EL DIBUJO
DE CUPIDO
Primera edición, octubre 2017
© José Ramón Ruano Fernández-Hontoria, 2017
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ISBN: 978-84-948009-2-4
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JR. RUANO F-HONTORIA
EL DIBUJO DE CUPIDO
A mis padres y
a mi inseparable fierecilla.
Una mujer sin sexapil
es cómo un jarrón sin flores.
Frase del autor
«Este es mi pequeño homenaje
a “HONORÉ DE BALZAC”».
I
El dibujo y sus maestros
Aquel día seguía siendo un día igual que los demás, sólo que a su profesor de dibujo, al terminar una de sus mejores manchas, le dijo lo satisfecho que se encontraba de ello, pues había estado más de un mes día tras día entre el carboncillo, la goma —llamada miga de pan— y los difumines, así como trapos, sacando luces, sombras y cientos de gamas de grises. Además, la estatua no era ni más ni menos que una escayola donde se reproducía al mismísimo Cupido con arco y bandolera con las flechas y los ojos tapados por un trapo. No se podía encontrar más satisfecho, por lo que se acercó hacia donde se encontraba su profesor.
Él, ya mayor, como si intuyera lo que le iba a decir, le miró a los ojos, luego le acompañó al lugar que ocupaba en la clase, se situó junto a él y dijo:
—Todavía te queda mucho para acabarla. Mírala bien y encontrarás muchas más luces, sombras y brillos —en tono serio.
Lo cierto es que se quedó mudo, contemplando la labor que aún tenía que acabar. ¿Cómo era posible que hubiera muchas más luces y sombras, sin él darse cuenta? Se dijo: «¿Es que acaso es tan pobre mi modo de ver la cosas y de contemplarlas? Quiere decir que soy un mal juez conmigo mismo. Esto supone que me queda mucho para ser un buen dibujante. Buscaré dónde no veo luz o sombra del mismo modo “que el mayordomo busca el polvo en una casa para dejarla sin una mota de polvo”». Seguidamente volvió a coger sus herramientas para seguir dibujando, sorprendido por las palabras que le acababa de dar su profesor.
Siguió dibujando y mirando lo uno y lo otro, hasta darse cuenta de que era cierto que podía dejar mucho mejor la escultura que se encontraba dibujando.
Por lo que siguió unas horas y, después que salió del lugar donde iba a clase, que no era otro que el Circulo de las Artes Plásticas, de París. Caminó un poco y fue bajando el Sacré Coeur y acercando a los bares que allí se encontraban. Era media tarde en la ciudad de las luces y no se le ocurrió cosa que entrar en un garito en el que vio a mucha gente de su edad. Tenía veinticuatro años y de esa edad o más joven estaba el lugar lleno.
Al día siguiente el profesor le dio el visto bueno, por lo que al fin se puso a fijarla, así como a enrollarla para que no se arrugase y poder llevarla sin que corriera peligro alguno. Una vez terminó salió de lugar sintiéndose un artista plástico y cuando caminaba por la calle sentía como si todo el mundo se diese cuenta de que acababa de terminar un dibujo bueno, lo que le hacía sentirse como un profesional.
Poco a poco va llegando a su estudio. Una vez entra deja su dibujo sobre una mesa, para después acercarse a la nevera, de donde saca una cerveza. Luego se echa en la cama, y comienza a relajarse.
Pasado un rato se levanta y se dirige a desenrollar el dibujo, pero una vez le tiene en sus manos, ve que no es algo estático lo que ha plasmado, sino que se mueve por el papel. No para quieto, cosa que le causa sorpresa. Un Cupido que no tiene otra vida que la de poder moverse por el papel donde le ha dibujado, del mismo modo que si se encontrase en una pecera. Se dice de sí para dentro: «¿Y eso por qué, a qué se debe, qué tiene mi dibujo para que tenga vida propia?».
Un montón de preguntas e interrogantes se le pasan por la cabeza. Se queda pensativo tratando de saber qué hace el dios de amor del pueblo romano con él, así como muchas otras preguntas a las que no encuentra respuesta. Ahora lo que tiene claro es que no se va deshacer de su esta maravilla. Como contiene al dios del amor, le va a sacar todo el jugo posible, pues tiene miles de preguntas de cara a este fenómeno, que unos entienden de una manera y otras de otra forma.
Lo que sí tiene muy claro es que su vida va a pegar un gran cambio a partir de ahora, pero también le vino a buscar la interrogante de si cada dibujo que hiciera él, a partir de ahora cobraría vida, cosa que estaba por comprobar, ya que, creía, podía ser que se hubiese vuelto un mago, de tal forma que lo que le diese por mirar y plasmar con sus manos cobraría vida solo para él.
Se cocinó unos huevos revueltos con atún y después estuvo a base de lo uno u lo otro leyendo cosas sobre pintores, hasta primeras horas de la madrugada, cuando tuvo que dejar de leer, de tanto mirar renglones, y optar por dejarse llevar por el sueño. Una vez dejó todo en su sitio y comprobó que su dibujo le dejaba bien guardado, se tumbó en su cama y el sueño le llamó.
Cuando vio que amanecía porque los rayos se filtraban por las pequeñas ranuras de la ventana, se frotó los ojos y se sonó para, después de un salto, ponerse en pie. Se acercó a la parte de atrás de su cama, donde tenía una pequeña cocina con lo necesario y se puso a hacer un café que más tarde se tomaría acompañado de unas tostadas para entonarse y dar su bienvenida al día de hoy.
Una vez le hubo terminado, se acercó a la ventana a ver cómo el horizonte iba poco a poco cambiando de color al tiempo que salía el sol.
Dejó de mirar y giró su cabeza fijando sus ojos en el rollo de papel donde estaba dibujado su Cupido. Se quedó pensativo y pasado un rato se acercó. Una vez lo tuvo en sus manos, lo extendió sobre la mesa y le puso unas tiras de celo por las esquinas hasta tenerle bien sujeto. Mientras, contemplaba cómo se movía por el papel, de una esquina a otra, e incluso se caía su Cupido, por lo que exclamó:
—¡Con esas vendas vas a tener que andar a gatas o te estarás cayendo a cada instante! —mirando cómo a su modo el amorcillo intentaba ponerse en pie.
—¿Qué dices?, si yo estoy hecho para moverme así… Es más, cuando disparo una de mis flechas, me guío por un sentido especial que tengo que no me hace nunca fallar; de ahí que acierte. Lo de andar me da igual a cuatro patas que a dos porque estoy hecho así —con tono justificante.
—¿Pero es que tú también puedes hablar? —mirándole extrañado.
—Soy igual que todos, solo que un dios, así de sencillo —justificando su postura ante el mundo.
—Eso ya no es así, pues fue en la era romana y ahora es el siglo XXI. Aunque tú historia se respete, no estás en ningún lugar donde se te pueda ir a venerar. Luego el poder que tenías ya no lo tienes —asombrado por cómo le escuchaba su dibujo.
—Eso me da igual porque yo sigo funcionando igual. Y si no me crees, te lo puedo demostrar… —con un tono de querer que le pusiera a prueba.
Jack bajó la cabeza y empezó a darle vueltas al asunto, así que, mientras, miraba al techo, luego a la pared de al lado y de reojo a su amorcillo, hasta que hizo un alto y empezó a dar vueltas alrededor de la mesa donde se encontraba el dibujo. Le irrumpió diciendo:
—Mira, si es cierto lo que dices, ¿por qué no me ligas el corazón al de la del estudio que está al lado izquierdo mío? Es una chica encantadora y me gustaría tanto amarla… —en tono suplicante.
Cupido empezó a pasear por el papel, hasta que se paró y se pasó sus pequeñas manos por la venda. Después irrumpió diciendo:
—Bueno, pero si lo hago, ¿creerás que sigo siendo el mismo dios del amor, a pesar de que estemos a cientos de años de mi era? Si aceptas esta premisa haré que esa chica te ame como a nadie amó en su vida —sancionando.
Él le miró, no muy convencido del trato, no fuese que ahora se comprometiese por el absurdo amor de una jovencita a estar venerando a un dios de otro siglo que estaba dentro de un papel, como si se tratase de una ermita o una pecera.
Se puso a pensar y a darle vueltas al asunto de hasta qué punto le era favorable el favor, no fuese que al final terminase siendo un mandado o algo parecido de su propio dibujo. Empezó a alejarse del tema y a tomarse muy serio las consecuencias que podía tener andar por la vida con un Cupido dibujado por él que podía llevarle a conquistar cuantos corazones se le antojasen, lo que le hizo ver que de embarcarse en semejante aventura no era otra cosa que un reto, pero de un gran tamaño que le conduciría quién sabe a dónde…
Se acercó al frigorífico, sacó una lata de Coca-cola y comenzó a dar vueltas por la habitación de un sitio a otro, a pesar de lo pequeña que era, pues era eso, un cuarto que dentro tenías armarios, una cama que luego se convertía en sofá durante el día y un pequeño cuarto de baño, así como una cocina con nevera con lo básico y necesario. Aquí hacía vida. El se cocinaba y llevaba a sus amistades cuando era preciso.
¿Qué era lo que le venía a visitar ahora cuando por fin se encontraba solo y libre de cualquiera que le quiera alterar para que no pudiese concentrarse en su vida de artista?, se dijo de sí para dentro sin poder encontrar respuesta alguna a su pregunta. Mudo y absorto miró a un sitio u otro, pero de nada le servía cuando el problema estaba en su cabeza.
Dejó que su mente se relajara y se olvidó del tema para luego decir:
—Si me meto en esta experiencia contigo, dios Cupido, tendré que seguir por ella hasta el final. Eso es lo que me desconcierta, pues ¿adónde puedo ir con un Cupido dibujado por mí en un papel? —en tono interrogante.
—Eso ya es cosa tuya, yo te puedo ofrecer los amores que precises, desees o quieras, y de esta forma hacerte un hombre feliz en el amor, como en mi época hice de tantos romanos e incluso césares. Ahora no estoy falto de ello y el amor es algo que, por mucho que me trates de hace ver que soy de otro siglo como lo es el de Roma, yo aún sigo estando vivo como el primer día —sancionando.
—Ya, pero después voy a estar siempre pendiente de ti y de la suerte que me des. ¿Acaso no es un modo de atarme a un ser que ya es historia y del que será difícil liberarme, puesto que posees el don de poderme hechizar a cualquier chica para que se enamore de mí? ¿Cómo voy a diferenciar mi auténtico sentimiento de amor del que tú me proporcionas? —mientras paseaba por su estudio.
El amorcillo empezó a salir del papel y a volar por la habitación, hasta caer cerca de su almohada, donde dijo:
—Ahora ya me puedes ver fuera de tu dibujo, pero en él viviré y descansaré, así como dormiré. Esto es un modo de hacerte ver que también puedo salir de tu dibujo y solo tú eres el que me ves. Así es la cosa, por eso es fácil para mí enamorar a quien quieras de ti. Referente a lo que me planteas, sólo tú sabrás a quién deseas porque yo nada puedo hacer a ese respecto, por lo que ahora, en ese punto, serás solo tú el que deberás conocer bien tus sentimientos para poner de manifiesto lo que dictan éstos y tu espíritu —sancionando.
—Lo entiendo, pero eso es lo que temo, que por culpa tuya me equivoque, me confunda y sea capaz de cometer un error. Ese puede ser el peor de toda mi vida. Imagina que me ilusione de una mujer equivocada por capricho mío, que para nada me dicte mis sentimientos, y esa chica me complique la vida que tengo recién estrenada como artista, y viva mal o con una persona inadecuada para mí por culpa de haberme fiado de ti y de haberte dibujado. ¿Acaso no es para estar preocupado? —mirando al amorcillo tumbado en la cama escuchándole.
Cupido, que se encontraba con sus ojos vendados y echado, levantó media parte de su cuerpo y dijo:
—¿Y ahora me iras a decir que, como no veo, soy el origen de tantos y tantos fracasos, como me han dicho tantas veces? Luego vuelven a mí para que de nuevo les ayude en nuevas conquistas —justificando su papel en el amor.
—¡Maldito dibujo!, ¿para qué le habré hecho? Solo noto que me va a traer calamidades, problemas y cosas absurdas que me van a ir enredando mi vida. No es que no te aprecie, es que antes de llegar tú a mi estudio mi vida era normal, como la de todo el mundo, y ahora noto que no. Eso es vivir otra vida diferente a la del mundo real: en la época de los romanos y con el dios del amor en casa, que tampoco es malo, pero en pleno siglo XXI… No me dice nada tener un Cupido con sus poderes, cuando hoy en día no se liga ni a pelo porque es más cómodo por Internet, donde tienes para escoger e intimar sin necesidad de salir de tu casa. Esto me viene a poner más claro que el dios del amor se ha quedado muy anticuado, porque hay sitios de encuentro por la red de redes que dan mil vueltas al dios del amor de Roma —con tono irónico.
El amorcillo se comenzó a frotar las manos, luego dio saltos en la cama y después bostezó. Llevado por lo herido que sentía hacia el desprecio que le hacía de cara a presentarse y vivir en este mundo dijo:
—El amor existe por Internet, por las revistas de encuentros o en los lugares de alterne, pero quien mejor los conoce soy yo, de ahí que sea el dios de amor. Creo que es fácil de entender —haciendo una pausa y retomando la voz—: Pero la gran mayoría sois muy brutos y confundís el sexo con el seso. Los sentimientos como el gusto y el tacto están radicados en el cerebro y el alma o espíritu es lo que hace que los amores bien formados se estimulen mutuamente. Lastimosamente para mí, tengo que estar de acuerdo con todo, pero que sepas que el amor auténtico es el que se rige por tu alma y luego por el deseo del físico, sea el que fuere. Es más, el físico es lo que sirve de desahogo físico. Es como montar a caballo, y el diálogo o entendimiento mutuo lo que sirve de desahogo intelectual, aunque muchos se conforman con sólo lo físico por no poder llegar a un entendimiento en sus conversaciones. De aquí que se separen, no por otra cosa que porque no se entienden. Antes de enamorarte has de mirar si te entiendes o no, no hay más —en tono muy seguro de lo que estaba diciendo.
Jack se acercó a su portátil, lo abrió y lo encendió. Después de buscar una página de encuentros o ligues, se fijó bien. Se pasó la mano por su cabeza para después acercarse al frigorífico, donde encontró una Coca-cola que se llevó para así bebérsela mientras miraba por la pantalla la cantidad de ligues y chicas que con el apodo de «quiero ser tu amiga» apostaban por tener un encuentro con él. Esto le iba llevando a la conclusión de que para qué necesitaba un Cupido, si ya lo habían inventado a través de los siglos con la informática. Lo empezó a ver como una antigüedad absurda y carente de sentido, si apretando un tecla en tu dispositivo informático te salían miles de chicas que se rendían ante ti, por el solo hecho de correr una aventura que bien podía ser la de toda una vida o la de una sola noche. Pero como era cierto y tenía su dibujo ahí, más le llamaba la atención encontrarse viviendo la realidad por la red de redes y una irrealidad o fantasía de los romanos viviendo en su estudio. Esto le hacía a veces tiritar de frío y sentir lo duro que era admitir que hoy en día todo funciona por medio de las redes sociales. Antes la gente se veía, se trataba tet a tet… Hoy van todos mirando por un egoísmo tan grande que ya no existe el ayudarse los unos a los otros. No es cuestión de política, de ricos y de pobres, es porque hemos rehusado al diálogo y a los sentimientos. Hemos abrazado con los americanos al dinero, como si este fuese el estímulo que necesita el ser humano. De aquí que nos encontremos otra vez con Moisés y la adoración al toro de oro, del que esperaban más beneficios que del espíritu. Incluso el último terrorista, Osama Bin Laden, dejó bien claro que los castigos que él hacía eran por amar más al dinero que a Ala (con lo que generalizaba al espíritu). Como le comenzaron a carcomer más recuerdos su sesera, prefirió apagar el portátil y volver a esta tierra llena de envidias y de odios, donde el que más vale es el más desgraciado, a pesar de que aparente lo contrario.
Él sabía muy bien que vivimos en un mundo donde lo más importante parece ser que es tirarse el rollo. Pero cada persona es otra cosa de lo que aparenta ser. Luego, si cada uno ni se muestra como realmente es, ¿de qué servía estar paseándose en un descapotable con tres chicas, si a la hora de la verdad es que no tiene otra relación con ellas que la de pasearlas para que se crean sus amigos que se las lleva de calle? Poca importancia tenía el hacer lo mismo, por lo que empezó a pensar cómo con la ayuda de su Cupido conseguiría su pareja ideal sin convertir su estudio en un sitio en el que cada día traía a una desconocida.
Y fue de esta manera como empezó a sentar cabeza y tomar conciencia de que el amor es algo sagrado y para nada merece hacer con este una chapuza. De esta forma comenzó a despertar en su mente otra forma de concebir el amor y con ello a soñarlo e idealizarlo.
Sabía que la felicidad existía, pero a través del amor. Le había dejado malos recuerdos y demasiadas depresiones que luego le acarreaban una larga temporada de copas, para a los meses por fin tener cicatrizada la herida que con tanta facilidad le hacían la chicas a la hora de dejarle, porque como artista ¿qué podían esperar de él?
Tantos años y además tantas experiencias entra una y otra chica que ya ¿cómo iba a esperar que de pronto un día —fuese con la ayuda de Cupido o si ella— diese con la chica adecuada y con la certeza de que de nuevo un día no le dejase?, por eso de que los artistas no tienen otro futuro que el estar intentando vender su obra a quienes, en sí, son unos vendedores natos. Sin tener en cuenta en esta época ningún valor de cara a su sensibilidad y sentimientos, pues, al parecer, lo importante es si vendían y ganaban dinero o si no mejor abandonarles. Porque con los soñadores es mejor irse para evitar caer en ese sueño de ser un día ricos y famosos, así que los sentimientos sin dinero de poco sirven y el dinero sin sentimientos mucho más. Esta paradoja era la que le enervaba y hacía ver a esta artista un mundo feo donde no merecía la pena vivir si, como premisa, lo más importante era rehusar a todos tus valores humanos.
El horror y el espanto le cubrió su pequeño corazón y con ello el rechazo a la vida, pues ¿para qué vivir si la vida sin sentimientos carecía de valor?, ¿en qué apoyarse para realizarse en la vida si lo primero que tenías que hacer era ponerte a ganar dinero en cantidades descomunales?
Entonces ¿de dónde sacaba el tiempo para dedicarse al arte?, pasar el tiempo como las mariposas de flor en flor y trabajando en lo que fuere para que la mariposas le mirasen como un gran hombre por eso de ganar dinero, sin importarles que tuviesen o no tuviesen sentimientos. Hasta tal punto llegaba la decadencia humana que hasta él mismo se tenía que sacrificar por sacar hacia delante algún dinero y pasar de sentir nada por nadie. Luego no era justo estar con una mujer que tienes que mantener como si tuvieras una vaca en casa porque si no se te marcha. Como no compartía este modo de ver el mundo, prefería seguir yendo de chica y con la ayuda de su Cupido mejor que rechazar a sus sentimientos para dejarse comprar por el vil metal, que nunca sería suficiente el que tuviese, ya que sabía que es una cuesta que cuando se comienza es como el que empieza a trabajar en una cantera: primero una piedra pequeña, después mayor y cuando la gente te trata por ser una persona que gana dinero —no importa cómo— y te saluda, te da conversación e incluso te invita a sus fiestas tan sólo porque eres otro del rebaño que se pasa los días haciendo alguna estupidez para amasar dinero, para luego dárselo a los del banco y que su mujer e hijos se dediquen a gastárselo. Los sentimientos les olvidan y con el dinero se quitan los complejos. De aquí que los mayores negociantes sean los hombres más feos que ha engendrado la historia y del mismo modo los poderosos, salvo alguna excepción.
Sabía que el dinero lo tapa todo, y si no se puede tapar con dinero, como tantos actos hechos por degenerados que se han tapado con mucho dinero.
Luego si en esta vida en pleno siglo XXI los sentimientos no los valora nadie, ¿qué hacía él valorándoles y con el dios de amor de la era romana en su estudio?, se dijo de sí para dentro, sin encontrar respuesta que le sacase de semejante interrogante.
Cupido se levantó y se dirigió al papel donde había sido dibujado. Una vez se acomodó comenzó a dormirse apoyado al lado de su arco y así, entrando en sueño, Jack comenzó a encontrarse más solo, lo que en parte le llevó a pensar en las chicas que le gustaban, así que decidió darse una ducha y un aseo, ponerse ropa limpia para así salir a ver a alguna chica solitaria que quisiera compartir su compañía y así entablar una nueva amistad, pues por Internet ya se había llevado suficientes chascos y estaba escarmentado. Su último encuentro se trataba de una chica que se le mostraba sentada en una mesa de despacho y cuando quedó para verse, al mirarla se dio cuenta de que era enana. Así pues se dio media vuelta. Más adelante le vino a buscar la duda de si con quien se encontraba chateando era un travesti, una chica como decía o cualquier cosa menos la chica que parecía ser, por lo que se juró no entablar amiga alguna a través de la red de redes. Cupido no le convencía por eso de poder confundir lo que él siente con lo que le trasmitía el dios del amor, que pueden ser cosas muy diferentes. De aquí sus dudas hacia su amorcillo.
Como era media mañana, el sol reinaba en el cielo y había algunas nubes que por su trasparencia no anunciaban lluvia, por lo que el día era de buen tiempo.
Una vez salió de su estudio, cogió el ascensor y tras pasar por la portería, empezó a bajar una cuesta, la cual le facilitaba el andar más deprisa de lo normal.
Pasadas unas calles, se dirigió a un parque para ver cómo la gente se pasea con sus hijos, en pareja e incluso extranjeros. Se acercó a un chiringuito de esos que hay en estos sitios y pidió una cerveza para entonarse. Se sentó en uno de los bancos y tranquilamente se puso a contemplar.
Una vez relajado, se giró y vio que a su lado estaba sentada una chica rubia, de ojos azules —de un color entre gris y azules— y le vino a su mente el preguntarla algo para así entablar conversación, aunque para sus adentros se decía que como era tan guapa era imposible que le hiciera caso a un artista mediocre y a punto de empezar como él, lo que le desanimaba. Por otro lado, el hecho que enamorarse de ella y cómo mantenerla si sólo tenía lo justo para mantenerse él. Aunque la miraba de reojo como aquello que a un ser se le hace inalcanzable por lo dotado de belleza que está y que no va ser él precisamente el que se la lleve es como ahora se encontraba, lo cual le hacía sentirse más con la ilusión de «algún tendré una mujer igual, pero aún no reúno las condiciones para hacerla feliz».
Al rato se levanta, la mira y sigue andando hasta salir del parque, cuando de pronto un perro pequeño se le acerca. Entonces él se agacha y le comienza a acariciar diciendo:
—¿A qué hueles? A un perrito que tiene un amigo mío que tiene uno, pero que tú serías su muestra por lo pequeño que eres —al tiempo que le acaricia por el lomo y le mira a la trufa, patas, etcétera.
—Se llama «Ting» por lo pequeño que es —le dice una chica muy bien arreglada y de unos veintitrés años de edad.
—¿Es macho o hembra? —interrogante y mirándole de reojo.
—Una chica, porque son más cariñosas que los machos, además de que no van marcando el terreno de un lugar a otro como lo hacen los machos —mirando cómo le hace mimos.
—Es muy cariñosa, además de juguetona. ¿A ti qué te pasa, que eres de las que te gustan las fierecitas para convivir con ellas? —en tono irónico.
—También las personas, aunque las fierecitas me tiran mucho. Son la mayoría de las veces mejor que la gente —en tono justificante.
—¿Vamos a comprar algo para beber y seguimos hablando o tienes que irte algún sitio? —en tono interrogante.
—No tengo prisa, puedo estar hasta la hora que sea. Además, vivo sola y no tengo ningún pelmazo que me incordie. Sois horribles los hombres cuando insistís en vernos a menudo, de veras. Eso hace que estemos siempre a la defensiva, porque ninguna quiere cargar con uno que no te deje hacer tu vida en paz —en tono dramático.
Se le dio unas últimas caricias a la perrita de raza Yorkshire y se levantó. Como era el comienzo de la primavera, el calor empezaba apretar, así que no pudo evitar el mirar de reojo al ombligo de la chica que le llevaba al descubierto.
Ella toma en brazos a su perrita y se dirigen a un kiosco de esos que hay con terraza y donde la gente va para hacer un alto en su camino y de paso se toman algo que les refresque, al tiempo que intimidan más hablando sobre de sus más o sus menos en su quehacer diario.
Una vez llegan, él la pregunta:
—¿Qué quieres tomar? —interrogante.
—Lo mismo que tú —sonriente.
Sale un señor fuerte con una camisa azul celeste al mostrador y empieza a limpiar la encimera donde saca los pedidos. Al rato les mira de reojo diciendo:
—¿Van a tomar algo aquí o quieren que se lo lleve a una mesa? —mirándoles de reojo a los ojos.
—Nos lo vamos a llevar. Queremos dos cervezas, en botellín o en lata, nos da igual —mientras ve cómo termina de dar los últimos toques para dejar limpio el mostrador.
Seguidamente la mira a ella diciendo:
—¿Te parece bien? —en espera de una respuesta positiva mientras la mira a los ojos.
—Me apetece mucho —mirándole a los ojos.
Al rato apareció el camarero con las dos latas de cerveza y, una vez pagó, le dio una a ella y cogió otra él, preguntándole cómo se llamaba, a lo que le respondió:
—Mi nombre es Jessica Clarke, y soy de Puerto Rico, pero también querrás saber qué hago aquí. Pues estoy en unos cursos de francés, para así perfeccionarme. Y ahora tú dime cómo te llamas —mirándole a los ojos en espera de respuesta e intrigada.
La miró, la sonrío, y respondió:
—Soy un principiante de las artes plásticas, de origen escocés, pero mis padres se tuvieron que venir a vivir a París, por lo que nací aquí. Me llamo Jack Hunter —mirándola satisfecho de presentarse.
—¡Un artista! No lo hubiera pensado nunca de ti, porque tienes más aspecto de hacer una vida que no tenga que esforzarte en ella… Menuda sorpresa me has dado. Te diré que he conocido a muchos artistas porque mi padre es el productor Thomas Collins, por eso mi infancia ha estado rodeada de actores por un lado u otro, cantantes, pintores…, una pesadilla, porque no paran de hablar, se drogan y además siempre ven la vida maravillosa. El arte para el artista es vivir en las nubes de verdad y tú, Jack, no tienes aspecto de estar ahí creyendo que la vida es una tontería que hay que vivir. De veras, yo sé cómo son las caras y los gestos de la auténtica persona que se dedica al arte, de verdad, y no es la tuya —sancionándole muy segura que lo que le decía.
La miraba mientras la escuchaba y en parte se sentía ofendido por lo que le estaba dando a entender, pues estaba claro que le estaba poniendo las cartas sobre la mesa: que él de artista no tenía nada de nada. Lo cual le hería en su amor propio, pues le estaba robando parte de su carácter y usurpando su personalidad. Por lo que, llevado por la rabia de un arrebato, se bebió su lata de cerveza, la cual al terminar la despachurró, haciéndola un montón de chatarra y con la única finalidad de tirarla a la basura.
Al verlo, ella se sintió molesta, por lo que le dijo:
—¿No te habré molestado dándote mi opinión? A lo mejor cuando te conozca más descubro que eres otro tipo de artista que no se expresa como los que he conocido en mi familia —justificándose.
—No es que me haya molestado, pero para nada me esperaba la respuesta que me acabas de dar. Es que ni siquiera había pensado en mi vida que por su apariencia se pudiera justificar a una persona y decirla si se dedica al arte, como si por el cómo va vestido se le pudiera a cualquier tipo de gente describir la relación con el arte que tiene, es que lo me cuesta es el creérmelo —sancionando.
—Para nada te obligo a creerlo, por mí como si quieres pensar que soy una mentirosa, pero te juro que lo que te he dicho es verdad. Además, ¿para qué iba a querer yo engañarte? —en tono serio mientras le mira a los ojos.
—No lo sé, pero como toda la gente lo hace, es lo que me hace pensar que sea lo más lógico. ¿O es que acaso no podría suceder que me estuviese contando una de tantas mentiras que contáis las chicas para seducir a los chicos? —mirándola a los ojos y en espera de una respuesta.
Jessica, sin saber cómo convencerle, acariciaba a su perrita, en parte para disimular lo molesta que se sentía. De pronto se giró, le miró y le dijo:
—Mi padre se casó con mi madre por un pacto que hizo con Cupido para luego tenerme a mí como hija, así que de una forma que no me explicó nunca entendí cómo se puso de acuerdo para que mi madre se enamorase de él y luego me concibiese a mí —con un tono de enojo y de desafío, al tiempo de justificarle que era cierto lo que le había dicho.
Jack se quedó mudo, lívido, así que después de un rato dijo:
—¿Has dicho Cupido? —interrogante e intrigado por la respuesta.
Por lo que empezó a darle vueltas en su cabeza a su dibujo y el cómo podía ser que ahora se topase con otro que, para más, había tenido el padre de esta chica para enamorarse, es que de pronto se enteraba de que ahora resulta que los hay por todas partes… Por lo que se dijo de si para dentro: «¿Qué está pasando?».
—¿Qué te pasa, que no sabes quién es Cupido? —le preguntó interrogante.
Se pasó la mano por la cabeza, la miró respondiendo:
—Claro que lo sé, el dios del amor de Roma, hijo de Venus. Pero lo que me ha sorprendido es tu historia en relación a cómo se conocieron tus padres, me entiendes… —mirándola a los ojos e intentando adivinar si le comprendía.
La chica le miró de reojo y preguntó:
—¿Le has sentido alguna vez en tu vida? —interrogante y en espera de respuesta.
—¿Por qué le iba a sentir? ¿Acaso conoces a mucha gente que lo perciba, además de tu padre? —intrigado por la respuesta que le pudiera dar.
—No, pero con esos ojos parece como si tú poseyeras al mismo amorcillo, de veras… —mirándole a los ojos de una forma contemplativa.
—Eso es que me quieres conquistar —riéndose.
—Yo no necesito seducirte para nada, en todo caso tú a mí. No faltaba más que tuviese que hacerte la corte a ti… —en tono serio.
—Pero en esta época para nada es extraño el que una mujer se ligue a un chico, no es para escandalizarte —en respuesta a su reacción.
—No me refiero a eso, sino al tono en que me lo has dicho —mientras agacha su mirada mirando a la perrita que tiene ella en sus brazos y la acaricia.
—¿Sabes?, me estás empezando a caer simpático y eso es raro que me suceda. Me gustas. Sí, me gusta cómo eres… —contemplándole y mirándole a los ojos.
—Bueno, ahora me toca opinar a mí, ¿o no es así? —mirándola de reojo a los ojos.
—Ahora me dirás que no te perezco simpática, o que no soy el tipo de mujer que te gusta a ti, o algo por estilo. Eso de que una mujer os escoja es una humillación para un hombre. Lo que sois es unos acomplejados, que no es lo mismo, vale —al tiempo que acariciaba a su «Ting» y le miraba de reojo a los ojos.
—Yo aún no he dicho nada. No te adelantes, porque no sabes cuál es mi modo de pensar, ¿entiendes? —mirándola a los ojos.
—Te caigo bien… ¿Me quieres decir que también te gusto? —intrigada por la respuesta.
—Así es. Me pareces fantástica, de esas piezas femeninas que no se encuentran y que son de coleccionista —mientras la contempla y mira abstraídamente a los ojos.
—Lo de colección me gusta, pues no creo que haya muchas como yo —insinuándose.
—Sí, eres especial, diferente, además de la forma en que has llegado al mundo, si es cierto —afirmativamente.
—Después de todo deberé dar las gracias a «Ting» por haberte conocido, pues si no te pones a acariciarla ni nos hubiéramos saludado. Ha sido esta perrita, que es mágica —al tiempo que aprieta su Yorkshire sobre su corazón y le hace unos mimos.
—Sé de esa historia de que la gente que tiene un perro liga más, pues sí, en tu caso sí ha sido así y me alegra —contemplándola con su «Ting» en los brazos.
—¿Nos sentamos en una mesa de aquella terraza? —interrogante mirándole a los ojos.
—De acuerdo, me parece bien, a mí también me apetece sentarme —sentenciando.
Se encaminan hacia el lugar que se llama Bello Jardín, por lo que una vez llegan deciden sentarse en una de las mesas libres que ven. Al rato el camarero, que les vislumbra, se les acerca y les pregunta qué es lo que van a tomar, a lo que le responden que dos cervezas, unas patatas fritas y unos pinchos de tortilla. Una vez lo anota en su bloc, se da la vuelta y regresa al kiosco, donde tiene lo que le han pedido para así traérselo.
Mientras esperan y disfrutan del sol que ahora se extiende por esa zona por ser el del mediodía, ella se sienta en la silla que está frente al sol y desabrocha un poco la blusa para así tomarlo un poco, lo que a Jack le seduce más y la hace verla más atractiva.
Es ahora cuando se le pasa a Jack por su mente el pensamiento: «No será esto cosa de mi Cupido». Por lo que se queda abstraído dándole vueltas al tema mientras mira a Jessica, lo guapa y bella que se le muestra ante sus ojos. Se dice de sí para dentro: «¡Dios santo!, ¿qué es esto, un sueño o una realidad ante tanta belleza como me muestras?», admirado de cómo se le representa la chica.
Regresó el camarero y puso las bebidas, además de lo de comer sobre la mesa. Así que una vez vació la bandeja que portaba, se giró y regresó al kiosco.
Por lo que reanudaron la conversación bajo un sol que se reflejaba en todo.
—¿No serás tú fruto de Cupido? —le dice él intrigado por la respuesta.
—Claro que lo soy, si ya te explicado cómo mi padre pactó con él —sentenciando.
—¿Qué tienes de diferente que no sea normal? —mirándola a los ojos
—Si te fijas bien en todo, no soy como las demás chicas que no han tenido la influencia de Cupido, y es por eso que me ha gustado lo de coleccionista que me has dicho —justificando.
El deseo de poseerla comenzó a revoletear en la mente de Jack, por lo que empezó a sentirse nervioso al no saber cómo hacerse de semejante chica sin espantarla, pues era consciente de que no era un momento para darla un beso.
—No diferencio más que una cosa en ti, que estás poseída de un belleza sin igual digna de Venus y de un exagerado atractivo digno de Eros —sentenciando.
—Te atraigo, me deseas, me quieres y si te dejara me harías tuya, ya entiendo —mientras se bebe un trago y le mira a los ojos.
—Llámalo así —justificando.
—El único inconveniente es que eres un artista, lo que quiere decir que necesitas de las influencias para darte a conocer y yo no estoy con ganas de estar como un diplomático haciendo gestiones ni para mí; quiero estar viviendo una vida tranquila sola con mi «Ting», que no creo que sea cometer ningún delito —muy segura de lo que dice.
—¿Me vas a decir que todo lo que sentimos entre nosotros lo va estropear el vil metal? —interrogante y asombrado.
—Ese es el problema de todo artista y, para más, como lo necesita tiene deudas, así que siempre está sin él. Además de que en cuanto lo gana necesita gastarlo de estar tanto tiempo escaso. La gente de carrera es otra cosa, porque tiene unos ingresos menores, pero estables y no sufre de los desequilibrios económicos de los artistas porque viven en un mundo normal, no como el del arte, que es de locos —abstraída por lo que le dicta el pensamiento y mirándole a los ojos.
—¿Entonces serías capaz de tener una relación conmigo por el tema de las influencias y el dinero? —en espera de una respuesta que le aclare lo que le está diciendo, si habla en serio o no.
—Claro, todas las chicas lo tenemos en cuenta cuando conocemos a un hombre, por eso lo primero que miramos es su dinero para convivir cómodamente con él —justificando.
—Ahora comprendo por qué no te gusta el que sea artista —sancionando.
Suena la alarma del iPhone de Jack, el cual le toma, le mira y la dice:
—Hay que irse, es mi hora de clase y no puedo faltar, así que vamos a pagar y si quieres me dejas tú teléfono y yo te doy el mío para así seguir en contacto —mientras comienza a ponerse en pie para ir a pagar.
—Vale, ahora te le doy y así otro día nos vemos. Además, yo vengo todas las mañana por este parque porque mi apartamento está muy cerca —sancionando.