© D.R. 2017, sergio pablo vicencio

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Primera edición electrónica, México, 2017

Publicado por TypoTaller

Avenida Arcos 347-2

Col. Arcos Sur

Guadalajara, México. 44130

www.typotaller.com

ISBN: 978-607-8512-36-2

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Impreso y hecho en México

Printed and made in Mexico

Agradecimientos

Agradezco, en primer lugar, a la Escuela de Danza de la Universidad de Chile donde inicié mis estudios. A todos mis maestros, compañeros y alumnos, que a lo largo de mi carrera me apoyaron y animaron en mis investigaciones y en el estudio de las ciencias metodológicas.

A mi maestro Eugenio Valukin, quien siempre creyó en mí y que con su gran talento y sabiduría, supo orientarme y motivarme en el camino de la enseñanza del ballet clásico académico y en los secretos de la ciencia metodológica rusa.

A mis hijos Karla y Sergio por su comprensión, sus ideas y su apoyo incondicional

A Alejandra Robles por su apoyo y colaboración.

Y a todos aquellos que colaboraron en mi proyecto.

Prólogo

Cuando el maestro Vicencio me invitó a escribir el prólogo de su libro, mi único pensamiento fue, “qué honor contribuir de esta manera al ballet clásico”, pues mi carrera ha sido extensa en el ámbito de la danza. Empecé como bailarina clásica entrenando en las mejores escuelas estadounidenses: la Escuela de Ballet de San Francisco y el Pacific Northwest Ballet, además de haber ejecutado todos los grados de la RAD. En Alemania descubrí el amor por la danza contemporánea, en la que me sumergí por varios años formando parte del Ballet de la Opera de Colonia, bajo la dirección de Jochen Ulrich. En la misma Europa me enfrenté a los retos que ofrece el arte de la comedia musical, al ejecutar no solo una disciplina artística para contar una historia, sino tres: la danza, el canto y la actuación; esto fue lo que me llevó a los grandes escenarios de Broadway, en Nueva York.

Durante mi extensa trayectoria como bailarina, hay algo que siempre me ha acompañado: la enseñanza del maestro Sergio Pablo Vicencio. El tiempo en que estudié y me entrené con él fue una etapa en donde obtuve no solo una fortificación de la técnica del ballet en la ejecución de cada movimiento, sino también la formación del carácter y el desarrollo de una personalidad artística. Yo misma llegué a impresionarme de lo que pude lograr. Mediante el conocimiento de la ciencia dinámica del movimiento, base y sustento de su particular enfoque, el maestro Vicencio me llevó a obtener un mayor conocimiento y entendimiento del propio método tradicional del ballet, y así, pude integrarlo con mayor precisión a mi ya desarrollado nivel técnico, es decir, aplicarlo a un cuerpo ya entrenado y con las exigencias físicas que la técnica del ballet tradicional requiere.

¿Qué sucede cuando en el ballet nos topamos con jóvenes, que por su edad, ya no encajan en el molde del método tradicional, cuya iniciación es a los 10 años de edad aproximadamente, y tal vez, por esto mismo, sus cuerpos ya no poseen una construcción física ideal, y aún con talento, quedan al margen de una formación profesional? Sobra decir, como siempre le escuché decir al maestro Vicencio, que el talento, la pasión y la entrega, siempre encontrarán la manera de abrirse paso; aunque muchos de estos chicos alrededor del mundo, y aún con talento y una clara vocación por la danza, no siempre tendrán una respuesta y una oportunidad real de poder aspirar a una formación académica completa, lo que los deja, en el mayor de los casos, al margen de toda realización profesional posible.

Este libro es un excelente ensayo que podrá servir como acompañante de todo texto dedicado a la técnica del ballet clásico; es una herramienta muy valiosa en manos de aquellos maestros, estudiantes y bailarines profesionales que quieran complementar su propia metodología y, con una mente abierta a los cambios, aspiren a evolucionar en el estudio de la enseñanza del ballet clásico académico universal sin tener que renunciar a lo ya conocido.

gabriela garcía

Artista de Broadway. Coreógrafa.
Instructora Master

Gabriela García y Ariel López en el pas de deux del Hada de azúcar, en el Teatro Degollado; Guadalajara, México.

Sergio Vicencio, Gabriela García y Ariel López; Jackson Misisippi, USA, 1989.

Dedico este libro a todos aquellos jóvenes
que, debido a su edad, ya no tienen cabida
en el ballet clásico tradicional y aspiran,

con pasión y entrega, a hacer realidad su sueño

de bailar profesionalmente; así como a todos

aquellos maestros, estudiantes y bailarines profesionales que, con una mente abierta

a los cambios, desean ampliar sus horizontes

en el estudio de la metodología de la enseñanza

del ballet clásico académico.

Prefacio

Sin lugar a dudas, el haber iniciado tan tarde mis estudios —a los 21 años de edad, cuando el común de los jóvenes ya está terminando su formación profesional—, en la Escuela del Ballet de Santiago (antes Ballet de Arte Moderno), fue determinante en mi apasionada búsqueda por descubrir un nuevo enfoque que me permitiera ayudar a encauzar a tantos jóvenes que, por su edad, se quedan al margen de una formación profesional en la danza.

A los 22 años continuaría mi formación académica en la Escuela de Danza de la Universidad de Chile (1966-1970), gracias a un plan piloto de cuatro años de duración, al parecer, único en su género en América Latina. Fue aquí, en esta casa de estudios, que el destino marcaría mi vida para siempre al cruzar mi camino con el Maestro J. Valukin, maestro de maestros del Teatro Bolshoi, en la entonces Unión Soviética. El Maestro Valukin no solo me enseñó los secretos de la ciencia metodológica rusa, sino que en un acto de reconocimiento a mi pasión por la enseñanza, me invitó a seguir mi formación en la Unión Soviética, pero en ese año de 1970, mi destino ya estaba decidido y mis pasos me llevarían a la ciudad de Nueva York, donde viviría las experiencias más fascinantes de mi carrera.

El testimonio de mis compañeros en Chile, así como en otros países, y el haber sufrido los problemas propios de la edad, dejarían profundas huellas en mí, lo que me llevaría a aceptar el enorme desafío de querer estudiar e investigar todo tipo de información que me condujera a encontrar las respuestas y soluciones a esta compleja y fascinante problemática.

Sergio Pablo Vicencio en clase del Maestro Valukin. Escuela de Danza de la Universidad de Chile.

El destino me llevaría lejos de mi país, y mi curiosidad por querer saber todo, me haría involucrarme profundamente en cada proyecto que la vida pusiera en mi camino. En la Ciudad de México, como solista de la Compañía Nacional de Danza (CND), viví una experiencia única: bajo la dirección de Alicia y Fernando Alonso, tuve el privilegio de ser parte de la formación de la CND. Descubrir, paso a paso, cómo se establecían los cimientos artísticos de una compañía profesional de ballet clásico me daría una amplia visión en la búsqueda de una ciencia del cuerpo, que me permitiría sustentar mi teoría sobre una nueva forma de enfocar el proceso formativo.

Para mi buena fortuna, después de haberse consolidado la fundación de la CND, llegó a Ciudad de México un grupo de pedagogos rusos, quienes permanecieron en el país alrededor de cinco años. Fue así como conocí a Abashev y Mijitaryan, dos grandes maestros que aumentaron y enriquecieron mi desarrollo artístico.

El maestro Abashev nos impartía excelentes clases a solistas y primeros bailarines en la CND. Recuerdo que cuando faltaba la pianista, él acompañaba la clase al piano y me decía: “Serioga, hoy usted asistente”, y como yo recordaba todo lo del día anterior, terminaba dando la clase, lo que me dio mucha experiencia y reconocimiento.

Mijitaryan daba clases en la academia de la danza de Bellas Artes a las 4 p.m., clase de la que no me perdía sus sesiones, a pesar de haber terminado en la CND a las 3 p.m.; comía algo rápido y me integraba a su magnífica clase. Dos veces a la semana, además, daba clases de pas de deux, a la que también asistía y tomaba apuntes. Un día faltó el maestro, por estar enfermo, y la pianista, quien también era rusa, me dijo: “Maestro, hoy usted da la clase”, lo que me llenó de orgullo y agradecimiento por la confianza puesta en mí.

En 1981, la vida y mi carrera me llevarían a vivir a Melbourne, Australia, donde tuve el privilegio de ser contratado en el Australian Ballet Company. Fue en esta compañía donde conocí, entre otros, a la pareja de bailarines rusos Leonidas y Valentina Koslov que, como dato curioso, habían sido también alumnos de mi maestro Valukin. Cuando ellos se enteraron quién había sido mi maestro, se emocionaron y en una actitud digna de destacar, me hicieron una gran reverencia, y desde ese día hasta que me fui de Australia solo tomaban clases conmigo. Sin lugar a dudas que enriquecer mi experiencia con los maestros rusos en México, y con los Koslov en Australia, terminaría por graduarme y hacerme así, un digno representante de la gran Escuela Rusa del Ballet Clásico.

No puedo dejar de mencionar mi interesante experiencia en la escuela del Australian Ballet, donde además conocí a Janina Ciunova y a Magie Scott.

Fue así que el haberme formado en la ciencia metodológica tradicional rusa me motivó para ampliar el estudio de otras ciencias metodológicas tradicionales.

La intuición me decía que la solución no estaba en crear un plan intensivo que, forzando la marcha, sometiera a los chicos a esfuerzos sobrehumanos, lo que terminaría por destruir la fe, autoestima y confianza de estos muchachos; se trataba de encontrar un enfoque que por medio de la ciencia del movimiento, que es más exacta y menos especulativa, nos permitiera simplificar y acortar el proceso formativo a tan solo un par de años.

Sergio Pablo Vicencio como Alain en La Fille Mal Gardée. Teatro de Bellas Artes, Ciudad de México.

Sergio Pablo Vicencio con Leonidas y Valentina Koslov, primeros bailarines del Australian Ballet; Melbourne, Australia.

Nueva York:
una cita con el destino

Mi vida, por alguna razón, siempre ha estado ligada a esta gran metrópoli, la he visitado cuantas veces me ha sido posible, y siempre me resulta nueva e interesante. ¡Es una ciudad que fascina, aunque también intimida!

Recuerdo que en mi primer viaje a Nueva York, en 1970, tuve la oportunidad de bailar como extra en la ópera Aída en el Metropolitan Opera House, y en 1979 gané un Grant de la Vogelstein Foundation por la coreografía “Islas”, con la compañía Dancers de Dennis Wayne.

Fue en 2005, cuando visitaba a una muy querida amiga, que fuimos a Steps, uno de los mejores, —sino es que el mejor—, estudio de ballet de la ciudad, donde se dan cita grandes maestros y figuras de las mejores compañías de USA y del mundo. Este lugar normalmente está lleno de jóvenes que, a pesar de su gran talento, no forman parte de ninguna compañía profesional debido a que comenzaron tarde sus carreras como bailarines, con los consabidos problemas de tal situación. Estos Professional Students, como algunos les llaman irónicamente, asisten a más de dos clases de ballet diarias, y trabajan con una pasión y entrega que conmueve; sin embargo, no importa qué tanto se esfuercen estos chicos, suelen quedarse al margen de una oportunidad real de bailar profesionalmente.

En esta ciudad y en este lugar me di cuenta que tenía una cita con el destino; volvería a NYC en una misión de amor y de rescate.

Douglas Blair, Sergio Pablo Vicencio y Dennis Wayne en ensayo de “Islas”, Nueva York.