Razones para matar
a un frutero
Paco Pomares
© Paco Pomares
© Razones para matar a un frutero
ISBN papel: 978-84-685-1784-1
ISBN epub: 978-84-685-1786-5
Depósito legal: M-35599-2017
Impreso en España
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Índice
Primera parte. Muerte de un frutero
El naufragio
El grupo marujín
El mercado
Los buenos amigos
La reunión
Muerte de un frutero
Segunda parte. Razones para matar al frutero
La vergüenza de don Eugenio Fonseca
La cólera de Fermín Aubret
Los valores de Curro Losada
La locura del pollito
El rencor de Luis David
El desengaño de Dani y la represalia de Benjamín
El arrebato de Maruja Ferrer
Tercera parte. La reencarnación
El muerto al hoyo
El vivo al bollo
La alegría de vivir
Primera parte
Muerte de un frutero
El naufragio
Mira, Patricia. No voy a entrar ahora en averiguar lo que ha pasado, que lo hecho, hecho está. Yo ya le dije a tu padre que quería tener esta conversación contigo, pero ya sabes cómo es tu padre, que todo lo deja para mañana. No quiero hablar de tu padre, porque sabes que no estamos aquí para hablar de él, pero nos vendría muy bien que nos enseñara las pelotas, en vez de usar esta mierda de mulato hinchable. Pero ¿sabes qué te digo? Que ya vendrá cuando le pique, que lo tiene claro. De esa manera comenzó mi madre a impartir su clase magistral de educación sexual.
Tal y como me temía, la encontré muy seria cuando volví del colegio. Ven, Patricia, que tú y yo tenemos que hablar. Esperaba lo peor. Estaba convencida de que me gritaría, me castigaría e incluso me daría un buen bofetón, pero en ningún caso estaba preparada para esto. Ahí estaba yo hinchando un muñeco de plástico, que iba tomando forma poco a poco, dejando ver sus pelos rizados en el pecho, en los sobacos, y encima del agujero donde tenía que enroscar una polla oscura y brillante. Patricia, hija, que no te centras… ¿es que no ves que los huevos están mirando al techo? Eso es, dale la vuelta, así. Por fin ya estaba el mulatito en pie y con la verga en posición de ataque.
Patricia, prosiguió hablado mi madre, ya sé que esto es violento para ti, pero cuando me han llamado para decirme que te han pillado con un tío en el váter, me he dicho, Antonia, esto ya lo tenías que haber hecho antes. Así que de hoy no pasa. Bueno, hija, al parecer ya sabes para qué sirve una polla. Que está blanda y se pone dura y luego otra vez blanda y aquí no ha pasado nada. Lo que quizá no tengas tan claro es la utilidad de estas dos bolitas que cuelgan. Te tengo que decir que los tamaños que se gasta aquí el Matías no se corresponden con la realidad, que normalmente las pelotas son más grandes y la polla mucho más pequeña, y eso que tu padre no va mal servido. Pero bueno, eso no viene al caso, que se me va el santo al cielo pensando en el canalla de tu padre. Los cojones, nena, eso es lo que te tiene que preocupar. Estos porque son duros, pero los de verdad son así como muy graciosos, tan blanditos y tan tiernos que parecen inofensivos. Tanto es así que son el punto débil de los hombres, que ya sabes que si se los estrujas los tienes dominados. Ya no sé ni por dónde iba. Ah, sí, los huevos, Patricia. Ahí está la madre del cordero. Si el semen que hay dentro… Eso sí que lo habrás estudiado, digo yo. Pues eso, que si los espermatozoides consiguen introducirse en el óvulo, ya la hemos liado. Un óvulo fecundado se convierte en una nueva vida. ¡Milagro!
¿Sabes por qué estás aquí? Pues te lo diré. Porque mi madre no me explicó lo que yo te estoy contando a ti. Fui tan burra que no me di cuenta de que el peligro no estaba en la polla en sí, sino en lo que colgaba de ella. Un drama, Patricia, yo tan jovencita… Mi madre se quedó pensativa y yo intentando digerir que, en realidad, no había sido para ella más que un accidente que debía haberse evitado. Enseguida continuó hablando, aunque ahora parecía más relajada e incluso más cariñosa y cercana. Hija mía, ahora me alegro de que estés aquí. Para mí tú eres lo más importante en mi vida, aunque supongo que nunca he estado a la altura como madre. Lo siento, pero ni estaba preparada, ni nadie me ha ayudado a estarlo… ¿Has visto por aquí a tu padre? No, claro que no, porque tu padre no está. Se las estará rascando en el bar… Me hubiera gustado poder decidir cuándo tenerte y recibirte con la alegría que deben sentir las madres de verdad. Al final salimos adelante, pero no quiero que eso te pase también a ti. Entonces sucedió algo sorprendente, algo que yo no recordaba que jamás hubiera hecho mi madre, me abrazó. Fue un instante, pero solo ese momento fue suficiente para justificar la lección de sexo.
Toma, Patricia, continuó mi madre acabando con cualquier rastro de afecto, al tiempo que ponía en mi mano una caja de condones. El siguiente reto consistía en ponerle la gomita al mulato, que parecía que iba perdiendo fuelle. Mira, nena, es muy fácil. Cuando se le pone dura, se coloca en la puntita así. Hazlo tú… Eso es… ahora lo despliegas y se queda todo envuelto. Pues ya lo sabes. No quiero más tonterías en esta casa, que con tu padre en paro y mi sueldo miserable, la cosa no da para más, que tú aún eres muy joven y tienes que seguir estudiando. Claro que hay soluciones más drásticas, pero no le vas a ir cortando las pelotas a todos tus amantes. Tu padre se va a hacer la vasectomía, así que se corta la coleta. Él no te lo va a contar, porque para tu padre es todo un drama. Es que si no se la hace, le arranco las pelotas con mis propias manos, que no sabes lo pesado que es y hasta dónde me tiene. De esta forma concluyó mi madre su lección de sexo, sin dar paso al turno de preguntas, supongo que porque pensaba que me había quedado todo perfectamente claro. Me dejó sola con mis pensamientos, con el mulato ya bastante pocho y con una caja de condones.
Es verdad que me pillaron con Dani en el váter de chicos. Todo fue muy raro, pero como soy una ingenua sin remedio… Dani Gil siempre había sido el tío bueno del colegio. Estábamos todas locas por él. Yo la que más, seguro, aunque jamás se lo conté a nadie. Fantaseaba con él, pero de forma romántica, nada de relaciones sexuales. Me conformaba con verlo hacer deporte, tan fuerte, tan guapo. Me hubiera gustado que se dirigiera a mí, que me hablara, que me sonriera. Y eso fue exactamente lo que hizo. Estaba sentada con mis amigas en el patio, viendo cómo los chicos jugaban al fútbol, cuando Dani se acercó a mí —¿a mí?— y me llamó por mi nombre. Patricia, dijo, me gustaría hablar contigo. Me sonrió y repartió su sonrisa a derecha e izquierda, como queriendo decir que era conmigo, Patricia, y no con las aburridas de mis amigas, con quien quería hablar. En un aparte, me dijo que se trataba de un asunto confidencial y me citó, entre clase y clase, en los váteres de chicos. Cuando volví junto a mis amigas su actitud había cambiado. Yo era la misma pánfila de antes, pero ellas me trataban como si fuera la gran cosa. Eso me animó a seguir actuando como una necia. Tal y como me pidió Dani, salí a mitad de clase para reunirme con él. Abrí la puerta del servicio hecha un flan. ¿Dani?, pregunté al vacío. Estoy aquí, Patricia… me dijo él, invitándome a entrar en un retrete. La verdad es que, así contado, la cosa huele a chamusquina. Sin embargo, aquel día preferí creer que mi amor era correspondido. ¿Por qué Dani no se podría haber fijado en mí? Patricia, me dijo invitándome a sentarme en la taza, me gustaría que fuéramos amigos… Era como un milagro. Me parecía un sueño hecho realidad. ¿Dani? ¿Mi amigo? ¿Me estaba intentado decir que quería salir conmigo? Yo creo que me entró el tembleque y no era capaz de completar una frase con sentido. Yo… esto… Para empeorarlo, Dani sujetó mis manos y me susurró al oído, como si se tratara de un secreto, Patricia, por favor, que nadie sepa lo que ha pasado entre nosotros. Aquí había algo que no terminaba de encajar. ¿A qué te refieres, Dani?, le pregunté intrigada, pero si no ha pasado nada… Patricia, me contestó, eso es precisamente lo que necesito que mantengas en secreto, que aquí no ha pasado nada. En ese momento oímos cómo se abría la puerta del baño. Dani me abrazó, y los dos nos quedamos petrificados. Golpearon la puerta. ¿Quién hay ahí? Dani, te estamos esperando. Era Benjamín, el profesor de gimnasia. Parecía enfadado. Abre la puerta, por favor, que será lo mejor para todos. Así fue como nos pillaron abrazados en los váteres de chicos. No creáis que el profesor se sorprendió mucho, no. Eso sí, nos llevó a los dos al despacho del director, pasando por delante de todos los alumnos que estaban en el pasillo. No hizo falta más. Ya todo el colegio lo sabía. Mira la mosquita muerta, qué callado se lo tenía. Que han pillado a Patricia tirándose a Dani en el váter de tíos. ¿Patricia? ¿Quién es Patricia? Bueno, ahora por lo menos todo el mundo sabía mi nombre. Así que no tenía la mínima intención de aclarar el asunto.
Después de la clase de educación sexual que me había dado mi madre, me sentía capacitada para hablar sobre sexo con mis amigas, que ahora eran muchas. Además siempre llevaba conmigo un par de condones, para prevenir cualquier eventualidad. Es decir, para pasearlos, y que todos pensaran lo que no era. Dani y yo compartíamos cada vez más tiempo juntos. Mi novio era el más guapo, el más alto, el más rico y, además, el que sacaba las mejores notas. De vez en cuando venía a casa a echarme una mano, estrictamente con los estudios. Yo, entre que nunca he sido muy espabilada y la tontería que me producía estar a su lado, no daba pie con bola. Me pasaba el rato riéndome como una boba. La verdad es que el chico tenía mucha paciencia conmigo. Cuando me miraba en el espejo, me sentía una impostora. Intentaba por todos los medios cambiar mi imagen, pero con la falta de recursos y mi poca imaginación resultaba imposible. Recuerdo la primera vez que entré en casa de Dani. Me sentía juzgada por sus padres, por sus abuelos, por sus hermanos y hasta por la chacha. ¿Y tu padre de qué trabaja? Fue Dani el que mintió. Tienen una carnicería. Todo entre nosotros era una mentira. Yo misma era una mentira. A veces oía conversaciones a medias y asumía que hablaban sobre mí. Esta niña tiene la cabeza llena de pájaros. Yo no sé qué ha visto ese chico en ella. Debe de ser muy buena en la cama. Pero ¿qué dices?, si es un caldo sin sal. No te la dejes ir, que esa sabe latín. Con la ayuda de Dani me suspendieron solo seis asignaturas. Hubieran sido siete, pero el profesor de gimnasia, en agradecimiento por mi necedad, decidió aprobarme. El día que entregué las notas finales a mis padres esperaba algo más. Otra vez, eché de menos unos gritos, un castigo e incluso un buen bofetón; pero no era el momento adecuado. Mi padre sostenía en sus manos un artilugio que parecía mucho más importante que mi fracaso escolar.
La bronca fue descomunal. Nunca había visto a mi padre enfadado, y jamás me hubiera imaginado que se pudiera enfadar tanto. Mi padre es de los que dicen que sí a todo y luego hacen lo que les da la gana. En fin, que le había cogido el aire a los prontos de mi madre y vivía como un marajá. Claro que hay cosas que un hombre no puede pasar por alto y esta era una de ellas. Uno no puede ir a jugar la partidita al bar cuando siente que la cornamenta le llega al techo. Antonia, no me vengas con pamplinas, gritaba mi padre. Ya es suficiente con ser un cornudo para que encima me trates como a un gilipollas. Ya me decía mi madre que eras una guarra. Mira si tenía razón la mujer. ¿Qué pasa, que no tienes bastante con un polvo? Pues me lo podías haber dicho, que yo la mitad de las veces me lo tengo que hacer solito, ¿y ahora qué? Como comprenderás esto hay que arreglarlo. Si tuvieras un mínimo de vergüenza ya lo habrías arreglado tú, en vez de venir aquí a restregarme la infidelidad por la cara. No sé, la verdad. No sé en qué estás pensando, ni qué coño quieres hacer con tu vida. Desde luego a mí no me la pegas más. Nunca, Antonia, nunca en la vida me he acostado con otra, y mira que he tenido oportunidades. Tú fuiste la primera, pero por mis cojones que no vas a ser la última. Te he aguantado mucho, Antonia, más que tú a mí, que te pasas la vida diciéndome lo poco que valgo. ¿Qué coño haces conmigo si soy tan mierda? ¿Sabes lo que te digo? Que no tengo ni puta gana de saber quién es el padre.
Sea quien sea, ve ahora y dile que te aguante él, que yo ya estoy hasta los huevos, ¿me has oído? Hasta los mismísimos. No me repliques, que no tienes vergüenza, mala zorra. Me jode, porque no los he tenido bien puestos para mandarte a la mierda, que es lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. No, mira, ni voy a opinar. Que me importa una mierda lo que hagas. Si lo quieres tener, pues adelante. Que si quieres abortar, pues tú misma. Desde luego, conmigo no cuentes, que ya está bien la cosa. Tú te lo guisas y tú te lo comes. ¿Y Patricia, qué me dices de tu hija? Tanta mierda con los condones y tanta hostia. ¡Vaya lección que le has dado a tu hija! Di que sí, Antonia, tú como siempre, cargada de razón ¿Qué le piensas decir ahora a la niña? Que se te acabaron los condones… ¿Quieres que la llame? ¿Se lo dices tú o se lo digo yo? Por fin oía la voz de mi madre, sorprendentemente entera. A la niña no la metas, que esto es entre tú y yo. Se había dado la vuelta a la tortilla. Ahora era mi padre el que estaba fuera de sí. Diciendo todas las barbaridades que pasaban por su cabeza. Mi madre sin embargo parecía un perrito después de haber hecho una trastada. ¿Es que ni siquiera has pensado en nuestra hija? ¿De dónde vamos a sacar dinero para que pueda salir adelante? ¿Cómo es posible, Antonia? ¿Cómo es posible?
Mi madre parecía un barco a la deriva que aguantaba a flote frente al oleaje, hasta que al fin naufragó en el océano de sus propias lágrimas. A mi padre le cogió por sorpresa y no pudo evitar cogerla en sus brazos para consolarla. Vamos, Antonia, todo se arreglará. Mañana iremos tú y yo al médico y veremos lo que se puede hacer…
Mi madre, más burra que nadie, ya estaba de casi cuatro meses. Los síntomas, tanto la hinchazón de barriga como las vomitonas, le parecieron causados por la cerveza. El doctor Agustín dijo que era aún bastante joven para considerar el embarazo de riesgo. También les explicó a mis padres que la vasectomía puede fallar en muy contadas ocasiones, debido a los espermatozoides que siguen almacenados después de la operación. En la información que les habían facilitado después de salir del hospital, les aconsejaban utilizar otro método anticonceptivo los primeros días, pero claro, en casa leer nunca ha sido nuestro fuerte. Así que el contenido de los cojones de mi padre primero destrozó la juventud de mi madre y ahora, aunque no había conseguido acabar con su matrimonio, prometía arruinar su mediana edad y también mi juventud.
El grupo marujín
Así fue como mi fracaso escolar, la necesidad económica familiar y la decisión inflexible de mis padres me empujaron a dejar atrás mi sueño e incorporarme a la carnicería De Mercado. Tampoco es que mis aspiraciones fueran gran cosa. El caso es que yo siempre he querido ser secretaria. Mi idea del secretariado siempre ha sido bastante romántica. Un día vi una película en que las secretarias raptan a su jefe y se dedican a transformar la oficina. Ya lo sé, una tontería, pero qué se le va a hacer. Una es como es. Este cambio suponía dejar atrás esa ilusión y meterme de lleno en lo que para mí era un castigo. La antítesis del secretariado. Un lugar sucio y decadente, en el que me iba a rodear de personas bastas y ordinarias. El mercado. Pero mi desgracia era mucho más profunda. Sentía una terrible pena por no poder ver a Dani en el colegio el próximo curso y, al mismo tiempo, una insoportable vergüenza de que me viera aquí, como si fuera Jack el Destripador. No podía entender por qué ese puñetero niño había destruido mi vida. ¿Por qué alguien se podía conformar con llevar una existencia como esta? ¿Por qué mi padre se iba de rositas y era yo la que pagaba el pato? Si había alguna persona en el mundo a la que no quería parecerme era precisamente mi madre. La misma que ahora iba a ser mi mentora. Con ese estado de ánimo me enfrenté a mi primer día de trabajo. Después de un madrugón de locos, antes de que saliera el sol ya estábamos abriendo la persiana. Mientras sacábamos el género, yo solo pensaba en morirme. Me sentía tan destrozada como los animales muertos que me rodeaban por todas partes. Carne de vacuno, carne de cordero, carne de cerdo, carne de caballo… Mi madre me iba explicando. Era como estar en una morgue, pero de animales. Diga lo que diga mi madre, para ser carnicero hay que tener vocación, como los médicos o los enfermeros. Ella, sin embargo, piensa que es cosa de perseverancia. ¡Y una mierda! Para terminarlo de arreglar, se esforzaba en convencerme de lo privilegiadas que éramos por tener trabajo. Aunque no estuve presente en las negociaciones entre Maruja Ferrer, la dueña, y Antonia Jiménez, mi madre, sus repercusiones me afectaron directamente. La cosa quedaba así. Yo tenía que aprender el oficio en unos meses, para sustituir a mi madre cuando le dieran la baja. Mientras tanto, el sueldo de mi madre se reducía en la parte correspondiente a la miseria que me daba a mí. Cuando llegó el momento de la sustitución, mi sueldo quedó un poco más ajustado, ya que, por su antigüedad en el grupo, mi madre supuestamente gozaba de muchos beneficios. Lo que yo no sabía cuando entré a trabajar era que el acuerdo contenía la cláusula no firmada de hacerle la pelota a la jefa sin ningún reparo y de estar visiblemente agradecidas el resto de nuestras vidas.
Maruja apareció a media mañana. Pese a todos los improperios que había oído en casa sobre ella desde que era una niña, la primera impresión fue muy buena. Supongo que por mi rechazo a todo lo que opinaba mi madre, pero, hay que admitirlo, también por el mérito propio de la jefa. No la había visto desde hacía muchos años, y estaba tal cual la recordaba. Me fijé aquel día en su cara redondita, con mofletitos rosados, que acentuaban su semblante risueño y amable. Llevaba el pelo teñido de rubio y un peinado muy elegante, como de secretaria. Las uñas las llevaba pintadas de fantasía, igualito que las famosas en las revistas. No sé si la ropa y la bisutería que lucía eran del mercadito, pero en ella todo parecía elegante y original. Aunque su estilo destacaba en la carnicería, tampoco estaba fuera de lugar. En todo caso sería el mercado el que debería actualizarse. Maruja llegó exultante de pura bondad. Cariño, ¡qué maravilla! No me habías contado que la nena estaba hecha una mujer… pero bueno… ¡qué mona está! Di que sí, Antonia, que la niña ha sacado lo mejor de ti. Cielo, prosiguió dirigiéndose a mí, tú no te preocupes que esto es coser y cantar. Ya me imagino lo que estás pensando, pero ten en cuenta que yo también pasé por lo mismo. Mi padre me puso a trabajar desde muy jovencita y ahora le doy las gracias todos los días. Es que para mí, como la carnicería nada. No te olvides de que esto es mucho más que un negocio. El mercado es mi vida. A la vista está que vas a sacar la carnicería adelante tú solita, pero aprovéchate de tu madre, que es la mejor. ¿Sabes qué te digo? Que eres una privilegiada. Parece que sea cosa del destino, que vas a tener la oportunidad de aprender un oficio. Pero claro, tu madre se lo merece todo. Antonia, ya te lo dije. Si no hay mal que por bien no venga… Además, siempre nos viene bien la sangre nueva. Tú, cualquier cosita que veas que no te gusta me lo dices. Seguro que, con tu ayuda, podemos mejorar. Por cierto, Antonia, ¿ya le has presentado a sus compañeros? Nada, nada. No te preocupes, tú a la carne, que es lo tuyo, que ya me ocupo yo de hacer equipo.
El grupo Marujín contaba con tres tiendas en el mercado local. La frutería Naranjito, con Jorge al frente; la pollería Mª Teresa, que llevaba precisamente Mª Teresa, y la emblemática carnicería De Mercado, en la que trabajaba mi madre.
Maruja me llevó primero a visitar la pollería. Mª Teresa estaba exactamente igual que la última vez que la vi. Te parecía estar con una abuelita de cuento, con un moñete muy canoso recogido en su redecilla. Sin embargo, se trataba más bien de su actitud, ya que si la observabas con detenimiento no parecía tan mayor. Era una buena mujer, agradable, de esas que te apetece que te abrace. Mª Teresa es toda una institución en el mercado, me dijo Maruja a modo de presentación. La pollera parecía conocer muy bien a su jefa y, aparentemente, no hacía ni caso a sus halagos. Mª Teresa, continuó Maruja con la introducción, esta es Patricia, la hija de Antonia, que va a ser la encargada de la carnicería cuando su madre coja la baja. ¡Qué barbaridad, Patricia! ¡Pero si no te había reconocido! Mira que tu madre nos habla de ti… ¡Estás hecha una mujer! Pero chica, ¿cómo te has dejado embaucar de esa forma? Bueno, yo no puedo hablar, que llevo aquí toda mi vida. No pienses que te quiero desmoralizar, al revés. Aunque al principio el trabajo te pueda parecer duro, luego se te pasan los días volando, que aquí hay muy buen ambiente. Además, si soy capaz de llevar yo solita el puesto, ¿no vas a poder hacerlo tú? Ya sabes que puedes contar conmigo. Cualquier cosita, cariño, no te olvides de que estoy aquí. Un consejo te voy a dar. No te creas nada de lo que diga Maruja, que te liará. A la jefa no pareció importarle el comentario de la pollera. Es que Mª Teresa nació en la pollería, explicó Maruja, y para ella es pan comido. La pobre estaba en un aprieto y tuvimos que echarle una mano, para que el puesto pudiera salir adelante.
Ya de camino a la frutería Maruja me aclaró. Es que, a la pobre, el banco le quitaba el puesto y, claro, como nos conocemos de toda la vida, pues yo pensé en echarle una mano. Así que le compré la pollería y la dejé a ella al frente. No sé si me equivoqué, continuó diciendo al tiempo que se enjugaba las lagrimitas, pero esas cosas las dicta el corazón y no la razón. La verdad es que no parece una mujer muy agradecida, pero la vida me ha enseñado que es condición humana. Una se acostumbra. De repente la jefa se quedó muy triste. Me hubiera gustado preguntarle, pero pensé que ya tendría tiempo de indagar en el tema. En eso, desde luego, no me equivoqué. Maruja siguió hablando de Mª Teresa. No quiero decir con esto que sea una mala persona… qué va… pero cuidadito con lo que le cuentas, que esa es de armas tomar. Cotilla como ella sola. Madre mía, no quiero ni pensar lo que dirá de mí… Pero, en fin. Hay que reconocer que mal fondo no tiene.
Después me presentó a Jorge, el tendero de Frutas y Verduras Naranjito. Era la primera vez que tenía constancia de estar frente a un marica. Me pareció muy salado. Se notaba que se cuidaba mucho. Tenía un cuerpo fibroso y bien formado. Una cara agraciada, con un toque de picardía que le hacía todavía más interesante. Jorge ni siquiera dejó hablar a Maruja. Tú eres Patricia, afirmó. No hace falta que me lo digas. Chica, sí que es verdad que eres mona. Como tu madre es tan exagerada… Antonia me decía que te pareces a ella cuando tenía tu edad y, la verdad, yo no me imaginaba a tu madre así, tan mona. Menos mal que ha entrado un poco de color en este mercado, que con tanta cacatúa todo se pega. Jorge es un graciosillo, aclaró la jefa, pero es buen chico. No, no, tú me llamas Giorgio, me dijo Jorge con contundencia, como todas mis amigas. Así que Giorgio continuó hablando de sí mismo. ¿Cómo me ves? Yo en realidad no soy tan rubito, pero me puse estas mechitas y me quedan ideales. Había que reconocer que las mechas y el peinado le sentaban de maravilla y que incluso el delantal parecía hecho a su medida. Una pena, pensaba yo, que las mujeres nos tengamos que perder a este bombón. Enseguida me corregí. Mi Dani era mucho más guapo y, desde luego, mucho más varonil. ¡Ay!, qué pena más grande tenía. Giorgio me lo notó enseguida. Pero, nena… ¿qué te pasa? Mal de amores, seguro. Nada, eso lo arreglamos. Esta tarde salimos tú y yo y vamos a romper más culos que nada. ¡Huy! Que no, tonta, que tú lo que vas a romper son corazones, con esa carita y ese tipazo. No sabes la envidia que te tengo. Madre mía, ¡qué subidón!, pensaba yo. Sí que es verdad que hay buen ambiente en el mercado. Ante la llegada de una clienta Giorgio se olvidó rápidamente de nosotras. Dime, cari, ¿qué te pongo?
Cuando volvíamos a la carnicería yo estaba mucho más animada. Maruja aprovechó para hacer algunos comentarios sobre Giorgio. Si mi padre levantara la cabeza me mataba, por tener en el puesto a Jorge, pero ¿qué quieres que te diga? A veces me choca que sea tan mariquita, pero bueno, es su vida. Es muy buen vendedor, y eso es lo que importa. Ahora, Patricia, no sé si te recomendaría que salieras con él, que tú todavía eres muy jovencita. ¿Es verdad lo del mal de amores? Que tenga que ser Jorge el que se dé cuenta… Qué tonta soy… Cielo, el trabajo te ayudará, ya verás. Te va a venir muy bien.