Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Victoria Dahl
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Las chicas buenas no… mienten, n.º 103 - 1.5.16
Título original: Good Girls Don’t
Publicada originalmente por HQN™ Books
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8142-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Dedicatoria
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Si te ha gustado este libro…
Este libro está dedicado a Anne y a RaeAnne, porque no podría haberlo escrito sin ellas.
Son muchas las personas que contribuyen al bienestar de esta autora durante el proceso de escritura de un libro. Mi familia, por supuesto, que se sacrifica diariamente por las novelas románticas. Gracias por quererme sin condiciones. Mi agente, Amy, que está siempre a mi lado. Y mi editora, Tara, que trabaja diligentemente bajo una enorme cantidad de presiones junto a todo el equipo de Harlequin. Gracias.
Como siempre, Jennifer Echols estuvo a mi lado como una verdadera amiga, animadora y firme supervisora. Es una constante en mi vida y no podría hacer esto sin ella.
También quiero dar las gracias a las mujeres maravillosas de Peeners, que me proporcionaron consejo, apoyo y bromas subidas de tono cuando las necesité. Gracias.
RaeAnna Thayne y Nicola Jordan son las mejores compañeras del mundo a la hora de proporcionar ideas. Sin ellas, esta serie seguiría consistiendo en diez líneas garabateadas en una libreta. Gracias.
Por supuesto, toda la estructura del libro está equilibrada por la maravillosa inspiración de las cervezas artesanales. Vosotras me enseñasteis a apreciar la cerveza y os adoro.
Y, lo más importante, gracias a mis lectoras. Vosotras sois mi inspiración y hacéis que todo esto merezca la pena.
Por último, me gustaría dar las gracias a todos mis nuevos amigos de Twitter. Me habéis hecho compañía durante la escritura del libro, aunque habéis fracasado de manera estrepitosa a la hora de mantenerme en mi camino.
Tessa Donovan fijó la mirada en el aparcamiento de la cervecería Donovan Brothers, hechizada por el resplandor azul y rojo que cubría la pared del edifico de ladrillo. No era capaz de apartar la mirada. Las luces de la policía resultaban completamente fuera de lugar junto al canto de los pájaros y la luz pálida de la primera hora de la mañana.
Su hermano Jamie permanecía entre dos coches de policía aparcados de cualquier manera cerca de la puerta de atrás. Tenía una expresión de aturdimiento, probablemente porque jamás se habría despertado tan temprano de forma voluntaria.
Tessa caminó con paso decidido hacia el aparcamiento y agarró a su hermano por el cuello de su arrugada camiseta.
–¡Eh! –protestó Jamie.
Tessa tiró de él para acercarlo a ella hasta que quedaron nariz contra nariz.
–James Francis Donovan –susurró–, ¿qué has hecho?
–¿De qué estás hablando? –preguntó Jamie.
Sonó suficientemente indignado como para que, por un segundo, Tessa estuviera a punto de creerle. Pero solo por un segundo.
Tessa le retorció el cuello de la camiseta con fuerza.
–Suéltalo.
–Vamos, Tessa –Jamie se liberó de su mano y señaló con un gesto de enfado los coches de policía–. Espero que no me estés acusando de haber hecho algo relacionado con el robo. Dejé conectada la alarma y cerré bien las puertas. La culpa no ha sido mía.
Tessa recorrió con mirada recelosa a su hermano. Tenía el aspecto de siempre. Alto, atractivo y relajado. Sus vaqueros estaban desgastados por miles de lavados. La camiseta se había desteñido hasta adquirir un color gris de un tono indeterminado. El pelo, rubio, lo llevaba revuelto, como si acabara de levantarse de la cama, pero aquello no era ninguna novedad. Desgraciadamente, tampoco lo era la expresión de culpabilidad que apareció en sus ojos cuando le miró.
–¡Maldita sea, Jamie!
–Tessa…
–Sé que lo del robo no ha sido culpa tuya, pero tú mismo has dicho que te has encontrado la puerta abierta. Así que, ¿qué demonios estabas haciendo aquí a las siete de la mañana? ¿Y por qué me has llamado a mí en vez de llamar a Eric?
Eric era el hermano mayor de Jamie y Tessa. Aunque los tres eran propietarios a partes iguales de la cervecería, Eric siempre había llevado las riendas del negocio. Lo más lógico habría sido llamarle a él para informarle del robo. Sin embargo, Jamie había preferido llamarla a ella. Aquello no presagiaba nada bueno. Nada bueno en absoluto.
Jamie se pasó la mano por el pelo y alzó la mirada hacia el cielo azul claro.
–Es terrible, Tessa.
A Tessa se le cayó el corazón por debajo del nivel del asfalto.
–¿Qué es terrible, Jamie? ¿Qué?
–Monica Kendall vino ayer por la noche.
–No. ¡Oh, no, no, no! –Monica Kendall era la vicepresidenta de High West Air y la llave de un contrato para la distribución de sus cervezas en el que Eric había estado trabajando desde hacía meses–. Jamie, por favor, dime que no lo has hecho. Ni siquiera tú habrías hecho algo tan estúpido.
–¿Ni siquiera yo? Bonita frase para dirigírsela a un hermano.
–¡Jamie! –gritó.
¡Dios santo! Deseó que la policía apagara las luces de los coches patrulla. Aquellos colores se le estaban clavando en las cuencas de los ojos.
Jamie renunció por fin a su actitud indignada. Dejó caer los hombros y la cabeza.
–No sé lo que pasó –musitó–. Dijo que quería que le hiciera un recorrido por la cervecería. Por supuesto, probó algunas cervezas, y después…
–¿Y después?
–Necesitaba que la llevaran a casa.
El corazón hundido de Tessa dio un débil vuelco. Sabía exactamente lo que le pretendía decir su hermano. Las mujeres adoraban a Jamie y, a los veintinueve años, él estaba en un momento álgido para que aquella adoración fuera correspondida.
–No –musitó Tessa–. Esto no puede estar sucediendo.
–La llevé a casa –le explicó Jamie–. No podía hacer otra cosa.
–¡Podías haber llamado a un taxi!
–Tessa, por Dios, yo solo pretendía llevarla a casa, volver en taxi y… no tenía intención de…
–¿No tenías intención? ¡Dios mío, Jamie, eres como un animal! Intenta pensar alguna vez con el cerebro. Aunque solo sea en ocasiones especiales, si es lo único de lo que eres capaz.
El dolor asomó a los ojos verdes de Jamie e, inmediatamente, Tessa se sintió fatal. Jamie había estado presionando últimamente para realizar más tareas en la cervecería, intentando asumir una mayor responsabilidad, pero Eric se había resistido. Si se enteraba de aquello…
–De acuerdo –comenzó a razonar Tessa, tomando aire para tranquilizarse–. De acuerdo, siempre y cuando su padre no se entere, Monica no dirá nada, ¿verdad? ¿Por qué iba a querer decir nada?
La mirada de arrepentimiento de Jamie decía algo completamente diferente, pero antes de que Tessa pudiera sonsacárselo, se abrió la puerta trasera de la cervecería y salieron los policías.
–Viene un detective hacia aquí. Querrá hablar con usted cuando llegue, señor Donovan.
–Gracias –musitó Jamie.
Tessa estiró el cuello para intentar ver a través de la puerta entreabierta.
–¿Estás seguro de que los tanques están bien?
Jamie asintió.
–Todo está perfectamente, solo han desaparecido un par de ordenadores y un barril de cerveza.
Aquel robo debería haber sido el acontecimiento más preocupante del día. En cualquier otro momento, Tessa habría estado llorando y retorciéndose las manos por aquel allanamiento. Pero si Eric descubría lo que Jamie había hecho con Monica Kendall, aquello arruinaría la relación entre los dos hermanos, y sus hermanos eran todo lo que Tessa tenía. Tenía que encontrar la manera de arreglar lo sucedido.
–Por favor, Jamie –le pidió cuando el policía comenzó a caminar hacia el coche patrulla–, dime que no tienes otra mala noticia.
Jamie suspiró como si hubiera estado conteniendo la respiración.
–Ha sido una estupidez. Tienes razón. Una completa estupidez. Pero pensé que no tendría ninguna importancia. Todo había ido bien. Pero no me había dado cuenta de… Cuando nos fuimos a su casa ayer por la noche, pensé que era una casa que tenía a los pies de la montaña. Pero me equivoqué. En realidad, Monica vive en la casa de invitados de sus padres.
Por un momento, el mundo comenzó a girar alrededor de la cabeza de Tessa. El cielo, las nubes y los pinos de color verde oscuro comenzaron a rotar en un giro lento y mareante. Cerró los ojos y rezó.
–Cuando Monica estaba saliendo del garaje, su padre pasó corriendo al lado del coche. Y me vio.
–¡Oh, Dios mío!
Aquella era una tormenta de malas noticias. Sus hermanos habían estado trabajándose a Roland Kendall durante meses, intentando convencerle de que la cerveza Donovan Brothers era la cerveza artesanal perfecta para ser servida en los vuelos de la flamante compañía aérea High West Airline. Eric había estado trabajando obstinadamente hasta ese momento, intentando hacer llegar su marca a nuevas manos, a nuevos clientes. Unas semanas atrás, por fin había conseguido concertar una reunión con Roland Kendall y con su hija, Monica. Le habían hecho la oferta final. El trato ya estaba prácticamente cerrado, les habían enviado los contratos.
Y de pronto… aparecía el desastre en forma de Jamie Donovan.
–Te voy a matar –dijo con rotundidad–. Esa era precisamente la única mujer a la que deberías haber evitado acercarte.
–¡Eso no es justo! –replicó Jamie–. Eric y tú siempre habláis como si me acostara cada noche con una mujer. ¡Hacía meses que no salía con nadie!
Tessa se cruzó de brazos y se alejó de él, intentando pensar.
–¿Estás seguro de que te ha visto?
–Sí, me ha visto. Aunque supongo que es posible que no me haya reconocido.
–De acuerdo. A lo mejor podemos manejarlo –razonó Tessa, pensando a toda velocidad–. En primer lugar, no le digas nada a Eric.
Jamie sacudió la cabeza.
–Necesito decírselo.
–¿Es que te has vuelto loco? –replicó ella–. Eric se pondrá hecho una furia. ¡Se enfadará con los dos! Yo me puse de tu parte en todo esto. Le pedí que te dejara ayudar con las negociaciones. No se lo digas a Eric.
–Se enterará. Y no tengo ningún interés en esconderme de él como si fuera un niño intentando evitar un castigo. La cervecería también es mía. Si he echado algo a perder, me enfrentaré a ello.
–Esto no es solo cosa tuya, Jamie. Somos una familia y no quiero que esto sea lo que al final nos lleve a separarnos. Así que mantén la boca cerrada hasta que averigüe lo que piensa hacer Roland Kendall.
Jamie alzó las manos en un gesto de frustración, pero Tessa lo ignoró. A veces, la mejor defensa era un buen ataque, y Tessa estaba dispuesta a atacar aquel día.
–Te diré lo que vamos a hacer –propuso precipitadamente–. Yo voy a marcharme. Tú llama a Eric como si fuera el primero con el que te has puesto en contacto. Si te lo pregunta, dile que has pasado la noche en casa de una mujer que ha sido la que te ha dejado esta mañana en la cervecería, pero no menciones a Monica Kendall. Yo volveré dentro de unos veinte minutos y me comportaré como si no hubiera estado antes aquí.
–¡Dios mío! Te has vuelto de lo más retorcida –musitó Jamie.
No tenía idea de hasta qué punto.
–Más tarde, llamaré a Ronald Kendall y veré si soy capaz de descubrir en qué estado se encuentra. Pero tú mantén la boca cerrada.
–Tessa… –comenzó a decir Jamie.
Pero Tessa se alejó con paso decidido, dirigiéndose hacia la calle que conducía a su casa.
Sabía que debería estar preocupada por el robo, pero en aquel momento, el robo le parecía el último de sus problemas. En realidad, perder el contrato con High West Airline no tendría por qué ser una tragedia familiar, pero lo sería.
Eric se estaba mostrando cada vez más reservado en su papel de cabeza de familia. Tessa podía comprenderlo. Había asumido el papel de su padre desde que sus progenitores habían muerto en un accidente de tráfico. Eric solo tenía veinticuatro años cuando se había visto obligado a hacerse cargo de dos adolescentes y un negocio. De modo que comprendía que trece años después le costara dar un paso atrás. Pero tenía que hacerlo.
Y si Eric necesitaba relajarse un poco, Jamie necesitaba añadir algo de tensión a su mundo. No podía seguir viviendo como un despreocupado camarero durante el resto de su vida. ¡Maldita fuera! Si ni siquiera pretendía hacerlo. Jamie quería asumir sus responsabilidades y trabajar como un auténtico socio. Menos, aparentemente, en lo que supusiera alguna restricción en su relación con las mujeres. Pero muchos hombres de éxito tenían ese mismo problema. No había ninguna razón por la que Jamie no debiera sumarse a la dirección de la cervecería.
Tessa vio que se acercaba otro coche patrulla seguido por un turismo sospechosamente discreto. Bajó la cabeza, intentando escapar del escenario del crimen sin ser vista. Su casa, la casa en la que se habían criado los tres hermanos, estaba a solo tres manzanas de allí. Se cambiaría los pantalones de yoga por unos vaqueros y se cepillaría el pelo, como si llevara una hora levantada antes de haber recibido la llamada de Jamie. Y hablando del tema…
Pulsó la tecla de repetición de llamada del teléfono móvil.
–¿Has llamado a Eric?
–Viene hacia aquí –susurró Jamie. Y le recordó después–: Esto no me gusta.
–Lo sé. Pero tenemos que hacer las cosas bien.
–Es nuestro hermano, Tessa, no nuestro padre. No tenemos por qué responder ante él.
–No, pero se lo debes. Los dos se lo debemos.
Con el eco del suspiro de Jamie sonando todavía a través del teléfono, Tessa se dirigió rápidamente hacia su casa sin dejar de pensar en su hermano. De momento, había hecho todo lo que había podido. Y hasta que no pasaran varias horas, no podía llamar a Roland Kendall. Si todavía no había ubicado el rostro de Jamie, su llamada podía alertarle. Tenía que ser paciente y planificar aquella mentira sin precipitación.
No tenía por qué ser difícil. Había manejado la relación de sus hermanos desde que sus padres habían muerto. Había jugado el papel de árbitro entre ellos, había evitado peleas y les había obligado a pasar tiempo juntos durante las comidas de los domingos y las celebraciones de las fiestas. Eran la única familia que tenía y no estaba dispuesta a perderla y, menos, por un contrato.
–Puedo manejar la situación –se dijo a sí misma mientras giraba en la calle y corría hacia su casa–. Seguro que todo saldrá bien.
Pero entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa?
El detective Luke Asher se quitó los guantes de látex con un movimiento brusco y los tiró en el contenedor del callejón antes de estrecharle la mano a Eric Donovan.
–Eric, me alegro de volver a verte, aunque no en estas circunstancias.
–Bueno, Jamie acaba de decirme que no se han llevado gran cosa. De hecho, me sorprendió verte aquí.
–Estoy seguro de que no perderás nada más que el deducible del seguro por los ordenadores. Pero estamos más preocupados con la información que guardan los ordenadores. Números de la Seguridad Social, información sobre tarjetas de crédito… Últimamente ha habido una oleada de este tipo de robos en distintos establecimientos. Los policías del coche patrulla me dijeron que los ladrones habían conseguido eludir la alarma de alguna manera. Eso me hace pensar que es menos probable que se trate de un robo cualquiera.
Eric desvió la mirada hacia su hermano.
–¿Estás seguro de que consiguieron sortear la alarma? A lo mejor no estaba conectada.
Luke estaba convencido de que jamás había visto a nadie pasar de la relajación a la furia a tanta velocidad como lo hizo Jamie.
–Ya te he dicho que conecté esa maldita alarma, Eric.
–Y yo sé que crees que lo hiciste –respondió Eric.
Jamie torció los labios y apretó las manos.
–Vete al infierno.
Luke alzó las manos con la esperanza de restaurar la paz.
–Es evidente que Jamie conectó la alarma, sobre eso no hay ninguna duda. La empresa de seguridad nos indicó que la alarma fue activada a las nueve y media y volvieron a desconectarla a la una de la madrugada.
Jamie le dirigió a su hermano una mirada incendiara, pero no pareció satisfecho con aquella defensa. La tensión aumentó cuando comenzó a caminar hacia un coche patrulla con los brazos cruzados, como si aquella fuera la única manera de mantener las manos quietas. Era extraño. Luke conocía a Jamie desde hacía diez años y le consideraba un hombre que siempre se había movido dentro de una escala que comenzaba en la somnolencia y terminaba en la absoluta despreocupación.
Luke se aclaró la garganta.
–¿Sabéis qué tipo de información almacenan los ordenadores sobre las nóminas?
Jamie miró por encima del hombro.
–Tessa sabe más sobre todo eso. Es ella la que se ocupa de ese tipo de cosas. Seguro que aparecerá en cualquier…
–La gestión de las nóminas la tenemos subcontratada. –le interrumpió Eric–. Así que la información es limitada. Y no creo que haya ninguna información sobre tarjetas de crédito en el PC. Con un poco de suerte, los daños serán mínimos.
–Estupendo –respondió Luke–. Aquí ya casi hemos terminado. Estamos recogiendo algunas huellas y después os dejaremos en paz. Espero que todo esto solo haya representado para vosotros un pequeño inconveniente. Hace un par de semanas entraron en una agencia de empleo. Tenían miles de números de la Seguridad Social en uno de los archivos.
–Caramba.
–Sí. Y ahora, si me perdonáis, voy a echar un vistazo por aquí.
Luke se dirigió hacia la parte de atrás del edificio con la esperanza de encontrar algo que estuviera fuera de lugar, pero el exterior parecía no haber sufrido ningún problema. Las tarimas de madera estaban perfectamente apiladas en columnas. Había un tanque de dióxido de carbono de unos tres metros de largo sobre el cemento inmaculado, sin un solo escombro o una sola mala hierba. Lo mismo podía decirse del silo de acero inoxidable en el que se almacenaba el grano.
Luke sabía, por lo que había visto en el interior, que la puerta de madera corrugada daba a la zona de embotellamiento y a un pequeño espacio para la carga. Si él hubiera pensado alguna vez en una cervecería como un lugar similar a un bar, habría cambiado de opinión al ver aquello. Ningún bar del mundo tenía una parte trasera tan limpia.
Como no encontró nada que pudiera resultar ni remotamente sospechoso, rodeó el edificio. La luz del sol estropeaba la cerveza, le había explicado Jamie, así que las pocas ventanas del edificio estaban muy altas y siempre cerradas.
Luke estaba a punto de reunirse con Jamie y con Eric cuando se fijó en una mujer que se acercaba por el aparcamiento. Su coleta rubia se movía mientras corría hacia ellos. Luke se descubrió recorriéndola con la mirada, fijándose en sus estrechos vaqueros y en sus maravillosos muslos. Además de un cuerpo de infarto, tenía un aspecto absolutamente inocente, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes.
–¡Eh, chicos! –exclamó la mujer casi sin aliento–. ¿Qué ha pasado? ¿Sabéis algo más?
Eric alargó los brazos hacia ella para darle un abrazo y Luke utilizó sus habilidades detectivescas para decidir que aquella era su hermana. Por algo le pagaban lo que le pagaban. Además, la mujer se parecía mucho a Jamie Donovan, aunque era más baja y mucho más guapa.
La mujer le dirigió a Jamie una mirada tensa. Jamie miró hacia el suelo y apretó los labios. Fuera lo que fuera lo que había entre ellos, pareció dejarse de lado cuando la mujer lo miró y le sonrió.
–¡Hola! –le saludó, tendiéndole la mano–. Soy Tessa Donovan.
–Detective Asher –respondió él.
Al estrecharle la mano, reparó en la delgadez de sus huesos y llegó hasta él una delicada fragancia floral que le hizo aclararse la garganta para defenderse. Su vida ya era suficientemente complicada como para fijarse en el perfume de una mujer atractiva.
Afortunadamente, Tessa siguió a Eric Donovan al interior de la cervecería para ver los daños. Luke se quedó entonces a solas con Jamie.
–¿Cómo te van las cosas? –le preguntó.
Habían coincidido durante un año en la Universidad de Colorado y aunque estaban en cursos diferentes, habían acudido en muchas ocasiones a las mismas fiestas. A muchas.
–¿Jamie? –insistió Luke.
–¿Qué? ¡Ah, lo siento! Bien, va todo bien, aparte de esto. ¿Y tú cómo estás? He oído decir que…
Jamie pareció contenerse en el último momento, haciéndole recordar a Luke que Boulder podía ser una ciudad de cien mil almas, pero aun así, continuaba siendo una ciudad pequeña. Los rumores sobre Luke no habían quedado confinados en el departamento de policía.
–Bien, estoy bien –contestó Luke a la pregunta que Jamie no había terminado de formular.
–¡Oh! Genial.
Jamie le dio una palmadita en el hombro, pero cuando la compañera de Luke salió de la cervecería guardándose una libreta en el bolsillo de la chaqueta, la mirada de Jamie fue directamente hacia su vientre. Era imposible no notarlo.
–¿Conoces a la detective Parker? –preguntó Luke, como si la situación no fuera en absoluto embarazosa–. Jamie, esta es Simone Parker. Simone, te presento a Jamie Donovan. Fuimos juntos a la universidad.
–Encantada de conocerte –respondió ella con la voz tan dulce y suave como siempre.
A la gente siempre le sorprendía su feminidad, a pesar de su piel marrón y sin mácula y aquellos ojos oscuros capaces de extasiar a cualquier hombre. Por lo visto, pensaban que una detective tenía que ser una mujer dura y agresiva. Pero Simone, era, sencillamente, la policía más inteligente que Luke había conocido jamás y había alcanzado la categoría de detective adelantando a cuantos la rodeaban.
Simone se excusó con una sonrisa mientras Luke le tendía a Jamie una tarjeta.
–De acuerdo. Llámame si se te ocurre algo. Estaremos en contacto.
–Genial. ¡Eh! Es una mujer guapísima, tío.
Luke se detuvo cuando estaba a punto de volverse y se encogió por dentro ante lo que estaba insinuando. Le habría gustado aclararle que Simone era su compañera de trabajo, no su novia, pero aquello motivaría otras preguntas que no quería contestar. Que no podía contestar. De modo que se obligó a terminar el paso que había comenzado a dar y se dirigió al coche que compartía con Simone.
Hasta unos meses atrás, le había resultado fácil ocupar aquel lugar. En aquel momento, aquel enorme vientre de embarazada parecía ocupar todo el espacio del maldito coche y a él le faltaba el aire para respirar. A pesar de todos los años que llevaba trabajando como detective, Luke no era capaz de averiguar por qué demonios las cosas habían ido tan mal. Y Simone no iba a contárselo a nadie.
Tessa andaba pendiente del reloj mientras preparaba la barra para la hora punta de la tarde. Eran las cinco menos cuarto y Roland Kendall todavía no le había devuelto la llamada.
Ella no había querido dejarle ningún mensaje. Y había calculado el momento perfecto para ponerse en contacto con él: después del almuerzo, cuando la mañana ya quedaba suficientemente lejos y antes de las cinco, por si acaso tenía que salir a por bebidas antes del partido de los Rockies. Ella no tenía su número de móvil y no se le había ocurrido ninguna razón que justificara el pedírselo a Eric.
Así que había llamado a las oficinas de Kendall a las dos y media y cuando su secretaria le había dicho que no estaba disponible, había colgado el teléfono. Pero cuando había vuelto a llamar a las tres, la secretaria había preguntado con toda intención: «¿Quiere dejarle algún mensaje, señorita Donovan?». ¡Maldito identificador de llamadas!
En aquel momento, Tessa estaba atascada, pendiente de que le devolvieran la llamada. Odiaba esperar. Gracias a Dios, aquella tarde le tocaba trabajar en el bar. Su despacho se había convertido en una caja sofocante y el ordenador nuevo no llegaría hasta el día siguiente. Pero el trabajo en el bar era tranquilo, especialmente a aquella hora. No servían comidas, así que los únicos clientes eran los clientes habituales que llegaban desde el establecimiento de bocadillos que tenían en la calle de enfrente. Aunque durante la semana solían ofrecer recorridos para enseñar la cervecería, no tenían ninguno previsto para aquel día, de modo que pudo barrer, limpiar las sillas e incluso limpiar las cartas plastificadas de las cervezas. Todo ello sin dejar de pensar ni un solo instante en el reloj. Las cinco de la tarde se cernían en el horizonte y todavía no había oído una sola palabra de Roland Kendall.
Jamie no estaba allí para poder lamentarse con él, así que abrió la aplicación de Twitter en el teléfono móvil y comenzó a teclear. Ella era la única de los hermanos interesada en el uso de las nuevas tecnologías como una herramienta de mercadotecnia, así que estaba a cargo de la cuenta de Twitter. Pero Jamie… Jamie era el rostro de la compañía. Y la voz.
Sonrió cuando terminó de escribir su mensaje desde la cuenta de Jamie Donovan.
Mi hermana ganó una discusión y me hizo admitir que soy un idiota. Déjate caer esta noche por aquí, dime que tú también has perdido en una discusión y paga la mitad por tu primera pinta.
Ya estaba. Se sintió un poco mejor, pero, como si pretendiera advertirla en contra de cualquier posible alivio, la voz de Eric se filtró desde la5 parte de atrás de la cervecería mientras su hermano hacía otra llamada a la empresa responsable de la seguridad de la cervecería. En realidad, si su tono era indicativo de algo, a la antigua empresa de seguridad de la cervecería. Y toda la tranquilidad que había alcanzado, se esfumó inmediatamente.
Estaba haciendo tanto esfuerzo para escuchar la conversación de Eric que saltó como un gato asustado cuando se abrió la puerta de la cervecería. Antes de que hubiera podido esbozar una sonrisa de bienvenida, distinguió la silueta de Jamie recortada contra la luz del sol.
–¡Jamie! –corrió hacia él para poder preguntarle en un susurro–: ¿Has llamado a Monica?
–No –parecía incluso más desolado que la propia Tessa.
–¿Por qué no? Te he dejado un mensaje. No he conseguido hablar con su padre y…
–Porque fue una aventura sin la menor importancia, Tessa. Tanto para ella como para mí. Si la llamo hoy, podría pensar que tengo algún interés en mantener una relación más seria y eso no va a ayudar en esta situación.
Tessa lo reconsideró.
–¡Oh! Es posible que tengas razón. Si ella decide que quiere volver a verte, podría ser desastroso.
–Exactamente. Esta mañana lo hemos dejado todo en un terreno neutral.
–¡Vaya! Has desarrollado todo un vocabulario para hablar del tema.
–Calla –le espetó Jamie–. No soy ningún mujeriego.
–¡Oh, lo siento! Eso ha sido un golpe bajo, por así decirlo –al ver que lo único que conseguía era que su hermano la mirara con el ceño todavía más fruncido, Tessa se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla–. No te enfades.
–Como tú digas. ¿Has hablado con Roland Kendall?
Tessa negó con la cabeza mientras Jamie le quitaba la bayeta de la mano y comenzaba a limpiar la barra. Estaba perfecta, pero para Jamie nunca era suficiente, al menos por lo que ella podía decir.
–Le he dejado un mensaje, pero no he recibido respuesta.
–Sabe que era yo, Tessa. Tenemos que decírselo a Eric antes de que se entere por Kendall.
–Todavía no. Si existe la más remota posibilidad de que Kendall no te haya reconocido, no vamos a decírselo a Eric. Porque sabes lo que te haría, ¿verdad?
–¿Jamás volvería a confiarme nada que no fuera la barra y se comportaría como si yo hubiera nacido con medio cerebro? Sí, estoy al tanto de la opinión que tiene sobre mí.
Tessa mantuvo la boca cerrada mientras apilaba los vasos. Curiosamente, aunque la cervecería se llamaba Donovan Brothers, Tessa parecía ser la única que se sentía cómoda con el papel que jugaba en el negocio. Eric parecía aferrarse a él, no soportaba que sus hermanos asumieran nuevas responsabilidades y Jamie se veía obligado a enfrentarse a la mano de hierro de su hermano. Tessa estaba intentando ayudarle sin que Eric se enfadara, pero, ¡Dios santo!, Jamie parecía estar dando traspiés a cada paso.
Tessa se dirigió a la parte de atrás para buscar limón en rodajas para la cerveza de levadura de trigo, pero cuando cruzó las puertas, estuvo a punto de tropezar con el maestro cervecero, Wallace Hood.
Él ni siquiera miró en su dirección, pasó por delante de ella y fue corriendo desde las oficinas a su paraíso acristalado de tubos y tanques de cerveza. Eric salió de su despacho.
–¿Qué le pasa a Wallace? –le preguntó Tessa a su hermano.
–Está convencido de que han alterado los tanques. Yo le he asegurado que no habían tocado nada.
Tessa observó a Wallace mientras este acariciaba con delicadeza y con el ceño fruncido por la preocupación uno de aquellos mastodontes metálicos. Lo comprendía. En otras circunstancias, ella también se habría abrazado a sus ordenadores. Pero habían desaparecido, y tenía otras preocupaciones en su pecho.
Una de esas preocupaciones sacudió la cabeza y suspiró.
–El técnico de la alarma debería estar aquí dentro de una hora para comprobar la caja y la instalación eléctrica. Pero nuestro contrato vence el mes que viene. Y no voy a renovarlo.
Tal como Tessa sospechaba, Eric no era de los que perdonaban fácilmente. Aquel recordatorio la hizo evitar su mirada mientras se volvía y se dirigía hacia la cocina. La cervecería no servía comidas, más allá de algunos cacahuetes o unas galletas saladas, pero la alquilaban ocasionalmente para eventos en los que se ofrecía comida, de modo que la cocina estaba completamente equipada. Aun así, no transmitía el ambiente hogareño y acogedor de la parte de delante de la cervecería, de modo que Tessa nunca permanecía en ella durante mucho tiempo. Además, tenía que marcharse de allí cuanto antes. La visión de Eric solo había servido para reforzar su sensación de urgencia. Cortó los limones en rodajas con la facilidad de alguien que lo había hecho en numerosas ocasiones. Preparar la barra había sido su primer trabajo cuando había cumplido veintiún años.
La voz de Wallace llegaba amortiguada por las cristaleras que iban desde el suelo hasta el techo, pero cada vez que Tessa alzaba la mirada, le veía moviendo la mandíbula en una acalorada conversación con su equipo. Probablemente también movía los labios, pero su negra y poblada barba le impedía verlo. No tenía la menor idea de cuántos años tenía el maestro cervecero. Imaginaba que debía de andar entre los treinta y uno y los cuarenta y nueve. Medía un metro ochenta, tenía el cuerpo de un jugador de fútbol americano y siempre vestía con camisas de cuadros de estilo montañero. A pesar de que llevaba diez años trabajando en la cervecería, lo único que Tessa sabía de él era que su alternativa forma de vida no concordaba en absoluto con su aspecto. De hecho, su vida personal era tan complicada que Tessa jamás había conseguido comprenderla. No era gay, y tampoco heterosexual, pero se negaba a definirse a sí mismo como bisexual. Era, al mismo tiempo, un hombre intensamente reservado y misteriosamente sociable. Hombres y mujeres pasaban por su vida como si hubiera instalado una puerta giratoria en su dormitorio.
Normalmente, verle en aquella enorme habitación acristalada era como estar viendo una película interesante, pero aquel día, su silenciosa diatriba solo sirvió para aumentar la tensión de Tessa. Todo aquel maldito edificio parecía burbujeante de estrés, así que apiló dos docenas de rodajas de limón en un recipiente de plástico y corrió hacia la parte delantera del establecimiento.
Jamie tomó el recipiente y revisó las rodajas de la parte superior para asegurarse de que los limones eran buenos. Era curiosamente perfeccionista en algunas cosas, así que Tessa había aprendido a no ofenderse y se limitó a lavarse las manos y a señalar con la cabeza la zona vacía de la sala.
–Todo está muy tranquilo. Todo el mundo está fuera por el buen tiempo, pero supongo que pronto comenzará a entrar gente sedienta. He ofrecido la mitad de precio en Twitter para la primera pinta de esta noche, por si alguien lo menciona.
–Entendido.
–Los letreros para la nueva cerveza rubia de trigo están casi listos. Eric los ha estado preparando esta mañana.
Tessa le estaba ofreciendo una muestra de la nueva cerveza cuando se abrió la puerta de la calle. Al principio, lo único que pudo ver contra la luz del sol fue una chaqueta y una corbata. Después reconoció al hombre que las portaba. Detective Asher, había dicho.
–¡Hola, detective! –le saludó.
–Buenas tardes, señorita Donovan –saludó él con una sonrisa que desapareció tan rápidamente como había aparecido.
–Llámame Tessa –contestó ella, sintiendo cómo se ensanchaba su propia sonrisa.
Era un hombre guapo. Verdaderamente guapo, con el aire de un hombre duro y hastiado. Como si fuera un personaje salido de una novela negra, un hombre que había visto demasiadas cosas a lo largo de su vida.
–Tú puedes llamarme Luke.
–Luke Asher…
Tessa frunció el ceño e inclinó la cabeza para fijarse en sus ojos castaños y en su pelo negro. Le recorrió con la mirada con expresión recelosa. Él arqueó las cejas.
–Has estado en mi casa –dijo Tessa.
–¿Perdón?
–Eras amigo de Jamie cuando él estaba en la universidad.
–¡Ah, sí! –se formaron unas pequeñas arrugas en las comisuras de sus ojos–. Estuve un par de veces en tu casa. Pero no recuerdo haberte conocido.
Jamie soltó un bufido burlón.
–No creo que entonces te presentara a mi hermana adolescente.
–¡Ah! –dijo él.
Y a Tessa le pareció ver que bajaba la mirada.
Ella también dejó vagar su mirada. Sí, en aquel momento se acordó de él. Era un chico delgado que había estado esperando discretamente a Jamie en un par de ocasiones en las que su hermano había pasado por casa para ir a buscar algo a su habitación antes de salir a divertirse. Tessa le había visto desde la mesa del comedor en la que estaba haciendo los deberes. Entonces ya era guapo, pero en aquel momento…
Luke Asher parecía haber superado su aspecto larguirucho. Debía de medir un metro noventa y su cuerpo parecía poderosamente fibroso. Tenía la piel bronceada y arrugas alrededor de los ojos que invitaban a imaginarlo entrecerrando los ojos y escrutando en la distancia mientras intentaba resolver una investigación.
Estaba hablando con Jamie sobre un antiguo compañero de clase cuando desvió la mirada hacia ella y la descubrió mirándole fijamente. Arqueó una ceja con expresión interrogante.
–Eh… ¿Se sabe algo más de la investigación? –le preguntó Tessa.
–Todavía no. Solo hemos encontrado una huella que no podemos identificar, pero todavía quedan algunos empleados a los que no hemos tomado las huellas. Estoy seguro de que pertenecerán a alguno de los trabajadores. En ninguno de los robos hemos encontrado ninguna huella que nos haya resultado útil.
–¿Estás seguro de que todos los robos están relacionados? –preguntó Jamie.
–Todavía no hemos descartado ninguna posibilidad, pero eso es lo que dicen mis hombres.
¡Ooh! Intuiciones y huellas dactilares. Y Tessa distinguió el borde de la pistolera en su hombro cuando el detective hundió las manos en los bolsillos.
A pesar de todas sus preocupaciones, Tessa sintió una inesperada y repentina punzada de atracción.
Jamie interrumpió aquel momento en el que Tessa parecía estar comiéndose al detective con la mirada.
–¿Habéis descubierto algo con las cámaras de seguridad?
–No, nada –respondió Luke–. Las cámaras estaban orientadas hacia la zona del aparcamiento y del almacén. Yo os recomendaría que pusierais dos cámaras más vigilando las puertas.
–Sí, entendido. Se lo diré a Eric.
Luke Asher desvió la mirada hacia ella y arqueó una ceja con expresión interrogante. A Tessa se le pusieron los pelos de punta.
–¿Has hablado con la compañía que se encarga de las nóminas?
–Sí, y todo son buenas noticias. El programa del PC está cifrado y nuestro contrato incluye la protección de datos. Ya han empezado a ponerse en contacto con los empleados, incluso con los más antiguos, y también he alertado a las agencias de crédito. Así que, hasta ahora, todo parece estar yendo muy bien. En cuanto a la información de las tarjetas de crédito, solo permanece cargada mientras dura la transacción. En los ordenadores no se almacena nada.
–Genial –dijo Luke–. Es posible que ni siquiera se molesten en intentar descifrar la información. Probablemente les resulte más fácil entrar en cualquier otro lugar. E, incluso en el caso de que consiguieran abrir el programa, las alertas de las tarjetas de crédito podrían servir de ayuda. Por si acaso, cruza los dedos.
–Sí, lo haré –respondió Tessa, mirando de reojo la pistola.
Jamie se aclaró la garganta y Tessa le miró abriendo los ojos como platos con expresión de inocencia. Aquella mirada nunca fallaba.
–Voy a informar a Eric –dijo alegremente, dejando el flirteo para otro momento en el que sus hermanos no anduvieran cerca y la situación no fuera tan caótica.
Con un poco de suerte, aquello se solucionaría pronto y ella podría hacerle al detective Luke Asher una amistosa llamada como ciudadana.
–¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Luke parpadeó sorprendido ante el enfado que reflejaba la voz de Jamie.
–¿Perdón?
–Te conozco y he visto cómo mirabas a mi hermana.
–No estaba mirando de ninguna manera a tu hermana.
No se sonrojó ante aquella mentira porque sabía que no iba a salir con Tessa Donovan de ninguna de las maneras. Aquella solo había sido una muestra de inofensiva admiración. La camiseta de Tessa se tensaba justo en los lugares adecuados.
–Sé cómo eres con las mujeres –gruñó Jamie.
–No soy de ninguna manera con las mujeres, Jamie. Lo que ocurrió en la universidad, allí se quedó.
Jamie dejó la bayeta y se cruzó de brazos. Le miró con los ojos entrecerrados.
–No solo estoy hablando de la universidad.
–¿Qué demonios se supone que quiere decir eso? –le espetó Luke, ganándose una mirada incendiaria de Jamie.
–No tengo ningún problema contigo, Luke, pero he oído hablar de tu divorcio. No eres la clase de hombre que quiero que salga con mi hermana.
Luke tensó los hombros tan bruscamente y con tanta fuerza que el dolor se disparó a lo largo de su espalda.
–No sabes de qué demonios estás hablando.
–Es posible que no conociera a tu exesposa, pero todavía tiene muchos amigos en Boulder. La gente viene al bar y habla, y he oído lo suficiente como para advertirte que te mantengas alejado de Tessa.
Se fulminaron el uno al otro con la mirada durante largo rato.
–Además –añadió Jamie–, está ese pequeño asunto de tu…
El sonido de unas voces en la parte de atrás del establecimiento les alertó de que los otros Donovan estaban a punto de reunirse con ellos.
Luke estiró el cuello.
–No es mi tipo. Dejémoslo así, ¿de acuerdo?
–Por mí, con eso es suficiente –musitó Jamie.
Luke quería defenderse. Diablos, lo que realmente quería era atacar y darle a su antiguo amigo un puñetazo, pero ya tenía suficientes problemas, así que se volvió y se marchó.
Siempre había sido consciente de que la gente debía haber hablado de su divorcio, pero, por aquel entonces, su mujer y él estaban viviendo en Los Ángeles. Esperaba que las peores partes se hubieran perdido por el camino. Sin embargo, era evidente que algunos detalles habían cruzado las fronteras del estado.
Tampoco le importaba. Tessa Donovan tenía una sonrisa bonita y abierta, pero aquella chica era tan fresca e inocente como una flor silvestre. Y Luke… Luke se sentía magullado y roto a los treinta y un años. No, Jamie no tenía que preocuparse por su hermana. Luke no pensaba acercarse a ella.
Tessa había planeado entrar a escondidas en el despacho de Eric para buscar el número de teléfono de móvil de Ronald Kendall, pero Eric no paraba de pasar por allí. El único número que había sido capaz de conseguir había sido el del detective Asher. Interpretándolo como una señal, se guardó la tarjeta en el bolsillo justo en el momento en el que Eric volvía a entrar.
–¿Cómo estás? –le preguntó él.
–¡Estoy bien! –contestó, elevando excesivamente la voz–. ¿Por qué no iba a estar bien?
Eric sacudió la cabeza con expresión de perplejidad y se dejó caer en su silla.
–No nos roban todos los días.
–Exacto. Sí. El robo. Simplemente, estoy contenta porque las cosas no han ido peor, supongo.
Eric se frotó la cara con las manos.
–Pues yo estoy agotado, a pesar de que no he hecho nada en todo el día –la miró entre los dedos–. Tienes un aspecto horroroso. ¿Por qué no te vas a casa?
No había nada como un hermano para levantar el ánimo a una mujer. Por un momento, tuvo miedo de que Luke Asher solo se hubiera fijado en ella porque estaba preocupado por su salud. Pero, seguramente, sus senos tenían un aspecto perfecto a pesar de la palidez provocada por la preocupación.
–Vete –insistió Eric.
–¿Y tú?
–Voy a quedarme para ayudar a Jamie a cerrar esta noche.
–Eric, no ha sido culpa suya.
–Yo no he dicho que lo fuera –pero su tono terminante desmentía sus palabras.
Tessa sintió la presencia de Jamie a su espalda antes de que su hermano hablara.
–No hace falta que lo digas –gruñó–. Todos sabemos exactamente lo que estás pensando.
Eric se reclinó en la silla y se cruzó de brazos.
–Sé que piensas que siempre lo fastidio todo, Eric, pero es incuestionable que conecté la alarma. Ni siquiera tú puedes negarlo.
–No, pero alguien la desconectó.
–¿Y?
–Y tú eres el que contrata a los camareros cuando los necesitamos. Y todos sabemos que su cualificación rara vez va más allá de ser tipos con los que alguna vez saliste de fiesta.
–Vete a la mierda, Eric. Eso no es cierto. Contrato a tipos que son buenos con los clientes.
–Pero no tan buenos cuando se trata de llegar a la hora a la que se supone que tienen que empezar a trabajar.
Tessa alzó las manos, intentando detener la violenta tensión que vibraba en la habitación.
–Chicos, solo…
–Eres un auténtico idiota –le insultó Jamie–. Aparte de nosotros, las únicas personas que tienen el código de la alarma son Wallace y los tipos que a veces cierran la puerta principal, y ya llevan por lo menos tres años trabajando aquí. Es posible que alguno de los camareros que he traído no haya sido el empleado ideal, pero lo único que pretendíamos con ello era tapar agujeros.
Eric se encogió de hombros, con los labios apretados con un gesto de desdén.
–Me gustaría verte intentando llevar la barra –le dijo Jamie–. Para eso hace falta personalidad, ¿has oído hablar alguna vez de ella?
–¡Ya basta! –le ordenó Tessa–. Dejadlo ya. Todo el mundo está muy tenso. Así que… –antes de que hubiera podido terminar la frase, Jamie salió.
Tessa estuvo a punto de detenerle. El instinto la llevaba a calmar la situación. A obligarlos a disculparse. Pero con todo lo que tenían pendiente sobre sus cabezas, le faltaban fuerzas para hacerlo. Así que, en vez de intentar rescatar los restos de su familia para recomponerlos como siempre hacía, dejó que las cosas se quedaran como estaban y se marchó.
Estaba cansada, como Eric tan amablemente había señalado. Cansada de hacer las veces de pacificadora. Cansada de intentar arreglar siempre las cosas. Pero no importaba. No podía imaginar hasta qué punto debía de haber estado Eric agotado durante aquellos primeros años en los que se había hecho cargo de la cervecería y de dos adolescentes. Él había hecho todo lo posible para mantener a la familia unida. También Tessa podría hacer su parte.
Pero estaba empezando a preocuparle el no saber cómo arreglar aquel desastre. Era posible que Jamie no hubiera olvidado conectar la alarma, pero había hecho algo mucho peor. Las posibilidades de que el contrato con High West saliera adelante eran escasas. Realmente escasas. Pero no podía renunciar a la esperanza. Todavía no.
Se despidió de Jamie con un gesto apático justo en el momento en el que el primer grupo de trabajadores de una oficina entraba en el bar, con el alivio flotando a su alrededor como una nube. Su jornada de trabajo había terminado. Y para Tessa también. Casi.
Se quitó la goma con la que se sujetaba el pelo en una cola de caballo e intentó sacudirse la tensión. El trayecto hasta las oficinas de High West le llevaría casi una hora, teniendo en cuenta el tráfico. Era muy probable que Roland Kendall ya no estuviera allí, pero tenía que intentarlo.
Y, mientras tanto… Tessa se ahuecó la melena y subió el volumen del estéreo.
No quería pensar en nada. Conducir la tranquilizaba. Había algo en la carretera, en la música y en el sonido del motor. Aquel era el único lugar en el que podía limitarse a ser y no pensar. Pero aquel día no funcionó. Aquel día, la música la hizo pensar en Luke Asher.
Había sido un chico muy callado, pero aquella mañana le había parecido misterioso. Casi peligroso. Fuerte y reservado. Como si pudiera apoyarse en él y él fuera capaz de resolver todos sus problemas con solo una fría mirada.
A lo mejor era solo la atracción del fruto prohibido. Sus hermanos mayores rara vez llevaban amigos a casa cuando ella era adolescente. Y cuando lo hacían, como Jamie bien había dicho, no se los presentaban. Era como una norma no escrita. Sencillamente, no se permitía la presencia de amigos varones mientras vivieran los tres allí. Pero eso no le había impedido a Tessa observarlos con atención durante sus fugaces visitas a la casa.