JESSA CRISPIN
POR QUÉ NO SOY
FEMINISTA
Un manifiesto feminista
Traducción de
Inga Pellisa
Un libro debería abrir viejas heridas, infligir incluso heridas nuevas. Un libro debería ser peligroso.
E. M. CIORAN
¿Eres feminista?
¿Crees que las mujeres son seres humanos y merecen ser tratadas como tales? ¿Que las mujeres merecen tener los mismos derechos y libertades que se otorgan a los hombres? Si es así, entonces eres feminista, o al menos eso es lo que no dejan de repetir las feministas.
A pesar de lo obvia y sencilla que es la definición de feminismo en el diccionario, a pesar de los años que he pasado colaborando con organizaciones feministas, a pesar de las décadas que he dedicado a defender el movimiento, reniego de la etiqueta. Si hoy me preguntaras si soy feminista no solo diría que no, sino que lo diría además con un gesto de desdén.
No te preocupes: ahora no viene esa parte en la que insisto en que no lo soy porque temo que me confundan con una de esas feministas iracundas de piernas peludas que odian a los hombres y a las que tanto ellos como las propias mujeres pintan como el coco. Y tampoco voy a ratificar mi carácter accesible, mi naturaleza razonable, mi heteronormatividad, mi amor a los hombres y mi disponibilidad sexual, aun cuando esa aclaración parece ser el prerrequisito para todo texto feminista publicado en los últimos quince años.
Es precisamente esa pose (soy inofensiva, fóllame si quieres, no muerdo) el motivo por el que rechazo la etiqueta feminista: todas esas feministas de pacotilla; todas esas discusiones bizantinas en plan «¿puedes ser feminista y depilarte el pubis?»; todos esos mensajes tranquilizadores para el público (masculino) en los que aseguran que no piden tanto, que no pretenden pasarse de la raya («nosotras tampoco sabemos de qué narices hablaba Andrea Dworkin, ¡creednos!»); todas esas feministas repartiendo mamadas como si fuera una labor misionera...
En algún punto del camino hacia la liberación femenina se decidió que lo más eficaz era lograr que el feminismo se hiciese universal. Pero en lugar de imaginar un mundo y una filosofía que resultaran atractivos para las masas, un mundo basado en la justicia, la comunidad y el intercambio, fue el feminismo mismo lo que se rediseñó y relanzó para las mujeres y los hombres contemporáneos.
Olvidaron que para que algo sea universalmente aceptado ha de resultar lo más banal, inocuo e inoperante posible. De ahí la pose. A la gente no le gustan los cambios; por eso el feminismo debe ir de la mano del statu quo (con mínimas variaciones) si quiere reclutar a un gran número de personas.
En otras palabras, el feminismo ha de ser completamente inútil.
Los cambios radicales dan miedo. De hecho, son aterradores. Y el feminismo que yo defiendo es una revolución total, una revolución donde las mujeres no solo tendrían derecho a intervenir en el mundo tal y como es —un mundo intrínsecamente corrupto concebido por el patriarcado para subyugar, controlar y destruir a quien lo desafíe—, sino que serán también capaces de transformarlo de manera activa; una revolución donde las mujeres no se limitarán a llamar a las puertas de las iglesias, los gobiernos y los mercados capitalistas para pedir educadamente que las dejen pasar, sino donde crearán sus propios sistemas religiosos, sus propios gobiernos y economías. El mío no es un feminismo de cambios graduales que se acaba revelando como más-de-lo-mismo. Es un fuego purificador.
Pedirle a un sistema construido con el propósito expreso de oprimir («ejem, ¿le importaría dejar de oprimirme, por favor?») es una ridiculez. Lo único que cabe hacer es desmantelarlo por completo y reemplazarlo.
Por todo esto no puedo vincularme a un feminismo obsesionado ciegamente con el «empoderamiento» y entre cuyos objetivos no figura la total destrucción de la cultura corporativa, un feminismo que se conforma con un porcentaje más alto de mujeres al frente de las empresas y del ejército, un feminismo que no entraña ninguna reflexión, ninguna incomodidad, ningún cambio real.
Si el feminismo es universal, si es algo a lo que pueden «apuntarse» todas las mujeres y todos los hombres, entonces no es para mí.
Si el feminismo no es otra cosa que beneficio personal disfrazado de progreso político, entonces no es para mí.
Si cuando me declaro feminista debo dejar claro que no estoy enfadada y que no represento ninguna amenaza, entonces, desde luego, el feminismo no es para mí.
Yo sí estoy enfadada. Yo sí represento una amenaza.
El feminismo es:
• Un mecanismo de autoafirmación narcisista: me defino como feminista, por tanto todo lo que yo haga será un acto feminista por banal o retrógrado que parezca. En otras palabras: haga lo que haga, soy una heroína.
• Una lucha para lograr que las mujeres puedan participar equitativamente en la opresión de los pobres y los desvalidos.
• Un método para avergonzar y acallar a cualquiera que no coincida contigo basado en la ingenua creencia de que el desacuerdo o el conflicto son un acto de agresión.
• Un sistema defensivo que emplea advertencias de contenido sensible, el lenguaje políticamente correcto, la justicia popular y la falacia del hombre de paja para evitar que nos sintamos incómodas o cuestionadas.
• Un perro de presa posando como un gatito con una gota de leche fresca resbalándole por el hocico.
• Un debate que dura ya diez años sobre qué programa de televisión es un buen programa de televisión y qué programa de televisión es un mal programa de televisión.
• Un refresco insípido y reformulado sometido a la técnica de los grupos focales para que le resulte apetecible e inofensivo a todo el mundo, con un efecto descalcificador científicamente probado y un inmenso presupuesto de márquetin; el eslogan: «Adelante, sé un monstruo. Te lo mereces».
• Una aspiración. Puede que los que tienes por debajo den lástima, pero, en realidad, eso no es problema tuyo. Los que tienes por encima son modelos de conducta para alcanzar la mejor de las vidas; esto es: una vida de riqueza y confort con un trasero firme.
• Algo que gira por completo en torno a ti.
Por estos y otros motivos, yo no soy feminista.