Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Rebecca Winters
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un matrimonio prohibido, n.º 1849 - junio 2016
Título original: The Forbidden Marriage
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8225-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Michelle Howard acababa de subir al segundo piso de la casa de su hermano en Riverside, California, cuando vio salir a su sobrina Lynette de la habitación de invitados.
Al verla, la morena de dieciocho años se sobresaltó.
–Tía Michelle… ¿qué estás haciendo aquí?
Michelle pensó que había asustado a su sobrina. Lynette debía de haber creído que no había nadie más en la casa que ella y Zak, y por eso su tono de voz había sonado ligeramente acusatorio.
–Estaba a punto de hacerte la misma pregunta. Tu madre me dijo que tenías clase en la universidad esta mañana.
–Los jueves sólo tengo una y empieza a las once.
Michelle miró su reloj.
–Pues teniendo en cuenta que a esta hora hay mucho tráfico, mejor será que te des prisa en marcharte, si quieres llegar a tiempo.
Las hermosas facciones de Lynette se endurecieron.
–Sé muy bien lo que tengo que hacer, gracias.
Tanto Graham como Sherilyn habían estado quejándose de cómo había cambiado su hija desde el verano. Según ellos su carácter se había hecho más difícil, y siempre estaba a la defensiva.
Después de cómo le acababa de contestar, Michelle empezaba a entenderlos. Lynette estaba comportándose como una chica diferente. Michelle nunca la había visto tan maleducada.
–Por supuesto que sí, cariño. Lo siento, no he querido ofenderte.
Michelle, que llevaba dos bolsas de hielo y el aparato para medir la presión arterial en una mano, abrazó a su sobrina con la otra, pero Lynette apenas si correspondió.
Confundida, Michelle retrocedió. Se colocó uno de sus mechones rubios detrás de la oreja y le dijo:
–Tu madre me pidió que viniera a ver a tu tío Zak mientras ella iba al supermercado.
–Yo soy muy capaz de cuidar de él –le respondió Lynette con rebeldía.
–Ya lo sé, pero comprende que tu madre esté preocupada por su hermano y quiera mi opinión médica sobre su estado de salud esta mañana.
–No habría salido del hospital si no estuviera mejor –dijo Lynette con cierto sarcasmo–. Tengo casi diecinueve años, pero aquí todo el mundo parece pensar que soy todavía una adolescente. ¡Puedes estar segura de que mis padres nunca trataron a Zak de esta manera! –dijo con rabia.
Michelle nunca había visto a Lynette tan disgustada.
–Creo que se debe al hecho de que tu tío Zak ya tenía nueve años cuando mi hermano se casó con tu madre.
Michelle recordó aquellos años. Incluso con sólo nueve años era un niño con mucha personalidad. A su hermano Graham le había costado mucho ganarse al reservado hermano de Sherilyn sin parecer el típico padrastro, pero lo había conseguido, y ahora tenían una relación estupenda de cuñados.
–¿Por qué insistes en llamarlo mi tío? No existe ningún vínculo de sangre entre nosotros.
De repente, Michelle empezó a entender el extraño comportamiento de su sobrina. La transición de la adolescencia a la madurez podía ser muy un periodo de tiempo muy confuso y doloroso.
–Tú sabes muy bien que es verdad, tía Michelle. Primero sus padres biológicos lo abandonaron y estuvo viviendo en hogares de acogida. Los padres de mamá lo adoptaron, y después murieron en un accidente de tráfico. Cuando yo entré en la guardería, Zak ya estaba el instituto. Apenas si lo veía.
–De todos modos, es tu tío y eso lo convierte en miembro de tu familia –le recordó Michelle–. Cuando Graham se casó con tu madre, nos criaron a él y a mí con todo su cariño. Zak y yo tuvimos mucha suerte de contar con un hermano y una hermana que nos proporcionaran un hogar estable tras la muerte de nuestros respectivos padres.
Naturalmente, Sherilyn había querido que su hermano pasara la convalecencia en su casa, después del accidente que había sufrido en la obra de construcción en que se encontraba trabajando.
De aquella manera evitaba que las numerosas mujeres que lo codiciaban se pelearan por ser la que lo cuidara. Además, Michelle estaba segura de que Zak no habría querido que lo vieran en aquellas condiciones. Había cuidado de muchos hombres jóvenes durante sus años como enfermera, y sabía cómo pensaban. No les gustaba mostrarse vulnerables.
Cuando Rob, el marido de Michelle, había enfermado gravemente, se había acostumbrado tanto a ocultar sus miedos y emociones, que había creado un muro entre ellos que Michelle no había podido derribar.
–¿Por qué no estás trabajando?
El tono agresivo que su sobrina empleó con ella hizo que Michelle viera las cosas con claridad. Ahora que Zak iba a permanecer una temporada en su casa, su sobrina quería pasar en su compañía el mayor tiempo posible.
Desde que se fuera a la universidad, Zak había viajado varias veces al mes desde Carlsbad a Riverside para visitar a su familia, pero no tan a menudo como a Graham y a Sherilyn les hubiera gustado.
Michelle hacía dos años que no lo veía, porque su trabajo como enfermera la había tenido apartada de la ciudad donde vivía su familia durante todo ese tiempo.
Trabajar en el hogar de sus pacientes había sido para ella la panacea para seguir adelante con su vida tras la muerte de su esposo, que había padecido la enfermedad de Lou Gehrig. La última vez que había visto a Zak había sido en el funeral de Rob.
–Acabo de terminar un trabajo en Murrieta.
No añadió que su paciente había sido Mike Francis, un importante golfista californiano, que estaba todavía recuperándose de la fractura de una pierna sufrida en un accidente de tráfico, ni que le había propuesto ir a Australia con él para presenciar un importante torneo que se celebraba allí.
Bajo la aparente arrogancia del atractivo golfista se ocultaba un hombre que poseía un gran encanto y la hacía reír. Además, nunca había estado en Australia.
Aunque ya había solicitado el pasaporte, Michelle no estaba todavía convencida de si debía ir o no. Sospechaba que Mike siempre amaría a su ex esposa, aunque estaba intentando empezar una nueva vida con Michelle.
Mientras había sido paciente suyo, le había conocido lo suficiente como para saber que no se comprometía a la ligera, así que si ella no estaba tan interesada en empezar una nueva vida con él, sería mejor que cada uno siguiera su camino. Ya habían sufrido bastante los dos.
–Ya que estamos hablando del tema, ¿qué tal humor tiene nuestro paciente esta mañana? –bromeó Michelle, tratando de poner a Lynette de mejor talante.
–Está dormido todavía, y no quiere que lo moleste nadie.
–Ya estoy levantado –oyó decir a una profunda voz masculina, que sonaba una octava más baja de lo que recordaba. Sorprendida, Michelle se dio la vuelta y por un momento contuvo la respiración.
–Zak…
Al verlo agarrado al marco de la puerta, Michelle se dio cuenta, asustada, del tremendo esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse de pie, y se dirigió hacia él.
–Me pareció oírte hablar con Lynette –le dijo él cuando estuvo a su lado–. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, Michelle.
La joven tragó saliva.
De repente, había comprendido por qué su sobrina se había comportado de aquella manera tan extraña.
Zak había cambiado mucho en los últimos años. Aunque tuviera siete menos que Michelle, se había convertido en un hombre en el pleno sentido de la palabra. Su pelo negro y sus rasgos tremendamente varoniles lo convertían en un ser fascinante.
La altivez que lo había caracterizado años atrás se había convertido en una sensualidad irresistible, que no podía pasársele desapercibida a Michelle.
Llevaba puestos unos pantalones cortos de deporte y nada más, aparte de los vendajes del pecho.
Zak era un hombre alto y musculoso, bronceado permanentemente gracias a que trabajaba bajo el sol de California.
A los veintiocho años, estaba en la flor de la vida, y poseía su propia empresa de construcción en Carlsbad, una ciudad costera a unas dos horas de Riverside, dependiendo del tráfico.
Siempre había trabajado en la construcción y sabía ahorrar, así que había ido a la universidad y se había convertido en ingeniero sin aceptar la ayuda económica, que desde el principio, le había ofrecido Graham. Según Sherilyn, había conseguido hacer prosperar su negocio con la ayuda de varios de los hombres que habían trabajado con él en la construcción cuando aún era un estudiante.
Michelle lo admiraba porque había sabido siempre lo que quería y había ido a por ello con determinación.
Pero, en aquel momento, sólo podía pensar en lo impresionada que la había dejado Zak. Siempre lo había visto como al hermano adoptivo de Sherilyn, y no se había fijado en él como hombre hasta entonces.
–Me alegro de volver a verte, Zak –le dijo, haciendo todo lo posible para que no le temblara la voz–, pero no deberías levantarte de la cama todavía. Iba a llevarte unas bolsas de hielo.
–Justo lo que el médico me ha dicho.
Algo en su tono de voz produjo una sensación extraña en el estómago de Michelle que no tenía ningún sentido.
–¿Por qué no me lo habías dicho a mí? –le preguntó Lynette, que se había apresurado a llegar hasta donde estaban Zak y Michelle.
–Sigues teniendo los mismos hermosos ojos azules de siempre, aunque ya no los inunda la tristeza. Me alegro de ver que lo peor de tu dolor ya ha pasado.
Estremecida por sus palabras y su manera de mirarla, Michelle trató de dirigirle su mirada más profesional para tratar de ocultar así lo atraída que se sentía por él.
–Ya me encuentro mucho mejor, gracias.
Tras tomarle la tensión, Michelle se puso de pie, y guardó todo su instrumental médico.
–Eres tú el que preocupa a tu hermana. Haber sufrido un colapso de pulmón no es ninguna tontería. No deberías haberte levantado sin ayuda.
–Tenía mis razones.
Michelle le tomó el pulso.
–Y yo tengo las mías.
–Lo que usted diga, enfermera –bromeó él.
Michelle pensó que cuando estaba de tan buen humor, Zak resultaba… irresistible. Preocupada, se dio cuenta de que estaba perdiendo la objetividad con mucha rapidez.
–Hace un momento, en la puerta, estabas haciendo un esfuerzo excesivo. Tu pulso no miente.
Zak suspiró con frustración.
–Tienes razón. Me encuentro fatal. ¿Cuándo crees que estaré lo bastante bien como para regresar al trabajo?
Al oírlo, Michelle pensó que le hubiera gustado que Rob se hubiera sincerado de aquella manera en alguna ocasión. Así habrían podido compartir muchas cosas. Sin embargo, su determinación de sufrir en silencio los había distanciado y a ella le había hecho mucho daño.
Michelle dejó el musculoso y bronceado brazo de Zak sobre la cama. No le pasó desapercibido lo limpias que tenía las manos y las uñas. A pesar de trabajar en la construcción, siempre se había cuidado mucho y había olido muy bien.
–No soy tu médico, pero si no hay complicaciones, estarás bien dentro de tres o cuatro semanas.
–No puedo estar tanto tiempo fuera de casa.
Michelle se apoyó contra la cómoda con los brazos cruzados.
–No tienes mucha elección. Necesitas ayuda.
–Ya lo sé –respondió Zak.
Su mirada penetrante recorrió el esbelto cuerpo de Michelle, vestida con unos pantalones crema de lino y una blusa de manga corta verde.
Al darse cuenta, Michelle sintió que se le aceleraba el pulso, y al no ser capaz de controlar la reacción de su cuerpo se puso todavía más nerviosa.
–Has engordado un poco desde la última vez que te vi, y te sienta bien. ¿Por qué no te sientas un poco? Tengo que hablar contigo.
Zak no había dicho ni hecho nada malo, y sin embargo Michelle se sentía ahogar en la impuesta intimidad del dormitorio con él tumbado en la cama, tan cerca y tan…
–Antes, ¿quieres que te traiga algo? ¿Unas fresas? Veo que casi no has desayunado –dijo Michelle, refiriéndose a la bandeja del desayuno casi intacto que había apoyada en un lado de la cama.
–Las pastillas que estoy tomando me han dejado sin apetito.
–Entonces necesitas algún medicamento que te quite las náuseas.
–Ése es el menor de mis problemas –se lamentó–. Me gustaría contarte algo antes de que regrese Sherilyn.
De repente, Michelle se sintió transportada hasta el pasado. Era como cuando, de adolescente, Zak la buscaba para hacerle una confidencia.
Deseosa de mostrarse relajada con él, como en el pasado, accedió a sus deseos y se sentó a su lado en una silla.
–¿Qué es lo que pasa? –le preguntó.
Zak había cerrado los ojos. Parecía como si el mero hecho de pensar le supusiera un gran esfuerzo. Tal vez así fuera, si tenía tantas náuseas que no podía comer.
–Se trata de Lynette.
Al oír el nombre de su sobrina, Michelle recordó el encuentro tan desagradable que había tenido con ella en el pasillo.
–Quería quedarse en casa y ayudarte.
–Hace tres semanas dijo a sus padres que iba a dormir en casa de su amiga Jennifer y se fue en coche hasta Carlsbad para verme a mí –dijo, sin hacer caso del comentario de Michelle–. Cuando llegué a casa a la hora de la comida, la encontré vestida, o más bien debería decir desvestida con un biquini minúsculo que no creo que a su madre le gustara en absoluto. Había entrado con la llave que había dejado aquí para alguna emergencia. Como te puedes suponer, me quedé atónito.
–Ya me imagino –susurró Michelle–. Me temo que para ella hace tiempo que eres una especie de héroe.
Zak hizo una mueca.
–Se había pasado el verano intentando coquetear conmigo, pero nunca creí que llegara tan lejos como para venir a mi casa.
Michelle contuvo la respiración.
–Cuando le dije que se vistiera y regresara a casa antes de que la echaran de menos, me dijo que Jennifer le proporcionaría una coartada. Después se acercó a mí y me abrazó. Tras recordarme que en realidad no estábamos emparentados me preguntó si me alegraba de verla.
Michelle se sobresaltó al oírlo decir aquello.
–La aparté de mí con rapidez, y le dije que tenía que marcharme a trabajar. Después de guardar en su bolsa de viaje las cosas que había dejado diseminadas por el cuarto de baño y el salón, la obligué a devolverme la llave.
Después la acompañé al coche y le dije que se marchara a casa. Le advertí que si me enteraba de que no lo había hecho, se lo contaría todo a sus padres.
–¿Hizo lo que le dijiste? –preguntó Michelle.
–Sí.
–Dadas las circunstancias, ¿por qué les permitiste a Graham y Sherilyn que te trajeran aquí cuando te dieron el alta en el hospital de Carlsbad? Me imagino que habrá varias mujeres que…
–Necesito una enfermera titulada como tú –la cortó malhumorado, sin querer dar ninguna explicación sobre su vida privada–. Estaba seguro de que sabrías darme el tipo de cuidados que necesito.
Michelle pensó que tenía razón. Necesitaba hacer con regularidad una serie de ejercicios en los que debía toser y respirar profundamente.
–Sherilyn me dijo que acababas de terminar un trabajo, y decidí venir a casa con ellos para poder pedirte en persona que te ocuparas de mí. Me gustaría contratarte para cuidarme en mi casa hasta que pueda volver a trabajar. Pagaré por todo lo que no cubra el seguro. Piensa que cuando no estés ocupada podrás disfrutar del mar.
Michelle sintió que le daba un vuelco el corazón.
–Nunca has estado en mi nueva casa, pero sólo tienes que salir de tu habitación para encontrarte en la playa. ¿Cuánto tiempo hace que no nadas o te bronceas?
Michelle se quedó tan atónita al oírlo que estuvo a punto de caerse de la silla. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le notara el torbellino de emociones que se debatía en su interior.
–La estancia en el hospital me ha mantenido apartado demasiado tiempo de mis obligaciones laborales –continuó–. Es muy importante que regrese a casa para que mi ayudante venga con regularidad a ponerme al día de lo que ocurre en el trabajo, aunque sea en mi habitación.
»Contigo en casa, Lynette no volverá a intentar nada parecido a lo de la última vez. Si mi enfermera fuera otra persona, estoy seguro de que sí lo haría, y no puedo permitir que suceda otra vez. Esperemos que se fije en algún chico del campus. No me gustaría tener que contárselo a sus padres pero, si me obliga, lo haré.