Cubierta

Lodro Rinzler

Camina como un buda

Aunque estés de resaca,
tu jefe te agobie
y tu ex te torture

Traducción del inglés de Miguel Portillo

Editorial Kairós

Para Alex. Que todos podamos llegar a amar al menos con la mitad de la intensidad con la que tú lo hiciste

Sumario

  1.  
    1. Agradecimientos
    2. Introducción
  2.  
    1. 1. Despierta como un buda
    2. 2. Juega como un buda
    3. 3. Enróllate como un buda
    4. 4. Cambia el mundo como un buda
    5. 5. Trabaja como un buda
  3.  
    1. Apéndice 1. Instrucción sobre meditación sentada
    2. Apéndice 2. Instrucción sobre meditación caminando
    3. Notas
    4. Recursos

Agradecimientos

El año 2012 fue el más difícil de mi vida. Tengo una enorme deuda de gratitud con las personas que me apoyaron durante ese período. A David Delcourt, Brett Eggleston, Will Conkling, Miranda Stone, Laura Sinkman y Marina Klimasiewfski les debo más de lo que puedo expresar en palabras. A Ethan Nichtern, mi viejo amigo, le doy las gracias por estar muy presente. Gracias a Oliver Tassinari, Matt Bonaccorso, Sean Gavin, Eric French y Dilip Sidhu por estar disponibles para mí a lo largo de los años. También quiero dar las gracias a mis padres y hermanos, por los que siento gran amor y aprecio.

Este libro fue escrito a lo largo de un período de seis semanas en la ciudad de Nueva York, empezando en diciembre de 2012. En esa época no tenía casa, pero hubo gente maravillosa que me acogió y me ofreció un espacio en el que trabajar. Ericka Philips se convirtió en algo más que una cómplice, permitiéndome trabajar en su apartamento de Harlem durante la mayor parte de esa época, sirviéndome tés y escuchando mis lamentos, todo ello con una extrema generosidad. Annie Colbert y Tom Krieglstein son unos amigos estupendos que me permitieron ocupar su apartamento del Lower East Side durante una temporada. Y en último lugar, pero no por ello menos importante, gracias a Kelsey Merritt, que me consintió monopolizar su casa de Union Square siempre que quise, proporcionando una música y compañía excelentes en todo momento.

Fueron más de cien las personas que mandaron preguntas para este libro. Me gustaría darles las gracias al menos a algunas de ellas: Molly Parr, Mia Baxter, Meghan Sultana, Rob Codling, José Rodríguez, Stephanie Elliot, Jason Bequette, Jesee, Ryan Nausieda, JC, Mona, John Globiemski, Michael, Pat Groneman, Cody McGough, Jess Auerback, Lynne y Jessica Carsten.

He tenido la suerte de poder trabajar con los mejores en el mundo editorial, entre los que incluyo a Jonathan Green, Sara Bercholz, Julie Saidenberg, Steven Pomije, Danie Urban-Brown y Stephanie Tade. Mi editor, Dave O’Neal, es lo mejor que ha visto la luz del día después de unas tostadas. Gracias a todos por vuestro increíble cariño a la hora de dar vida a este libro.

Debo dar las gracias con toda sinceridad a todos los maestros y mentores que me han guiado por el camino budista. Mi reconocimiento es inconmensurable. En particular, cualquier pequeña cantidad de sabiduría que aparezca en este libro se debe a mi maestro raíz, Sakyong Miphan Rinpoche.

Introducción

De entrada debería decir que a veces soy un desastre y otras funciono bien. A veces estoy triste o enfadado, y no obstante confío en que en el fondo soy un buda. No soy el único que lo cree. Uno de los principios básicos del budismo es que todos estamos ya despiertos. Pero, al mismo tiempo, normalmente no actuamos desde esa perspectiva; a menudo lo hacemos desde nuestra confusión. Así que, en cierto sentido, todos somos un desastre (actuamos confusamente), pero también funcionamos bien (inherentemente despiertos).

Para leer esto no es necesario que seas budista. O tal vez lo seas, pero te des cuenta de que no eres el meditador perfecto (¿quién lo es?). Sea como fuere, me imagino que presientes que, aunque la vida tiene sus grandes trastornos y tú actúas a veces de manera poco apropiada, en realidad no eres tan mal chico o chica. Puede que incluso des cierto crédito a esta idea acerca de que en el fondo eres inherentemente bondadoso, sabio y digno.

En un momento dado, el maestro zen Suzuki Roshi se dirigió a sus estudiantes y dijo: «Todos vosotros sois perfectos tal y como sois […] e incluso podríais mejorar un poco».1 Eso parece aplicable a todos nosotros. Ya somos perfectos. Ya somos budas. Y debemos dejar de actuar desde la base de nuestra propia confusión (es decir: actuar como necios). Incluso la variación más pequeña hacia esa mejora que menciona Suzuki Roshi se basa en desarrollar una fe incondicional en tu propia capacidad de permanecer despierto. Se trata de reconocer que ese aspecto desastroso que eres es transitorio, mientras que la cualidad de estar despierto está siempre disponible y presente.

Hace algunos años ideé un plan para escribir un libro sobre budismo y este tema en concreto para gente de mi generación, la generación Y. Por aquel entonces pasaba unos meses en Japón y apunté algunas ideas, pero la verdad es que no llegué a ninguna parte. Así que medité un montón y esperé a un momento mejor para llevar a cabo esa tarea.

Cuando regresé a Nueva York, fui a comer con mi amigo Ethan Nichtern. Me animó a empezar a escribir comentarios regulares en blogs. Mientras comíamos pergeñamos una idea acerca de una columna semanal de consejos budistas llamada «What Would Sid Do?» [¿Qué haría Sid?]. Sid era en este caso la abreviación de Siddhartha. Abreviar el nombre no implicaba ninguna falta de respeto hacia el hombre que sería conocido como el Buda, pero ya sabes, pensé que tal vez su amigos más amigos le podrían haber llamado Sid mientras eran jóvenes. ¿Crees que usaban motes hace veintiséis siglos?

La idea acerca de la abreviatura y la columna en su conjunto se basa en que antes de que Siddhartha Gautama realizase la iluminación era un veinteañero y treintañero confuso que intentaba aprender a vivir una vida espiritual. En la columna tratamos de reflejar lo que pudiera haber sido el viaje espiritual actual de un Siddhartha ficticio. ¿Cómo combinaría el budismo y ligar? ¿Cómo se las apañaría para manejar el estrés en el trabajo? «¿Qué haría Sid?» tenía por objeto echar un vistazo sincero a todo eso a lo que los meditadores nos enfrentamos en el mundo moderno.

Desde el principio, la gente empezó a escribir preguntas sobre cómo podían aplicar los principios budistas en su vida cotidiana. Ningún tema se consideró tabú. De hecho, el primer tema que apareció en la columna fue sobre qué hacer cuando te despiertas junto a un desconocido tras una noche de sexo. Recomendé algunas enseñanzas tradicionales sobre comunicación y algunos consejos sobre invitar al compañero de cama a un desayuno tardío. Como probablemente imaginas, a mí me chifla desayunar tarde. Después aparecieron temas procedentes de todo el mundo, desde cómo desarrollar una práctica de meditación hasta salir por ahí, enredos románticos, acción social y trabajo. Aunque en estas páginas aparece únicamente una parte ínfima del trabajo publicado anteriormente, todos esos temas se tratan en profundidad en este volumen.

Cuando empecé con mi primer libro, El Buda entra en un bar, la columna quedó relegada a un segundo plano. Cuando se publicó el libro, sucedió algo extraordinario. Desencadenó un diálogo sobre lo que significa practicar budismo y meditación en el mundo de hoy en día. Tanto por la columna como a causa del libro, la gente se sintió lo suficientemente implicada como para escribirme y seguir haciendo preguntas, o iniciar debates, sobre cómo aplicar los principios budistas a nuestra vida. Al desplazarme a aproximadamente 30 ciudades solo en 2012, participando en presentaciones del libro, el debate no hizo sino aumentar.

Cuando dirigía talleres, los participantes escribían preguntas al final del tiempo compartido. Las contemplábamos en grupo y yo solía callarme y dejar que ellos manifestasen su propia sabiduría acerca de la manera en que las cualidades cultivadas a través de la meditación, como la delicadeza, o enseñanzas tradicionales como las seis paramitas (hablaremos de ellas más adelante), podían afrontar las complicaciones que aparecían en las vidas de las personas.

Dicho todo esto, y regresando a mi «soy un desastre y también funciono bien», la columna «¿Qué haría Sid?», el primer libro, y este que ahora sostienes en tus manos no tratan de mí y de mis consejos. Más bien se trata de apartarme de mi manera de hacer las cosas e intentar articular lo poco que sé acerca del dharma –o enseñanza– budista, y cómo me las he apañado con esos temas a lo largo de los años.

Seamos realistas: no soy el monje superespabilado de tu monasterio local. Soy un tipo que creció siendo budista, que ha pasado más horas meditando sentado de lo que normalmente estaría dispuesto a admitir, que se tomó en serio todo esto a una edad en la que también empezaba a hacer otras cosas, como beber con los amigos, ligar y trabajar. Al haber integrado mi práctica de meditación en esos aspectos de mi vida en cuanto se manifestaron, me siento cómodo ofreciendo mi experiencia, con la advertencia de que no soy ningún venerable maestro, sino alguien que se encuentra en una situación que me permite abrir el debate sobre cómo aplicar el budismo y la meditación en la sociedad y en la vida cotidiana.

Me convertí en practicante regular de meditación a una edad relativamente temprana. Aunque empecé a meditar a los seis años de edad, no me lo tomé en serio hasta llegar a la adolescencia. A los 17 mis padres me dijeron: «¿Sabes qué podría convertirse en un ensayo universitario fantástico?: pasar el verano en este monasterio». Me dieron un folleto de la abadía de Gampo, las instalaciones monásticas de Shambhala en la campiña de Nova Scotia, en Canadá. Me encogí de hombros y asentí. Así que al monasterio fui.

Pasemos al otoño siguiente y veremos que mis padres tenían razón: afeitarme la cabeza y tomar una ordenación monástica temporal resultó ser un ensayo universitario estupendo. Lo malo para ellos es que habían creado un monstruo. Consideraron que esa actividad sería algo bueno para mí, para pasar así el verano, pero configuró de tal manera mi experiencia que todo lo que quise hacer en los cuatro años de universidad fue meditar, estudiar el dharma y meditar más. Inicié un grupo de meditación en la Universidad Wesleyan, que luego se convertiría en la Buddhist House, un espacio de vida y meditación comunitaria en el campus. Mi primer empleo al salir de la universidad fue dirigir un centro de meditación en Boston. Y a partir de ahí…

Antes, en mi primer año en la universidad, la gente solía acercárseme en las fiestas y decirme: «Pero ¿no eras budista? ¿Cómo es que bebes alcohol?». Buena pregunta, ¿verdad? Entonces hablaba de que los monásticos toman preceptos acerca de no ingerir intoxicantes y que yo no era monje, así que no pasaba nada. No obstante, siempre me quedaba sintiendo que esa no era la mejor respuesta para mí, a nivel personal. Sentía como si estuviese justificando las borracheras mediante una excusa poco convincente. Así que contemplé mis hábitos de consumo de alcohol, en el cojín de meditación y fuera de él, y finalmente di con mi camino medio sobre el tema: podría beber, pero si sentía que dejaba de estar atento, o presente, en lo que sucediese, entonces dejaría de hacerlo.

Me costó años encontrar ese punto de beber sin perder el oremus. Hubo ocasiones en las que permanecí sobrio durante semanas o incluso meses seguidos. Otras veces me abandonaba y vivía una existencia resacosa. Creí haber hallado un equilibrio, pero me doy cuenta de que podría recaer y tener que volver a empezar de nuevo en el futuro. Recuerda: soy un desastre, pero también funciono bien.

Mientras estuve en la universidad me vi inmerso en muchas conversaciones con mis compañeros sobre ideas budistas básicas y sobre cómo influían en mi vida. Este diálogo me permitió poner a prueba las enseñanzas del Buda y comprobar su importancia en mi existencia. Agradezco haber iniciado este diálogo tan pronto, de manera que mi práctica de meditación siempre fue algo vivido y no algo que debía hacer sobre un cojín de meditación.

Al mismo tiempo, he cometido todo tipo de errores en el camino espiritual. Y a menudo he aprendido de los mismos. Me he tomado a pecho el consejo del maestro budista tibetano Chögyam Trungpa Rinpoche, cuando dijo: «Vive tu vida como un experimento».2 Todos los experimentos con drogas, líos románticos o meteduras de pata en el trabajo me han proporcionado una oportunidad para sacar mi práctica meditativa del cojín y trasladarla al resto de mi vida.

Me siento agradecido por ello, y por los increíbles maestros que me han señalado el camino. Cuando tuve 19 años, me convertí en estudiante Vajrayana de Sakyong Mipham Rinpoche. Tuve la oportunidad de estudiar a fondo con él y con otros seres brillantes y generosos. Esas experiencias me han modelado de una manera que no puedo acabar de comprender o expresar. Sus enseñanzas, junto con mi tendencia tanto a fastidiarla como a meditar, han desencadenado la creación de este libro.

Las preguntas que aparecen en el mismo proceden de personas que me las han enviado por correo electrónico, que me las han hecho en el transcurso de mis viajes o de manera informal, al compartir unas copas. Son preguntas reales de gente real. Mis respuestas a esas preguntas se basan en mi práctica de meditación, mis estudios y experiencia, pero no por ello hay que creer que son las «correctas». No me parece que para esas preguntas existan «respuestas correctas» universales. Las preguntas pueden explorarse, pero la respuesta adecuada debe ser tuya propia.

Te animo a que, al pasar por las preguntas, pienses en cómo utilizarías ideas budistas para efectuar un cambio positivo en respuesta a la situación. Tengo algunas ideas y sé que tú también. Así que veamos si podemos compartir nuestros puntos de vista rígidos y explorar esos temas con sinceridad. Yo lo haré lo mejor que pueda, pero, como ya sabes, no soy ningún santo.

Nunca he pretendido ser maestro en nada. Solo soy un tipo corriente. Pero al mismo tiempo, eso era Siddhartha. Inició un viaje espiritual, cometió algunos errores a lo largo del mismo y finalmente se iluminó. Tú y yo podemos hacer lo mismo. Mediante la práctica de la meditación y el cultivo de la atención plena y la compasión, podemos seguir sus pasos. Podemos caminar como un buda.

Por favor, cuando acabes con el libro, escríbeme y dime qué te parece y qué piensas. El diálogo no ha hecho más que empezar.

LODRO RINZLER

East Harlem, Nueva York

7 de diciembre de 2012