Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Jennifer M. Voorhees
© 2016, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.
Título español: Mejor cuando es atrevido
Título original: Better When He’s Bold
Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.
Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales hechos o situaciones son pura coincidencia.
Traductor: Carlos Ramos
Diseño de cubierta: Dreamstime.com
ISBN: 978-84-16502-22-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Dedicatoria
Cita
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Agradecimientos
Dedicado a cualquiera que haya tenido que pasar tiempo en el arroyo. Lo importante no es el lugar donde estás, sino cómo aprovechas tu tiempo allí.
Todos estamos en el arroyo, pero algunos miramos hacia las estrellas.
Oscar Wilde
Hay algo en esta serie y en el tiempo que paso con estos personajes que me hace muy feliz. Me encantan los desafíos. Me encantan los líos. Me encanta tener algo diferente y algo que me obligue a hacer más y a pensar de otra manera.
Quiero dar las gracias personalmente a todos los que seguís conmigo en esta montaña rusa. Es muy importante para mí que me permitáis desplegar las alas y crear más de un tipo de libro. Tengo tantas ideas, tantas historias que contar, que casi creo que no puedo sacarlas todas y sé que me asfixiaría con mi propia creatividad si tuviera que hacer lo mismo una y otra vez. Os quiero y me encanta que podamos seguir disfrutando juntos de este viaje desenfrenado.
Sé que La Punta y los chicos que la gobiernan no son aptos para todos. Incluso entiendo que Race no sea apto para todos, ya que difiere mucho de mis habituales tipos duros y agresivos. Así que me alegra especialmente que me digáis que os gusta el cambio, tanto en el decorado como en los hombres, porque habéis pasado por lo mismo, porque habéis llevado una vida dura, o porque conocéis a alguien que lo ha vivido, y que tengáis tanto cariño al arroyo como a la sofisticada gran ciudad. El lado oscuro es divertido… los chicos que viven en él son algo especial.
Siempre escribiré sobre lo que me interesa, sobre lo que me transmite algo, sobre lo que me motiva y sobre lo que me resulta fascinante e intrigante. Por el camino he conocido a muchos lectores que lo agradecen.
Así que disfrutad con esta nueva entrega de La Punta. Brindemos por el caos, por la sangre, por la familia, por el riesgo, por las oportunidades, y sobre todo por los cambios, porque sin ellos nuestros puntos de vista jamás se expandirían, sin importar dónde nos encontremos.
Jay
Bienvenidos a La Punta… donde, esta vez, ¡la suerte sonríe a los atrevidos!
Resulta imposible ignorar a algunos hombres. Es como si todos a su alrededor se movieran a cámara lenta, como si los demás estuvieran pintados en blanco y negro y él fuese la única nota de color; lo único que se mueve en la habitación. Race Hartman era ese tipo de hombre. A pesar de que nos separase una habitación llena de gente borracha y emocionada, a pesar de que dudara que supiera que yo estaba en la misma fiesta que él, no pude fijarme en otra cosa. Alto y rubio, con un cuerpo y una cara diseñados para volver a las mujeres locas de deseo, no podía negarse que era guapo y tentador, como solía serlo aquello que era malo para una. Yo no quería quedarme mirando, pero no podía evitarlo. Era dinámico y atrevido y, en mi mundo, donde todo era gris y sin vida, suponía un banquete para los sentidos y estaba encantada de darme un atracón.
Echaba de menos la época en la que me limitaba a ir a clase, salir de fiesta, pasarlo bien y hacer como si no me preocupara nada en el mundo. Esa época había quedado atrás, así que tenía que dejar de mirar a Race como una idiota y seguir intentando disfrutar de la única noche que tenía libre en el trabajo y en la que no me necesitaban en casa. Mi hermana pequeña estaba en una fiesta de pijamas y mi padre había acordado que se quedaría en casa con mi madre. Era raro que por una vez pudiera comportarme como una chica normal de veintiún años, y estaba desperdiciando la oportunidad mientras me comía con los ojos al hermano mayor de mi mejor amiga, probablemente el tipo menos indicado del que colgarse.
—¿Lo conoces?
Mi amiga Adria era la que me había convencido para salir esa noche. Recordaba que las fiestas como esa eran más divertidas. Di un trago de cerveza medio caliente en un vaso rojo y traté de evitar que mi mirada se desviara magnéticamente hacia Race.
—Es el hermano mayor de Dovie.
—¿En serio?
Su incredulidad estaba más que justificada. Mientras que Race parecía majestuoso, como una especie de dios dorado enviado a la tierra para gobernar a los simples mortales, Dovie Pryce era una pelirroja de melena salvaje llena de pecas y muy poco evidente. Era mona como mucho, no impresionante como su hermano. También era la persona más amable del mundo. Yo estaba bastante segura de que Race no tenía un ápice de amabilidad en todo su cuerpo.
Apreté el vaso con más fuerza cuando giró la cabeza y aquellos ojos verde musgo se encontraron con los míos.
—En serio. —Mi voz sonaba más áspera de lo normal, incluso a mis propios oídos.
—¿Cómo puede ser eso?
Me caía bien Adria. Íbamos juntas a clase de Economía y era una de las pocas personas que no me habían dado de lado al verme obligada a volver a casa después de que la situación con mi madre se volviera insostenible. Ya no me divertía mucho, lo que significaba que tampoco tenía muchos amigos. Sin embargo no tenía pensado pasar la velada intentando explicarle las complejas dinámicas familiares de los Hartman. La historia familiar de Race y de Dovie no era precisamente divertida, y eso era justo lo que yo iba buscando esa noche: diversión.
Estuve a punto de atragantarme con la cerveza porque Race estaba abriéndose paso entre la multitud de universitarios que bailaban y se restregaban y se dirigía hacia donde nosotras estábamos. La gente se apartaba instintivamente a su paso. Era como si hubiera un campo de fuerza de agresividad que le rodeaba y que solo se atrevían a desafiar aquellos a quienes les gustaba vivir peligrosamente. Yo no era una de esas personas. Al menos eso era lo que me decía a mí misma siempre que estaba a su alrededor.
Claro, me sentía peligrosamente atraída por él, había sido así desde la primera vez que lo vi, cuando dejó a Dovie en el trabajo, pero él nunca lo sabría. Race no era un buen tipo y mi vida ya era suficientemente dura sin la necesidad de añadir el tipo de complicación que él sin duda supondría.
Para mantener bajo control a Race y a mis traicioneros sentimientos, yo era mala con él… pero mala de verdad. Era fría. Mostraba poco interés. Era grosera y a veces era abiertamente desagradable. Actuaba como si me molestara, le trataba como si fuese un ser humano vil y detestable y, cuando eso no funcionaba, lo ignoraba y actuaba como si no mereciese la pena perder mi tiempo con él. Cada vez me costaba más trabajo hacerlo y, cuanto más desprecio le mostraba, más encanto y sex appeal desprendía él hacia mí. Estábamos metidos en un juego de seducción y desprecio que a mí me daba miedo acabar perdiendo. Race me deseaba y no lo ocultaba. Yo no sabía cuánto tiempo más aguantaría mi deseo bajo control ante el asalto de aquellos ojos verdes y aquel pelo dorado.
Me dirigió una sonrisa electrizante y se detuvo para mirarme desde las alturas. Aunque yo llevaba unos zapatos con tacón de diez centímetros, él seguía siendo más alto que yo.
—Vaya, hola, Brysen.
Yo puse los ojos en blanco y levanté el vaso para ocultar el movimiento involuntario de mi garganta al tragar saliva cuando su voz rasgada acarició mi piel.
—Race.
Adria me dio un codazo en las costillas. Yo me aclaré la garganta e incliné la cabeza hacia ella.
—Esta es mi amiga Adria.
Él estiró el brazo y le estrechó la mano. Casi pude ver como a ella se le derretían las bragas y su vagina le abría las puertas.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Eso debería habérselo preguntado yo a él. Aquella era una fiesta universitaria llena de estudiantes. En realidad yo asistía a otra universidad, pero hacía tiempo que Race había renunciado a la vida académica en favor de otra vida llena de delitos y de actividades ilegales. Era él el que no debería estar allí.
—Divertirme un poco. —Intenté sonar seca y poco interesada aunque, si hubiera podido oír los latidos desbocados de mi corazón, me habría descubierto seguro.
Arqueó una de sus cejas y me dirigió una media sonrisa. Dios… incluso tenía un hoyuelo muy atractivo en la mejilla izquierda. Yo deseaba lamérselo. Me clavé las uñas en las palmas de las manos y tomé aliento.
—Me sorprende que sepas hacer eso, Bry… divertirte.
Tenía razón, así que lo único que pude hacer fue entornar los párpados y ponerme la máscara de frialdad que llevaba siempre que estaba en su presencia.
—¿Qué estás haciendo tú aquí, Race? ¿Estafar a pobres universitarios para quitarles el dinero de la matrícula?
Arqueó la otra ceja y, cuando nos sonrió abiertamente, Adria y yo estuvimos a punto de caernos de culo. Había algo más oscuro que brillaba en sus ojos verdes y yo quise dar un paso atrás. Race era peligroso en muchos aspectos y debía recordar eso.
—Casi todos los universitarios tienen cero sentido común y suelen gustarles los desafíos. Eso es un caldo de cultivo para un tipo como yo. Además, la temporada de fútbol empieza el próximo fin de semana y quería ver cómo estaban algunos de mis clientes más adelantados. —Me dedicó una mirada que recorrió todo mi cuerpo, desde la coronilla hasta los dedos de los pies—. Me he quedado un poco más para disfrutar del paisaje.
Adria se aclaró la garganta y nos miró a ambos.
—¿Clientes? ¿En una fiesta en una casa? ¿A qué te dedicas exactamente? —Si supiera el tipo de cosas ilícitas a las que se dedicaba Race...
Él ladeó la cabeza y desapareció de su rostro la sonrisa cegadora que usaba siempre a modo de arma. Race Hartman tenía muchas facetas, y aquel lado oscuro y peligroso había hecho su aparición cuando decidió que iba a hacerse cargo de un importante sindicato del crimen, después de desempeñar un papel importante a la hora de derrocar al antiguo cerebro, Novak. Race no era simplemente un tipo malo, un criminal; era el tipo malo. Llevaba chanchullos, cobraba préstamos con intereses abusivos, dirigía salones de juego ilegales, ayudaba a su mejor amigo a desguazar y trasladar coches robados y se aseguraba de que hombres, mujeres y niños en La Punta supieran que él era quien dominaba las calles ahora. Era demasiado guapo para ser tan malo, pero gracias a Dovie sabía exactamente hasta qué punto las manos de Race estaban manchadas desde que se hiciera cargo del imperio de Novak. Por no mencionar que su nuevo socio era un proxeneta frío y despiadado que blanqueaba dinero. Nassir debía de ser un tipo enigmático y turbio teniendo en cuenta que se encargaba de todas las operaciones clandestinas que se llevaban a cabo en las zonas marginales, y parecía que muchas de esas cualidades se le habían pegado a Race.
—A hacer dinero, cariño.
Y así era. Cambié el peso de un pie a otro sobre aquellos zapatos demasiado altos e intenté que no viera lo mucho que se me aceleraba el pulso con su mirada. Era raro ser el objeto de deseo de un hombre que sabías que podría destruir a cualquiera en aquella habitación. No debería sentirme bien, no debería hacer que se me apretaran los muslos y que me palpitaran las entrañas, pero así era.
Le dirigí una sonrisa de suficiencia y di un golpe de melena, que llevaba cortada justo por encima de los hombros.
—Race es una especie de emprendedor. —El tipo de emprendedor que solo encontrarías en un lugar tan oscuro y marginal como La Punta.
Era evidente que Adria deseaba hacer más preguntas. Vi que abría la boca, pero, antes de que pudiera decir nada, se oyó un fuerte estallido y la típica fiesta universitaria que estaba usando para intentar escapar de la dolorosa realidad de mi vida diaria se convirtió en un auténtico caos.
El olor a pólvora era inconfundible y todo se volvió confuso cuando empezaron a oírse más tiros. Me dispuse a agarrar a Adria, pero, como estábamos tan cerca de la puerta, una marea de cuerpos asustados nos separó en un segundo. Noté que unas manos fuertes me agarraban y me apartaban de la estampida. Me encontré con la cara pegada a un torso firme y con una mano que me mantenía la cabeza agachada mientras me abría paso entre el tumulto y la confusión de gente que corría de un lado a otro.
Tenía el corazón en la garganta y oí un nuevo disparo, seguido de un grito de mujer. Race dejó escapar una retahíla de insultos por encima de mi cabeza y me soltó solo durante un segundo. Oí el ruido de cristales rotos, sentí que Race se movía, que me colocaba tras él, y entonces noté el aire frío de la noche a nuestro alrededor. Me apartó ligeramente de él, pero me agarró la mano y tiró de mí. Pasamos por encima de los cristales rotos de la puerta trasera, que obviamente acababa de destrozar para que pudiéramos escapar.
Yo iba jadeando y corriendo con unos tacones de aguja y vaqueros ajustados detrás de un tío con unas piernas el doble de largas que las mías, cosa que era casi imposible de hacer, pero yo lo hice. Él no se detuvo hasta que hubimos bordeado el jardín por el otro lado de la casa y cruzado la calle. Casi todos los demás asistentes a la fiesta se habían dispersado y ya se oía a lo lejos el sonido de las sirenas. Le puse las manos en el pecho y le dije:
—Tenemos que encontrar a Adria.
Race tenía los ojos prácticamente negros, llenos de emociones que yo no me atrevía a nombrar.
—No puedo estar aquí cuando aparezca la policía, Brysen. Tengo que irme.
Me quedé mirándolo con la boca abierta y apreté los puños para poder darle un fuerte golpe en el pecho.
—¡Ayúdame a encontrarla, Race!
Negó con aquella cabeza de melena rubia perfecta y me miró.
—Eras tú la única que me preocupaba.
El corazón me dio un vuelco, pero las sirenas sonaban cada vez más cerca y él se estaba alejando de mí. Lo agarré de la muñeca y me di cuenta de que estaba temblando con tanta fuerza que apenas podía sujetarlo.
—No me dejes. —Mi voz sonaba perdida y asustada. No sabía qué hacer en una situación con pistolas y violencia. Me desquiciaba que él estuviera tan tranquilo.
La sombra de su mirada pareció alterarse y entonces apretó los labios. Antes de que yo pudiera reaccionar, me puso las manos en la nuca, por debajo del pelo, y tiró de mí hacia arriba hasta que me quedé de puntillas. Le agarré las muñecas con las manos e intenté no asustarme cuando mi pecho chocó contra el suyo. Prácticamente estaba allí colgando mientras él empezaba a besarme.
Estaba oscuro, la gente se tambaleaba borracha y desorientada, yo estaba preocupada por mi amiga, estaba enfadada con él… siempre enfadada, pero, por primera vez desde que me fijara en él, di rienda suelta a todo ese deseo y toda esa pasión, y le devolví el beso.
No fue algo romántico, ni dulce, ni cariñoso. Fue brutal, violento, duro y ardiente, y jamás en mi vida me había sentido mejor. Su lengua invadió mi boca. Me arañó con los dientes. Me agarró con las manos y yo notaba su erección a través de los vaqueros. Debería haber protestado, haber dicho algo para que se detuviera, pero lo único que podía hacer era gemir y restregarme contra él como si fuera una gata en celo.
Y, justo cuando empezaba a plantearme la idea de enrollarme sobre aquel cuerpo grande y acomodarme contra él, me dejó caer, dio un paso atrás y me dejó mirándolo como una idiota. Negó con la cabeza y desapareció en la oscuridad sin decir palabra. Yo me quedé mirando el lugar en el que había estado, me rodeé el pecho con los brazos e intenté no derrumbarme allí mismo.
—¡Brysen!
Levanté la cabeza y vi que Adria se acercaba corriendo hacia mí. Estuvo a punto de tirarnos a las dos al suelo.
—¡Oh, Dios mío, qué miedo he pasado! ¿Dónde estabas?
Yo la abracé, principalmente para ver si así dejaba de temblar. Pero no fue así.
—Por alguna razón, Race me ha sacado por la puerta de atrás.
Ella me miró con los ojos muy abiertos.
—¿Por qué iba a hacer eso? Nadie sabía dónde estaba el que iba armado.
Yo negué con la cabeza.
—No lo sé, simplemente lo he seguido. Tampoco me ha dado otra opción.
—Un tipo ha pillado a su novia con otro. ¿Te lo puedes creer? Todo ese alboroto por algo tan estúpido.
No llegué a preguntarle cómo diablos sabía lo que había pasado porque la policía al fin llegó y empezó a aplicarnos el tercer grado a aquellos que quedábamos allí.
La universidad y la casa donde se celebraba la fiesta se encontraban en La Colina. Los tiroteos, los novios celosos y las novias que engañaban eran algo propio de La Punta; al menos eso era lo que le gustaba creer a la gente de La Colina. Para cuando terminamos, yo estaba agotada y todavía podía saborear el beso de Race en mis labios.
Mi noche de fiesta para olvidar se había convertido en una que recordaría siempre, aunque supiera la mala idea que sería aferrarme a cualquier recuerdo suyo. Tal vez no fuese tan malo estar rodeada de gris después de todo. Era aburrido e insulso, pero al menos me sentía a salvo.
Llevé a Adria de vuelta a su apartamento y, durante todo el trayecto, fui respondiendo a sus preguntas sobre Race. La fascinaba y podía sentir aquella atracción magnética que parecía emitir de manera natural. Yo intenté decirle que era un tipo conflictivo, que el mundo en el que se movía estaba muy lejos de su existencia casi perfecta, pero, claro, eso no hizo sino aumentar su misterio y su atractivo. ¿Qué chica buena de La Colina no fantaseaba con un chico malo de La Punta? No podría haber sido más cliché ni aun habiéndolo intentado. Para cuando me dirigía hacia mi casa, me dolía la cabeza y sentía un nudo en el estómago.
Cuando aparqué frente a la casa de tres pisos que mis padres habían construido antes de que todo se viniera abajo, tuve que pensar seriamente si quería o no dejar el motor en marcha y seguir conduciendo hasta estar en otra parte, hasta llegar a otra vida. Dos años atrás, todo en mi vida era alegría, luz y color. Vivía en un apartamento con amigas, iba a la universidad, esquivaba a los chicos que solo tenían una cosa en mente. Era tonta, despreocupada, y no pensaba que nada de aquello fuese a desaparecer.
Ahora vivía otra vez en casa de mis padres, cuidaba de una madre que sufría un devastador brote depresivo y tenía tendencia a automedicarse y de un padre adicto al trabajo que obviamente se evadía en él para evitar los problemas que tenía en casa. Pero sobre todo había vuelto para evitar que mi hermana pequeña, Karsen, se viera afectada por la tristeza y la oscuridad de la situación. Tenía dieciséis años, era buena estudiante y se iría a la universidad en un par de años. Yo podría aguantar hasta entonces. Al fin y al cabo, mis padres siempre se habían esforzado por mantener a nuestra familia en la delgada línea entre La Colina y La Punta, y sentía que era lo mínimo que podía hacer a cambio por ellos. Nunca habíamos sido ostentosamente ricos, pero tampoco nos habíamos visto obligados a intentar sobrevivir en el campo de batalla que era la vida en las calles de La Punta. Sentía que al menos estaba en deuda con ellos por eso.
Suspiré y entré en la casa. Las luces estaban apagadas porque Karsen no estaba en casa y mi madre sin duda estaría inconsciente en la cama. Fui a la cocina a buscar una cerveza que estuviese fría y pasé por el despacho de mi padre de camino al piso en el que estaba mi habitación. Estaba sentado frente al ordenador, como siempre. Con su cabeza calva agachada y los ojos puestos en aquello que hubiera en la pantalla. Fruncí ligeramente el ceño y retorcí el cuello de la botella.
—Hola.
Le vi dar un respingo y apartar la mirada del ordenador.
—Brysen Carter, me has dado un susto de muerte.
—¿Cómo está mamá?
Se aclaró la garganta y devolvió la atención al ordenador.
—Bien. Todo bien.
Eso era altamente improbable.
—¿Te has molestado en ir a verla esta noche, papá?
—Brysen, esto es muy importante. ¿Puede esperar?
En realidad no, pero todo era menos importante que su trabajo. Yo no dije nada, simplemente me quité los zapatos y doblé la esquina en dirección al dormitorio principal. La puerta estaba entreabierta y la televisión puesta. Empujé la puerta con la palma de la mano y murmuré una palabrota.
Mi madre estaba tirada de lado en la cama. Le colgaba la cabeza por el borde del colchón y su melena revuelta, del mismo rubio blanquecino que mi pelo, tocaba el suelo. Sobre la almohada yacía una botella de vodka vacía y mi madre roncaba suavemente. Dejé la botella de cerveza sobre la cómoda y fui a ponerla derecha. Obviamente mi padre no se había molestado en dejar el trabajo para ir a asegurarse de que estuviera bien. La había dejado campar a sus anchas y aquel era siempre el resultado final.
Mi madre abrió un ojo vidrioso para mirarme y murmuró mi nombre cuando la metí bajo las sábanas. Agarré la botella vacía y resistí la tentación de estrellarla contra el suelo. Me costó no hacerlo. Mi madre no había sido así siempre. Siempre fue un poco melancólica, con altibajos emocionales, pero entonces tuvo un accidente de coche, acabó con una horrible y dolorosa lesión en la espalda que le impidió volver a trabajar y se convirtió en aquella mujer triste y alcohólica. Siempre se me encogía el corazón y el estómago porque sabía que no tenía por qué ser así. Podía buscar ayuda, mi padre podría apoyarla y tal vez así mi vida volvería más o menos a la normalidad, pero eso no pasaba y, por el momento, tendría que apañármelas hasta que Karsen fuese lo suficientemente mayor para independizarse.
Apagué la tele y cerré la puerta detrás de mí con un golpe seco. De todas formas habría hecho falta un tornado para sacar a mi madre de aquel sueño etílico. Suspiré con fuerza y me fui por fin a mi habitación.
Vivir otra vez en casa de mis padres siendo adulta era muy raro. No era que tuviera toque de queda o las mismas normas de cuando era adolescente, pero no me sentía a gusto en aquella habitación infantil. Era como si dejara algo de mí en la puerta cada vez que me resignaba a otra noche, a otro día pasado allí.
Saqué el móvil del bolsillo de atrás y abrí el último mensaje que le había enviado a Dovie pidiéndole que fuera a la fiesta conmigo esa noche. Ahora que tenía un trabajo a jornada completa en un hogar de acogida para todos los chicos perdidos en el sistema, apenas la veía. Si además añadíamos el hecho de que vivía con el único tipo de La Punta que me daba más miedo que Race, yo no me acercaba a su casa y no solía verla fuera de las clases. Esa noche había rechazado la invitación porque tenía deberes que hacer, pero yo me preguntaba si Bax le habría dicho que no fuera.
Él odiaba todo lo que tuviera que ver con La Colina. Él procedía de las calles, era un exconvicto, un ladrón, y no me cabía duda de que estaba metido hasta las cejas en la empresa criminal de Race. En aquella zona Shane Baxter tenía una reputación tan legendaria como el hombre que lo había engendrado. El hombre al que Race y él habían derrocado. No eran el tipo de hombres a los que una querría enfadar, pero a mí me caía muy bien Dovie, así que me adentraba en las aguas infestadas de tiburones en las que ella nadaba para poder mantenerla en mi vida y considerarla mi mejor amiga.
Retorcí el teléfono con las manos y le envié un mensaje:
He visto a Race en la fiesta esta noche.
Tardó algunos minutos en responder.
¿Qué hacía allí?
Ha dicho que estaba trabajando.
Seguro.
Puse los ojos en blanco al pensar en lo que él consideraba «trabajo» y respondí.
Alguien tenía una pistola y ha abierto fuego dentro de la casa. Race me ha sacado de allí, pero se ha largado porque venía la policía.
Seguía bastante alterada y bastante acalorada por el beso. ¿Por qué tenía que saber tan bien y, sin embargo, ser tan perjudicial?
Dovie me respondió de aquella manera directa que solo podía emplear alguien metida de lleno en La Punta:
No puede arriesgarse a tener un problema con la policía. Aquí nadie puede. No me sorprende que se haya largado. ¿Están todos bien?
Sí. Todos bien.
Yo no estaba bien. Una cosa era tener idea de que alguien era un criminal, de que no estaba limpio del todo, y otra muy distinta era encontrarte la confirmación en tus narices. Yo no entendía aquel mundo, no quería entenderlo, así que, por muy bueno que estuviese, por mucho que me sacase de la monotonía de mi vida diaria, Race Hartman nunca sería mi tipo, y eso hacía que mis entrañas se retorcieran.
Dovie y yo estuvimos charlando un rato más. Yo sobre nada en particular y ella sobre los chicos. Bax me daba tanto miedo que me ponía nerviosa cuando estaba en su presencia y creo que Dovie intentaba humanizarlo más, hacerlo más amable a mis ojos, para compensarlo. Y Race… bueno, me volvía loca y tenía que hacer un gran esfuerzo por fingir desinterés en vez de curiosidad cada vez que ella mencionaba algo sobre él. Cada vez era más difícil lograrlo.
Le di las buenas noches y envié un mensaje a mi hermana para darle las buenas noches a ella también. Karsen era una buena chica y se merecía salir de aquella casa sin dejarse afectar por el estado en el que vivían actualmente los Carter. Era pequeña, tenía mi mismo pelo rubio, pero los ojos marrones de nuestra madre en vez de los azules de mi padre que había heredado yo. Era una chica muy dulce y, cuando me respondió con un emoticono sonriente, al fin me entregué a mi rutina antes de acostarme.
Después de lavarme la cara, cuando me metí en la ducha, admití por fin que me sentía sola, que me sentía triste, que estaba abrumada por todas las cosas que sentía y por el esfuerzo de tener que mantener bajo control en todo momento lo que sucedía en mi interior. En la ducha podía llorar y nadie se daría cuenta. Esa no era la vida que deseaba. No era allí donde pensaba que estaría a los veintiún años, pero tenía que adaptarme, tenía que cambiar para poder hacer lo mejor para todos, y así sería. No tenía elección.
Me sequé, me cepillé el pelo y me puse unos pantalones de yoga y una camiseta para dormir. La adrenalina de todo lo ocurrido comenzó a desvanecerse de mi organismo y al fin me dejé caer boca abajo sobre el colchón. Estaba dejando que se me cerraran los ojos, intentando no revivir el roce de la lengua de Race, ni los arañazos de sus dientes, cuando mi móvil se iluminó con un nuevo mensaje. Era tarde y la única persona que pensaba que podía ser era Karsen, así que me incorporé de un brinco y pasé un dedo por la pantalla.
No era un mensaje de Karsen. No reconocía el número. Tenía solo cinco palabras, no era gran cosa, pero el vuelco que sentí en el estómago al leerlo me indicó que algo no iba bien.
Estabas muy guapa esta noche.
Me quedé mirando el mensaje unos segundos antes de responder.
¿Quién eres?
Qué pena que te hayas escapado.
¿Qué diablos significaba eso? Volví a preguntar quién era y, al no obtener respuesta, apagué el teléfono y lo volví a lanzar sobre la mesilla. Me quedé sentada en la oscuridad durante largo rato con el pulso acelerado y una inquietud que hizo que se me erizara el vello de la nuca. Me estremecí antes de tumbarme en la cama y taparme con las sábanas hasta la cabeza.
Hablar de «escapar» cuando había habido un tiroteo no tenía gracia y a mí no me gustó en lo más mínimo. Cerré los ojos y mi cerebro empezó a preguntarse por qué motivo Race me habría sacado por la puerta de atrás cuando todos los demás habían salido en estampida por la puerta delantera.
Por eso no tenía tiempo para un tipo como Race. Si hubiese sido otra persona, jamás me hubiese cuestionado sus motivos. ¿Y qué había querido decir con eso de «eras tú la única que me preocupaba»? Era solo porque me deseaba, porque le gustaba jugar conmigo ya que le suponía un desafío. Pero nada más… ¿verdad?
Arg. No tenía tiempo ni espacio en la cabeza para todo aquello. Y aun así, cuando al fin me quedé dormida, fueron su atractivo rostro y su boca perfecta los que me siguieron al reino de los sueños, no la ansiedad y el miedo que me carcomían después de leer aquel mensaje tan extraño.
Avancé con mi Mustang del 66 color rojo cereza totalmente restaurado y crucé las puertas de seguridad que rodeaban el taller, que no parecía más que un montón de hormigón y metal oxidado. Si el mundo exterior conociera la existencia de aquel tesoro escondido de monstruos mecánicos que se alojaban tras la horrible fachada... Millones de dólares en coches de los sesenta y setenta restaurados y también elegantes deportivos de importación llenaban el taller. Algunos estaban allí para ser reparados, pero la mayoría estaban almacenados porque yo estaba esperando a que sus dueños saldaran alguna deuda o pagaran algún préstamo que me debían. Si el dueño no pagaba, yo me quedaba con el coche y dejaba que mi mejor amigo lo desguazara y vendiera las piezas a cambio de un pequeño beneficio.
Era un sistema que había demostrado ser rentable y que nos beneficiaba a Bax y a mí. A la gente no le gustaba que te llevaras su coche. Era difícil explicarles a tu mujer y a tus hijos la desaparición del coche familiar, así que mi recompensa era más alta que la de cualquier prestamista o usurero. Bax tenía incontables contactos en el mundo de los coches robados y, cuando un deudor no pagaba, era fácil recuperar la pérdida. Además, creo que Bax seguía necesitando la emoción de robar un coche ahora que estaba casi limpio y llevaba una vida ejemplar. Teníamos la norma sagrada de nunca hablar de esta parte del negocio cuando estuviera mi hermana delante.
Dovie era una muñeca. Era dulce, cariñosa y amable, y de alguna manera había logrado atravesar todo el alambre de espino que rodeaba el corazón de Bax y se había quedado a vivir allí permanentemente. Ella procedía de la calle, había tenido una infancia muy diferente a la mía y sabía de sobra que la vida no siempre era fácil, que las cosas que hacíamos en La Punta nos cambiaban. Yo sabía que Bax le había informado sobre lo que sucedía en el complejo de máxima seguridad que había empezado a construir poco después de la muerte de su padre, Novak, el hombre que había gobernado los bajos fondos de la ciudad con su puño de hierro. Pero ella nos quería a los dos lo suficiente como para no hacer preguntas o para interponerse entre nosotros y lo que teníamos que hacer. Hasta el momento era un sistema que beneficiaba a todos y mi negocio no para de crecer.
Dovie era asombrosa y, aunque al principio no me hubiese gustado la idea de que Bax y ella fueran pareja, ahora entendía que ella necesitaba a alguien como mi mejor amigo para mantenerla a salvo; para protegerla de este lugar y de esta vida. Y Bax... bueno, él necesitaba a Dovie para seguir siendo humano, para tener algo real y tangible por lo que seguir viviendo. Yo los necesitaba a ambos para poder completar la toma de poder de La Punta. Bax era mi mano derecha. Tenía contactos tanto dentro como fuera de la cárcel, la reputación y la presencia necesarias para que todo saliera bien, y Dovie era la conciencia, la luz que me recordaba por qué alguien como yo tenía que hacerse cargo de lo que Novak había dejado atrás.
En un lugar como La Punta, siempre habría cosas malas que alimentaran el engranaje diario. Cuando la gente vive en un lugar lleno de basura, ha de tener vicios para sobrellevarlo. El sexo, las drogas, el dinero, el juego, el asesinato y todo tipo de tumultos eran algo común en este particular campo de batalla y, cuando un tirano, un hombre horrible, estaba al mando de todas esas cosas... podía llegar a estrangular la ciudad. Yo no deseaba hacer eso.
Entendía que esas cosas nunca desaparecerían de La Punta y, mientras yo fuese el encargado de distribuirlas a las masas, podría convertir un lugar muy poco civilizado en un sitio en el que se pudiese vivir. Era complicado y arriesgado, pero siempre me habían gustado los desafíos, y así era como había acabado moviéndome por los bajos fondos de la delincuencia con Bax hacía tantos años. También era la razón por la que nunca me cansaba de Brysen Carter.
Todo en ella era frío y distante. El desprecio que sentía por mí prácticamente resbalaba por sus elegantes hombros cada vez que estábamos el uno en presencia del otro. Sus ojos, de un azul oscuro, intentaban congelarme cada vez que me miraba, y esa manera en que su delicioso cuerpo se tensaba cada vez que yo estaba cerca hacía que se me pusiera dura… sin excepción. Era educada y perfecta. Me recordaba a otra vida a la que había dado la espalda y la deseaba tanto como deseaba seguir respirando. El hecho de que no me soportara y que pensara que era una basura, hacía que su atractivo fuese mayor. Lo único que deseaba era desnudarla y tirármela, pero, como a Dovie le caía tan bien, mantenía el control. Al menos hasta aquella noche.
Al meter el coche en el garaje, cerré la puerta metálica a prueba de balas y tuve que cambiar de posición sentado al volante al pensar en sus labios. Brysen Carter era una buena chica. Una rubia guapa del lado bueno de la ciudad, pero, Dios, besaba como una chica mala, como una chica de mi lado de la ciudad. Hacía que el deseo abrasador que me devoraba por dentro se volviese más insistente.
Cerré de golpe la puerta del coche y bordeé el guardabarros justo cuando Bax salía de su despacho. Yo nunca cuestionaba nada cuando Bax estaba allí hasta tarde. Aquellos coches, los clásicos estropeados, significaban algo para él. Estaba devolviéndolos a la vida pieza por pieza, lo que significaba que, dado que yo vivía arriba en un loft reformado, tenía que escuchar el sonido de los motores y el ruido de las herramientas hasta bien entrada la madrugada algunos días. Chocamos el puño y Bax se pasó las manos por la cabeza afeitada.
Físicamente éramos muy distintos. Bax tenía el pelo oscuro, los ojos oscuros, una estrella negra tatuada junto al ojo, una boca que apenas sonreía y una complexión corpulenta que con frecuencia utilizaba como arma. Parecía un matón y un criminal, pero le favorecía. Ambos éramos altos, superábamos el metro noventa, pero yo era mucho más delgado, más desgarbado, y había nacido con todas las características aptas para tener un buen cuerpo, con mi pasado en el club de campo. Podía defenderme solo, si era necesario llegar a las manos, pero prefería hablar para librarme de un aprieto, pensaba que mi cerebro siempre era la mejor arma, aunque eso no se reflejaba en la superficie. Tenía el pelo rubio y ondulado, con reflejos dorados, lo llevaba algo largo y desgreñado y, con frecuencia, me caía sobre los ojos, que eran de color verde. Parecía un pijo de vacaciones. Lo sabía y, aunque consideraba que La Punta ahora era mi hogar, me negaba a cambiar de aspecto. Mi apariencia hacía que la gente me subestimara siempre y, dado que Bax y yo teníamos aún veintipocos años e intentábamos gobernar una ciudad construida sobre las almas de aquellos años rotos antes de que nosotros naciéramos, necesitaba todas las ventajas que tuviera a mi disposición.
Bax se llevó un cigarrillo a la boca y arqueó una ceja negra al mirarme.
—¿Tienes el dinero de ese universitario?
Asentí y giré la cabeza sobre los hombros.
—No me ha hecho ninguna gracia. —Una de las primeras lecciones que había aprendido era que la gente no apostaba porque pensase que iba a ganar. Apostaba porque se sentía obligada a hacerlo. Era una adicción como otra cualquiera.
—¿A qué te refieres?
Lo miré con los párpados entornados a través del humo que flotaba entre nosotros.
—Ha sacado una pistola y se ha puesto a pegar tiros. —En una casa llena de universitarios borrachos. Menudo idiota, y menuda amenaza de mierda. Encontrarme con pistolas era un riesgo más de mi trabajo. A no ser que la pistola en cuestión me apuntase directamente a la cara, solía ignorarla.
—Mierda. Menos mal que le pedí a Dovie que no fuera.
Yo negué con la cabeza y me crucé de brazos.
—Le pediste que no fuera porque te da miedo que conozca a algún estudiante encantador que le prometa una vida mejor y te dé una patada en el culo.
Masculló y tiró la colilla del cigarrillo en uno de los desagües del suelo antes de girar los hombros.
—Podría buscarse algo mejor.
Yo resoplé.
—Ella no dice lo mismo. —Dovie lo amaba. Le encantaban sus cicatrices, su actitud arrogante, su pasado turbio y el hecho de que parecía siempre estar a punto de dejarse domar. A ella le gustaba todo. Bax era su hombre perfecto y a mí seguía sorprendiéndome que él pareciera no darse cuenta.
—¿Qué ha ocurrido en la fiesta?
—No lo sé. He visto a Brysen y me he distraído. Ya tenía el dinero, así que pensaba que todo iba bien, pero entonces el imbécil empieza a enseñar la pistola y de pronto se ha armado un revuelo.
Yo había agarrado a Brysen y me había dirigido con ella hacia la puerta trasera porque no veía al atacante y todos los demás estaban intentando salir a empujones por la puerta principal. No iba a permitir que le pasara nada y además eso tenía la ventaja añadida de poder tocarla.
Me sentía como un imbécil por haber tenido que dejarla sola, pero la vida que llevaba ahora era incompatible con quedarme a charlar con la policía. Últimamente me había vuelto de esos que se escabullen entre las sombras.
—¿Fuiste a la fiesta armado?
Desde que yo había tomado la decisión de intentar retomar las cosas donde Novak las había dejado, Bax me vigilaba para que tuviera más cuidado. Tal vez él se sintiese cómodo llevando un arma, quizá estuviese acostumbrado a la sangre y a los tiros, a los puñetazos y a que la gente se acobardara en cuanto entraba en una habitación, pero yo seguía acoplándome a esa nueva vida y todavía no estaba preparado para entregar esa parte de mí a La Punta.
—No. Solo era un grupo de chicos. No pasa nada. El tío tendrá que buscarse otra manera de pagarse las apuestas y la cerveza este cuatrimestre. No suponía una gran amenaza. —La gente no debía arriesgar aquello que no podía permitirse perder. Yo había aprendido esa lección por las malas.
—Todo el mundo es una amenaza cuando tienes lo que desean o cuando te deben algo que no quieren darte. Has de tomarte en serio todas y cada una de las situaciones en las que te metas. Los chicos matan por menos, Race.
—Tomo nota.
—¿Te la sigue poniendo dura la rubia de hielo?
Solté una carcajada y lo miré con una ceja levantada. A él no le caía muy bien Brysen, pero creo que tenía más que ver con el hecho de que ella vivía más cerca de La Colina que de La Punta y Bax no confiaba en nadie que no supiera cómo era la vida en el arroyo. Yo era una excepción a esa regla, pero había tenido que ganarme su respeto con sangre, sudor y lágrimas. Seguía luchando por volver a entrar en aquel santuario privado porque había tomado algunas decisiones difíciles años atrás que habían hecho que Bax acabara en prisión. Estábamos unidos, llevábamos juntos un negocio, él estaba enamorado de mi hermana, pero no creía que se hubiesen curado todas las heridas abiertas que le había dejado con mi traición.
—Desde luego. Hay algo en ella que me pone. Quiero hacerle cosas muy sucias y perversas.
Él murmuró y levantó los brazos para ponerse la capucha de su sudadera negra. Como si necesitara algo para resultar más amenazante.
—No lo parece. Siempre parece a punto de gritar cuando entro en la habitación. Apuesto a que se pondría histérica si se rompiera una uña.
Tal vez le hubiera dado la razón si no la hubiera besado. Había en ella algo más que la fachada perfecta que ofrecía al mundo. Había desesperación en la punta de su lengua, había pasión en su respiración y había deseo en su manera de aferrarse a mí con las manos. Al menos así era hasta que la había dejado tirada, porque, aunque quizá en otra época hubiéramos jugado en el mismo equipo, ahora habitábamos dos mundos totalmente diferentes. No podía quedarme con ella, no podía esperar hasta que encontrara a su amiga, y una chica como Brysen nunca aguantaría a un tipo que tuviera las prioridades tan cambiadas.
—No importa. Está buena y me gusta que me mire como si fuera algo que acaba de despegarse del zapato. Hace que perseguirla resulte mucho más divertido.
Bax se rio y sacó del bolsillo las llaves del Hemi’Cuda que acababa de terminar de reparar.
—Estás jodido.
Después de todo lo que nos había pasado a lo largo de los últimos cinco años, no creo que hubiese una manera de no estar jodidos.
—Saluda a Dovie de mi parte.
Él asintió y se dirigió hacia su coche. Salió del garaje con un fuerte rugido del motor que hizo temblar todo el metal apilado contra el hormigón. Era un motor extraordinario. El coche no era legal para conducirlo por las calles; podía adelantar a cualquier otro vehículo que se encontrara en la carretera, era grande y hacía mucho ruido. Era una copia en cromo y acero del hombre que lo conducía.
Me aseguré de volver a conectar todas las alarmas, subí las escaleras metálicas hasta el loft y me tomé unos minutos para guardar el dinero del universitario en la caja fuerte que había construido en la pared. La caja era más bonita que el resto de muebles del loft. Y además estaba llena de bienes ilícitos que yo estaba esperando a que Nassir filtrara por sus clubes y convirtiera en dinero que se pudiera usar.
No me entusiasmaba la idea de hacer negocios con Nassir Gates. No confiaba en él, no me gustaba que manipulara y utilizara a la gente para sus propios fines, pero era la única persona que podía llevarse el dinero que yo ganaba cobrando apuestas y blanquearlo. Nassir dirigía todos los clubes, todos los antros de perdición que existían en La Punta. Organizaba peleas ilegales, tenía una legión de chicas que salían por la puerta de atrás de sus negocios y, por mucho que lo despreciara, lo necesitaba. Yo no utilizaría a las chicas, no vendería sexo, pero alguien tenía que hacerlo, y Nassir no tenía escrúpulos ni problemas a la hora de ensuciarse las manos. Teníamos una alianza incómoda y, hasta el momento, funcionaba bien. Tratar con Nassir era como atravesar cada día un campo de minas; peligroso, mortal, lleno de amenazas ocultas que yo nunca vería acercarse. Siempre estaba temiendo que se volviese en mi contra.
Fui al congelador, saqué una botella de Oban que había metido allí, me serví una cantidad generosa en un vaso con hielo y me tiré en el sofá que hacía las veces de cama. Cierto, podía mudarme, buscar un lugar más limpio, más alejado del corazón de la ciudad, pero me gustaba aquello. Me sentía a salvo allí. Nadie podía entrar al taller ni colarse en mi propiedad sin que yo lo supiera y, después de la paliza, cuando mi cuerpo quedara destrozado después de que Novak y sus matones me encontraran, necesitaba aquella sensación de seguridad para poder dormir por las noches.
Aquella vida no se parecía en nada a la vida de mi infancia, estaba muy alejada del lugar en el que la gente que conocía a mis padres y conocía mi pasado pensaría que estaría. No había nacido con una cuchara de plata en la boca, sino con una vajilla entera de platino asfixiándome desde el primer momento. Mis padres eran ricos. Asquerosa e indecentemente ricos. Llevaban una vida de lujos, ajenos a la necesidad y a las penurias, sin importarles lo que pudiera pasarles a aquellos a quienes no les iba tan bien.
Yo estuve anestesiado hasta los dieciséis años. Era un niño malcriado, engreído y caprichoso. No sentía nada. Vivía en una burbuja en la que me daban directamente cualquier cosa que deseara o necesitaba, y nunca me cuestionaba lo que pasaba en el mundo, nada más allá de la cartera de mis padres.
loftloft
—Bax acaba de marcharse. No creo que tarde en llegar. —Se tardaba veinte minutos en coche desde el corazón de la ciudad hasta los suburbios donde vivían Dovie y Bax, lo que significaba que él tardaría diez.
Ella soltó una suave carcajada. Siempre me alegraba oír la alegría sin filtros con la que vivía mi hermana ahora.
—Ya está en casa. Solo quería ver cómo estabas. Brysen me ha dicho que ha habido un tiroteo en la fiesta y Bax me ha dicho que fuiste a saldar deudas desarmado… otra vez.
Había censura en su tono. Nunca pensé que llegaría el día en que mi hermana pequeña me alentara a llevar una pistola.
—No eran más que críos. No pasa nada.
—Si alguien te dispara, sí que pasa. Alguien podría haber resultado herido.
Por «alguien» di por hecho que se refería a Brysen. Estaban muy unidas y Dovie no tenía muchas amigas, así que comprendí su sutil advertencia. Debía tener más cuidado con el momento y el lugar en los que llevara a cabo las transacciones asociadas a mi trabajo.
—Me he asegurado de que ella estuviera a salvo.
Dovie suspiró.
—Gracias, pero también hablaba de ti, Race. No puedo permitir que te ocurra algo.
Todos teníamos heridas que seguían intentando cicatrizar después de la desaparición de Novak.
—Lo sé, hermanita. Lo sé.
Ella emitió un sonido y le gritó algo a Bax.
—Brysen no sale mucho desde que volvió donde sus padres. Es una mierda que su única noche fuera del trabajo tenga que acabar así.
Metí una mano bajo el agua y la saqué de inmediato. Ni los cubitos de hielo podían estar más fríos. Me estremecí y giré el mando en la otra dirección.
—¿Por qué trabaja tanto? Pensaba que era de buena familia. Sé que vive en una buena zona y tiene una casa en condiciones.
Dovie suspiró de nuevo.
—En realidad no conozco toda la historia. Cuando me alojé en su casa en la época en la que se complicaron las cosas con Bax, me dio la impresión de que ella era quien llevaba la casa. Cuida de su hermana pequeña. Yo ni siquiera vi a los padres mientras estuve allí. Tú mejor que nadie deberías saber que no hay que juzgar a la gente basándose en su código postal.
Era cierto.
—Estaba a punto de darme una ducha. ¿Algo más?
—Te quiero, Race. Por favor, recuérdalo.
—Lo sé, Dovie. Créeme, lo sé.
—Y creo que Brysen está colada por ti.
Eso hizo que me carcajeara.
—Ya te gustaría. Si me odia.
Pero también estaba ese beso. El beso que era solo la punta del iceberg de las fantasías sexuales que tenía con ella.
—En serio. Hablo de ti a todas horas. Cuando hablo de Bax, cambia de tema, se pone nerviosa, pero, cuando hablo de ti, me deja hablar y hablar. Haríais buena pareja.
Era verdad, y habría renunciado a todo el dinero que tenía en la caja fuerte con tal de poder ver desnuda a Brysen Carter.
—Me alegra que no hayas perdido la capacidad de soñar.
Ella se rio de aquella manera despreocupada y me deseó buenas noches. Tiré el teléfono junto al lavabo y me desnudé para poder meterme bajo el agua, que abrasaba. Siseé entre dientes y dejé que el vapor y el calor aliviaran parte de la frustración sexual que me atenazaba las tripas.
Podía sentirla. Sus pechos generosos, su piel suave, su melena sedosa, y una boca dulce y codiciosa a partes iguales. Me besó como si supiera las obscenidades que deseaba hacer con ella. Apreté los dientes mientras el agua caliente resbalaba sobre mi erección. Tal vez debiera haber elegido el agua fría si iba a empezar a tener fantasías pornográficas mientras me duchaba.