
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Kristine Rolofson
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amores posibles, n.º 1135 - junio 2017
Título original: A Man for Maggie Moore
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Tengo una petición especial –anunció Ella, dejando las cartas sobre la mesa en un ordenado montón–. Y creo que deberíamos tomarla en consideración.
–Pero el festival se ha acabado –declaró Missy, como si los otros miembros del Club de Corazones no se hubieran dado cuenta–. Y faltan solo diez días para Navidad.
–Ya lo sabemos y también por eso hemos tenido que trabajar tanto. Pero creo que esta deberíamos tenerla en cuenta.
–¿Es de alguien de la lista? –quiso saber Grace.
Una vez a la semana, las cuatro ancianas se reunían en el salón de las hermanas Bliss y jugaban a las cartas. También hacían otras cosas, como por ejemplo, hacer de casamenteras, tal y como mandaba la tradición de la pequeña localidad. Aquella semana, no se habían reunido el jueves, como era habitual, porque Missy no se encontraba bien y Grace había tenido que ir de compras con su hija, así que acordaron reunirse el viernes por la tarde.
¡Y vaya viernes estaba resultando ser!, pensó Ella, recordando la declaración de Robert.
–De alguna manera sí –respondió Ella, la líder del grupo.
Estaba bastante satisfecha con los emparejamientos de las últimas seis semanas. Owen Chase era feliz con su mujer. Y la boda de Calder Brown, el nuevo panadero, sería al día siguiente, después de haberlo intentado casar por segunda vez. El abuelo del novio había llamado una hora antes para invitarlas a la ceremonia. Ella incluso se había comprado un traje nuevo, que si no se hubiera retrasado la boda de Cal, ya habría estrenado la semana anterior. Aunque Ella decía que no era para impresionar a nadie. Necesitaba comprarse un traje, eso era todo.
–Y creo que deberíamos discutirlo antes de la boda, así que tenemos que planearlo ya.
Louisa pasó la bandeja roja de su madre a Grace Whitlow.
–Tómate otro sándwich. Es una nueva receta: ensalada de pollo con patata.
–Una receta muy especial, también –anunció Grace–. A lo mejor debería hacerla en la posada.
–¿Todavía aceptas huéspedes? –Ella suponía que debería comer algo, pero no tenía nada de hambre.
Y lo cierto era que nunca le habían gustado las extrañas recetas de su hermana gemela. Louisa era aficionada a mezclar todo tipo de ingredientes raros y los resultados habían decidido a Ella a ser prudente.
–Pero pocos –contestó Grace, mirando el contenido del sándwich–. Luego tengo que limpiar las habitaciones para la familia que vendrá a pasar las navidades –levantó la vista hacia Ella–. Bueno, ¡cuéntanos! Gabe O’Connor era el tercero de la lista, después de Owen y Calder. Me parece raro que te haya llamado pidiendo una esposa.
Louisa y Missy soltaron una risita. También se sonrió Grace, pero Ella siguió seria. ¿Por qué no iba a llamarla Gabe para pedirle ayuda después de lo que había hecho por sus amigos?
–Gabe no. Georgianna Moore –Ella sacó una carta doblada del bolsillo de la falda y su hermana y amigas se miraron confundidas–. La hija de ocho años de Maggie Moore –explicó.
La mujer abrió la carta y la puso de manera que le diera la luz para leerla.
Querida señorita Bliss:
Necesitamos una casa nueva y un padre nuevo –leyó Ella–. He oído que a usted se le dan muy bien esas cosas. Gracias.
Georgianna Johnson Moore.
–¿No es un nombre precioso, el de Georgianna? Es como antiguo y maravilloso –comentó Ella.
–Déjame verla –le pidió Grace.
Ella le pasó la carta.
–Maggie nos ha estado limpiando el desván –explicó Louisa–. Algunas veces se trae a alguno de sus hijos, pero no sabía que la mayor fuera tan precoz.
–Pensar que una joven como Maggie se ve forzada a vender y comprar trastos viejos… No ha tenido suerte con el marido, desde luego –dijo Missy, haciendo un gesto con la cabeza.
–No deberíamos hablar así –añadió Louisa–. Aunque está claro que Jeffrey Moore no ha salido a su padre. Y pensar que estaba, bueno, ya me entendéis, con la hija de Betsy Walker…
–Es una pena –admitió Grace.
–Maggie nos ha pagado un precio muy razonable por lo que había en el cobertizo –explicó Ella, confiando en llevar la conversación de nuevo al tema del noviazgo–. Y está haciendo una lista de las cosas que hay en el desván. Luego tendremos que decidir qué queremos vender y qué vamos a guardar. Es una chica muy fuerte que debería tener un buen marido a su lado, ¿no os parece?
Louisa dio un suspiro.
–Debía de haber trastos de hace cien años en el desván.
–¿Trastos? No son trastos –aseguró Ella–, son nuestra historia.
–Bueno, nuestra historia está cubierta de cien años de polvo y podríamos prescindir de parte de ella –replicó su hermana–. Dime si no, ¿para qué queremos un baúl lleno de sombreros viejos?
–Podríamos llevarlos a la boda de mañana. Los sombreros de vendimia están muy de moda.
–¿Sí? –Missy se sirvió otro sándwich–. ¿Qué tipo de sombreros hay arriba, Ella?
–Maggie estará en la boda –contestó Ella, ignorando la pregunta de Missy–. Deberíamos estar alerta por si la encontramos allí algún posible marido.
–¿Quién? –preguntó Louisa.
–No lo sé –replicó, volviéndose hacia su gemela.
Eran tan diferentes como la noche y el día, tanto en aspecto, como en personalidad. Y algunas veces, muy pocas, claro, Ella perdía la paciencia.
–Eso es lo que tenemos que discutir. Lo que está claro es que Maggie va a ir la boda mañana, ya que va a ser la dama de honor.
–Me gustaría ayudar a esa niña –comentó Missy, limpiándose los labios con una servilleta–. Así que, ¿por qué no le preguntamos en quién ha pensado para que sea su nuevo papá?
–Hasta entonces, propongo que echemos un vistazo a esos sombreros –sugirió Grace, echando su silla hacia atrás–. Deberíamos ponernos guapas mañana, ¿no creéis?
–Claro que sí –afirmó Louisa–. Somos invitadas de honor, ¿no?
–Yo no diría tanto –advirtió Missy–, pero me encanta que Lisette y Calder se casen por fin. ¿No ha sido un detalle que Mac nos llamara para decírnoslo?
Ella ignoró la risita de su hermana.
–Desde luego, Robert ha sido muy atento.
–Mucho –añadió Louisa, guiñando un ojo a Missy.
Ella pensó que no era un gesto femenino y así lo dijo.
–Los sombreros –les recordó Grace–. Nunca es malo ponerse guapa.
–Especialmente cuando se va a una boda, me imagino –añadió Ella, preguntándose si todavía podía estar guapa con un sombrero puesto.
–¿Tengo que ir?
–Por quinta vez, sí –le contestó Gabe a su hijo–. Aunque me lo preguntes un millón de veces, te voy a contestar lo mismo. Tienes que ir y dar un aspecto presentable.
Joe O’Connor se miró la corbata como si su padre le hubiera obligado a ponerse alrededor del cuello una serpiente cascabel. No sé por qué no puedo quedarme en casa.
–Porque vamos a ir al rancho de Calder para verlo casarse. Los niños están invitados porque su futura esposa tiene dos niñas.
–Lo sé –dijo Joe, dando un suspiro–. Una va al mismo colegio que yo.
Joe estaba sentado en la cama de su padre y se echó hacia atrás. Gabe, mientras, se estaba colocando la corbata delante del espejo de la cómoda.
–¿Cuál de las dos?
–Cosette. ¿Qué idiotez de nombre es ese?
–Debe ser un nombre francés.
Gabe se miró al espejo y se preguntó si tendría suficiente buen aspecto para ser el padrino. Él y Owen, que eran amigos de Calder desde el instituto, habían echado una moneda al aire para ver quién de los dos lo sería. Owen había ganado la última vez, pero la boda había sido pospuesta hasta que Cal había convencido a su novia de que se quería casar de verdad.
–A Georgie le cae muy bien.
Gabe se volvió y vio que su hijo fruncía el ceño. El chico tenía los mismos ojos verdes de la madre, pero el resto era puro O’Connor. Tenía el mismo pelo negro y rizado que él, y también había heredado su rostro anguloso.
–¿Sí?
–Sí, mucho. Ella suele ir a su casa para jugar con su hermana.
Eso quería decir que Maggie y sus hijas estarían también en la boda. ¡Vaya! Ver a Maggie siempre se le hacía duro, aunque hubieran pasado cuatro años desde el accidente. Gabe se metió el dedo índice por debajo del nudo de la corbata y tiró para aflojarla un poco y poder respirar mejor.
–Intenta comportarte –le dijo a su hijo–. Pórtate como un caballero.
–Me gustaría poder quedarme en casa.
–De eso nada –contestó Gabe, comenzando a ponerse la chaqueta del traje–. Nuestro amigo Calder va a casarse con la mejor cocinera de la ciudad.
–¿Mejor que tú?
–Mucho mejor. Hace pasteles y tartas, y galletas. Todo tipo de cosas ricas. Te llevé una vez a su tienda, ¿no? –se puso la chaqueta y se miró de nuevo al espejo para cerciorarse de que le quedaba bien.
Y lo cierto era que le quedaba suficientemente bien para ser un hombre de treinta y dos años, padre de dos hijos. Aunque eso no quería decir que le gustaran las canas que empezaban a asomarle en las sienes.
–No, llevaste a Kate.
–Oh. Pero sí que traje algunos dulces a casa –aseguró, colocándose el nudo de la corbata–. No me acuerdo qué traje exactamente, pero estaba rico.
–¿Sí?
–Sí –llevó a su hijo hacia el vestíbulo cariñosamente–. Vamos a buscar Kate y salgamos cuanto antes. Le dije a Cal que llegaríamos temprano.
Kate salió de su habitación para mostrar su vestido nuevo.
–¿Qué te parece, papá?
–Muy bonito, Katie.
Fue todo lo que pudo decir, ya que su hija parecía tener más de doce años con aquel vestido que la sobrina de Owen la había ayudado a elegir. Debajo del vestido de terciopelo marrón y manga corta, llevaba unas medias a juego. Era todo un contraste, ya que ella siempre iba en vaqueros y con una camiseta ancha. También se había puesto zapatos de tacón, en vez de sus botas de montar, y llevaba el pelo suelto, en vez de recogido en una trenza. Su niña pequeña estaba haciéndose mayor.
–Nunca he ido a una boda –sus ojos oscuros eran como los de su padre–. Me encanta.
–¿Sí? –preguntó Joe, sin entenderla.
–Hoy es un día muy especial para Calder –les dijo el padre a ambos–. Y estoy seguro de que se alegrará de que sus amigos estén con él para celebrarlo.
–¿Te gustan las bodas, papá?
Gabe acarició la cabeza de su hijo y soltó una carcajada.
–Claro. Siempre que no sea yo el novio –añadió en voz baja.
–¿Qué?
–Nada, nada –contestó.
Esperaba que Calder hubiera acertado en su elección. Sus dos mejores amigos se habían casado con solo unas cuantas semanas entre ambas ceremonias y estaba seguro de que las alcahuetas de la ciudad tenían la culpa.
Confiaba en que no estuvieran en la boda. Porque si no, entre evitar a las hermanas Bliss y tratar de actuar con total normalidad con Maggie Moore, el día se le iba a hacer bastante largo.
Maggie, que siempre se sentía más a gusto con vaqueros y botas, que con vestido y medias, se estaba dando los últimos retoques para salir. Su antiguo amigo se merecía una mujer dulce como Lisette y no quería perderse la transformación de Calder, quien iba a pasar de ser un soltero empedernido, a convertirse en un hombre casado y con dos hijas.
–Mamá, ya estás muy guapa. Vámonos –le dijo su hija desde la puerta del dormitorio.
–De acuerdo.
Se miró una vez más al espejo, confiando en que el vestido rojo que llevaba no la hiciera parecerse a Papá Noel. Había intentado comprarse un vestido nuevo en Barstow dos semanas atrás, pero no le había gustado nada y al final vio uno rojo, muy bonito, en el escaparate de Vintage Violets, una tienda de segunda mano. Violet, la propietaria, le había hecho un buen descuento.
Maggie le había prometido a su madre que llevaría algo nuevo, con etiqueta y todo si hacía falta, para las navidades, pero era evidente que Agnes Johnson estaba condenada a no sentirse jamás satisfecha con su única hija.
Maggie intentó recogerse su melena rubia en un moño alto, pero luego desistió. No conseguiría parecer elegante y bella aunque se lo propusiera. Su cuerpo tenía demasiadas curvas y no tenía ningún talento para maquillarse ni arreglarse el pelo. Tampoco tenía joyas, excepto su anillo de boda, que guardaba en el cajón superior de la cómoda.
–El lápiz de labios –anunció Lanie, uniéndose a su hermana en la entrada.
De ocho y seis años, sus hijas tenían la elegancia del padre y el físico de la madre. Maggie no sabía nada de genética, pero estaba claro que las niñas eran mucho más inteligentes que la madre o el padre.
–Dijiste que te recordáramos lo del lápiz de labios.
–Gracias –contestó, agarrando uno de los pequeños tubos que tenía sobre la cómoda.
–¿Qué color es? –preguntó Georgie, a quien le gustaban los detalles.
Maggie se pintó los labios con él y luego se lo mostró a su hija.
–Se llama Noches de Pasión –contestó, consciente de que aquello sonaba extraño, dada la vida que llevaba en esos momentos.
Soltó una risita y se metió el lápiz de labios en el bolso.
–Te queda muy bien –afirmó Georgie, aprobando el vestido de la madre.
–Yo también lo creo –añadió Lanie, que era más jovencita y menos femenina que la hermana–. No pareces tú, mami.
–Me lo tomaré como un piropo –dijo Maggie–. Violet me dijo que parecía una actriz de los años cincuenta.
Pensó que estaría bien ser por una noche Margaret Moore, la misteriosa mujer vestida de rojo, en vez de Maggie Moore, la vendedora de trastos viejos y propietaria de More Old Montana Stuff.
–¿Como Madonna? –preguntó Georgie, frunciendo el ceño.
–No. No nada que ver con Madonna. Me refería a las actrices que le gustaban a la abuela cuando era niña.
Empujó suavemente a las niñas hacia las escaleras. Estaban totalmente preparadas para irse y solo faltaba que su vieja camioneta cooperara. El rancho de Cal no estaba muy lejos, pero su Ford estaba teniendo muchos problemas últimamente y Maggie no quería gastarse más dinero en arreglarla. Tenía planeado comprarse algún vehículo algo más nuevo.
Como la Chevrolet de color azul claro que habían puesto al final de la carretera que iba al rancho Loco.
Ella quería una camioneta como aquella. Había pasado a su lado cada día de la semana anterior, fijándose en cómo brillaba bajo la luz del sol. Mientras tanto, ella iba rezando en silencio para que su viejo cacharro no la dejara tirada en mitad de la carretera. Pero Maggie se había prometido que algún día tendría dinero suficiente para pagar una camioneta nueva al contado.
–Poneos los abrigos y abrochaos bien –le dijo a las niñas al ver el cielo gris a través de las ventanas de la cocina.
Esperaba que no empezara a nevar hasta que la boda acabara. El matrimonio ya era duro de por sí, como para además tener que empezarlo con una tormenta.
Maggie ignoró lo mejor que pudo al padrino. Incluso cuando Gabe la rozó con el hombro después de que el sacerdote hubiera declarado a Lisette y Calder marido y mujer. Entonces Gabe había tenido que acercarse mucho a Maggie para dejar sitio al abuelo de Cal, que fue a felicitar a su nieto con lágrimas en los ojos. A Gabe solo le habían quedado dos opciones: o acercarse a Maggie, o caerse a la chimenea.
En realidad, Maggie hubiera preferido lo segundo. Especialmente, después de que Gabe la mirara y comenzase a hablar con ella. Cosa que la sorprendió, ya que pensaba que seguiría evitándola durante toda la boda, tal y como había estado haciendo durante los pasados cuatro años.
–Bien, creo que van a ser muy felices juntos –comentó Gabe.
–Eso espero –asintió ella.
Era lo único que se le ocurrió decir. Desde que tenía doce años, la presencia de Gabe O’Connor la ponía muy nerviosa. Y más en esos momentos, después de lo que había pasado hacía cuatro años.
Maggie lo miró y apartó la vista en seguida, pero tuvo tiempo de ver que aquel traje oscuro le sentaba muy bien. Entonces apretó el ramo de la novia y parpadeó cuando una pequeña espina se le clavó en un dedo.
–Me alegré mucho cuando me llamaron la otra noche para decirme que se casaban –comentó él.
–Sí, es estupendo que les haya salido todo bien –añadió Maggie–. Ella es muy agradable.
–Es evidente que os habéis hecho amigas.
–Sí.