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por Hipertexto Ltda. en septiembre de 2017,
año del sesquicentenario de la
Universidad Nacional de Colombia,
patrimonio de todos los colombianos.
Bogotá, D. C., Colombia
SABERES IGNORADOS
Dora Inés Munévar Munévar
Profesora titular – Universidad Nacional de Colombia
El haberme encontrado con las interacciones entre epistemología e ignorancia ha sido clave para acoger una serie de reflexiones críticas e incrementar las resistencias durante el proceso investigativo. Según los debates introducidos por Guacira Lopes (2001), Valeria Flores (2008), Melissa Steyn (2012) y Dora Inés Munévar (2013a), la ignorancia es una consecuencia directa del conocimiento legitimado por la corriente principal. Es producida por el modo de conocer hegemónico y reproducida cotidianamente en las instituciones académicas.
La epistemología de la ignorancia ha sido una arista conceptual importante para reconocer la conexión directa que vincula a las nociones de conocimiento e ignorancia, porque las ubica más allá de la dicotomía de lo visible (presencia–ausencia). También porque, en su interacción, estas nociones generan dos tipos de presencia y constituyen dos expresiones de unas prácticas deliberadamente instituidas como una construcción social y no como una mera cuestión cognitiva atribuible a los individuos. Es decir, la ignorancia en este sentido relacional es una consecuencia política de los conflictos surgidos entre intereses epistémicos.
Como consecuencia de estos recorridos surgieron dos clases de presencia: la presencia de lo conocido y la presencia de lo ignorado. Con ambas modalidades retomó sentido la existencia de subjetividades, saberes o escenarios para considerar sus alcances, reconocer vivencias y escuchar a la otredad en el contexto de la multiplicidad de posicionamientos, la pluralidad de experiencias o la complejidad de narraciones autorreflexivas, de acuerdo con Melissa Steyn (2012). Por este camino, fui construyendo distintos posicionamientos epistémicos atravesados por la edad, la condición corporal, la ocupación o la salud —incluso por el atractivo físico—, los cuales, tras convertirse en factores determinantes de otras relaciones sociales, contribuyen a construir nuevas subjetividades encarnadas, develar los supuestos arraigados en saberes ignorados y reconfigurar otros escenarios para debatir los saberes y las epistemologías.
Para crear condiciones de transformación, es urgente develar las formas instituidas que ignoran o mantienen la invisibilidad, el ocultamiento y el silenciamiento impuestos a ciertos saberes, subjetividades, idiomas o lenguajes, geografías, ciudadanías y derechos. Todos estos aspectos son confrontados por las epistemologías de resistencia, cuyos postulados poco a poco dislocan la actividad epistémica privilegiada para dar cabida a la intención colectiva de investigadoras e investigadores —de hacer visible lo que ha estado históricamente invisible— que usan recursos materiales y simbólicos de mediación y establecen otra relación con el saber donde la palabra escuchada instala la reciprocidad reflexiva y propicia el intercambio de experiencias situadas.
Los escenarios de debate internacional propiciados por organismos de Naciones Unidas se han quedado en las cuestiones técnicas o estratégicas cuando discuten asuntos de población, desarrollo sostenible, medio ambiente, cambio climático o biodiversidad. Ahora bien, las demandas de las mujeres conscientes del potencial de la diversidad, especialmente las habitantes del sur o las integrantes de comunidades explotadas y empobrecidas por la devastación capitalista, han transitado muchos caminos en este trajinar político para confrontar la llamada economía inteligente5, que busca integrar la eficiencia a los procesos de cambio.
Es preciso, entonces, escuchar a Seyla Benhabib (1992) y conversar con «individuos situados, encarnados, contextualizados, con una historia, una constitución afectivo–emocional concreta, con sus intereses y sus afectos» (p. 42), para reconfigurar los alcances de los saberes ignorados a partir de las apuestas elaboradas por las mujeres del sur como base de las conjugaciones sur–norte y la estructuración de otros modos de continuar enarbolando las resistencias históricas. Se trata de conversaciones con textos, posturas, sentidos y sentires compartidos entre mujeres con la participación de hombres sensibles y dispuestos a trabajar conjuntamente.
Las epistemologías de resistencia o epistemologías críticas marcan distancias con respecto a la investigación positivista hegemónica en el ámbito del desarrollo humano, abarcando la mayoría de sus expresiones más conocidas. Estas epistemologías develan cientos de invisibilidades históricas asentadas en la ignorancia como forma productiva del poder y forma de resistencia al poder establecido; pero también como modo propio de conocer y producir legítimamente un conocimiento para identificar por qué se dejan fuera determinadas reflexiones y experiencias6. Se destacan aquellas reflexiones que exigen repensar el concepto de desarrollo y su inserción como desarrollo humano, que, según Sabina Barone y Pablo Mella (2003), «pretende poner en el centro de la discusión socioeconómica lo que sería la humanidad de lo humano en nuestros días» (p. 189).
Son epistemologías que en el marco creativo de las relaciones ciencia–tecnología–género convocan la presencia activa de las subjetividades, la fundación de lugares para los cuerpos, y la recuperación de la vida cotidiana que recrea —y en la que son recreados— los saberes, para trazar recorridos llenos de sentido, colmados de sensibilidades, abiertos a territorios conocidos–desconocidos y conjugados pensando en los orígenes, los intereses o las confrontaciones que han antecedido su construcción. Son caminos trazados desde el sur geopolítico para cuestionar la herencia de dominación colonial e imaginar nuevas y diversas resistencias, en un esfuerzo por incorporar diálogos académicos abiertos y dispuestos a traspasar las fronteras hegemónicas de la producción teórica del norte geopolítico.
Las epistemologías críticas feministas retoman las relaciones de poder entre las subjetividades generizadas7, consideran sus deseos e inscripciones en los cuerpos de mujeres y hombres de todas las condiciones vividas, e identifican la configuración de una realidad marcada por distinciones asimétricas entre lo público y lo privado. Asimismo, reconocen la existencia de alianzas de poder entre la ciencia, el romanticismo sexual y la división sexual del trabajo. A partir de estas alianzas, se dispone el ordenamiento corporal–sexual–generizado donde las nociones de cuerpo, mujer y lo femenino se convierten en objeto de análisis e inspección con herramientas proporcionadas por conocimientos al servicio del control poblacional, del control estructural y del control simbólico —principalmente, mediante la anatomía, la fisiología, la biología, la estadística, la psiquiatría, la geografía, la política, la ginecoobstetricia, el derecho, la comunicación, las tecnologías de reproducción y la demografía—.
Esta clase de epistemologías también retoma los aportes construidos con los saberes de género. En el contexto de los análisis feministas, continúan consolidándose las investigaciones para repensar el orden corporal–sexual–generizado y sus consecuencias sobre quienes investigan y lo que es investigado en el complejo ámbito del desarrollo humano. Esto con el fin de albergar el reconocimiento integral del derecho a la vida de seres humanos diversos que denuncian las formas en que han sido ignorados por un sistema basado en la homogeneización. Este sistema avala una imagen ideal de individuo que se mantiene cristalizada en el pensamiento único y los presupuestos de las formas de conocer e investigar lo humano y lo social.
Cuando se considera la manera de instituir esa determinada imagen ideal y el modo de condicionar la toma de decisiones políticas que, con frecuencia, ignoran las diferencias humanas, es urgente comprender cómo se han borrado estas diferencias. Cuando se confronta esa misma imagen surge una interacción productora de experiencias sustantivamente distintas entre sí, para, como afirma Patricia Mattos (2011), «percibir las mudanzas reales ocurridas en las sociedades contemporáneas a partir del análisis de las prácticas sociales, develando las formas de legitimación y justificación de la dominación social injusta» (p. 3). Con estos dos aspectos se busca repensar por qué en los confines del desarrollo humano hegemónico no son acogidas las múltiples posibilidades existenciales, por qué no se aborda la comprensión de los procesos sociales (históricos) de producción (simbólica) ni se develan los sedimentos (ideológicos) subyacentes a los discursos de una ciudadanía abstracta y de unos derechos humanos excluyentes desde sus orígenes.
Esta perspectiva crítica remite a las múltiples controversias geopolíticas propuestas por las mujeres activistas y sostenidas para continuar reivindicando la integración de los modos de investigar situados, el debilitamiento del peso dado a la razón en el proceso de construcción de conocimientos, y el incremento de las experiencias en el origen de los distintos conocimientos. A la vez, constituyen el marco para interrogar la objetividad y la neutralidad mantenidas con la distancia entre sujetos que investigan y objetos de investigación, el énfasis en la cuantificación con medidas de tendencia central y el uso creciente de la experimentación en el laboratorio. Son resistencias que buscan desplazar la prioridad dada a la acumulación respaldada por la teoría económica e insisten en resituar la vida como eje de las transformaciones deseadas.
Por tal razón, no es posible ignorar ni mantener los saberes ignorados al margen de las críticas planteadas por los sujetos cognoscentes ignorados. Es preciso volver al origen de las múltiples resistencias al desarrollo y pensar las mudanzas teórico–políticas necesarias para disponer de, en palabras de Magdalena León (2011), «un rostro humano con equidad» (p. 1). Es necesario transformar los fundamentos de los relatos dominantes para politizar las categorías utilizadas en la descalificación de las diferencias, escuchar lo no dicho, develar los sustratos teóricos o empíricos que forman parte de su construcción social, incorporar el registro de datos históricamente ignorados, dar cuenta de desigualdades e inequidades cotidianas, y contrastar lo narrado por la gente con lo reportado por las personas expertas para develar las relaciones de poder y reclamar otros modos de pensar el desarrollo humano.
En el contexto de la globalización, el desarrollo humano —considerado como un proceso de ampliación de oportunidades para vivir de manera digna— no sobrepasa los límites simbólicos y materiales de las desigualdades de género ni consigue dialogar con las leyes que promulgan la igualdad de género. En un intento por denunciar cómo, según Luísa Marufo (2010), «los Estados han demostrado que precisan de las mujeres y de los hombres de modo desigual» (p. 17), las analistas de estas paradojas procuran la construcción de alternativas democráticas de desarrollo pero centradas en la vida de los seres humanos generizados, racializados, etnizados o enclasados.
En medio de una promesa neoliberal que no termina de consolidar los derechos tangibles ni los intangibles, y sabiendo que con «la articulación de estas dos formas resulta el resurgimiento de patrones para asegurar el control patriarcal» (WLSA, 1997, p. 93), las activistas y académicas feministas han cuestionado los programas de desarrollo con el fin de que se integre la igualdad de género. Aunque en las instancias oficiales se impulsan las ideas de empoderamiento y cambio del estatus de la mujer, en la cotidianidad perviven las condiciones materiales y simbólicas que son adversas a los derechos humanos y a las ciudadanías de las mujeres. Esta es una constante que es preciso recordar para repensar las políticas de desarrollo y las acciones a favor del desarrollo humano, puesto que son nociones que, como lo describe Magdalena León (2011), se caracterizan por haber «atravesado distintos niveles de crítica, resistencia y reformulaciones varias» (p. 1).
Al final, los cuestionamientos, las advertencias y los sentidos de la crítica al desarrollo humano sin involucrar la vida de la gente se centran en las paradojas inherentes a lo humano. Al retomar las posturas críticas al respecto, es posible escuchar experiencias históricas que destruyen, reducen o desvían los avances de los movimientos sociales de mujeres. A la par, es posible sopesar las mudanzas ciudadanas pospuestas y el sentir de las medidas feministas adoptadas para ultrapasar los límites de unas retóricas institucionales arraigadas en las formas de violencia documentadas por Patrícia Mattos (2011): «violencias manifiestas, reconocidas por los agentes sociales en sus relaciones, prácticas sociales e institucionales, [...] procesos de reproducción de la violencia simbólica que legitiman el libre curso de la dominación social injusta» (p. 3).
Por sus expresiones conceptuales más clásicas, el desarrollo y el desarrollo humano han mantenido sus nexos con las ideas de cambio, progreso, evolución y crecimiento, cuyos orígenes neoliberales8 han puesto en marcha modos de operar e institucionalizar el ajuste estructural, el buen gobierno o el capital social a través de sus conexiones con el mundo del mercado, las cuales muestran, según Magdalena León (2011), «la economía centrada en lo monetario, como fin y como medio, que se superpone a la economía de la subsistencia, la subsume y asfixia» (p. 9). Incluso recuerdan los supuestos liberales anclados en la noción de capacidades propuesta por Amartya Sen y discutida por Martha Nussbaum, cuyos principios evocan las opciones, la libertad o la elección racional retomadas por Sabina Barone y Pablo Mella (2003): «el definitivo destinatario de la actividad social es el individuo, y el valor último que se debe promover es la libertad de opción de ese individuo» (p. 198).
Además de evocar las interacciones entre las relaciones de género y las nociones cambiantes del desarrollo, los debates sobre los orígenes de las ideas de progreso y progreso social traen a la memoria las transformaciones conceptuales y simbólicas de occidente y no–occidente9, los contrastes entre «el euroamericanismo [que], como perspectiva “occidentocéntrica”, puede representarse [con] tres rasgos [que] tienden a asociarse con esencializaciones negativas del otro no–occidental» (Slater, 2008, p. 345), y las contraposiciones de una economía asentada en el capital, el mercado y el dinero frente a una diversidad económica inherente a otras experiencias de producción y reproducción.
Como contrapeso a la influencia de esta hegemonía y con fundamento en posturas críticas, Dora Inés Munévar y Martha Torres (2010) han planteado la existencia de alternativas que contribuyen a las transformaciones de lo vivido por las poblaciones. Por ejemplo, la economía crítica se interesa por la integralidad de los ciclos de producción y reproducción que se contrapone a la economía de mercado y a un desarrollo ajeno a la vida misma. Estas alternativas producen la renovación de preguntas centradas en determinadas ausencias, incluyen otras interpretaciones intencionales sobre lo que ha sido ignorado, acompañan nuevas luchas simbólicas y reivindicaciones políticas o afianzan alianzas y resistencias desde el sur, porque:
Mientras se considera a occidente como motor esencial del progreso, la civilización, la modernidad y el desarrollo, el no–occidente se considera un receptor pasivo o recalcitrante [...]. Tal perspectiva encuentra resonancia en el campo de estudios de desarrollo de tal manera que, por ejemplo, según un documento de la OCDE bastante reciente, a principios de 1950 “la mayoría de la gente fuera de países desarrollados vivían tal y como habían vivido siempre, luchando en el límite de la subsistencia, sin apenas conocimiento de los asuntos globales o nacionales, ni voz propia en ellos, y pocas expectativas más allá de una vida corta de trabajo duro con pocas recompensas a cambio”. (Slater, 2008, p. 345)
Esta consolidación está siendo posible a partir de acciones diseñadas para recrear la lógica de la vida y para vivir la igualdad de género en algunas instituciones, según sectores, niveles y dimensiones microsociales y macrosociales, abarcando familias, escuelas, colegas, espacios sociales y culturales, medios de comunicación y Estados. En este contexto se percibe que algo está ocurriendo con la gramática del desarrollo desde fuera, en sus diferentes manifestaciones analíticas y en sus resultados reales, porque ya no comunica ni simboliza el cambio de las condiciones de existencia, y porque finalmente es «un revelador de las paradojas de nuestro tiempo: la voluntad de progreso y la desconfianza frente al mismo»10 (Perroux, 1987, p. 11).
Asimismo, es posible comprender los cimientos establecidos para iniciar los análisis políticos de las relaciones entre las mujeres y los hombres, principalmente cuando se trata de eliminar las desigualdades de género mantenidas por la tradición en oposición —no siempre abierta o explícita— a los discursos de lo moderno y, a la vez, por la reconfiguración del pensamiento binario a lo largo del siglo XX para mantener la dicotomía mundo desarrollado/mundo subdesarrollado11. En consecuencia, se procura incorporar nuevos tipos de análisis que provoquen cambios en las políticas económicas, sociales e internacionales con la intención de resignificar el lugar del trabajo y de las fuerzas productivas en directa confrontación con las preguntas sobre, según la propuesta de Magdalena León (2009), las «economías de subsistencia como un campo donde, precisamente, hay un protagonismo femenino de larga data» (p. 25).
Las posibilidades de cambio epistémico y político en relación con el desarrollo y el desarrollo humano requieren otros debates institucionales sobre ciudadanía o derechos, sin eludir la necesidad de, como plantea Magdalena León (2011), «superar esquemas de producción, comercialización y consumo que depredan y destruyen los elementos básicos de la vida» (p. 10). Esta es una situación concreta de resistencia basada en saberes ignorados pero acompañada de nuevas advertencias epistémicas y de alertas intelectuales acerca de las relaciones de género, con sus contenidos contestatarios y sus propuestas para la transformación colectiva. En este sentido, los principales focos de atención en este campo han de tener en cuenta las palabras de Cecilia López (2006): «las instituciones trasmiten sesgos de género y al ser el mercado una institución construida socialmente, este también refleja y refuerza las desigualdades de género» (p. 73).
La alternativa ofrecida por los lenguajes de la ciudadanía permite separar los conceptos de desarrollo humano y crecimiento económico, para pensar sus nexos con los orígenes directos del empobrecimiento de ciertos sectores de la población mundial (más que de la pobreza), la interacción entre factores para comprender sus expresiones sociales, las estrategias para aumentar las inversiones en la educación de las jóvenes de manera que participen en el sector de ciencia y tecnología, la integración de la interculturalidad en los asuntos económicos y políticos para la recuperación de saberes locales, y el cuidado de la salud, especialmente en los servicios brindados a las mujeres.
Asimismo, es necesario ampliar la comprensión de tendencias críticas para repensar las acciones emprendidas por quienes trabajan las interacciones entre desarrollo y derechos humanos, considerando sus vínculos con la libertad humana junto a los derechos humanos de todos los grupos históricamente excluidos; pues son conceptos vitales altamente interrelacionados para leer con mucha atención los documentos oficiales, como señala Carmen de la Cruz (2007):
El Informe de Desarrollo Humano de 2000 indica que la perspectiva de derechos humanos agrega dos elementos al desarrollo humano: el elemento de obligatoriedad del Estado y otros actores de garantizar el desarrollo humano y, en segundo lugar, el elemento de rendición de cuentas, dadas las deficiencias del desarrollo humano en cada país. A su vez, [...] aporta al enfoque de los derechos humanos lo siguiente: primero, un sentido práctico, el énfasis en cómo es posible avanzar hacia la plena satisfacción de los derechos de la humanidad en su conjunto; segundo, la idea de hacer las cosas gradualmente, la necesidad de establecer prioridades. (p. 16)
En términos teóricos, esta ruta reivindicativa implica repensar la igualdad de género y las relaciones de género para contribuir a cambiar los efectos adversos del capitalismo y sus alianzas, actuando sobre las causas históricas que constituyen la subordinación histórica de las mujeres, y develando sus trasfondos ideológicos, con sus características, contradicciones y paradojas, a fin de transformarlos desde sus mismas raíces. Sobre todo, para reconocer el alcance de la afirmación de Cecilia López (2006): «las relaciones de género desempeñan un papel importante en la división del trabajo, la distribución del trabajo, ingreso, riqueza y los insumos productivos, con importantes implicaciones macroeconómicas» (p. 73).
De este modo, con el respaldo de las críticas feministas al desarrollo, la tecnología y la ciencia, emergen otras posibilidades epistémicas para comprender la complejidad de las interacciones entre género, naturaleza, economía y desarrollo, derivadas del acceso, uso y beneficio de los saberes cosmoecológicos. Además, para reiterar las denuncias de Cecilia López (2006), «el costo de reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo en una sociedad sigue siendo invisible mientras la gama de la actividad económica no incluya el trabajo reproductivo no remunerado» (p. 73).
La conjugación cotidiana de estos temas se ha convertido en un foco ineludible de atención que precisa de la intervención de otros modos de pensar, como lo hacen tres autoras ubicadas en el sur geopolítico que comparten sus experiencias de distanciamiento de las formas en que operan el capitalismo económico y el capitalismo cognitivo en la vida cotidiana: