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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Phyllis Halldorson

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Solo suya, n.º 1768 - marzo 2016

Título original: A Man Worth Marrying

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8026-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

EVE COSTOPOULOS regresó pensativa a su aula de la Escuela Elemental Homestead, después de cerciorarse de que cada uno de los niños de los que era tutora hubiera sido recogido por un padre o un adulto al terminar la clase.

Al acercarse a la sala, vio que un hombre salía del interior. Un hombre que, por lo que ella sabía, no tenía nada que hacer allí. Había tanto vandalismo en esa escuela, que el personal había sido alertado para cuestionar a cualquier desconocido que viera en las instalaciones.

Al aproximarse, el hombre miraba en la otra dirección del pasillo.

–Disculpe –esperó sonar con carácter–. ¿Puedo ayudarlo en algo?

Él se volvió con rapidez. Incluso con la expresión sobresaltada que mostró, resultaba insólitamente atractivo. Alto, pero esbelto, con pelo castaño oscuro y ojos azules. Parecía muy familiar, aunque no pudo recordar dónde lo había visto.

Se recuperó en un segundo y la estudió con detenimiento; debió de gustarle lo que veía, ya que en esos ojos grandes hubo admiración.

–Tal vez sí. Busco a la señorita Evangeline Costopoulos. Tengo entendido que enseña aquí.

Fue el turno de Eve de desconcertarse. ¡La buscaba a ella! ¿Por qué? Enseñaba a niños desfavorecidos en esa escuela, situada en Rapid City, Dakota del Sur, y no era probable que él fuera el padre de uno de sus estudiantes. Iba demasiado bien vestido. Llevaba puesto un traje hecho a medida, de fina lana. Ninguno de los hombres de esa zona compraba trajes de mil dólares.

–Yo soy Evangeline Costopoulos –indicó–. ¿Y usted es...?

–Grayson Flint –respondió con una amplia sonrisa–. Llamé antes. Recibió mi mensaje, ¿verdad?

–¿Mensaje? –parpadeó–. ¿Qué mensaje? –el nombre le era familiar, pero seguía sin situarlo.

–Llamé esta mañana y le pregunté a la secretaria si podía verla al finalizar las horas lectivas. Me dio una cita a las tres. ¿No se lo contó?

–Lo siento –Eve suspiró–, pero tenemos tan poco personal que a veces cosas tan sencillas como los mensajes se pierden en el camino. No recibí el suyo... pero ahora estoy libre. Si quiere acompañarme a mi clase, allí no nos molestarán –lo condujo al aula y colocó una vieja silla de madera delante de su mesa para él–. Lamento la incomodidad de los asientos, pero no hay presupuesto para mobiliario nuevo –se sentó detrás de la mesa en una silla igual de incómoda–. Y ahora, señor Flint, ¿en qué puedo...? –su cerebro al fin relacionó el nombre con el hombre y calló, nerviosa–. ¡Usted es Grayson Flint, el hombre del tiempo de la televisión! –pareció más como una acusación y se ruborizó–. Lo... lo siento. Ha sonado grosero, y desde luego no era esa mi intención. Es que su cara y su nombre me eran familiares, pero no pude reconocerlo hasta ahora.

Él rio entre dientes, y Eve tuvo que reconocer que en persona era aún más atractivo que por televisión.

–No se disculpe... me sucede a menudo –aseguró–. El hombre del tiempo no es la estrella. Apenas dispongo de unos minutos durante cada parte, y los espectadores están más interesados en el pronóstico que en el meteorólogo que lo transmite.

No solo era atractivo, sino también modesto. Una combinación rara.

–Es usted muy amable –dijo ella–, pero estoy segura de que la mayoría de la gente no tiene ningún problema en recordarlo. ¿Tiene algún interés especial en uno de mis estudiantes?

–Oh, no, nada por el estilo. Creo que a veces usted hace de tutora de estudiantes con discapacidades para aprender.

–Bueno, sí –la desconcertó–, aunque los niños a los que enseño de forma particular no sufren tanto de discapacidades como de malos entornos para el aprendizaje. Casi todos vienen de hogares pobres y carecen de alimentación adecuada, de cuidados médicos o de supervisión.

–No sabía... –se mostró pensativo.

–No solo eso –continuó ella–, sino que los padres de aquellos que «sí» trabajan, regresan a una casa vacía después de la escuela. Los chicos no están motivados para llegar al colegio a tiempo o para estudiar –calló y respiró hondo–. Lo siento, no era mi intención soltarle un discurso. Lo que pasa es que es mi primer año de enseñanza y supongo que recibo una dosis de mundo real. A veces puede ser muy difícil de asimilar.

–Eso es porque es una persona dedicada y buena –afirmó él–. Y créame, hay más personas como usted que las que imagina, pero hablaremos de eso en otra ocasión. Ahora mismo he de saber si está familiarizada con la dislexia.

–¿La dislexia? –abrió mucho los ojos–. Sé que es un desorden de lectura asociado con la reducción de la capacidad para interpretar las relaciones espaciales...

Flint hizo una mueca y alzó la mano.

–Tranquila. No me refería a la interpretación de libro de texto. Ya me han aportado toda la información técnica. Lo que quiero es una traducción a lenguaje profano. ¿Qué sucede en una persona que la sufre?

Eve se preguntó por qué se había presentado a ella con esa petición, por qué no buscaba a un especialista. Llegó a la conclusión de que no podía hacerle daño a nadie que le contara lo que sabía.

–Según lo entiendo yo, las personas que sufren de dislexia no pueden entender el significado o la secuencia de las letras, palabras o símbolos, o la idea de dirección. A menudo confunden letras o palabras, y pueden leer o escribir palabras o frases en orden equivocado, como «rata» por «tara». Eso provoca que tengan problemas para leer y escribir.

–¿Tiene alguna información nueva acerca de qué lo causa? –preguntó él con ansiedad.

–Nadie lo sabe –negó con la cabeza–. A veces existen antecedentes familiares, otras se debe a un daño cerebral. Pero por lo general, la causa es oscura. Sabemos que lo padecen más chicos que chicas, que los niños disléxicos por lo habitual poseen una inteligencia por encima de la media y que no difieren de los estudiantes normales en su capacidad de oír, ver y hablar. Aparte de eso, en realidad no hay nada más que pueda decirle, además de recomendarle que vea a un especialista...

–Ya lo he hecho, y he de confesar que no he sido del todo sincero con usted. O, más bien, no le he contado todo lo que probablemente tenga derecho a saber.

Ella frunció el ceño.

–Verá –continuó él–, tengo una hija a la que recientemente se ha diagnosticado como disléxica.

Una hija. Era una de las posibilidades que no se le había ocurrido a Eve. Los espectadores por lo general no tendían a considerar a las personalidades televisivas como gente de familia.

–Oh, lo siento –dijo–. ¿Cuántos años tiene?

Flint cerró los ojos un momento antes de responder.

–Ocho y está en tercer curso. Hasta ahora sus maestros han sido reacios a hacerla repetir, dando por hecho que le costaba empezar. Pero una vez que se ha diagnosticado correctamente su situación, está trabajando con una terapeuta y le va muy bien en su capacidad para leer, aunque va tan retrasada con respecto a sus compañeros de clase que necesita una profesora particular. Busco una tutora que la ayude a recuperar los estudios perdidos. Hablé con el superintendente de educación del distrito y la recomendó a usted.

–¿A mí? –inquirió sorprendida–. Yo no me dedico a estudiantes privados. Simplemente ofrezco un poco de ayuda a los que están en mi clase y que muestran potencial y disposición para trabajar con ahínco con el fin de aprender. Lo que hago es un trabajo estrictamente voluntario. No le cobro a los padres ni al distrito escolar, aunque insisto en que los niños asistan a todas las clases, presten atención y hagan los deberes fáciles que les asigno.

–Es exactamente lo que le pido que haga por Tinker –se adelantó en la silla–, salvo que con ella preferiría que trabajara de forma individual... y, desde luego, le pagaré. Erik Johnson afirma que está obteniendo resultados asombrosos con su pequeño grupo de estudiantes, y la palabra de Erik me basta.

–Es muy amable –agradeció con sinceridad–. Imagino que conoce a nuestro superintendente de distrito.

–Oh, sí –sonrió–. Los que trabajamos en los medios tendemos a tener relación con todos los líderes de la comunidad. Es algo de mutua ventaja. Nosotros les ofrecemos publicidad por sus proyectos preferidos y ellos nos ofrecen información confidencial. Venga, ¿qué dice? ¿Ayudará a mi pequeña?

Puesto de esa manera, era difícil negarse. Pero no tenía tiempo para nada más. Además, con su dinero y contactos, no le costaría encontrar otra tutora para su hija.

–Lo siento, señor Flint...

–Por favor, llámame Gray –interrumpió–. Grayson es demasiado formal y señor Flint es mi padre.

Esbozó una sonrisa cautivadora, y aunque ella sabía que la estaba manipulando, no pudo evitar sentirse halagada.

–De acuerdo, Gray, y yo soy Eve. Pero a pesar de lo mucho que me gustaría trabajar con tu hija, no puedo aceptar nada más en este momento. Estoy convencida de que hay otros maestros en la zona que estarían dispuestos...

–No quiero a cualquiera, Eve –interrumpió otra vez–, quiero a la mejor. Por eso le pedí a Erik que me recomendara a alguien y afirmó que no hay nadie mejor que tú en esta zona.

–Me siento halagada, de verdad, pero...

–También me dijo que te ocupaste de uno de sus hijos con dislexia y que ahora no para de sacar sobresalientes en el instituto.

–Es verdad –suspiró–, pero eso fue cuando yo aún estaba en la universidad, y gran parte se debió a la suerte.

–No según Erik. Las alabanzas que realiza de tu capacidad son ilimitadas. Me ha contado que incluso has hablado de la posibilidad de regresar a la universidad a especializarte en pedagogía especial.

Deseó que el señor Johnson no fuera tan elocuente en las alabanzas que le hacía.

–Sí, me gustaría especializarme en pedagogía especial, pero ahora mismo no le puedo hacer justicia a los jóvenes de los que ya soy responsable si acepto más casos. Mi clase regular está tan atestada que me es imposible ofrecerle a mis estudiantes el tiempo que necesitan, por lo que elijo a aquellos que considero que aprenderán con un poco de ayuda adicional. De lunes a jueves les enseño durante media hora al terminar las clases. Eso no me deja mucho tiempo para nada más.

Martilleó con el bolígrafo sobre la mesa.

–No pretendo inmiscuirme en tu vida, Gray, pero no tengo duda de que puedes permitirte pagar a una tutora para tu hija. Los padres de mis estudiantes no pueden. Si no les ofrezco tiempo y ayuda adicionales, es improbable que se pongan al día y lleguen a ser ciudadanos productivos... a pesar de que tienen el potencial.

–Claro que puedo pagarla –frunció el ceño–, y estoy dispuesto a pagarte lo que tú consideres que es justo. No me preocupan los gastos, sino la calidad de la ayuda que va a recibir. Se esfuerza tanto, pero le resulta difícil aprender y empieza a afectar su autoestima.

A Eve se le derritió el corazón... la hija de Gray podía llegar a quedar emocionalmente dañada para siempre si no recibía ayuda especializada pronto.

–No tengo derecho a poner los problemas de mi hija sobre tus hombros. Lo que pasa es que me preocupa mucho. Su madre y yo hemos encarado este daño desde el principio. Salvo por el hecho de que costaba entenderla al hablar, Tinker siempre fue brillante y alegre antes de empezar a ir al colegio. Pero todo eso cambió en cuanto comenzó el primer curso. Comprendimos que todas las bromas que habíamos considerado deliberadas, en realidad eran resultado de la torpeza, y que no parecía poder reconocer su mano derecha de la izquierda. Sus notas comenzaron a empeorar y pensamos que simplemente no prestaba atención. Intentamos ayudarla, pero se distraía con tanta facilidad y se sentía tan frustrada...

–Son signos clásicos de la dislexia –interrumpió Eve–, pero también podrían indicar otros problemas. Créeme, no estás solo en esto. De hecho, habéis sido afortunados en descubrirlo tan pronto. Algunos niños disléxicos no son diagnosticados hasta que van al instituto.

–Ahora sabemos eso –asintió–, pero en su momento la reprendíamos, incluso la castigamos...

Se le quebró la voz. A Eve le costó quedarse en su sitio y no acercarse para consolarlo.

Carraspeó.

–Es una reacción natural. Después de todo, no podía saber que no se trataba de indolencia por su parte. Por favor, no te culpes. Estas cosas suceden y no es culpa de nadie. A propósito, no sé si oí correctamente el nombre de tu hija. Sonó como si la llamaras Tinker.

–No oíste mal. Su madre es un espíritu libre y quería bautizarla Tinkerbell, como el personaje del libro de Peter Pan, pero yo no lo permití. ¿Quién ha oído hablar de una Tinkerbell como presidenta de una multinacional o de los Estados Unidos? En realidad, lo único que deseo para ella es que sea feliz, y haberle dado un nombre semejante solo facilitaría que la ridiculizaran. Insistí en que la bautizáramos Sarah, pero a su madre no le gustó y comenzó a llamarla Tinker. Arraigó.

–¿Y qué nombre prefiere tu hija? –inquirió.

–Oh, ya todo el mundo la llama Tinker. Incluso yo –reconoció–. Apenas recuerda que tiene otro nombre. Dejé de llamarla Sarah cuando era más pequeña... comprendí que la confundía –la observó–. Mientras estamos con el tema de los nombres, por casualidad, ¿tienes alguna relación con Alexander Costopoulos, el constructor?

–Es mi padre. ¿Lo conoces?

–Claro. Añadió un par de platós a la emisora de televisión el año pasado. ¿Cómo está? Tengo entendido que se cayó y se rompió algunos huesos.

–Sí, un par en la pierna derecha –confirmó–. El médico nos asegura que están soldando muy bien, pero mi padre odia no poder moverse sin la ayuda de unas muletas.

–Apuesto que sí –convino Gray–. Salúdalo de mi parte.

–Lo haré. Y ahora volvamos al tema de tu hija. Lo siento de verdad, pero ya estoy agobiada...

–¿Por qué no la conoces antes de tomar una decisión? –intervino–. Me parece justo. Entonces, si consideras que no puedes trabajar con ella, lo aceptaré e intentaré encontrar a alguna otra persona.

Eve suspiró.

–Ni pienses que no sé lo que intentas, Gray Flint. Juegas con mi debilidad por los niños. Crees que si veo a una niña dulce e inteligente, lo reconsideraré.

Él la miró a los ojos.

–No te equivocas. ¿Puedes asegurarme que no harías lo mismo si la situación fuera a la inversa?

Reflexionó. Gray era un padre desesperado por hallar ayuda para su hija, y por eso lo admiró.

–No, no puedo –respondió con sinceridad–, pero no es el caso, y si me agoto, no voy a ser de utilidad para ninguno de mis estudiantes.

–De acuerdo, lo entiendo –admitió–. Desde luego, no quiero poner en peligro tu salud. Pero solo queda una semana de colegio. Si pudieras incorporar a Tinker a tu ajetreada agenda ahora, te contrataré para trabajar con ella un par de horas todos los días durante el verano.

Se preguntó si se daba cuenta de lo insensible que había parecido, aunque estaba segura de que esa no había sido su intención. Se incorporó y se acercó a él.

–Y si lo hiciera, ¿quién enseñaría aquí a los estudiantes?

Él parpadeó.

–Bueno, yo... tiene que haber profesores necesitados de trabajo.

–Los hay, pero ninguno quiere trabajar aquí. ¿Querrías tú? –lo miró–. ¿A qué escuela va Tinker?

–A una privada –pareció desconcertado–, pero...

–¿El tejado de esa escuela tiene goteras? –interrumpió.

–No...

–¿La pintura se cae de las paredes, por dentro y por fuera?

–No, pero...

–¿La caldera necesita constantes reparaciones?

–No –repuso crispado–. Maldita sea, Eve...

–Claro que no tiene esos problemas –señaló ella–, porque sus padres y alumnos ricos pueden permitirse mantenerla en excelentes condiciones. Además, siempre que fuera necesario disponer de los mejores profesores y maestros, pueden subir las mensualidades.

Gray al fin encontró un resquicio en la conversación.

–Por lo que he oído, eres una buena maestra. ¿Por qué no trabajas en una escuela como la de Tinker?

–Tienes razón, soy una buena maestra. De hecho, excelente. Estudié con ahínco en la universidad y aprendí bien mis lecciones, aparte de que me importan mis estudiantes. Quiero verlos aprender, pero también quiero ver destacar a aquellos que son capaces. Con todo lo que tienen en su contra, jamás sucederá si no consiguen instructores dedicados a enseñarlos.

–No puede ser que seas la única instructora dedicada de la zona –provocó Gray.

–No –reconoció, negándose a aceptar la broma–. Pero a mí me resulta más sencillo ser noble. No tengo hijos ni un marido que necesite que le dedique tiempo.

–¿No estás casada, entonces? –le miró la mano izquierda.

–No –negó con la cabeza–, pero eso no significa que no necesite tiempo para mí al terminar el trabajo. Si se lo permites, algunos de estos niños te partirían el corazón.

–Y tú lo haces –musitó mientras la observaba con expresión gentil.

Para consternación de Eve, el tono de él la llenó de calidez. Luchó contra el impulso de acercarse.

«Cuidado. Este hombre se encuentra fuera de tu alcance. ¡Y lo que es más importante, está casado!»

Retrocedió y le dio la espalda.

–Lo siento, pero he de volver a casa. Tengo exámenes que evaluar y una reunión de la junta escolar a la que asistir esta noche. Si no conseguimos que cambien el tejado este verano, el próximo otoño estaremos de agua hasta los tobillos. Al ritmo que llegan los donativos, tardaremos años en vez de un mes en recaudar toda la reparación.

Gray la observó pensativo.

–Se me ocurre una idea. Haré un donativo importante para el fondo del tejado del colegio, aparte de pagarte el sueldo, si aceptas ser la tutora de Tinker.

Se quedó boquiabierta, incapaz de creer lo que había oído.

–¿Intentas sobornarme? –preguntó.

–Desde luego –reconoció con un brillo peculiar en los ojos.

Eve rio. No pudo resistir sus maneras... ni su oferta.

–De acuerdo –aceptó a regañadientes–. Me lo pensaré. Pero creo que debería conocerla primero para establecer un vínculo de confianza antes de iniciar la enseñanza. ¿Cuándo quieres que tenga lugar el encuentro?

Él miró el reloj.

–¿Qué te parece mañana a esta hora? Puedo traerla aquí, pero preferiría que vinieras a mi casa. Como es allí donde le vas a enseñar, es mejor que también te familiarices con ella.

–Mañana a esta hora en tu casa será perfecto –aceptó con un tono de viva eficiencia–, si me dejas la dirección y el teléfono. Oh, doy por hecho que también estará presente tu esposa, ¿verdad?

La miró unos momentos sin comprender, pero se recobró con rapidez.

–No tengo esposa –indicó–. La madre de Tinker y yo estamos divorciados.