Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
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28001 Madrid
© 2004 Sherryl Woods. Todos los derechos reservados.
UNA JUGADA DEL DESTINO, Nº 38B - julio 2013
Título original: Destiny Unleashed
Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.
Publicados en español en 2005.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-687-3463-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
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Si Destiny Carlton hubiera imaginado el examen de conciencia tan duro que supondría reencontrarse consigo misma, tal vez lo habría dejado para otra ocasión… o quizá para otra vida.
–¿Estoy loca por pensar siquiera en esto? –le preguntó a la mujer que había sido su secretaria personal y confidente durante casi veinte años–. ¿He perdido la cabeza? Respóndeme con sinceridad.
Miriam Thomas esbozó una sonrisa desdeñosa. Siempre había sido sincera con Destiny, por muy dura que pudiera ser la verdad.
–Eres la persona más cuerda que conozco –le dijo.
–Pero esto… esto es demasiado. No se trata de trabajar en el quiosco de la esquina. Y llevo años sin trabajar –recalcó Destiny.
–¡Ja!
–Está bien, está bien, he organizado muchos actos benéficos y he seguido de cerca todas las decisiones de Carlton Industries, pero no es lo mismo que estar dentro del negocio. Y desde luego, no es lo mismo que pedirle a mi sobrino que confíe en mí para hacerme cargo de toda una sucursal.
–Se te olvida que estamos hablando de la empresa familiar y que tú eres parte indispensable de la familia… Eres la matriarca, por así decirlo.
–Cierto, pero dejé la empresa a cargo de mi hermano hace años. El único motivo por el que abandoné el arte y mi estudio en el sur de Francia fue el accidente aéreo que mató a mi hermano y a su mujer. No podía dejar solos a Richard, Mack y Ben. Eran sólo unos críos y me necesitaban. Pero ahora han crecido y están todos casados.
–Gracias a ti –le recordó Miriam.
–Sí –afirmó Destiny, permitiéndose una sonrisa–. ¿Quién sabe cuánto habrían tardado en sentar la cabeza si yo no les hubiera dado un pequeño empujón?
–Por tanto están en deuda contigo –sugirió Miriam–. Si quieres hacer algo completamente nuevo y darle un giro radical a tu vida, ¿por qué no iban a apoyarte?
–No sólo quiero su apoyo –dijo Destiny–. Quiero hacerme cargo de la sucursal europea, pero Richard me sigue viendo como la tía complaciente y algo excéntrica, no como una mujer de negocios. En parte es culpa mía. Nunca he mostrado el menor interés por trabajar para Carlton Industries, al menos no con dedicación total.
–Siéntate –le ordenó Miriam, y mantuvo el ceño fruncido hasta que Destiny obedeció–. Lo primero, conoces los entresijos de la empresa, ocupes o no un puesto oficial en la misma. Eres miembro de la junta directiva, por amor de Dios, y nadie asiste a esas reuniones más informado que tú, ¿me equivoco?
–Lo intento –admitió Destiny. Para ella era una cuestión de honor conocer a fondo la empresa si ocupaba un lugar en la junta.
–Y estás extraordinariamente capacitada para este trabajo en particular, ¿no?
Destiny pensó en los problemas de la sucursal europea. Casi todos los habían provocado los persistentes y sigilosos ataques de un solo hombre, William Harcourt, a quien ella había amado una vez con todo su corazón y a quien había abandonado veinte años atrás para regresar a Estados Unidos a cuidar de sus sobrinos huérfanos.
–Sé cómo funciona la mente de William –dijo–. Y el hecho de que se haya convertido en una amenaza para la empresa, tal vez por mi culpa, me supone una enorme motivación para detenerlo.
–Bueno, pues no veo que tengas elección. Tienes que hacerlo –concluyó Miriam–. No sólo por tu bien, sino por el bien de la empresa.
–Pero ¿y si lo estropeo todo? –preguntó Destiny, incapaz de superar sus dudas.
–No digas tonterías –la reprendió Miriam–. Lo harás muy bien –le sonrió–. Y estaré a tu lado para ayudarte.
–¿Vendrías a Londres conmigo?
–No puedo dejar que vayas sola –afirmó Miriam–. Además, desde que Darryl murió y Dwayne se fue a la universidad, mi vida está tan vacía como la tuya. Será estupendo sumergirse en algo nuevo y emocionante.
Sí, pensó Destiny. Realmente necesitaba un desafío. Desde la boda de Ben, el menor de sus sobrinos, se había encontrado sin mucho que hacer. Si quería volver a Francia, podía hacerlo. Si quería pasarse el tiempo pintando, podía hacerlo. Si solamente quería viajar, podía hacerlo.
Pero todos esos años ocupándose de una casa, educando a sus sobrinos y participando en la junta de Carlton Industries la habían dejado con una visión desencantada de la ociosidad y la holgazanería.
Quería hacer algo de provecho. Veinte años antes había pasado sin problemas de ser una artista excéntrica a madre por accidente. Ahora, a sus cincuenta y tres años, quería otro cambio en su vida. Sentía que había algo en ella que esperaba a ser descubierto.
No era demasiado tarde para encontrar un camino completamente nuevo que le conviniera, se aseguró a sí misma. Aún seguía siendo una mujer dinámica e inteligente. De hecho, después de haber conseguido casar a sus tres sobrinos, se sentía capaz de todo.
Llevaba varios meses dándole vueltas a aquel propósito. Incluso se lo había insinuado a Richard, pero él no pareció tomarla en serio. Era el momento de exponérselo con claridad. Después de todo, había sido él quien le metió la idea en la cabeza.
Todo guardaba relación con William Harcourt, quien había resultado ser muy competente a la hora de dirigir el negocio de su familia. En los últimos años se había propuesto hacerse con todos los contratos que Carlton Industries iniciaba en Europa. Había logrado algunos y había perdido otros muchos, pero no había duda de que estaba usando información privilegiada, que la propia Destiny le había revelado en la intimidad tiempo atrás, para conseguir que Carlton Industries pagara un precio desorbitado por cada contrato. Suponía más una molestia que una amenaza, pero últimamente sus tácticas se habían vuelto más audaces y peligrosas. Había que pararle los pies.
Destiny había actuado sin pensar muchas veces en su vida, pero aquel asunto de William Harcourt y sus ataques a la empresa lo había meditado a fondo, y había llegado a la conclusión de que ella era la única que podía hacerle pagar a William por su traición. La venganza sería un desafío mucho más divertido que volver a una vida de ocio que ya no tenía ningún significado.
Sólo tenía que convencer a Richard, y a toda la familia, de que podía asumir la tarea.
–¿De verdad crees que puedo hacerlo? –volvió a preguntarle a Miriam.
–Sin ninguna duda –respondió su secretaria con toda confianza.
Destiny asintió.
–Entonces es hora de planteárselo a Richard. Después de todo, es el director general. Supongo que no tendrás idea de cómo conseguirlo, ¿verdad?
–Abusando de tu autoridad –le sugirió Miriam con un brillo de malicia en los ojos.
–Creo que será mejor tratarlo con delicadeza –replicó Destiny con una sonrisa–. Dejaré el abuso de mi autoridad como último recurso.
–¿Que quieres hacer qué? –exclamó Richard, levantando la cabeza del montón de papeles que cubrían su escritorio y mirando a su tía como si se hubiera vuelto loca.
–No me mires así –dijo ella–. Conozco el funcionamiento de esta empresa tan bien como tú. No en vano, fue mi abuelo quien la fundó y fue mi padre quien la convirtió en una multinacional. Llevo años ocupando un puesto en la junta, y te aseguro que estoy al día con los informes. Para serte sincera, creo que soy la única persona además de ti que se los lee al completo.
–Pero tú nunca has mostrado el menor interés en trabajar para la empresa –replicó Richard, perplejo–. Cuando tu padre intentó buscarte un puesto aquí, te escapaste a Francia. Y cuando volviste tras la muerte de mi padre, lo dejaste todo en manos del vicepresidente hasta que yo fuera lo bastante mayor para hacerme cargo.
–Porque, al igual que tú, tu padre se desvivía por esta empresa. Yo le permití quedársela porque era lo más justo y sensato que podía hacerse. Y cuando volví, tenía otras responsabilidades mucho más importantes… tus hermanos y tú. La empresa iba sobre ruedas, pero vosotros necesitabais mucha más atención. No había ninguna necesidad de que me inmiscuyera en los negocios.
–De acuerdo –aceptó él–. ¿Qué ha cambiado ahora?
–Yo he cambiado –respondió ella–. Ahora quiero dirigir la sucursal europea, y te prometo que no lo lamentarás.
–Pero ¿por qué?
–Porque así es –insistió ella con impaciencia–. No seas tan obtuso, Richard. Quiero hacerlo porque, ahora que tus hermanos y tú estáis casados, necesito algo que hacer. Quiero descubrir quién soy realmente.
Richard aún no podía salir de su asombro.
–¿Desde cuándo tu agenda no está repleta de reuniones, actos benéficos, recaudaciones de fondos, almuerzos con ejecutivos y compromisos sociales?
Destiny hizo un gesto quitándole importancia a esas actividades.
–Hubo un tiempo en el que me bastaba ese estilo de vida. Ya no. Necesito un propósito de verdad. Quiero hacer una contribución a esta familia, y creo que tengo algo único que ofrecer a Carlton Industries. Todos estos años recaudando dinero para mis obras benéficas deberían servir para algo.
–Espera un momento –dijo Richard, mirándola con exasperación–. ¿No te parece suficiente contribución haber vuelto de Francia para cuidarnos tras la muerte de nuestros padres? Nos diste un hogar y estabilidad. Nos llenaste la vida de diversión y aventura. Ni Mary Poppins lo hubiera hecho mejor. Has visto cómo nos hemos convertido en unos hombres decentes y bien educados. Maldita sea, incluso te encargaste de que los tres nos casáramos con las mujeres que nos elegiste. Gracias a ti, está naciendo una nueva generación de Carlton.
–Ahí es donde quería llegar –respondió Destiny–. Ya tenéis todos vuestra propia familia. No me necesitáis más.
–Siempre te necesitaremos –protestó Richard, indignado por que ella pudiera pensar lo contrario–. ¿Acaso no te lo hemos demostrado?
–Me necesitáis como la tía abuela indulgente que mime a vuestros hijos, nada más. No puedo contentarme con eso. Quiero más.
Richard probó con otra táctica para disuadirla.
–¿Qué pasa con tu casa de Francia? Siempre he creído que querrías volver algún día para vivir allí, para volver a pintar y a ocuparte del jardín. Siempre hablabas de aquella época como de algo mágico. Ahora es tu oportunidad. Vete unos meses y abre tu viejo estudio.
–Todo eso pertenece al pasado –dijo ella alegremente, como si no hubiera hablado incontables veces de lo que Richard le sugería–. No se puede recuperar algo que se ha perdido. En realidad, estoy pensando en vender la casa.
Richard se quedó aún más horrorizado de lo que ya estaba.
–Ahora sé que algo va mal. ¿Por qué no me dices de qué se trata? Siempre juraste que jamás venderías esa casa, que querías pasar en ella tu vejez…
Destiny se encogió de hombros.
–Los tiempos cambian. En aquel entonces yo era joven e impulsiva. Pero a medida que vosotros crecíais, también yo me hacía mayor. Ahora tengo otros sueños.
–¿Y uno de esos sueños es dirigir la sucursal europea?
–Sí –declaró ella rotundamente, sin pestañear.
En el fondo, Richard no dudaba de la capacidad de su tía. Era una mujer extraordinaria, con un corazón de oro, una pasión entusiasta por la vida y una mente despierta y aguda. A sus cincuenta y tres años seguía siendo una mujer muy hermosa, esbelta y ágil, con una melena castaña y suave que enmarcaba un rostro atractivo y exquisitamente cuidado. Sus generosos labios se curvaban en una radiante y casi permanente sonrisa, y las arrugas de la risa se desplegaban en torno a sus brillantes ojos verdes.
No le faltaban pretendientes, y sin embargo los mantenía a todos a cierta distancia. Melanie, la mujer de Richard, opinaba que Destiny aún añoraba al amor de su vida, el hombre al que había abandonado cuando regresó al país para cuidar a sus sobrinos. Tal vez fuera cierto, aunque a Richard no le gustaba pensar que su tía había sacrificado a alguien irreemplazable para pasarse veinte años recordándolo con pesar. Y aún podía ser peor si aquel hombre resultaba ser William Harcourt, como Richard sospechaba. Harcourt estaba siendo su cruz particular al dificultar sus negocios en Europa.
Apartó esos pensamientos e intentó ver la petición desde la perspectiva de Destiny. En todos aquellos años su tía nunca había pedido nada para ella. Se había volcado por completo en su inesperado papel de madre y lo había bordado con su estilo poco ortodoxo. Después de todo lo que había hecho por él y por sus hermanos, ¿cómo podía negarle lo único que le pedía?
Aun así, la decisión de su tía le parecía tan disparatada que tenía que asegurarse de que no fuera un mero capricho. Carlton Industries no era un pasatiempo para que se entretuviera una mujer aburrida de su vida.
–Destiny, ¿de verdad has pensado en esto? –le preguntó–. ¿Tienes idea de cuáles serán los inconvenientes? Un trabajo como el que estás pidiendo exige pasarse en el despacho casi todo el día. Y hay que soportar mucho estrés.
–¿Estás insinuando que no estoy física o mentalmente preparada? –preguntó ella en tono glacial, entornando la mirada.
–Pues claro que no –se apresuró a responder Richard.
–Entonces, ¿por qué tienes tantas dudas?
–Porque no pareces tú la que está hablando. Cada vez que he sacado el tema de la sucursal europea y de los problemas que la rodean, me has dicho que me las arregle yo solo.
–Pero no lo has hecho, ¿verdad? –observó ella.
Richard suspiró. Había conseguido frustrar los intentos de William Harcourt por robarle los contratos, pero aún no había podido darle un escarmiento definitivo.
De nuevo se preguntó si habría alguna relación que él no supiera entre Harcourt y Destiny. Le había preguntado a su tía si había conocido a ese hombre alguna vez, pero ella había evitado darle una respuesta directa. Ben había conseguido que confesara haberlo conocido, pero nada más. Aquella confesión incompleta había aumentando las sospechas de Richard, pero seguía necesitando pruebas.
–¿Tiene esto algo que ver con Harcourt? –le preguntó.
–No, sólo tiene que ver conmigo –insistió ella, con una expresión que no desvelaba nada–. Es hora de descubrir quién soy.
–¡Eres una mujer increíble! –exclamó Richard–. ¿Por qué te lo cuestionas? No empieces a subestimar tus méritos, porque no te creeré.
–Cariño, estoy segura de haber hecho un buen trabajo educándoos a tus hermanos y a ti y contribuyendo a la comunidad, pero en el fondo no sé quién soy. Ya no me dedico a pintar ni a ser una madre sustituta. Estoy harta de organizar fiestas y eventos. En algún lugar del camino, perdí mi verdadera identidad.
–Eso que dices es de locos –espetó Richard.
–¿Lo es? Era muy joven cuando me marché a Europa. Tenía mucho dinero y ninguna responsabilidad. Pintaba porque disfrutaba haciéndolo, no porque fuera mi vocación, y me rodeé de gente tan irresponsable como yo.
–¿Incluido William Harcourt? –volvió a preguntarle Richard, esperando que por fin le diese una respuesta sincera.
Su tía lo miró adustamente.
–Sí, incluido William –admitió, pero levantó una mano antes de que Richard pudiera decir nada–. Lo que quiero decir es que, cuando tus padres murieron, volví aquí y cargué sobre mis hombros la responsabilidad de una familia. Y creo que cumplí con lo que se esperaba de mí…
–Por supuesto que sí.
–Pero… –añadió ella con un atisbo de impaciencia– aunque esos años fueron un regalo inesperado que cambió mi vida por un tiempo, ahora estoy preparada para seguir adelante. Necesito descubrir quién es realmente Destiny Carlton.
–¿Y crees que podrías ser una próspera ejecutiva?
–¿Por qué no? –preguntó ella–. Después de todo, lo llevo en los genes. Sinceramente, no sé por qué estás haciendo una montaña de un grano de arena ni por qué te sorprende tanto. Llevo meses hablando de esto, desde la boda de Ben, pero has ignorado todos mis comentarios.
–Porque no creí que hablaras en serio.
–En otras palabras, creías que era otro de los caprichos pasajeros de Destiny –se burló ella–. Y eso lo dice todo, ¿verdad? ¿Tan extraño es que quiera que mi familia empiece a tomarme en serio?
Richard vio que le había hecho daño, pero no sabía de qué otro modo reaccionar ante aquella locura. No podía entregarle una sucursal entera sólo porque ella quisiera.
–Destiny, ¿por qué no piensas con calma durante un par de días? O tómate unas vacaciones y vete a Francia, a ver si te sientes allí tan cómoda como hace años –le sugirió, con la esperanza de ganar algo de tiempo para encontrar un plan efectivo. Tal vez pudieran animarla a que aceptase una de las continuas proposiciones de matrimonio que le hacían los hombres más ricos de la región, pensó reprimiendo una sonrisa maliciosa–. Piensa en ello durante unos días o unas semanas y volveremos a discutirlo.
–Quieres hablar antes con tus hermanos para asegurarte de que no me he vuelto loca, ¿verdad? –dijo ella irónicamente–. De acuerdo, pero sólo esperaré veinticuatro horas. No hay tiempo que perder. William está persiguiendo otro contrato, y esta vez es posible que perdamos si no nos movemos deprisa. Consúltalo con tus hermanos si quieres, Richard, pero puedes estar seguro de que no cambiaré de opinión.
No era el retraso que Richard esperaba, pero sabía que no podía conseguir más.
–Muy bien. Nos veremos mañana, al final del día –le dijo–. Te prometo que lo meditaré.
Ella lo miró con expresión inocente.
–Espero que tomes la decisión acertada, Richard. Sabes que no me gustaría nada tener que abusar de mi autoridad contigo.
–¿Qué quieres decir con eso? –preguntó él entornando los ojos.
–Quiero decir que no me gustaría explicarle a la junta que la operación europea está patas arriba y que tú no has conseguido convertirla en la mina de oro que podría ser.
Richard la miró en silencio, asimilando sus palabras. Si alguna vez había dudado de la habilidad de su tía para negociar, ya no le quedaba la menor duda. Era obvio que Destiny se había preparado a conciencia antes de ir a verlo. Y lo había amenazado sin pestañear siquiera.
–¿Harías eso? –le preguntó, todavía aturdido por su audacia.
–No creo que sea necesario –respondió ella con una sonrisa–. ¿Y tú?
Sin decir más, salió del despacho tan orgullosa como una reina.
Richard soltó un profundo suspiro. Qué Dios ayudara a la sucursal europea… Su tía se estaba saliendo con la suya y él no podía hacer nada. Cuando Destiny Carlton se proponía algo, se convertía en un formidable huracán imposible de detener.
Destiny pensó que la conversación con Richard había resultado bastante positiva. Sin duda su sobrino acabaría aceptando su petición, aunque al oírla se había quedado tan impresionado como horrorizado.
Se sirvió una taza de té y se sentó en un sillón frente al fuego. ¿Qué sería lo primero que hiciera cuando llegara a Londres, donde estaba la sede central de Carlton Industries en Europa? Llevaba meses estudiando los informes, y sabía que la esperaba una ardua y exhaustiva labor para relanzar las operaciones y que no todo tenía que ver con William Harcourt. Había muchos ineptos ocupando puestos claves, por lo que la empresa al completo necesitaba una profunda reorganización.
Estaba sumida en esos pensamientos cuando la puerta principal se abrió y Mack y Ben entraron en casa, llamándola a gritos.
–Estoy aquí, tomando el té junto al fuego –respondió ella, sin sorprenderse en absoluto por la llegada de sus sobrinos–. Si queréis tomar un poco, traeros un par de tazas.
Minutos después aparecieron los dos en el salón, no sólo portando tazas, sino también una tetera y un plato de las galletas de chocolate que preparaba el ama de llaves y que eran la debilidad de Ben. Desde que se casó con Kathleen no le faltaban los dulces, pero le seguían encantando las galletas de la señora Darlington.
–Supongo que habéis hablado con vuestro hermano –dijo Destiny cuando ellos se sentaron–. Si habéis venido a intentar que cambie de idea, ya podéis ir olvidándolo.
–Para hacerte cambiar de idea, no –le aseguró Ben–. Sólo para averiguar si hemos hecho algo que te haga pensar que ya no te necesitamos.
–No digas tonterías –lo reprendió Destiny–. ¿Por qué ninguno podéis ver que no se trata de vosotros? Se trata de mí y de lo que necesito hacer.
–¿De verdad quieres irte a miles de kilómetros de aquí? –preguntó Mack, dubitativo.
–Sí, y olvidáis que puedo venir en el avión de la empresa siempre que sea necesario –les recordó ella. Agarró la mano de Ben y le dio un apretón. Podía ver la preocupación en sus ojos–. Queridos míos, esto es lo que quiero hacer. Necesito un nuevo desafío en mi vida. Pensad en lo emocionante que será para mí. Si no emprendemos nuevos retos de vez en cuando, nos estancamos.
–¿Se trata de un nuevo desafío o de un antiguo amor? –le preguntó Ben.
–Tal vez las dos cosas –admitió ella–. Pero no espero encender una vieja llama apagada, si es eso lo que os preocupa. Más bien lo contrario. William está siendo una amenaza cada vez mayor para la empresa, y no puedo tolerar que se haya atrevido a atacar a mi familia. Estoy firmemente decidida a darle su merecido.
Mack la miró con atención y finalmente asintió.
–Estás realmente entusiasmada con esto, ¿verdad?
–Más entusiasmada de lo que me había sentido en muchos años. Me siento joven otra vez, como si un sinfín de posibilidades se abriera ante mí.
Sus sobrinos intercambiaron una mirada.
–Sigue sin gustarme la idea, pero supongo que no tenemos derecho a impedírtelo –dijo Ben–. Hablaremos con Richard y lo convenceremos de que sabes lo que estás haciendo.
–Gracias, cariño.
–No me des las gracias –replicó él con expresión adusta–. Ya te he dicho que no estoy de acuerdo.
–Yo tampoco –dijo Mack–. Pero creo que entiendo tus razones. Cuando aquella lesión de rodilla acabó con mi carrera, yo también estuve perdido durante un tiempo, hasta que Richard y tú me convencisteis para que comprara el equipo y empleara mi pasión por el fútbol de otra manera. Y si yo pude pasar de futbolista profesional a hombre de negocios, no tengo ninguna duda de que tú podrás conseguir lo que te propongas.
–Oh, Mack, eso que has dicho es encantador –dijo su tía con los ojos humedecidos.
–Respóndeme a una sola pregunta: no te irás antes de que Beth dé a luz, ¿verdad? Ella nunca te lo perdonaría.
–De ningún modo –le aseguró ella–. Además, una vez que Richard haya dado su aprobación, se pasará semanas y semanas entrenándome para el puesto. Pero sí me gustaría irme antes de Navidad.
–¿Antes de Navidad? –repitieron los dos hombres, horrorizados.
–Podríais visitarme por esas fechas –les sugirió–. Una vez la celebré allí, hace muchos años. No hay nada como una Navidad en Londres.
Ben soltó un suspiro.
–Creo que nos estamos precipitando. Vayamos paso por paso y convenzamos antes a Richard.
–Oh, estoy segura de que no os costará mucho –dijo Destiny con una amplia sonrisa.
–¿Ah, no? –preguntó Mack–. No parecía tan convencido cuando hablé con él.
–Digamos que le dejé algo sobre lo que reflexionar –respondió ella con sorna.
–¿Algo para reflexionar? –dijo Mack–. No me dijo nada.
–Ni a mí –añadió Ben–. ¿Qué fue exactamente, Destiny? ¿Un incentivo o una amenaza?
–Nada que un destacado ejecutivo como Richard no entienda –se limitó a responder ella.
Mack soltó una carcajada.
–Oh, Destiny, algo me dice que Europa no está preparada para ti.
Destiny también se rió.
–En fin, queridos míos, preparada o no, allá voy.
William Harcourt estaba jugando al golf en Escocia cuando sir Lloyd Smedley le comunicó que iba a haber cambios en la dirección de la sucursal europea de Carlton Industries.
–¿En serio? –preguntó William sin apenas prestarle atención. Estaba absolutamente concentrado en el séptimo hoyo, uno de los más difíciles.
–Destiny Carlton es quien va a hacerse cargo –añadió Lloyd con expresión de pura inocencia–. Creo que la conoces, ¿no?
El palo de William golpeó sesgadamente la pelota, que pasó a medio metro del hoyo. Era precisamente lo que su astuto compañero esperaba. Lloyd estaba perdiendo aquel día, y sabía que una noticia semejante echaría a perder la concentración de William, no sólo para aquel hoyo, sino para todo el recorrido.
William sintió un estremecimiento de la cabeza a los pies, algo que no experimentaba desde que Destiny lo abandonó veinte años atrás. Por aquel entonces, él se había negado testarudamente a acompañarla a Estados Unidos, intentando convencerse a sí mismo de que un amor como el suyo no era algo que ella pudiera olvidar o abandonar para siempre.
Pero había subestimado la lealtad familiar de Destiny. La mujer que él había conocido en Francia no había tenido una sola fibra maternal en su apetecible cuerpo. Había sido despreocupada, impulsiva e incluso un poco bohemia. Pero, para horror de William, había renunciado a su apasionado modo de vida para asumir el papel de madre con sus tres sobrinos huérfanos.
Después de un tiempo sin apenas recibir noticias de ella, el orgullo de William lo convenció de que había elegido a unos niños prácticamente desconocidos por encima de él, el hombre al que había afirmado amar con todo su corazón.
A William le costó varios años comprender que no había nada peor para un hombre orgulloso que el sentido común. Si ella hubiese abandonado a esos chicos, como él había previsto, no habría sido la mujer que él quería en su vida. Y eso tendría que haberlo sabido desde el principio. Había sido un estúpido al obligarla a tomar una decisión imposible, en vez de ir con ella y apoyarla en su nueva vida. Durante todos aquellos años, podría haber disfrutado de su amor y de tres hijastros, e incluso tal vez de hijos propios. Destiny no había sacrificado un futuro en común. Él sí.
Se había sentido tan irritado por su falta de miras, que se había pasado los últimos diez años dificultando los negocios de Carlton Industries en Europa. No lo hacía por enriquecerse. Al fin y al cabo, tenía más dinero del que pudiera gastar en diez vidas. Ni siquiera lo hacía por la satisfacción de triunfar sobre la todopoderosa multinacional de los Carlton. No, sólo era un ridículo intento por llamar la atención de Destiny.
Y ahora lo había conseguido.
Sonrió mientras devolvía la pelota al green y de un certero golpe la mandaba directamente al agujero. Destiny había tardado mucho tiempo en captar el mensaje. Y él había desperdiciado muchos años esperando que la vida volviera a ponerse interesante.
Harcourt & Sons era una de las empresas más antiguas de Londres y abarcaba un gran número de negocios diversos. A lo largo de varias generaciones, la familia Harcourt había ido absorbiendo cualquier empresa que les interesara, guiándose más por la intuición y la necesidad que por la lógica… igual que ahora William intentaba hacerse con el mayor número de adquisiciones posibles sólo por fastidiar a Destiny.
Harcourt poseía una pequeña cadena de exclusivas sastrerías, fundada por el abuelo de William en respuesta a la demanda de alta costura. El negocio había empezado en Saville Row, y se había extendido por toda Inglaterra gracias a los contactos del señor Harcourt en el Parlamento, donde se buscaba la implantación de un servicio especializado en cada región del país. Era también una manera de apoyar la industria local de lana.
Otra empresa de renombre se dedicaba al comercio de una exótica selección de tes, que había empezado siendo un pequeño negocio para ayudar a la abuela de William a conseguir las mezclas que quería. De unas minúsculas tiendecitas se había pasado a unos grandes y lujosos salones de té, frecuentados por la alta sociedad británica.
Pero el conglomerado de empresas había empezado inesperadamente por una librería de libros antiguos. Se abrió después de que las estanterías de la bisabuela de William estuvieran a rebosar de títulos clásicos encuadernados en piel y de novelas ligeras. Aquella extraordinaria mujer no se había contentado con sentarse a leer en el campo cuando su marido se marchaba a Londres. Su deseo era hacer algo provechoso, y así, buscó un local apropiado y no dejó de incordiar a su marido hasta que él la ayudó a montar la tienda. Sus amistades se escandalizaron de que Amanda Wellington Harcourt ignorara el noble patrimonio familiar y se metiera en el mundo de los negocios.
Para sorpresa de todos, a excepción de su marido, Amanda cosechó un enorme éxito. Fue de ella, y no del bisabuelo de William, de quien Harcourt & Sons tomó el nombre. En la actualidad, sus librerías se repartían por toda Gran Bretaña, y aunque su especialidad seguían siendo los libros raros y las primeras ediciones, también empezaba a vender los bestsellers del momento, junto a biografías de personajes importantes y libros de viajes.
Al recordar la historia familiar, William no pudo dejar de pensar en Destiny. Su bisabuela Amanda y ella tenían mucho en común. Las dos eran mujeres fuertes y decididas que se negaron a permanecer confinadas por las limitaciones de la sociedad. Las dos habían tenido visión de futuro y la voluntad de triunfar.
Él aún era pequeño cuando su bisabuela murió, pero aún recordaba la pasión de sus ojos y el entusiasmo de su voz cuando le leía los clásicos. Ella, más que ningún otro profesor, le había inculcado el amor por el aprendizaje y a estar abierto a nuevas ideas. Había sido ella quien lo había convertido en la clase de hombre que se sentiría irresistiblemente atraído hacia una mujer tan poco convencional como Destiny.
Sentado en su despacho, sacó de la estantería un ejemplar firmado por Charles Dickens de Canción de Navidad y pasó el dedo por la exquisita cubierta de cuero. Aquel tesoro había sido un regalo de Destiny cuando ella descubrió su amor por los libros antiguos. Dentro, había una tarjeta escrita con su pulcra y elegante caligrafía:
Para mi amor. Para que siempre recuerdes el verdadero significado de la Navidad y sientas la alegría de mi corazón cuando pienso en ti. Porque tú también eres excepcional y maravilloso. Con todo mi amor, Destiny.
Con mucho cuidado, volvió a colocar el libro en la estantería y llamó a su ayudante por el interfono. Malcolm Dandridge llevaba trabajando para Harcourt & Sons desde los tiempos del padre de William. Había muy poco sobre el mundo de los negocios que no supiera, y a lo largo de los años había demostrado una lealtad y una discreción inestimables.
–¿Sí, señor? –preguntó al entrar en el despacho con un bloc en la mano, listo para emprender cualquier tarea que William le encomendara.
–Siéntate, Malcolm, y cuéntame lo que hayas oído sobre Carlton Industries últimamente.
Malcolm nunca le había preguntado nada sobre su obsesión por la empresa americana, ni había criticado ninguna de sus decisiones, con frecuencia inexplicables. Si pensaba que la actitud de su jefe era imprudente, era demasiado cortés para mencionarlo.
–Llevan un tiempo bastante tranquilos, señor –informó Malcolm–. En mi opinión, las últimas negociaciones los desconcertaron, gracias a la hábil estrategia que usted llevó a cabo. Estoy seguro de que ahora deben de estar ahorrando capital para contrarrestarlo.
–¿Algo sobre la nueva presidencia? –preguntó William–. ¿Se ha nombrado a alguien?
–Sí, señor. A una mujer, Destiny Carlton. Según he oído, ha sido una elección bastante sorprendente.
A William le dio un vuelco el corazón. La noticia no le resultaba nueva, pero la confirmación de Malcolm la hacía mucho más real.
–¿Cuándo está previsto que tome posesión del cargo? –preguntó, intentando mantener una expresión neutra.
–Creo que a principios de diciembre, señor.
–¿Tan tarde? –preguntó William, sorprendido y decepcionado a la vez. Sólo estaban a principios de octubre–. ¿Alguna explicación para el considerable retraso?
–Ninguna, señor, aunque, en mi opinión, deben de estar preparándola para el puesto. Me han dicho que apenas tiene experiencia en la empresa, lo que sin duda nos favorecerá para mermar sus defensas.
–No la subestimes tanto –advirtió William.
Malcolm pareció sorprendido por el tono cortante de su jefe.
–¿Usted la conoce, señor?
–Bastante bien. Puede que no haya pasado mucho tiempo trabajando en la empresa, pero sería muy ingenuo por nuestra parte suponer que no está capacitada para el puesto. Después de todo, es una Carlton. Sospecho que no lo tendremos fácil –dijo, aunque no estaba dispuesto a admitir cuánto lo excitaba esa perspectiva. En esos momentos tenía sobre la mesa unos contratos para hacerse con una agencia de viaje. La idea de enfrentarse a Destiny para conseguirla le resultaba muy estimulante. Era una batalla que tenía intención de ganar a toda costa.
–Como usted diga, señor. Pero, por muy brillante que pueda ser, no es rival para usted… como tampoco lo ha sido su sobrino.
–Porque su sobrino debía de tener la cabeza en otra parte –dijo William–. Y el riesgo aún no era lo bastante alto –hizo una pausa, pensativo–. Supongo que Destiny hará algo dramático, aunque sólo sea para llamar nuestra atención. No le bastará con ganar esta batalla por Fortnum Travel. ¿Cuál será su primer objetivo?
–¿Quiere que investigue un poco? –ofreció Malcolm–. Tal vez circulen rumores dentro de la empresa.
William asintió.
–Sí, a ver qué puedes averiguar, Malcolm. Una huelga preventiva podría ser una buena idea. Hay que mantener alerta a Destiny.
Y casi con toda seguridad, una huelga haría que Destiny se presentara en su despacho echando fuego por los ojos, pensó alegremente… Una visión que había estado esperando durante mucho tiempo.
Destiny estaba cansada de tantas instrucciones e informes, la mayor parte de los cuales ya se los había leído antes de poner en marcha su plan. Sabía que Richard sólo intentaba abrumarla con tantos datos y explicaciones, para que ella, frustrada, acabara perdiendo el interés en hacerse cargo de la sucursal europea. Su sobrino seguía sin verla como parte integral de la compañía.
Frunció el ceño cuando Richard volvió a repetirle lo mismo que la última semana… y que la anterior.
–¿De verdad crees que soy tan olvidadiza que no sé lo que hemos tratado dos veces?
–¿Lo hemos tratado dos veces? –preguntó él, aparentemente sorprendido.
–O eres tú el olvidadizo o te has hecho un lío con tu estrategia.
–¿Estrategia? ¿Qué estrategia?
–Hacerme olvidar lo que aún crees que es una locura –dijo ella con mucha serenidad–. Beth va a dar a luz un día de éstos. Me marcho en dos semanas, Richard. Acéptalo.
–Sólo quiero que estés debidamente preparada para absorber Fortnum Travel –replicó él a la defensiva–. Ese trato determinará todo lo que hagas en adelante. Eres una Carlton. ¿Qué imagen darías si no estuvieras a la altura de las circunstancias?
–Estoy segura de que la Tierra seguiría girando –respondió ella.
–Pero necesitarás el respeto de todos en cuanto pongas un pie en el edificio –señaló él–. Sólo tendrás una oportunidad para causar una primera impresión. ¿Cuántas veces me repetiste a mí esa máxima?
–La primera impresión es una cosa –dijo ella–. El respeto es algo completamente distinto. Nadie se gana el respeto sólo por aparecer. Yo lo conseguiré gracias a la absorción de Fortnum Travel. Te prometo que ese trato no se me escapará de las manos.
–Sólo intento ponértelo un poco más fácil –murmuró él.
–Lo sé. Y te lo agradezco de veras, Richard, pero no tienes que hacer nada más. Si me encuentro en problemas, te avisaré al momento. No soy orgullosa ni estúpida. Te pediré ayuda si la necesito.
–Sí, por supuesto –dijo él con resignación–. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte ahora?
Destiny había estado esperando ese momento. Llevaba semanas dándole vueltas a una idea, algo que acaparara la atención de William y le demostrase que su vida estaba a punto de convertirse en un infierno, igual que había hecho él con Carlton Industries. Sería una prueba convincente de que ella era tan capaz como él de capitalizar los secretos íntimos que los dos habían compartido años atrás. Agarró su maletín y sacó una abultada carpeta.
–Echa un vistazo a esto y dime qué te parece –dijo, tendiéndosela a Richard–. Quiero tu opinión sincera.
Richard hojeó el detallado informe y miró a su tía con ojos muy abiertos.
–Veo que le has dedicado mucho tiempo a esto –dijo con cautela.
–Quería asegurarme de que podía responder a cualquiera de tus preguntas.
–Los números cuadran –admitió él.
–¿Pero?
–¿Por qué demonios quieres absorber una pequeña librería? No lo entiendo. No es la clase de negocio que perseguimos. No tiene potencial de crecimiento.
Ella sonrió al oír su lógica. Era exactamente lo que había esperado de Richard, un hombre práctico ante todo.
–Pero es la clase de negocios que encaja a la perfección con nuestro rival –explicó–. Es la única librería de libros antiguos de Londres que puede competir con las librerías de Harcourt & Sons. El dueño es un anciano que quiere jubilarse, pero no quiere vender su tienda a cualquiera. Está enfadado con Harcourt & Sons por el modo tan agresivo con que buscan libros raros. Le parece una actitud impropia e indecorosa. No en vano, en su época se consideraba la búsqueda de ediciones raras como una afición de caballeros.
–Así que podemos ayudarlo a vengarse –dijo Richard–. Y al mismo tiempo, darle un buen susto a William Harcourt.
–Exacto –afirmó Destiny con una sonrisa–. Es lo último que se espera. Ahora mismo tiene toda su atención puesta en la absorción de Fortnum Travel.
–Pero, ¿le importará tanto? Esto no es nada para un hombre como Harcourt.
–En dólares, sí –le aseguró ella–. Las librerías son la piedra angular de Harcourt & Sons. La bisabuela de William fundó H&S Books, por lo que tiene un enorme valor sentimental. A William no le gustará nada saber que vamos a invertir una fortuna en la competencia, dificultando su expansión. Y de este modo le mandaremos un mensaje muy claro de que si continúa entrometiéndose en nuestros negocios, nosotros haremos lo mismo con los suyos. Nos haremos con el comercio de los libros, de la ropa, del té, no sólo en Inglaterra, sino por toda Europa.
Richard la miró con asombro.
–Estás dispuesta a saltar a la yugular, ¿eh?
–Por supuesto –corroboró ella con impaciencia–. Nadie molesta a mi familia y sale impune. Será un placer darle un toque de atención a William.
–No se trata sólo de Harcourt –le advirtió Richard–. Tenemos una compañía que dirigir. Algunos de los negocios no están dando los resultados esperados. Hay que dedicarles una atención especial.
–Lo sé, y tengo planes para cada uno de ellos –hizo un gesto hacia la carpeta–. Esto es sólo por diversión.
Richard se echó a reír.
–Déjame revisar las cifras esta noche.
–No tardes demasiado. Quiero llegar a Londres con las pistolas cargadas.
–Recuérdame que nunca me ponga en tu contra –dijo Richard, mirándola con aprobación por primera vez desde que empezaron a discutir.
–Cariño, nunca podrías estar en mi contra. Por muy irritante que llegaras a ser, la familia siempre perdona y olvida.
–Es bueno saberlo.
Mientras salía del despacho de su sobrino, Destiny no podía dejar de preguntarse cuál sería la reacción de William. Veinte años antes no había comprendido que lo más importante para ella era su familia. Y ahora tampoco parecía entenderlo. Obviamente, no era lo bastante listo para las indirectas. Esta vez habría que lanzarle un mensaje claro e inconfundible. Algo que le hiciera abandonar la lucha de una vez para siempre.