Pablo Martín Tharrats
Legio VIIII
Hispana
La verdadera historia jamás
contada de la Legión IX Hispana
¿Por qué los romanos construyeron en Britania el muro de Adriano?
¿Por qué la Legio VIIII Hispana desapareció misteriosamente sin dejar rastro?
¿Qué fue de la Legio VIIII Hispana y de todos sus legionarios?
¿Es cierta la leyenda que cuenta que la Legio VIIII Hispana fue atacada por muertos?
¿Por qué nos esconden información y por qué no nos cuentan toda la verdad?
© Pablo Martín Tharrats, 2015
© Legio VIIII Hispana. La verdadera historia jamás contada de la Legión IX Hispana
ISBN papel: 978-84-686-7552-7
ISBN digital: 978-84-686-7687-6
Depósito Legal: M-33834-2015
Editado por Bubok Publishing S.L.
Código de registro: 1509085122687 - Legio VIIII Hispana - (Pablo Martín Tharrats)
Fecha de registro: 08-sep-2015 17:31 UTC
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Impreso en España / Printed in Spain
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A mi padre, José Martín Morán, que está en el cielo con Dios. ¡Gracias por todo, papá; gracias, Pepe!
A mis hijos, Mireia, Inés y Pablo; a mi esposa, Cristina,
y con mucho cariño a mi madre, María Helena
Introducción
Algunos historiadores afirman que la Legio VIIII Hispana o Legión IX Hispana fue aniquilada. Otros dicen que desapareció tras retirarse con deshonor del campo de batalla cuando luchaba en Britania contra las tribus de bárbaros del norte, pero nadie está realmente seguro de cuál fue su destino final ni por qué desapareció sin dejar ningún rastro. Ni tan siquiera en las crónicas oficiales de la época se menciona nada.
Sin duda a lo largo de la historia de Roma no fue ni la primera ni la última legión que desapareció, pero sin duda la Legio VIIII Hispana sí fue la única que lo hizo sin dejar ningún rastro. Simplemente se esfumó de las crónicas de Roma. Sí que es cierto que otras legiones fueron disueltas, o sus efectivos diezmados en la batalla, pero en todos los casos se tiene constancia escrita y documentada del motivo de su final.
En este libro intentaré dar respuesta a estas y a otras muchas preguntas que tantas dudas han generado sobre la Legio VIIII Hispana y sobre el muro de Adriano. Hay que añadir que todo lo que cuento en este libro le sucedió hace unos veinte siglos a un antepasado mío, y que ahora ha podido salir a la luz pública.
Pero antes de continuar, deseo presentarme. Me llamo Pablo Martín, y por un azar del destino me he visto inmerso en una aventura que jamás me hubiera podido imaginar que viviría, ya sé que esto puede sonar a tópico, pero cuando termines de leer este relato, podrás juzgarlo por ti mismo. Lo que a continuación te voy a relatar no es fruto de mi imaginación, sino que todo ello lo he extraído de unos escritos que mi padre me entregó, y después de meditarlo detenidamente, he decidido hacerlos públicos, ya que considero que la sociedad está preparada para conocer una parte de la historia que ha sido ocultada durante siglos.
Como podrás comprobar yo no soy escritor, y la verdad es que no pretendo serlo, así pues, he intentado hacerlo lo mejor que he sabido y he podido. Sin duda mi forma de escribir y mi forma de explicar la historia dista mucho de ser un libro convencional, pues estoy explicando al mundo unos hechos que acaecieron hace unos veinte siglos, hechos los cuales hasta ahora la humanidad no conocía, y si me he decidido a hacerlos públicos es gracias a que hay libros, revistas, películas y series de televisión que hablan sobre el tema, por lo que creo que la sociedad está más capacitada que hace cincuenta o cien años para poder entender la verdad.
Empecemos desde el principio. Todo comenzó cuando mi padre me comentó que en una caja fuerte de seguridad de un banco él había guardado hacía muchos años unos documentos que habían pasado de generación en generación en la familia. A lo largo de los siglos y de padres a hijos, la familia Martín había ido recopilando una serie de manuscritos, pergaminos y libros que eran un legado familiar y que yo, como hijo suyo, debía custodiar en adelante.
Me comentó mi padre que yo tenía dos opciones: guardarlos a buen recaudo en otra caja de seguridad de un banco, desentendiéndome del tema y dejando que el tiempo pasara, o bien abrir la caja y leer los papeles. Mi padre, el padre de mi padre, el padre del padre de mi padre, y así por generaciones de Martín, se habían decantado por la segunda opción. Esta decisión la habían tomado por acompañar a los papeles una leyenda familiar según la cual, su contenido sería difícilmente entendible para la mayoría de los mortales y además, de salir a la luz pública las historias que en ellos se narraban, tal información podría traer consecuencias muy graves. Aunque en realidad solo eran las historias de la familia Martín, que a lo largo de los siglos habían vivido mis antepasados, también eran historias escondidas de la Historia por las que había un interés en que la opinión pública no tuviera conocimiento de ellas.
Dado que los escritos que me entregó mi padre databan de siglos, por ello y para poder entender la historia de la familia Martín comencé a leerlos desde el principio. Es por esto que este libro es un breve resumen de lo que sucedió en el siglo I, y ya que mi antepasado vivió en el Imperio romano, los escritos estaban en latín. Por tal motivo, y dado que mi latín está muy oxidado —para ser del todo exactos, completamente olvidado, ya que lo estudié hace más de treinta años y mi profesor se apiadó de mí y me aprobó con un cuatro y medio sobre diez—, he recurrido al traductor de Google, así como a varios diccionarios, pero a pesar de todos estos esfuerzos, me temo que más de una palabra se me ha escapado de su correcta traducción, aunque creo que en el fondo lo que recojo en las siguientes páginas es una síntesis muy ajustada de lo que mi antepasado vivió y plasmó en sus escritos. En algunos pergaminos mi antepasado redactó los diálogos que él y otras personas habían mantenido. Al traducirlos y transcribirlos me he decantado por mantenerlos, tal vez por ello pueda parecer una novela.
Asimismo, debo decir que dado que había muchas cosas que yo no entendía, he buscado información en varios libros y en Internet sobre las legiones romanas, sobre la Legio VIIII Hispana, y sobre la forma de vivir de aquella época, por ello he intercalado en el texto en un recuadro aquellas explicaciones que he considerado oportunas para entender lo que mi antepasado escribió y vivió.
Cuando te encuentres un recuadro como este, en él habré escrito información que será de tu interés y de utilidad para que puedas entender algún punto que se esté narrando. Confío en que este sistema, en vez de ser una molestia para ti, te resulte de utilidad para la comprensión de este libro.
No he recogido más que una pequeña parte de los pliegos, por lo que sólo he narrado varios pasajes de la vida de mi antepasado, puesto que los pliegos la detallaban por completo. Por ello me he decantado por seleccionar aquellos momentos que me permitan explicarte lo que él vivió. Sin duda, lo mejor hubiera sido publicar su biografía completa, así como las de mis antepasados que le sucedieron, pero creo que lo que a continuación escribiré es más que suficiente para entender la gravedad de la situación. Para facilitar la lectura he numerado en capítulos su vida, aunque él no lo tenía clasificado por capítulos, sino por años.
Creo que ya lo he dicho todo. Ahora podrás leer lo que mi antepasado vivió y escribió, y que yo he traducido y he transcrito en este libro.
Pablo Martín Tharrats
Carbajales de Alba, Zamora, España
30 de octubre
Capítulo I. De cómo me alisté, del alistamiento y la instrucción
Me llamo Marcus Marcius Marci f. Murena n., tribu vacceos Marcellus Pius, domo Oceloduri. Todos me conocen como Marcus Marcius Marcellus. Aunque mis amigos de Hispania me llamaban Marcus, en la legión mis compañeros me llamaban Marcellus, y al final de mis días soy conocido por todos como Marcellus. Nací en una aldea cerca de la ciudad de Ocalam y mi familia pertenecía a la tribu Vacceos, aliada de Roma. Mi padre se llamaba Marci, y mi abuelo Murena.
Por lo que he podido investigar, la ciudad o poblado de Ocalam u Oceloduri, denominada Ocellum duri o Octoduron, fue un poblado vacceo y corresponde a la actual ciudad de Zamora. Asimismo, la aldea donde nació mi antepasado es la actual localidad de Carbajales de Alba (Zamora).
Fuente: «Zamora», en http://es.wikipedia.org/wiki/Zamora
Este es mi testamento y mi historia, escrita por mi puño y letra a mis ochenta y tantos años, testamento el cual no es más que un cúmulo de recuerdos agolpados en mi cabeza que después de tanto tiempo han decidido salir.
No sé cómo se hace esto de escribir la vida vivida por uno, así que empezaré por el principio. Los que tengan a bien leer mi escrito tal vez no entenderán algunos pasajes o datos, por ello os aconsejo que busquéis lo que no entendáis, ya sea preguntándolo a un sabio o a un anciano en vuestra aldea, o bien, aquellos que sepáis leer y escribir, leyendo otros escritos y otros pergaminos.
Si escribo estas líneas es con la esperanza de que las generaciones venideras de mi familia no solo me conozcan a mí, sino sobre todo que estén informadas de lo que les voy a narrar, que por increíble e inaudito que pueda parecer, es lo que sucedió, y si lo cuento, es porque yo lo viví y sufrí en persona.
Como he dicho, nací en un pequeño pueblo de Hispania. Mi padre era el jefe de nuestra aldea y se había casado con mi madre, una ciudadana romana, por lo que yo, sin quererlo ni buscarlo, solo por nacer obtuve la ciudadanía romana.
Mi infancia fue algo diferente a la del resto de niños de mi aldea, ya fuera porque mi padre era el jefe, o porque mi madre era una patricia romana, esto es, mi madre pertenecía a una familia importante de Roma, concretamente a una de las familias fundadoras. Tal vez por esto yo recibí una educación muy diferente a la del resto de los niños de mi aldea. No es que no jugara con ellos, es que mi padre me enseñó o hizo que me enseñasen varios oficios como la herrería, la cría de caballos, el comercio, y mi madre cada día se dedicaba a enseñarme a leer y a escribir latín, griego, así como matemáticas, astrología, física, medicina y un sinfín de cosas que no comprendía para qué me podrían servir.
A la edad de dieciocho años tuve que dejar mi casa y alistarme en las legiones, y no precisamente por mi gusto ni mi voluntad, y ni mucho menos con el beneplácito de mi madre, el problema es que mi padre, como jefe de su aldea, se vio obligado a que uno de sus hijos se alistase para de esta forma demostrar al gobernador la buena voluntad de nuestro pueblo hacia Roma.
Conjuntamente con otros tantos jóvenes de mi aldea, una mañana partimos en dirección al campamento romano y después de una instrucción de varios meses fuimos trasladados a la I Cohorte de la Legio IX Hispana, que por aquel entonces estaba en Hispania, acuartelada cerca de mi aldea, aunque al poco tiempo partimos para Britania.
La Legio IX Hispana (Novena Legión Hispana), también Legio IX Hispana Macedonia Victrix, fue una legión romana creada a mediados del siglo I a. de C. —junto con la VI, la VII y VIII— por Pompeyo.
César la dirigió por vez primera como gobernador de la Hispania Ulterior en el 61 a. de C. Se la llevó a la Galia alrededor del año 58 a. de C., donde estuvo presente durante toda la guerra de las Galias.
Fuente: «Legio IX Hispana», en http://es.wikipedia.org/wiki/Legio_IX_Hispana
Cuando me incorporé a la Legio IX Hispana esta se componía de unos cinco mil legionarios, esencialmente tropas de infantería y unos ciento veinte equites o caballería. Agrupados en diez cohortes, de tres manípulos o seis centurias cada una, a excepción de la I Cohorte, que es a la que fui destinado, y que tenía más de cinco centurias. Cada legión contaba con 59 centuriones, además de cinco tribunos y un legado.
Asimismo tenía un número significativo de unidades auxiliares, unidades de menor importancia cuya función era la de asistir a las unidades principales de la legión. Cada uno de estos cuerpos auxiliares contaba con entre quinientos al millar de hombres, y en el caso de la Legio IX Hispana, tenía adscritos varios de estos cuerpos, cuyo número de hombres fue disminuyendo conforme nos íbamos enfrentando en cada batalla a más y más enemigos. La principal diferencia entre un legionario y un soldado auxiliar era que solo los ciudadanos romanos podíamos ser legionarios, y el resto de habitantes del Imperio romano podían alistarse exclusivamente como tropas auxiliares.
Las tropas auxiliares eran consideradas por Roma como unidades de menor categoría, en gran medida debido a que no estaban formadas por ciudadanos romanos, sino por personas que provenían de los territorios conquistados por Roma. Su coste era muy inferior, ya que cobraban mucho menos que un legionario. Servían de apoyo a las legiones, aunque en ocasiones fueron solas a la batalla.
Dado que de joven había aprendido varios oficios, y sobre todo dado que mi padre era una persona adinerada e influyente y que mi madre provenía de una familia muy importante de Roma, después del período de instrucción fui nombrado centurión. En la época que yo viví, un centurión estaba unos tres años en una guarnición y después era trasladado a otra guarnición, así hasta cumplir al menos entre veinte y treinta años de servicio, período tras el cual Roma recompensaba a los legionarios con tierras o bien con una casa en una ciudad de veteranos. Sin embargo, mi vida militar la pasé entera en la Legio IX Hispana.
Después de superar una serie de requisitos, como el hecho de ser ciudadano romano y el de no estar casado, estuve varios meses realizando un entrenamiento militar el cual recuerdo que fue terrible. Fueron cuatro los meses que duró, y hacíamos marchas de veinte millas diarias, además hacíamos instrucción dos veces al día.
Muy pronto comenzamos a utilizar armas. Aunque al principio eran escudos y espadas de madera, no tardamos en entrenarnos con espadas de metal, con el consiguiente riesgo que ello comportaba, por lo que al comienzo muchos de mis compañeros resultaron heridos por cortes de espada. En cuanto me fue posible comencé a entrenarme con mi gladius hispaniensis, espada que me había traído de Hispania. Era una espada corta de doble filo y punta muy pronunciada, esta espada me ha acompañado a lo largo de toda mi vida y he luchado con ella en un sinfín de batallas. Cuando hice el sacramentum fui enviado a Britania.
El sacramentum era el juramento militar con el que los legionarios declaraban que cumplirían con sus obligaciones como legionarios, so pena de ser castigados en caso de no hacerlo, asumiendo que podían llegar a ser ejecutados en caso de no cumplirlo.
Una vez destinado en Britania, amenizaba mi vida de cuartel con las partidas de dados y las salidas a tomar hidromiel, cerveza y vino avinagrado a las tabernas que había cerca del campamento. El sueldo de centurión era aceptable, ya que recuerdo que percibía al año una paga próxima a los dos mil quinientos denarios, además de algunos extras. Un legionario cobraba unos doscientos veinticinco denarios al año y un primus pilum iterus cobraba hasta 75.000 denarios al año, sin duda una gran diferencia. En mi caso, como siempre tenía algún denario para gastar, además de algún que otro spintriae que había ganado a los dados, intentaba hacer más llevadera mi vida como legionario, aunque claro, hay que entender que era joven.
Mi antepasado menciona en varios párrafos la palabra spintriae. Después de buscar en varios libros y en Wikipedia he encontrado la siguiente aclaración de spintria (cuyo plural es spintriae).
Spintria era una ficha romana en forma de moneda. En una cara contaba con un número romano que iba del I al XVI, dichos números se cree que representaban el precio del servicio, por lo que el precio más elevado era de 16 ases. En el anverso figuraban un hombre y una mujer haciendo una determinada postura sexual.
No se trataba de monedas oficiales, ya que no eran acuñadas por el estado. Su material era el bronce o el latón. Estas monedas o fichas se utilizaban en los lupanares y servían para pagar los servicios de las meretrices, y de esta forma el cliente se aseguraba que recibía los favores que deseaba comprar, ya que las meretrices, muchas de ellas extranjeras y que no hablaban el latín, le daban aquello que observaban en la spintria.
Dada su escasez, un coleccionista llegó a pagar hasta 260.000 francos suizos por una spintria con el número I.
Fuentes: La antigua villa romana de Casale de Piazza Armerina. Verdades históricas y curiosidades. Luciano Catullo. Texto actualizado a cargo de Enzo Cammarata. Editorial Morgantina. Edición de 2013. Página 16; e Internet.
Con mi sueldo, además de tener que pagarme mi equipo, tenía que vivir. La verdad es que en aquella época no ahorraba nada. Con unos cuantos ases al día para gastarme era muy feliz. Sirva como dato que un denario equivalía a unos diez ases, otro dato a tener en cuenta es que la gente corriente hablaba en ases, y no en denarios, ya que era la moneda más utilizada por los plebeyos. Por uno o dos ases se podía comprar un pedazo de pan, vino o queso. Uno o dos ases también era lo que cobraban las prostitutas, muy abundantes en aquella época, sin duda un oficio con trabajo casi garantizado si estaban cerca de un campamento de legionarios.
Pronto olvidé a mis padres, a mis hermanos y a mis amigos de Hispania. Mi nueva familia era la legión y en ella había de todo, desde buenos hermanos de armas hasta bastardos de la peor calaña, en definitiva, lo mismo que en cualquier familia.
Los días se sucedían, solo rotos por las diferentes estaciones del año, si no, yo no me hubiera percatado del paso del tiempo. Entrenar, mantener el armamento a punto, disciplina férrea y más entrenamiento, de día e incluso de noche, ya que nuestros enemigos también luchaban de noche. Así día tras día, por lo que los momentos en que podíamos escaparnos del campamento —y cuando digo escaparnos era porque nos daban un permiso para salir— los vivía al límite y aprovechaba cada instante como si luego se fuera a acabar el mundo.
Para fortalecernos realizábamos marchas agotadoras desde el amanecer hasta la puesta del sol, cargados con nuestro equipo. En ocasiones nos hacían llevar un peso adicional en forma de piedras, de esta manera decían que soportaríamos las largas marchas que tendríamos que hacer, solo los dioses saben que fue así, ya que una vez terminó mi instrucción, aquellas marchas me habían endurecido y eso que en mi aldea yo pasaba por ser un joven fuerte y con buena salud.
Algo que recuerdo con cierta gracia es la instrucción simulando ser atacados, y digo que recuerdo con gracia, ya que al principio éramos un grupo de más de cien legionarios en el que cada uno hacía las cosas mal y al revés, y conforme nos iban adiestrando, mejoramos y perfeccionamos nuestra forma de luchar. Sin duda aquella instrucción de combate más tarde salvó la vida de muchos de mis compañeros, incluida, claro está, la mía.
Capítulo II: Legio IX Hispana
Desde que la Legio IX Hispana fue creada participó en varias guerras y no menos batallas. En el año 120 estaba destacada en Britania, concretamente estábamos acuartelados en Eboracum, aunque había diversos cuarteles repartidos por toda la Britania que controlábamos.
La Legio IX Hispana estaba acuartelada en la localidad de Eboracum, que es la actual ciudad de York.
Fuentes: «York», en https://es.wikipedia.org/wiki/York y «Legio IX Hispana», en http://es.wikipedia.org/wiki/Legio_IX_Hispana
Allí fuimos enviados mis compañeros y yo desde Hispania. La mayoría de mis amigos fueron destinados a las diferentes cohortes de la IX Hispana, y los que no eran ciudadanos romanos lo fueron a tropas auxiliares. Yo fui nombrado centurión en la I Cohorte.
Según me he informado, los ascensos en las legiones romanas venían determinados por la valía y valentía como soldado, además de por la posición económica y social que ocupaba el legionario y su familia en la vida civil, por lo que no era raro comenzar la carrera militar en vez de como legionario —esto es, el escalafón más bajo—, con un grado superior como el de centurión.
En la legión hacían carrera militar desde senadores —ya que era un escalón inexcusable dentro de la carrera política— hasta familiares de las diferentes familias adineradas de Roma y de las diferentes provincias del Imperio romano, y por supuesto ciudadanos romanos sin posibilidades económicas que buscaban un salario seguro.
Me imagino que si mi antepasado fue nombrado centurión, esto es, tenía cien legionarios a sus órdenes, después de pasar un breve periodo de instrucción. Debió deberse a que su familia era una familia adinerada e importante y además fue destinado a la I Cohorte, que en todas las legiones romanas era la más importante, donde eran destinados los legionarios de las mejores familias, así como los más valerosos y valientes.
La vida de un legionario romano en un acuartelamiento era un sin parar: desde guardias, batidas por los alrededores, mantenimiento de las instalaciones y del equipo, y por supuesto, instrucción, y así día sí y día también.
Los días en Britania se sucedían con una rapidez que no dejaba tiempo para pensar en la familia ni en los amigos que había dejado atrás, aunque al final incluso el trabajo incesante se convertía en rutina. Dado que estaba destinado en la I Cohorte y dado que esta era la cohorte principal de la Legio VIIII Hispana, siempre estábamos desplazándonos de campamento en campamento por toda Britania. Bueno, para ser más exactos, por aquellas zonas de Britania que Roma controlaba y dominaba, que eran la zona sur y centro de la isla. Gracias a estos constantes desplazamientos tuve ocasión de conocer no solo Britania, sino también a los centuriones y mandos de la Legio VIIII Hispana, así como a un buen número de legionarios, y esto poco más tarde me fue de gran ayuda.
Marcellus, mi antepasado, relata con gran lujo de detalles a lo largo de muchas páginas su vida cotidiana en la legión, pero dado que no es una parte importante ni esencial de la historia que deseo que conozcas, he decido omitir estas páginas para centrarme en lo que creo que será de tu interés.
Organización de la legión de Roma:
La infantería se dividía en diez cohortes, cada cohorte (600 legionarios) en tres manípulos (200 legionarios en cada uno), y cada manípulo en dos centurias (entre ochenta y cien legionarios en cada una). La I Cohorte tenía 1.080 legionarios, el resto de contaba con 480 legionarios, las legiones tenían unos cinco mil cuatrocientos legionarios y entre ciento veinte y trescientos jinetes, además de un número similar de tropas en unidades auxiliares.
Se calcula que Roma tenía durante toda su existencia unas treinta legiones en activo y un número indeterminado de tropas auxiliares, llegando a contar en la época del emperador Trajano (53-117) con unos cuatrocientos mil soldados entre legionarios y tropas auxiliares.
Al frente de la legión había un legado militar nombrado por el emperador. Cada cohorte estaba bajo la autoridad de un tribuno, y cada manípulo y centuria, bajo la de un centurión. La caballería se dividía en decurias o grupos de diez jinetes, mandados por un decurión. Cada tres decurias se formaba un escuadrón o turma (treinta jinetes). En cada legión había diez escuadrones, es decir, 300 jinetes mandados por un tribuno militar.
Los grados en las legiones romanas:
—Legado (elegido por el emperador).
—Tribuno militar (seis entre los nobles romanos).
—Tribuno ecuestre.
—Prefecto del campo.
—Centurión.
—Legionario.
—Otros cargos (signifer, imaginifer, aquilifer, optio, tesorero, escribano, carretero, ordenanza).
Fuente: http://es.slideshare.net/aljubarrota/presentacin-legiones-romanas-presentation