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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

N.º 41 - agosto 2014

 

© 2005 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

Doloroso secreto

Título original: Condition of Marriage

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

© 2005 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

El mejor postor

Título original: The Highest Bidder

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicados en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4611-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

 

Créditos

Sumário

Dolororo secreto

Wine Country Courier

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

El mejor postor

Wine Country Courier

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

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Wine Country Courier

 

Crónica Rosa

 

¿Gastroenteritis o náuseas por embarazo?

 

Últimamente Mercedes Ashton ha sido vista en varias ocasiones entrando a toda prisa en el aseo más cercano... y probablemente no para esconderse de los reporteros. Hay quien dice que podría estar embarazada, y ahora resulta que acaba de prometerse. ¿Con quién? No con su ex novio Craig, desde luego, sino con Jared Maxwell, íntimo amigo de la joven desde hace años. ¿De quién será el bebé?

¿Y ese repentino compromiso? ¿Han pasado de ser amigos a convertirse en amantes? No es que sea imposible, pero resulta sospechoso... o cuando menos demasiado oportuno. Sería muy romántico que después de tanto tiempo se hubieran enamorado perdidamente el uno de otro, pero las malas lenguas dicen que su matrimonio será sólo de conveniencia.

En fin, mirándolo de un modo frívolo la familia necesitaba algo con lo que olvidarse un poco de la que se ha montado tras el asesinato de Spencer Ashton. Hablando de lo cual... ¿sabremos algún día quién cometió ese asesinato?

Prólogo

 

Aun después de que la criada anunciara al visitante y saliera de la biblioteca, Spencer Ashton siguió sentado de espaldas a la puerta en su sillón de cuero.

Le estaba dando tiempo al granjero inútil con el que su ex mujer se había casado para que viera lo que daba el tener dinero y poder. Claro que dudaba que alguien como Lucas Sheppard supiera apreciar el valor de los cuadros que colgaban de las paredes, ni el de las primeras ediciones, lujosamente encuadernadas, que adornaban las estanterías.

—Puedes ignorarme tanto tiempo como quieras, Ashton; no tengo intención de ir a ninguna parte.

Bastardo arrogante... Spencer hizo girar su silla pero no se puso de pie.

—¿A qué has venido, Sheppard? ¿Vas a admitir por fin que las pocas hectáreas que le dejó a Caroline su madre no os dan para vivir? ¿Quizá incluso estás considerando venderme esas tierras después de todo? Si es así creo que deberías saber que mi oferta será inferior porque he perdido el interés en ellas.

Sheppard le sostuvo la mirada.

—No vamos a venderte las tierras. He venido a hablarte de los niños.

Hijo de perra... Quería sacarle más dinero con los mocosos de Caroline como excusa.

—Quiero a Eli, Cole, Mercedes, y Jillian como si fueran hijos míos... y quiero adoptarlos.

Spencer apretó la mandíbula y sintió la ira correr por sus venas, igual que una chispa por un reguero de pólvora. Aunque aquellos mocosos no hubieran sido más que una molestia para él eran suyos; él los había engendrado, y nunca renunciaba a nada que le perteneciera a menos que tuviese una buena razón para hacerlo, y el hacer felices a su ex mujer y a Sheppard no lo era.

—Por encima de mi cadáver.

—Ashton, no has visto a tus hijos desde que los abandonaste hace tres años; necesitan un padre.

Spencer se rió.

—Para tener a un don nadie por padre mejor que no tengan ninguno.

Sheppard resopló y sus ojos relampaguearon.

—Eres un arrogante, hijo de...

—Mi tiempo es valioso, Sheppard, y estás haciéndome perderlo. Vuelve con Caroline y dile que esos mocosos me pertenecen y que no voy a renunciar a ellos.

—En ese caso lo menos que podrías hacer sería ir a verlos de vez en cuando.

Spencer se puso de pie lentamente, apoyó los puños sobre el escritorio y se inclinó hacia delante con una mirada amenazadora.

—No me busques las cosquillas, Sheppard. Si lo haces interpondré una demanda para conseguir la custodia de los niños y Caroline no volverá a verlos.

Era un farol, pues no tenía el menor deseo de llevar a cabo esa amenaza y hacerse cargo de los críos, pero un hombre astuto sabía que tenía que correr riesgos. El padre de Caroline era quien se lo había enseñado, y había acabado ganándole en su propio juego. No sólo había conseguido que le legara a su muerte todas sus propiedades y su compañía, sino que además se había deshecho de su hija y de los mocosos lloricas.

—No tendrías la menor posibilidad de ganar una demanda de custodia —le dijo Sheppard—. Le quitaste a Caroline casi todo lo que tenía cuando te divorciaste de ella y no has vuelto a preocuparte por los niños.

—Ah, pero un pleito puede alargarse tanto tiempo... además los honorarios de los abogados están por las nubes y yo como sabes puedo permitirme los mejores. Estoy seguro de que detestarías que tu adorada Caroline tuviera que vender Las Viñas para poder costearse un abogado. ¿Crees que mi ex mujer seguiría queriéndote si tu capricho de adoptar a mis hijos acabase haciéndole perder lo poco que le queda?

Su dardo envenenado acertó de pleno en la diana, y a Spencer lo llenó de satisfacción ver cómo se ensombrecían las facciones de Sheppard.

—Eres un hijo de perra sin corazón, Ashton —masculló antes de salir de la biblioteca.

Spencer volvió a sentarse en su sillón de cuero, apoyó los codos en los reposabrazos, entrelazó los dedos y sonrió.

—No lo sabes muy bien... pero lo sabrás, Sheppard, pronto lo sabrás —murmuró para sí.

Capítulo Uno

 

Jared entró en el pequeño cuarto de baño y le tendió una toallita húmeda a Mercedes, que acababa de vomitar y estaba sentada en un taburete.

—¿Gastroenteritis? —le preguntó.

—Ojalá fuera eso —contestó ella tomando la toallita.

Mercedes fue a levantarse y, al ver que se tambaleaba, Jared la agarró por los codos para sostenerla.

—Pues entonces mi comida debe haberte sentado mal —dijo mirándola preocupado.

—No seas tonto —replicó ella con una débil sonrisa—. La comida que has preparado estaba riquísima... como siempre. Si tuviera alguna pega que ponerle a tu modo de cocinar no llevaría viniendo once años a cenar contigo todos los miércoles.

—Entonces... ¿qué te ocurre? —inquirió él apoyándose en el marco de la puerta.

Mercedes se aplicó la toallita en la frente y las mejillas, y luego apartó su melena de pelo castaño rizado para ponérsela en la nuca.

Jared se fijó en que estaba rehuyendo su mirada y tuvo la sensación de que estaba ocultándole algo. ¿Pero qué? ¿Y por qué? Nunca habían tenido secretos el uno con el otro.

Al ver cómo temblaban sus manos tuvo un mal presentimiento. ¿Qué tenía miedo de contarle?

Mercedes suspiró, irguió los hombros, y le preguntó aún sin mirarlo:

—¿Te importaría que esta noche me fuera un poco antes?

—Por supuesto que me importaría. Mercedes, si no me dices qué te pasa difícilmente podré ayudarte.

La joven alzó el rostro hacia él, y la expresión de angustia en sus ojos hizo que sintiera una punzada en el pecho.

—Me temo que no hay nada que puedas hacer para ayudarme.

—¿Cuántas veces te habré dicho yo eso en el pasado? —le espetó él—. ¿Y cuántas veces me hiciste caso?

Mercedes lo había ayudado a superar la muerte de su esposa y de su hijo y también su posterior adicción a la bebida a raíz de aquel trágico suceso.

Había sido la mejor amiga de su mujer, Chloe, y había acabado siéndolo también de él.

—Lo sé, pero...

Jared se apartó del marco de la puerta y se acercó a ella.

—Ahora me toca a mí ser quien te ayude —le dijo remetiendo un mechón rizado tras su oreja—. Por favor, deja al menos que lo intente.

Mercedes apretó los labios.

—¿Podríamos volver al salón?

Jared asintió y cuando llegaron allí Mercedes ocupó su sitio habitual en el rincón del sofá, pero no se quitó los zapatos, ni se sentó sobre las pantorrillas, como acostumbraba a hacer. Su postura tensa y sus puños apretados delataban su agitación.

—Craig me ha dejado.

—Demos gracias a Dios —masculló Jared. Sin embargo, al ver la expresión dolida en el rostro de Mercedes deseó haberse mordido la lengua—. Perdona, no es que me alegre, pero los dos sabemos que no sentías nada por él, y además no te merecía. Ninguno de los perdedores con los que por algún extraño motivo te ha dado por salir hasta la fecha te merecía. Francamente, Mercedes, tienes un gusto pésimo con los hombres.

Mercedes esbozó una sonrisa triste.

—Sigue, no te contengas.

Jared se encogió de hombros. Mercedes era la única persona con la que tenía la confianza suficiente como para ser totalmente sincero. Bueno, quizá no al cien por cien; había un secreto que no le contaría nunca.

—Aunque intentaras hacerme creer que te ha roto el corazón el que te haya dejado no te creería. No estabas enamorada de él.

Mercedes suspiró.

—No, no lo estaba, y no lo echaré de menos, pero...

No terminó la frase, y al verla bajar la vista y morderse el labio Jared inquirió:

—¿Tuvisteis una pelea?

—Sí y no.

—¿Qué quieres decir?

Cuando la joven levantó la cabeza a Jared le pareció ver miedo en sus ojos y una idea repentina hizo que la sangre le hirviera en las venas.

—¿No te pegaría ese bastardo, verdad?, porque si lo hizo...

—No, no me pegó, pero... —a Mercedes se le quebró la voz y se mordió de nuevo el labio inferior—... me dijo que abortara.

Jared sintió una punzada en el pecho y se le hizo un nudo en la garganta. El estómago se le encogió, los latidos de su corazón se aceleraron, y las manos se le pusieron frías.

—Estás embarazada...

Mercedes volvió a morderse otra vez el labio y lo miró incómoda.

—Sí. No quería decírtelo... hasta que decidiese qué hacer.

Los dolorosos recuerdos que la repentina noticia de su embarazo había traído a la mente de Jared estaban consumiéndolo por dentro. No quería seguir aquella conversación pero le debía muchísimo a Mercedes, que lo había sacado del infierno en el que se había convertido su vida seis años atrás. Si no hubiera sido por ella en ese momento estaría en el cementerio enterrado junto a su esposa y su hijo.

—No querías decírmelo porque pensabas que me haría recordar a Chloe y a Dylan —la corrigió él.

Una lágrima rodó por la pálida mejilla de Mercedes.

—Es verdad; lo siento.

Aunque hacía cinco años que había dejado la bebida, en ese momento Jared no le habría dicho que no a un trago de alcohol para aturdir las emociones que estaban agitándose en su interior.

—Y ese cerdo de Craig se lava las manos, ¿no es así? —masculló.

—Cree que el bebé es tuyo. Le dije que tú y yo no teníamos esa clase de relación pero pensó que estaba mintiendo. Empezamos a gritarnos y como yo le insistí en que era suyo me dijo que abortara porque aunque él fuera el padre no tenía ninguna intención de asumir su responsabilidad.

—¿Y has tomado ya una decisión? —inquirió Jared.

—Voy a tenerlo —murmuró ella tras vacilar un instante.

Jared inspiró tembloroso, se puso de pie y fue hasta la chimenea. Se agarró con ambas manos a la repisa de madera y trató de inspirar más profundamente, pero tenía tal tensión acumulada en los músculos del pecho que no pudo.

—No había planeado el embarazo, pero pienso tener a este bebé y no haré como hizo mi padre con nosotros; jamás se sentirá rechazado.

Jared no creía que pudiera soportar la incertidumbre que ese embarazo traería consigo en los siguientes meses. El cariño que le tenía a Mercedes era tan fuerte que si algo saliese mal y la perdiese no sabía cómo podría seguir viviendo.

Se pasó una mano por el cabello castaño y se volvió hacia ella.

—¿Y qué ha dicho tu familia? —inquirió.

Mercedes bajó la cabeza y se puso a juguetear nerviosa con uno de sus pendientes de perlas.

—No les he dicho nada y no tengo intención de hacerlo; todavía no.

Jared la miró entre sorprendido y confundido. Mercedes tenía que ver a sus hermanos todos los días porque trabajaban juntos y aquello era algo que a la larga no podría ocultarles.

—¿Por qué no?

—¿Que por qué no? No puedo decirles que he sido tan idiota que he permitido que me deje embarazada un hombre tan canalla como nuestro padre, y que igual que él no quiere saber nada de su hijo.

Jared comprendía lo mal que debía estar sintiéndose y se arrepintió de haber hecho aquella pregunta.

—Mercedes...

—Además, desde que se supo que el matrimonio de Spencer con mi madre no fue válido la prensa no ha dejado tranquila a mi familia.

Y por si fuera poco estaba también el misterio sin resolver del asesinato de Spencer en mayo, añadió Jared para sus adentros.

—¿De cuánto estás?

—De ocho semanas. Me hice un test de embarazo casero pero todavía no he ido a que me vea un médico por miedo a que los medios se enteren. Sé que no puedo mantener esto en secreto indefinidamente, pero tan pronto como averigüen quién mató a Spencer nos dejarán en paz.

Ocho semanas... Chloe había perdido bebés a las ocho y diez semanas de embarazo, recordó Jared sin poder evitar que la angustia lo invadiera.

—Pero no pasará mucho tiempo antes de que empiece a notársete —replicó—. Un par de meses a lo sumo.

—Lo sé —murmuró ella.

—¿Eres consciente de que esto pondrá tu vida patas arriba? —le dijo Jared.

—Lo soy, y no me importa —respondió ella alzando la barbilla. Luego, sin embargo, lo miró preocupada—. Jared, yo... yo valoro tu amistad más que nada en este mundo. Por favor, no dejes que esto nos distancie.

—Tu familia te ayudará —le dijo él.

Mercedes dio un respingo y se llevó una mano al pecho.

—¿Y tú no?

—No puedo.

Mercedes bajó la vista y pasaron unos minutos antes de que hablara de nuevo.

—¿Significa esto que tendremos que dejar nuestras cenas de los miércoles?

Su voz temblorosa hizo que Jared se sintiera fatal. No quería apartarla de él, pero si quería mantener la cordura no tendría más remedio que poner tierra de por medio entre ellos.

—Aún no.

Pero pronto sí, pensó Mercedes. Esas palabras no habían cruzado sus labios, pero era lo que quería decir.

—Entiendo —murmuró poniéndose de pie—. Sólo te pido que me guardes el secreto hasta que me sienta preparada para decírselo a mi familia.

—Creo que estás cometiendo un error.

—No, mi único error ha sido quedarme embarazada de un hombre al que sabía que nunca podría amar —replicó ella.

Tomó su chaqueta y su bolso y se dirigió a la puerta. Sin embargo, al llegar a ella se detuvo y se giró con la mano en el pomo.

—La vida sigue —le dijo a Jared—, y tienes que seguir jugando con las cartas que te han repartido. Aunque no sean buenas nunca sabes cuándo puede cambiar tu suerte, y puede que acabes ganando la partida.

¿Cuántas veces le había dicho esas palabras en los oscuros días del pasado, cuando su existencia se había convertido en un terrible vacío?, se dijo Jared.

Para él no había nadie más importante que Mercedes y se sentía como un canalla por no haberle ofrecido su apoyo incondicional, pero no creía que tuviera fuerzas para hacerlo.

 

 

Cuando Mercedes entró en el restaurante se le acercó el maître, pero justo en ese momento vio a su hermanastra Paige haciéndole señas desde una mesa al fondo del comedor, y le dijo con una sonrisa que ya había visto a la persona que estaba esperándola.

El hombre asintió con la cabeza y Mercedes se dirigió hacia la mesa de Paige mirando en derredor por el rabillo del ojo, alerta por si hubiera algún paparazi.

Probablemente debería haber rechazado esa invitación a almorzar. Corría el riesgo de que le entraran náuseas, que aquello llegara a oídos de la prensa, y que aumentasen así el número de especulaciones que corrían sobre los Ashton.

Cuando llegó junto a la mesa su hermanastra se levantó y le estrechó la mano.

—Gracias por venir.

—Parecía urgente cuando me llamaste por teléfono.

—Sí, bueno, ahora te contaré —dijo Paige. Miró en derredor con cautela, y le preguntó—: ¿Cómo te encuentras? Me he enterado de que has roto con tu novio.

Mercedes suspiró y se sentó. Hacía semanas que Craig se había marchado al sur de California, donde había conseguido un puesto importante en una empresa de renombre gracias a sus contactos, y no tenía ganas de hablar de él, pero suponía que Paige sólo estaba preguntando por cortesía y que pronto pasaría al asunto por el que la había citado allí.

—Sí, Craig ya es historia, pero lo llevo bien —respondió—. ¿Cómo te has enterado? Creía que la noticia todavía no había saltado a los periódicos.

—A través de Kerry, la que fue secretaria de mi... de nuestro padre —le explicó Paige—. ¿Puedo preguntarte por qué habéis roto? Cuando trajiste a Craig a aquella fiesta benéfica en febrero me pareció un hombre encantador y atractivo.

—Oh, sí, ya lo creo que es encantador y atractivo —asintió Mercedes con sorna—. Pero también es superficial, desleal... y te aseguro que no es la clase de hombre junto al que ninguna mujer querría envejecer. Claro que ésos fueron precisamente los motivos por los que salía con él.

Paige parpadeó sin comprender, pero antes de que pudiera decir nada llegó una camarera para tomarles nota. Mercedes pidió gaseosa y una ensalada de pasta, y cruzó mentalmente los dedos para que su estómago se comportase.

Paige le caía bien; le recordaba a sí misma once años atrás, tan ingenua y llena de vitalidad. Parecía como si hubiese pasado una eternidad de aquella época en que había sido una estudiante de universidad, a sus veintidós años, saboreando los últimos meses de libertad antes de empezar a trabajar en el negocio familiar.

Claro que Paige ya estaba trabajando en las Bodegas Ashton, así que tal vez su despreocupada vida de estudiante ya hubiese terminado.

—¿Cómo es que no has pedido vino? —inquirió su hermanastra.

—Es que luego tengo que volver a la oficina porque me ha quedado un montón de trabajo por hacer y necesito mantener la cabeza despejada.

—Lo que necesitas es divertirte un poco —le dijo Paige. Luego, apoyando los codos en la mesa, se inclinó hacia delante con una sonrisa conspiradora—. ¿Te has enterado de que vamos a celebrar una subasta de solteras dentro de poco? Podrías apuntarte. Nunca se sabe; podría aparecer tu príncipe azul para pujar por ti.

Mercedes hizo una mueca. Dudaba que nadie fuese a pujar por una embarazada que tenía náuseas todo el tiempo.

—No creo que lo haga, pero gracias.

Muchos de los matrimonios que había conocido habían terminado de un modo doloroso. Su padre había abandonado a su madre después de años de infidelidad para casarse con su secretaria, Lilah, la madre de Paige, a quien tampoco le había sido fiel, y el primer matrimonio de su hermana Jillian había sido un desastre.

Por eso ella sólo salía con hombres de los que no creía que pudiese enamorarse, para evitar que pudieran hacerle daño.

El matrimonio de Jared y Chloe por supuesto había sido una excepción; había sido algo mágico mientras había durado, pero Chloe había muerto en un accidente de coche, había perdido a su bebé, y Jared había quedado destrozado por la tragedia.

La camarera llegó en ese momento con lo que habían pedido, y Mercedes apartó sus pensamientos y se puso a comer.

—¿Cómo está tu madre? —le preguntó a Paige.

Los ojos de su hermanastra se ensombrecieron.

—No muy bien. Nuestro padre era una persona muy activa y nos resultará muy difícil seguir adelante sin él. Todavía no nos hemos repuesto de su pérdida.

Mercedes imaginaba que Lilah debía estar de los nervios, y no sólo por el asesinato de su marido, sino también por todos los trapos sucios que la prensa estaba sacando de él. En los últimos meses se había sabido que había estado casado años atrás con una mujer de Nebraska, que habían tenido dos hijos, y que los había abandonado. Sin haberse divorciado de aquella mujer se había casado con su madre, y por si eso fuera poco recientemente había aparecido un nuevo hijo suyo... ilegítimo.

¿Habría amado Spencer Ashton a alguien aparte de a sí mismo? Mercedes no comprendía cómo podía ser que Paige aún no hubiera abierto los ojos y se hubiese dado cuenta de que su padre, al que decía que aún estaba llorando, había sido un bastardo egoísta.

Cuando estaban acabando de comer Paige soltó su tenedor y se agachó para sacar unos periódicos doblados del maletín de cuero que había en el suelo, apoyado junto a su silla, y los puso sobre la mesa.

—Éste es el motivo por el que te he invitado a almorzar. ¿Has visto las portadas de los últimos días?

—No, y no estoy segura de querer verlas —murmuró Mercedes.

Sin embargo tomó los periódicos y vio que la prensa seguía vertiendo la misma clase de especulaciones y mentiras sobre sus familias. ¿Revocarán o no el testamento?, decía uno de los titulares. ¿Se quedarán los hijos bastardos con la finca del padre?, se leía en otro.

Mercedes volvió a dejarlos sobre la mesa. Ninguno era tan original como uno que había leído la semana anterior: Los Ashton se lían a botellazos... o casi. El reportero que había escrito el artículo hablaba de lo que había bautizado como «la Batalla de los Viñedos». Comparaba a Bodegas Ashton con el gigante bíblico, Goliat, y a Viñedos de Louret con David. A Mercedes le había parecido muy ocurrente, pero le entristecía pensar cuánto daño podrían acabar haciéndose los unos a los otros antes de que aquella pugna se resolviera.

La muerte de Spencer había convertido a los hijos de su segundo y su tercer matrimonio en rivales, y los reporteros esperaban como aves carroñeras su siguiente movimiento.

Paige volvió a guardar los periódicos en el maletín.

—Tenemos que hacer algo —le dijo a Mercedes—. Nuestras familias están sufriendo por culpa de todo esto, y nuestros negocios se están resintiendo.

Mercedes asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo, pero no sé qué podemos hacer para poner freno a esta locura.

Paige vaciló un instante.

—¿Podrías hablar con Eli y pedirle que no revoque el testamento?

Ajá... El verdadero motivo de aquella invitación a almorzar...

—Mi hermano está haciendo lo que considera que es justo, Paige —le dijo a su hermanastra—. La finca Ashton y la compañía Ashton-Lattimer deberían estar en manos de mi madre ya que pertenecían a su padre. Además, Spencer no se divorció de su primera esposa, así que su matrimonio con mi madre no fue válido, y por tanto no tenía derecho a recibir la herencia que recibió de mi abuelo. Me gustaría que las cosas fueran distintas, pero me temo que no será fácil cerrar la brecha que hay entre nosotros.

—Bueno, al menos podríamos llegar a un acuerdo de forma privada en vez de dejar que la prensa siga aireando nuestros trapos sucios —apuntó Paige.

Si con un acuerdo pudiesen borrarse el dolor, la ignominia, y las traiciones que Spencer le había infligido a su familia...

—Yo también quiero que acabe el enfrentamiento entre nuestras familias —le dijo a Paige—, y no estoy segura de que eso sea posible, pero te doy mi palabra de que haré todo lo que esté en mi mano para lograrlo.

 

 

—¿No estarías pensando irte sin mí, verdad? —le preguntó Mercedes a Jared, asomándose a la ventanilla mientras aparcaba junto a su todoterreno.

Jared apretó la mandíbula y frunció el ceño.

—Creía que no querrías venir —masculló antes de levantar la puerta del maletero para meter su bolsa de viaje.

Mercedes se bajó de su coche y fue junto a él.

—Cada vez que has ido a una de estas «misiones de reconocimiento» te he acompañado —replicó ella—. ¿Por qué no iba a querer ir esta vez?

Jared era el dueño de una pequeña cadena de hotelitos rurales, y de cuando en cuando iba a visitar algún otro para ver si le merecía la pena adquirirlo.

—¿Te sientes con fuerzas en tu estado? —le preguntó.

En ese momento sí, pensó Mercedes. Dentro de cinco minutos no podría decirle.

Llevaba un par de días sin dormir bien, desde que le dijera que estaba embarazada, y la noche anterior, de madrugada, había decidido dejar de darle vueltas al asunto, diciéndose que probablemente las cosas volverían a la normalidad entre ellos una vez que Jared se hubiese hecho a la idea.

No quería perder a su mejor amigo, y si para ello tenía que actuar durante unas cuantas semanas como si no estuviese embarazada, lo haría.

—Pues claro que me siento con fuerzas —le dijo colgándose el bolso del hombro—. Claro que si no quieres que vaya porque crees que no necesitas una segunda opinión de ese hotelito que vas a ver, no tienes más que decírmelo.

Jared se pasó una mano por el cabello.

—Siempre he valorado tu opinión, Mercedes.

—Entonces deja que vaya a por mi maleta y vayámonos —contestó ella—. Si quieres que te diga la verdad estoy deseando alejarme de Napa aunque sólo sea durante el fin de semana. Aquí con paparazis y reporteros por todas partes me siento como un insecto al que estuvieran observando a través de un microscópico.

Mercedes fue a su coche a por la maleta, pero Jared la siguió, y cuando extendió la mano para tomar el asa él hizo lo mismo y sus manos se tocaron. Un cosquilleo subió por el brazo de Mercedes y al notar el pecho de Jared contra su espalda sintió que una oleada de calor invadía su vientre.

Sorprendida, giró la cabeza hacia él. Sólo unos escasos centímetros separaban sus labios y el aliento mentolado de Jared acarició su boca al tiempo que sus ojos azules se miraban en los de ella.

Sin embargo, de pronto Jared parpadeó y la expresión de su mirada se tornó insondable. Mercedes le había visto hacer eso con otras personas pero a ella nunca la había bloqueado de esa manera. No sabía si había sentido aquella extraña conexión entre ellos, pero si así era parecía que su intención era fingir lo contrario.

Era lo mejor si no querían estropear su amistad, y era exactamente lo que ella iba a hacer.

—No deberías levantar cosas pesadas en tu estado —le dijo Jared con el ceño fruncido.

Mercedes, que se notaba la boca repentinamente seca, se humedeció los labios.

—No llevo casi nada en la maleta —replicó—. Sólo vamos a dormir una noche.

Jared esbozó una media sonrisa.

—La Mercedes que yo conozco nunca viaja ligera de equipaje —respondió—. Yo llevaré tu maleta —añadió tomándola y sacándola del maletero—. Vamos.

Ya a bordo del todoterreno Mercedes lanzó una última mirada a su coche. Sabía que podía quedarse tranquila dejándolo allí, junto a la casa de Jared, que estaba a unos diez kilómetros escasos del primer hotelito que habían comprado Chloe y él al poco de casarse. El hotelito con el que habían empezado su negocio y donde habían vivido hasta la muerte de ella.

Inspiró profundamente, tratando de calmar su agitada respiración y sus nervios. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¡Jared era su amigo, por amor de Dios! Nunca se había sentido atraída por él. Además su corazón pertenecía a Chloe, aunque ya no estuviera, y siempre sería así.

¿Por qué entonces, si lo tenía tan claro, le sudaban las manos y el corazón estaba latiéndole como un loco? La culpa la tenían sus hormonas, se dijo, que estaban dislocadas por culpa del embarazo. Tenía los pechos tan sensibles que hasta el roce del sujetador y de la blusa la excitaban.

—¿Lista? —le preguntó Jared.

Mercedes asintió, y cuando se hubieron puesto en marcha le dijo:

—¿Sabes? Quizá no metería tanta ropa en la maleta si me dijeras adónde vamos en vez de intentar sorprenderme cada vez.

—Bobadas; sé que te encantan mis sorpresas —replicó él—. Vamos a Sierra Nevada.

—Pero eso está a más de una hora de aquí —dijo ella enarcando las cejas.

En ese momento pasaron junto al hotelito y Mercedes se despidió al pasar del matrimonio White, los guardeses, que estaban en el jardín. Ella misma los había contratado seis años atrás cuando Jared, roto de dolor por la muerte de Chloe y de su hijo, había sido incapaz de seguir atendiéndolo.

Al contratarlos lo había hecho pensando que sería algo meramente temporal, hasta que Jared se repusiese de la pérdida, pero cuando eso ocurrió Jared decidió que no quería volver a hacerse cargo del establecimiento; no sin Chloe.

Así pues los White habían seguido trabajando allí y Jared se había centrado en la adquisición y administración de otros hotelitos.

Casi siempre se trataba de hotelitos con potencial, pero cuyos dueños estaban atravesando por dificultades económicas. Jared los compraba y hacía de ellos establecimientos acogedores y prósperos. Mercedes se encargaba de contratar a parejas que, como los White, quisieran ocuparse de ellos.

—No podrías haber estado más acertada al escoger a los White —le dijo Jared volviendo la cabeza un instante hacia ella—. Yo nunca habría contratado a nadie.

—Eso me temo —asintió ella—. Habrías sido capaz de vender el hotelito, y renunciar a tus sueños y a los de Chloe. Le encantaba.

Una sonrisa triste asomó a los labios de Jared.

—Y a ti. No sé a cuál de las dos os gustaba más.

Tenía razón. Por aquel entonces Mercedes no había podido evitar sentir en cierto modo celos de su amiga. No sólo se había agenciado al marido perfecto, un hombre que la adoraba, sino que además iba a vivir en aquel lugar, que parecía salido de un cuento de hadas.

—Bueno, ¿y qué tiene de especial ese hotelito que vamos a inspeccionar? —le preguntó a Jared.

Él se encogió de hombros.

—Es un hotelito para familias.

Mercedes enarcó las cejas sorprendida. Jared había evitado durante todos esos años los hotelitos dirigidos a familias con niños pequeños. ¿Podría significar aquello que estaba empezando a superar por fin la desgracia que había sufrido?

—Vaya, eso se sale de tu criterio habitual de elección.

—Es una finca de unas sesenta y cinco hectáreas al norte de Yosemite. El hotel tiene veinte habitaciones y además hay treinta cabañas. Entre las actividades de recreo los dueños ofrecen senderismo, pesca, rafting...

Mercedes asintió.

—Una oferta muy variada, desde luego. ¿Vamos a hacer rafting este fin de semana, aprovechando que venimos?

—No creo que debas en tu estado.

Mercedes lo miró irritada.

—¿Perdona?

—Es demasiado peligroso —contestó él apartando un momento la vista de la carretera para mirarla—. Tienes que pensar en el bebé.

No era que no comprendiese su preocupación después de que Chloe hubiese tenido dos abortos a las pocas semanas de gestación, pero ella no era frágil como lo había sido Chloe.

—Jared, no soy de porcelana. Además, hago senderismo y practico varios deportes con regularidad. Estoy en muy buena forma.

Jared la recorrió con la mirada y Mercedes no sólo se estremeció por dentro sino que además se le endurecieron los pezones. Horrorizada por esa reacción de su cuerpo cruzó los brazos sobre el pecho.

Quizá pudiera achacar su absurda reacción a la cantidad de tiempo que había pasado desde la última vez que había tenido relaciones sexuales, lo cual había sido cuando había concebido con Craig al bebé que llevaba en su vientre. Antes de eso... Bueno, antes de eso Craig y ella habían estado a punto de romper, así que no había habido demasiado sexo entre ellos.

Como Jared había apuntado nunca había estado enamorada de él. Sabía ser divertido y se movía como pez en el agua en las fiestas y eventos sociales, pero también tenía la molesta costumbre de flirtear con sus amigas, lo cual era bastante embarazoso.

Jared apretó los labios.

—Sí, pero ahora estás embarazada y debes cuidarte —respondió.

—Estoy perfectamente, gracias.

—Pues a mí me parece que has perdido peso, y creo que lo que debes hacer es no malgastar tus energías y descansar.

—Estoy viendo que este fin de semana no me vas a dejar salir siquiera de mi habitación. Por amor de Dios, Jared, no estoy diciendo que quiera hacer puenting ni paracaidismo.

—Mejor para ti porque no te lo permitiría.

¡Que no lo permitiría! Mercedes sintió que la ira se apoderaba de ella.

—Ya tengo a dos hermanos mayores que están todo el día encima de mí y no me dejan hacer nada; no necesito otro.

—Lo único que estoy pidiéndote es que no hagas locuras mientras dure tu embarazo —insistió él.

Como si ella fuese una inconsciente que fuera a poner en peligro la vida de su bebé...

El silencio entre ellos se prolongó haciéndose incómodo, algo que nunca les había sucedido. Entristecida, Mercedes recostó la cabeza contra el asiento y cerró los ojos. Además de tener las hormonas alteradas su estado también la hacía sentirse cansada buena parte del tiempo. Intentaría dormir un poco hasta que llegaran al hotel.