El otro universo - José Miguel Vallejo Knockaert
© 2016, José Miguel Vallejo Knockaert
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Maquetación y diseño de cubierta: Georgia Delena
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Imagen cubierta: The “grid” of spacetime being twisted by a turning galaxy, “The asymmetric Kerr metric as a source of CP violation”, dr. Mark Hadley, University of Warwick, julio 2011.
Primera edición: Abril 2016
ISBN: 978-84-95645-08-1
P. V. P.: 9 €
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…entonces, ¿será destruida o no la materia? El Salvador dijo: “Todas las naturalezas, todas la producciones y todas la criaturas se hallan implicadas entre sí, y se disolverán otra vez en su propia raíz, pues la naturaleza de la materia se disuelve en lo que pertenece únicamente a su naturaleza. Quien tenga oídos para escuchar, que escuche.”
EVANGELIO DE MARÍA MAGDALENA
EL OTRO UNIVERSO ha dejado de parecer una ficción. A paso lento, pero seguro, la física moderna nos ha ido guiando a través de la posibilidad real de su existencia, aunque sin casarse con ninguna teoría. Los medios de comprobación absolutos, de cualquier modo, se asoman a la vuelta de la esquina.
Todo pasa, sin embargo, por la “ubicación” exacta, exactísima, del “ladrillo elemental”, el “ladrillo básico” o el “último ladrillo”. Demasiado cerca de toparnos cara a cara con él, no sería extraño que semejante encuentro fuese ya una noticia de interés global antes que este libro resultare conocido, si lo llega a ser.
Podremos entonces dar por comprobadas, también, las teorías que nos hablan de la composición de este misterioso “grano”, a partir o desde el cual, sin lugar a dudas, se crea la vida del átomo.
Más interesante será verificar, con igual exactitud, que este “ladrillo” no sólo ha sido un “ojal” de entrada de una substancia energética proveniente de Otro Universo, sino también el portal señalado para el regreso de nuestro “aporte” una vez que fallecemos.
No hay, en suma, nada más interesante que ahondar en este proceso, no a tientas, sino aproximándonos en uso pleno de la lógica que nos aporta el conocimiento de la física. Y a partir de allí deducir, con la mayor claridad posible, como y que exactamente constituye aquello que llamamos el Otro Universo, cuanto nos debemos a Él y que increíbles coincidencias nos aporta la mitología religiosa en su intento por explicarlo, mucho antes de disponer nosotros de una ciencia dispuesta a conducirnos por un camino de deducción más certero.
El Otro Universo termina siendo un lugar mucho más fascinante de cuanto hemos imaginado, aunque desconcertante desde la perspectiva de quienes insisten en contemplar el “más allá” bajo el prisma estricto de la fábula religiosa.
En definitiva, entendemos que se trata de algo natural, portentoso, asequible y “nuestro”, como lo es para unos el “Dios” de los escritos antiguos. Aunque inmensamente más “lógico” y posible.
EL AUTOR
“Lucy” ha sido, probablemente, uno de los restos óseos más conocidos, en lo que va desde la fecha de su descubrimiento en el continente negro. Una friolera de años dista desde el día de su hallazgo y aquel otro en que se la vio correr de un refugio a otro, escapando de sus depredadores, intentando sobrevivir en un planeta peligroso. No mucho después de ella, surgen evidencias de la preocupación humana alrededor de la muerte. También emergen, de manera muy visible, las primeras creencias fetiches y las supersticiones que un día, en algunos casos, desembocarán en la creación de divinidades más formales y en las religiones.
La muerte, de igual modo, seguirá siendo el combustible que alimentará las fantasías humanas a la hora de encontrar un camino frente a la inconformidad manifiesta que despierta tener que clausurar lo que llamamos un “ciclo de vida humana”. ¿Morimos? En la práctica y en lo estrictamente inmediato, en tanto nuestro cuerpo no sea difuminado y desaparecido completamente de la faz de la tierra, está claro que no. Los átomos de los restos óseos de “Lucy”, aún pasados miles años, siguen siendo una “existencia real”, lo mismo que una piedra, un árbol o una montaña. Y cada átomo, como bien sabemos, se compone de protones, neutrones y electrones. No hay, en suma, protones que no involucren una carga eléctrica, ni neutrones que no la compensen y en lo que respecta a los electrones, bien sabemos que estos se mueven alrededor de los primeros, como haría un atleta alrededor de una naranja en medio de un estadio.
Es decir, espacio y movimiento. Nada inactivo. Nada muerto. La “existencia” del átomo no contempla la muerte. Sólo la contempla su inexistencia. Pero bien sabemos también que los átomos conforman moléculas, en busca de un ahorro energético visible. Una molécula no es sino la conjunción de electrones que acaban sirviendo a protones diversos. El misterio de la vida radica en este propósito elemental de cada partícula de entrelazarse con otras, para construir un sistema inteligente –ahorrativo- de dispensación de energía.
Energía y masa y viceversa, son la misma cosa. La genialidad más grande de Einstein habita en esta visión portentosa. El paso de una condición a otra
involucra la verdad más absoluta de la física y del universo donde esta se sostiene. La desaparición aparente de un estado, no es sino la aparición de otro y el ser humano no escapa de esta prerrogativa ni un ápice siquiera.
El juego de las transformaciones termina siendo lo admirable. Que, exactamente, se construye con cada partícula; cual estructura conforman las moléculas. En nuestro caso, el cuerpo humano. Una máquina extraña, pero dispuesta al propósito de la energía, como cualquier otra integrante del universo que nos rodea. La conformación de la célula, es lo que el desgaste de su energía presupone. En este paso, a lo largo de “una vida”, nos transformamos y finalmente, en apariencia, nos “desconectamos” y a eso damos la denominación de “muerte”. Para definirlo verificamos que hayan cesado de funcionar nuestros signos vitales. Pero únicamente se trata de eso: la funcionalidad de nuestra estructura o de parte ella, ha cambiado. Siguen siendo “funcionales”, para el efecto de la descomposición y todo lo que ella conlleva, contado el largo proceso de la alimentación de una y mil “estructuras vivas” de otro tipo que se nutren, a partir de nuestra “muerte”, con cada milímetro de nuestro cadáver. O sea, un traspaso manifiesto de energía, de una conformación orgánica a otra.
Si nuestro cuerpo no muere y sólo se transforma, ¿qué muere entonces? A partir de aquí, el hombre decide avanzar sobre suelo espinoso: el que le proporcionan sus elucubraciones intelectuales y aquellas otras que viene en llamar “espirituales”. Para aunarlas en una sola, podríamos decir que se trata del “destino que da a su conciencia”, una parte de nosotros que se niega a desaparecer. No está compuesta de átomos y la imaginamos muchas veces como algo de índole etérea.
Pero aquí comienzan también nuestras complicaciones, porque lo etéreo, al no estar compuesto por átomos, no es “corpóreo”. Se trata de una suerte de “vacío”; algo que no se sostiene en el espacio y que, además, debiera hallarse liberado del tiempo. Una “verdad” a la que la física ha intentado en vano acercarnos, sin evitar confrontarnos cada vez que lo hace con contradicciones vitales. Aun así, nuevamente Einstein nos ha dado la herramienta necesaria “para deducir”. Nos ha dicho que, en lo que respecta al tiempo, este varía conforme a la velocidad de una determinada masa; en particular si se trata de una que iguala la velocidad de la luz. Además nos ha dicho que, respecto al espacio, este verdaderamente es curvo y que la propia luz acaba siendo afectada por la fenoménica que aquello presupone, como pudiera ocurrirle también a otro tipo de masa compuesta por átomos.
El tiempo y el espacio, en suma, son “variables” o, a lo menos, interpretables de manera diversa y esta “modalidad” forma parte también del universo que nos rodea. El mismo donde, supuestamente, nuestra conciencia “muere” con la transformación de nuestro cuerpo.