Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Abby Green. Todos los derechos reservados.
VENGANZA EXQUISITA, N.º 2225 - abril 2013
Título original: Exquisite Revenge
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2013.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-687-3016-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
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Quién es? –preguntó Luc Sanchis en tono fingidamente aburrido, contradiciendo el repentino e irracional interés que sentía por aquella mujer que no era en absoluto su tipo.
–¿La chica rubia de pelo corto?
Luc asintió, molesto por haber hecho la pregunta y por haberse fijado en ella. Su abogado lo conocía demasiado bien y sabía que nunca preguntaba nada que no le pareciese importante.
–Es Jesse Moriarty. De JM Holdings.
Luc frunció el ceño y se fijó en la figura delgada y de baja estatura de la mujer. Estaba girada hacia él y sobresalía de todas las demás porque iba vestida con un traje de pantalón gris oscuro. Vestía de manera diferente y parecía cohibida.
A pesar de la distancia vio la expresión de pena de su rostro y que tenía los nudillos blancos de agarrar con tanta fuerza la copa de champán de la que no estaba bebiendo. Tenía la mirada fija en algo.
Su abogado debía de suponer que no conocía JM Holdings, porque le estaba explicando:
–Se rumorea que cuando decida sacarla a Bolsa su valor superará los cincuenta millones de dólares. No está mal para alguien que lleva solo un par de años en el saturado mercado de las tecnologías de la información.
–¿Qué experiencia tiene? –preguntó Luc.
–Estuvo becada en Cambridge y mientras estudiaba Informática y Económicas patentó el sistema antipiratería que más se está utilizando en estos momentos a alto nivel en empresas de todo el mundo, también en la nuestra. Hay quien dice que es un genio.
Luc entrecerró los ojos, que seguía teniendo clavados en ella. No parecía un genio. Parecía perdida, frágil. Sola entre la multitud. Sintió ganas de protegerla, de acercarse a ella y agarrarla de la mano.
Su abogado seguía hablándole en voz baja.
–Sus empleados la llaman La Máquina. Desde el punto de vista personal, dicen que es gélida, por no hablar de sus relaciones amorosas... al parecer, es gay...
El abogado dejó de hablar cuando alguien lo saludó, se disculpó con Luc con la mirada y se alejó de él. Luc lo agradeció. No le interesaba lo que le estaba contando y tampoco era de los que se sentían incómodos estando solo. Se dio cuenta de que el interés femenino aumentaba con su soledad, pero él seguía sin poder apartar la mirada de Jesse Moriarty.
Había oído hablar de JM Holdings. Por supuesto. El sistema de seguridad que aquella mujer había diseñado era una maravilla y él jamás habría imaginado que tendría detrás a una persona tan tímida y joven.
En ese momento, la mujer se giró y se quedó justo de frente a él. Luc se puso tenso. Iba vestida de manera masculina, pero era guapa y tenía unos ojos enormes. Estaba pálida, parecía casi asustada. Luc la vio dejar la copa de champán en la bandeja de un camarero que acababa de pasar por delante de ella y dirigirse hacia donde estaba él entre la multitud.
Debajo de la chaqueta llevaba una camisa blanca. El conjunto era muy clásico y, no obstante, muy femenino, en especial comparado con el de las demás mujeres, que habían sacado sus mejores galas para la ocasión. Era como si estuviese en el lugar equivocado, pero su expresión de concentración le indicó que estaba en el lugar adecuado.
La tenía tan cerca que Luc se dio cuenta de lo tensa que estaba. La frente le brillaba ligeramente de sudor. No iba maquillada, pero tampoco lo necesitaba porque tenía una piel perfecta, y eso lo excitó. No recordaba la última vez que había visto a una mujer sin maquillaje y la sensación fue curiosamente íntima.
Luc no se movió lo más mínimo, pero Jesse Moriarty estaba llegando a su lado cuando alguien retrocedió y chocó con ella. Sin darse cuenta de lo que hacía, Luc alargó las manos y la agarró por los esbeltos brazos.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Los tenía de un gris tan oscuro que parecían casi azul marino y, por un segundo, Luc se olvidó de todo. De quién era. De dónde estaba. Solo pudo ver aquellos enormes ojos y a la mujer a la que sujetaba. La vio sonrojarse y se dio cuenta de que los ojos se le oscurecían todavía más. Había en ella algo que lo atraía tanto que se coló por debajo de la armadura que llevaba puesta desde hacía años... Cuando se dio cuenta, retrocedió, pero llevándosela con él.
Su reacción fue profunda y primitiva. No estaba acostumbrado a que una mujer lo cautivase sin que él se lo hubiese permitido antes.
–Debería mirar por dónde anda –le dijo en tono brusco.
Entonces vio dolor y desilusión en aquellos enormes ojos un segundo antes de que la expresión de la mujer se tornase completamente fría. Luc recordó lo que le había dicho su abogado: que era gélida.
Ella retrocedió. Lo miró de arriba abajo una vez y luego dijo con voz ronca:
–Ha sido un accidente.
Aquella mirada habría podido congelar el Sahara. Y entonces desapareció entre la multitud y Luc sintió un impulso todavía más curioso: seguirla y... ¿qué? ¿Disculparse? ¿Acaso se estaba volviendo blando con la edad? Sabía muy bien que las mujeres que había en su mundo, ya fuesen colegas de trabajo o mercenarias que intentaban cazar a un hombre rico, no eran criaturas vulnerables que iban por ahí con el corazón en la mano. Sabía que ese tipo de mujer existía, pero casi siempre era una ilusión creada para atrapar. Y a él ya lo habían atrapado una vez, no le volvería a ocurrir.
Recordó el modo en que Jesse Moriarty lo había dejado helado con su mirada y supo que era de las mujeres menos vulnerables que había conocido. Entonces, ¿por qué no podía olvidarse de sus enormes ojos y de su delgada figura?
Un año después
–¿Qué es exactamente lo que le interesa de JP O’Brien Construction, señor Sanchis?
Luc se sentó en su sillón y miró a la mujer que tenía delante, parecía nerviosa y había entrado en su despacho como si le perteneciese, en esos momentos tenía las manos apoyadas en su escritorio y la barbilla levantada con aire beligerante.
Había pasado un año desde la primera vez que la había visto y en ese año no había podido olvidar aquellos ojos grises oscuros que en esos momentos lo estaban mirando. Aunque Luc se dio cuenta de que su imaginación no le hacía justicia a la realidad.
Le molestó experimentar aquella debilidad humana. Era la segunda vez que veía a Jesse Moriarty y ya le caía mal. Se puso en pie y apoyó las manos también en el escritorio, haciendo valer su superioridad en cuestión de talla y fuerza.
–Señorita Moriarty, le sugiero que se siente si quiere que sigamos hablando.
Al otro lado del escritorio de roble, Jesse clavó la vista en unos ojos marrones tan oscuros que parecían negros y, tal y como le había ocurrido un año antes, se sintió como si estuviese perdiendo el equilibrio.
El torbellino emocional que la había impulsado a ir allí y enfrentarse a él empezó a desvanecerse, dejándola temblorosa y consciente de lo que la rodeaba. Se puso recta y luego se dejó caer sobre la silla que tenía justo detrás.
Vio cómo Luc Sanchis levantaba las manos del escritorio y se sentaba también sin apartar la mirada de ella. De repente, Jesse sintió mucho calor. Se había dado cuenta de quién era él al verlo en un periódico un par de meses antes y por fin había podido ponerle nombre al enigmático extraño al que había conocido en aquella recepción. Le había desconcertado mucho que sus facciones le hubiesen parecido tan impresionantes.
Luc Sanchis.
Era medio francés, medio español. Director General de Sanchis Construction & Design, una de las empresas de construcción y arquitectura con más éxito del mundo. Luc era conocido por sus diseños innovadores y, al mismo tiempo, respetuosos con el medio ambiente.
Recordó lo desprotegida que se había sentido cuando la había mirado a los ojos, casi como si pudiese ver en su interior. Por un momento había sido incapaz de mostrar la frialdad de la que se había rodeado desde hacía años y había notado cómo le quemaban sus manos en los brazos durante varios días después del encuentro. Y, lo que la inquietaba todavía más, no había podido olvidar lo mucho que le había dolido que él la apartase de aquella manera, casi como si no quisiera ni verla.
En esos momentos estaba al teléfono, pidiéndole a su secretaria que les llevase unos refrescos. Jesse deseó decirle que no se molestase, pero no se atrevió a hablar. Todavía no se sentía dueña de sus emociones y no quería que se le notase.
Él colgó y siguió mirándola con aquellos ojos oscuros, desconcertantes. Indescifrables.
–Bueno, señorita Moriarty, ¿por qué no empezamos de cero?
A Jesse no le gustó su tono de voz, pero se contuvo y respondió:
–Discúlpeme, no era mi intención parecer grosera.
Él arqueó una ceja y Jesse oyó llegar a su secretaria. Agradeció el respiro, aunque fuese solo momentáneo y observó cómo Luc Sanchis aceptaba un café con una sonrisa. El corazón le dio un vuelco. Su rostro aceitunado era más duro que bello, y eso la estremeció.
La secretaria se marchó y Jesse dio un sorbo a su café mientras intentaba que no le temblase la mano. Dejó la taza, miró a Luc Sanchis y se armó de valor.
–Me gustaría saber cuáles son sus intereses en JP O’Brien Construction.
Él dejó también la taza y apoyó la espalda en el respaldo del sillón de piel. Tenía los hombros muy anchos y la camisa blanca y la corbata de seda creaban una ilusión de civismo. Aquel hombre desprendía masculinidad por los cuatro costados. Y eso la ponía nerviosa.
–Con el debido respeto –le contestó él–. No creo que sea asunto suyo. Creo que debería ser yo quien le preguntase por qué le importa cuáles son mis intereses en O’Brien Construction.
Ella se levantó de la silla porque necesitaba poner más espacio entre ambos y alejarse de aquella mirada. Aquello no era normal. Tenía fama de ser fría y de carecer de emociones, pero llevaba una semana en la que solo había sentido emociones, y una muy turbulenta en particular que era la que la había llevado a ver a aquel hombre.
Nerviosa, fue hacia el ventanal, que tenía unas impresionantes vistas de la ciudad de Londres. Notó la vista de Luc Sanchis clavada en su espalda.
Oyó movimiento detrás de ella y luego una voz que parecía impaciente.
–Tal vez usted disponga del tiempo necesario para plantear preguntas que no le competen, pero yo, no.
Jesse se giró y vio como Luc Sanchis le daba la vuelta a su escritorio y alargaba un brazo para indicarle que se marchase. Y en ese momento, muy a su pesar, Jesse solo pudo fijarse en cómo se le ceñía la camisa al pecho.
Le sorprendió sentirse tan atraída por un hombre que, al parecer, era conocido por sus proezas sexuales.
Se obligó a respirar hondo y a clavar la vista en sus ojos. No tenía intención de moverse. Luc Sanchis era lo único que se interponía en sus planes de conseguir que castigasen a JP O’Brien por sus delitos. Había trabajado demasiado para llegar allí.
–Estoy dispuesta a igualar cualquier cantidad que pretenda invertir en O’Brien para salvarlo.
Luc Sanchis bajó el brazo, frunció el ceño y Jesse se obligó a mantenerse impasible. Después de saber quién era y lo poderoso que era, imaginaba que si había tomado la decisión de salvar O’Brien sería imposible hacerle cambiar de opinión.
–¿Para qué le interesa a JM Holdings una empresa de construcción? –preguntó él en tono engañosamente neutro–. ¿No ha sido su última adquisición un consorcio de juegos?
Jesse se ruborizó y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartar la mirada de él. Lo último que quería era que aquel hombre la interrogase acerca de sus motivos.
–Eso no es asunto suyo –le respondió–. ¿Va a permitir que iguale su oferta o no?
–Pero usted sí que quiere averiguar cuáles son mis intereses, ¿no?
Jesse volvió a sonrojarse. Luc Sanchis se cruzó de brazos y a ella se le puso la piel de gallina al verlo apoyarse en el escritorio. La tela de sus pantalones oscuros se le apretó al muslo de tal manera que Jesse tuvo que cerrar los puños.
Luc estudió a la mujer que tenía en su despacho. Casi estaba temblando de la tensión. Odió admitirlo, porque había pocas cosas que despertasen su interés últimamente, pero se sentía intrigado con ella.
Físicamente no era en absoluto su tipo, prefería bellezas voluptuosas, seguras de sí mismas y con experiencia. Jesse Moriarty era menuda y de constitución atlética, delgada. Y no parecía nada segura de sí misma desde el punto de vista sexual. Iba vestida con unos pantalones grises y una camisa blanca abrochada hasta arriba, y encima llevaba un jersey. Su corte de pelo era casi militar.
Se dijo a sí mismo que era el recuerdo de su última amante lo que le estaba calentando la sangre, no aquella mujer que parecía tener más ganas de saltar por la ventana que de enfrentarse a él. No estaba acostumbrado a que las mujeres reaccionasen así en su presencia. Se preguntó si su abogado habría estado en lo cierto al sugerir que era gay.
Jesse deseó que Luc Sanchis dejase de mirarla como si fuese un bicho raro. Lo vio separar los labios para volver a hablar y no pudo evitar clavar la vista en ellos.
–Señorita Moriarty, si no me da una explicación de por qué no quiere que invierta en O’Brien, me temo que esta reunión ha terminado. No negocio con acertijos.
Jesse se cruzó de brazos mientras la voz de Luc la atravesaba.
–Está casi en la quiebra... –balbució, sintiéndose amenazada–. Estoy segura de que no tiene nada que ofrecerle.
Luc Sanchis apretó los labios.
–No quiero repetirme, pero me temo que es usted la que debe contarme por qué está tan interesada en él.
Viendo que Jesse se quedaba en silencio, él añadió un tanto a regañadientes:
–O’Brien todavía tiene participaciones en la construcción en Europa del Este y yo estoy interesado en adquirirlas antes de que sea demasiado tarde. Si eso significa salvar a O’Brien al mismo tiempo, que así sea. Tendrá que admitir que mi interés es más legítimo que el suyo.
A Jesse le dolía la cabeza. Aquello tenía todo el sentido del mundo. Había pensado que Luc Sanchis podía estar aliado con O’Brien, pero se había informado y había llegado a la conclusión de que su reputación era impecable. No había tenido ningún contacto anterior con O’Brien, se había erigido de repente en su salvador.
Luc Sanchis cambió de postura sin dejar de mirarla y ella se estremeció.
–¿Por qué no se ha dirigido directamente a O’Brien con una oferta mejor que la mía? –le preguntó él.
Jesse palideció. No quería recordar su primera reunión cara a cara con O’Brien la semana anterior. Era normal que Luc Sanchis le hiciese aquella pregunta tan lógica, pero no podía dejar de preguntarse qué haría si le contaba toda la verdad, la fea y escabrosa verdad acerca de su relación con O’Brien.
Evitó mirarlo a los ojos.
–Tengo mis motivos.
Era una manera patética de no responder, pero Jesse no podía explicarle que no podía volver a encontrarse con O’Brien. Había quemado todas sus naves en esa reunión, pero solo lo había hecho porque había pensado que podía hacerlo, que nadie más le echaría un cable antes de que fuese demasiado tarde.
El motivo por el que no podía tranquilizarse y responder a Luc Sanchis de manera lógica era que aquello no tenía nada que ver con los negocios. Era una cuestión de dolor. Dolor y sufrimiento. Y, sobre todo, de venganza. ¿Cómo iba a hacer entender a otra persona las oscuras emociones que llevaba dentro desde hacía tanto tiempo?
Luc Sanchis se incorporó. Jesse no pudo evitar mirarlo. Parecía enfadado.
–Sean cuales sean sus misteriosos motivos, la cuestión es quién de los dos desea más invertir en él.
Jesse se dio cuenta de que, a pesar de haber creado una empresa multimillonaria, no podría competir con aquel hombre.
Tenía que hacerle creer que O’Brien no le importaba tanto. A pesar de serlo todo para ella.
–Mire –le dijo con estudiada despreocupación–. Estoy dispuesta a doblar la cantidad que le ha ofrecido a O’Brien a cambio de que abandone sus planes de inversión.
Luc miró fijamente a Jesse Moriarty. Era evidente que estaba desesperada por O’Brien. El problema era que él también quería la empresa. Había trabajado demasiado para dejar pasar una oportunidad así. Sobre todo, para dejársela a una mujer que estaba empezando a ponerlo nervioso con esos enormes ojos y con el rubor de sus mejillas.
Las mujeres como Jesse Moriarty no conseguían tener éxito en los negocios siendo amables. Eran despiadadas y testarudas y no dudaban en pisar a quien fuese necesario para avanzar. Él había aprendido la lección de manos de una mujer dispuesta a tener éxito a cualquier precio y no tenía la intención de permitir que Jesse Moriarty lo desviase del plan que había establecido casi quince años atrás.
Se acercó a ella con paso decidido.
Jesse abrió mucho los ojos al ver moverse a Luc Sanchis y tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder. Volvió a apretar los puños. Se sentía amenazada por el tamaño y la presencia de aquel hombre. Parecía más un atleta que un titán de la industria y Jesse deseó por enésima vez ser más alta y corpulenta.
Luc alargó una mano y dijo en tono extremadamente educado:
–Puede cuadruplicar mi oferta, señorita Moriarty, que no retrocederé. Siento haberle hecho perder el día.