ÉCHALE…CORAZÓN

Psicología, deporte y Actitud

 

 

José Ramón Gómez Cabezas

 

 

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Editor: Javier Ábrego Bonafonte

 

Centro de Arte y Tecnología

Avenida Ciudad de Soria, N º8

50003 Zaragoza - España

 

Primera edición: Septiembre 2017

 

ISBN: 978-84-947526-4-3

 

MICROSITE DEL LIBRO CON PRESENTACIÓN DEL AUTOR

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Hacer lo que te gusta es libertad. Gustarte lo que haces es felicidad.

Frank Tyger.

 

 

Actividad física, Equilibrio mental y Bienestar.

 

 

La falta de actividad destruye la buena condición de todo ser humano, mientras que el movimiento y el ejercicio físico lo conserva.

Platón

 

Poner corazón, casta, courage, talento, raza, mentalidad, actitud,…Podríamos llenar varias páginas con términos similares, incluso alguno más usual y políticamente incorrecto. Pero si alguno de ustedes ha practicado deporte en equipo, sabrá de lo que estoy hablando, incluso si ha practicado deportes individuales también. Son esas palabras que pronunciamos antes de los encuentros para animar a los demás o infundirnos valor. Hoy en día, nadie, absolutamente nadie, duda, no de estas palabras, sino de lo que tratan de activar.

Guardiola, Bobby Knight,… cualquier entrenador que se precie maneja el concepto de actitud a la misma altura que ataque, defensa o equipo. La mayor parte de los clubs cuentan con un profesional de la psicología o formado en ésta que aporta la visión y el trabajo del tercer vértice. A veces, ese trabajo se desarrolla en la sombra, pero no por ello deja de ser importante; al contrario, quizás es el as en la manga por el que apuestan estos ganadores natos. Tener una persona en el equipo o plantilla que se dedique a esto es ciertamente rentable para grandes corporaciones que manejan cifras de ceros, casi infinitas. Para un equipo o deportista regional, difícil poder mantener esto. Para un amateur, sencillamente imposible. Puedo costearme el gimnasio, incluso las pautas de un nutricionista o las de un entrenador personal que me marque entrenamientos, pero el trabajo intangible de un psicólogo deportivo que no se ve, difícilmente pasará a ser una prioridad.

La psicología deportiva es una disciplina en auge que estudia tanto la conducta competitiva del deportista como los procesos implicados. A nivel de competición, el psicólogo deportivo ayuda a controlar el estrés, mejorar la concentración, reducir la ansiedad, afrontar miedos, potenciar la confianza. Elementos que influyen en un tanto por ciento razonable en el rendimiento del deportista, incluso en la prevención de lesiones. En España, en los años 80, se fundó la Federación Española de Psicología del Deporte, que agrupa asociaciones que trabajan estos objetivos.

El objetivo de este libro no es hacer un compendio de los estudios de la psicología deportiva, ni marcar tautologías que embarquen a la disciplina en un paseo por el olimpo de los dioses. Tampoco lo contrario.

No. La idea es otra.

Es obvio que cada día hay más corredores (o runners) por nuestros parques, el número de federados en disciplinas deportivas aumenta en progresión aritmética y los gimnasios no son precisamente empresas decadentes. La cultura al cuerpo y a la salud renace, despuntando en temporadas, pero creciente en general.

Los beneficios de estas actividades que emprendemos en cuanto al bienestar general son bastante evidentes. Nuestros horarios apretados y los hábitos viciados de malas rutinas caen por su propio peso ante la percepción de bienestar generalizado que nos produce la segregación de endorfinas tras la práctica habitual deportiva.

El estrés, la ansiedad, incluso la fatiga del día, se camuflan tras unas sensaciones agradables, de satisfacción consigo mismo y sobrevive en nosotros durante unas horas la idea de estar en paz con el mundo y con aquellos que afirman que el hombre nació para desplazarse, correr, cazar. De hecho, la activación física es lo primero que se le recomienda a los pacientes aquejados de síntomas depresivos.

Hace unos tres años decidí retomar el deporte en modo serio. Durante treinta años no dudaba ni un segundo cuando alguien me llamaba para echar unas canastas, un partidito de futbol once o unas pedaladas monte arriba. Un paréntesis de diez años de ejercicio esporádico, apenas algo de basket y partidos de pádel entre amigos, me hizo entrar en la crisis de los cuarenta con algunos kilos de más y muchas dudas en cuanto a recuperar algo de tono físico. “Correr es de cobardes” era mi frase recurrente cuando vecinos y familiares me invitaban a echar unos kilómetros con ellos. Al fin probé. No me avergüenza reconocerlo: apenas pude con un kilómetro y medio de carrera continua a trote cochinero. La depresión podía haber sido tremenda, pero no me dejé amilanar por las evidentes agujetas ni por el desastre moral. Para colmo me había bajado una aplicación al móvil y, al finalizar el recorrido, se subió automáticamente a las redes sociales.

En un remoto rincón de mi mente pululaban incesantes los recuerdos de años atrás y era plenamente consciente que el comenzar, retomar de nuevo la actividad podía no ser, precisamente, fácil. Seis meses después estaba corriendo una media maratón por las calles de Sevilla. Mis tiempos no son ninguna maravilla, pero tampoco eso me preocupa. Ahora afronto nuevas carreras, retos que me hacen imponerme objetivos y sobre todo disfrutar de paisajes, gentes y sensaciones junto a mis amigos que antes, cuando yo era “el cobarde”, no podía imaginar.

La práctica deportiva hace que mejore tu condición física en proporción a la cantidad y calidad del ejercicio que practiques. Quizás no de una manera evidente, algunos kilos de grasa sí he perdido estos años, pero desde hace tres años, no me importa la opción escaleras para subir a una quinta planta y aguanto bien la excursión larga en los viajes, hace tiempo que no encadeno resfriados y la espalda, que tanta batalla me dio años atrás, no me supone un problema al inicio de los veranos.

Sí, puede que los beneficios de la práctica deportiva no se vean y tampoco se toquen, pero se sienten. Y es que el estado físico y el mental son indisolubles. Las dos caras de la misma moneda.

Por lo tanto, también puedo trabajar mi estado mental para que sume y aporte, cuanto menos para buscar ese equilibrio tan necesario.

Karoly Takács, recuerden ese nombre. Conocí su historia hace muchos años y ese hecho me hizo amar con más devoción el deporte y la psicología.

Karoly, era el mejor tirador con pistola del ejército húngaro en la segunda mitad de los años treinta. Estaba preparado para participar en los juegos olímpicos de Berlin, 1936, pero su propio ejército limitó su participación. Él era un simple sargento y a las olimpiadas irían oficiales. Asumió la frustración y esperó su momento, quizás en Tokio 1940.

Un nefasto día para Takács de 1938, en un entrenamiento militar, una granada defectuosa explotó en su mano derecha. Su futuro como militar se comprometía y ni que decir tiene los objetivos olímpicos.

Pero hay personas con un físico portentoso y una capacidad mental por encima de todo. Karoly decidió que seguiría tirando, aunque fuera con la mano izquierda, y así empezó a entrenarse en secreto. Cuando hizo presencia en un campeonato nacional, sus compañeros lo saludaron pensando que había ido a verlos, no salían de su asombro cuando le vieron competir, y ganar. Consiguió la victoria en otros 35 más. Estaba preparado para participar en las olimpiadas. Tuvo que esperar hasta Londres 1948. En pistola de fuego rápido a 25 metros, consiguió el oro. Cuentan que Carlos Díaz, campeón mundial del momento, le preguntó que por qué estaba allí. Para aprender, había contestado Karoly Tackács.

Cuatro años después, en Helsinki, volvió a hacerse con el oro. Lo intentó una vez más en Melbourne, pero aquí ya quedó octavo, que tampoco está nada mal. Cuando se retiró, el comité olímpico internacional lo calificó de “Héroe olímpico”. Un hombre leyenda. Y no solo por sus méritos deportivos. Esa humildad de sentirse aprendiz es el espíritu que lo llevó lejos y alimentó día a día un sueño difícil, pero posible.

Adaptación y Actitud, las claves del Bienestar.