© 2004 by Eduardo Horacio Grecco
© de la edición en castellano:
2011 by Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com
Corrección: Susana Rabbufeti Pezzoni
Diseño de interior: Carlos Almar
Diseño cubierta: Emiliano Gómez Ventura
Composición: Pablo Barrio
Primera edición: Enero 2012
Primera edición digital: Mayo 2012
ISBN-13: 978-84-9988-032-7
ISBN-digital: 978-84-9988-166-9
Depósito legal: B 15.523-2012
Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
Nadie está exento de las turbulencias de la vida,
y en los lugares más bellos
abundan las tormentas y los sismos.
Lo mismo sucede en el mundo bipolar, pero a la inversa:
sólo se suele mirar el mal tiempo y pocas veces
la belleza y el encanto que lo envuelve.
Por eso este libro está dedicado
a los que ven no sólo espasmos
sino también gracia en las personas bipolares.
Portada
Créditos
Cita
Sumario
Prólogo a la edición española
Prólogo a la primera edición
Introducción a la primera edición
Capítulo I: ¿Por qué oscilar es tan malo?
Capítulo II: “Cortar ese dolor ¿con qué tijeras?”
Capítulo III: El encuentro interpersonal: psicoterapia
Capítulo IV: Desplegando los talentos creadores
Capítulo V: Poniéndoles ejes a la vida
Capítulo VI: Profundamente encarnado
Epílogo
Nota final de autor
Bibliografia
Contraportada
Seguir los recorridos de la historia de la bipolaridad en el campo de las ciencias y artes terapéuticos es un laberinto difícil de resolver, pero muy común en la historia del padecimiento humano, donde florecen los equívocos, los textos contradictorios, las propuestas enfrentadas y los mensajes de desesperanza. Y en medio de todo esto la bipolaridad parece moverse al margen de la historia de la enfermedad, como si jugara a las escondidas con ella.
Su valor marginal de espacio poco comprendido es propio de su misma naturaleza. La bipolaridad cuestiona, de modo severo, los fundamentos de una práctica curativa que desconoce la raíz de su presencia en la vida de las personas y reduce su causa a factores biológicos.
Este libro pretende recuperar una mirada sobre la bipolaridad que continúa la propuesta de mi obra anterior, La bipolaridad como don, cuyo fundamento radica en considerar este trastorno como fruto de talentos que no desarrollamos, más que como defectos o disfunciones orgánicas, y apostar a la cura por medio de un cambio de vida substancial, más que a través de un control farmacológico.
El hecho de que este libro, publicado originariamente por Ediciones continente en Buenos Aires (Argentina), en 2004, sea editado ahora en España es un indicador de que existe una clara conciencia de la necesidad de un cambio de perspectivas en el campo de la bipolaridad. Espero que el contenido de sus páginas siga contribuyendo en esa dirección.
Eduardo H. Grecco
México D.F., enero de 2011
La sabiduría de los nativos de Norteamérica nos enseña que cada animal tiene su medicina. Esta medicina es su virtud intrínseca, su poder personal, su don. Por ejemplo, según Jamie Sams la medicina del caballo es el poder físico y sobrenatural; la de la mariposa, la metamorfosis; la del murciélago, el renacimiento. En determinadas circunstancias, sobre todo en situaciones de crisis, podemos recurrir a la medicina de un animal en particular para despertar ese don especial en nosotros mismos que nos ayudará a transitar y resolver esa crisis. Esto es exactamente lo que Eduardo Grecco nos propone ya mismo desde el título de este libro: despertar el poder bipolar que yace dormido tras la sintomatología.
En mi libro Terapia de Vidas Pasadas - Técnica y práctica, afirmaba que el sentido de la TVP y de toda terapia al fin era transmutar nuestras neurosis en virtudes. Al momento de escribir esa frase no conocía aún a Eduardo. Años después supe que la lectura de Eduardo de aquel manuscrito fue decisiva para su publicación. En realidad debo decir que su intervención ha sido decisiva en mi desarrollo profesional. Hoy no puedo dejar de maravillarme cuando Eduardo habla de transmutar la oscilación en una virtud.
Aunque utilizamos distintas herramientas terapéuticas compartimos una idéntica actitud frente al ser doliente. No es ésta la única coincidencia; de las muchas que compartimos hay una en particular que lo resume todo: el concepto de enfermedad. Hace rato que he desechado este vocablo de mi lenguaje terapéutico. Para mí los dolores están en el alma y es el alma lo que hay que sanar. Para Eduardo la bipolaridad no es una enfermedad, es un modo de ser donde las conductas han sido mal encaminadas. Se me ocurre que esta forma de comprender la bipolaridad bien podría servirnos de paradigma para el abordaje terapéutico de otras condiciones psíquicas dolorosas.
Confieso que no tenía la menor idea de la existencia de la bipolaridad hasta que Eduardo me habló de ella. Aun así me llevó mucho tiempo comprender qué significaba ser bipolar. Recién cuando leí La bipolaridad como don comprendí cabalmente de qué se trataba.
Desde que lo conocí siempre he admirado en Eduardo su capacidad de acción, su capacidad creativa, su despliegue en distintos frentes al mismo tiempo y el amplio espectro de conocimientos, temas y experiencias que desarrolla en su prolífica obra. Siempre me intrigó cómo era posible que un hombre pudiera dominar aspectos del conocimiento y de la experiencia clínica tan variados y escribir con tanta facilidad y rapidez como él lo hace. Un ejemplo típico de esta capacidad fue cuando publicó Lo no revelado de la novena revelación. Yo apenas había leído el libro de James Redfield cuando Eduardo publicó Lo no revelado… Después de leer La bipolaridad como don me di cuenta de que, efectivamente, Eduardo ha desarrollado en todo su potencial su don bipolar.
Al decir esto no puedo evitar pensar en el paralelismo con los chamanes. Eduardo se pregunta cuál es el talento que no habrá desarrollado una persona para transformarse en bipolar. Es sabido que un chamán puede enfermarse gravemente e incluso morir si rechaza su destino de chamán y no hace lo que debe hacer. La sanación sobreviene casi inmediatamente cuando acepta y ejerce su poder sanador. Pareciera que éste es el camino del bipolar: reconocer, aceptar y desarrollar su don, su medicina personal.
Eduardo dice que uno es el agente de su propia curación en cualquier tratamiento. No importa la herramienta terapéutica que se utilice, si la conciencia no despierta y lucha por su salvación no hay muchas garantías de un resultado positivo. Morris Netherton, creador del término “Terapia de Vidas Pasadas”, dice que como terapeutas no curamos a nadie: es el paciente que va a través del dolor y sale curado.
Personalmente siempre he considerado el trabajo con la regresión como un trabajo plutoniano y el rol del terapeuta más bien como la de un guía y acompañante. Cada uno debe descender o sumergirse en su propio Hades, su propio infierno —en el sentido mítico del vocablo “infierno”—, para sanar su alma. Como terapeuta he acompañado a cientos de personas a descender a su propio infierno en procura de su sanación, pero no he conocido a nadie que lo hiciera como Eduardo lo hizo. Cuando Eduardo afirma que sabe con el pensamiento, con el alma y con el cuerpo de qué habla, es verdad. Doy fe de que Eduardo ha descendido a lo más profundo de sus infiernos por sí mismo. Ha entrado en su propia oscuridad, ha abrazado a su sombra y ha regresado a la luz rescatando a su alma y conquistando su tesoro. Eduardo logró, finalmente, lo que Orfeo no pudo hacer con Eurídice.
Este libro es apenas una parte de ese inmenso tesoro que Eduardo ha conquistado para sí mismo y para sus semejantes. Ahora estoy convencido de que es posible despertar el poder bipolar, pero esta experiencia inevitablemente nos lleva más allá. Una persona bipolar bien puede ser un maestro que nos está enseñando un nuevo camino. Si el bipolar puede despertar su poder, ¿qué hay del poder personal de cada uno de nosotros? ¿Estamos preparados para despertar nuestro propio don? “Lo esencial es invisible a los ojos”, decía El Principito. La persona bipolar bien podría ser un maestro que nos está enseñando un nuevo camino.
Dr. José Luis Cabouli
San Luis, Argentina, enero 2004
Soy un poco de todo,
y pienso que si fuera en un buque pirata
sería lo mismo el capitán que el cocinero.
Jaime Sabines
Desde su publicación, en octubre de 2003, La bipolaridad como don ha ocasionado un impacto totalmente inesperado que no deja de sorprenderme. Su repercusión tal vez se deba al mensaje esperanzador que trasmite y al hecho de que indica un camino posible a recorrer para transformar la inestabilidad emocional en una virtud. Como en muchas otras circunstancias, la esperanza, a condición de que no se dilate de un modo desmedido (“La esperanza que se demora es tormento del corazón”, Prov 13:12) resulta buena y hasta terapéutica, ya que —como lo ilustra el mito de Pandora— es remedio contra todo mal que parece insalvable, el último recurso que los dioses regalaron a los hombres para enfrentar sus problemas y, ciertamente, un don que, cuando está activo dentro de nosotros, produce milagros.
También, algunas personas han encontrado, en las páginas de mi trabajo anterior, explicación a sucesos y vivencias de su vida que nacían, de una forma compulsiva, en su conciencia, como una desgarradora sinrazón. Y el recobrar, aunque sea en parte, el sentido y la continuidad de la existencia no deja de ser una experiencia alentadora que todos anhelamos que nos acontezca y que, seguramente, motiva a establecer una conexión especial con el libro que la provoca.
De modo que, despertando comprensión y esperanza, La bipolaridad como don ha servido para ascender un peldaño más (aunque sea muy pequeño) en el proceso que conduce hacia un replanteo de las raíces, del sentido y del destino del malestar bipolar.
Si bien de una manera muy tímida aún, vemos que está surgiendo una nueva manera de comprender la bipolaridad. Esto no sucede como consecuencia de las investigaciones sobre este padecer, sino que está ligado a un cuestionamiento más amplio sobre el concepto de enfermar y, en especial, sobre la creencia que homologa el vivir con el sufrir y el ser con la infelicidad y la desdicha.
En la medida en que nos vamos liberando de tales patrones mentales dejamos atrás la idea de que hay que resignarse ante la enfermedad y aceptarla como un mal, para introducir otra concepción más generosa y justa sobre ella. La enfermedad, a pesar de todo lo que pueda desgarrarnos, no es un castigo, ni un desmérito, ni una condena, ni una desventura, sino una ayuda generosa en el proceso de aprendizaje de nuestra existencia. Es un camino que, cuando hemos tomado rumbos equivocados, nos lo señala, y por este medio, nos da la posibilidad de regresar al sendero correcto. Al igual que nuestros vínculos, la enfermedad ejerce un magisterio en nuestra historia y, por lo tanto, debemos aprender de ella y estar agradecidos por su presencia.
De modo que, si estas premisas se extendieran al tratamiento del paciente bipolar, se pondría mayor énfasis en que éste descubriera el significado de la bipolaridad en su vida, poblara de palabras el silencio de su malestar y descubriera el hecho de que su oscilación, exagerada y antagónica, es fruto de un talento no desarrollado, que en seguir insistiendo en que alcance la meta de la “estabilidad” a cualquier costo.
El bipolar no logra estar presente en el presente. El “ahora” es un concepto lejano e inaprensible para él. Del mismo modo, no puede introducir matices en su vida; todo es extremo, desmedido y adverso.
Tales circunstancias se deben a la falta de “eje interior” que padece todo bipolar; ahora bien, si él lograra construir ese eje, podría fundar puntos de referencia ciertos y expandirse y contraerse sin perder su centro. Esta ausencia de eje puede, también, plantearse como una carencia de contacto con su Ser, en la medida en que, en ese terreno, el bipolar desconoce quién es realmente y rellena esa ignorancia con fantasías omnipotentes o menoscabantes.
Sobre todo esto he hablado en La bipolaridad como don. Allí se insiste en la importancia del despliegue de la creatividad como herramienta esencial (junto a la construcción del eje interior y el desarrollo del don de los matices) para la cura de la bipolaridad. Y si bien en ese libro hay un capítulo dedicado a los tratamientos posibles, muchas personas que me escribieron preguntaban: ¿Cómo curar? ¿Qué más se puede hacer?
De modo que, en este nuevo libro, presento un PLAN de VIDA, que pretendo que puedan seguir otras personas (lo pretendo con humildad pero también con firmeza a partir de mi propia experiencia como terapeuta y bipolar). Tengo la convicción de que cuando un paciente incorpora este plan y lo pone en práctica puede dejar atrás el antagonismo exagerado e incontenible de sus emociones, al cual se ha visto sujetado hasta ahora. Por lo tanto, ofrezco a consideración del lector esta convicción mía, pues tal como afirma Novalis, el gran poeta romántico alemán: “No cabe duda de que cualquier convicción gana infinitamente en cuanto otra alma cree en ella”.
Uno es el agente de su propia curación en cualquier tratamiento. Las técnicas sólo son instrumentos para alcanzarla. Si la conciencia no despierta y lucha por su salvación, no hay muchas garantías de resultados positivos. Es por eso que, aunque el lector podrá encontrar aquí diversas vías sanadoras, lo más importante de la propuesta reside en la capacidad que tengamos de avivar el fuego de nuestros propios curadores internos, ya que la bipolaridad no será derrotada por medios exteriores a la persona sino convocando la fuerza interior autocurativa que yace dormida dentro de ella.
Hay que tener presente que la mayoría de los bipolares son neuróticos y que sólo un porcentaje muy pequeño de ellos presenta un cuadro de personalidad psicótica, una pérdida de realidad masiva y constante. Es importante esta puntualización, ya que, cuando dejamos de considerar a las personas bipolares con criterios psiquiátricos usados para las psicosis, comenzamos a verlas desde otra perspectiva.
Además, esto nos permite incluir en nuestra reflexión todo un espectro de manifestaciones psicofísicas que tienen una alta conectividad con la bipolaridad o son formas encubiertas de tal padecer. Claro está que esto implica un pasaje de un criterio puramente nosológico de clasificación a una concepción más estructural de la bipolaridad. Este libro está fundado —además de en una perspectiva estructural— precisamente en el hecho de que el enfoque terapéutico no debe olvidar que no son cuadros clínicos los abordados en un tratamiento sino personas singulares y únicas.
Hay una cuestión más que he querido introducir y que es el rol del terapeuta, y cuál debiera ser —según mi entender y a partir de mi propia experiencia— su actitud ante un paciente bipolar y qué posición debiera asumir para contribuir a su cura. En esta dirección he querido revalorizar todo el trabajo psicoterapéutico, relacional y de desarrollo personal.
El terapeuta debiera aprender que, así como Buda alcanzó la iluminación sentado bajo un árbol, del mismo modo él debería ejercitarse en el sentarse, firmemente y sin balancearse, a escuchar al paciente sin prejuicios, sin ansias clasificatorias, sin anhelos de cura y sólo intentando comprender el sentido de la oscilación y el sufrimiento de la persona que tiene frente a él.
En el momento en que estoy terminando de escribir estas páginas observo cómo la noche se va apoderando del paisaje y crece en la costura por donde la luz del día se aleja hacia otros horizontes. Y en los miles de matices dibujados por la oscuridad, de formas cambiantes y plásticas —que, otras veces, he dejado pasar inadvertidos, pero hoy no—, me voy quedando suspendido a tal punto que mi pupila y mi conciencia parecen estar entrelazadas y me estoy volviendo uno con el anochecer…
Regreso, ahora, a mi escritorio y a los originales de este trabajo pero traigo conmigo la imagen de la equilibrada transición, recién contemplada en la Naturaleza y sentida con todo mí ser. Ella permanece vital en mi mente y genera una cascada de pensamientos y reflexiones.
De alguna manera misteriosa pero reveladora, en esa imagen de la tarde anocheciéndose, estaba plasmada una enseñanza para mí, que ahora quiero trasmitir en este libro y compartir con los lectores:
Balance, no estabilidad;
matices, no homogeneidad;
creatividad, no resignación;
plan de vida, no sólo tratamiento;
flexibilidad sin dispersión;
curadores internos, no dependencia exterior;
aceptación de ayuda, no de rescate.
Presencia en el presente,
apasionada serenidad.
Día y noche sucediéndose
incesante y pausadamente…
No tengo palabras para agradecer a los amigos de Ediciones continente, que siempre hacen posible que mis sueños bipolares se conviertan en realidad, y también a todos los poetas y autores que convoqué para que me ayudaran a descorrer aún más el velo de la inestabilidad emocional y explorar sus secretos.
Eduardo H. Grecco
Cuernavaca, México, enero de 2004
Estos versos están fuera de mi ritmo.
Yo también estoy fuera de mi ritmo.
Fernando Pessoa
Vamos a entrar en el mundo del paciente bipolar. ¿Me acompañan? Conviene siempre tener presente, durante todo el recorrido, que en el bipolar se exagera un modo de funcionar universal que es inherente a la vida humana, del que todo disponemos: el antagonismo complementario de los opuestos.
Entre la oscilación inmoderada de la bipolaridad y la rigidez envarada de la esclerosis existe un punto de equilibrio posible que no se trata de una localización fija sino dinámica, de un punto que no es tanto un lugar preciso como un intervalo, una zona donde los antagonismos se hacen conciliables. En suma, una gama de matices.
Esto quiere decir que ser estático no se corresponde a una posibilidad sana de ser (cierto tipo excepcional de meditador, que permanece inmóvil por largos períodos y, sin embargo, es una persona muy saludable en todos los aspectos, precisamente por ser una excepción, una “anormalidad”, confirma lo dicho antes). La estabilidad por sí misma no debiera ser un valor terapéutico a conquistar, pero sí el movimiento proporcionado, la armonía móvil, la solidez flexible, el arraigo sin estancamiento.
Si consideramos como el rasgo característico de la bipolaridad su inestable vaivén cíclico, el hecho de que quien la padece va y viene, de un modo más o menos irregular, de un polo a otro entre la alegría y la tristeza, conviene considerar que tal alternancia, para ser considerada disfuncional, tiene que ser desmesurada y excluyente, es decir, debe reflejar esa imposibilidad interna de la persona para integrar polaridades, su dificultad de aceptar y de vivir en plenitud la ambivalencia. Desde el blanco al negro hay una variada progresión de grises, y en esto consiste la dificultad bipolar: su incapacidad para detenerse en matices y gradientes emocionales.
Las presentaciones típicas de la bipolaridad se manifiestan bajo la apariencia alternada y excluyente de depresión y manía, pero existe un gran grupo de apariciones en donde ambas series emocionales son contemporáneas y superpuestas, y se las conoce como “formas mixtas”.
Esta última posibilidad no constituye una rareza sino más bien una condición bastante frecuente en la clínica, pero la simultaneidad de síntomas no significa integración ambivalente. Así es como ocurre, por ejemplo, en la manía disfórica (manía depresiva) o en la depresión agitada. Por otra parte, varias investigaciones clínicas muestran que esta manifestación de la bipolaridad es más virulenta, más resistente al tratamiento, más grave en sus síntomas y con el índice más alto de riesgo de suicidio, y es, al mismo tiempo, la que esconde el mayor grado de creatividad.
Pero ya sea bajo una u otra apariencia, la bipolaridad comparte un semblante o textura común que podría resumirse de la siguiente manera:
Más allá del pasaje de un estado emocional a otro, existe una tendencia reluctante en este vaivén del humor a lo largo de la vida. Sin un motivo cierto, la persona salta de un pico al otro, y si esto puede observarse en lo puntual, al considerar la totalidad de su historia se aprecia que cada episodio forma parte de una cadena más abarcativa, de una serialidad repetitiva propia de la naturaleza bipolar.
Esta ciclicidad puede estar separada por mesetas, de aparente o real armonía, pero la posibilidad de caer en una fase de depresión o de manía está presente como una amenaza constante. De manera que la oscilación toma, aquí, la figura de algo recurrente pero impredecible. El día y la noche se suceden de un modo “estable”; en cambio, en el acontecer bipolar todo es incierto, cíclico e inestable. [“Ya es franca desazón lo que antes era risa” (Alfonso Reyes).]
Otro rasgo de las personas bipolares es la irregularidad y asimetría de sus conductas, que no siguen, generalmente, una línea directriz previsible, sino que van y vienen de acuerdo con el termómetro emocional interior, “al compás de las hormonas”.
Naturalmente, esto provoca que se resientan sus rendimientos en las distintas áreas de su vida y que aparezcan, ante los demás, como personas inconstantes y poco disciplinadas. Muchas veces, estos comportamientos son, además, explosivos, como un terremoto que brota de pronto, inesperada e inexplicablemente, tanto para el sujeto como para los que lo rodean.
Los bipolares tienen un patrón, bastante propio, de ir cansándose progresivamente. Esto no se debe tanto a la fatiga, propia de un esfuerzo, como al aburrimiento que le provoca la rutina. De modo que, cada tanto, deben detener su actividad y hacer otra cosa para tratar de alejar esta vivencia, porque, cuando lo invade, siente que es un escenario que lo aplasta y del cual no puede escapar.
El observador inexperto, al ver esta actitud, deduce que el bipolar carece de voluntad y firmeza, y no le falta razón, pero esto ocurre por motivos diferentes de los que él piensa. No se trata, por ejemplo, de escasez de disciplina sino una necesidad de estimulación renovada y siempre creciente que, en caso de faltar, lo hunde en el tedio y el desinterés.
Pero hay que tener en cuenta que el puño de la depresión que aprieta en silencio el corazón del bipolar (aun en su manía) es, también, uno de los motivos de su agotamiento. Por una parte, consume su energía interior, y por otra, lo enfrenta a un mundo cargado de adversidad que lo aplasta. [“No, no es cansancio… / Es una cantidad de desilusión que se me entraña / en el pensamiento, / es un domingo al revés / del sentimiento, / un feriado pasado en el abismo…” (Fernando Pessoa).]
Todo lo conectado con las relaciones y los proyectos representan un área conflictiva de importancia. El bipolar cambia rápidamente de postura frente a sus proyectos y afectos, le cuesta mantener relaciones profundas y durante mucho tiempo. Es muy usual encontrar, en las historias de estas personas, numerosas experiencias de cambio laboral, vocacional y de pareja, generalmente, con separaciones y desligues turbulentos. Esto se debe, en parte, a la búsqueda de la diversidad de experiencias como un alimento significativo del alma, a la complejidad de su mundo personal y a la tendencia a construir vínculos disfuncionales, enredados, tormentosos y atribulados, tanto con personas como con tareas y emprendimientos.
Los bipolares tienen una excitación inicial baja y una resonancia de corta duración. Puede ocurrir, sin embargo, que al inicio las nuevas propuestas tengan una fuerte intensidad que decae a poco de andar, como si en el transcurso del tiempo decayera la motivación.
Ocurre algo similar respecto a los objetos y a las personas: acercamiento afectivo fácil pero sin consecuencias prolongadas. Ahora bien, si este contacto les provoca mucha efervescencia, puede llegar a ser explosivo y sin transiciones. A pesar de la intensidad, no por eso, sin embargo, deja de ser superficial.
“En / cuestiones / de amor / (o como se llame) / siempre / he sido / un tanto / prematuro.”