Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Karen Rose Smith
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un corazón protegido, n.º 1841 - mayo 2016
Título original: The Most Eligible Doctor
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8219-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Precisamente tenía que llegar tarde ese día.
Brianne Barrington abrió la puerta de cristal del centro de salud Beechwood sin aliento, nerviosa y al borde del pánico. Se apartó los rizos castaños de sus mejillas congeladas por el intenso frío de Wisconsin, mientras se preguntaba si el doctor Jed Sawyer la despediría por su falta de puntualidad. Era el primer día del doctor… y quizá el último para ella. Tan solo llevaba seis meses en Beechwood y además era su primer trabajo desde su graduación en la escuela de enfermería.
Entró en el edificio. La sala de espera, decorada con tonos apacibles de azul y verde, ya estaba llena de gente cuando Brianne atravesó una de las puertas que llevaban a las consultas.
–¿Qué te ha pasado? –le preguntó Lily Garrison.
–Me equivoqué al poner el despertador.
Lily y su hija de cinco años, Megan, las compañeras de casa de Brianne, normalmente se levantaban a la misma hora que ella, pero, esa mañana, Lily tenía una entrevista con la profesora de Megan.
–El doctor Sawyer no está muy contento –le advirtió Lily–. Me he encargado de sus pacientes y también de los del doctor Olsen.
–Bueno, ya estoy aquí. Me voy a poner la bata –dijo Brianne sintiendo cómo el pánico le estremecía todo su cuerpo.
De repente, la puerta de la consulta número cuatro se abrió y apareció un médico alto, de pelo negro y con unos ojos verdes fulminantes. Brianne oyó a un niño llorar dentro.
–¿Es usted mi enfermera?
–Soy Brianne Barrington –dijo ella sintiendo una extraña emoción que no llegaba a entender–. Siento haber llegado tarde. Normalmente soy una persona muy puntual, pero…
–Las excusas no me valen de mucho, señorita Barrington. Ya que ha llegado, haga su trabajo. Hay una niña de dos años en la consulta que no deja que me acerque a ella. ¿Puede usted hacer algo?
–Lo puedo intentar, doctor Sawyer –dijo Brianne con educación mirando directamente a sus ojos verdes.
Los segundos le parecieron siglos al sentir que en el espacio que había entre ellos parecía surgir algo… algo inquietante que le hacía ser más consciente de sus anchos hombros, de su mandíbula angulosa y de su innegable masculinidad. Parecía ser el tipo de hombre de opiniones sólidas e inquebrantables.
Brianne entró en la consulta, miró el nombre de la niña en la ficha y se dirigió a ella con una sonrisa.
–Hola, Cindy –dijo mientras se aproximaba a ella.
Cuando el doctor Sawyer volvió a entrar en la habitación, Cindy lo miró y se puso a llorar de nuevo.
–Lo siento muchísimo –exclamó la madre–. La última vez que estuvimos aquí, el doctor Olsen le puso una inyección y supongo que, como también lleva una bata blanca, usted le recuerda a él.
Cindy lanzó un grito ensordecedor y Brianne sabía que tenía que hacer algo rápidamente. Decidió pintarse unas caras en los dedos para entretener a Cindy.
–Somos los ayudantes especiales del doctor –dijo moviendo los dedos como si fueran marionetas– y hoy queremos hacerte reír –Cindy dejó de llorar. Entonces el doctor Sawyer se quitó la bata blanca dejando ver una camisa blanca y una corbata gris. Pero había algo en él, quizá las duras líneas de su cara, su pelo largo y sus musculosos hombros, que daba la impresión de que se sentiría más cómodo con una ropa más informal–. Mira, este es el doctor Jed. Te va a mirar los ojos, lo oídos y la garganta. Solo eso. Te lo prometo.
Cuando Jed Sawyer se acercó a Cindy, ella lo miró con temor, pero esa vez no lloró. Brianne distrajo a la pequeña y el doctor pudo realizar un examen completo.
–Tiene una infección de oídos –le dijo el doctor a la madre–. Tu mamá te va a dar una medicina –dijo dirigiéndose a Cindy–. Es rosa y tiene un sabor dulce. Si te la tomas, ya no te dolerán más los oídos y te sentirás mucho mejor.
–¿Ya está? –preguntó Cindy.
–Ya está –dijo el doctor sonriendo–. Espero que el antibiótico le haga efecto, pero vuelva dentro de tres días si no ha mejorado –añadió acariciando la cabeza de Cindy.
A Brianne le pareció que en ese momento los ojos del doctor reflejaban una profunda tristeza. Él salió de la habitación sin que ella pudiera confirmar si su impresión era acertada.
Cuando se fueron la niña y su madre, Brianne fue a la sala de espera a buscar al siguiente paciente.
A lo largo de la mañana Brianne tuvo la impresión de que el doctor y ella trabajaban con bastante eficacia, sobre todo teniendo en cuenta que era la primera vez que trabajaban juntos. De todas formas, con frecuencia se sorprendía a sí misma mirándolo fijamente. Todo su cuerpo parecía estremecerse cuando estaba cerca de él y esa reacción la preocupaba. En ese momento no le interesaba involucrarse en una relación intensa. Tenía que ser cauta. Después de enterarse a los catorce años de que era adoptada y de que la abandonaran sus seres queridos, no estaba dispuesta a que alguien volviera a hacerle daño.
Hacia mitad de la tarde se encontró con la recepcionista, Janie Dutton, en el vestíbulo.
–¿Te están haciendo tantas preguntas sobre el doctor Sawyer como a mí? –le preguntó Janie–. Una señora quería saber si estaba casado o no antes de concertar su cita.
–A mí también me preguntan –respondió Brianne–, pero, como no sé nada de él, no contesto.
–¿Qué tipo de respuestas necesitas? –preguntó el doctor sorprendiéndolas al salir de su despacho.
–Está sonando el teléfono –dijo Janie claramente avergonzada–. Me tengo que ir.
–¿Brianne? –dijo el doctor exigiendo una respuesta sincera.
–Doctor Sawyer…
–Llámame Jed.
–Jed –murmuró–, los pacientes nos hacen preguntas sobre ti.
–¿Por ejemplo?
–Si estás casado, dónde trabajaste antes, cuántos años tienes… –dijo Brianne con timidez.
–¿Solo eso? –preguntó divertido.
–Eso para empezar.
–Bueno, está bien, tengo casi cuarenta años y en los últimos tres he estado trabajando en Alaska. Y estoy divorciado –añadió con una expresión más seria–. Si alguien quiere saber más cosas, diles que me lo pregunten a mí directamente. Bien, creo que tenemos un paciente esperando en la consulta número 3.
Aturdida, Brianne se dirigió hacia la puerta al mismo tiempo que él. Se chocaron y él la rodeó con sus brazos para sujetarla. Ella pudo percibir la fuerza de sus brazos y se sintió embriagada por su perfume. Lo miró fijamente y de nuevo el tiempo pareció detenerse. Los brillantes ojos del doctor le causaban una extraña y salvaje sensación en el estómago.
Cuando él la soltó, ella intentó recuperar la compostura intentando negarse a sí misma la atracción que sentía por él e intentando convencerse de que era demasiado mayor, demasiado masculino, demasiado seguro de sí mismo… demasiado todo.
Al final del día Jed le dijo al doctor Olsen que iba a atender a un paciente que había acudido por una urgencia si a Brianne no le importaba quedarse. A ella no le importaba. Además quería demostrar a su nuevo jefe que su falta de puntualidad esa mañana no significaba que no sintiera dedicación por su trabajo.
Alrededor de las seis y media, ya habían terminado y se disponían a salir del centro de salud. Jed llevaba un elegante abrigo y tenía un aspecto distinguido. Brianne volvió a sentir un hormigueo en el estómago.
–Para ser tu primer día, has trabajado muchas horas.
–Cuando trabajaba en Alaska a veces estaba cuarenta y ocho horas seguidas de guardia.
–¿Faltaba personal?
–Solo estábamos una enfermera y yo. Tan solo había noventa habitantes en el pueblo.
–¿Te gustaba tu trabajo allí?
–Ejercer allí era un reto –dijo encontrándose con la mirada de Brianne–. Todo lo que necesitábamos lo tenían que mandar por avión.
Brianne se dio cuenta de que en realidad Jed estaba eludiendo su pregunta y tuvo la sensación de que no quería hablar de nada personal.
–Sí, puedo entender que trabajar en un pueblo remoto se pueda convertir en un reto. Siento haber llegado tarde esta mañana –dijo cambiando de tema–. No tengo una buena excusa, simplemente me equivoqué al poner el despertador. Además, no dormí muy bien y tardé mucho en despertarme. Lily y Megan normalmente hacen ruido y…
–¿Por qué no dormiste bien? –interrumpió él.
–Estaba un poco nerviosa por trabajar con un médico nuevo…
–No veo por qué tenías que ponerte nerviosa. Eres muy buena con los pacientes y muy competente.
–Gracias –dijo Brianne ruborizándose.
–De nada. Siento haber estado de mal humor esta mañana. Tampoco dormí muy bien anoche. Mi padre tiene insomnio y se pone a hacer ruido en la cocina a las dos de la mañana.
–Debería tomar tila –sugirió Brianne.
–Él tiene sus costumbres y no se toma muy bien los consejos, pero yo se lo diré –dijo el doctor sonriente–. Si ya vas a salir, te acompaño al coche.
–No, gracias, no hace falta.
–Me siento responsable de que hayas salido tan tarde. Preferiría asegurarme de que ya estás en el coche de camino a casa.
–Está bien –dijo Brianne saliendo de la oficina. Minutos más tarde, se dirigían a su coche en medio de la noche fría de enero–. Supongo que en Alaska hacía todavía más frío que aquí.
–Deep River, donde yo trabajaba, era un mundo completamente diferente –dijo el doctor mientras caminaba junto a ella–. Hacía un frío increíble, pero era un lugar mágico.
–¿Vas andando a casa? –le preguntó Brianne al ver que su coche era el único que quedaba en el aparcamiento.
–Vivo muy cerca.
–¿Quieres que te lleve?
–Te lo agradezco, pero prefiero andar.
Por lo que ella podía ver, Jed parecía estar en forma y se preguntaba si sería porque haría algo además de caminar. Abrió la puerta del coche y se podía percibir el olor del cuero de los asientos. Jed miró en el interior y después fijó su mirada en ella. Estaban muy cerca, tan cerca que a Brianne le resultaba difícil respirar. Él era bastante más alto y se sentía frágil y vulnerable a su lado. Nunca había sentido su corazón latir tan fuertemente. Ninguno de lo dos dijo nada.
Entonces Jed levantó la cabeza y se alejó de ella.
–Este coche es precioso –dijo mientras se apoyaba en la puerta–. No es fácil encontrar uno así en Wisconsin.
–Fue un regalo de graduación de mis padres –dijo ella sintiendo cómo la invadían los recuerdos.
–Tus padres deben de ser muy generosos.
Sus padres. Se habían ido para siempre. Habían desaparecido de una forma difícil de aceptar. Dos días antes de su graduación se dirigían a su universidad, cuando un tractor se estrelló contra su coche.
–Sí, eran muy generosos. Ahora ya no están –dijo con un nudo en la garganta. Vio la expresión confusa en la cara de Jed y decidió marcharse–. Nos vemos mañana. Que descanses –dijo cerrando la puerta y arrancando el coche.