La Inteligencia del Amor
© 2008, Jorge Lomar
© 2008, Ediciones Corona Borealis
Diseño editorial: Olga Canals y Carlos Gutiérrez
Imprime: GSP Impresores
Primera edición: octubre de 2008
ISBN: 978-84-95645-87-6
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Dedicado a mis padres,
quienes en lugar de cortarme las alas
me ayudaron a volar.
A mis maestras, Reyes y Mar.
Y a todos los aventureros libres
con los que comparto este viaje.
Agradecimientos
A José María Doria, por todo su apoyo.
A Luisa Alba por su visión.
Enseña solamente amor, pues eso es lo que eres.
UN CURSO DE MILAGROS
PRÓLOGO
La aventura del descubrir
Si a lo largo de la Historia ha habido algún fundamento ante el que las humanidades se han inclinado y reverenciado, sin duda ha sido el del Amor. Es por ello que aquel lector decidido a adentrarse en esta investigación de su Inteligencia se verá inmerso en un inspirado viaje al hondo sentir humano, un viaje pleno de paisajes en donde las neuronas y las hormonas de los psicocuerpos, bailan con las emanaciones más sutiles de los santos y de los sabios.
Pues bien, cuando Jorge Lomar me sugirió prologase su libro, no imaginé la aventura del descubrir que me esperaba al traspasar ya sus primeras páginas. Reconozco que al poco de abordar sus claros y bien documentados contenidos, me vi envuelto por una música integradora que fascinando mi atención, sumergió mi ser por entre los pliegues más resonantes del alma.
Al cerrar el libro, respiré muy hondo y una vez más confirmé el sentimiento de que la actual Humanidad está en los albores de una nueva dimensión. En realidad y tras leer entre líneas lo que está sucediendo se diría que el Homo Sapiens está caducando en beneficio de un emergente Homo Amans; un salto que sin duda señala un estado de conciencia en el que la íntima vivencia de la «no separación», permitirá dejar atrás los tan frecuentes «contra- tos psicológicos de mutua satisfacción» que en el seno cotidiano de nuestro actual desarrollo se establecen en nombre del amor.
Este amor cotidiano que vivimos en el nivel dual de la per- sona es un sucedáneo que aparece como reflejo de ese «amor totalidad» que en esencia todos somos. El amor del nivel persona, aunque es legítimo por su inherente humanidad, vive zarandeado en la noria luminosa y sombría de la dualidad y, en muchos casos, expresa un abanico de sutiles manipulaciones y dependencias.
Y todo este nuevo amanecer que muchos seres, tras vivirse en pequeñas dosis de conciencia unitiva vislumbran como real, es consecuencia de la emergente visión ampliada de ser y relacionarse, una visión que está siendo naturalmente expresada por la nueva raza de integradores y místicos que empieza a aumentar la población indiscriminada de este Planeta Tierra.
Vemos que ante un modelo sociocultural tan saturado en el que se sostienen las actuales relaciones humanas, y ante una revolución de la consciencia tan deconstructora como la que inevitablemente sucede en nuestras vidas, brotan investigadores sinceros con talante, como Jorge Lomar, que de manera tan sanadora como mi- sionera se lanzan al reto de indagar en los entresijos del Misterio.
Se trata de seres que abordan la vivencia del Gran Origen por entre las grietas de luz en el muro de la opacidad dualista, seres que se atreven a mirar y transmitir lo visto anunciando los teso- ros que laten en la infinitud del corazón humano. En realidad estos osados visionarios son las antenas de comunicación que la Inteligencia de las Inteligencias parece estar movilizando de forma anónima por entre la vida diaria de este mundo. Su sutil propuesta de acción inspira la intuición de los despiertos mediante meditaciones de radiante vacuidad, meditaciones irradiadoras de sutiles ecos tan solo captables de manera consciente por las antenas de los atentos peregrinos del salto que ya han aprendido a contemplar.
Y por último, si tuviera que sintetizar en una sola idea, la visión de esta inteligencia que el lector se dispone a abordar, tan solo diría desde el seno de un amplio silencio que:
Comenzamos el camino con el amor que tenemos, y llegaremos con el amor que somos.
JOSÉ MARÍA DORIA
PREFACIO DEL AUTOR
Aquí se indica un camino o un modo de ver de entre los miles que existen. Todos ellos sirven adecuadamente para las mentes a las que son útiles durante algún tiempo. Este libro pretende ser útil durante algún tiempo, produciendo algo de claridad en ti.
El propósito final es comunicar. Esto significa para mí compartirme. Al compartirme, me expreso y aplico energía a las luces que yo veo como la Inteligencia del Amor en mí.
Estas luces surgen de mi comprensión, mi experiencia vital y de mi esencia. Por esta causa, el libro se divide en tres partes: conocimiento, experiencia y ser. No hace falta que se lean linealmente, pero tal vez sea más cómodo hacerlo así. No son fases evolutivas, ni cronológicas en ninguna línea de tiempo. No son grados de nada, solo son aspectos distintos del mensaje que expongo.
El subtítulo del libro «Un viaje del miedo al Amor» hace re- ferencia a cierto tipo de viaje de la conciencia que se puede elegir libremente y que aquí intento facilitar para quien guste elegirlo. Paralelamente al trascurso de este viaje, el lenguaje del libro va transformándose. En el comienzo es más cercano a la realidad sensorial, las referencias a lo externo son más habituales. Según va avanzando, se va haciendo menos materialista y profundiza más en lo puramente mental. Indagamos en los programas que mayormente están a cargo de nuestra mente. Finalmente, pierdo casi el compromiso con lo causal y lo argumentativo, acercándome a la expresión más íntima de lo que, al nivel más esencial, puedo compartir. He intentado que esta evolución del lenguaje haya fluido paulatinamente, de modo que resulte accesible habituarte a mis modos de explicarme. Reconozco que he elegido un tema profundo e íntimo. Por ello sé perfectamente que este no es un libro para todo el mundo. Está especialmente dedicado a los buscadores de la Verdad.
No pretendo haber alcanzado la Verdad absoluta. Esa es inexplicable y no cabe en ningún libro. Ella nos espera a cada uno de nosotros en la eternidad mientras nosotros nos vemos comprometidos en atravesar el tiempo. En el tiempo lo absoluto solo se intuye. Por ello, en este libro nada debe de ser entendido como la Verdad, sino como meras intuiciones de un observador.
Las personas que nos dedicamos a comunicar debemos recor- dar siempre cómo ha cambiado nuestro modo de ver desde que comenzamos a mirar al mundo por dentro. Todos tenemos acceso a la verdad, está dentro de nosotros y en ningún otro sitio. Pero el modo de llegar a ella es diverso y subjetivo, como todo lo relativo a la percepción.
Como cuenta una vieja metáfora, los comunicadores somos vendedores de agua en la orilla de un río. El que bebe directamente del río no necesita que nadie le venda un vaso de agua, aunque esté recogida del mismísimo río. Le basta agacharse un poco para beber.
Este libro toca los temas más sutiles, pero pretende ser comprensible y clarificador. Por ello, se redunda en una serie de claves, se asocian a distintos temas y se miran las conclusiones desde distintos ángulos.
He intercalado recuadros entre el texto, a modo de grandes paréntesis. Algunos de ellos son breves artículos en los que me centro en temas específicos, en otras ocasiones son prácticas o breves autoexploraciones. En algunos casos son simplemente anécdotas que he querido anotar.
Hablando de temas tan sutiles como de la Inteligencia o el Amor, he decidido incorporar un sencillo glosario de las palabras que más confusión suelen despertar. Está en el apéndice «Terminología». En este apartado incluyo también un recuadro donde distingo lo espiritual de lo mental. En general, trataré siempre con inicial mayúscula lo relativo a lo espiritual o a lo eterno.
En ocasiones he separado ciertas frases, de modo que te puedan resultar útiles por si solas, ya sea como recordatorios sencillos o como contemplación. Todas ellas están reunidas al final del texto, en el apéndice «Citas para meditar».
El Amor está más allá de la mente. Sin embargo, una mente capaz de ponerse a su servicio está potencialmente disponible en cada uno de nosotros. Este libro habla de este potencial. Intento ser lo más clarificador posible al respecto. Mi función es facilitar.
LA PIEL
Lo habitual es vernos limitados y definidos por nuestra piel. La piel es la frontera entre lo que somos y lo que está fuera. Ella nos protege y defiende del exterior. Ella limita nuestro ser.
Bajo este sistema de pensamiento nos identificamos con una forma material mortal, el cuerpo, y por tanto nos acompaña el miedo a la muerte en cada deseo, cada pensamiento, en cada acción y en cada palabra.
Desde Descartes [pienso luego existo] y posteriormente, con la consideración de la psicología como ciencia, hemos ampliado el concepto de nuestro ser como algo más que un pedazo de carne. Una nueva parte de nuestro yo que no es palpable y totalmente subjetiva, por tanto difícilmente experimentable con criterios tradicionalmente científicos: la mente.
El pensamiento está reconocido. Aunque no se pueda ver, nadie niega su existencia, pues ¡todos pensamos! Es una experiencia subjetiva pero compartida. Doy por hecho que la persona que hay delante piensa, al comprobar cotidianamente que yo pienso e inferir del comportamiento de mi semejante, que él también piensa. Por eso, aunque no es posible demostrar que piensas, todos creemos pensar. Más complicado sería ponernos de acuerdo en explicar en qué consiste aquello de pensar.
Últimamente, en parte gracias a la amplia difusión de los trabajos de Goleman sobre Inteligencia Emocional, se acepta que hay una importante parte de nuestra mente que tiene un carácter emocional y resulta fundamental conocerla para mejorar nuestra experiencia vital. La psicología ahora nos enseña que la emoción y la mente no es algo separado, y que las emociones no son obstáculos o estorbos del limpio raciocinio, sino verdaderas herramientas de experimentación cuya comprensión es definitiva. Actualmente se empieza a reconocer el mundo emocional más como una herramienta intuitiva que como un problema a evitar.
Aún así, la psicología convencional no va mucho más allá de entender la mente como un subproducto del cerebro. Según la visión actual de la psicología académica —y en general de la ciencia médica—, los pensamientos surgen del cerebro o son creados allí. La predominancia sigue estando en la materia, en el cuerpo, ya que el cerebro forma parte del cuerpo.
Posteriormente, los psicólogos humanistas, transpersonales e integrativos dan un paso más allá y entran a considerar ampliamente otra zona de nuestro ser aún más alejada de la percepción científica: la conciencia, el alma y el espíritu. Normalmente se considera una parte de nosotros que trasciende la existencia física, el pensamiento y la emoción. Evidentemente, estas corrientes psicológicas no son tenidas en cuenta por la corriente principal del pensamiento, que prefiere interpretar nuestra existencia dentro de los límites materiales.
El alma ha sido un tema tradicionalmente ignorado por la ciencia, relegando a la humanidad a una definición en términos observables y repetibles. Lo observable y repetible tiene poco que ver con lo espiritual, que solo se experimenta por uno mismo, de maneras inobservables, irrepetibles, a veces sutiles e íntimamente milagrosas. Pero sobre todo, de un modo inexplicable. La mente no alcanza a la experiencia espiritual. Es como si hubiera una brecha dimensional entre ambas.
Muchas personas se van adaptando a las nuevas y modernas ideas de la psicología, la física y la psiconeuroinmunología. Algunas empiezan a reconocer que somos algo más grande que nuestros cuerpos, pensamientos y emociones. Normalmente, las personas que siguen de cerca los avances de la ciencia perdieron de vista el estudio de la antigua sabiduría influenciados por las premisas científicas. En casos muy contados, ambas fuentes de conocimiento comienzan tímidamente a dar señales de su convergencia, al menos en algunas áreas específicas.
Según se van difundiendo estas nuevas ideas que aceleran nuestra comprensión del mundo, oiremos hablar, además de la mente racional y emocional, de la mente intuitiva: una zona de la mente aún no descrita científicamente que nos conecta con el universo, con nuestro propósito y con nuestro potencial de autorrealización. No nos dejemos engañar por las palabras. Al hablar de autorrealización, hablamos de espiritualidad.
Estamos en las puertas de un suceso histórico: el encuentro entre la espiritualidad y la ciencia. La cita ya está fijada, por un lado, la física cuántica, la astrofísica y la psiconeuroinmunología como punta de flecha del pensamiento científico hacia la diana de la Conciencia. Por el otro lado, las nuevas formas de espiritualidad o nueva conciencia —normalmente derivada de antigua sabiduría de oriente y occidente presentada con palabras sencillas—, como movimiento integrativo que ha inspirado a un sinfín de personas de todo el mundo a abrirse a nuevas comprensiones y renunciar a esquemas y viejas creencias limitantes. Se trata del encuentro de oriente y occidente, lo viejo y lo nuevo, lo masculino y lo femenino. Lo que era posible e imposible al mismo tiempo.
A esta cita me gusta llamarlo nuevo paradigma, como una nueva etapa en la estructura de nuestros contenidos mentales colectivos, al profundo nivel de creencias y valores. Este nuevo de modo de pensar —un paradigma es un modelo— está en proceso de expansión y, a pesar de su nombre, trae cierto sabor de la más antigua y perenne sabiduría del ser humano. Se puede llamar «nuevo» porque toda esta sabiduría fue socialmente enterrada hace siglos por la religión organizada y la visión cartesiano-materialista.
Su perspectiva encaja con principios fundamentales del chamanismo —que por cierto dispone de bases filosóficas similares a lo ancho del mundo—, de las antiguas escrituras del Vedanta, el Ayurveda, el Taoísmo, el Budismo y el Zen, la Kabbalah, las más auténticas profundidades del esoterismo —como por ejemplo el Kybalion, el gnosticismo paleocristiano y los alquimistas así como H. P. Blabatsky, Gurdjeff o Paracelso—, ciertos descubrimientos fundamentales de un buen puñado de filósofos «oficiales» occidentales —como Platón, Leibniz, Kant, Berkeley, entre muchos otros— así como escrituras contemporáneas como Un Curso de Milagros, y un sinfín de comunicadores actuales —Deepak Chopra, Eckhart Tolle, Neale Donald Walsch, Greg Braden—, tanto autores como científicos —la Interpretación de Copenhague y otras teorías similares—.
Las bases de toda esta sabiduría recogida mediante comprensión, revelación o la intuición de la verdad, se integran en la llamada filosofía perenne, la filosofía común y eterna que subyace tras todas las religiones y filosofías, filosofías y sistemas de pensamiento trascendentes. Éste término, aplicado a este significado amplio, fue referido por primera vez por el filósofo alemán Leibniz en el siglo XVII. Más tarde, supo recopilarla excelentemente Aldous Huxley en 1945. Hoy en día es explorada por importantes filósofos modernos como Ken Wilber o Stan Grof. Es uno de los pilares de la psicología transpersonal.
Por lo tanto, todos estos conocimientos del nuevo paradigma han estado siempre con nosotros, codificados en antiguas escrituras, guardados por sociedades secretas y escuelas de misterios, transmitidos oralmente de generación en generación de chamanes, alejados y protegidos de la ignorancia y del poder. La verdad estaba allí para quien supiera buscarla con verdadera determinación.
No era fácil expresarla o difundirla. En todos los países han existido distintas formas de inquisición que han protegido a la corriente principal del pensamiento —egoico y controlador— de la desafiante verdad oculta en estos conocimientos perennes. Por ejemplo, los alquimistas debían explicar al mundo que sus estudios tenían que ver con la conversión de metales, una especie de magia que persigue la transmutación del plomo en oro, en lugar del verdadero entrenamiento mental que estaban llevando a cabo y que de ningún modo podía ser comprendido por los no iniciados. Si tú, como alquimista, explicabas tu trabajo sin la suficiente prudencia, había altas probabilidades de encontrarte invitado a una barbacoa en una posición de honor, concretamente en el mismo centro del ardiente fuego. Y si en ese momento no estaban de moda las «hogueras educativas», siempre ha habido otras efectivas formas de exclusión y destierro para quien no se atuviera a las interpretaciones convencionales.
Hoy día, aunque el avance en materia de libertad de expresión ha sido considerable, siguen existiendo mecanismos de protección de la corriente principal del pensamiento. Por ejemplo, es fácil que se te tache de pertenecer a una secta solo porque expongas ciertas ideas. O bien, eres incluido en el saco de la «nueva era», algo que por muchos se considera un cajón de sastre de experimentos creativos de la mente mágica e infantil. Mi visión a este respecto es mucho más compasiva con el despliegue de la llamada nueva era —traducción de new age—. Creo que es muy importante y tremendamente significativo que tantas personas en todo el mundo se hayan abierto a ideas novedosas. De hecho, ha sido el principio de un gran cambio de mentalidad social a nivel profundo que comenzó en la segunda mitad de los sesenta. Con toda probabilidad, fue la puerta de acceso a una filosofía nueva e integradora que pretende ver mucho más allá de las apariencias y que aquí denominamos nuevo paradigma. Aún falta tiempo para que tal modo de pensar fructifique socialmente en nuevos modos de hacer colectivos. Pero muchos ya disfrutamos ahora del cambio de estructura mental.
A lo largo de este libro manejaremos ampliamente la perspectiva del nuevo paradigma, ya que tras su estudio, comprensión y experimentación, cobran de nuevo sentido los principios universales del amor, la verdad, la libertad, etc. El nuevo paradigma parte sobre todo de una nueva percepción, pero conlleva también una nueva reflexión, una investigación novedosa sobre lo que la vida es. Desde la nueva percepción de lo que somos, todo cambia.
Durante estas décadas estamos comprobando poco a poco cómo la ciencia es representada cada vez más a menudo por mentes inquietas y abiertas a codearse con lo no demostrable, y por otro lado, vemos cómo recogemos nuestro legado de sabiduría milenaria y lo despojamos de los oscuros fantasmas de la superstición, la mitología y el afán de control.
A nivel social el cambio de mentalidad aún está latente. En nuestro interior, nuestro modo de pensar y sobre todo de sentir, debido al inconsciente colectivo y a la educación recibida así como a la influencia del entorno cultural en el que vivimos, y del cual estamos inevitablemente impregnados, lo que cada día manifestamos es una autopercepción basada en nuestro cuerpo, en la piel, la carne y los huesos. Demasiado a menudo nos tratamos unos a otros como objetos. Y así nos manejamos nosotros mismos también, en nuestros anhelos, objetivos y decisiones.
La separatidad, de la que hablaba Eric Fromm en su Arte de Amar, ha determinado nuestra sociedad. Desde muchos puntos de vista parece ser éste un escollo fundamental, algo que hace que la evolución en realidad parezca no ir a ninguna parte. En cierto modo, los problemas más importantes que afrontaba el hombre de Cro-Magnon hace unos 20.000 años —enfermedad, desastres naturales, disputas y violencia entre los grupos, asesinato, afán de poder entre los miembros de un mismo grupo, manipulación del conocimiento, etc.— siguen estando vigentes hoy día tan solo vistiendo formas más sofisticadas.
El vacío que hemos dejado entre nosotros, cada cual con su piel-frontera, inunda
nuestro corazón de soledad y reclama Amor a gritos, un regreso a casa que nuestra alma anhela.
Vivir en el temor
Sin lugar a dudas, lo que es realidad para nuestra mente, es lo que experimentamos internamente como realidad, es decir, lo que sentimos, independientemente de aquello que tradicionalmente llamamos lo de afuera. Puede ser que haya un sol precioso y un clima perfecto. Si nuestra mente está atormentada, tendremos un día tormentoso. Por tanto, es más preciso hablar de experiencia que de realidad. La realidad, vista por nuestros sentidos, o explorada por nuestra mente, depende del observador y cada mente vive una realidad distinta. En concreto, la experiencia finalmente depende de cómo nos percibimos.
En general, nos percibimos como materia mortal y nos identificamos con ella. Vemos que allí «afuera» las formas materiales mueren constantemente. En la experiencia de nuestros sentidos, todo tiene un principio y un fin. Todo cambia. Desde la sonrisa de un niño hasta un lavavajillas, pasando por todos los parientes y amigos a los que vemos marcharse del mundo en nuestro caminar, todo está sujeto a un tiempo de caducidad. Si nos percibimos en la misma calidad que esas formas externas, convivimos constantemente con el miedo al final, en cada pensamiento, palabra y en cada acto. Esto ha determinado el mundo en el que vivimos de modo que se manifieste inestable y temible. Nuestra experiencia emocional, como consecuencia, es un sentir de inestabilidad y temor.
Este modo generalizado y socializado de pensar y sentir, lo denomino vivir en el temor.
Vemos que las formas materiales «mueren», muy a pesar de que la ciencia haya demostrado y explicado que la materia/energía no se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma. Para empezar, recordemos que la materia y la energía es lo mismo manifestándose en frecuencias distintas. Todos los objetos que percibimos son en realidad campos magnéticos manejando grupos de energía, esencialmente luz, cuyas variables físicas están en permanente cambio. Las características especiales de nuestros sentidos hacen que «sintonicemos» de un modo particular con estos grupos ordenados de energía y los veamos como materia concreta. Sin embargo, la materia es energía en una banda concreta de frecuencias particularmente baja. Por ello, algunos científicos llaman a la materia «energía congelada».
La energía permanece, nunca muere ni se destruye. Son las formas las que desaparecen, permutan y renacen. El árbol es procesado por el hombre para llegar a convertirse en un mueble. Una vez que es inútil, es tratado como combustible, convirtiéndose en calor y ceniza. El calor regresa a la atmósfera y la ceniza a la tierra. El aire y la tierra vuelven a formar parte de un nuevo árbol.
Las formas mueren aunque la energía permanezca, y nosotros percibimos nuestro ser como una forma, no como una energía en transformación. Por tanto, bajo esta percepción somos mortales.
Convivimos con el miedo al final de la forma —a la muerte—, al identificarnos con cuerpos. Y nos pasamos toda la vida buscando mayores posibilidades de supervivencia, acumulamos bienes, dinero y recursos, manejamos la información para competir y luchar, ya que solo saldrá adelante el más fuerte, el que mejor se adapte, el que mejor compita. Buscamos los modos de proporcionar placer al cuerpo como única posibilidad de felicidad, aunque sea efímera y escasa como todo lo relacionado con lo material. Y hacemos sagrado el hecho de «trascender» mediante una familia. Nuestros hijos se convierten en nuestra máxima realización.
Aunque sea lo normal o habitual, es exactamente a esta forma de vida a la que yo llamo vivir en el miedo. No es natural vivir así, si llamamos natural a lo que corresponde a nuestra auténtica naturaleza. Tarde o temprano, nuestra intuición hace que sintamos un profundo vacío. Aquello que verdaderamente anhelamos no puede encontrarse en esta estructura mental.