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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Susan Mallery Inc.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un beso inesperado, n.º 118 - diciembre 2016

Título original: Kiss Me

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9309-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Si te ha gustado este libro…

 

 

Este libro está dedicado por una de mis lectoras favoritas:

 

 

Para mis amigas, que añadís sabor y risas a mis días. Para los amigos que comparten diversión, risas y comidas maravillosas. Dicen que la amistad es garantía de una larga vida… ¡A lo mejor llegamos todos a los cien!

 

Con todo mi amor,

 

Nancy

Capítulo 1

 

Zane Nicholson creía en su intuición. A las nueve cincuenta y cinco de la mañana, las entrañas le decían que aquel no iba a ser un buen día.

Miró por la ventana hacia las ondulantes colinas que conformaban el rancho Nicholson y se preguntó si habría sido más fácil ser granjero. Las cosechas no rompían cercas ni se escapaban en medio de la noche. Los cultivos no intentaban nacer de nalgas. Podría dedicarse a cultivar maíz. O trigo. El trigo era patriótico. Todos aquellos campos ambarinos ondeando como banderas.

Volvió a fijar la atención en el papeleo que tenía delante y sacudió la cabeza. ¿A quién pretendía engañar? Pertenecía a una quinta generación de ganaderos. Lo más cerca que estaba de ser granjero era el huerto para la cocina del rancho que tenían detrás de la barraca de los peones.

–¡Eh, jefe!

Zane observó al capataz cuando este entró en su despacho. Frank Adelman se quitó el sombrero vaquero, lo golpeó contra su muslo izquierdo y se sentó en la dura silla de plástico que Zane tenía delante de su mesa. Una visita de Frank antes de las nueve no podía llevarle buenas noticias.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Zane, más resignado que enfadado.

El rancho Nicholson había sido anexionado a principios de año por la ciudad de Fool’s Gold, California. Aquello significaba que, desde entonces, dependía de la jurisdicción del casco urbano, una decisión que, según la alcaldesa, le beneficiaría. La alcaldesa le había asegurado que de aquella manera se beneficiaría de los servicios de la alcaldía, pero, hasta entonces, solo le había supuesto un incremento del papeleo. Zane no entendía qué había ganado, aunque su hermano estaba encantado porque había aumentado la velocidad de Internet gracias a que habían extendido el cable hasta allí.

–En la barraca de los peones se ha estropeado una tubería –dijo Frank–. Debajo del fregadero. Todos los chicos están fuera con el ganado. He cortado el agua, pero vamos a tener que arreglarla hoy. ¿Quieres que ponga a alguien a arreglarla o llamo a un fontanero?

Zane dejó caer el bolígrafo encima de la mesa y se frotó las sienes. Un par de semanas sin una sola crisis. Aparentemente, era pedir demasiado.

Sopesó sus opciones. Frank no podía ocuparse de aquella tubería porque esperaban la llegada de unos compradores al cabo de una hora aproximadamente y Frank iba a tener que llevarlos a ver a los cabritos. Lo más fácil sería llamar a un fontanero de Fool’s Gold, pero era posible que no hubiera ninguno disponible.

–Pídeles a un par de chicos que se ocupen de ello –contestó al final. Sacudió después la cabeza–. Es lunes, ¿verdad? Los lunes siempre surge algún problema.

Frank gruñó mostrando su acuerdo y se levantó. El teléfono sonó antes de que hubiera llegado a la puerta.

Así iba a ser imposible terminar a tiempo todo aquel papeleo, se lamentó Zane mientras alargaba la mano hacia el teléfono.

–Rancho Nicholson –contestó–. Soy Zane.

–¡Hola! –contestó una mujer de voz grave y amistosa–. Llamo para hablar con alguien acerca del alojamiento. ¿Podría ayudarme?

Zane parpadeó ante aquella pregunta.

–¿Alojamiento? ¿Se refiere a alojamiento para caballos? No, no ofrecemos ese servicio, señora. Pero puede intentar hablar con Reilly Konopka. Tengo entendido que aloja caballos en su rancho. O al rancho Castle. Pregunte por Rafe.

La mujer soltó una carcajada.

–No. No me refiero a alojamiento para caballos. Lo pedía para mí y para mi marido. Vamos a ir a la conducción de ganado y quería saber si tienen spa en el racho. Últimamente hemos estado muy estresados y estaba pensando que un par de masajes podrían ser una forma agradable de comenzar las vacaciones. Un masaje de tejido profundo, quizá. O con piedras calientes. ¿No es lo que está ahora más de moda?

¿Masajes? ¿Vacaciones? ¿Conducción de ganado?

–Señora, no tengo la menor idea de a qué se refiere –contestó Zane.

Su genio iba creciendo mientras se le hacía un nudo en las entrañas. Unas entrañas que le estaban diciendo que la cosa se estaba poniendo muy fea.

–¡Ah! –pareció desilusionada–. En la web no dicen que haya spa, pero tenía la esperanza de que lo hubiera. ¿Puede recomendarme un hotel con spa en Fool’s Gold? Llegaremos a primera hora del día. Necesito descansar antes de ir a la conducción de ganado del sábado.

–Señora, ¿le importaría hablarme de esa conducción de ganado a la que piensa asistir?

–¿Perdón? ¿No es usted uno de los empleados del rancho?

Se suponía que él era el propietario. ¿Qué estaba pasando allí?

–Sí, señora –mintió.

–¡Ah! Muy bien. Mi marido y yo vamos a ir a la conducción de ganado.

Continuó hablando, dando detalles, incluyendo la web en la que había encontrado aquel destino vacacional. Mientras ella continuaba hablando, Zane encendió el ordenador y tecleó la dirección de la web. Y cuando apareció, se quedó boquiabierto. Casi ni se acordó de despedirse antes de colgar.

En menos de dos minutos había explorado aquel sitio web en el que se detallaban todas las maravillas de unas vacaciones siguiendo al ganado en el norte de California. En el rancho de Zane. Solo una persona podría haberse atrevido a hacer algo así: su hermano.

La rabia hirvió en su interior hasta convertirse en algo a lo que Zane ni siquiera era capaz de poner un nombre. Le invadió hasta un punto en el que supo que iba a explotar.

Chase ya la había fastidiado antes en incontables ocasiones, pero, comparado con aquella jugada, lo demás había sido cosa de niños. Le entraron ganas de golpear algo, de tirar algo, de romper algo. Si iba a buscar a Chase en aquel momento, terminaría haciendo y diciendo muchas cosas de las que ambos se arrepentirían. Sabía que el muchacho le veía como una combinación del diablo en persona y el peor ser humano que había existido desde Scrooge. También sabía que Chase ya era casi un adulto y que si el adolescente no se enderezaba, iba a pasar el resto de su vida metiendo la pata y viviendo para arrepentirse.

Arrepentirse. Aquella palabra bastó para calmar su genio. Él había convivido con el arrepentimiento desde que tenía la edad de Chase. El arrepentimiento tenía una manera muy particular de devorar a un hombre por dentro. De hacerle desear salir huyendo para alejarse del pasado. Pero el mundo no funcionaba así. Una vez hacías algo, no podías deshacerlo. Y él no quería algo así para su hermano.

Desde que Chase era un niño que le seguía caminando con dificultad alrededor del rancho e imitaba todos sus movimientos, Zane le había querido tanto que a veces le resultaba doloroso. Ya entonces se había prometido cuidarle y protegerle incluso de sí mismo.

De modo que, en vez de ir a buscar a Chase, regresó a su escritorio y pensó cuál sería la mejor manera de actuar. Estaba decidido a enseñarle a su hermano de una vez por todas a ser responsable. Quería que se convirtiera en un hombre que pudiera respetarse a sí mismo. Un hombre que no tuviera que vivir con el fantasma de la culpa.

 

 

–He decidido no meterla en prisión señorita Kitzke –dijo la jueza Haverston, mirándola por encima de sus gafas–. Creo que lo hizo con la mejor de las intenciones –se interrumpió–. Pero ya sabe lo que dicen del infierno.

–Sí, Su Señoría.

–No habrá indemnización por daños y prejuicios y el dinero será devuelto lo más rápidamente posible –la jueza alzó la mirada de la documentación que tenía sobre la mesa y dio un golpecito con el martillo–. Creo que puedo dar por terminada la sesión.

Phoebe Kitzke continuó de pie mientras todo el mundo se levantaba en aquel pequeño tribunal de Los Ángeles. La jueza Haverston cruzó la puerta que conducía a su despacho, o a lo que quiera que los jueces tuvieran. Al mundo secreto de las leyes, pensó Phoebe, intentando poner algo de humor, pero incapaz de sentir nada que no fuera un terror indestructible. Esperaba que llegara pronto el alivio.

No ir a prisión era una buena noticia, se recordó a sí misma. Había visto muchas películas sobre cárceles cuando se quedaba despierta hasta tarde delante de la televisión en la época en la que trabajaba de canguro, cuando todavía estaba en el instituto. Sabía la clase de cosas que ocurrían. Era mucho mejor permanecer del lado de la ley.

Phoebe le estrechó la mano al abogado de la empresa y le dio las gracias por la ayuda. Después, se volvió y descubrió a su jefa, April Keller, esperándola. April era más alta que ella, ¿y quién no?, y la clase de rubia con el pelo aclarado por el sol típica de California. Phoebe siempre se había sentido un poco fuera de lugar en Los Ángeles, con aquel cuerpo tan curvilíneo y los ojos y el pelo tan oscuros.

–¿Estás bien? –le preguntó April

Phoebe se encogió de hombros.

–Estoy contenta porque no tengo que ir a la cárcel. No tengo un pasado con el que triunfar en prisión. En cuanto a todo lo demás, todavía estoy bastante bloqueada.

April suspiró.

–Lo siento –le dijo, aliviada y triste al mismo tiempo–. Siento todo lo que ha pasado. Realmente, me has salvado.

Phoebe no quería seguir por allí. Si pensaba en lo que había pasado, terminaría enfadándose y diciendo cosas que podían echar a perder una relación importante para ella.

–¿Y mi trabajo? –preguntó en cambio–. ¿También he conseguido salvar mi trabajo?

April apretó los labios y evitó su mirada.

–Genial –dijo Phoebe. Pasó por delante de ella y se dirigió hacia la puerta–. Déjame imaginar, me han despedido.

–Has quedado suspendida de empleo.

April la siguió al pasillo. La gente deambulaba a su alrededor, todo el mundo enfrascado en asuntos legales. Phoebe deseó que los que fueran inocentes tuvieran más suerte que ella. Se detuvo al lado de un baqueteado tablón de anuncios y miró a su jefa.

–¿Durante cuánto tiempo? –preguntó.

–Un mes –April posó la mano en su brazo–. Mira, voy a compensarte por todo esto, te lo juro. Te pagaré el salario de mi propio bolsillo.

Phoebe tomó aire.

–¿Me han suspendido de empleo y sueldo?

April asintió.

Perfecto. Sencillamente, perfecto. Phoebe retrocedió un paso y cuadró los hombros.

–Supongo que te veré dentro de un mes –se despidió, y se dirigió hacia la puerta.

April corrió tras ella.

–¡Phoebe, espera! Sé que estás enfadada conmigo. Y tienes derecho a estarlo.

Phoebe se detuvo.

–En realidad, con quien estoy enfadada es conmigo.

A April se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Si no me hubieras ayudado, no sé lo que habría pasado.

–Lo sé, y me alegro de que estés bien –Phoebe miró el reloj–. Mira, ahora tengo que irme.

–De acuerdo, pero llámame dentro de un par de días, ¿vale? Puedes gritarme todo lo que quieras. Me lo merezco.

Phoebe asintió y se dirigió después hacia el ascensor para bajar al aparcamiento. Intentó decirse a sí misma que, si contemplaba la situación desde una perspectiva más amplia, había hecho una buena acción. Desde una perspectiva cósmica, acababa de aumentar sus posibilidades de fama y gloria en su próxima vida ayudando a alguien que lo necesitaba. En el caso de que hubiera otra vida. Porque si no la había, acababan de suspenderla de empleo y sueldo en un trabajo que adoraba por un error que no había sido culpa suya.

De momento, no podía decir que aquel fuera el mejor lunes de su vida.

–¿Phoebe?

La voz sonó tras ella, pero la reconoció. La reconoció y supo que el lunes estaba a punto de empeorar. Tomó aire, se volvió y vio a Jeff Edwards de pie en el sucio pasillo. El mismo Jeff del que había estado enamorada, con el que había prometido casarse, con el que había estado a punto de irse a vivir… hasta que le había descubierto en la cama con una chica en prácticas de dieciocho años a la que Phoebe estaba preparando como parte de un programa de formación laboral para adolescentes que superaban la edad para estar en un hogar de acogida.

Jeff Edwards era un hombre alto, atractivo y con éxito que se había atrevido a pedirle que le devolviera todos sus DVD cuando ella había dado por terminada su relación. Jeff Edwards, de la Agencia Californiana de Muebles Inmuebles.

–Esta vez sí que la has hecho buena –dijo Jeff, tendiéndole un sobre de aspecto oficial–. La Junta Directiva está considerando la posibilidad de quitarte la licencia.

Phoebe parpadeó delante de él, incapaz de creer que aquello estuviera ocurriendo de verdad. Era como verse en medio de un accidente de coche cuando todo lo demás parecía ir a cámara lenta. Cuando no había tiempo para detener el curso de unos acontecimientos que cambiarían su vida para siempre, cuando no había forma de evitar el impacto.

En un mundo perfecto, habría sido capaz de pensar algo ingenioso, de hacer algún comentario mordiente que le pusiera en su lugar. Pero como su mundo parecía estar girando en la misma dirección durante todo el día, le quitó el sobre de las manos sin decir una sola palabra. Con el primer golpe de suerte de aquella mañana, las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y avanzó a su interior con toda la dignidad que fue capaz de reunir. Su única victoria, por pequeña que fuera, fue la mirada de sorpresa de Jeff mientras las puertas se cerraban lentamente, dejándole solo y hablando consigo mismo.

 

 

Chase tecleaba a toda velocidad. Sus dedos se movían siguiendo el ritmo de la canción que sonaba en sus auriculares. En la pantalla, una pequeña ventana situada en una esquina mostraba un montaje de fotografías perfectamente sincronizado con la música. Ignoró la mayor parte de ellas, excepto las de los bañadores que había descargado de Sports Illustrated la semana anterior. Aquellas atractivas mujeres consiguieron capturar su atención. Cuando el programa comenzó a mostrar fotografías de grupos de rock, coches y alienígenas, desvió la mirada hacia la ventana del chat que se había abierto en medio de la pantalla y hacia el mensaje que allí le esperaba.

–El gato robot fracasó a la hora de atacar a los ratones, aunque se cayó encima de uno.

Chase leyó la frase dos veces, soltó una maldición, sacó una libreta desgastada y comenzó a pasar páginas.

–¿Y mostró algún interés? –tecleó–. ¿Puedes confirmar que los sensores funcionan?

Porque en la última prueba, los sensores habían funcionado perfectamente. Por lo menos habían registrado los datos. ¿Pero entendía el robot lo que estaba viendo? Era en ese punto en el que Peter y él tropezaban A lo mejor un gato mecánico era un objetivo demasiado ambicioso, pensó por enésima vez. A lo mejor debería haber empezado con el ratón. A lo mejor…

El martilleo de los auriculares cesó de pronto. Chase alzó la mirada y vio a Zane al lado de su mesa. Tenía en la mano la clavija que conectaba los auriculares con el ordenador.

Pulsó tres teclas en rápida sucesión, activando el macro que enviaba el mensaje a Peter para decirle que, debido a la interferencia de un adulto, la comunicación debía cesar inmediatamente. Todos sus amigos tenían mensajes de emergencia similares. Algunos bastante divertidos. Pero al ver el semblante enfadado de Zane y la furia que ardía en sus ojos, a Chase le entraron pocas ganas de reír.

Intentó recordar qué podía haber hecho mal últimamente. Había roto accidentalmente un par de platos la noche anterior, pero Zane ya le había regañado por eso. Además, el nivel de enfado que irradiaba de él superaba al de dos platos rotos. Aquello significaba que había hecho mal otra cosa. Tenía que ser algo importante. Pero no eran ni las doce de la mañana. Y, excepto para desayunar, ni siquiera había salido de la habitación.

A menos que Zane hubiera averiguado que…

Zane no decía nada. En cambio, se acercó a la mesa, se inclinó y tecleó una dirección de Internet. Para cuando tecleó la cuarta letra, Chase supo que estaba total y completamente perdido.

Observó cómo se descargaba la web en cuestión de segundos. Una fotografía panorámica de Fool’s Gold asentada en medio de Sierra Nevada llenó la pantalla. Los textos se sucedían en la parte inferior: Ven a conocer la naturaleza del norte de California y disfruta de unas vacaciones únicas.

La fotografía se desvaneció y fue sustituida por otra en la que aparecían varias personas montando a caballo. Era un gran fotografía, pensó Chase, recordando que la había copiado de otra web.

–Ya puedes comenzar a hablar –gruñó Zane mientras se enderezaba y miraba a Chase con firmeza.

Cuando era pequeño, Chase se refería a aquella mirada como «la mirada mortal». Era una mirada que le aterraba. Pero entonces era un niño y todavía no tenía del todo claro cómo funcionaban las cosas. En aquel entonces, Zane era su hermano mayor y la mejor parte de su vida. Era demasiado pequeño como para saber que, aunque él siempre consideraría a Zane como su hermano, su familia, Zane solo le veía como una molestia que se interponía constantemente en su camino.

–¿Y bien?

Chase se levantó de la silla y se dirigió hacia la cama. Aunque el rayo mortal de su mirada ya no le hacía salir corriendo, prefería mantener una pequeña distancia entre su hermano y él.

–No es para tanto –se defendió Chase–. Peter Moreno y yo diseñamos una web para clase de informática. El señor Hendrix nos puso un sobresaliente. Dijo que algún día íbamos a ser mejores informáticos que él.

Zane sacó la silla que Chase había dejado libre y se dejó caer en ella. Frotándose los ojos, sacudió la cabeza.

–Sí, has tenido un sobresaliente en Informática, en Física, en Matemáticas y en todas las asignaturas que te gustan. Ignoraremos el suficiente en Inglés y el insuficiente en Historia.

Chase se tumbó en la cama. ¡Vaya! ¿Iban a tener que pasar por aquello otra vez? En el MIT, el Massachusetts Institut of Technology, a nadie iba a importarle que no le hubiera ido bien en Historia. No era de esa clase de universidades. Por supuesto, si Zane se salía con la suya, jamás iría al MIT. Se pasaría el resto de su vida recogiendo estiércol de vaca y dando de comer a las cabras.

–Hace una media hora he recibido una llamada de teléfono.

El tono cuidadosamente controlado de su voz hizo que Chase se incorporara lentamente. Aquella voz queda era mucho más aterradora que el rayo mortal de su mirada. Significaba que Zane estaba haciendo todo lo posible para dominar su genio antes de explotar y arrasar con cualquiera que se encontrara de allí a Sacramento.

–Una mujer quería saber si podría recibir un masaje antes de ir a la conducción de ganado.

–¡Ah! Eso.

–Sí, eso. ¿Por qué no me has hablado de ello?

Chase tragó saliva al recordar lo que habían hecho Peter y él. Había sido una broma que se les había ido de las manos. Miró a Zane y vio temblar un músculo en su mandíbula. No era precisamente una buena señal.

–No tienes por qué asustarte –le dijo rápidamente–. Lo tengo todo bajo control.

–Dime cuál es el plan.

Zane tenía el aspecto de estar conteniendo su genio con todas sus fuerzas. Chase no estaba seguro de durante cuánto tiempo conseguiría dominarse. Comenzó a hablar a toda la velocidad que pudo.

–Como te he dicho, era el proyecto de Informática. Teníamos que hacer una página web y colgarla en Internet.

–En el servidor del Instituto –dijo Zane con los dientes apretados–. Pero tú has colgado la tuya en un servidor al que tiene acceso todo el mundo.

–Eh… fue un accidente. Reese Hendrix lo hizo de broma.

Zane apretó los puños.

–¿De broma? Has anunciado una conducción de ganado. Has hecho reservas y has aceptado dinero.

–Solo fueron unos días –protestó Chase–. Mira, yo sé lo que hago.

Su hermano se levantó y se acercó a la ventana.

–Así que va a empezar a llegar gente el sábado esperando pasar seis días conduciendo ganado. ¿Ese era el plan?

–No. No te preocupes. Ya me he ocupado de todo. Fue un error. Cuando empezó a llegar el dinero, Peter y yo no sabíamos qué hacer.

Sí, más adelante, había comprendido que devolver el dinero y enviar una carta explicando el error habría sido lo más inteligente, pero en aquel momento no se les había ocurrido.

–Peter y yo estamos trabajando en nuestro robot y necesitamos algunas piezas. Peter ya ha puesto su parte del dinero, pero tú no estás dispuesto a prestarme dinero ni a pagarme nada.

–¿Has utilizado dinero de personas a las que no conoces para tu proyecto? –rugió Zane, volviéndose para mirarle–. ¡Eso es robar! Toda esa web es un fraude y encima pueden acusarnos de robo.

Chase se levantó de un salto.

–Yo no he robado. Jamás he robado ni he hecho nada parecido.

–¿Entonces dónde está el dinero?

–Aquí –Chase se acercó al escritorio y comenzó a teclear rápidamente–. Peter y yo hicimos algunas inversiones. Pensamos que solo nos quedaríamos el dinero durante algún tiempo. Haríamos algunas inversiones y después les devolveríamos el dinero y nos quedaríamos con los beneficios. Lo cual fue una gran idea hasta que estuvimos a punto de perderlo todo.

Zane hizo un sonido grave con la garganta. Chase continuó tecleando y metiéndose en su cuenta de acciones.

–Sé lo que estás pensando. Que la hemos fastidiado, ¿verdad? Pero resulta que oímos a unos turistas en Fool’s Gold en la fiesta del Cuatro de Julio hablando de una compañía informática que iba a anunciar un nuevo tipo de placa base. Dijeron que sus acciones iban a ponerse por las nubes. Compramos todas las que pudimos con el dinero que nos quedaba. El anuncio lo harán dentro de cinco días. Venderemos las acciones y devolveremos los depósitos. Le diremos a todo el mundo que el rancho se ha quemado o algo parecido para que no aparezcan por aquí.

Se arriesgó a mirar a su hermano.

–Así que ya lo tengo todo cubierto. Incluso he escrito a todo el mundo una carta pidiéndoles que no vengan ese día y asegurándoles que les devolveremos el dinero por correo urgente. Está bastante bien, ¿verdad?

La expresión de Zane era inescrutable.

–Les has robado su dinero, lo has perdido invirtiendo en bolsa, piensas recuperarlo utilizando información privilegiada y les vas a cancelar las vacaciones avisándoles con menos de una semana de antelación. ¿Y crees que eso está bastante bien?

Iba elevando la voz con cada palabra. Chase tenía la sensación de que estaba intentando controlarse, pero no le estaba saliendo demasiado bien.

–Esa gente espera disfrutar de unas vacaciones. Han pedido unos días libres, han comprado los billetes de avión. ¿Tienes idea de por cuántas cosas podrían denunciarte?

–La verdad es que no –musitó Chase.

En aquel momento, apareció en la pantalla su cuenta de inversiones. Bajó la pantalla para ver la cantidad total y estuvo a punto de desmayarse al ver que eran menos de dos dólares.

–¡No! –gritó.

Pulsó varias veces la flecha del ratón sobre el código de la compañía en busca de los últimos artículos sobre ella. Apareció un enorme titular en la pantalla del ordenador.

Presidente de empresa detenido por robar información a sus rivales.

Sintió, más que vio, que su hermano se acercaba. Zane tocó la pantalla.

–Parece que ha surgido un problema en tu plan.

Chase no sabía qué decir. La situación era mala. Realmente mala. Probablemente, aquello era lo peor que había hecho nunca. Sintió náuseas. No podía pensar. La gente iba a llegar para asistir a la conducción de ganado. No tenía dinero para devolver lo que habían pagado y si Zane no estaba dispuesto a pagar su fianza, probablemente terminaría en la cárcel. O algo peor.

–Esta vez sí que he metido la pata –dijo, más para sí que para su hermano.

–Eso parece.

El calor incendió las mejillas de Chase. Fijó la mirada en el suelo, en la madera rayada que tenía bajo los pies y los rasguños de sus gastadas botas de vaquero.

–Lo siento.

–¿Lo sientes? –Zane soltó una maldición–. Habías hecho tonterías en el pasado, pero jamás habías ido tan lejos. Esperaba algo mejor –apretó los puños, como si estuviera reprimiendo las ganas de golpear algo, o a alguien–. Siempre he esperado algo mejor de ti. Tenía la esperanza de que, después de todo este tiempo, hubieras aprendido algo.

Ningún castigo, ni siquiera una buena paliza, podría haberle dolido más que aquellas palabras. Hicieron que Chase se sintiera pequeño, asustado. Se le tensaron la garganta y el pecho. Por primera vez desde hacía años, pensó que iba a llorar.

–¿Y ahora qué? –preguntó Chase.

Zane se acercó a la puerta.

–Buena pregunta. ¿Tienes algún plan?

Chase negó con la cabeza.

–Su-supongo que… –se le quebró la voz y tuvo que aclararse la garganta antes de continuar–. Supongo que tendré que pedir un préstamo para devolverle el dinero a toda esa gente.

Zane no dijo nada durante un largo rato. Cuando finalmente habló, Chase supo que no le esperaba nada bueno.

–Pedir un préstamo sería demasiado sencillo –contestó Zane–. Voy a llamar a Raúl y a Pia para contarles lo que habéis hecho Peter y tú. Después, intentaré averiguar lo que voy a hacer contigo. Este no va a ser un castigo fácil. Voy a enseñarte una lección que no vas a olvidar nunca.

Salió de la habitación sin decir una sola palabra. Chase le observó marcharse. Por primera vez en su vida, se preguntó si Zane iba a echarle de casa. Intentó decirse que no sería tan grave. Él odiaba aquel rancho. Quería marcharse, estudiar todo lo posible sobre ordenadores, rayos láser y todo tipo de cosas geniales. No dedicarse a criar ganado.

Pero vivir tal y como a uno le apeteciera y que le echara de casa el único pariente vivo que le quedaba eran dos cosas muy distintas. Se hundió en la cama, sintiéndose solo, asustado, y mucho más pequeño que los diecisiete años que tenía.

Capítulo 2

 

Dos horas después de que hubieran dictado sentencia, Phoebe había recogido su escritorio, había dejado los asuntos pendientes en el escritorio de April, había comprado una considerable cantidad de dulces y chocolate en See’s y había conducido hasta el alto rascacielos de Century City en el que su mejor amiga, Maya Farrow, trabajaba como productora de un nuevo programa de noticias sobre el mundo del espectáculo.

Sonrió a la asistente que Maya compartía con otros dos productores. Estaba sentada tras una mesa en un enorme vestíbulo. Phoebe tamborileó ligeramente en la puerta y entró después en un diminuto despacho con un ventanal que iba desde el suelo hasta el techo.

Maya estaba hablando por teléfono, pero le hizo un gesto a Phoebe para que se sentara enfrente de su mesa. Sin embargo, Phoebe se acercó antes a la ventana y fijó la mirada en aquella vista de la zona norte de la ciudad. Hacia el este estaba el Pacífico, hacia el oeste, los rascacielos apenas visibles del centro de Los Ángeles. Y, en alguna parte, al norte, San Francisco Valley, una meca suburbana que todo el mundo solía ridiculizar, pero que a Phoebe le encantaba visitar de vez en cuando. La neblina había desaparecido, dejando tras ella un cielo de un azul radiante como solo era posible en el sur de California. Nueva York podría ser la ciudad de ritmo frenético que nunca dormía, pero Los Ángeles era una ciudad puntera y fresca.

–Zane –dijo Maya con la voz tensa–, todavía es pequeño. Ha hecho una estupidez, pero…

Zane. Eso significaba que Maya estaba hablando con su exhermanastro. Por lo que Phoebe sabía, nunca habían tenido una relación fácil.

–¿Cuándo empezó? –Maya garabateó algo en un bloc de notas–. De acuerdo. Iré para allá. No, no, claro que voy a ir. No puedo salir de aquí en todo el día, pero me acercaré. Tú intenta tranquilizarte.

Dejó de hablar, como si Zane hubiera colgado y miró hacia el teléfono haciendo una mueca.

–Una habitación con vistas –dijo Phoebe, sentándose enfrente de su amiga–. No había visto tus nuevos aposentos desde que te mudaste. Felicidades.

Maya se reclinó en su silla y sonrió.

–Gracias, pero espero no tener que estar aquí durante mucho tiempo. Me ha surgido un trabajo en una cadena de televisión. Delante de la cámara y hablando de noticias auténticas, no de esas menudencias de Hollywood. Si tengo que volver a escribir una noticia sobre el nuevo peinado de una actriz… –dejó de sonreír al fijarse en la cara de Phoebe–. Cuéntame cómo te ha ido en el juzgado. No he recibido ninguna llamada histérica, así que supongo que estás bien. Si necesitas pagar una fianza, todavía tengo dinero.

Phoebe sabía que lo decía en serio. Maya estaría a su lado pasara lo que pasara.

–No tengo pena de cárcel ni tengo que pagar daños y prejuicios –suspiró suavemente–. Tengo que devolver el dinero y me han suspendido de empleo y sueldo durante un mes. Aunque April dice que me pagará de su bolsillo.

–Y es lo que tiene que hacer –Maya soltó una palabrota–. Déjame imaginar, April se ha limitado a observar y no ha dicho ni una sola palabra en el juicio.

Phoebe asintió.

–Soy una idiota. De verdad pensaba que diría algo.

–¿Te refieres a que contaría la verdad?

–Habría estado bien.

–¿Cómo estás?

Phoebe sonrió con pesar.

–Tengo una caja de medio kilo de bizcochos de mantequilla de See’s en el coche. Y estaba pensando en comprarme una botella de vino de camino a casa.

–Azúcar y alcohol. Así que estás bastante mal.

–Es lo más cerca que estaré en toda mi vida de cometer un delito –Phoebe apoyó los codos en las rodillas y se cubrió el rostro con las manos–. Tendría que haberlo sabido. Eso es lo que me está matando de todo esto. ¿Qué problema de personalidad tengo, que me obliga a comportarme siempre como si tuviera que ganar mi lugar en el mundo? ¿Cuántas veces tendré que quemarme antes de dejar de ayudar a todo el mundo? Cada vez que lo hago, termino buscándome problemas –pensó en el inesperado encuentro con Jeff en los juzgados–. ¡Ah! Y la Agencia de Muebles Inmuebles está considerando revocarme la licencia. Jeff me ha dado personalmente la información.

–¿Y no le has dado una patada en los huevos?

–No se me ha ocurrido. ¡Qué pena! –miró a Maya–. ¿Por qué soy tan tonta?

–Eres una buena persona y te gusta ayudar a los demás. ¿Qué piensas hacer ahora?

–No lo sé. Tengo un mes libre. Pero si al final me retiran la licencia…

No sabía qué pasaría entonces. Ni siquiera quería pensar en ello. Cuando había terminado los estudios, no tenía la menor idea de qué quería hacer con su vida. Había sido entonces cuando había dado con la venta de inmuebles y, por primera vez en su vida, había tenido la sensación de haber encontrado un lugar al que pertenecía. Le encantaba enseñar casas y ayudar a la gente a conseguir financiación, le gustaba ver cómo se les iluminaba la cara cuando se mudaban a su casa nueva. Aquello se había convertido en su vida.

–April es una perra –dijo Maya.

Phoebe suspiró.

–Es una madre divorciada con tres hijos. Y una de sus hijas tiene una enfermedad crónica.

–La estás excusando.

–Te estoy diciendo la verdad. April no miente. Si se hubiera pedido más días libres para quedarse en casa con Beth, la habrían despedido. Así que me pidió que me encargara yo de la documentación de los Bauer. Mi error fue hacerle caso. Sabía que aquella documentación no estaba bien.

Phoebe se había enfrentado a su jefa y una frustrada April había terminado ordenándole que hiciera lo que le ordenaba y presentara aquella estúpida documentación. Y aquello era lo que había hecho Phoebe, aun a sabiendas de que no debería. Pero, por culpa de una serie de desgraciados acontecimientos, lo que debería haber sido solamente un error, había terminado en una demanda y la consiguiente investigación, a causa de la cual había terminado ella en los juzgados. En vez de contar la verdad, April había dejado que cargara ella con la culpa con la excusa de que Phoebe podía permitirse el lujo de tener problemas en el trabajo. Si a April la despedían, tenía tres niños detrás. A Phoebe no se le había ocurrido ningún argumento con el que refutar aquel.

–No creo que la Junta se implique en un problema surgido por una confusión en el papeleo –dijo Maya.

Phoebe pensó en la carta que llevaba en el bolso. La carta que había leído mientras se consumía cuatro trufas de almendra y un doble latte en Starbucks.

–No. Pero los Bauer eran clientes de April y fui yo la que hice todo el papeleo. Ahora me acusan de querer atribuirme el mérito y quedarme con el dinero de la venta.

Maya abrió los ojos de par en par y miró a su amiga con expresión compasiva.

–Cosa que no es cierta.

–¿Pero quién va a creerme?

–April sabe la verdad.

–Pero no se va a arriesgar a contarla.

–¿Entonces qué va a pasar? Podrías llevarla a ella a los tribunales. Yo podría dar a conocer el caso.

–Gracias, pero prefiero otras alternativas –aunque no podía decir cuáles–. Supongo que ahora cuento con un mes para encontrar otro trabajo –y, dependiendo de lo que pasara con su licencia, quizá una nueva carrera profesional–. Me encanta ser agente inmobiliaria. No quiero dejar de hacer eso.

Maya negó con la cabeza.

–No, lo que te encanta es ayudar a la gente. Eres la única agente inmobiliaria de Beverly Hills que conozco especializada en encontrar la primera casa para personas que no tienen una situación económica boyante. Podrías estar ganando dinero a espuertas con estrellas de cine y antiguas glorias de Hollywood, pero, en cambio, prefieres trabajar con recién casados, madres solteras y presupuestos que no dan ni para comprar una caravana.

Phoebe pensó en protestar, pero sabía que su amiga tenía razón.

–Entiendo lo que es estar desesperada por arraigar en algún lugar –dijo.

Había vivido con aquella sensación durante la mayor parte de su vida. Algún día, se prometía. Algún día encontraría ese lugar y entonces nunca lo abandonaría.

–¡Oh, espera! –Phoebe se animó–. Tengo un cliente que es una estrella de cine, pero Jonny Blaze no quiere comprar una casa en Hollywood. Está buscando una casa para pasar unas vacaciones paradisíacas, con lugar suficiente como para que pueda aterrizar un helicóptero.

–¿Podrías por lo menos acostarte con él para olvidarte de todos tus problemas?

Por primera vez en el día, Phoebe soltó una carcajada.

–Me encantaría. Pero estoy segura de que se limitaría a revolverme el pelo y me miraría como si fuera su hermanita pequeña.

–Eso es un rollo.

–Dímelo a mí –Phoebe se levantó–. Tengo unas tabletas de chocolate reclamando mi presencia y tú tienes que dedicarte a investigar a personajes ricos y famosos. Voy a dejarte en paz.

–De ningún modo –Maya se levantó, rodeó su mesa y le dio a Phoebe un abrazo–. No voy a dejarte sola. Vamos a comer a un mexicano.

–¿Estás segura de que tienes tiempo?

–¿Para ti? Siempre.

 

 

Maya había dicho que necesitaba terminar de cerrar algunos asuntos en el trabajo, así que Phoebe tomó deliberadamente el camino más largo para dirigirse a su restaurante mexicano favorito. Como no le gustaba esperar sola en un bar, se sentó en el vestíbulo y observó a las familias y a las parejas que entraban en aquel restaurante tan popular. De vez en cuando entraba algún hombre solo. Cuando eso ocurría, Phoebe tenía cuidado de desviar la mirada. El último tipo al que había conocido en un restaurante no solo había intentado que le prestara cinco mil dólares en su segunda cita, sino que también le había mentido y no le había dicho que estaba casado. Todavía estaba dolida por la amenaza de tener que pasar algún tiempo en la cárcel y preocupada por lo que iba a pasar con su licencia, lo último que necesitaba era una relación indeseable.

Aunque tener una relación buena con alguien no estaría mal, pensó con nostalgia. Ella no buscaba al hombre perfecto, solo un hombre bueno que la quisiera, que quisiera tener hijos y una vida normal llena de cosas tan sencillas como unas vacaciones en coche y reuniones del AMPA. Una familia propia. Desgraciadamente, no parecía ser capaz de conocer a hombres normales y estables. Parecía atraer a tipos como Jeff el Infiel, o a hombres casados que querían su dinero. A lo mejor, en vez de buscar un hombre que, evidentemente, no existía en aquel planeta, debería pensar en hacerse con un perro.

Antes de que pudiera empezar a pensar en tamaños y razas, se abrió la puerta del restaurante y entró Maya caminando con energía. Tenía un aspecto distinguido y elegante con un traje negro que acariciaba sus curvas y hacía resaltar el rubio de su pelo. Phoebe estaba antes tan absorta en sus propios problemas que ni siquiera se había fijado en su atuendo.

–¿Es nuevo? –preguntó mientras se levantaba y sonreía–. ¡Es precioso!

Maya sonrió de oreja a oreja y giró para que pudiera ver el traje también por la espalda.

–Ni siquiera estaba de rebajas, pero no fui capaz de contenerme. ¡Me encanta! Es el traje que me compré para la entrevista con la cadena de televisión y tengo otro verde, a juego con mis ojos, para la prueba de cámara.

–Vas a hacer una entrevista genial –le aseguró Phoebe con lealtad–. Y estarás guapísima.

–Eres un encanto, gracias.

Phoebe no envidiaba el maravilloso guardarropa de su amiga. Ella compraba en los outlet o en las rebajas de Macy’s. Con excepción de alguna estrella del cine como Jonny Blaze, a sus clientes no les gustaría ver que el dinero que tanto les costaba ganar se destinaba a comprar ropa de diseño, de modo que ella estaba completamente conforme con la situación.

–Me muero de hambre –dijo Maya–. Y tú necesitas una margarita.

Siguieron a la empleada que las recibió a través de un laberinto de mesas de madera cargadas de bebidas, patatas fritas y fuentes enormes de fajitas, enchiladas y tacos. El olor de la carne de ternera y el pollo chisporroteando hizo que a Phoebe se le hiciera la boca agua.

Apareció el camarero y pidieron las margaritas y, sin mirar siquiera la carta, el plato número tres. El ayudante del camarero llegó tras él y les dejó la salsa y las patatas fritas.

Phoebe miró las patatas fritas calculando mentalmente las calorías. No era que le importara. Para cuando llegó la segunda margarita, ya había lanzado la dieta por la ventana. Por la mañana, intentaba deshacerse de algunas calorías con el StairMaster, con un mínimo éxito, y saltándose el almuerzo. Llevaba batallando contra aquellos cuatro kilos tres años. Hasta el momento, ganaban los kilos.

–Tengo algo que anunciar –Phoebe dio un sorbo a su bebida–. Me he dado cuenta de que cada vez que ayudo a alguien, termino teniendo problemas. No sé por qué, pero es algo que ocurre. Así que, a partir de ahora, no volveré a ayudar a nadie. Jamás. Me pidan lo que me pidan.

Maya abrió los ojos como platos.

–¡Vaya! Es impresionante. No me lo creo ni por un segundo, pero es impresionante.

Phoebe se echó a reír.

–Yo tampoco estoy segura de creérmelo, pero voy a intentarlo.

–¿Te importaría esperar un poco todavía? Porque tengo que pedirte un gran favor. Aunque creo que también es algo bueno para ti. Algo en lo que todo el mundo puede salir ganando y todo eso. Tienes un mes libre y, reconozcámoslo, si alguien necesita unas vacaciones, esa eres tú.

Phoebe frunció el ceño.

–Pero ahora no puedo pagármelas.

–Precisamente por eso es tan perfecto. En realidad, estoy hablando de algo que puede resultar una enorme distracción.

–¿Qué clase de distracción?

La expresión de Maya se tornó traviesa.

–La clase de distracción que tiene de por medio un vaquero rudo y atractivo.

Phoebe mordió una patata. Y mientras masticaba, miró a su amiga.

–A ti no te gusta organizar citas a ciegas –le recordó cuando tragó saliva–. Te he oído despotricar sobre el tema más de una vez.

Maya se echó a reír.

–Tienes razón, pero esto no es una cita. Te estoy ofreciendo un escenario en el que aparece un hombre atractivo, no una posible relación –arrugó la nariz y desapareció de su rostro el buen humor–. Sinceramente, no sé si Zane es capaz de mantener una relación. Su pasión parece limitarse a llevar su rancho y a ser perfecto.

–¿Te refieres al que era tu hermanastro? ¿Estás hablando de ese Zane? –¿el mismo con el que su amiga había estado hablando antes por teléfono?

–Al mismo –Maya tomó una patata, pero no se la comió–. Justo antes de que llegaras a mi despacho, Chase me ha llamado histérico.

–¿Tu otro exhermanastro?

–Exacto. Es el medio hermano de Zane. Tiene diecisiete años, es un absoluto encanto, un loco de los ordenadores y una decepción constante para Zane. Por supuesto, cualquiera que no alcance su ideal de perfección puede resultarle decepcionante. Zane estuvo a punto de sufrir un ataque al corazón cuando aparecí yo después de que su padre se casara con mi madre, que había sido una vedette.

Phoebe asintió. Aunque no conocía los detalles de los años que Maya había estado viviendo en el rancho Nicholson, puesto que aquello había sido antes de que se conocieran, tenía alguna información.

–En cualquier caso, Chase ha vuelto a liarla una vez más. Parece que se está convirtiendo en un profesional. Pero esta vez, aunque odie decirlo, estoy de acuerdo con Zane. Él me ha llamado poco después que Chase –Maya dio un sorbo a su bebida–. Chase y un amigo suyo crearon una web para una de las asignaturas del instituto. Ofrecían unas vacaciones acompañando la conducción del ganado. Y, de alguna manera, lo que era un proyecto para el instituto terminó colgado en Internet. No me preguntes cómo. Zane traslada el ganado cada primavera, para él es algo así como una vuelta a las raíces. Lo hace a la vieja usanza, en vez de utilizar un camión. Solo se lleva a dos vaqueros con él, preferiblemente aquellos que no dicen más de dos palabras seguidas. Jamás se llevaría a Chase ni, Dios no lo quiera, a un turista. Preferiría plantarse desnudo encima de un hormiguero.

Phoebe imaginó inmediatamente el posible problema.

–¿Y hubo gente que se apuntó para acompañar la conducción de ganado?

–Exacto. Y lo que es peor, Chase y su amigo recibieron dinero. Quinientos dólares por cabeza. Chase utilizó el dinero y lo invirtió en bolsa.

–¿Lo invirtió en bolsa? ¿Es que está loco?

–Tiene diecisiete años y se cree inmortal. Ya sabes cómo éramos a esa edad. Lo perdió todo por culpa de una compañía que se hundió. Yo no soy capaz de comprenderlo. El caso es que su hermano mayor se niega a pagar ese dinero. Zane dice que tiene que aprender de una vez por todas que los actos tienen consecuencias.

–Déjame ver si lo entiendo. ¿Estás diciendo que Chase vendió un paquete falso de unas vacaciones conduciendo el ganado y que la gente le envió dinero?

Las dos mujeres se miraron en silencio durante un largo rato. Phoebe sintió un cosquilleo en los labios. Cuando vio arrugarse las comisuras de los ojos de Maya, no pudo seguir aguantándose. A las dos les entró un ataque de risa que llamó la atención de otras mesas, lo que las hizo reír todavía más.