque, la piel está pálida y los ojos parecen vacíos. La respiración es superficial y rápida, o simplemente superficial. El sentido del tiempo se distorsiona. Sin embargo, bajo esta situación de impotencia yace una enorme energía vital. Esa energía queda en espera para terminar cualquier acción que se haya iniciado. Además, los niños muy pequeños tienden a evitar las respuestas activas, y en lugar de eso se quedan inmóviles. Más tarde, aunque el peligro haya pasado, un simple recordatorio puede enviar las mismas señales de alarma exactas corriendo a través del cuerpo hasta que éste se bloquea. Cuando esto sucede, podríamos observar cómo un niño se vuelve taciturno, deprimido, quejumbroso, muy dependiente y retraído.
Si tu hijo sigue completamente sobrecargado o bloqueado, tu orientación resulta imperativa para aliviar su respuesta de estrés traumática y para crear su resiliencia. Además, los niños pequeños generalmente no se protegen a sí mismos huyendo, sino corriendo hacia un adulto protector. Por lo tanto, para ayudar a un niño a resolver un trauma, debe haber un adulto seguro que lo apoye. Un padre que cuenta con las habilidades de los primeros auxilios emocionales puede ayudar a literalmente «sacudir las cosas» para poder respirar libremente otra vez.
¿Cómo afectan a largo plazo a los niños este flujo de energía de supervivencia y estos diversos cambios en la fisiología? La respuesta a esta pregunta resulta importante para poder comprender las consecuencias del trauma. Esto depende de lo que suceda durante y después de la amenaza. La clave es que para evitar traumatizarse, el exceso de energía que se movilizó para defendernos debe «gastarse». Cuando la energía no se descarga por completo no desaparece, sino que permanece como una suerte de «memoria corporal» que crea el potencial para los síntomas traumáticos repetidos.
Entre más pequeño sea el niño, menos recursos tiene para protegerse. Por ejemplo, un niño en el preescolar o en la escuela primaria no es capaz de escaparse de un perro violento o de luchar contra él, mientras que los bebés ni siquiera son capaces de mantenerse a sí mismos calientes. Por estas razones, en la prevención del trauma es de suma importancia la protección de los adultos respetuosos que perciben y satisfacen las necesidades de los niños de seguridad, calor y tranquilidad (y respeto de sus límites). Además, los adultos a menudo pueden proporcionar consuelo y seguridad al introducir un juguete como un animal de peluche, una muñeca, un ángel o incluso o personaje fantástico para que actúe como un amigo suplente. Estos objetos pueden resultar especialmente consoladores cuando los niños deben separarse temporalmente de sus padres, y como ayuda para dormir cuando están solos en sus habitaciones por la noche. Recursos como éstos podrían parecer absurdos para un adulto, pero podrían resultar de vital importancia para prevenir que un niño se sienta abrumado.
Los adultos que recibieron este tipo de conexión segura cuando se sintieron asustados de niños podrían pensar que la información descrita con anterioridad es de «sentido común». Lo que implica que es normal que las necesidades de los niños se perciban y atiendan. Sin embargo, históricamente, las necesidades de los niños se han minimizado de manera vergonzosa, si no se han ignorado por completo. El psiquiatra del desarrollo Daniel Siegel, autor del aclamado libro La mente en desarrollo, aporta una síntesis de la investigación neurobiológica que subraya exactamente qué tan crucial les resulta a los bebés y a los niños la seguridad y la contención proporcionada por los adultos. El cerebro temprano desarrolla su inteligencia, su resiliencia emocional y su capacidad de regularse a sí mismo por la «formación» y «poda» anatómica‐neuronal que tiene lugar en el contexto de una relación cara a cara entre un niño y su cuidador. Cuando ocurren eventos traumáticos, la impresión de patrones neurológicos se intensifica radicalmente. Por lo tanto, cuando los adultos aprenden y ponen en práctica las herramientas simples de primeros auxilios que ofrecemos, también están haciendo una contribución fundamental al desarrollo de un cerebro sano y al comportamiento de los niños.
La probabilidad de desarrollar síntomas traumáticos está relacionada con el nivel de desconexión del cuerpo en el momento del trauma, así como con el nivel de energía de supervivencia no utilizada y originalmente movilizada para una respuesta de lucha o huida. Ahora, este proceso de autoprotección está colapsado. Los niños necesitan un apoyo constante y paciente para liberar este estado de sobrecarga y regresar a un funcionamiento sano y flexible. Se puede terminar con el mito de que los bebés y los niños son «demasiado pequeños para verse afectados» por sucesos adversos o que «no importa porque no lo recordarán». Lo que no era tan obvio se hace aparente a medida que aprendemos que los bebés prenatales, los recién nacidos y los niños muy pequeños son los que corren un mayor riesgo de sufrir estrés y trauma debido al poco desarrollo de sus sistemas nervioso, motor y perceptual. Esta vulnerabilidad también se aplica a los niños mayores con movilidad limitada debido a discapacidades permanentes o temporarias, como por ejemplo cuando se tiene una férula, una órtesis o escayola por una lesión o corrección ortopédica. En esta categoría se incluyen a los niños con menos capacidad corporal a causa de una parálisis cerebral, de deformidades congénitas o de retrasos en su desarrollo.
¿Por qué no nos liberamos de la amenaza una vez que ésta ha terminado? ¿Por qué nos quedamos con ansiedad y con recuerdos vívidos que nos alteran para siempre si no obtenemos la ayuda que necesitamos?
El reputado neurólogo Antonio Damasio, autor de El error de Descartes y La sensación de lo que ocurre, descubrió que las emociones literalmente tienen un mapeo anatómico en el cerebro necesario para la supervivencia.3 Esto quiere decir que la emoción del miedo tiene un sistema de circuitos neurales muy específico grabado en el cerebro y que corresponde a sensaciones físicas específicas de varias partes del cuerpo. Cuando algo que vemos, escuchamos, olemos o probamos evoca sensaciones corporales similares a una amenaza previa, se vuelven a evocar las emociones de miedo e impotencia, imitando lo que sucedió cuando el peligro inicial estaba presente. Originalmente, la experiencia de miedo tenía un propósito importante. Ayudaba al cuerpo organizar un plan de «huida o parálisis» para así evitar rápidamente el peligro. Sin embargo, el detonante ahora produce un miedo similar a pesar de que no haya un recuerdo consciente de su origen (solamente la respuesta física idéntica). La frecuencia cardíaca se intensifica rápidamente o baja precipitadamente, se produce sudor y aparece angustia porque el cuerpo vuelve a involucrarse por completo en la acción, confundiendo las respuestas corporales con la amenaza original como si estuviera sucediendo en el tiempo presente. Pero los padres probablemente observarán comportamientos y emociones aparentemente inexplicables.
Como lo explicamos con anterioridad en este capítulo, el hecho de que un niño permanezca angustiado o que se recupere con resiliencia depende de lo que suceda durante la amenaza o después de ella. Hemos aprendido que para evitar el trauma, se debe acceder al exceso de energía que el niño movilizó en un intento fallido para proteger o defenderse a sí mismo para luego «gastarse». Cuando esta energía de «emergencia» no se involucra ni se descarga por completo, no desaparece sin más. En vez de ello, es capaz de provocar todo tipo de síntomas problemáticos, como se verá a continuación con la historia de Henry. También se verá cómo la aversión y la evitación de Henry hacia ciertos alimentos y ruidos desaparecieron poco después de que «gastase» su energía de ansiedad para recuperarse alegremente con el apoyo de sus padres. Las habilidades que los padres de Henry utilizaron son las mismas habilidades que aprenderás a lo largo de este libro para ayudar a tu hijo cuando se sienta inquieto, estresado o completamente horrorizado después de un desafío aterrador.
La madre de Henry, un niño de cuatro años de edad, empezó a preocuparse cuando él se rehusó a comer (la que había sido) su comida favorita: bocadillo de mantequilla de cacahuate y mermelada con un vaso de leche. Cuando su madre los ponía enfrente de Henry, él se agitaba, se ponía tenso y los apartaba. Lo que resultaba aún más perturbador era el hecho de que comenzaba a temblar y llorar siempre que el perro de la familia ladraba. Nunca se le ocurrió a la madre que esta «manía» por los alimentos y el miedo a los ladridos estuvieran directamente relacionados con un incidente «ordinario» que había ocurrido casi un año antes, cuando Henry todavía usaba la trona.
Mientras estaba sentado en su trona devorando su comida favorita –mantequilla de cacahuate, mermelada y leche– había tendido su vaso medio vacío orgullosamente hacia su madre para que ella lo rellenara. Como estas cosas pasan, a Henry se le resbaló el vaso de la mano, el cual cayó al suelo y causó un estruendo. Esto sobresaltó al perro, haciéndolo saltar hacia atrás, y derribó la trona. Henry se golpeó la cabeza contra el suelo y se quedó ahí, respirando con dificultad y sin poder recuperar el aliento. La madre gritó y el perro comenzó a ladrar fuertemente. Desde la perspectiva de su madre, la aversión por la comida y el miedo aparente hacia el perro de Henry no tenían ningún sentido. Sin embargo, desde el punto de vista del trauma, la simple asociación de haber tomado leche y mantequilla de cacahuate justo antes de la caída, junto con el ladrido salvaje del perro, condicionó su miedo y su aversión hacia esa comida como en una respuesta condicionada de Pávlov.
Una vez que Henry «practicó» las caídas controladas sobre almohadas (con las sugerencias detalladas en este libro), aprendió a relajar sus músculos mientras se rendía poco a poco a la gravedad. Antes de esto, «simplemente» no comía esos alimentos y le costaba trabajo dormir cuando los perros del barrio ladraban. Afortunadamente, después de un par de sesiones de juego, este niño pequeño devoraba una vez más sus alimentos favoritos y le ladraba de regreso a su perro con un júbilo juguetón. En otras palabras, Henry tuvo la oportunidad de gastar la energía que estaba atada en sus defensas contra las caídas durante esas «sesiones de caída» seguras. A medida que adquiría el dominio de su equilibrio –con la ayuda y la seguridad de sus padres– el miedo de Henry se transformó en placer.
Para poder crear la capacidad de recuperación del niño después de las situaciones abrumadoras, primero tendrás que aprender y practicar varias habilidades.
Este capítulo proporciona diversos ejercicios que te permitirán a ti y a tu hijo descubrir el abundante panorama sensorial que existe dentro del cuerpo. Es probable que les resulten divertidos y animados a ti y a tu familia. También se ofrecerá una orientación que ayuda a que los padres y los niños adquieran un nuevo vocabulario para este nuevo terreno. El lenguaje de las sensaciones se comunica desde los recovecos más profundos del cerebro, lo que llamaremos el «cerebro-corporal». Te volverás experto en el reconocimiento de estas señales e indicaciones internas espontáneas que surgen de esta parte de ti instintiva. Adquirir las competencias de estas habilidades disminuye la brecha entre los procesos corporales conscientes e inconscientes. Este conocimiento experiencial de las sensaciones no sólo te dará las herramientas para asistir a tu niño abrumado, tiene el beneficio adicional de ayudar a los padres a evitar que se aflijan también. En este capítulo aprenderás cómo sintonizarte con las necesidades y ritmos de tu hijo, e incluye una guía para perfeccionar tus habilidades de observación a través de observar, escuchar y resonar con él.
Para poder prevenir o minimizar el trauma y aliviar el estrés, es importante asegurarse de que tú no estás alterado por el percance del niño. Huelga decir que ¡eso no siempre resulta fácil! No obstante, los niños, por su propia naturaleza, son tanto frágiles como resilientes. Puede resultar reconfortante saber que, con el apoyo adecuado, generalmente son capaces de recuperarse de eventos estresantes. De hecho, a medida que comienzan a vencer los choques y las pérdidas de la vida, los niños crecen y se convierten en seres más competentes, resilientes y dinámicos. Gracias a que la capacidad para sanar es innata, tu rol como adulto es simple: es ayudar a los pequeños a acceder esta capacidad. Tu tarea resulta similar en muchos aspectos a la función de un vendaje o a una férula. El vendaje o la férula no sanan la herida, pero la protegen y apoyan al cuerpo mientras se restaura a sí mismo. Las sugerencias, ejercicios y pautas paso por paso que se facilitan tienen la intención de permitirte ser un buen «vendaje» para tu hijo.
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