A mi amigo y autor Xavier Melgarejo (1963-2017), por enseñarme el sentido de lo que escribió al salir del coma: «Amor incondicional». Y agradezco también muchísimo la amistad de su familia.
A mi familia, por poner a prueba mi capacidad de amor incondicional.
A mi equipo en Plataforma, porque podríamos ser más o menos personas, pero no mejores.
A mis amigos, porque todos los tesoros del arte y del espíritu serían insípidos sin vuestra compañía.
A Xavier Coll, por un prólogo que es mejor que todo mi libro. Y a Sergio Vila-Sanjuán, Victor Küppers, Santiago Álvarez de Mon y Lluís Bassat, como admirados autores y amigos. A Daniel Carreño, a quien tuve el gusto de conocer en una magnífica conferencia, gracias a la cual surgió una excelente amistad. Sus frases son muy generosas y su compañía es motivo de esperanza para mí.
A Luis Alberto de Cuenca, una de las personas que iluminan mi existencia; qué suerte tengo de ser su amigo.
A Agustín Pániker, grandísimo editor y amigo.
A la hermana Paqui Sellés, del Convento de Carmelitas Descalzas de la Sagrada Familia, en Puçol, por su inestimable ayuda en la revisión del manuscrito.
A los gigantes en cuyos hombros vivo: los 24 autores aquí citados –y brevemente glosados– servirían para justificar una vida más feliz, o, como mínimo, una vida mejor, antes de pasar a una mejor vida.
JORDI NADAL
Mitchell David «Mitch» Albom, nacido en Passaic, Nueva Jersey, en 1958, es escritor, periodista, guionista, dramaturgo, locutor de radio, presentador de televisión y músico. Tras una carrera dedicada al periodismo, fundamentalmente deportivo, se fue consolidando como autor de varios libros, de los que vendió más de veintiséis millones de ejemplares en todo el planeta.
Es mundialmente conocido por su libro Martes con mi viejo profesor, en el que narra sus experiencias junto a Morrie Schwartz, su antiguo mentor, enfermo de esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
Contexto: Estados Unidos, años noventa del siglo XX. Un gran periodista descubrió en 1995 en un programa de televisión a su antiguo profesor, Morrie Schwartz, enfermo de ELA, hablando sobre la vida y la muerte. A partir de ese momento, Albom restableció el contacto con su viejo preceptor, y lo visitó en su casa cada martes para dialogar sobre estos dos grandes temas.
Nuestro autor, buscando un modo de costear los gastos médicos de Schwartz, encontró a un editor dispuesto a publicar el libro en que relata sus citas periódicas con el profesor, y dedicó el anticipo a pagar el costoso tratamiento.
Martes con mi viejo profesor (en el original: Tuesdays with Morrie) se publicó en 1997 y estuvo cuatro años en la lista de los libros más vendidos del New York Times. Asimismo, se han vendido más de catorce millones de ejemplares y ha sido traducido a cuarenta y un idiomas. En 1999 el libro fue adaptado para la televisión por Mick Jackson, con un maravilloso Jack Lemmon como Morrie.
«−Bueno, amigo mío −dijo−, ¿de qué hablamos hoy?
−¿Qué te parece si hablamos de la familia?
−De la familia.
Reflexionó un momento.
−Bueno, ya ves a la mía, a mi alrededor.
Indicó con la cabeza las fotos de las estanterías, en las que se veía a Morrie de niño con su abuela; a Morrie de joven con su hermano, David; a Morrie con su mujer, Charlotte; a Morrie con sus dos hijos, Rob, que era periodista en Tokio, y Jon, que era informático en Boston.
−Creo que, a la luz de lo que hemos estado hablando todas estas semanas, la familia resulta más importante todavía −dijo−. La verdad es que la gente de hoy no tiene cimientos, no tiene una base segura, si no es la familia. Me ha quedado muy claro desde que estoy enfermo. Si no tienes el apoyo, el amor, el cariño y la dedicación que te ofrece una familia, no tienes gran cosa. El amor tiene una importancia suprema. Como dijo nuestro gran poeta Auden: “Amaos los unos a los otros o pereceréis”.»
Martes con mi viejo profesor es un vademécum de los grandes temas de la vida. Y la familia ocupa un lugar central en toda conversación íntima y sincera, al menos en las personas que así lo han decidido.
Cuando una persona se acerca a su final, suele interesarse solo en lo esencial. Y gestiona su tiempo y su saber, su sentir y su respirar, y los convierte en el centro de lo que es importante. En el lenguaje cotidiano se suele resumir con el campechano: «Tonterías, las justas».
Martes con mi viejo profesor es un excelente pasamanos para la escalera de la vida. Te servirá siempre como asidero.
Escribe las siguientes palabras en orden de prioridad: Trabajo y familia. Familia y trabajo. Una en primer lugar; la otra, en el segundo. No es necesario hacerlo en público. Contesta con sinceridad. Tu respuesta es tu identidad, es quien eres. Más aún, es quien quieres ser.
En la vida tenemos principios e intereses.
La lectura de este libro te permitirá iluminar y ajustar a la realidad las prioridades de tu vida.
«Este libro fue, en gran medida, idea de Morrie. Decía que era nuestra “última tesina”. Como los mejores proyectos de trabajo, nos unió más, y Morrie se quedó encantado cuando varios editores manifestaron su interés, aunque murió sin llegar a conocer a ninguno. El dinero que se cobró como anticipo contribuyó a pagar las enormes facturas de la atención médica de Morrie, por lo cual nos sentimos agradecidos ambos.
El título, dicho sea de paso, se nos ocurrió un día en el despacho de Morrie. A él le gustaba dar nombre a las cosas. Tenía varias ideas. Pero cuando yo dije: “Qué te parece Martes con mi viejo profesor”, él sonrió casi con rubor, y yo supe que había dado en el clavo.
Cuando murió Morrie, revolví varias cajas de antiguos papeles de la universidad. Y descubrí un trabajo de fin de curso que había preparado para una de sus asignaturas. El trabajo ya tenía veinte años. En la primera página aparecían mis comentarios escritos a lápiz, dirigidos a Morrie, y debajo de estos aparecían los comentarios de él como respuesta a los míos.
Los míos comenzaban: “Querido entrenador…”.
Los suyos comenzaban: “Querido jugador…”.
Por algún motivo, cada vez que lo leo, lo echo más de menos.
¿Has tenido realmente alguna vez un maestro? ¿Un maestro que te viera como algo en bruto pero precioso, como una joya que, con sabiduría, podía pulirse para darle un brillo imponente? Si tienes la suerte suficiente para encontrar el camino que conduce a maestros así, siempre encontrarás el camino para volver a ellos. A veces, solo está en tu cabeza. A veces está junto a sus lechos.
Mi viejo profesor impartió la última asignatura de su vida dando una clase semanal en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los martes. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia.
La enseñanza prosigue.»
Emperador y filósofo romano, Marco Aurelio Antonino Augusto (Roma, 121-180 d. C.) fue uno de los emperadores romanos más admirados de la historia. Huérfano de padre desde los tres años de edad, cuando ascendió al trono, Marco Aurelio siempre alegó que su madre le había enseñado que era posible vivir sin ostentación: «La frugalidad en el régimen de vida y el mantenerme lejos de la vida de los ricos»
. Fue el emperador Adriano quien descubrió el potencial de Marco Aurelio. Antes de asumir el trono como emperador recibió el título de césar, y también fue cónsul. Llamado el Sabio por su gran formación cultural y filosófica, marcada por el estoicismo, su singularidad reside en que durante toda su vida se dedicó a escribir reflexiones y pensamientos mientras luchaba continuamente contra los partos y los pueblos bárbaros.
Llegó a emperador en el año 161, cargo en conjunto con Lucio Vero, el otro hijo adoptivo de Antonino, en tanto que a partir del año 169 y hasta el 177 gobernó solo, y desde ese año hasta el 180 lo hizo junto a su hijo Cómodo por los problemas de salud que lo aquejaban. Al final de su tiempo, en los intervalos entre las guerras contra los bárbaros de Germania y la frontera del Danubio, se dedicó a escribir, en griego helenístico, sus Meditaciones. Marco Aurelio enfermó de la plaga que asoló su imperio. Su hijo Cómodo debió asumir el mando. El emperador falleció en el año 180 a causa de la viruela.
Contexto: Marco Aurelio está considerado una de las figuras más representativas de la filosofía estoica. Bajo la protección del emperador Adriano, quien lo apodó cariñosamente verissimus (honesto), nos encontramos ante un raro ejemplo de enorme poder y sólida profundidad reflexiva, algo de una enorme actualidad por lo inusual y necesario, hoy y siempre.
Marco Aurelio tenía un imperio con grandes amenazas: por un lado, en la zona de Asia y, por el otro, en el norte europeo, con los bárbaros y la frontera del Danubio. Aunque ambos frentes exigían siempre al emperador toda su atención, hubo un momento en la historia en la que un emperador supo y quiso pensar y preguntarse, continuamente, por el sentido del poder y del vivir. Aunque hoy no tengamos exactamente ni a los partos ni a los bárbaros como enemigos imperiales, otras formas de desafío y peligro nos rodean. Por tanto, sus reflexiones nos acompañan, orientan y defienden de cuantas amenazas nos acechan.
«De mi abuelo Vero, el carácter bondadoso y la impasibilidad.
De la reputación y el recuerdo que tengo del que me engendró, la discreción y la virilidad.
De mi madre, la veneración a los dioses y la liberalidad, el abstenerme no solo de obrar mal, sino también de caer en semejante pensamiento. Asimismo, la frugalidad en el régimen de vida y el mantenerme lejos de la vida de los ricos.
De mi bisabuelo, el no haber ido a las escuelas públicas y haber tenido en casa buenos enseñantes, y el haber comprendido que para tales cosas hay que gastar sin miramientos.
Los amigos, sin dejarse humillar por ellos ni desdeñándolos ingratamente.
De Sexto, la benevolencia; el ejemplo de una casa en que se sigue las costumbres de los mayores; la noción de vivir según la naturaleza; la dignidad sin artificio; el preocuparse de los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la acomodación a todo el mundo, de suerte que su trato era más agradable que cualquier adulación y por ellos mismos era sumamente respetado en aquel preciso momento; la capacidad para comprender, encontrar con método y ordenar los principios necesarios para la vida; no dar jamás la impresión de cólera o cualquier otra pasión, sino ser a un tiempo muy desapasionado y muy tierno; alabar sin estridencias y saber mucho, sin ansias de relumbre.»
«Al amanecer, dite a ti mismo: me voy a tropezar con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un envidioso, un insociable. Todo esto les sucede por su ignorancia del bien y del mal. Pero yo que he visto la naturaleza del bien, que es lo bello, y la del mal, que es lo vergonzoso, y la del mismo que comete la falta, que es de mi género, partícipe no de la misma sangre o semilla, sino de la mente y de una partícula divina, no puedo sufrir daño por obra de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; y no puedo enfadarme con un pariente ni odiarlo, porque hemos nacido para una tarea común, como los pies, como las manos, como los párpados, como las hileras de dientes superiores e inferiores. De modo que obrar unos contra los otros va contra la naturaleza y es obrar negativamente enojarse y volverse de espaldas.»
Este tratado de serenidad aplicada está dividido en doce libros. En el primero, impresionante y admirable en todos los sentidos, relata la historia de familiares y amigos (y menciona qué virtudes ha aprendido de cada uno de ellos), mientras que el último es una despedida de la vida. Deberíamos tomar nota de esta generosidad, que habla de su grandeza.
Nietzsche, a quien no era fácil impresionar, reconocía en el emperador Marco Aurelio un «tónico» para la vida.
Sus Meditaciones forman parte de uno de los documentos más impresionantes de sinceridad en la búsqueda, constante y atenta, de la armonía entre uno mismo y la naturaleza humana. Digamos que cuando un gran poder se manifiesta de un modo profundo, humano y delicado, estamos ante un bello momento de la condición humana. Hay motivos para tener esperanza.
En este mundo de poderosos, aprendices de tiranos empequeñecidos y empequeñecedores, personajes lamentables que a golpe de tuit y de decreto fabrican odio y más odio, por no hablar de algunos tertulianos y de millones de troles, hace falta tener modelos de grandes personas que no son destruidas por la Hybris tal como la entendían los griegos: la soberbia del poderoso.
El emperador Marco Aurelio nos da motivos de esperanza. Si hubo un emperador como él, ¿por qué no esperar que nuestra vida esté marcada por la fortuna feliz de encontrar a otros como él, sean emperadores o, más modestamente, políticos clave, presidentes, etcétera, o, ya más en el mundo de la empresa, directores generales o consejeros delegados? Gente que ayude a vivir mejor.
«¿Qué es la maldad? Es lo que has visto tantas veces. Y en ocasión de todo lo que acontece ten presente que es lo que has visto muchas veces. En resumidas cuentas, por arriba y por abajo, encontrarás las mismas cosas, de las que están llenas las fábulas de antaño, las intermedias y las de hoy día, de las que ahora están llenas las ciudades y las casas. Nada es nuevo: todo es habitual y de escasa duración.»
«No sientas vergüenza de pedir ayuda. Pues dispuesto está que cumplas tu cometido, como el soldado en el asalto a una muralla. ¿Qué harías, pues, si no puedes subir solo a la barbacana, porque cojeas, pero ello te es posible con otro?»
«¿Qué es lo que nos puede guiar? Solo y únicamente la filosofía.»
«Así que es preciso estar recto, no que te pongan recto.»
«Vivirás sin perseguir ni huir.»
«El arte de vivir es más semejante a la lucha que a la danza, por el hecho de que hay que mantenerse inamovible y preparado para lo que nos pueda caer y nos sea desconocido.»
«Es ridículo no huir de la propia maldad, lo cual es posible, y huir de la de los demás, lo cual es imposible.»
«Los hombres han nacido los unos para los otros, por tanto, enséñalos o sopórtalos.»
«No actúes como quien va a vivir diez mil años. La necesidad se cierne sobre ti. Mientras vivas, mientras es posible, sé bueno.»
«Lo que no beneficia a la colmena tampoco beneficia a la abeja.»
Albert Camus, novelista, dramaturgo, periodista y pensador francés, nació en Mondovi, en la Argelia francesa, en 1913, en el seno de una familia de emigrantes de escasos recursos económicos. Falleció a temprana edad, en Villeblevin, Francia, en 1960, víctima de un accidente de coche, tres años después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura. Su vida fue un ejemplo de lucidez, humanidad, ternura y desgarro. En su biografía destaca el poder que ejerció sobre él un profesor que creyó en su talento, le facilitó el acceso a los estudios y le abrió la puerta al gran mundo de la creación artística.
Contexto: Camus es un pied-noir. Vivió desgarrado, pero siempre combatiendo, desde el periodismo, las injusticias de la Segunda Guerra Mundial. En París, los apparatchiks del poder, con Jean-Paul Sartre (1905-1980) a la cabeza, intentaron aplastarlo. De ellos apenas se habla, con alguna excepción, como el mismo Sartre, pero Camus sobrevive, con más fuerza que nunca.
«El único modo de luchar contra la peste es la honestidad.»
Leer a Camus es encontrarse con la luz de un hombre desnudo y lúcido, humano y terrenal, cuyo compromiso es con los seres humanos y no con ideas abstractas. Es famosa su frase en la que señala que si le dan a escoger entre la justicia y su madre, elegiría a su madre, puesto que nunca hubiese perdonado que un terrorista –que lucha por supuestas libertades mayores y causas más justas que las de otros– hiciese explotar un mercado en el que otras madres estuvieran comprando.
La maquinaria de Sartre y toda su influencia de partido laminaron a este hombre rebelde, mil veces superior en dignidad y bondad al burócrata del comunismo y de la intelectualidad francesa instalada en el poder y en el foie.
Su muerte prematura nos dejó una novela incompleta, El primer hombre, que es una de las obras más grandes jamás escritas, en la que se analiza el hecho de que la perfección humana es incompleta.
Descubrí a Camus leyendo La peste. Se trata de una obra esencial sobre la dignidad humana y sobre nuestra capacidad de luchar por algo que es justo. La vida de este hombre solitario y solidario ilumina cualquier momento de duda. Nadie supo sufrir tanto. No se puede vivir igual tras su lectura.
Ante el absurdo de toda situación injusta, la respuesta es siempre la lucha. Una lucha paciente y determinada que emana de esperar, de tener esperanza. Sentirse solidario con los otros seres y no ignorar nunca el valor de la ternura humana. Luchar en todo momento, aunque en el horizonte esté la muerte. Hacerlo siempre para no acostumbrarse a la desesperación. Nada debe convertirse en callo, como nos diría también León Felipe (1884-1968).
Buscar. Perseguir. Ser perseverante. Desear y no permitir que lo injusto avance. No ser parásito ni ser parasitado. No permitirse ser ingenuo ni cínico. Camus es el compromiso con la honestidad. Amar (o luchar por lo justo) debe ser siempre una decisión.
«Nuestro cometido de hombres estriba en hallar aquellas fórmulas capaces de apaciguar la angustia infinita de las almas libres.»
«Lo principal consiste en no desesperar.»
«Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida.»
«–La victoria de usted [médico] será siempre provisional…
–Siempre, ya lo sé. Pero eso no es una razón para dejar de luchar.»
«Hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.»
«El hábito a la desesperación es peor que la desesperación misma.»
«Se trata de que los hombres de acción sean también hombres de ideal; y los poetas, industriales. Se trata de vivir sin sueños, de llevarlos a la acción. Antes, uno renunciaba a ellos o se perdía. No hay que perderse ni renunciar a ellos.»
«El cinismo, tentación común a todas las inteligencias.»
«Ni miedo ni odio. ¡Esa es nuestra victoria!»
«Mi vida no vale nada. Lo que cuentan son las razones de mi vida. Yo no soy un perro.»